EL MUNDO.
MIÉRCOLES 13 DE ENERO DE 2021
Soldados en Pakrac, en un
descanso entre los combates
de la Guerra de Croacia, en
junio de 1991. JACQUES LANGEVIN
UBRAVKA UGRESIC,
D Alexander Hemon,
Goran Vojnovic... A
veces asoman por los
periódicos escritores
croatas, serbios o eslovenos
que aún andan estupefactos
por el hecho de haber
dejado de ser yugoslavos.
Recuerdan un país que no
era perfecto, pero en el que
se convivía con buen humor
y que no estaba más
destinado a entrar en una
sucesión de siete guerras
(1991-2001) entre sus
repúblicas y el Estado
central. Ciento cuarenta mil
murieron y cuatro millones
más perdieron sus casas.
Sin embargo, la
desaparición de Yugoslavia
parece en su relato un
hecho absurdo y caprichoso,
es como si hubieran ido al
zoo, se hubiese escapado un
león y se hubiese comido a
su padre.
«Esa actitud significa
menospreciar
innecesariamente los
acontecimientos políticos
extremos de los años 80 y
“NO HAY UNA EXPERIENCIA UNIVERSAL
DE LA PÉRDIDA. CADA PÉRDIDA ES ÍNTIMA”
90 en Yugoslavia. El
surgimiento del
nacionalismo y del
chovinismo en los Balcanes
no fue una anomalía ni un
accidente, fue un proceso
político guiado e
instrumentalizado a lo
largo de los años. La
política discriminatoria no
fue algo inexplicable; fue
predicada por todos los
púlpitos, desde la Iglesia
hasta los ganadores del
Premio Nobel. La lucha
contra los disidentes y la
oposición democrática no
fue arbitraria ni absurda;
fueron medidas calculadas
tomadas del catálogo de
aspiraciones populistas de
la derecha, que no son
ajenas a la Europa actual.
Fíjese en Hungría».
Quien habla, Sasa
Stanisic, es bosnio, hijo de
bosnia y de serbio, niño de
la guerra, emigrante a
Heidelberg y escritor en
alemán. Su última obra,
Los orígenes, elegido el
mejor libro del año 2018 en
Alemania (y recién
P A P E L
L I T E R A
publicado por ADN
Novelas en España), es una
especie de registro
sentimental, guasón pero
triste, del país perdido y de
la nostalgia que dejó:
viñetas de abuelas
socarronas, profesoras de
marxismo con tendencia a
la melancolía, fans del
Estrella Roja más buenos
que un pan y programas de
televisión en rutilante
blanco y negro pueblan sus
páginas. La literatura tiene
en Los orígenes su vieja
función: fijar lo que ya sólo
es memoria y conseguir
que sea un poco más.
«No existe una
experiencia universal de
pérdida, cada pérdida es
una experiencia íntima.
Casi siempre es dolorosa,
pero, a veces, olvidar es
una bendición», explica
Stanisic. «Cada persona
reacciona y actúa de una
manera diferente a las
quiebras en su biografía.
Algunos miran hacia
adelante. Dicen: lo que se
perdió, perdido está, a otra
cosa. Luego está la gente
nostálgica, que busca algo
que lo reconforte en lo que
quedó detrás. Algunos
nostálgicos son
T U R A
“LAS PELÍCULAS DE KUSTURICA SON UNA
SERIE DE CLICHÉS QUE APENAS SOPORTO”
“LA CAÍDA
DE YUGOS-
LAVIA FUE
UN PROCE-
SO INSTRU-
MENTALI- luchadores: quieren volver
ZADO” a su país y a la vieja vida,
aunque ya no existan. Y
están los pragmáticos, que
El bosnio-alemán tienen buen humor y dicen:
Sasa Stanisic en casa es donde estoy
escribe en ‘Los bien, así que trato de
orígenes’, elegido el asegurarme de que estoy
bien. Cualquier forma de
mejor libro del año relacionarse con la propia
2018 en su patria de historia está bien, siempre
acogida, un registro que no se utilice para
lastimar a los demás.
del exilio y de la Amamos y sufrimos el
nostalgia por el país pasado subjetivamente.
perdido en la Puede que seamos
guerra. “Puede que víctimas, pero es posible
que no queramos serlo
seamos víctimas, para siempre. Para
pero es posible que aquellos que no se ven
no queramos serlo afectados por este tipo de
pérdidas: es importante
para siempre” apoyar y aceptar a aquellos
que no llegaron a una
POR LUIS nueva vida como
ALEMANY MADRID ganadores de su pasado».
El primer paisaje de Los
orígenes es un pueblo con
río (el muy literario Drina).
Sin embargo, el campo
yugoslavo que retrata
Stanisic no se parece al
mundo de pícaros de las
películas de Kusturica. En
realidad, recuerda más a
una evocación mágico-
realista al estilo de la
Galicia de Cunqueiro, por
HOJA Nº 45
ejemplo. «Las películas de
Kusturica son a menudo
una serie de clichés
balcánicos que apenas
soporto. Satisfacen el deseo
de los espectadores
occidentales de ver los
Balcanes rurales como una
reunión fangosa y brutal de
personas y gansos. Son el
esfuerzo de un payaso por
tropezar seriamente. Las
imágenes que busqué para
el paisaje rural debían ser
lo más realistas posibles
para después emplearlas
líricamente. Líricamente
pero con ternura: la
decadencia, la emigración
de jóvenes, la desaparición
de lugares enteros...».
El otro escenario de Los
orígenes es Heidelberg,
que es el destino, el lugar
en el que cayó Stanisic.
Claro que su Heidelberg no
es el Oxford alemán que
tenemos todos en la
cabeza.
«Los turistas no se
asoman a los barrios de
viviendas sociales, donde
todo parece igual y donde
los migrantes se ven
obligados a vivir con sus
familias en 30 metros
cuadrados. Heidelberg ha
conservado gran parte de
su patrimonio, es muy
bonita para quien aprecie
cierta arquitectura
encantadora: la piedra
arenisca roja, la
naturaleza. Hay mucho
dinero, muchos estudiantes
y hay mucho conocimiento
detrás de las hermosas
paredes. Pero también está
el otro lado de la ciudad, el
menos bonito, que está
habitado por personas que
dependen de las
transferencias sociales. Es
en esas áreas de tensión,
entre ricos y pobres, entre
lo bello y la supervivencia,
donde surgen las mejores
historias».
«Tuvimos suerte»,
continúa Stanisic. «La calle
en la que caímos nos
aceptó, era pacífica y
diversa y había café y
conversación y una ruta de
autobús cercana. Otros a
menudo no tienen tanta
suerte. Verse expuesto al
resentimiento y al rechazo,
estar lejos de la vida
urbana y cultural, la
sensación de no ser
bienvenido es muy
determinante para la
autoestima con la que se
atraviesa el mundo».