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La educación psicomotriz
como terapia: “Bruno”.
Bernard Aucouturier y André Lapierre (1977)
En, Editorial Médica y Técnica, S.A., Barcelona:
1980.
Palabras de Presentación.
En este libro ponen a prueba sus conceptos y experiencias ―reeducativas‖. Aquí el terapeuta
está ampliamente implicado. Hay que tomar en cuenta que con un niño perturbado todo es un
matiz y una forma de comunicación (posición, mirada, sonrisa, etc.).
Caso Bruno, llega con Bernard a los 7 y medio años. Bruno no hablaba cuando llegó y todo se
reconstruye a través de la madre. Padre de Bruno era médico, el embarazo de la madre fue
un proceso difícil, el parto se retrasó 15 días y después la medre presentó una grave afección
pulmonar que la hizo quedarse en el hospital más tiempo. Al momento del nacimiento no
hubieron reflejos como el de la marcha, si hubo de succión. Tenía un buen sistema óseo pero
Bruno no caminaba se sentó hasta los 19 meses y hasta los 34 se puso de pie por él solo.
Bruno rechazaba caminar, se caía con frecuencia y presentó signos leves de epilepsias,
retención de la orina hasta de 36 horas.
En cuanto a la comida se observaba una actitud pasiva, no mostraba ningún gusto o rechazo
por ningún alimento en particular. Observaba pero no imitaba, no había comunicación.
Después de estar 8 días con la mamá se fue con su nodriza y después con una tía, tres
hogares en dos meses, no se sentaba y la madre no lo sostenía en brazos. Los médicos
decían que no tenía nada, así que se dedicaban a medicarlo, no hablaba solo decía ma y pa.
Se sugiere no hipervalorar la organicidad. Bruno tenía parálisis cerebral ligera. Los padres no
entran a las sesiones a pesar de poder hacerlo, no camina bien, agita los brazos al hacerlo,
prefiere gatear.
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se ubican en lo que sabe y le gusta hacer, ya que la espontaneidad viene de una motivación
profunda.
1ª fase. Psicomotriz.
Aún no acepta objetos. Bernard permanece inmóvil lo cual es una llamada.
5ª fase. Grafo-sonoro.
Raya en pizarrón y hace ruidos. Hay un intercambio y juego de = y :
Hace desaparecer la huella dejada por el niño, al principio le produce mucha angustia. (va a
los brazos de Bernanrd cada vez que se angustia). Surgen más palabras.
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Esta terapia ha durado tres años, aunque aquí no describiremos más que lo hecho en el
primero, por dos razones: en primer lugar, porque ha sido en ese periodo cuando se ha hecho
el trabajo principal, el “desbloqueo” de la relación, y en segundo, porque es el único que ha
podido ser filmado –lo que nos ha permitido, a posteriori, relatar y analizar todos los detalles.
No se ha pronunciado una sola palabra y no se hará en tanto Bruno no lo haga por sí mismo,
espontáneamente, lo que ocurriría meses más tarde. La relación será estrictamente
infraverbal.
Bruno recorre la sala libremente, explorando este espacio desconocido. Bernard observa; se
ha prohibido toda intervención verbal. ¿Cómo empezar la relación? Únicamente por una
solicitud corporal y motriz, la más primitiva y la menos ―cultural‖ posible.
Bernard escoge el gateo y empieza a desplazarse muy lentamente. Se trata de una llamada a
un modo de regresión, al que podríamos llamar, en una perspectiva filogenética, de ―animal‖.
-Luego Bernard se inmoviliza hacia el centro de la sala. Esta inmovilidad total 1 es una llamada
muda (en el pleno sentido del término, puesto que existe también un ―mutismo gestual‖).
1
La inmovilidad total en el centro de un espacio vacío es siempre sentida como una llamada. Lo hemos
constatado a menudo en el comportamiento de los grupos. Cada vez que un participante se inmoviliza de esta
manera, invariablemente atrae la atención de los demás, centrando sobre él la actividad de los otros. El placer
que él siente muestra claramente que ese interés responde a su deseo inconsciente, manifestado por esa
actitud de espera. Nosotros utilizamos muy a conciencia esta forma de llamada en nuestro lenguaje gestual.
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Esta situación se prosigue cuando Bruno hace entrar todo su cuero en contacto, muy
estrecho, echándose sobre la espalda de Bernard. Y continúa cuando este se tiende cara al
suelo. Conservando el contacto que le confiere seguridad, sobre la espalda de Bernard. Bruno
busca el contacto ahora de sus manos, su cara y su boca en el dorso de Bernard. A partir de
ahí, empieza a interesarse en la cara del otro, a contemplar esa cara, a buscar su mirada.
En toda esta fase, el contacto se ha hecho por la espalda, lo que ha permitido a Bruno no
entablar de golpe la relación frente a frente. Bernard ha permanecido muy pasivo; ha
“prestado” su cuerpo, dejando a Bruno tomar todas las iniciativas. Únicamente cuando Bruno
se interesa por su cara, le responde con la mirada y la sonrisa. Bruno experimentara sobre el
rostro de Bernard todos los contactos de su cuerpo, incluso el de sus pies. Manifiesta una
cierta alegría y sonríe.
Pero es aún demasiado pronto para que Bruno pueda distanciarse. No ha agotado todavía el
placer y el deseo primitivo del contacto corporal que acaba de encontrar. Es necesario que lo
vivencia mas y mas profundamente. Se requerirán varias etapas intermedias antes de que sea
capaz de transferir su carga afectiva sobre los objetos.
Podríamos pensar que Bruno juega ahí con su deseo, que mantiene y amplia con esas
minifrustraciones, o bien que quiere cerciorarse de la seguridad de un placer que puede volver
a encontrar cuando lo desee.
Bernard aprovecha esas rupturas intermitentes para modificar su posición. Se sienta ahora en
un banco. El niño se le acerca, siempre por detrás, y reproduce las situaciones axiales. Se
cambia la posición a arrodillado, sentado sobre los talones. En este momento Bernard
empieza a responder con gestos, tocando al niño con la mano en la cabeza, con un gesto
afectuoso y tranquilizador.
Este gesto despierta en Bruno una reacción agresiva primaria 2; pellizca varias veces el muslo
de Bernard. Este acepta la agresión sin modificar en nada su actitud. Bruno se levanta
entonces y establece el contacto cara a cara; su agresividad es ahora oral y muerde repetidas
2
La mayoría de los niños psicóticos muestran su agresividad de forma primitiva, es decir, no golpean, sino que
pellizcan, arañan y muerden, reacción más cercana a la animalidad que los ―golpes‖, que son modelos más
cercana a la animalidad que los ―golpes‖, que son modelos mas ―humanizados‖.
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Es curioso que el grito haya aparecido espontáneamente en la relación tras esa agresión oral.
Prosigue el dialogo corporal. Bernard de nuevo a gatas. Bruno frete a él, echado sobre la
espalda y en su mismo eje. Con sus pies y luego con las piernas, juega con el cuello, los
hombros, la cabeza, la cara de Bernard, lo que al mismo tiempo permite un intercambio de
miradas.
El contacto de los pies es el más distal, es el que permite el mínimo contacto de la relación
corporal. Esto es algo que se comprueba constantemente en los grupos. Para Bruno es sin
duda una aproximación tranquilizadora en la relación frente a frente. Un deslizamiento
progresivo le permite acercarse más, situándose bajo el cuerpo de Bernard, continuando su
exploración de contacto con las manos, alrededor del cuello, y luego de la cara.
En este momento se establece el primer dialogo sonoro. Bruno lanza gritos inarticulados, pero
su rostro expresa alegría. Bernard, sonriendo, le contesta con gritos análogos. El dialogo cesa
con el contacto.
Ahora Bruno inicia ya el contacto con su terapeuta de frente, incluso cuando este se halla de
pie.
Estos intercambios corporales debían durar cerca de tres meses. Si por ciertos aspectos
pueden recordarnos a los contactos maternales, aun mas evocan una relación puramente
animal; nos hacen pensar en el cachorro jugando con su madre, lo que, en una perspectiva
filogenética, sitúa la regresión en un estado todavía más primitivo.
Este dialogo ha creado, entre Bruno y Bernard, una fuerte carga afectiva, lo que los
psicoanalistas llamarían un “transfert”, pero el terapeuta ha sabido permanecer dominado con
su “contra-transfert”. Su objetivo es ahora desviar de si esa carga afectiva para proyectarla
hacia el mundo, hacia el exterior, para poder dar al niño su autonomía.
3
Se trata en este caso de una carga afectiva hacia ―el otro‖, en tanto que persona humana, es decir, más o
menos sustituta maternal. En la relación dual, del tipo de esta terapia, la carga se dirige forzosamente hacia el
terapeuta, única persona presenta, pero en una relación de grupo, la carga afectiva puede proyectarse hacia
otros participantes, en una relación mutua, más o menos difusa en el grupo. Esta carga afectiva es la que crea
la cohesión y el ―placer del grupo‖, bien conocido en la dinámica de grupo. Dicha carga es la condición básica
de cualquier posibilidad de evolución.
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desviarla a continuación y de manera progresiva hacia otras investiduras. Esa carga afectiva
constituye, creemos nosotros, la base primaria de todo el dinamismo de la persona. A partir de
ahí, nace el deseo de comunicación que permitirá el desarrollo de todas las posibilidades de
expresión, incluido el lenguaje.
Para desviar de él una parte de la afectividad del niño y mediatizar su relación, Bernard
introduce un objeto.
Vamos a recrear el estado bien conocido del ―objeto transicional‖ 4, que constituye una etapa
importante en la evolución del niño normal. Este es el objeto que la madre da al niño, objeto
cargado de su presencia afectiva, sobre el cual podrá el niño transferir una parte de
afectividad. Ese objeto que el niño transporta por todas partes y sin el cual no puede dormirse;
el símbolo de la madre que compensa su ausencia. Este objeto es el que permitirá al niño
iniciar su distanciación, dándole seguridad en una primera toma de distancia afectiva, primer
paso hacia su autonomía.
Es necesario que el objeto sea suave, de contacto agradable. Bernard utiliza unas pequeñas
alfombras5 de las que hemos halado ya anteriormente, en ocasión de un primer itnento
infructuoso. Esta vez, con la experiencia anterior, asegurara una transición interponiendo
progresivamente ese objeto en su relación, ya bien establecida, tratando de darle toda su
significación afectiva (simbólica e inconsciente).
Están echados ambos sobre una alfombra y Bruno, acaso poco seguro aun por la presencia
del objeto, empieza a morder las primeras de Bernard… viene luego un contacto más
próximo, cara a cara, con dialogo de gritos. El rostro de Bruno expresa su alegría, esta
sonriendo. Esa cara ha cambiado ya, se ha hecho más expresiva, ha perdido los estigmas de
―debilidad‖ que mostraba al principio de las sesiones.
Sus gritos parecen ahora menos disonantes, mas cargados de significación afectiva, a pesar
de que continúan siendo inarticulados y sin consonancias fonéticas.
Se hallan aun sobre los tapices, pero esos objetos no han podido ser intercalados todavía en
la relación. Se propone, pues, un objeto de madera al que Bruno transfiere sus mordiscos.
Se instauran nuevos diálogos de gritos, siempre en la posición cara a cara, con contacto
corporal de arropamiento, estando Bruno echado sobre la espalda. Emite gritos iterativos, que
Bernard reproduce.
4
Véase Winnicott: ―Jeu et Réalité‖, N.R.F.
5
La alfombra o tapiz tiene otra ventaja y es la de permitir envolverse en ella, con toda su significación simbólica y
un amplio contacto con el cuerpo.
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Finalmente el dialogo sonoro puede establecerse a distancia, sin contacto corporal e incluso
cada vez mas distanciados con intercambio solamente de miradas.
Bernard devuelve los sonidos como se devuelven una pelota. Solicita luego, con esos mismos
sonidos, el eco de Bruno. Son, incansablemente, esas tres ―palabras‖ que constituyen el
vocabulario primitivo de Bruno, vinculado a resonancias afectivas. A estas ha venido a
sumarse el sonido ―grand‖, que el niño pronuncio una vez (según su madre) a la edad de 6
meses, cuando estaba solo en su silla.
En cuanto al origen del sonido ―ton‖, su madre nos aclara que Bruno tiene un tío que es el jefe
de cabina en una compañía aérea y un día le llevo a visitar el avión. ¿Fue u recuerdo
emocional que dejo una huella profunda en el niño y provoco la aparición del sonido ―ton‖, a
pesar de que, según dice la madre, jamás se utilizo delante de Bruno la palabra ―oncle‖…?
Esta primera meditación de la relación a través del grito ha procedido a la meditación del
objeto. El terapeuta ha seguido al niño por este camino, explotando las situaciones que se
presentaban. Queremos insistir sobre ese respeto de las motivaciones del niño, que nos
permite utilizar todo el dinamismo de su deseo. Quizás, después de todo, “sepa el” mejor que
nosotros lo que conviene a su desarrollo psicogenético. Y, en el caso presente, la mediación
del grito, introducido espontáneamente por Bruno, debía sin duda preceder, en su evolución, a
la mediación por el objeto. Lo que desde una perspectiva ontogénica es perfectamente lógico.
Todo ello no impide a Bernard seguir con su objetivo, una vez superada esa etapa. Propone
ahora una pila de tapices, de colores diversos, que hay en el suelo. Se acercan ambos y
Bernard, para atraer su atención, imprime movimiento a esos objetos.
Tras una breve fase de contacto corporal para adquirir los tapices, como ha visto hacer a
Bernard, pero busca el contacto de esos objetos con la cabeza y hombros, como lo haría un
animal joven, Bernard se aleja una vez estableciendo el contacto con el objeto.
Poco más tarde, Bruno tiene un solo tapiz; lo coge y empieza a jugar torpemente con él,
después, muy deprisa, lo lleva hasta Bernard y se echa en sus brazos –Bernard lo acepta y
empieza de nuevo un dialogo de gritos.
Bruno no puede aun prescindir del contacto directo, pero el hecho de que haya llevado el tapiz
sitúa ya a este en su relación.
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Esta escena se repite varias veces. De manera cada vez mas consiente, Bruno lleva el tapiz y
se precipita en los brazos de Bernard, pero abandonando el tapiz.
Este arropamiento por el objeto, fue preparado, en la fase anterior, por el arropamiento del
niño con el cuerpo del terapeuta.
A partir de ahí, Bruno busca ya ese arropamiento, lo solicita, aunque siempre en el contacto
mediatizado del cuerpo del terapeuta. La acaricia y esconde la cara a continuación,
situándose en posición fetal.
Hete aquí que ahora son ya dos los tapices que lleva a Bernard, pero este, que anda
gateando, ignora la solicitud y prosigue su paseo. Este rechazo deliberado introduce la
primera de las frustraciones, que serán necesarias para liquidar el ―transfert‖.
Bruno reacciona inmediatamente buscando por si solo el contacto de los tapices, sobre los
que se inmoviliza, a gatas y apoyando los brazos, la parte alta del tórax y la mejilla. Vemos ya
que el tapiz ha tomado la significación de un sustituto afectivo que le permite aceptar el
rechazo de Bernard.
Bruno reinicia ahora el dialogo a gritos a distancia con Bernard, pero buscando el contacto de
su cuerpo con el tapiz, al que no abandona.
Cojín que lleva a continuación, a Bernard, antes de apretarlo contra su pecho, paleándolo
largamente con las manos, que se abren y cierran rítmicamente, a la manera de los gatos.
Son exactamente los mismos movimientos con que el principio palpo el cuello de Bernard.
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Bruno trae ahora el tapiz y el cojín, que Bernard, sonriendo, tira lejos de él. Bruno los trae una
vez y otra, hasta que por fin, e interponiendo el cojín entre ambos, se echa en los brazos de
Bernard, al tiempo que esconde la cara.
Bernard empieza ahora a alejarse para obligar a Bruno a acentuar y proseguir sus solicitudes.
Crea así un margen entre el deseo y su realización, una especie de semifrustración que
prolonga la duración del deseo y que quizás le ayude a ―intelectualizarlo‖.
Se propone ahora un nuevo material: cuerdas de algodón, suaves al tacto y de colores vivos.
Bruno se interesa enseguida por estos nuevos objetos. Bernard, sentado en el suelo, se
arrastra hacia atrás, con un paquete de cuerdas entre las manos. El niño le sigue a gatas
conservando el contacto con las cuerdas, que son como un lazo entre ellos. Se acuesta luego
sobre las cuerdas, enroscado entre las piernas de Bernard y se queda muy quieto. Bernard
responde a esa llamada, cubriéndolo con las cuerdas. Se trata de un ―arropamiento‖ mas
simbólico que el del tapiz, ya que la superficie envolvente es muy discontinua; sin embargo
Bruno es ahora capaz de esa simbolización inconsciente; permanece así mucho rato, inmóvil
y silencioso.
Hay que haber vivenciado, en tanto que adulto, esas situaciones de repliegue sobre sí mismo
para comprender toda la profundidad de la vivencia emocional que provocan. Es una
experiencia que marca siempre muy profundamente a los adultos que lo han vivenciado en
nuestros cursillos de formación.
Se levanta por fin, enredado entre las cuerdas y reemprende su gateo, siguiendo a Bernard.
Este hace una tentativa para superar esa masiva investidura afectiva. Saca una cuerda sola y
se la tiende. Bruno le mira y lanza algunos gritos, pero no responde a la solicitación. Vuelve a
acurrucarse entre las piernas de Bernard y pide de nuevo el arropamiento, en el cual se
instala, en contacto muy estrecho con el terapeuta; se lleva el pulgar a la boca, pero lo
introduce muy ligeramente y por muy poco tiempo entre sus labios. Tenemos la impresión de
que no se ―atreve‖… ¿restos de una prohibición de su infancia?
A la reinvestidura afectiva del cuerpo ha sucedido un largo periodo de investidura afectiva del
objeto, a través del tapiz, del cojín y de las cuerdas que han tenido la función de objetos
transicionales.
Esta etapa es muy importante, no solamente para los niños muy perturbados como Bruno,
sino también para todos los niños que presentan dificultades de adaptación, aunque sean
solamente escolares (dislexia, disortografía, alteraciones de lenguaje, etc.) e incluso para los
llamados “normales”, durante sus primeros años de “educación”.
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El adulto, si es padre o más si el educador, tiene siempre prisa por obtener del niño una
utilización racional, “inteligente”, de los objetos. En su ansia por hacer evolucionar al niño
hacia el modelo adulto, tiende a descuidar, a acortar incluso a culpabilizar ese periodo de
vivencia afectiva del objeto, de cuya utilidad no se percata.
La primera relación del niño con el mundo es una relación afectiva que pasa a través del
contacto y las tensiones tónicas de su cuerpo, con el otro y con el objeto, contactos y
tensiones generadoras del placer o disgustos. Ahí reside la primera “comunicación”, la más
profunda y primitiva. Y de ahí nace el interés del niño por el otro y por el objeto.
La evolución psicogenética no es ahora más que una evolución de ese “interés” hacia formas
de satisfacción cada vez más simbólicas, cada vez más abstractas, que no son otra cosa que
placeres sustitutivos.
Es a lo que los psiquiatras llamarían sin duda “regresión”. Esas actitudes regresivas son
espontaneas en el niño –e incluso en el adulto. Corresponden a un deseo inconsciente. Es la
prohibición, la culpabilización y la falta de permisividad lo que no les permite expresarse y
desarrollarse.
No se trata por tanto de “hacer regresar”, sino de “dejar regresar” por una actitud de
aceptación permisiva y desculpabilizante, todo lo más incitadora.
Una vez han sido simbólicamente revividas, con toda la duración e intensidad imprescindibles,
la evolución puede ya reemprender su curso, liberada de los obstáculos que se lo impedían.
Bernard le ha permitido ese regreso pero no termina ahí su papel. No debe dejarle que se
encierre en ese placer regresivo, sino ayudarle progresivamente a ―re-evolucionar‖, a
distanciarse respecto a esa efectividad primaria en la que él ha encontrado de nuevo la carga
positiva, pero que ahora debe reinvestir en actividades más estructuradas, en una relación
diferente con los objetos.
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Bernard, da pie en un ángulo de la sala y con una cuerda en la mano, le atrae con su
inmovilidad. Bruno se dirige hacia él y, tras un breve contacto corporal, le entrega las cuerdas.
Bernard se pasea lentamente por la sala, arrastrando una cuerda. Bruno le sigue, recoge las
cuerdas y se esfuerza por metérselas todas en la mano; Bernard acepta, sin hacer ninguna
manifestación y continúa su paseo. Remarca así su distancia afectiva.
Bruno termina al fin por imitarle, arrastrando también sus cuerdas tras él. Es la primera vez
que Bruno adopta ese comportamiento imitativo, que es, como hemos visto, uno de los
primeros rituales de comunicación socializada.
Luego, del montón de cuerdas que se hallan en el suelo entre ambos, Bruno coge una, la
desenreda y se la tiende a Bernard. Este la acepta, hace una bola con ella y la deja en el
suelo, a su lado. Bruno repite varias veces ese gesto de ―dar‖ (foto n° 1). La comunicación se
hace a distancia, a brazo tendido. Bruno, muy seriamente, escoge las cuerdas con gran
cuidado.
Bernard intenta ahora invertir el sentido de la comunicación y tiende una cuerda a Bruno (foto
n°2), pero este no responde, duda y termina ofreciendo el otra. El niño reproduce aquí su
acuerdo de imitación. Le hace falta superar ese nivel primario de comunicación para alcanzar
el acuerdo de complementariedad que le permite una dinámica de evolución del intercambio.
Bernard coge la cuerda y repite su gesto de ―entrega‖. Esta vez Bruno la toma sin dudar, pero
la conserva en la mano… y al cabo de un instante la devuelve. El mismo proceso se repite
varias veces antes de que se establezca un intercambio real en el que Bruno acepte no
solamente ―dar‖ sino también ―recibir‖ y ―conservar‖6, lo que indica una nueva etapa en la
toma de autonomía del niño. La secuencia motriz toma entonces una continuidad dinámica no
interrumpida por el paso de un actor al otro. Eso es lo que llamamos acuerdo de
complementariedad del que aquí encontramos una de las formas más primitivas. De este
acuerdo nacerán las posibilidades de cooperación.
6
No son solamente esos términos (no pronunciados nunca delante del niño) los que tienen una significación
simbólica, sino la acción en sí misma. En esto nosotros estamos en contra de una interpretación demasiado
estrictamente lingüística de las concepciones de Lacan.
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Con esa intención, Bernard propone unas pelotas, pequeñas y relativamente duras, fría al
contacto. Dichas pelotas se hallan en una papelera, al lado del terapeuta, que se halla
sentado en el suelo y tiende sus manos formando un cuenco. Se trata siempre de una
demanda gestual, dentro de la inmovilidad. Bruno saca dos pelotas de la papelera, pero las
tira lejos, en una de las primeras reacciones del bebe que lanza los objetos para investir el
espacio que él no puede alcanzar. Saca luego una tercera pelota, inicia el gesto de lanzarla,
pero cambia de parecer y va a depositarla suavemente en las manos de Bernard. Tras
algunas indecisiones, se establece la comunicación de forma estable; Bruno tomo y da
sucesivamente varias pelotas, con una sola mano.
Bernard coge ahora el cojín en sus brazos y sitúa las pelotas entre éste y su pecho. El objeto
entregado es el sustito simbólico del yo (es toda la significación del regalo). Con ese gesto el
terapeuta remarca esa significación simbólica; es Bruno, representado por el objeto dado, el
que es reemplazado, a nivel simbólico, en la relación afectiva precedentemente vivenciada a
nivel real. ¿Pueden considerarse las dificultades de Bruno para dar como un rechazo
inconsciente de ―darse‖?...
Pero ahora que Bruno ha reaprendido a dar, debe asimismo experimentar la frustración, la
negación del otro a recibir, que le obligará para poder satisfacer su deseo de hacer, a una
acción autónoma (foto n°3). Bernard se cruza de brazos y mira a lo lejos. Bruno lanza
entonces las pelotas por la sala. A partir de ese momento, el niño empieza a jugar solo con las
pelotas, manoseándolas y haciéndolas rodas por el suelo. Es el principio de una cierta
autonomía.
Autonomía que afirmara, en la siguiente sesión, por la oposición, el rechazo. Se niega a dar
las pelotas, a recibirlas, las tira por la sala, en todas direcciones, las rechaza desdeñosamente
con el pie. Agita los brazos, con aquel ―batido de alas‖ de las primeras sesiones y rostro
cariacontecido.
En las sesiones siguientes empieza de nuevo una relación más cooperativa, con el
intercambio de pelotas a distancia. A pesar de que sus gestos sean aun mas torpones,
―apunta‖ ya más concienzudamente. Se halla ahora en el camino de adquirir la noción de
dirección, que deriva inicialmente de los primeros intercambios afectivos; hacia mí, hacia el
otro, recibir, dar7.
7
Sobre este aspecto, véase nuestro libro: Los Contrastes, Editorial Científico-Médica, Barcelona.
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Se propone ahora un nuevo objeto que permitirá relacionar el sonido con el movimiento. Se
trata de una pelota de ping-pong que Bernard y Bruno se lanzan y devuelven por el suelo. El
sonido de esta pelota place sobremanera a Bruno, de tal forma que, cuando se pierde por
cualquier rincón, se pone a buscarla afanosamente, prescindiendo de las demás pelotas que
hay por allí, con gran aplicación, explorando metódicamente cada metro cuadrado de
superficie.
Una vez la ha encontrado, se la lleva a Bernard y se echa en sus brazos. Esta búsqueda de
un contacto corporal, que le da seguridad, aparece ahora raramente, solo en las situaciones
emocionales.
A partir del ruido de esa pelota, Bruno empieza a interesarse por los sonidos. Golpea con un
mazo los platillos8 los examina a continuación detenidamente bajo todos los ángulos, como si
se preguntase sobre el origen del sonido que producen.
Es la primera vez que Bruno ―golpea‖, que como hemos visto al hablar de la agresividad, es
un gesto típicamente humano.
En este momento pronuncia Bruno su primera palabra: ―Tambor‖, sin duda que dicha palabra
haya sido nunca pronunciada por Bernard (foto n°4), y la articula casi perfectamente.
En este un hecho sorprendente que ha originado múltiples discusiones entre los distintos
especialistas que han visto el film: psiquiatras, psicólogos, psicoanalistas, ortofonistas,
educadores y reeducadores diversos.
8
Platillos con pie-soporte.
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Puede quizás ser también el “olvido” del “problema”, el olvido de ese mutismo sobre el que se
hace polarizado todo el mundo, tratando de vencerlo. Toda esa “polarización” sobre un
“déficit” no hace más que cristalizarlo, estructurarlo, institucionalizarlo y, a fin de cuentas,
reforzar las defensas inconscientes que mantienen el rechazo.
Bernard, por el contrario, ignoro voluntariamente el déficit y no trato nunca de hacer hablar al
niño.
Bruno quedo así liberado del deseo de adulto y, por ende liberado de la ansiedad, de la
angustia que provocaba en el ese deseo que no podía satisfacer, aunque existiera acaso un
deseo consciente, por la prevalencia de su rechazo inconsciente liberado de esa ambivalencia
conflictual, liberado de la necesidad de defender su síntoma contra la voluntad del adulto, el
niño ha podido reencontrar la autonomía de su propio deseo. Ha podido expresarlo con una
persona que lo ha aceptado, respondiéndole en el mismo lenguaje, en el mismo nivel primitivo
de comunicación.
Esto pone sobre el tapete de nuevo la concepción de las “reeducaciones” tradicionales, cuya
actividad se centra siempre sobre el “deficit”, la “falta”, es decir, lo negativo el niño.
Bruno ha hablado. Ha pronunciado una sola palabra, pero ha hablado, probado que había en
el, a pesar de la afirmación del neurólogo, la posibilidad de acceder al lenguaje, y
probablemente hay a su disposición, en algún lugar, un lenguaje ya estructurado.
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levantamiento de la inhibición, pero muy fugaz. Precipitarse en seguida sobre esa nueva
posibilidad, sería crear de nuevo el problema y como consecuencia hacer renacer el bloque.
Hay por tanto que abstenerse de hacer modificación alguna y mucho menos dar importancia a
esa adquisición9.Bernard adopta, por tanto, una actitud neutra, como si aquello fuese lo más
natural del mundo. Se limitara, cada vez que Bruno pronuncie una nueva palabra, a utilizarla a
su vez en la relación con el niño.
La sesión prosigue cogiendo Bernard una pandereta, que enseña de lejos a Bruno. Este
responde a la solicitud acudiendo y poniéndose a golpear con su baqueta en la pandereta que
sostiene el terapeuta.
Esta nueva etapa requiere una seguridad, por lo que Bruno, tras haber suprimido ya un
intermediario (golpea directamente con la mano en la pandereta), se precipita de nuevo en los
brazos de Bernard.
Para mediatizar aun más la comunicación vamos a introducir un objeto fijo, neutro que servirá
simplemente de ―reflector‖ entre Bruno y Bernard. Se trata de un encerado, encerado sonoro,
hecho de manera, que va a permitir igualmente asociar el sonido al trazo grafico dejado por el
gesto.
Ese gran encerado se fija verticalmente a la espaldera. Bernard y Bruno disponen cada uno
de un trozo de tiza en la mano. Bernard traza líneas cortas, en todos los sentidos, al azar,
golpeando con la tiza. Bruno parece muy interesado y le imita muy pronto. Rápidamente se
establece una alternancia regular, una especie de ritmo. Tras cada raya, Bruno mira a
Bernard, como para asegurarse euq el mensaje ha llegado bien a su destino y luego sonríe.
Parece contento. A consecuencia de su enfermedad motriz, tiene algunas dificultades para
mantener la tiza, pero que no parece preocuparle, tan absorbido se halla en la acción. Cuando
la tiza se le cae, Bernard la recoge y se la pone de nuevo en la mano, con lo que Bruno
reanuda su actividad, como si no hubiese pasado nada. No da ninguna importancia al
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Con esto nos situamos en las antípodas de las técnicas behavioristas. Nada de gratificaciones ni de esfuerzos
positivos.
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incidente. Este enfrentamiento total en la acción nos parece mucho más eficaz que todas las
―reeducaciones de la motricidad fina‖ racionalmente estructuradas e impuestas por el adulto.
De hecho, Bruno esta dominando rápidamente, y por si mimo, sus dificultades.
Bernard introduce entonces otra situación, que supera a la imitación; va borrando, con una
esponja húmeda, los trazos de Bruno. Hace, con esto, desaparecer la huella dejada por el
niño, originando en él una reacción de afirmación. Efectivamente, Bruno hace inmediatamente
un nuevo trazo, en el mismo lugar y cada vez más deprisa, a medida que Bernard lo borra.
Pone en ello un real empeño que demuestra su voluntad de existir.
Bernard intenta entonces invertir la situación; Bruno debe afirmarse también borrando a
Bernard.
En la superficie aun húmeda, traza una raya y tiende a continuación la esponja al niño. Este
coge la esponja, pero borra en otro sitio… con un solo gesto, devuelve la esponja a Bernard y
se pone a trazar rayas él solo, rápidamente. Bernard le deja hacer, traza a su vez y le vuelve a
dar la esponja, obteniendo la misma reacción.
Borra entonces Bernard todo el encerado y traza una raya, bien marcada, en medio de la
superficie húmeda. Esto es una provocación. Pero cuando vuelve a entregar la esponja a
Bruno, este se limita a pasarla tímidamente por el lado de la raya, sin tocarla, es decir,
respetando el trazo de Bernard.
Éste no insiste más. Se continua jugando con los sonidos y los trazos Bruno descubre ahora
el punto (sonido breve) y la raya (sonido largo). Aparece luego espontáneamente una
estructura, hecho por Bruno; se trata de una raya y dos puntos (- ..). Bernard la reproduce
enseguida en el encerado y progresivamente se va entablando un dialogo de respuestas
complementarias centrado en aquella estructura: Bruno traza una raya, Bernard responde con
dos puntos. Bernard marcados puntos, Bruno responde con una raya… etc. Se producen
algunos errores, pero ello no obsta para poder ver que el niño ha comprendido el sistema de
comunicación que se le ha propuesto. Ha alcanzado así a una primera codificación. Ha
sobrepasado el estadio de la imitación para acceder al de la complementariedad estructural.
Esto indica una evolución importante.
En la siguiente sesión, algunos días más tarde, Bruno recuerda lo hecho anteriormente y
espontáneamente abre de nuevo el dialogo, sobre la misma estructura, afirmando mejor sus
respuestas. El juego dura mucho rato, pero el niño no lleva trazas de cansarse, concentrado
por completo en el encerado y ha dejado de mirar a Bernard, con lo que la mediación ha
quedado asegurada. Cuando éste se aleja, dejándole solo enfrente al encerado, Bruno
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Éste se propone entonces utilizar otro material, la esponja húmeda, que deja una huella en
dos dimensiones sobre la pizarra. Pero Bruno parece temerle al agua. De pequeño le gustaba
el agua, pero luego, durante un largo periodo se negó a entrar en el baño o la ducha.
Bruno se acerca, la toca prudentemente y se aleja mirando a Bernard. Este le dirige una
sonrisa tranquilizadora, con lo que el niño se enardece, acercándose al cubo, se agacha y
contempla durante un buen rato la superficie.
El encerado se halla ahora sobre el suelo, plano. Bernard lo limpia con la esponja húmeda y
hace una gran mancha con tiza verde. Bruno acepta ahora la esponja… y borra.
Juega durante bastante tiempo con la esponja, familiarizándose con la humedad y luego,
espontáneamente, traza una raya y la borra luego. A su vez, Bernard traza otra raya… y en
esta ocasión Bruno acepta hacer desaparecer la raya. Le ha costado mucho tiempo aceptar
este acto simbólico.
Durante toda esta fase, el sonido y el grafismo, producidos simultáneamente, han estado
estrechamente asociados. ¿Se puede intentar disociarlos para crear para crear una
transposición diferida: sonido grafismo, o grafismo sonido? Bernard lo va aprobar
proponiendo asociar la pandereta al encerado.
El encerado permanece en el suelo. Bernard está sentado al lado y Bruno, sentado un poco
más lejos, tiene en la mano una banqueta y delante una pandereta. Da 3 golpes espaciados
regularmente. Bernard traza, golpeando, 3 rayas cortas. Bruno lo observa largamente.
Bernard da un golpe, al que Bruno no responde, pero, tras un momento, da dos golpes… y
espera lo que hará Bernard. Éste responde y Bruno sonríe; ha comprendido y ese juego le
divierte mucho. El dialogo prosigue, esperando cada vez el niño que el terapeuta le devuelva
su eco.
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Se cambian los papeles. Bernard toma la pandereta y Bruno la tiza. Pero éste rechaza esta
situación y agita las manos en signo de oposición. Ese ―batido de alas‖, que era tan frecuente
al principio, denota siempre en él una situación de rechazo por inseguridad. Hay que acudir
pues de nuevo a la situación inicial –Bernard en la pizarra y Bruno con la pandereta.
En principio es Bruno el que ―manda‖ y Bernard imita; pero Bernard opta por tomar ahora él la
iniciativa. Bruno acepta responder, pero dilatando el tiempo de espera, cpon morosidad y una
cierta mala gana, reproduciendo más o menos las estructuras propuestas y sin prestar gran
atención al número.
Quizás la ―distanciación‖ ha sido demasiado precipitada, o bien causas externas han venido a
perpetuar al niño, el caso es que una de las sesiones siguientes, Bruno tiene una nueva crisis
de oposición. Tira las tizas al suelo, se niega a todo y agita otra vez las manos. Hay que darle
una nueva seguridad a través del contacto corporal.
Esas frases regresivas no son excepcionales, pues se producen en todos los niños y es
necesario responder ya que manifiestan una necesidad profunda. Debe aceptarse el volver un
instante atrás para poder encontrar de nuevo seguridad y dinamismo afectivos, antes de
empezar una nueva progresión. Aceptar la regresión y responder, para poder sacar provecho
posterior, nos parece que es la mejor conducta a seguir.
Bernard toma otra vez al niño en sus brazos y Bruno desarrolla durante un instant6e su
agresividad oral mordiéndole los brazos. El mordisco es, sin embargo, suficientemente
simbólico para ser soportable. Luego, echando en el suelo y arropado por el cuerpo de
Bernard, se relaja y sonríe, con cara de felicidad.
Manteniendo al niño en sus brazos, Bernard empieza a jugar con sus manos. Va a volver a la
noción de golpes sonoros, a un nivel más corporal; da una palmada y Bruno responde dando
también palmadas. Las demandas y respuestas se encadenan bien en ambos sentidos.
Luego Bruno toma la iniciativa de dar palmadas sobre las manos de Bernard y éste le
responde del mismo modo, hasta que sus manos se entrecruzan. El niño sonríe, está
contento. Bernard puede ahora ya reiniciar progresivamente la distanciación sin interrumpir el
trabajo de las palmadas de Bruno.
Durante este periodo han aparecido nuevas palabras: ―cre‖ (craie-tiza), (piano), ―tare‖
(guitare), ―grand‖, ―petit‖.
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6° fase: La cooperación
constructiva
Vamos a volver de nuevo a los objetos, pero en esta ocasión no serán ya objetos suaves,
agradables, que suscitan una relación afectiva; los objetos que ahora propone Bernard son
planchas rectangulares, barnizadas. Son objetos duros, fríos, angulosos, estructurados e
indeformables.
La introducción de ese tipo de objetos, tanto en una relación educativa como en una relación
terapéutica, marca, para nosotros, una nueva etapa, una distanciación afectiva. Tas haber
vivenciado el estadio del objeto transicional, Bruno debe establecer ahora una nueva relación
con el objeto, más racional, una relación de utilización constructiva.
No se tiene quizás demasiado en cuenta, cuando se trata con niños pequeños (en la
enseñanza preescolar, por ejemplo) o con niños que presentan un retraso afectivo, esta
distinción simbólica entre esos dos tipos de objetos y de la transición necesaria que ella
implica para hacer evolucionar la relación en el mundo. El estadio de vivencia afectiva del
objeto está en general poco valorizado, cuando no negado, y se quiere precipitar demasiado
pronto al niño en una vivencia racional, a la que su simbiosis afectiva con la madre no le
permite aún acceder.
Bruno no tuvo jamás actividades constructivas con los objetos. Sus padres intentaron
interesarlo con esos juegos que se dan a los niños pequeños, pero que en él no despertaron
ninguna admiración; únicamente pareció tomar conciencia de un cierto número de formas,
tales como el círculo, el cuadrado, el rectángulo, etc. Encerrado en su bloqueo afectivo, no
tenía acceso alguno a la actividad estructurante.
Puesto en presencia de las planchas, Bruno las acepta, las manipula con interés, las
intercambia con Bernard; luego Bernard se las va dando una por una y él las va apilando. La
formación de las pilas es una de las primeras actividades constructivas del niño, es la primera
relación que él establece espontáneamente con los objetos y en la que aparece muy pronto, la
alineación. Pero Bruno se obstina en un apilado concienzudo que tiene, cada vez más, a la
coincidencia de las formas.
Al terminar Bruno de apilar todas las planchas, Bernard interviene la relación. Ahora es él el
que pide, teniendo la mano, y Bruno inmediatamente se las va pasando, una a una. Con esos
objetos, Bernard construye una especie de ―castillo de naipes‖, hecho con tres planchas.
El niño, con gesto natural y sin ninguna agresividad aparente, lo derriba.
Es esa la reacción primitiva habitual del bebé, que destruye sistemáticamente todo lo que el
adulto construye frente a él (las pilas de cubos muy especialmente). Para él, que no sabe
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construir, esa destrucción es un acto positivo, una acción sobre los objetos, una modificación
voluntaria de su estructura, una afirmación de sí.
Es normal que Bruno pase por ese estadio y no hay porque culpabilizarlo.
Se va a proponer ahora otro tipo de material; la pintura a dedo sobre papel. Los colores
elegidos inicialmente por el terapeuta son el rojo y el azul, colores simbolitos de la sangre,
vinculada –en la forma de pensar de Bernard, pero que quizá puede el niño
inconscientemente percibir—a la cianosis experimentada por la madre y el niño durante el
parto.
Bruno, sentado a lado del papel, observa con interés tanto el rostro de Bernard como lo que
hace. Luego, parece no encontrarse a gusto, empieza a frotar el dorso de sus manos contra
su cuerpo y finalmente, cuando Bernard hace el gesto de aproximar sus dedos llenos de
pintura al muslo de Bruno, éste lo frota enérgicamente, durante mucho rato, compulsivamente,
como para borrar una mancha imaginaria. Demuestra, con ello, rechazar la ―mancha‖, la sola
idea de la mancha, en una reacción fóbica.
Esta fobia por la mancha, con toda su significación simbólica, es un síntoma clásico en
psiquiatría. Recordemos los problemas de Bruno con sus excrementos.
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Módulo II: Desarrollo de competencias para la comunicación y el lenguaje Crear 22
Bernard insiste, acercando suavemente su índice a la rodilla de Bruno, son llegar a tocarlo. Se
produce la misma reacción de intento de limpieza, nervioso e insistente. El niño no mira ya al
terapeuta, no tiene ojos más que para su sodilla, con su mancha imaginaria.
Toma luego al niño en sus brazos, lo coloca entre sus piernas, inmovilizando sus rodillas con
su propia pierna y, aprovechando ese contacto confiante, obliga al niño a aceptar la mancha
roja que le hace en la rodilla. Bruno mira desde cerca, apoyado en el muslo de Bernard. No
intenta desprenderse y no hace gesto alguno de borrar. Durante un momento hunde su cara
en el muslo de Bernard, para esconderla luego sobre la otra rodilla. Parece no querer ver,
pero acepta, no obstante, la caricia de los dedos.
Toma luego Bernard la mano del niño, le moja los dedos en pintura y los pasa repetidamente
sobre la rodilla del niño, haciéndole dejar su propio trazo sobre el papel.
Bruno levanta por fin la cabeza, sonríe mirando a Bernard y le dirige algunos sonidos vocales:
―rouge‖ (rojo).
A partir de ese momento, la situación queda desbloqueada. Bruno acepta pintarrajear algunos
trazos sobre el papel y luego, a incitación de Bernard, le pinta los brazos, con gran placer,
para aceptar, a continuación, que le pinta los brazos, con gran placer, para aceptar, a
continuación, que le pinten también a él los brazos. Se instaura entonces un intercambio a
través de las manchas sobre el cuerpo del otro (foto n°7). Bruno se muestra radiante y
parlotea.
Bruno pronuncia entonces nuevas palabras: ―rouge‖ (rojo), ―bleu‖ (azul), ―jaune‖ (amarillo),
―peinture‖ (pintura)…
Bernard vuelve con la pintura roja, moja sus dedos en ella y tomando los dedos de Bruno se
los frota con los suyos para pintárselos. Luego le hace pintarse él solo los brazos, lo que el
niño lleva a cabo espontáneamente.
Se observara que hay ahí todo un intercambio simbólico en la transmisión de las manchas de
un cuerpo al otro. Bruno no se ha mojado todavía los dedos en el bote de la pintura. Su
contacto con la pintura se ha establecido hasta ahora a través del cuerpo de Bernard. Ha sido
la carga afectiva con la que ha investido el cuerpo del terapeuta en el transcurso de las
primeras sesiones, la que le ha permitido aceptar esa situación, muy stressante para él, y
dominarla.
Pintarse uno mismo o ser pintado por el otro, son situaciones con una resonancia afectiva
diferente.
Con la pintura azul, introducida y manipulada de acuerdo con los mismos principios, Bruno
repite, aunque por poco tiempo, sus preocupaciones de limpieza, a pesar de haber ido él
mismo a recoger la pintura de los dedos de Bernard.
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Se mira durante un buen rato sus manos pintadas, de un lado y de otro, hasta que por fin, con
un dedo, se traza una raya azul en la mejilla y rompe a hablar.
Es ésta una nueva reacción de Bruno, en quien las situaciones de inseguridad originan
emisiones verbales. Sin duda, es el descubrimiento de la acción segurizante del lenguaje, que
tan a menudo observamos en los grupos de niños y en especial de los adultos, cuando se
encuentran en una situación ansiógena.
Ahora ya, aunque en la misma posición segura de contactos con el terapeuta, Bruno puede
mojar él mismo sus dedos en la pintura y trazar rayas en el papel con las manos (foto n°8).
Sigue diciendo ―peinture‖, ―blue‖, ―rouge‖, etc…. Toma iniciativas, mezcla las manchas de
color las superpone, Bernard le imita, le responde a través de los trazos.
Las primeras ―marcas‖ de Bruno son meros toques; apoya las puntas de los dedos pintados
sobre el papel, los retira y observa el resultado de su gesto, pero, poco a poco, se decide a
desplazar los dedos por el papel, hasta que se lanza decidido a emborronarlo todo. Se halla
muy ocupado, muy concentrado en esa actividad nueva para él.
Para nosotros es ésta una actividad simbólica muy importante. La llamamos ―dejar huella‖,
una huella de su presencia, una huella que simboliza esa presencia y le da perennidad. Ahí
reside la base afectiva profunda, inconsciente, de todas las actividades de expresión plástica
y, posteriormente, de la escritura1.
Bruno no tuvo jamás acceso a esa actividad simbólica. A los 7 ½ años, sus actividades
gráficas y plásticas eran inexistentes; puesto frente a pasta de modelar o arcilla, lo único que
sabía hacer era llevárselas a la boca.
Pero cabe preguntarse si esa ausencia total de expresión plástica no está también, al igual
que la ausencia de expresión verbal o la ausencia de actividad estructurante, vinculada a esa
imposibilidad, a ese rechazo inconsciente de expresarse, de comunicar, de ―salir de sí mismo‖
de alguna manera.
Ahora que el niño ya domina la situación, Bernard puede romper el contacto corporal, alejarse,
distanciarse. Bruno continua solo su actividad. Lleno de pintura, ―pinta‖ con las dos manos, sin
dejar de hablar con Bernard.
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-―No, azul‖
-―Bueno, pues la azul‖
-―Mcha (mucha) azul‖
-―Con la mano –con el pie‖
Por rudimentaria que sea, se trata de una verdadera ―conversación‖, con intercambio de
ideas, observaciones e intenciones. Es la primera vez que Bruno mantiene un dialogo tan
prolongado.
Para terminar ese proceso de liberación, han utilizado los pies. Son dudarlo, e imitando al
terapeuta, el niño moja directamente sus pies en la pintura y deja sus huellas en el papel.
Pero luego es necesario lavarse… y , de golpe, Bruno acepta el agua. Frente al lavabo no
muestra aprensión alguna, acepta que Bernard le lave la cara al chorro mientras chapotea con
las manos en el agua sucia de la cubeta, ayuda también a Bernard a lavarse las piernas,
juega con la esponja, salpica por todas partes, se siente feliz.
Así termina el primer año de la terapia psicomotriz, la única que se haya filmado, lo que nos
permite, a posteriori, el analizarla detalladamente y narrarla.
En este primer año se ha hecho el trabajo fundamental, que permitiría la ulterior evolución de
Bruno.
Recordemos que apenas había adquirido la bipedestación y una marcha segura. Vivía a un
nivel casi vegetativo, en un estado de dependencia total y con unas posibilidades de
expresión y comunicación prácticamente inexistentes.
Y sin embargo Bruno no era un débil profundo. Tenía infinitamente más posibilidades que las
que empleaba. Era el problema neurológico real que, como sucede a menudo, había
enmascarado el problema psicológico concomitante o añadido. Todas sus alteraciones se
achacaban a la enfermedad cerebral, orgánica, cuando una buena parte de ellas mostraban
una etiología muy diferente, con base psicoafectiva.
Es notable que, aparte de la aparición espontánea del lenguaje, que ha sido el fenómeno
espectacular, las posibilidades motrices de Bruno han experimentado una gran mejoría, tanto
a nivel de precisión y conducción del gesto, como a nivel del control tónico, del movimiento
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voluntario, o a nivel de expresión facial, y todo ello sin ninguna reeducación especifica, sin
ningún ejercicio construido de coordinación estática, dinámica, oculomanual, o cualquier otro.
La evolución comprobada en el transcurso de las sesiones se ha hecho extensiva a todas las
actividades de la vida corriente, tendiendo el niño cada vez más hacia autonomía que los dos
años siguientes de terapéutica psicomotriz deben ayudar a confirmarse.
Quizás pueda sorprender la simplicidad aparente de los medio empleados. Unos pocos
objetos simples, unos cuantos gestos simples, juiciosamente escogidos, mucha sobriedad y
nada de palabras, es decir, una gran desnudez, pero una gran riqueza simbólica en ese
dialogo con Bruno, jamás se ha recurrido a lo imaginario, se ha hecho todo a nivel simbólico,
que es lo que da a esa relación su profundidad y su simplicidad.
El niño ―normal‖ vive en lo imaginario y es bueno en ocasiones seguirle… pero no precederle.
Lo imaginario es a menudo una fuga para el niño… y para el terapeuta. En terapia verbal, el
psicoanalista puede ayudar al niño a descubrir la dimensión simbólica que se esconde tras lo
imaginario. En terapia psicomotriz preferimos una relación simbólica directa, que no necesita
ser explicitada por medio del lenguaje. Ahí, reside precisamente, la originalidad del enfoque
psicomotriz.
Pero para que esa relación alcance su objetivo, es necesario que esté lo más desnuda
posible. Frente a la agitación del terapeuta y la multiplicidad de las solicitaciones, que
enmascaran su inseguridad, el niño no comprende que los ―mensajes‖ sean simples,
tranquilos, espaciados, poco numerosos pero precisos… y que el terapeuta sepa esperar la
respuesta, antes de lanzar otro nuevo. Todo eso requiere un gran dominio de sí, de su cuerpo,
de ese cuerpo que habla al niño un lenguaje cuya simplicidad simbólica le es inmediatamente
accesible.
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