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Una Ética para la madre tierra

Una radical propuesta para un mal profundo

Desde el origen de la humanidad, un sentimiento parte de nuestros adentros ha sido el miedo.


Ello ha encontrado su sentido en ser una herramienta de supervivencia. Sentíamos miedo de
los potenciales depredadores, más delante de posibles rivales de la misma especie, por ello
cobraba sentido la agrupación. Superadas nuestras primeras etapas, acechó el miedo a la
guerra, el hambre, y de forma doctrinal a la idea de infierno. Ahora sabemos que en la historia
de la Tierra hubo varias extinciones, periodos donde se diezmaron de forma masiva múltiples
formas de vida, por variaciones en la atmosfera, los mares, o por el peligro de los asteroides
que chocaron en la Tierra. Pues bien, la ciencia nos arroja a la cara como una bofetada la
actual realidad, el peligro principal para la humanidad no son los meteoritos, ni la fuerza de la
naturaleza desbocada, el peligro principal para la tierra y la humanidad, hoy, es el humano.

Estamos ante el grito ahogado de la naturaleza, vibra tan fuerte que retumba hasta la
última célula del corazón de los que han sentido el grito.

Entonces, fácilmente se puede creer que ante tal grito y la inminente autodestrucción
hay que buscar una solución. Sí, es cierto, pero se ha de proceder con profundidad, para poder
dar pasos muy firmes, la situación así lo requiere. Antes de abordar el problema, y tratar de
buscar soluciones inmediatas, lo prudente y más sabio aquí es saber cuál es el origen del
problema, cómo articular una solución universal para la totalidad diversa del planeta, una
sociedad a la que el capitalismo está tratando de homogeneizar. Además de profundizar
teóricamente es necesario encontrar modelos fácticos, donde poder vislumbrar pequeños
brotes de luz, para poder seguir el camino e ir intensificando esos focos luminosos, que
finalmente puedan arrojar claridad a la totalidad de la humanidad.

La cuestión de la destrucción del planeta se ha transformado en un hecho científico


aceptado y asimilado por los diferentes organismos internacionales, estamos destruyendo a la
naturaleza, estamos en pleno camino de extinguir masivamente la vida en ella, a la que hemos
explotado en beneficio de unos pocos. Para que estos pocos puedan ser infinitamente ricos ha
tenido que haber muchísimos que sean miserablemente pobres.

Si en algún punto de la historia moderna del hombre hubo un punto en el que la


situación fue reversible, hoy en día se ha cruzado el punto de no retorno, siguiendo la
metáfora del reloj: si la historia de la Tierra se reduce a 24 horas, en los últimos segundos de la
historia hemos diezmado los bosques, saqueado los recursos, dañado gravemente la
atmosfera, y explotado miserablemente los recursos naturales, incluyendo en ello un trato
inhumano hacia los animales. Se necesita una solución inminente.

La cuestión no es si este modelo o aquel están diezmando nuestra casa y nuestras


múltiples formas de vida. Antes de ello cabe preguntarse, qué hay en nosotros que nos ha
hecho llegar a esta situación. Y es que el paradigma de naturaleza de la antigüedad se perdió.
El pensamiento antiguo supo reconocer sabiamente el valor precioso de la Tierra, como si de
una joya de incalculable valor se tratase. Es por eso que en Aristóteles se reverenciaba la
naturaleza, y en culturas antiguas se conocía a esta como la Pacha Mama, por eso se estableció
una relación de contemplación y respeto. Pues bien, este paradigma cambió con la
modernidad y podemos encontrar en Francis Bacon el punto de inflexión donde se encuentra
el cambio de paradigma, ahora no se trata de contemplar, conocer y respetar a la naturaleza,
sino de torturarla, retorcerla y descomponerla para acceder al conocimiento, por ello la
famosa frase de conocimiento es poder. Sin embargo, podemos atisbar un antecedente teórico
de ello. Lo encontramos en Descartes que al afirmar la radical diferencia entre materia y
espíritu acaba teniendo que afirmar que el resto de las criaturas carecen de alma y son meros
autómatas, si se les daña chillan, al estilo que hace el ruido una maquina cuando sufre una
avería. Más adelante como consecuencia de este cambio de paradigma y con la irrupción del
pensamiento liberal en la política, el intercambio se mercantiliza, la explotación se convierte
en norma, y los valores como cooperación, solidaridad, se traducen como acumulación de
riqueza sin límite, competencia, individualidad. Todo lo anterior citado deriva en una
explotación salvaje y descontrolada de la casa que habitamos llamada Madre Tierra.

Tras habernos acercado al fondo teórico de lo que hoy concebimos como naturaleza,
una fuente inagotable e infinita de recursos que está al servicio de nuestro insaciable apetito
de riqueza y de conocimiento, cabe preguntarse: ¿Cuál debería ser el horizonte de acción
humana, una vez sentadas las coordenadas de dónde estamos actualmente?

Aunque la solución es clara, elaborar un nuevo modelo de conducta universal para con
el resto de los seres vivos y para con la Madre Tierra. Debemos profundizar en la cuestión de
precisamente esta universalidad, debido a que vivimos en un mundo plural donde miles de
culturas, con sus usos y costumbres, viven y tratan de convivir. Ello es problemático, a la vez
que se reconoce que la diversidad supone riqueza, si esta se articula en pos de un gesto
universalmente bueno. Si la humanidad se caracteriza por ser actualmente tan diversa hemos
de reconocer qué hay en lo mucho, que podamos reconocer como uno. La solución se puede
esbozar así: aunque seamos tan diferentes, hay algo que nos aúna, tenemos un enemigo
común, la amenaza a la tierra ya no son los meteoritos, sino, el hombre. Además de ello
también nos sabemos universalmente hospitalarios. Todo pueblo ha necesitado de unas
normas que articulen la convivencia y unos valores por encima de ello, que hagan una vida
buena, esto es universal. Estas dos cosas nos aúnan, sumado a ello, la virtud intrínseca de
cuidado que está en la base de la humanidad. Por tanto, se vislumbra una posible solución
universal, al problema, una serie de preceptos universalmente aceptados por todo pueblo, por
muy diferente que sea.

La Ética universal para la Madre Tierra, deberá fundarse en un nuevo paradigma de


hombre, aquel ser que siente de forma tan intensa que revela ese sentimiento como pasión,
una fuerza tan honda que haga apreciar el valor intrínsecamente precioso de la vida, de la
Tierra y la naturaleza como un todo del que somos mera parte. En la base de la Ética deberá
estar la sensibilidad. Este punto de partida se puede traducir en cuatro principios universales:
el de compasión (padecer con, y reconocer la potencialidad del otro) respeto de la alteridad, el
principio de responsabilidad, sabernos directamente responsables de nuestra conducta y ante
una propuesta(fundamentalismo, acumulación de riqueza) dar una respuesta responsable, es
decir, no siendo indiferente ante el otro,y por último solidaridad, que quiere decir que somos
interdependiente con el entorno que nos rodea, situarnos horizontalmente frente al resto de
criaturas y el cosmos, y acoger al otro como hermano y hermana. Por tanto, los ideales
comunes serán cuatro también: perseguir el bien común (sentido original), la justa medida,
respetar el largo proceso cósmico que generó equilibro. El consumo sobrio y la sostenibilidad
(obtener recursos respetando la capacidad regenerativa del planeta).
No nos podemos quedar en el marco teórico de una Ética universal para la Madre
Tierra. Es necesario, nuestro planeta y nuestros hermanos y hermanas, lo requieren
urgentemente. Por ello la otra cara de la moneda del proyecto debe ser un documento
firmado por todos los países asumiendo un mínimo indispensable de normas de conducta,
asumiendo primeramente que el capitalismo y la mentalidad neoliberal están destruyendo el
Planeta. Esto se deberá traducir en un nuevo modelo de constitucionalismo, en la base de la
carta fundamental de toda nación debe estar el ecologismo y el respeto a la naturaleza, al
modo en el que se han adelantado Bolivia y Ecuador.

Sim embargo algo que parece tan universalmente alejado de nuestra realidad fáctica
es algo que ya está en marcha pues si observamos bien, podemos atisbar pequeños oasis de
bondad en el desierto de la actual humanidad. Los modelos económicos de biorregionalismo
se platean como verdaderas soluciones reales al problema de base, unos modelos donde se
prima el conocimiento y respeto por el entorno, clave la educación. La problemática estaría en
como articular múltiples biorregionalismos en naciones inmensamente diversas, pues si una
región es rica en minerales, otra puede serlo en combustibles, y otra en recursos alimentarios,
si cada una explota lo suyo con solemne respeto debería haber un intercambio, que beneficie a
la totalidad, no solo a unos pocos. Sin embargo, en Brasil ya se ha implantado tal modelo
donde podemos fijarnos.

Para cerrar, debemos clarificar qué es lo fundamental y cómo atacar al enemigo


común. Lo fundamental es una Ética universal para la madre Tierra, la base de esta misma
debe ser la espiritualidad que hace frente a la mentalidad capitalista que diezma la riqueza
natural y mata la valiosa humanidad de cada hombre. Esto deberá traducirse en un nuevo
constitucionalismo ecológico, y debemos fijarnos en modelos biorregionales como el de Brasil.
Todo ello sería inútil sin nos quedamos en lo teórico, debemos pasar de los conceptos al
corazón.

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