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EL INFORME PALOMEQUE

(1855)

Octubre 2017
El Informe Palomeque (1855) Historia de la Educación - Octubre 2017

Contenido

Breve reseña histórica............................................................................................................... 3


El Método Lancasteriano y sus aportes al sistema educativo. .................................................... 5
Avances hacia la educación moderna - El Informe Palomeque .................................................. 7
BIBLIOGRAFÍA ......................................................................................................................... 14

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El Informe Palomeque (1855) Historia de la Educación - Octubre 2017

Breve reseña histórica

Los primeros intentos en busca de lograr una formación en educación primaria datan del
período colonial y fueron llevados adelante por las obras misioneras con el principal
objetivo de civilizar a los indios. Pero a diferencia de otras zonas de América, las
características económicas y políticas del territorio, en ese momento, no favorecieron el
desarrollo de un sistema educativo sino hasta el surgimiento de Montevideo.

Ya sea por su mismo proceso fundacional o por su condición de puerto natural,


Montevideo logró atraer a una creciente y pujante clase media ciudadana y comerciante,
en medio de un escenario político complejo e inestable, plagado de enfrentamientos
políticos y militares.

En este contexto fue que surgieron las primeras escuelas, enseñando lo imprescindible
para la vida social, que básicamente consistía en instrucciones elementales de lectura,
escritura, operaciones aritméticas sin olvidar los preceptos religiosos.

La enseñanza religiosa era materia obligada y comprendía no solo el aprendizaje de las


“verdades de la fe”, sino también la puesta en práctica de actividades religiosas como
las oraciones, ir a misa, confesarse, acompañar los entierros, etc.

La obligación del maestro era la de nutrir a los niños en la ortografía castellana y hacer
que la aprendan de memoria, “imponerles en los buenos estilos de crianza e infundirles
el santo temor de Dios y buenas costumbres”, como se establece en el Libro 12 de
Acuerdos del Cabildo de Montevideo (7 de setiembre de 1808).

Más adelante, en 1825, en el Informe del Síndico al Cabildo de Montevideo durante la


dominación brasilera se establece que “un maestro cristiano y celoso nunca podrá
olvidar la obligación que tiene de propagar en sus discípulos el santo temor de Dios, que
es el verdadero principio de la sabiduría, y sin el cual no serían respetadas las
autoridades de la tierra, ni podría existir sobre sólidas bases la sociedad”

Mientras los castigos corporales eran frecuentes en las escuelas de varones, en las de
niñas predominaban los castigos que causaban vergüenza y humillación, como por
ejemplo colocarle al educando “orejas de burro” confeccionadas en paño, lenguas de

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trapo o carteles expresando el desaseo u otras faltas del alumno que fueran consideradas
dignas de destacar a criterio del maestro.

El propio nombre “preceptor” (adjudicado en la época al maestro), permite visualizar


que se espera de su tarea: dar preceptos, dictar reglas y patrones de conducta.

Los castigos corporales se llevaban a cabo con la palmeta (objeto contundente de 20 a


50 cm de largo, de madera o cuero dobler), con la disciplina (tiras de cuero o de cuerdas
con nudo sujetos a un mango de madera), con el rebenque, el látigo, la regla, el
puntapié, el pellizco, hincarse en granos de maíz, buche de agua en la boca, entre otros.

La actividad del aula se basaba en textos de estudio fijos que no habilitaban a crítica
alguna. Características tales como: aprendizaje exclusivamente memorístico, rigidez
física de la postura corporal y control estricto de la conducta, eran parte de las reglas
que el docente establecía, fijaba por escrito y hacía cumplir. La moral, las reglas de
convivencia cívica y buena costumbres quedaban bajo los principios de la religión
católica. En el caso de las niñas, debían instruirse en las obligaciones del cristiano,
enseñándoles al mismo tiempo a escribir y coser.

En contrapartida se concedían premios al mérito, que podían ser vales que eximían al
alumno de penas futuras, certificados, diplomas, actos públicos de señalamiento,
medallas, artesanías, libros, acreditación ante autoridades o familia e incluso dinero.

En 1808, el Cabildo de Montevideo vio la necesidad de reglamentar el funcionamiento


de la escuela y elaboró el texto que se llamó “Pliego de condiciones a que debe
someterse el preceptor, que, previo examen correspondiente, entre a servir en la escuela
de primeras letras (…)” En este texto se obligaba al preceptor a elaborar reglas de
disciplina que debían leer a los niños en voz alta todos los sábados y en el caso de que el
alumno faltara a ellas en lo más mínimo, se establecía el derecho a un castigo. En dicho
caso se autorizaba a usar hasta 6 azotes y se prohibía categóricamente el uso de la
palmeta, lo que significó un avance significativo. Los azotes eran graduados según la
entidad de la falta, la edad del infractor o su complexión.

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El Método Lancasteriano y sus aportes al sistema educativo.

En 1821, bajo la dominación portuguesa, el sacerdote Dámaso Antonio Larrañaga logró


que el Cabildo de Montevideo adoptara “el sistema mutuo” o “lancasteriano” que venía
difundiendo el pastor Thompson en Buenos Aires. Se fundó así, el 3 de noviembre de
1821, la “Sociedad Lancasteriana” con el propósito de abrir “las escuelas que se juzguen
necesarias para instruir a toda nuestra juventud” en cuyo reglamento se prohibía
“absolutamente el uso de azotes, bofetadas, pescozones, empellones, y el de cualquier
otro castigo que se oponga a la dignidad del hombre” (art. 28).

Dicho método proponía un enfoque tecnológico de la educación, basándose en


programas específicos y nuevas técnicas de enseñanza, con una propuesta diferente, ya
que se proponía reemplazar, mediante estímulos positivos, los castigos a los que se
sometía al alumnado. Y aunque también se basó en la memoria y la disciplina, se
considera que fue más eficaz en cuanto a transmisión de conocimientos se refiere.

El método básicamente consistía en sacar provecho de las capacidades de los alumnos


más adelantados, a quienes se les llamaba monitores, quienes eran instruidos a lo largo
de aproximadamente dos horas por el maestro, para luego encomendarles la tarea de
transmitir esa instrucción a los demás alumnos. Durante la clase, dichos alumnos, eran
dirigidos por el maestro, quien ubicado encima de una tarima, mediante gestos y señales
dictaba las órdenes a seguir.

Hasta ese momento, los intentos por unificar criterios en el sistema de enseñanza no
estaban funcionando, ya que en su mayoría solo se estaban implantando en Montevideo.

Con el fracaso del método lancasteriano, queda demostrado que las condiciones tanto
políticas como culturales y sociales, no eran las propicias para que dicho método
progresara. Recién en 1847, a partir de la creación del Instituto de Instrucción Pública se
comienza un proceso formal de regularización del sistema de enseñanza a nivel nacional
(Ifrán, 2012).1

1
Ifrán, D. 2012 De Varela al Plan Ceibal, Psicolibros-Waslala. Montevideo.

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La “Sociedad Lancasteriana” vio interrumpido su trabajo repentinamente por la


revolución lavallejista de 1825.

En 1838 Joaquín Requena propuso que a los niños sobresalientes se les adjudique
premios en los exámenes públicos y agrega que en los casos en que “los
adelantamientos sean muy notables”, el premio puede consistir en algunos días de
asueto que no pasarán de tres. En cuanto a los castigos físicos, exigió mucha “cordura y
prudencia”, quedando prohibidos la palmeta y los azotes, siendo que “una barita de
junco servirá para indicar al niño con leves golpes, el error que cometa” y rechaza las
sanciones que puedan afectar la dignidad del niño por lo que se prohíbe al preceptor
actitudes de ensañamiento o de represión con palabras “soeces o humillantes.”

Más adelante, en el proyecto conjunto de Giró-Acevedo-Reyes se establecerá que las


recompensas a los niños que se destaquen consistan en que su nombre figure durante
una semana “en letras notables sobre fondo blanco en el testero de la escuela” y se
prohíbe terminantemente el uso de palmetas, azotes, penitencias públicas o todo castigo
“que tienda a envilecer y degradar el carácter de los niños”, los castigos se reducirán a
malas notas, aviso a los padres, doble tarea, o incluso prohibición de salir a la hora
señalada pero con la diferencia de que el encierro jamás podría sobrepasar las cuatro
horas y sin la privación del alimento necesario.

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Avances hacia la educación moderna - El Informe Palomeque

José Gabriel Palomeque Larrosa es una de las figuras ineludibles en todo estudio
histórico de la educación uruguaya del siglo XIX.

Nació en Cordón en 1810. Era hijo de un oficial de Artigas, José Palomeque y de


Manuela Larrosa. Cursó, paralelamente, la carrera militar y estudios de derecho, y
también ocupó diferentes cargos de gobierno. Fue diputado por Maldonado en 1855 y
por Tacuarembó en 1858; y jefe político de Cerro Largo, de Canelones y de Salto. A la
fecha de su informe, tenía el grado de Sargento Mayor y había sido jefe político de
Montevideo. Su carrera de abogado la culminó en 1877 y ascendió a Coronel recién en
1864.

Originariamente afiliado al partido Colorado, sus convicciones lo fueron inclinando


hacia el partido Blanco, a quien representó actuando como legislador y jefe político.

No obstante los agitados tiempos en los que le tocó vivir y de los que fue protagonista,
pudo dedicarle tiempo y darle prioridad a los problemas de la cultura y la educación. Es
manifiesta su honda preocupación por el estado de la educación del pueblo.

Al crearse en 1847 el Instituto de Instrucción Pública, lo integró como Secretario,


siendo también Secretario del Consejo universitario.

En 1854, a tres años de terminada la Guerra Grande, el Instituto confió en él para


“examinar las necesidades e imperfecciones” de la escuela en el interior del país. En el
cumplimiento de dicho mandato, recorrió varias escuela del país durante varios meses
entre 1854 y 1855 (Faraone, 1968)2, desplegando una muy intensa labor, y haciendo uso
de las potestades que se le habían conferido, procediendo a designar maestros, a instalar
escuelas y a “sustituir ineptos”, como él mismo manifestaba.

Dio directivas, instruyó, aleccionó y recriminó. A su regreso redactó un informe de


extremada y radical objetividad, crudo y desconsolador, a criterio de varios
historiadores. Contenía el juicio crítico más severo y al mismo tiempo más veraz que se

2
Faraone, Roque. 1968. “Varela: la conciencia cultural”. Enciclopedia Uruguaya. Tomo 23. Editores
Reunidos y Editorial Arca. Montevideo MEC – Dirección de Educación Área de Investigación y
Estadística

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hubiera emitido en lo que iba del siglo, sobre la realidad educacional oriental. La
historia ha identificado su texto con la denominación de “Informe Palomeque”.

“Uno de los datos más llamativos es que en las escuelas, a excepción de las de
Montevideo, Cerro Largo y Salto, no se conoce el Reglamento de Estudios: en ninguna
se enseñan las materias que la enseñanza primaria superior […] se limitan tan solo a
rudimentos de escritura, lectura, doctrina, las primeras cuatro reglas fundamentales de la
aritmética y nociones de gramática castellana […] la educación en los departamentos de
campaña está fiada a hombres que ignoran sus obligaciones, que se guían solo por mera
rutina, sin otros conocimientos que los que han podido adquirir en la práctica, sin haber
estudiado en su mayor parte la teoría de su profesión ni saber dónde concurrir para
aprenderla. Si a esto se agrega la falta de buenos libros que le ponga al corriente del
adelanto de la época, es claro que el laberinto y desorganización de las escuelas no
puede dejar de existir.”3

Información proporcionada por el informe Palomeque. Escuelas del interior del país 1885. “A 140 años de la Educación del Pueblo”
Aportes para la reflexión sobre la educación en el Uruguay - Libro virtual Uruguay, Ministerio de Educación y Cultura. Dirección
de Educación. Área de investigación y Estadística - ; Montevideo: MEC, 2014-

3
Araújo, O. 1911. Historia de la escuela uruguaya. Dirección General de Instrucción Primaria. El Siglo
Ilustrado. Montevideo. Página 38

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Palomeque, sin éxito, propone una serie de 14 puntos para efectuar una reforma, entre
los cuales se encontraban: la necesidad de sistematizar y uniformizar todo el sistema
escolar, la creación de recursos económicos específicos para la educación, atender la
educación femenina, trabajar en la formación y designación de los maestros, establecer
la obligatoriedad de asistencia a la escuela, regularizar el funcionamiento del sistema a
través del pago puntual de sueldos, la adquisición de textos y útiles, y designar
autoridades locales y centrales que lograran viabilizar el sistema.

La inestabilidad política, que hacía difícil a las juntas ocuparse de las escuelas de sus
departamentos, sumada a la falta de recursos, sirvieron de excusa para no tomar
medidas frente a los reclamos y propuestas de Palomeque (Bralich, 1996) 4.

Diez años después, la Junta Económico Administrativa (JEA), aprobó el Reglamento


Interno Provisorio de las Escuelas Públicas Gratuitas. Este hecho no implicó ningún
avance pedagógico, pero estableció un marco normativo para regularizar la acción
escolar en Montevideo y otros departamentos, que también adoptaron muchas de las
normas en él establecidas (Bralich, 1996).

En la historia de la cultura uruguaya, al “Informe Palomeque” deberá reconocérsele


relevancia en tres aspectos: haber constituido el primer ensayo sociológico sobre la
educación oriental; haber dado un significativo viraje en cuanto a la apreciación de la
mujer en lo familiar y social; y haber introducido en la consideración pública una
trascendente innovación en cuanto al reconocimiento de los derechos del niño en el
aula.

En este valioso documento se vislumbra el pasaje hacia una instancia caracterizada por
el derecho del niño a recibir en el aula un tratamiento metodológico que no afecte su
peculiar naturaleza. Se pasa del respeto del cuerpo y de la autoestima del alumno, al
respeto de sus procesos naturales de apropiación del saber. En este informe comienza a
figurar la sustancia misma de la nueva metodología que ocupará la pedagogía del S XX.

Es el primer texto que se expone en el país del cual se desprende que el imperativo del
niño, en el acto de aprender, realiza descubrimientos, o dicho de otra manera; la

4
Bralich, J. 1996 “Una historia de la educación en el Uruguay. Del Padre Astete a las Computadoras”.
FCU. Montevideo. Libro electrónico. Disponible en la biblioteca de la Facultad de Humanidades y
Ciencias de la Educación: ubicación: CD 107.

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necesidad de que, para poder aprender, deba descubrir algo - aquello que sea objeto de
aprendizaje - por sí mismo.

Toda esta nueva visión supone un sustancial cambio en los quehaceres del docente, ya
que, bajo esta nueva perspectiva, deja de ser alguien que “dicta” para convertirse en
alguien que “guía”. El acto educacional, a su vez, se configura relegando el aspecto
“enseñanza” para dar supremacía al aspecto “aprendizaje”.

A la vez que el superior gobierno de la República concibió el Instituto de Instrucción


Pública, creó, gracias a ello, uno de los elementos que constituyen el mejoramiento y
prosperidad de la educación popular: “El Instituto acordó comisionarme para que
visitando las escuelas costeadas por el Estado, en los Departamentos de Campaña,
estudiase y examinase sus necesidades y sus sistemas removiendo, en cuanto posible
fuere, las imperfecciones donde las encontrase y hubiese medio de hacerlo; con la
obligación de pasar al instituto, un informe detallado del estado en que se encuentra la
educación que se da en los Departamentos de Campaña” José G. Palomeque.

Otra de las modificaciones de urgente necesidad en el Reglamento de Instrucción


Primaria era la propagación y la inspección de la Educación Primaria, la cual era una
tarea tan elevada, como vasta, complicada debido a la multitud de detalles minuciosos,
que requerían rápida ejecución, y una observación incesante, tanto sobre los profesores
como sobre los educadores.

Pero, a su criterio, las juntas, no comprenden su misión, no las estudian tampoco; y la


educación para ellas es de lo último que se ocupan. Así se ve su desconocido descrédito,
la insuficiencia de los profesores, y la ignorancia del Gobierno. Colocadas, las juntas, al
frente de la educación, con la falta de interés que han demostrado siempre no es posible
prestar a las escuelas esa atención necesaria y especial que ellas reclaman.

Palomeque reflexionó que los profesores, precisan de la presencia de las juntas, exigen
sus visitas frecuentes, porque estas reaniman la vida del estudio y estimulan al profesor
y a su vez, el Inspector General es indispensable en la educación. Una de las
obligaciones de Inspector General era visitar anualmente las escuelas públicas de toda la
República. No bastaba visitar los establecimientos más bien atendidos, como lo eran los
del Departamento de la Capital. Todas las escuelas costeadas por el Estado tienen igual
derecho a ser visitadas.

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Para él, la primera condición del hombre, debía ser el conocimiento íntimo del asunto de
que se encarga, conocimiento que no es posible adquirir si no se consagra a él de una
manera muy especial o por profesión.

Según su informe, era necesario confesar el abandono en el que están las escuelas, lo
que indudablemente contribuyó a la desmoralización de los profesores. Los profesores
impagos, los alumnos sin textos, los establecimientos sin útiles ni materiales que les
sirvan, lo dificultan a punto de hacerse ilusoria la enseñanza.

José G. Palomeque afirmaba que el éxito depende esencialmente de la exactitud en el


pago de los profesores; de la provisión de libros de lectura y útiles de la escuela; del
interés que anime a las autoridades locales; de la moralidad de los institutores; de la
disciplina de los alumnos, y de las obligaciones de los padres de familia en orden a la
concurrencia de sus hijos a la escuela.

Cabe destacar el olvido que existía hacia las mujeres en cuanto a la educación, aunque
Palomeque destaca la importancia de este sexo, era necesario promover medios para
sacarlas de la ignorancia y atraso a las que estaban reducidas por la falta de casas de
educación bien asistidas y dotadas. Las ideas dominantes del siglo, establecen que se dé
instrucción al hombre y no a la mujer, a que se conceda al hijo lo que se niega a la hija,
a que se favorezca al hermano y no a la hermana.

En los pueblos de la campaña era muy común ver mujeres y niños abandonados a su
propia suerte y al embrutecimiento que les ofrece la diminuta y malísima educación que
se les presta.

La función del maestro era de contraerse muy especialmente a desarrollar y fortificar el


espíritu de observación del alumno, procediendo siempre de lo conocido a lo
desconocido como el medio de cultivar la inteligencia del niño, bajo reglas fijas y
sistemas que pudieran ponerlo en estado de descubrir por sí mismo la razón, las causas
y lo que es más, el principio de lo que se enseña.

Este informe es breve, pero de sorprendente riqueza, señala irregularidades tales como:
incumplimiento de programas y reglamentos de estudio; carencia de útiles escolares y
falta o inadecuación de los locales, a lo que se le agrega la irregularidad en el pago de
los maestros; ineptitud y/o falta de responsabilidad de los maestros, o ausencia de estos
en la zona; falta de uniformidad en los textos utilizados, en la caligrafía y hasta en el

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idioma; desinterés y abandono por parte de las juntas Económicas-Administrativas;


atención prioritaria, por parte de las autoridades, a las escuelas de la capital y
alrededores, con grave e injusto detrimento de la educación de la campaña; ausencia de
una inspección adecuada de las conductas respectivas de los preceptores y de los
alumnos; existencia perniciosa de un estrato social sin hogar ni honestos medios de
subsistencia; condición inferior de la mujer e injustificable descuido de su educación;
vicios y hábitos nocivos del niño e influencia devastadora del medio ambiente sobre la
niñez entre las más destacables.

Del texto se desprenden frases que marcan la ética y deontología educacionales de las
cuales se nutrió. Mencionaremos las más importantes de ellas:

 Guardar las formas del reglamento de estudios: Principio básico del accionar
del docente, en tanto que se relacionaría por un lado con el indispensable apego
del docente a los programas de estudio, y por otro, con el ajuste a las pautas
emanadas de la autoridad, sobre el funcionamiento organizacional de la escuela.

 Contraerse muy especialmente a desarrollar y fortificar el espíritu de


observación del alumno: La observación es la base de la ciencia natural,
intentar lograr su prevalencia en 1855 significaba adelantarse considerablemente
a la época (recién en 1869 se introdujeron las ciencias naturales en un plan de
estudios de educación primaria). Se aclara que no significa que el maestro
debiera solo instar a sus alumnos a observar; debía además crear una disposición
interior en ellos, o mejor, suponiendo la preexistente, desarrollarla y fortificarla.

 Proceder siempre de lo conocido a lo desconocido. Es decir, a partir del


conocimiento que el niño ya posee es que deberían llevarse a cabo las
operaciones del enseñar,

 Cultivar la inteligencia: Cultivar la inteligencia implica estimularla, incitarla,


fomentar su crecimiento en el alumno. Ya no se trata de “instruir”, ni de “nutrir
a los niños a su cargo”, de “sujetar a la juventud, civilizar los ánimos e ilustrar
cristianamente los entendimientos”, ni tampoco de forjar “útiles vasallos”
mediante la escuela, sino más propiamente de promover en los niños el
desarrollo y desenvolvimiento de sus poderes y capacidades intelectuales.

 Bajo reglas fijas y sistematizadas: El docente no podrá prescindir de cierta


normatividad pedagógica. Reglas fijas que no dependan demasiado del capricho

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momentáneo ni de la emotividad circunstancial que una situación concreta


sugiera o imponga al docente; y sistematizadas, en cuanto a su conjunto, deberá
tener coherencia y armonía internas.

 Poner al educando en estado de descubrir por sí mismo, la razón, las causas, y


lo que es más, el principio de lo que se enseña.

Según esta perspectiva la función docente es articular y aplicar todos los dispositivos y
estrategias que resulten aptos para colocar al alumno en situación de descubrir. “Pone en
estado de descubrir” no es, obviamente, obligar, ni forzar, ni copeler. Es conducir al
niño imperceptiblemente, sin que se sienta la mano conductora, hacia una situación
anímica e intelectual propicia para el hallazgo. Esto requiere del maestro una aguda
percepción de la realidad sicológica de cada alumno, para captar sus inclinaciones, sus
motivaciones y sus reacciones, y a la vez un ágil despliegue de técnicas para inclinar su
curiosidad y su interés hacia determinados objetos de investigación y para impulsarlo a
pensar.

Palomeque establece una distinción adicional en cuanto a los objetos de descubrimiento


por parte del niño, y ellos están constituidos por “la razón, las causas, y lo que es más,
los principios de lo que se enseña”, alude a los procesos psico-socioculturales, donde
interviene el ser humano como responsable de las acciones. Las causas, es una clara
referencia a las conexiones y encadenamientos que producen efectos en el ámbito de los
fenómenos de la naturaleza. Los principios, referido a que el alumno debe descubrirlos,
en referencia a los fundamentos últimos, tanto de las conductas humanas cuya razón se
investiga, como de los procesos naturales cuyas causas se indaga.

Esta fue la minuciosa descripción de la realidad educacional del interior del país
plasmado por Palomeque en su Informe de 1855.

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BIBLIOGRAFÍA

 Consejo Nacional de Educación – Consejo de Educación Primaria - Informe Palomeque


1855. Montevideo - Uruguay (1974)
 Instituto Formación Docente (Comenio) Canelones - Boletín Pedagógico Nº 7
Canelones – Uruguay (2006).
 MEC (2014) - A 140 años de la educación del pueblo: Aportes para la reflexión
sobre la educación en el Uruguay - Montevideo, Uruguay. Recuperado de
http://www.mec.gub.uy/innovaportal/file/54731/1/libro_140_anos_varela.pdf en
Agosto de 2017
 Mena Segarra, E.; Palomeque, A.; et. al. Historia de la Educación Uruguaya Tomo 2.-
Ediciones de la plaza. Montevideo – Uruguay.

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