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CUENTO

El trabajo

Violeta Garcia

Hoy ha sido un día complicado, mucho trabajo aún pendiente por terminar, las
noches en invierno son muy largas. El trabajo en el hospital en estos días
parece no tener fin, el área de urgencias, que es donde trabajo como
enfermera, está siempre repleta de consultas de todo tipo.

Esta noche es diferente al resto, el aire se siente más frio de lo pronosticado y


la obscuridad cubrió las frías calles más temprano; ya quiero irme a casa, el
último tren sale a las diez de la noche, si se me va pierdo mi oportunidad de
llegar a casa; además que tendré que quedarme a dormir en el hospital. Aun
me faltan finalizar varios reportes, el médico de guardia me pidió que quedarán
hoy todos listos, el tiempo corre. Me estoy impacientando, ya no logro
concentrarme, literal ¿y si se me va el tren?, no quiero quedarme. Tomo mi
laptop y el montón de folders, para moverme a trabajar en otra área alejada de
la zona de urgencias.

Me apuro, pero es en vano, ya no llego; lo mejor es resignarme y finalizar los


reportes. Después veré donde pasar la noche. Tendré que improvisar una
cama abajo del escritorio del consultorio o alguna habitación del hospital que
este libre.

Tengo miedo, ya que nunca había estado tan tarde por aquí; se vienen a la
mente las muchas historias que cuentan los compañeros del turno de la noche.
¡No hagas caso!, repito en voz alta un par de veces. Se me cierran los ojos, el
cuerpo ya tampoco responde bien. Es el último folder, miro la taza de café que
llene varias veces esta noche está vacía otra vez. A lo lejos del pasillo escucho
unos pasos, veo a una persona, se acerca lento; puedo ver su silueta, pero no
distingo de quién se trata, se acerca cada vez más, puedo distinguirla, es una
mujer, mis nervios se increpan de a poco. Me levanto de pronto, la silla rechina,
se escucha su sonido como eco a lo largo del pasillo; ella se detiene en seco,
gira la cabeza de un lado a otro como buscando algo.

- ¿si, buenas noches?, ¿puedo ayudarle en algo? le pregunto.


Ella da un paso atrás, permanece en silencio. Vuelvo a preguntar.

- ¿Puedo ayudarle?
- Hoy me toco salir tarde del trabajo, es la primera vez que estoy hasta
tarde. ¿Por qué están las luces apagadas?, ¿Qué haces tú aquí tan
tarde? ¿Quién eres?, Contestó.
- ¿Las luces?, están encendidas. Respondí.

Ella retrocede un par de pasos más. Se nota nerviosa, sigue tan alejada que
no distingo su rostro. Me pregunta.

- ¿Sabes dónde se está la salida?, pregunte a varias personas en el área


de urgencias, van y vienen nadie me hace caso, ya quiero irme. No
alcanzaré el tren.
- Pasa de medianoche ya no lo alcanzarás, al amanecer sale el primero
del día. Comienzo a caminar hacia ella.
- Yo también perdí el tren, si quieres podemos hacernos compañía y
platicar en lo que pasa el tiempo, amanece e irnos juntas a la estación.
¿Hasta dónde vas?

Ella permanece en silencio, no se mueve; yo avanzo un poco más, empiezo


a sentir miedo, su silencio me incomoda.

- ¡Podrías encender la luz! Exclama. El tono de su voz cambia, ahora es


firme. ¿Qué haces aquí, no recuerdo haberte visto antes?, enciende la
luz o le hablaré al guardia.

Ahora soy yo la que no avanza, mis piernas se congelan. El frio recorre toda
mi columna. De pronto, se escucha un grito aterrador. Me tapo los oídos,
cierro los ojos. Los abro, ella ya no está. Corro hacia donde estaba
trabajando, tomo mis cosas, se me caen los folders, todos los documentos
salen de su sitio. Recojo todo, me levanto doy un giro.

De pronto esta frente a mí, no me puedo mover, tampoco puedo gritar; su


cabello cubre su rostro, lo despeja con una mano, miro sus ojos, la nariz, los
labios, su palidez. Es mi rostro. Caigo de la cama.
Descubrimiento de la identidad. La educación es un fin, no un medio.

Función. Un país que no se conduce por normas. Sobre las normas, no por ideas.

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