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Chris SAVAGE - Serie Alas de Dragón 1 - El Bebe Prohibido Del Omega
Chris SAVAGE - Serie Alas de Dragón 1 - El Bebe Prohibido Del Omega
Traducción: Kamil
Corrección: Kamil y Rub
Portada y Formato: Rub
Epub: Mara
© 2018 Publicado por LLLE
Libro de distribución gratuita, sin fines comerciales y/o lucro.
RESUMEN
había sido sacrificada, y en los seis reinos, que una vez tuvieron alianzas
inconexas entre ellos, apenas quedaban dragones, hombres o mujeres.
No estaba completamente seguro de cualificar como varón. Los
Abarimon eran crueles con las mujeres. Había tenido la mala suerte de
verlos abalanzarse sobre una shifter femenina cuando tenía doce años. Yo
no era lo suficientemente grande como para detenerlos. Ella no era lo
suficientemente fuerte como para evitar que la destrozaran. No habían
detenido el cruel asalto hasta que sus gritos acabaron en un gorgoteo, y su
sangre había salpicado sus frentes como una espeluznante pintura de
guerra.
Había algo en las shifters hembras que enloquecía de lujuría a los
Abarimon masculinos. Así que, el Rey Impostor usaba dragones
masculinos para procrear a su nueva raza. Aún recuerdo los experimentos.
Recordé las pilas de cadáveres esparcidos a las puertas de los hospitales.
Recordé el dolor que se había retorcido como una ardiente serpiente en
mi vientre día y noche durante un mes. Todavía se deslizaba a través de mí
una vez al mes, alertándome de cuando era fértil.
El procedimiento me hizo tan deseable como cualquier fémina
dragón para los Abarimon, y capaz de producir crías. Mi olor suavizaba la
reacción lo suficientemente como para permitir que cualquier Abarimon
que quisiera follarme lo hiciera sin matarme. Eso no significaba que fuera
agradable, pero podía sobrevivir a una rutina. El desafortunado efecto
secundario era que los dragones masculinos que no se habían sometido al
procedimiento también sentirían atracción por un hombre así.
Me dejó, y aquellos como yo, como parias en nuestra propia
sociedad. Los dragones machos dominantes necesitaban aparearse con las
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hembras que quedaban. Con ese fin, cualquiera con ese estado desvelado
eran marcados con una O de Omega. El último. El inferior. La clase
menospreciada en la sociedad del dragón.
El rey Asamir, que ahora se sentaba en el trono y gobernaba los
reinos unidos que los Abarimon llamaban Eyesta, había decretado que
cada familia real renunciaría a un príncipe o un rey para engendrar un
heredero que pudiera devolver la vida a la tierra. Los Abarimon no habían
creído en la profecía del dragón. Cuando casi habían acabado con las
mujeres dragón, no se habían dado cuenta de que habían privado a la
tierra, de la magia que necesitaba para prosperar. Había llevado más de
una década, pero ahora las palabras del oráculo estaban llegando a su fin.
Solo a través de los úteros de la gente podría volver la vida. Fue un grave
insulto para las familias reales, obligar a sus hijos a someterse al
procedimiento que los haría fértiles.
Y para ese fin, me enviaban al Rey en lugar del Príncipe. Asamir no
me distinguiría del difunto Príncipe Aaric. Nos parecíamos mucho para los
Abarimon. Las variaciones de matiz y tamaño eran los únicos marcadores
que tenían para distinguirnos a unos de otros, e incluso entonces, solo
podían decir la provincia de donde proveníamos, no nuestros nombres
propios.
Se estaba en la gloria fuera de la mazmorra. El frio y crepitante aire
era dulce. No había vuelto a casa en Belva en un tiempo, y el lugar se
había vuelto aún más sombrío que antes. Me reí sin humor. No había
pensado que eso fuera posible, pero de alguna manera lo habían logrado.
Las cosechas se marchitaban, los bebés morían de hambre en los pechos
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—Definitivamente no.
Si Asamir descubriera que un elegible hombre noble permanecía
vivo y no modificado, mataría a toda la familia y se burlaría de ello al
hacerlo.
Rosamund bajó la cabeza, y sospeché que estaba ocultando sus
lágrimas, dejándolas gotear en la liviana bufanda decorativa que le había
comprado la noche anterior.
No fue la única compra que hice. Incómodamente cambié de
postura. El viento soplaba, enviando ráfagas de nieve al dormitorio. Una
pierna colgaba de la ventana como era habitual, y si cualquiera de las
pescaderas de debajo lo hubieran deseado, podrían echar un vistazo bajo
el atuendo ceremonial. Me disgustaba esta túnica. Por principios, tenía
aversión de la mayor parte de las túnicas. ¿Cómo se suponía que debía
correr, defender, luchar, o ayudar con la cosecha en estas intrincadas
trampas mortales?
Otra ráfaga de viento me lanzó un rizado mechón rojo a la cara.
Farfullé, tratando de escupir las hebras de mi boca. Honestamente, mi
barba y yo nos habíamos vuelto ingobernables durante mi estancia en la
prisión de Belvan. Al final, me afeité por completo, pero dejé el cabello.
Me hacía parecerme aún más como un Omega.
Otra vez eché un vistazo al horizonte. El cielo se iluminaba de gris,
teñido de un rosa claro. Pronto.
Saqué ociosamente la lengua para atrapar uno de los copos que
pasaban a la deriva, y cerré los ojos con fuerza. Se decía que podías
susurrar un deseo a Jacky Frost si podías pensarlo antes de que la nieve se
derritiera.
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enfrentararon con una ira incontenible, y luego cargaron contra las líneas
enemigas, desgarrando, despedazando y matando a medida que
avanzaban.
Bajé la mirada hacia la zona de piel inflamada y eché hacia atrás el
brazalete sobre ella, con un suspiro.
—No es molesto.
—¡Tonterías! —Se burló el príncipe—. La última vez que vi
quemaduras así, la guerra todavía estaba en su apogeo. Tu dragón te está
quemando desde adentro hacia afuera.
—Es la magia de los brazaletes. —Me encogí de hombros, y luego
le di una vuelta—. No pareces estar llevándolo demasiado mal.
El príncipe frunció el ceño ante las bandas de oro en sus muñecas.
Eran mucho más agradables que la pesada pulsera de hierro que yo
llevaba, pero todavía eran brazalete. Forjados con magia y metal de los
Abarimon, impidiendo que cualquier dragón que los usara cambiara
completamente. De alguna manera, el príncipe lograba parecer
majestuoso, incluso mientras usaba los instrumentos de la opresión de los
Abarimon.
Estaba mirándolo con fijeza y sabía que debería de detenerme.
Pero no tendría la oportunidad de volver a hacerlo cuando llegaramos a la
capital. El rey me arrancaría los ojos de la cabeza si dirigía mi mirada llena
de lujuria hacia uno de sus consortes. ¿Por qué debería ocultar mi interés
aquí, con nadie más que el Príncipe y los demás guardias para juzgarme?
Quedaban excasos nobles. Debido a la necedad del rey conquistador, la
mayoría eran infértiles, enfermos o moribundos.
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Dudaba que Anwar dirigiera su fuego contra mí, pero los dragones de
tierra y hielo no tendrían tales escrúpulos. Tal vez, si pudiera
cronometrarlo correctamente, sus ataques podrían anularse mutuamente.
—No somos tu enemigo —insistió mi hermano—. No tenemos que
luchar el uno contra el otro. Ven con nosotros. Podemos llevar a los
príncipes a algún lugar seguro. Los Abarimon se debilitarán sin comida.
Podemos reclamar nuestro territorio cuando se difunda más allá de
nuestras fronteras.
—¿Y luego qué? –Repliqué—. Siempre has sido más impulsivo que
sensato, Anwar. Mientras tanto, más de nuestra gente morirá. Si llevamos
a los príncipes al rey Asamir, la magia volverá a la tierra. Seremos fuertes
de nuevo. Entonces podremos luchar.
El dragón de la tierra gruñó, y su voz mental era tan fuerte que
estalló a través de mis defensas, aunque no era mi objetivo de escucharlo.
—Y mientras, ¿violan a nuestros príncipes? ¿Raptan a nuestras
mujeres? ¿Crian una raza sucia y antinatural?
Me estremecí. No me gustó la idea de entregar al Príncipe Aaric al
rey conquistador. No importaba cuán resignado pareciera a su destino, no
había duda de que lo que el rey le haría sería una violación. A los
Abarimon les gustaba joder a sus compañeros sanguinariamente, y no se
consideraba una fructífera unión hasta que alguien chillaba. Mi dragón
gruñó protestando y el sonido salió de entre mis dientes.
—Ven con nosotros —suplicó Anwar—. Quitaremos esas cosas de
tus muñecas. Podrás volar de nuevo ¿No quieres ser libre?
Por un momento, la idea de subir al cielo una vez más fue todo lo
que pude ver. Quería el cálido aire del desierto bajo mis alas, las
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corrientes térmicas elevándome más y más alto hasta que el aire se volvía
frío y las nubes dejaban caer su agua sobre mis escamas. Yo quería volar
de nuevo. Yo quería ser libre
—Lo hago —susurré. Más allá en el bosque, hubo una pelea. Podía
escuchar la voz del Príncipe Aaric, pero no pude entender lo que estaba
diciendo. Esforcé mis oidos, pero todo lo que podía oír era la suave y
suplicante voz de mi hermano en mi cabeza.
—Entonces ven con nosotros.
Di un paso adelante, dejando caer mi espada. Tenía la intención de
abrazar a mi hermano. Sentir el calor de sus escamas nuevamente sería el
paraíso. No lo había visto desde que luchamos en la guerra. Lo creí
muerto. No pude dar más de un paso antes de que las bandas se
apretaran e intentaran aplastar mis muñecas.
El fuego dentro de mí se prendió al rojo vivo y corrió bajo mi piel,
levantando ampollas en casi cada centímetro de carne expuesta. Solté un
grito de agonía, rodando por el suelo en un esfuerzo por escapar de las
llamas. No sirvió. No podía sofocar mis fuegos más de lo que podía evitar
que mi corazón latiera. En este instante, deseé que alguien hiciera eso por
mí. No podría vivir en esta agonía.
—¡Azar! —Gritó mi hermano. Él avanzó pesadamente y me golpeó
en mi espalda. El calor de sus escamas fue un tormento en mi quemada
carne. Grité de nuevo.
A través de la bruma de lágrimas, solo lo vi como un borrón color
carne. Cuando mi visión finalmente se aclaró lo suficiente como para
poder verlo, el Príncipe Aaric estaba a horcajadas sobre la parte posterior
del dragón de tierra, completamente desnudo. Las escamas no podrían
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Finalmente, el dolor solo latía debajo de las esposas. Las llagas que
quedaban eran supurantes y dolorosas, pero al menos no me quemaban.
—Duerme —repitió el Príncipe Aaric—. Me encargaré de los
guardias.
Esperaba que no intentara inyectarles la misma sustancia que le
había dado al dragón de tierra. Tendría suficientes problemas con el Rey
tal como estaba, sin la brutal matanza de mis compañeros guardianes.
Pero no vi lo que hizo el Principe Aaric. La negrura envolvió unos sedosos
zarcillos alrededor de mis extremidades, alejando el dolor. Me rendí al
suave abrazo de la inconsciencia sin pensarlo dos veces.
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Tal vez fuera egoísta desear que no fuera yo. Estaba en la mejor
posición para matarlo. Incluso si encadenara mis manos a los postes de su
cama, podría deslizar el veneno en mi boca. Ya era inmune a muchos de
ellos. Me llevó años desarrollar una tolerancia a mi veneno preferido, pero
hacía ya bastante tiempo que lo era. Me gané mi apodo por eso. El asesino
mortal, Atropa. Durante mucho tiempo se rumoreó que Atropa era una
mujer. Después de todo, el veneno era el arma de una mujer. También era
la única forma de cometer regicidio y salirse con la suya.
Había matado a muchos nobles en el pasado. Por lo general, a
petición de otro noble. Finalmente las cartas estaban conmigo, y enviaría
a un intermediario para cobrar mis honorarios. En una semana, mi rastro
se habría borrado. Pensar que comencé mi carrera, a los doce años, como
una prostituta. Tengo mucho dinero escondido en un puerto de montaña
con el que sabía que hacer. Una parte de él iba cada mes a una familia en
Sastril, el reino junto al mar. Protegieron el tesoro más precioso que tenía,
y les pagué generosamente por ello. Fue con eso en mente que asumí esta
última tarea. Si matara al Rey Asamir, nunca tendría que preocuparme por
trabajar de nuevo. Podría pagarles fuera y vivir mis días como ermitaño en
las montañas de Belva.
—Deberíamos de huir. –dijo el príncipe Daval por enésima vez.
Hubo un suspiro colectivo de los otros príncipes.
—¿Y qué lograríamos con eso? –Gruñó el príncipe Hesham de
Sastril—. No lograría nada más que el que nos castigaran. ¿De verdad
quieres terminar como un estúpido en el suelo?
Azar había sido arrojado al compartimento cuando se hizo
evidente que no estaba en condiciones para caminar o montar. Después
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Abarimon se veían similares para mí. Sus grises rostros y sus amarillos ojos
eran indistinguibles, unos de los otros, excepto por la falta de vello facial
en las hembras. Algunos eran más altos que otros, pero todos compartían
la constitución alta y delgada. Tomé nota de sus posiciones, y cuando los
nuevos guardias tomaban el lugar de los antiguos. Eso sería útil.
Cuando entré en la sala del trono, me alivió ver que ni siquiera era
el peor vestido. Ese honor le correspondió al príncipe Daval, que había
sido pintado de pies a cabeza con polvo de oro y vestido con una brillante
túnica verde, y no llevaba nada debajo, excepto un taparrabos marrón. A
pesar de la gravedad de la situación, todos estábamos luchando por no
reírnos unos con otros. Excepto por Daval, quien permaneció tan abatido
como siempre.
—Bonitos pantalones —comentó el príncipe Hesham cuando me
puse de pie a su lado.
—Bonitas cuentas —respondí.
Había sido envuelto en largas cadenas de perlas. Aparentemente,
los Abarimon estaban tratando de vestirnos en versiones promiscuas de
los intercambios o exportaciones de nuestros países, porque una red se
había colocado alrededor de su cintura, y hacía poco para ocultar los
grandes activos del príncipe Hesham. Su oscuro cabello había sido retirado
de su rostro. En general, le daba una apariencia muy atractiva. De los
hombres presentes, él era el que habría seleccionado, si tuviera la opción.
Él era un hombre grande y fuerte. Parecía tener más sentido
común que el resto, y la sonrisa en su rostro lo hacía muy atractivo. Sus
ojos azules brillaban con buen humor.
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parte de nuestra cultura. El oro, las joyas y los metales preciosos eran
importantes para los dragones. Casi tan importante como la sangre para
un Abarimon.
El Príncipe Daval entregó la bolsa por la fila hasta que llegó al
primer noble dragón, el Príncipe Saverio. Él retiró una perla y un trozo de
peridoto. Entonces lo clickeó. Junio y agosto. Saverio no tendría que
soportar las atenciones del Rey hasta junio, el bastardo afortunado.
El príncipe Coborn, uno de los hombres más pequeños, con el que
nunca había hablado, retiró el topacio y la turquesa. Tendría la atención
del Rey durante dos meses consecutivos, pero al menos no sería hasta el
final del año.
El príncipe Braeden sacó amatista y ópalo, y su expresión se torció
en disgusto. Febrero y octubre. Él recibiría la atención del rey dentro de un
mes.
Prince Daval fue tercero y cuando se retiró la pieza de granate,
pensé que lloraría. Cayó de rodillas y miró al suelo. Hesham tuvo que sacar
su segunda piedra. Un rubí. No pensé que el aplazamiento de cinco meses
consolaría a Daval. Tenía que unirse al Rey en la cama esta misma noche.
El príncipe Hesham sacó una esmeralda y un zafiro. Mayo y
septiembre respectivamente. Tomé el saco de seda, sabiendo qué gemas
caerían en mi palma. Efectivamente, un diamante y un trozo de
aguamarina cayeron en mi mano. Mi primera noche con el Rey tendría
lugar en marzo.
Me daba exactamente tres meses para elaborar un plan para
matarlo.
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sus rasgos meticulosamente cincelados por un artista, que sabía que las
facciones humanas se veían algo abstractas. La mandíbula de Sabril había
sido rota varias veces como castigo por sus crímenes. Los brazaletes no
eran tan efectivos en él como lo eran para el resto de nosotros. Su madre
había sido puramente humana, y lo protegía de lo peor que podían hacer
las bandas.
—¿Está embarazado?
Sabril hizo una mueca.
—Puede ser difícil de decir. Yo diría que no. Dicen que puede
tomar hasta un año para que el cuerpo se acostumbre completamente al
nuevo estado. No creo que sea capaz durante unos meses más.
Solté un suspiro de alivio. Al menos, el príncipe Daval no llevaría al
hijo de su violador. Eso también significaba que el Príncipe Aaric tampoco
sería capaz de dar a luz a los hijos mestizos del Rey. Eso era un alivio.
Cambié la guardia con un Abarimon, una hora más tarde y recorrí
el pasillo con Sabril. Estábamos listos para vigilar los aposentos de los
príncipes. Los dragones eran los únicos en quienes se podía confiar
alrededor de los machos fértiles durante un tiempo prolongado. De vez en
cuando, guardias de Abarimon con un buen dominio de sí mismos estaban
fuera de las habitaciones de los príncipes, pero era raro. Me pasaría la
noche cuidando a los dragones reales, preocupándome por uno en
particular.
Cuando doblamos la esquina, encontramos al príncipe en cuestión,
acurrucado en la repisa de uno de los grandes ventanales que daban al
patio. Daval parecía querer arrojarse desde la ventana a las losas de abajo.
Podría haber hecho exactamente eso, si hubiera estado solo. Otro príncipe
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—Te lo daré —dijo el Príncipe Aaric con firmeza, sin dejar lugar a
dudas en su tono—. Y a nadie más. No tengo la intención de ingerirlo.
—¿Quieres los monstruos de ese hombre?
—No. —Aaric interrumpió a Daval—. No quiero nada suyo dentro
de mí, pero lo haré. Si no lo hago, se llevarán a mi padre. Belva necesita un
rey.
Daval agachó la cabeza, avergonzado.
—Lo sé. Lo sé. Yawhil también necesita un rey. Pero no soy tan
valiente como tú, Aaric.
—No es valentía —murmuró el príncipe Aaric—. Es estupidez.
¿Realmente alguien puede llamar valiente a un tonto?
Daval soltó un acuoso bufido.
—Supongo que no. ¿Cuando vas a darme el té?
—Esta noche —dijo Aaric—. Te daré los ingredientes y las
instrucciones sobre cómo mezclarlos adecuadamente.
Finalmente, no pude aguantar más. Avancé por el pasillo. Los
príncipes levantaron la vista sorprendidos y el fantasma de la sonrisa de
Daval se evaporó. Agarré a Aaric por un brazo y lo arrastré conmigo. Los
ojos de Sabril, lo que pude ver de ellos trás su casco, se abrieron de par en
par. Probablemente se estaba preguntando qué me había pasado.
El príncipe Daval se puso en pie con un rugido de furia. Era la
máxima reacción que había visto en el hombre desde que nos conocimos.
Finalmente pude imaginarlo como el temible señor de la guerra que se
rumoreaba que siempre fue. Parecía que me iba a atacar.
—¡Suéltalo! —Gruñó Daval—. O voy a arrancarte la lengua del
agujero de tu cara.
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muy posible que el Rey Belvan hubiera querido enviar a su hijo a una
misión suicida para matar al rey Abarimon. La mayor parte de la realeza
del dragón estaría de acuerdo en que era un sacrificio que merecía la
pena. Pero había demasiadas discrepancias en la historia del "Príncipe".
El Príncipe no fue concebido con la misma genealogía que su
supuesto padre, e incluso de ninguno de los demás príncipes. Era delgado,
una flecha entre pesados garrotes. De los príncipes entregados a la capital,
era el que menos incomodidad había sufrido durante la transición. Es
probable que el Rey Belvan hubiera recogido un omega preexistente de
las calles y lo hubiera hecho pasar por su hijo para escapar del decreto.
Después de todo, Belva estaba tan al norte que nadie sabía realmente
cómo era su realeza.
Sus remedios, mis heridas sanando, el juego de manos, el hechizo,
el veneno, todo se juntaba en una conclusión. Era un asesino, empeñado
en matar a Asamir. ¿Y qué asesino era más conocido por usar veneno?
¿Quién había estado en libertad durante casi una década, después de
matar a una sarta de nobles en el sur? ¡Atropa! El asesinato del rey Asamir
no me habría molestado demasiado en otras circunstancias, pero debido a
mi juramento, tenía el deber de protegerlo. Y no podía dejar que mataran
a mi compañero por hacer algo tan infernalmente idiota.
—No morirían —respondió en voz baja—. Si matara a todo el
triste grupo en mi fiesta matrimonial, podríamos huir juntos de la ciudad.
—¡Fuera! —Pedí al personal de la cocina y a los sirvientes que
miraban—. ¡Salid u os juro que traeré a los Abarimon para que os echen
fuera!
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el fuego muy por debajo de nuestros pies. Los dragones de fuego ardían
como un infierno, e incluso los dragones de hielo emitían calor. El hielo
que los atravesaba era tan frío que engañaba los sentidos, haciendo que la
desafortunada víctima sintiera como si estuviera ardiendo. Aaric, o quien
quiera que fuera, se sentía pegajoso. Sus labios eran como frío satén bajo
los míos. Tenía el sabor de la crujiente manzana verde que había estado
añadiendo en el pastel. Debía de haber probado una porción.
Se separó de mí con un grito ahogado y tropezó hacia atrás. Sus
ojos estaban vidriosos, su rostro estaba lánguido de la sorpresa, y dejó
escapar un suave sonido de placer.
—No creas que puedes distraerme con besos —dijo después de un
momento. Su ceño fruncido era una pálida imitación de su furia anterior—
. Quiero saber la respuesta a mi pregunta. ¿Por qué te importa?
—Esa fue mi respuesta —le dije, y mi voz salió bronca con un
deseo apenas reprimido—. Te seguiré muy de cerca a cualquier lado. No
me importa quién eres o qué estés haciendo aquí. Todo lo que quiero es
verte a salvo y feliz.
—¿Pero por qué? —Presionó.
—¡Porque, eres mi compañero!
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Jacoby
venas para descubrir que nadie lo había visto. Y luego, cuando arrastraron
su cuerpo inconsciente por las puertas del castillo, pensé que estaba
muerto. Los colmillos crecieron en mi boca, y estaba listo para la sangría.
—Por supuesto, lo hice –espetó—. ¿Que se suponía que debía
hacer? ¿Dejarme doblar sobre el mostrador de la cocina? Tú no me
conoces. Realmente no me quieres. La biología te ha obligado porque soy
tu mejor pareja posible. No significa nada.
—Me gustaría conocerte –le susurré—. Comenzando con tu
nombre real. Tú no eres el Príncipe. Atropa ha estado matando durante
casi una década, y esas ausencias no habrían pasado desapercibidas para
el Rey de Belva.
—Brillante deducción –murmuró—. Deberías de meterte a
detective, Azar.
—Aunque has aprendido a defenderte lo suficientemente bien
como para sobrevivir en la corte –apunté— Naciste de clase media, pero
no permaneciste así por mucho tiempo. ¿Estoy en lo cierto?
Me miró por un momento antes de sacudir la cabeza hacia un lado,
moviendo el corte que había estado atendiendo, fuera de mi alcance.
Esperé. Solo estaba siendo terco.
—Sí —dijo finalmente—. Durante un par de años. Antes de que
comenzara la guerra. Entonces mi padre murió y mi madre fue
secuestrada en el saqueo de Belva. Después estuve en la calle durante
años. Es pura suerte que los guardias me cojieran por robo. En este
momento podría estar en Sastril.
—Estás ansioso por llegar allí. ¿Hay alguien importante para ti, allí?
¿Tal vez un amante?
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—Déjame manejar eso —le dije, ofreciéndole una toalla con hielo.
Se presionó el labio con un gesto de agradecimiento y se reclinó en la
cama.
Incluso sabiendo que él no era un Príncipe, todavía pensaba en él
como regio. Era la forma en que se sostenía. Jacoby reconocía su
importancia, o al menos lo pretendía. Resistí el impulso de extender mi
cuerpo sobre el suyo. Sin embargo, me incliné para presionar un beso en
su mejilla.
Su rostro se inundó de color y me dio una palmada en el brazo. Me
supuso poca diferencia. Jacoby no podía hacerme daño mientras yo
llevara la armadura completa, y no era físicamente lo suficientemente
formidable como para derrotarme en una pelea justa, en cualquier caso.
—¿Crees que puedes enviarles un mensaje? —Preguntó Jacoby
con escepticismo—. Estabas dispuesto a luchar contra ellos cuando fuimos
detenidos en Yawhil. No te escucharán.
—Anwar lo hará —Conocía a mi hermano. Él podía estar enojado
conmigo por mi traición, pero entraría en razón. Este secreto era
demasiado importante como para no compartirlo con él.
—¿Quien?
—Anwar. Mi hermano.
Los labios de Jacoby se crisparon, pero no sonrió.
—¡Oh, genial! Sois dos. ¿Debo esperar un trío, entonces?
Gruñí.
—No comparto.
—Nunca dije que fuera tuyo —me recordó suavemente Jacoby.
—Tienes que sentir algo –dije—. No puede estar solo en mí.
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había sido pintado con una gran cantidad de brillo corporal. Tuve que
contener un resoplido de risa. Ahora entendía lo que dijo sobre el sentido
de moda de los Abarimon. Todo el conjunto era atroz.
Sabril me lanzó una mirada y pasó junto a Jacoby como si no
hubiera visto al pretendido Príncipe. Tampoco se dio por aludido cuando
reduje la velocidad, y no lo seguí en la siguiente esquina. Jacoby cruzó los
brazos sobre el pecho, hinchándose como un pájaro ofendido. Era
adorable. Debió de haber captado mi sonrisa, porque me dio otra ineficaz
palmada en mi antebrazo, cubierto con guardabrazos y brazales.
—No te rías de mí –siseó—. Esto no es idea mía.
—Por supuesto que no lo es. —Estuve de acuerdo—. Tienes mucho
mejor gusto. Aunque desearía que me dejaras verte sin ropa. Esa sería la
vista más atractiva de todas.
Me mordí la lengua antes de poder dejar que cualquier traición
más saliera de mis labios. Palabras como esas parecían venir a mi mente
cuando estaba cerca de Jacoby, pero al menos usualmente las decía en
privado, no en un corredor accesible al público. Jacoby le dio otro golpe
más fuerte al brazar y esta vez no podía culparlo por ello.
—No digas cosas como esa —siseó.
—Lo siento. ¿Por qué estás tan elegante?
Jacoby se irguió en toda su estatura y adoptó la expresión seria y el
tono del mensajero real.
—Su presencia es solicitada por su majestad, Asamir, rey de
Eyesta, para cenar esta noche.
Contuve el aliento y lo sostuve hasta que creí que mis pulmones
estallarían. La única otra opción era gritar, y eso se notaría.
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—Es la hora.
Los hombros del joven se encorvaron, y todos retrocedimos un
paso. El primer cambio siempre era doloroso, como lo son muchos de los
primeros de la vida. El chico trató de mantenerse en silencio, mordiéndose
la carne para no gritar mientras sus huesos se retorcían y sus músculos se
reorganizaban. Verdes escamas rasgaron su camino a través de su piel y la
reemplazaron, creando una gruesa y brillante piel. Sus ojos se volvieron en
su cabeza y se cayó hacia adelante. Solo el control de Sabril fue lo que le
impidió caer sobre las ofrendas. El chico se revolvió retrocediendo
torpemente sobre sus enormes patas con garras, incluso cuando las alas
de cuero comenzaron a brotar de su espalda.
Al final, él era del tamaño de un caballo grande. Sus pies parecían
demasiado grandes y sus alas eran todavía demasiado débiles para
soportar su peso, mientras volaba. Fue una suerte que tampoco lo
necesitáramos. Con cuidado, para no asustar al recién convertido dragón,
Sabril avanzó un paso, levantando la daga.
—Necesito tu sangre –explicó—. Solo dolerá un momento.
¿Podrías no morderme?
El dragón contempló a Sabril durante un momento, las gotas de
ácido flotando en el aire mientras que respiraba lentamente. Luego inclinó
su gran cabeza en señal de asentimiento. Sabril se arrodilló a sus pies y
cuidadosamente hundió la daga en el punto débil de su talón. Varias
personas tuvieron que agacharse cuando el joven expulsó ácido, pero si
eso era lo peor que hacía, estábamos haciéndolo bien.
Sabril cubrió el círculo con la sangre del joven dragón y luego le
pidió que entrara. Cuando lo hizo, todos los dragones en el entorno lo
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e sentí enfermo.
No era solo el dolor que me retorcía en el estómago
lo que me daba ganas de vomitar, aunque sin duda no
ayudaba. Me enviarían a la sala del trono en cuestión de horas para
vincularme con el rey en matrimonio. Luego, durante horas después de
eso, el hombre me violaría. El príncipe Daval me había contado que el
Abarimon tenía pollas con púas y que, con cada embestida, se sentiría
como si me arrastraran un cuchillo en mis entrañas. Y lo que es peor,
probablemente me dejaría embarazado después de que terminara. Yo era
más fértil que la mayoría.
Me incliné sobre el lado de la ventana. El aire fresco se sentía bien
en mi pegajosa frente. Pensé que estaba preparado para esta
eventualidad. No lo estaba. Me sentía extrañamente liviano sin los
venenos que de forma rutinaria ocultaba en mi persona. Azar quería
probar una última cosa antes de que me los devolviera por la noche. Él
estaría presente durante la ceremonia de matrimonio.
Eso también me preocupaba. Ya había visto compañeros antes.
Eran en general inseparables. Un insulto a uno era un insulto para el otro.
Los dominantes dragones masculinos habían ido a la guerra cuando sus
compañeros fueron asesinados o heridos. ¿Cómo lo sobrellevaría Azar,
viéndome con el Rey? El mejor momento para administrar el veneno sería
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durante las relaciones sexuales. Había creado una tolerancia a todos mis
favoritos. Me tomaría mucho más tiempo morir de una dosis letal que a el
rey, que había tenido poca o ninguna exposición. El sexo haría que su
corazón se acelerara, su sangre llevaría rápidamente el veneno a sus
órganos vitales.
¿Sería Azar capaz de esperar tanto tiempo? ¿Podría permitirme
tomar medidas para asegurar la muerte del rey? De alguna manera, no lo
creía.
Mis sospechas se confirmaron cuando, unos minutos más tarde,
entró en la habitación sujetando una bolsa. Lo arrojó sobre la gran cama
que dominaba una esquina de mi alcoba.
—Tus cosas, mi Príncipe —dijo con cautelosa voz—. Pensé que
querrías recuperarlas.
Solté un suspiro de alivio. Al menos eso era algo.
—Gracias, Azar. Eso será todo.
—No lo es —susurró con urgencia. Apenas lo oí, aunque estaba
cerca de mí. Debía de haber un Abarimon escuchando al otro lado de la
puerta. Cerré la distancia entre nosotros, así que estábamos de pie casi
pecho contra pecho.
—¿Qué quieres decir?
Azar se humedeció nerviosamente los labios.
—Tienes que matarlo. Hoy. Antes de la ceremonia.
Negué con la cabeza.
—No puedo. Sería condenadamente demasiado obvio, Azar. Todos
sabrían que lo hice yo. Y cuando me pillaste tratando de envenenar al Rey,
supusiste con total exactitud que yo era Atropa. ¿Cuánto tiempo crees que
CHROS SAVAGE
86
les tomará a los Abarimon unir todo, hm? Es mejor si lo hago esta noche,
después de que él me haya reclamado. Regresaré a mi alojamiento y
podrás sacarme camuflado. Nadie descubrirá el cuerpo del Rey hasta la
mañana, y para entonces nos habremos ido mucho tiempo antes.
Azar estaba temblando. Parecía casi tan enfermo como yo. Tenía
los ojos brillando enfebrecidos y las cicatrices de debajo de sus esposas
lucían peor que nunca.
—Necesito hacerte un bálsamo —murmuré, tomando su mano en
la mía.
La oleada de certeza que sobrevino con el movimiento me irritó.
Todavía no estaba convencido de que éramos compañeros, como
afirmaba Azar. Podía creer que estaba encaprichado conmigo y, después
de tanto tiempo solo, era difícil resistir ese afecto. Todavía no creía que
hubiera un único compañero para todos. Después de todo, hasta que los
Abarimon nos habían amenazado, no habíamos sido un pueblo unido. La
gente raramente viajaba, y encontrar a tu pareja era raro. Si él tenía razón,
nunca nos hubiéramos encontrado sin estas circunstancias. Ese era un
pobre sistema, si me preguntas.
Su mano tembló en la mía.
—Tienes que matarlo —repitió.
—Lo haré. Dame tiempo.
Azar negó con la cabeza.
—No puedo esperar tanto, Jacoby. No puedo. Si tengo que verlo,
tocándote...
EL BEBÉ PROHIBIDO DEL OMEGA
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alzó para saludarme. Experimenté con mis extremidades. Excepto por una
ligera debilidad en un lateral, todo parecía estar bien—. He dormido
durante al menos cinco horas, si el sol es una indicación. Deberíamos
irnos.
—Treinta —me corrigió Jacoby—. Dormiste durante más de un día
y necesitabas cada segundo.
—¿Me dejaste dormir treinta horas? –Exigí—. Podríamos haber
sido capturados o asesinados durante ese tiempo.
—No hay nadie aquí, creéme —dijo Jacoby, señalando las paredes
desnudas—. Apenas hay nada aquí. Tuve que buscar en todo el pueblo
para encontrar lo que tenemos.
—¿Y, qué tenemos?
—Un petate, una almohada, algunos trapos, algunos collares,
lociones y prendas de vestir que quedaron atrás. Tenemos una olla de
hierro, tres cucharas y un higo muy seco.
Él sostuvo este último hacia mí.
—¿Lo quieres?
—No, gracias —le dije, haciendo una mueca ante la polvorienta
fruta. Jacoby se encogió de hombros y luego se lo metió en la boca. Me
estremecí—. ¿Hay algo más para comer?
—Caldo —dijo Jacoby alegremente—. Había suficientes huesos en
el cañón para poder hacer caldo de hueso.
Al ver mi horrorizada expresión, se apresuró a añadir:
—Solo huesos de Abarimon. Y algo que se parecía
sospechosamente a un caballo o a una mula. ¿Tal vez una alpaca? No
conozco lo suficiente la región como para decirte.
CHROS SAVAGE
108
y los habíamos usado para tomas de gubia donde no los había. Era un
trabajo lento y agotador, pero era mejor que estar sentado en la
abandonada ciudad. Con solo caldo para beber, Azar solo se deterioraría
aún más. Y cuando se agotaran los huesos de Abarimon, nos
enfrentaríamos a un enigma. ¿Canibalizariamos a los muertos del pasado
o nos moriríamos de hambre? Tomamos la tercera opción y decidimos
salir, sin importar cuán peligroso era el proyecto.
—No estoy apretando mi culo –respondí—. Si te molesta mucho,
deja de mirar.
—Está en mi campo de visión, Jacoby, no hay mucho más que
pueda ver.
—¿Estás diciendo que mi culo es grande?
—Estoy diciendo que dejes de apretarlo. —Salió como un medio
gruñido. Conocería ese tono ronco en cualquier parte. Me había
familiarizado mucho con él cuando viajaba con Rowe. Ese tono se
introduciría en su voz unos diez minutos después de la cena. Nuestros ojos
se encontrarían sobre el fuego, y antes de que me diera cuenta, estaría
encima de mí, quitándome el jubón, tirando de mis pantalones en torno a
mis tobillos
—Solo estás burlandote de mí ahora —gimió Azar.
—No lo estoy, —le dije a la defensiva, haciendo palanca con la
punta del anzuelo de hierro oxidado en la piedra. Llegué a unos pocos pies
por encima de mi cabeza y golpeé con fuerza la piedra. Costó varios
intentos lograrlo. Repetí el proceso con el otro gancho, y me levanté unos
pocos pies más. Debajo de mí, Azar hizo lo mismo.
—Cuando lleguemos a la cima, te follaré —prometió Azar.
CHROS SAVAGE
112
mataría una parte de mí. Una parte de mí que no había sentido nada
desde que Rowe se había ido.
—Uno de nosotros necesita sobrevivir, —insistió— Deberías de ser
tú. Eres mejor persona que yo.
Me reí débilmente.
—No lo soy. He matado a demasiados, Azar. Mi propia gente,
incluso durante la guerra. Fuí un cobarde. No peleé.
—Tu hijo te necesita —me recordó. Mis manos se cerraron en
puños a mi lado. La sangre corría por mis dedos y tardíamente me di
cuenta de que mis uñas estaban clavándose en mis palmas. ¡Maldición!
¿Por qué lo había mencionado? ¿Tanner o Azar? ¿Niño o pareja? Era una
decisión imposible.
Entonces lo supe. Bajé la mirada a mis ensangrentadas manos, mis
desnudos antebrazos, y las manchas azules brillantes de escamas que
decoraban mi cuerpo. Antes de ahora, siempre parecían burlarse de mí.
Podría parecer un dragón de hielo, pero no lo era.
A no ser que…, podría serlo.
Me arrodillé a su lado.
—¡Tengo una idea! Pero necesito que hagas algo por mí. ¿Tienes
suficiente energía cómo para realizar un rito?
—¿Un rito? –Repitió—. ¿Qué tipo de rito?
—Un rito matrimonial, —le dije, tomando su mano en la mía—.
Necesito que me aceptes formalmente como tu pareja.
10
Azar
o.
Jacoby retrocedió ante mí como si lo hubiera
abofeteado.
—¿No? ¿Qué demonios, Azar? Tú eres quien insiste en que somos
compañeros. ¿Ahora quiero casarme y te pones difícil?
Luché para sentarme. Fue más difícil de lo que esperaba. Nunca
antes había tenido problemas para regular la temperatura de mi cuerpo.
Por otra parte, nunca antes estaba muriéndome de hambre o
deshidratado.
—No voy a dejar que te unas conmigo en un momento de
desesperación.
La boca de Jacoby se abrió y, muy a pesar mío, no pude evitar
pensar lo lindo que se veía. Era adorable, de verdad. Solo desearía que…
No. No, esto era exactamente el tipo de cosa que estaba tratando
de evitar. No estaba siendo racional, y tampoco lo era él. Estaba asustado.
Por nuestras conversaciones, sabía lo fóbico que Jacoby era sobre el
abandono. Por el momento él decía las palabras e invocaba la antigua
magia, pero cuando estuviera bien y nos dispusiéramos a comenzar una
vida juntos, huiría.
—De todas las presuntuosas... —Su boca se movió en silencio
durante varios momentos antes de cerrarla de nuevo—. ¡No estoy
EL BEBÉ PROHIBIDO DEL OMEGA
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sangre. A juzgar por el sonido que hizo, la mía no era tan apetecible para
él como lo fue para mí.
Entonces lo sentí. La concienciación de mi compañero se deslizó en
mi cabeza, y con ella, una mirada en su alma. Casi sonrío. Era más dragón
de lo que imaginaba. Había magia en lo profundo de él. Estaba bloqueada
detrás de la piedra. Tendría que liberarlo.
Mi fuego surgió a primer plano, goteando hacia Jacoby. Se resistió
y dejó escapar un sonido dolorido. Me hizo encogerme, pero no pude
parar. Esto era lo que él quería. Tenía que liberar su magia, y eso
requeriría fuego. Golpeé contra la pared de piedra que podía percibir
dentro de él. Comenzó a retorcerse en contra mía.
—Azar —jadeó Jacoby—. ¡Azar, por favor! ¡Detente!
Pero no pude. La pared comenzaba a derribarse. Cada vez que se
resistía contra mí, una piedra caía. Mantuve el ataque, vertiendo más de
mí en él. Cuando la última piedra cayó, fui empujado físicamente hacia
atrás, mi fuego expulsado por un hielo tan frío que en verdad me dolió.
Eché la cabeza hacia atrás, alejándome de la fuente del dolor.
Jacoby dejó escapar un suspiro tembloroso, y el aire frío se alzó en
el espacio entre nosotros. No pareció darse cuenta.
—Eso duele —se quejó.
—Pero tienes tu deseo —señalé.
—¿Qué?
Levanté una mano, la que había estado en la parte posterior de su
cuello y la más cercana a los pinchazos que había hecho en su piel. La piel
estaba moteada en la punta de mis dedos, como si hubiera sufrido
EL BEBÉ PROHIBIDO DEL OMEGA
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pudieron, porque, con una patada final que aterrizó sólidamente entre
mis riñones, se marcharon. Los vimos desaparecer entre la multitud.
—¿Estás bien? —Susurró Azar.
—Estaré bien —dije, limpiándome la boca—. Pescado podrido,
creo. No importa. Salvó nuestras vidas. Deberíamos regresar e informar al
mercader.
—¿Con qué? —Azar resopló—. Cambiamos lo que teníamos por
ropa y desayuno. Tendrás que guardar las bandas de oro para dárselas a la
familia de acogida de Tanner.
Tenía razón, por supuesto, y yo lo sabía. Pero por una vez, estaba
muy agradecido de haber comido alimentos en mal estado. Nos había
dado una opción que no terminó en violencia.
—Vamos —dije, poniéndome en pie—. Quiero ver a mi hijo.
—¡Tío Jacoby!
Tanner saltó hacia adelante y se arrojó con entusiasmo a mi
cintura. No era la cosa más placentera que había experimentado, dado
que mi estómago todavía estaba sensible, pero lo soportaría. Por este
niño, caminaría sobre un lecho de brasas o desafiaría las profundidades
del océano.
Lo sostuve contra mi pecho, envolviendo mis brazos alrededor de
él. Cada unión era agridulce. Podía abrazarlo, ver que estaba sano y a
salvo, y experimentar una pequeña medida de su amor. Pero él siempre
me saludaba como su tío, nunca como su padre. Sabía que la mayoría de
los dragones no me llamarían así, ya que había dado a luz al niño, pero a
pesar de todo me dolía. Lo aparté con una sonrisa amable, para poder
absorverlo en mi interior.
CHROS SAVAGE
134
rubio platino había crecido en los meses desde que nos conocimos. Ahora
rozaba sus orejas y amenazaba con caer en sus ojos. Sus pómulos se
destacaban más claramente de lo que alguna vez lo hicieron. Fueron los
parches de escamas rojas en su cuello los que llamaron la atención de
Tanner.
Sus ojos se abrieron y una ansiosa sonrisa extendió sus labios.
—¡Eres un dragón de fuego!
—Lo soy —Azar se arrodilló junto a Tanner—. ¿Por qué no
hablamos de eso mientras el tío Jacoby habla con tus padres?
Le di un asentimiento de gracias y luego desaparecí en la cocina.
Thea me estaba esperando. Era atípica para un dragón de agua. Tenía el
pelo y la piel oscuros, una combinación que se parecía más propia de
Obera o Ebra que del reino de Sastril. Ella entrecerró sus oscuros ojos
hacia mí, sus manos volaron hacia sus caderas. Se veía un poco menos
intimidante con un gran bulto sobresaliendo de su abdomen.
—¡Estás embarazada! —Este día estaba lleno de sorpresas, ¿no?
—Lo estoy —estuvo de acuerdo con un ceño fruncido—. ¿Dónde
has estado? Esperábamos tu pago hace dos meses. Tienes suerte de que
hayamos decidido ser pacientes contigo. Necesitamos el dinero, ahora
más que nunca.
—Me encargaron matar a Asamir.
Thea dejó caer el cucharón que había estado sosteniendo.
Manchas de sopa salpicaron el piso. Harald y Thea eran más afortunados
que otras familias, principalmente debido a mis fuertes contribuciones
financieras. Muchas de las familias de Sastril vivían en cabañas con pisos
de tierra. Aquellos que pudieran permitírselo usarían madera. La casa de
CHROS SAVAGE
136
Thea estaba hecha de piedra, y podía resistir la fuerza del viento cuando
los huracanes golpeaban la orilla.
—¿Fuiste tú? —Dijo entre dientes. Sus ojos eran demasiado
grandes en su rostro y combinados con la dilatación que acompañaba a su
embarazo, me hizo pensar en un pez globo.
Decidí, después de un momento de consideraración, que una
mentira sería preferible a la verdad en esta situación. Thea y Harald ya
tenían una gran cantidad de miedo en lo que a mí concernía. Estaban
entre los pocos que sabían mi identidad como Atropa. Si pensaban que
había logrado matar al hombre más poderoso de Eyesta, ahora se lo
pensarían dos veces antes de exigir el pago adicional.
Entonces, en respuesta, me quité las bandas que aún adornaban
mis muñecas. Fue fácil de hacer, incluso con los poderes elementales que
había obtenido con mi apareamiento. No tenía una bestia para encadenar,
y demasiada sangre humana como para que fueran efectivos. Eran
dorados, encantados y llevaban el sello de Asamir.
—Estos deberían alcanzar un precio considerable. Considéralo un
regalo. Enviaré mi pago habitual con un servicio de mensajería en un mes.
El rey Adalbert aún no me ha pagado por esta última hazaña.
Thea deslizó las bandas en el bolsillo de su delantal lentamente, sin
quitarme los ojos de encima. No estaba seguro de qué expresión tenía en
la cara, pero pareció asustarla.
—¿Dónde está Harald?
—Afuera. Está construyendo una cuna para nuestro hijo.
—¿Qué pasó con la que compré para Tanner?
EL BEBÉ PROHIBIDO DEL OMEGA
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gritar mi indignación, pero sabía que no podía atraer ese tipo de atención
con los Abarimon en alerta máxima—. "Envenenó a mi camarada. Estuvo a
punto de morir".
—Él no es una cosa – gruñí—. Él es mío, Anwar. ¡Suéltalo!
Anwar se congeló, y el humo negro que se había enroscado en sus
fosas nasales desapareció. No podría decir si había dejado de respirar o
no.
—¿Tuyo? —Dijo Anwar, manteniendo baja su voz. Sospeché que
había reducido la conexión, así que solo él y yo hablábamos—. ¿Como
en…?
—¡Mío! –repetí—. Mi compañero. Mi elegido. No dejaré que lo
lastimes. ¡Conoces la ley!
—Es un omega —dijo Anwar con una nota ya de súplica en su
tono—. ¡No es apropiado! ¡Vuelve conmigo a Ebra y te encontraré a
alguien….!
—No, Anwar –le dije—. ¡Está hecho! ¡Lo he reclamado! O lo
sueltas, o me veré obligado a atacar.
Pareció un tiempo interminable aunque probablemente, en
realidad, fuera menos de un minuto. Anwar dejó ir el brazo de Jacoby, y se
dejó caer al suelo, alejándose rápidamente de mi hermano. Estaba
caminando hacia él antes de saber exactamente lo que estaba haciendo,
transformándome en mi forma humana. Lo tomé en mis brazos
instintivamente y lo revisé por heridas. Su brazo sangraba, pero eso
parecía ser lo peor. Traté de quitarme la camisa, pero Jacoby me detuvo
con una cansada sonrisa.
EL BEBÉ PROHIBIDO DEL OMEGA
145
una semana. Han estado preparando una trampa para el Príncipe Aaric
desde que llegaron.
Eso hizo que se me helara la sangre. Me incorporé enderezándome
e incluso me puse la capucha detrás de una oreja para poder escucharlos
mejor.
—El Príncipe Aaric no es tonto —se burló el anciano—. No soñaría
con volver aquí. Es al Rey Adalberto al que querrán. Escuché que la hija
mayor de Asamir fue coronada. ¿Cuál era el nombre de esa nueva perra?
—Princesa Danae —suspiró el hombre enjuto—. Ahora reina
Danae, supongo. Tan fea como su padre, pero doblemente astuta. Ella ha
decidido asumir el proyecto de su padre y acostarse con la mayor cantidad
posible de hombres fértiles. Será más lento que el plan de impregnar a
todos esos omegas, pero logrará lo mismo a lo largo de los años. Ella
planea usar a los príncipes que quedan como rehenes contra sus padres.
Solté un suspiro de alivio. Al menos los otros que tuvimos que
dejar atrás, Braeden, Coborn, Hesham y Saverio, no estaban muertos.
Tuve recurrentes pesadillas sobre su ejecución durante el tiempo en que
huimos. Después de uno particularmente malo en Sastril, Azar me había
consolado con su cuerpo. Me estremecí. Me pregunté por qué me sentía
con tanta carga emocional, tan pronto, después de conocerlo. Ahora lo
sabía. Por culpa de este niño.
—¿Y qué hay de nosotros? —Preguntó el anciano—. El príncipe
Aaric está desaparecido o muerto, y nadie ha visto al príncipe Daval desde
la batalla aérea en Obera.
—Supongo que no tenemos nada que perder —dijo el hombre
grande, vaciando su jarra. La camarera se negó rotundamente a rellenarlo,
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me llevó mucho tiempo dormirme. Había estado viajando casi sin parar
desde que me alejé de Azar en Yawhil. Agrega a eso la fatiga del
embarazo, y me sorprendía no haber colapsado a mitad del camino. Me
acurruqué sobre mi costado y coloqué mi codo debajo de mi cabeza. Azar
dormía boca arriba y pensaba que mi hábito era extraño. Fruncí el ceño y
cerré los ojos. Cuanto antes descansara, antes dejaría de pensar en él.
Me encontré deambulando por las calles de la capital. ¿Por qué mi
mente había decidido traerme de vuelta aquí? no tenía ni idea. El castillo
se alzaba delante, gris oscuro, enorme e intimidante. Esperándome justo
delante de la puerta estaba el dragón. No esquelético y banquecino por el
sol como lo había visto por última vez. Este era el dragón de mi sueño, con
brillantes escamas plateadas y un resplandor que me arraigó en el lugar.
Quería darme la vuelta y huir, ya que me dirigió una temible
mirada. La última vez había tenido suerte y, había decidido transmitirme
un mensaje, en lugar de devorarme. Tenía la sensación de que no sería tan
afortunado esta vez.
Me mostró sus dientes.
—¿Qué estás haciendo aquí? —Su bramido me hizo estremecer.
¿Realmente tenía que gritar?
—¿Qué quieres decir con qué estoy haciendo aquí? Es mi sueño.
¡Seguramente tu alcance no se extiende tan lejos!
—No lo haría en circunstancias normales, no —admitió el dragón—
. Pero tú eres el enlace.
—Me siento especial —dije arrastrando las palabras—. ¡Un enlace
con un dragón muerto! ¡Qué increíbles poderes tengo!
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que Pirgriff, y no sabía cómo empuñar una espada. Y a diferencia del resto
de nosotros, no había estado usando su elemento desde la infancia. No
sabía cómo utilizar el hielo como Pirgriff. Los arbustos aquí eran escasos, y
ninguno de ellos parecía venenoso. ¿Qué iba a hacer Atropa sin sus
brebajes tóxicos?
—Tal vez deberíamos tratar de llamarlo —sugirió Pirgriff de
repente. Estábamos todos temblando a la sombra de una montaña
cercana. La cima helada parecía extenderse hacia el cielo, y estaba
cubierta con aún más nieve.
—Probamos eso en Yawhil después de que recibimos el mensaje
—dijo Anwar frunciendo el ceño—. No escuchamos nada.
Pirgriff extendió sus manos, gesticulando a nuestro alrededor.
—Quizás estabas demasiado lejos. Estamos más profundamente
en la tierra yerma que cualquier dragón se haya atrevido a ir por milenios.
Vale la pena intentarlo de todos modos. Si no hacemos algo, nos
congelaremos o nos moriremos de hambre en los próximos días. No sé
vosotros, pero creo que vale la pena el riesgo.
Eché un vistazo a Anwar. Tenía la misma expresión de inquietud en
su rostro que sabía que estaba en la mía. Gritarle al “Venerable” no
parecía ser la mejor idea, pero Pirgriff tenía razón. Si no lo encontrábamos
pronto, estaríamos muertos. No podíamos dar marcha atrás. Incluso si
comenzáramos ahora, nos quedaríamos sin comida antes de llegar a
Belva. Los Abarimon nos estaban esperando en la frontera en cualquier
caso. Tres dragones no durarían mucho contra el ejército real.
—Deberías hacerlo –decidí—. Eres uno de los suyos. Te responderá
mejor.
EL BEBÉ PROHIBIDO DEL OMEGA
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algo más como rebeldía. Continué cuando ninguno de ellos expuso nada
significativo.
—Hay un grupo de rebeldes que se dirigen a la tierra yerma. Hay
dragones en el más allá, y ellos traerán uno de regreso. Mientras tanto, no
podemos dejar que los Abarimon aumenten sus fuerzas para atacarlo.
Tenemos que eliminar el campamento que han construido entre nosotros
y el castillo.
—¿Y cómo sugieres que hagamos eso? —Uno de los hombres se
burló. No era grande, pero era robusto. Tenía un poco de tripa y una
cabeza cuadrada. Levantó sus muñecas para poder ver las gruesas
pulseras de acero que le habían colocado. Cualquier hombre considerado
suficientemente mayor o suficientemente peligroso había sido equipado
con ellas—. Estas malditas cosas nos impiden volar.
—Puedo ocuparme de eso —le dije, y le enseñé mis muñecas, sin
esposas. Todos parpadearon un par de veces.
—¿Cómo hiciste eso? —Exigió Keon—. Son imposibles de eliminar.
—Difícil de eliminar, no imposible —lo corregí—. Y podré liberarlos
a todos, si aceptan hacer esto a mi manera.
Solo había tres docenas de luchadores por la libertad que se
habían reunido para el suicidio. Intercambiaron miradas, y unos pocos
murmuraron en voz baja unos con otros. Esperé. Sabía cuál sería la
respuesta.
Keon finalmente expresó la opinión del grupo.
—¡Bien! Haremos esto a tu manera. ¿Qué quieres, Principe
Impostor?
A pesar del insulto, sonreí.
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muertos. Uno tenía agujeros en sus alas y había sido forzado a aterrizar.
Estaba siendo asediado por los Abarimon. Los dragones estaban cortando
una franja a través de sus líneas, pero no era suficiente. Había seis
aeronaves todavía en vuelo, y más lanzándose desde tierra. No estábamos
perdiendo todavía, pero era solo cuestión de tiempo si nada cambiaba.
Levanté otra pesada lanza en su lugar y apunté. No estaba seguro
de ser lo suficientemente fuerte como para enviarlo a través del campo a
las otras aeronaves. Sin ningún tripulante para este, flotaba cada vez más
alto. Necesitaba a alguien más fuerte para lanzar mientras tripulaba el
globo.
Vi al rey Adalbert en el suelo muy abajo, cargando contra la línea
enemiga. Tonto, pensé. Solo se haría matar, ¿y dónde dejaría eso a su
gente?
Algo enorme se cernió sobre la montaña, borrando la luz del sol.
Durante unos minutos hubo un caos en el suelo y en los cielos cuando
todos intentamos recuperar nuestra visión. Incluso cuando mis ojos se
ajustaron, todavía no podía creer lo que estaba viendo. Audric había sido
grande. Tan grande como el castillo que había estado atacando. Esta cosa
era monstruosa. Era con facilidad tan grande como la montaña. Hubo
gritos de horror, incredulidad, y sí, incluso alegría desde el suelo.
Parecía que Azar había encontrado al “Venerable” después de
todo. El dragón descendió al campo de batalla. Decir que respiraba hielo
no parecía hacer justicia al hecho. Los carámbanos de trece a quince pies
de altura florecían desde el suelo en cualquier lugar donde tocara su
aliento. Apuñalaron a los Abarimon desde abajo, atravesándolos por el
intestino, el pecho y la cabeza. Las ráfagas se derretían al contacto con
CHROS SAVAGE
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