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Código Sigma

Esa mañana la alarma no sonó, se me quedó la billetera y me di cuenta cuando ya estaba en la


entrada del edificio, yo vivía en el sexto piso, así que devolverme fue un dolor de cabeza. Cuando
tomé la micro al fin, pagué, quedándome de pie porque estaba lleno. Me bajé junto a un montón
de gente que iba a la estación de metro también y seguí mi camino, apresurada.

Para variar la gente se encontraba aglomerada a pesar de estar en plena pandemia, pero nada
podía hacerse, la vida tenía que continuar y sin plata, nadie sobrevive al mundo actual.

Una vez ya arriba del metro me sentí más relajada, aunque quizás era la falta de aire que llegaba a
mis pulmones gracias al hacinamiento que había ahí dentro. Con música en mis audífonos traté de
no pensar más en la gente porque tanta multitud me ponía de malas. Me acomodé un poco la
bufanda, liberando ligeramente mi cuello que ya había entrado en calor gracias al transporte
público y en el reflejo de mí que apenas se alcanzaba a ver en la puerta, me acomodé el flequillo
que se había desordenado. Miré mi delineado y por suerte seguía intacto al igual que mi máscara
de pestañas.

En una de las paradas que hizo el metro, un asiento se desocupó, por suerte yo iba a una de las
últimas estaciones, así que no era extraño que un par de sillas estuvieran libres en el trayecto. Me
senté con alivio, arreglando mis pantalones, para luego revisar por última vez todos los papeles
que debía llevar para las propuestas que iba a presentar hoy después del medio día. Sin embargo,
mi ensimismamiento se vio bruscamente afectado con el frenar repentino del metro, una hoja se
me cayó, pero no fue importante en el momento. La confusión, la curiosidad, el silencio repentino,
cosa que nunca había en el transporte público ahora inundaba todo el ambiente, hasta que luego
de un minuto la gente comenzó a volver en sí misma, haciendo ahora sus preguntas en voz alta:
“¿qué pasó?” “¿Habrá un problema con la máquina?” “¿Se irá a tardar demasiado?” “¿Cuándo
volverá a partir?” “¿Hay que evacuar?”.

Sin embargo, todas las preguntas se vieron interrumpidas por la voz de una mujer por el altavoz
del metro: “Sigma. Línea 1, Pajaritos”.

Los murmullos no se hicieron esperar y mi curiosidad se vio alimentada, por lo menos tenía una
buena excusa de mi tardanza en la mañana, pero no tenía idea de qué era Sigma. Una señora
recogió la hoja que se me había caído al piso, aunque parecía tener la idea de entablar una
conversación conmigo respecto a lo que sucedía, quizá venía sola también.

—Qué terrible, ¿cierto? —Me dijo con una expresión afligida— Me pregunto quién habrá sido.

—¿Usted sabe por qué paró el metro? —pregunté, a lo que la mujer me miró con cierta chispa en
los ojos por contarme al respecto, pero no como cahuinera, sino que más bien, para explicarme
qué sucedía.

—Es el código Sigma, lo ocupan acá en el metro para cuando alguien se tira a las vías solo cuando
ya no hay nada que hacer, es decir, la persona murió —agregó para luego masajear su sien afligida
— Te apuesto a que fue un joven como de tu edad. No, si últimamente los jóvenes no ven más allá
de lo que les puede deparar el futuro y solo se matan, es tan terrible. Yo no sé qué haría si mi niña
se me muriera.
No supe qué contestarle a la señora, saber que en ese momento había un cadáver destrozado bajo
las vías en donde yo estaba sentada me causaba nauseas. Me paré automáticamente, como si la
boca de mi estómago fuera a cerrarse de tantos nervios, causándome dolor y solo atiné a
preguntar cuándo nos podríamos ir de aquí.

—Yo ya estuve en uno de estos en otra ocasión, la última vez nos evacuaron en diez minutos, pero
todo el procedimiento de volver a poner el metro en marcha se demoró como una hora, más o
menos.

Yo saqué mi celular una vez había guardado todas las hojas que debía presentar y le marqué a mi
jefa, pero cuando contestó, no salieron palabras de mis labios y terminé cortando. Me sujeté la
frente, la cabeza me dolía un poco, debía ser esta sensación de encierro con tanta gente la que me
estaba volviendo loca. Quería bajarme, necesitaba bajarme, pero las puertas seguían cerradas, el
aire se hacía denso y caluroso, agobiante. Respiraba por la boca lentamente para poder calmar los
nervios, hasta que por fin llegaron los guardias a abrir las puertas para evacuar. La gente, a pesar
de que salía con cierta prisa, no fue la aglomeración que siempre es al llegar cada destino en hora
pico.

Cuando por fin iba subiendo las escaleras para poder respirar algo de aire fresco, unos guardias
iban bajando mientras hablaban respecto al tema “¿Lo viste? Parece que era un cabro chico
después de todo, dicen que tenía como dieciocho”. Con esas palabras el mundo se me vino
encima, mi hermano tenía esa edad, y aunque yo ya no vivía en casa de mis padres, él también
tomaba el metro de vez en cuando. ¿Podría ser él? No, imposible. Es mi hermano, aunque esté en
una edad complicada sé que no se aventaría a las vías del metro… ¿o sí?

Instintivamente mis piernas se quedaron plantadas, no podía dar ni un paso más y encendí mi
celular para llamarlo. Sonaba, sonaba y sonaba, me mandó al buzón de voz, pero volví a marcar y
luego de unos segundos respondió.

—¿Aló? —Era la voz de mi mamá, eso solo me apretó más el pecho— ¿Elena?

—¿Mamá? ¿Dónde está el Diego? ¿Está por ahí? Necesito hablar con él.

—Ya, espérame un poco. ¡Diego, tu hermana te está llamando! —Se escuchó algo lejano el grito al
teléfono— ¡Diego! —reiteró y esta vez se escuchaban sus pasos resonar por el pasillo de la casa—
Parece que salió y se le quedó el celular, quizá está en el metro y te lo encuentras —dijo para
luego despedirse— Chao, guagua, hablamos después mira que estoy ocupadita ahora. Te amo, mil
besitos.

—Ya, chao mami. Cuídese.

La llamada se cortó y aunque quise espantar los pensamientos ansiosos que venían a mi cabeza,
poniéndose en el peor escenario posible.

“Sigma. Línea 1, Pajaritos” Se escuchó a la lejanía casi opacado por el sonido de notificación de mi
celular:

-Me estaba duchando, ¿qué quieres?

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