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Reseñas

El cuidado necesario

La Tierra puede vivir sin nosotros, como vivió miles de millones de años, pero nosotros no
podemos vivir sin ella.

A quien lea o haya leído con cierta asiduidad a Leonardo Boff, no le resultará ajeno el concepto de
“cuidado” que tanto se ha esforzado en clarificar y en difundir. Sin ir más lejos, ya Editorial Trotta
publicó, en 2002, su El cuidado esencial, del que este nuevo título es una prolongación y una
profundización. En esta década transcurrida, el autor no ha dejado de proclamar su mensaje que,
a la vista del desarrollo de los acontecimientos, parece que no ha tenido la atención que se
merece; aun así, Boff no ceja en su empeño y ojalá que no se rinda, pues testimonios como el suyo
son cada día más angustiosamente necesarios.

Comienza esta obra con una introducción en la que concreta la idea de sostenibilidad, a veces
entendida de manera adjetiva (sin modificar la naturaleza de la cosa que califica) y otras veces en
sentido sustantivo, que exige un cambio de relación con el sistema-naturaleza, el sistema-vida y el
sistema Tierra.

Estamos llegando a los límites de nuestro planeta, tan esquilmado y tan empobrecido; pero,
también, nos hemos empobrecido en gente solidaria, compasiva, respetuosa con cuidado y amor
hacia todos. Ante esta situación, “tenemos que reinventar un nuevo modo de estar en el mundo
con los otros, con la naturaleza, con la Tierra y con la Última Realidad. Aprender a ser más con
menos y a satisfacer nuestras necesidades con sentido de solidaridad con los millones de personas
que pasan hambre y con el futuro de nuestros hijos y nietos”.

La solución la resume en dos palabras: cuidado y sostenibilidad, objetivo que no podrá alcanzarse
si ambos no vienen acompañados de una revolución espiritual, una espiritualidad que, desde
luego, no es monopolio de las religiones. “Ser espiritual es despertar a la dimensión más profunda
que hay en nosotros, que nos hace sensibles a la solidaridad, a la justicia para todos, a la
cooperación, a la fraternidad universal, a la veneración y al amor incondicional. Y controlar sus
contrarios”. Es la espiritualidad la que nos conecta y re-conecta con todas las cosas, la que nos
abre la experiencia de pertenecer al gran Todo y que nos hace crecer en esperanza de que el
sentido es más fuerte que el absurdo.

Tras esta importante introducción, necesaria para la comprensión de la obra, Boff destina un
capítulo a la definición de ese concepto tan querido por él, el cuidado, un cuidado que, de no
practicarlo, puede borrar a la especie humana de la Tierra. Ya lo dice la Carta de la Tierra, asumida
por la Unesco en 2003: “o hacemos una alianza global para cuidar unos de otros y de la Tierra o
corremos el riesgo de autodestrucción y de destrucción de la diversidad de vida”. Y, tras un corto
recorrido sobre la idea del cuidado a través de la historia, nos conduce hasta cuatro sentidos de
este concepto, complementarios entre sí.
Este cuidado no es algo sobrevenido, sino que está implícito en el proceso evolutivo. Desde el Big-
Bang inicial, con un delicado equilibrio de fuerzas, hasta su culminación con la aparición del ser
humano que, ya conscientemente, se propone cuidar de otro. Un cuidado que requiere un tipo de
inteligencia y de razón, inscrito en el mundo de los fines, las excelencias y de los valores. Y
concluye: “En la situación actual en la que vivimos se hace urgente recuperar la razón sensible y
cordial, dejada de lado por la razón científica e, incluso, difamada como obstáculo para la
objetividad de la razón. Con esto, hemos permitido que surgiese un mundo frío, calculador,
abarrotado de objetos, pero sin corazón, sin sueños y sin compasión”. De haber actuado conforme
a este criterio, no tendríamos los millones y millones de personas que sufren, los ecosistemas
devastados y un planeta amenazado por el calentamiento global.

Expuesto todo lo anterior, Leonardo Boff busca los fundamentos filosóficos y antropológicos del
cuidado, al que considera, no un aditamento a la naturaleza humana, sino como parte esencial de
ella. Y lo hace apoyándose en Heidegger y en la fábula de aquel bibliotecario egipcio de César
Augusto, Higinio, ampliamente detallada en su obra anterior El cuidado esencial. Su
argumentación va en la línea de que el cuidado forma parte de la esencia del ser humano: sin él,
no se darían las condiciones para su existencia. Y solo porque el ser humano recibió cuidado puede
cuidar de sí mismo y de los otros. Este cuidado presupone, evidentemente, que el hombre es
vulnerable, por lo que ha de ser amoroso, a la par que preocupado por la necesidad de evitar lo
que amenace su vida, así como cauto y precavido. La tarea de la vida ha de consistir en cuidar del
ser. Y concluye: “El ser humano, para superar las contingencias de la condition humaine, precisa
ser cuidado y así garantizar su humanidad. Y tiene también que cuidar del otro para humanizarse,
mostrar sus posibilidades en el ejercicio de su libertad y expandir su humanidad”. Y, de la
comprensión del cuidado como naturaleza del ser humano, surge la ética.

Se llega, así, a uno de los capítulos troncales de la obra: El paradigma del cuidado. Un nuevo modo
de habitar la tierra. Ya se ha visto cómo el cuidado no es algo adjetivo, añadido, sino que lo es
sustantivo, esencial y necesario. Y, en esta línea, surge la necesidad de plantear un nuevo
paradigma. ¿Qué se entiende por paradigma? Para Boff, “toda una constelación de visiones de
mundo, de valores, de conceptos clave, de ciencias, de saberes, de sueños, de utopías colectivas,
de prácticas espirituales y religiosas y de hábitos asumidos colectivamente, factores que orientan a
una determinada sociedad y le confieren sentido y la necesaria cohesión interna”. Y proclama el
autor que el paradigma del cuidado y de la sostenibilidad son los dos pilares estructuradores de la
nueva civilización que ha de venir. Y su implantación ha de sustituir al actual paradigma vigente,
que denomina de dominación y conquista, en contraposición al emergente que es el de la
transformación y la liberación.

Tras un breve recorrido histórico sobre este paradigma vigente, analiza las exigencias del nuevo,
basándose en un texto de la Carta de la Tierra: “Como nunca antes en la historia, el destino común
nos convoca a un nuevo comienzo, que requiere un cambio de las mentes y los corazones, un
nuevo sentido de interdependencia global y de responsabilidad universal”. Reclama una
refundación del pacto natural, porque, si la Tierra está viva y nosotros somos su parte consciente e
inteligente, entonces los lazos de mutua pertenencia y de profunda reciprocidad son fuertes;
también, respeto y veneración a la Madre Tierra, ya que, siendo un organismo vivo, tiene sus
derechos y nosotros, deber de respetarlos; igualmente, la justa medida, como una exigencia del
cuidado, evitando los excesos depredadores; no falta la autocontención, como una demanda del
cuidado. Aporta su propia experiencia para transmitir la oportunidad de revisitar la sabiduría
indígena ancestral y propone formas alternativas de producción a partir del cuidado, incorporando
el concepto de florestanía, como ciudadanía en y de la floresta-selva. Apuesta por el buen vivir,
como una ética de lo suficiente y de lo decente para toda la comunidad y no solamente para el
individuo, como otro modo de habitar la Tierra. Y aborda, finalmente, la cuestión de la ecología
interior, como sentimiento profundo de conexión con la Tierra y la totalidad de los seres,
necesaria para alimentar el cuidado. Se trata, en definitiva, de un capítulo que merece una lectura
reflexiva.

En el apartado siguiente, aborda Boff la ética del cuidado necesario. Plantea que todo paradigma
moldea una forma de estar-en-el-mundo-con-otros, lo que, necesariamente, implica una ética. A
continuación, deduce que los discursos éticos dominantes están marcados por las culturas en las
que se han formado, hecho que, ante un paradigma de ámbito universal, requiere una superación
de tales planteamientos culturales de espacios más reducidos; es decir: requieren un discurso
ético fundamentado en algo realmente universal. Y ese algo es, justamente, el cuidado, ya que
pertenece a la esencia concreta del ser humano. Y ¿cuál es el discurso ético del actual paradigma?
Pues el de la justicia. Esto no supone que ambos conceptos, justicia y cuidado, sean opuestos, sino
que tienen lógicas diferentes que los hacen complementarios. Para el autor, la ética de la justicia
tiene un sustrato masculino, basado en la razón analítica, preponderante en el hombre, mientras
que en la del cuidado, el sustrato es femenino, donde el acceso a lo real se produce más con el
corazón que con la razón; no habla de hombre y mujer, sino de lo masculino y lo femenino,
presentes tanto en varones como en las féminas. De ahí que la ética integral, la de justicia y
cuidado, sea fruto de la complementariedad y reciprocidad de lo femenino y lo masculino.

Con todo lo expuesto, el autor desciende a concretar el cuidado, comenzando por el de uno
mismo, el de los otros y el de la tierra. En un capítulo de gran belleza, comienza buscando la
definición de qué somos como humanos, para explicarnos que cuidar de sí mismo es acogerse
jovialmente tal como se es, sabiendo combinar las aptitudes con las motivaciones, sabiendo y
aprendiendo a convivir con la paradoja de nuestra vida (tener pulsiones de bondad, solidaridad y
compasión simultáneamente con las llamadas del egoísmo), sabiendo renunciar y yendo contra
ciertas tendencias en nosotros; y finaliza: “cuidar de sí mismo es amarse, acogerse, reconocer
nuestra vulnerabilidad, saberse perdonar y desarrollar la resiliencia, que es la capacidad de dar la
vuelta y aprender de los errores y contradicciones”. Hay que preocuparse por el modo de ser y
ejercer el cuidado como precaución con nuestros actos y actitudes. Acude luego el cuidado de
nuestra relación principal, que es la de la amistad y la del amor y finaliza este apartado con una
serie de anotaciones sobre cómo cuidar nuestra Casa Común, el planeta Tierra, considerándola
como un todo vivo y orgánico, al que hemos de cuidar en su integridad y vitalidad, mimando los
bienes y servicios que nos facilita gratuitamente, cuidando su belleza, su mejor producción y los
sueños que ella suscita en nosotros. Porque cuidar la tierra es, finalmente, cuidar de nosotros
mismos que somos Tierra que siente, piensa, ama, cuida y venera.

Cuidar el cuerpo, el propio, el de los otros y el de la Tierra. Éste es el objetivo. Pero, cuidado, por
cuerpo se entiende que no es algo que tenemos, sino algo que somos. Biológicamente, somos
seres carentes, al no estar dotados de órganos especializados que nos garanticen la supervivencia
o nos defiendan de los peligros. En consecuencia, necesitamos del cuidado, que viene de dos
fuerzas, una de autoafirmación (instinto de conservación) y otra de integración, por la que nos
descubrimos integrados en una red de relaciones sin las cuales, como individuo solo, no viviríamos
ni sobreviviríamos. Nuestro cuidado ha de pivotar en el equilibrio entre ambas fuerzas. Y ¿cómo
cuidar el propio cuerpo? Aquí se nos presenta una serie de reflexiones; por ejemplo, sobre el
esfuerzo por mantener nuestra integridad y unidad compleja, oponiéndonos conscientemente a
los dualismos que se nos pretende imponer, con un culto al cuerpo, al vestuario, y otras
sugerencias para centrarse únicamente en este componente de nuestro ser. Y, además, por la
fuerza de la integración, hemos de cuidar de tantos cuerpos humanos enfermos, delgados y
deformados por demasiadas carencias; y del cuerpo de la Tierra, nuestra madre, marcado por
heridas que no se cierran.

Y a la par que cuidamos del ser humano-cuerpo, también hemos de cuidar del ser humano-psique,
tanto propio como el de los otros; porque aquel posee interioridad y subjetividad; él, todo entero,
es un ser de interioridad (vida psíquica y mental), entretejida de emociones, sentimientos,
pasiones, sueños y utopías. Y Boff propone un viaje hacia el propio centro, un viaje que, según C.G.
Jung, puede ser más largo y peligroso que el viaje a la luna y a las estrellas. Y se pregunta: ¿cuál es
la estructura de base de nuestra interioridad, de nuestro ser psíquico? Cuestión nada baladí y para
la que hay muy variadas propuestas de respuesta; pero, para Boff, el estatuto de base del ser
humano no reside en el cogito cartesiano (cogito, ergo sum), sino en el sentio (sentio, ergo sum),
en el sentimiento profundo. Es el sentir lo que nos pone en contacto vivo con las cosas, haciendo
que nos sintamos parte de un todo mayor, siendo afectados por el mundo circundante y
afectándolo por nuestra parte. De ahí que, para él, lo primero es la razón cordial, sensible,
emocional, pues sus bases biológicas son las más antiguas; lo que contradice no poco al
pensamiento clásico occidental, que relega el sentimiento a un segundo plano, llegando, incluso, a
considerarlo una amenaza para la objetividad exigida por el conocimiento científico. De ahí la
defensa apasionada del autor de esta razón cordial que, para la exposición de la obra, la concreta
en un apartado que dedica a la estructura del deseo del ser humano.

Y, lógicamente, aborda el cuidado del propio espíritu y del espíritu de los otros. Es este otro de los
capítulos troncales de la obra. Comienza con un intento de definir el concepto de espíritu, con la
ayuda de las ciencias de la vida y la nueva cosmología que, en el proceso evolutivo, no solo toman
en consideración sus aspectos físicos y determinísticos, sino que incluyen lo que es más
importante, como la vida, la subjetividad y la conciencia. En efecto, la idea de que el espíritu tiene
la misma ancestralidad que la energía y la materia originaria se volvió más convincente cuando se
descubrió que la materia no posee solamente masa y energía, sino que tiene también una tercera
dimensión: es portadora de información. Una información que, a nivel humano, alcanza un
elevadísimo estadio de complejidad hasta el punto de aparecer tal información como conciencia
refleja. Y se pregunta Boff: ¿qué es el ser humano-espíritu o el espíritu humano? “Es aquel
momento de la conciencia en que él se da cuenta de sí mismo, se siente parte de un todo mayor y
se abre al Infinito. El espíritu es el ápice de la autoconciencia”. Y continúa: “Y cuál es la
singularidad del espíritu? Reside en su capacidad de crear unidad, de hacer una síntesis de las
informaciones y formar un cuadro coherente; es la capacidad de discernir en las partes el Todo y
en el Todo las partes”. Se detiene, seguidamente, en las características del ser humano-espíritu,
que sintetiza en un constituir un ser de trascendencia, en su conexión con el Todo, en un ser de
libertad como autodeterminación, en su capacidad de amar y de perdonar, en su capacidad de
compasión, en ser un eterno buscador, y un ser capaz de una gran Síntesis. Es este espíritu una
realidad tan sutil y sujeta a tantos percances que debemos cuidarlo celosamente y preocuparnos
de preservarlo con todo su carácter infinito; y da una serie de orientaciones para llevar a cabo tal
cuidado: considerar la espiritualidad más allá de la religión, la importancia de la meditación, la
comunión con el Misterio y con Dios y el cuidado del ambiente social. Y finaliza taxativamente: el
nuevo mundo será espiritual o no será.

¿Cómo ha de ser el cuidado en la medicina y en la enfermería? Hay que comenzar ampliando los
conceptos de salud, enfermedad y curación, a la luz de la perspectiva venida de la ecología integral
y de la nueva cosmología, que ve una conexión entre la Tierra y la humanidad y entre la salud de la
Tierra y la salud humana. Para ello, hay que superar el antropocentrismo, que considera la salud,
la enfermedad y la curación como cuestiones que conciernen solamente al ser humano, sin tener
en cuenta su realidad concreta, relacionada siempre con la sociedad y con la naturaleza; y superar
también el sociocentrismo que considera la sociedad como si existiera aparte, fuera de la
naturaleza y sin ella. La salud es equilibrio de cuerpo-mente-espíritu-naturaleza; lo que supone ir
algo más allá de la definición de la OMS: “Es un estado de total bienestar, corporal, espiritual y
social y no solo la ausencia de enfermedad y debilidad”, que no incluye la naturaleza y la muerte.
Junto a la vida sana hay que integrar la muerte, con su complejidad, cuidando el luto y las pérdidas
y reconociendo la importancia de la espiritualidad para la salud. Algo muy a tener en cuenta a la
hora de aportar el cuidado en la medicina y la enfermería, pues este cuidado es la ética natural de
los trabajadores de la salud. ¿Qué cuidados requiere un enfermo de quien le atiende? Pues
compasión, el toque de la caricia esencial, la asistencia sensata, el que pueda recuperar la
confianza en la vida, la ayuda para acoger la condición humana y el acompañamiento en la gran
travesía. Y cabe preguntarse por quién cuida al cuidador, que ha de ser la comunidad en la que se
halla inserto por su actividad. Es este un capítulo muy cargado de humanidad, muy a tener en
cuenta y que merece reposada reflexión.

Y “siendo el cuidado un paradigma que propone un nuevo modo de habitar la Tierra y de organizar
las relaciones del sistema-vida, del sistema-sociedad y del sistema-Tierra, es natural que presente
también su propia propuesta de educación y de métodos pedagógicos”. Boff distingue, de manera
resumida, cuatro momentos en el proceso educativo de nuestra cultura occidental: a) La
educación en la edad de la razón: la crítica; b) La educación en la edad de la Técnica: la creatividad;
c) La educación en la edad de las opresiones: la liberación; y d) La educación en la edad de la
Tierra: el cuidado; en este último bloque es en el que más se detiene, añadiendo el “aprender a
cuidar” como uno de los pilares básicos a los que proponía el informe de Jacques Delors de la
UNESCO: aprender a conocer, aprender a hacer, aprender a ser y aprender a vivir juntos. Y cierra
el capítulo con el apartado dedicado a las exigencias de una educación para el cuidado y a la
celebración de la vida humana individual.

La obra culmina con una conclusión: una utopía necesaria. Sí, porque, aunque puedan parecer sus
propuestas una utopía, hemos de hacerla topía, porque, de lo contrario, nuestro futuro peligra. Y
concluye con una nueva génesis, redactada por Robert Müller, el “ciudadano del mundo”; no
podía proponer un final más hermoso.

Se trata, en definitiva, de un libro que, como los de Leonardo Boff, no decepciona, nos invita a la
reflexión y nos propone pautas de acción encaminada a evitar la destrucción de la Tierra que nos
sostiene.

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