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Voces: DAÑOS Y PERJUICIOS ~ ENTIDAD FINANCIERA ~ RESPONSABILIDAD DE LA ENTIDAD

FINANCIERA ~ OBLIGACION DE SEGURIDAD ~ CAJERO AUTOMATICO ~ RESPONSABILIDAD


CIVIL ~ AGRAVANTES ~ OPERACIONES FINANCIERAS ~ EXTRACCION DE FONDOS ~
PRESTACION DE SERVICIO ~ DEFENSA DEL CONSUMIDOR ~ DERECHOS DEL CONSUMIDOR ~
CONSUMIDOR ~ USUARIO ~ TARJETA DE DEBITO ~ DAÑO MORAL ~ DAÑO PUNITIVO ~
VALUACION DEL DAÑO
Título: El deber de seguridad de los bancos y los daños derivados de la utilización de cajeros automáticos
Autor: Chamatropulos, Demetrio Alejandro
Publicado en: RCyS2010-IX, 95
Fallo comentado: Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial, sala C (CNCom)(SalaC) ~ 2009-12-22 ~
De Santis, Ulises Manuel y otro c. Banco de la Ciudad de Buenos Aires
Sumario: I. Introducción.- II. Aclaración previa: ¿cómo debe ser examinada la responsabilidad de los
bancos?- III. El caso en cuestión y la solución adoptada.- IV. Existencia de conexidad contractual en estos
supuestos.- V. El meollo de la cuestión: el alcance del deber de seguridad.- VI. Sobre el daño moral y los
daños punitivos.- VII. Palabras finales
I. Introducción
La sentencia que nos ocupa, y puntualmente, el camino elegido para decidir la controversia puesta bajo el
poder jurisdiccional forma parte de una corriente relativamente nueva dentro de la jurisprudencia que parece
haber tomado conciencia de que la responsabilidad civil de las entidades bancarias debe ser apreciada con una
estrictez particular, atento la importante función que las mismas están destinadas a cumplir dentro de la
sociedad.
Como una confirmación del auge que están experimentando los delitos informáticos, trataremos aquí un
fallo que, precisamente, analiza cómo debe comportarse un banco cuando, mediante novedosas técnicas
delictivas (en este caso, el uso de "tarjetas mellizas" en cajeros automáticos), se extraen ilícitamente fondos de
cuentas bancarias.
II. Aclaración previa: ¿cómo debe ser examinada la responsabilidad de los bancos?
Como cuestión preliminar, debe expresarse que hoy en día prácticamente ya no existen voces que pongan en
tela de juicio la sumisión de las entidades bancarias al Estatuto del Consumidor (1). Recordemos que hasta no
hace muchos años atrás, prestigiosos autores como Mario Bonfanti (2) afirmaban la exclusión de estos sujetos
de la Ley N° 24.240. La cuestión la hemos tratado en detalle en otro trabajo a cuya lectura remitimos (3).
Por otra parte, nunca debe olvidarse que la función que cumplen estas entidades en la comunidad es de una
importancia tal que su conducta "debe ajustarse a un standard de responsabilidad agravada, distinta de la que le
cabría a una simple persona". Esto se debe a que estamos ante "comerciantes profesionales colectores de fondos
públicos y altamente especializados que ostentan una superioridad de tipo técnico sobre los usuarios. En otras
palabras, su diligencia deberá ser apreciada en base a los interpretación conjunta de los arts. 512 (4), 902 (5) y
909 (6) del Cód. Civil y que puede resumirse en la expresión: ‘a mayor responsabilidad, mayor diligencia'" (7).
Como una primera y sencilla conclusión, debemos expresar que los bancos no sólo son proveedores en los
términos de la LDC sino que su conducta deberá ser apreciada con parámetros aun más exigentes que aquellos
que se utilicen para evaluar el accionar de otros proveedores también regidos por el Estatuto del Consumidor,
pero que no se encuentran llamados a cumplir un rol en la sociedad tan preponderante como el de las entidades
financieras.
III. El caso en cuestión y la solución adoptada
En este caso, dos personas demandaron al Banco de la Ciudad de Buenos Aires reclamando los daños y
perjuicios sufridos como consecuencia del engaño al que se vieron sometidos por parte de terceros que
obtuvieron el PIN (Personal Identification Number) que habilitaba la extracción de dinero de su cuenta a través
de cajeros automáticos. Los autores del ardid, empleando esa información y mediante la utilización de "tarjetas
mellizas" pudieron llevar a cabo la extracción de fondos.
La sentencia de primera instancia rechazó el pedido de indemnización por los daños materiales y el daño
moral cuya reparación se solicitaba.
Brevemente, se puede decir que el argumento principal para no hacer lugar al reclamo fue considerar que la
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víctima había incurrido en una negligencia de cuyas consecuencias debía hacerse cargo, no pudiendo hacer
cargar con las mismas a la entidad financiera. La culpa de la víctima en el caso consistió, según el magistrado de
primer grado, en difundir el PIN a terceros, ignorando las advertencias de seguridad realizadas por el Banco a tal
efecto.
Ante esta situación los actores recurrieron el decisorio basándose, principalmente, en señalar que el Banco
no había atendido adecuadamente el deber de seguridad a su cargo.
La resolución del Tribunal revocó el fallo del a-quo indicando que el hecho de que los actores hayan sido
inducidos a error a través de un ardid, no significaba que los mismos debían hacerse cargo de las consecuencias
dañosas, sino que ello debía ser soportado por el Banco, en base a que las medidas de seguridad tomadas por
éste último fueron insuficientes para prevenir conductas engañosas como las que sufrieron los demandantes.
IV. Existencia de conexidad contractual en estos supuestos
Una de las cuestiones que resaltan a primera vista es que, supuestos como el presente, son casos
paradigmáticos en los que queda graficada con claridad la famosa "conexidad contractual" que queda
evidenciada en las relaciones de consumo.
Es que frente al usuario tendremos no solamente al banco que abrió a nombre de aquél la cuenta (su co-
contratante, en el sentido clásico del término), sino también a otras entidades financieras que, aunque no hayan
contratado literalmente con el primero quedan involucradas en estos casos por la dinámica particular de este tipo
de operatoria.
Trayendo a colación lo que hemos expresado en nuestra anterior publicación sobre el tema (8), podemos
decir que se hallan en ésta última situación:
1.- Las "redes de cajeros" (Link o Banelco, por ejemplo) que efectivamente prestan el servicio y que se
encuentran ligadas contractualmente con las distintas entidades financieras.
2.- La entidad emisora de las tarjetas de débito que el usuario utilizará para extraer el dinero de las
terminales. Estas también se hallan vinculadas formalmente con los bancos y no con el consumidor.
3.- Los distintos bancos en cuyas instalaciones existen cajeros a los cuales el usuario puede acceder para
operar, más allá de no ser estrictamente "cliente" de aquéllos.
El mérito, precisamente, de la teoría de la conexidad contractual es el de haber hecho primar la realidad por
sobre las formas. Lo que en la práctica se traduce en dejar de tratar a alguien como un "tercero ajeno que nada
tiene que ver", para comenzar a considerarlo como un sujeto plenamente involucrado en el conflicto
intersubjetivo.
Sobre este punto ya hemos apuntado algo en una reciente obra de nuestra autoría: "la LDC excede el ámbito
de lo meramente contractual. De hecho la aparición de la figura del consumidor o usuario ha sido una de las
razones que ha llevado a la crisis de la división de los dos tipos clásicos de responsabilidad. Así, por ejemplo, si
el estatuto protectorio del consumidor sólo regiría el ámbito de la responsabilidad contractual, se produciría el
sinsentido de que quienes consumen no podrían reclamar contra distribuidores o fabricantes de un producto
cuando no hubieran contratado directamente con ellos, lo que de acuerdo al estado actual de evolución del
derecho de daños, es casi un disparate" (9).
Esta conexidad que ha sido receptada en la LDC (art. 40) (10) es la que nos permite llegar a nuestra primera
conclusión: se puede accionar contra todos aquellos proveedores involucrados en la prestación del servicio, se
haya contratado expresamente con ellos o no.
Reciente jurisprudencia relacionada con daños derivados de la utilización de cajeros automáticos ha
confirmado esta posición (11), expresando que la inexistencia de una relación contractual no es obstáculo para la
aplicación de la Ley 24.240 ya que el art. 42 de la Constitución Nacional no habla del "contrato de consumo"
sino de "relación de consumo". Se agregó que esta última es lo suficientemente amplia como para abarcar "a
todas las circunstancias que rodean o se refieren o constituyen un antecedente o son una consecuencia de la
actividad encaminada a satisfacer la demanda de bienes y servicios para destino final de consumidores y
usuarios".
V. El meollo de la cuestión: el alcance del deber de seguridad
Ahora avanzaremos en lo más interesante del fallo. Intentaremos dilucidar hasta dónde resulta razonable que

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la entidad financiera asuma el deber de seguridad a su cargo. Aclárese que no se duda de la existencia de dicha
obligación en cabeza del banco. Lo que se tratará de vislumbrar es la extensión de la misma.
Como primera medida debemos partir de un presupuesto: la responsabilidad del proveedor en estos casos es
de tipo objetivo. Diversas normas nos conducen a dicha conclusión.
En efecto, el art. 40 LDC antes mencionado, sólo admite la liberación de la obligación de reparar los
perjuicios si se acredita total o parcialmente que la causa del daño le ha resultado ajena, sin hacer efectuar
ninguna clase de valoración subjetiva al respecto. Es más, el precepto en su parte inicial hace expresa referencia
a daños derivados del "vicio o riesgo de la cosa o de la prestación del servicio". Indiscutiblemente, el servicio de
cajeros automáticos encaja perfectamente dentro de la caracterización del art. 40.
No resulta en vano recordar que quienes han decidido la introducción de estas "máquinas" en el sistema
bancario y es más, quienes han promocionado intensamente su uso, son los mismos bancos. Por supuesto que las
ventajas que de ello se derivan no son exclusivas de estos proveedores sino que también benefician a los
usuarios. Así a los primeros les permite fundamentalmente obtener un ahorro de dinero, ya que no necesitan
disponer de tantos cajeros de "carne y hueso" como antes de la invención, mientras que para los segundos se
trata, básicamente de confort, es decir, mayor comodidad y rapidez para operar, sin tener que soportar tediosas
"colas" ni ajustarse a los horarios preestablecidos de atención al público en estas entidades.
El hecho de que existan beneficios para ambas partes no nos debe hacer olvidar que el que decidió
incorporar esta nueva tecnología fue el banco. Y se trata de una cosa claramente riesgosa (12) y que en no pocas
oportunidades experimentan fallas (13). El usuario simplemente tuvo que "acatar" el cambio en la manera de
operar sin quedarle otra alternativa (más allá de que le resulte a la postre más cómodo). En base a ello, resulta
indiscutible concluir que la entidad debe hacerse cargo de todos los riesgos que se derivan de la decisión
tomada. Particularmente, tendrá que brindarle al usuario un grado de seguridad similar al que existiría si es que
la operación se hubiese perfeccionado ante una persona física empleada del banco (14).
Por lo demás, estando claramente ante una relación de consumo, tendrá que recordarse que el art. 53 LDC
ordena literalmente que "los proveedores deberán aportar al proceso todos los elementos de prueba que obren en
su poder, conforme a las características del bien o servicio, prestando la colaboración necesaria para el
esclarecimiento de la cuestión debatida en el juicio". Por lo tanto esta vigencia de la carga dinámica de prueba
no sólo se deriva del sentido común (es decir, que aporte elementos para acreditar como sucedieron los hechos
el que se encuentre en mejores condiciones para hacerlo), sino también de un expreso mandamiento legal.
Dicho esto, nos debemos referir a la obligación de seguridad a cargo del proveedor en estos casos, cuyo
análisis será de vital importancia para inclinar la balanza en uno u otro sentido.
A los fines de evidenciar la contundencia con la cual se está evaluando este deber de seguridad, resulta
ilustrativo traer a colación lo resuelto en el caso "Zappettini" (15) en donde se dijo que "la responsabilidad del
banco es, desde el punto de vista del cliente, la que deriva de la existencia de una obligación ‘de resultado' en
cuanto al correcto funcionamiento del sistema de cajero automático, evitando operaciones fallidas y permitiendo
la permanente extracción de fondos o depósitos, la acreditación de pagos y transferencias sin error, la correcta
consulta de saldos, etc. y, a la vez, ‘de seguridad' en cuanto debe brindarse al cliente una prestación funcional
preparada para brindar el servicio de cajeros de la manera más confiable posible frente a maniobras fraudulentas
de terceros".
Amén de lo dicho, resulta interesante recordar que el deber de seguridad, de acuerdo a algunas corrientes
pretorianas de plena vigencia en la actualidad, no se agota en el debido funcionamiento de la máquina sino
también en evitar que el usuario pueda sufrir posibles ilícitos con motivo de una extracción (por ejemplo, robo a
mano armada). Al respecto, se ha dicho que los bancos no pueden intentar desligarse de responsabilidad
alegando fuerza mayor cuando se producen estos hechos, puesto que el actual contexto de inseguridad social
reinante transforma directamente a los cajeros en lugares inseguros que propician la comisión de delitos (16).
Recapitulando, podemos decir que sobre los parámetros de seguridad que deben cumplir los bancos al
respecto, se han emitido una serie de Comunicaciones por parte del BCRA, que contienen interesantes
disposiciones que a continuación enunciaremos:
1.- La Comunicación "A" 3336/2001 a lo largo su sección 5.3 detalla cómo deben ser utilizados los cajeros
automáticos. Sin embargo, cabe aclarar que los recaudos allí contenidos están indirectamente destinados a los

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usuarios. En realidad, lo que allí se prevé son las recomendaciones que los bancos deben asegurarse de informar
a los clientes a los fines del correcto uso del cajero. No se debe olvidar que las normas del BCRA obligan a las
entidades financieras y no a los usuarios. En otras palabras, se trata simplemente de instruir a aquéllas sobre
cómo deben cumplir efectivamente el deber de información a su cargo (art. 4 LDC) (17). Entre estas
instrucciones caben destacar las siguientes:
a.- La obligación genérica de notificar, al momento de apertura de la cuenta, sobre las precauciones que se
deben tomar para su correcto uso. Además de ello, se deben colocar carteles con los mismos recaudos, en
lugares visibles de las instalaciones donde se encuentran los cajeros (sección 5.3.1).
b.- Yendo a la particular, se enumeran después una serie de "recaudos mínimos de seguridad" (póngase
atención en ésta expresión porque resultará importante para comprender el sentido del fallo). Por ejemplo, no
divulgar el PIN ni escribirlo en la tarjeta (sec. 5.3.2.3), evitar que otros puedan observar la clave que digitemos
(sec. 5.2.2.4), no facilitar la tarjeta a terceros ni olvidar retirarla del cajero (secs. 5.2.2.4 y 5.2.2.6), dar aviso
inmediato si la máquina retiene el plástico o si se sufre pérdida o robo del mismo (secs. 5.2.2.9 y 5.2.2.10), etc.
2.- La Comunicación "A" 3390/2001 si bien es de tipo más general, puesto que se refiere a medidas de
seguridad "mínimas" en las entidades financieros (el resaltado de la expresión no debe ser ignorado), es
aplicable obviamente a los cajeros automáticos ya que éstos forman parte de las instalaciones de los bancos.
A los fines de no abundar en detalles se preceptúa, entre otras, la obligación de la existencia de cámaras de
video que vigilen todo lo que acontece con el uso del cajero, cuyas grabaciones permanezcan guardadas por un
lapso de tiempo determinado (secciones 2.10.1.e) y 2.10.2.4.b)), el tipo de iluminación y vidrios a utilizar en los
locales donde existen las máquinas, la colocación de información de instrucciones y precauciones destinadas al
usuario, la colocación de un sistema de alarmas, etc. (estas últimas ubicadas a lo largo de la sección 5.1).
3.- Por último, la Comunicación "A" 3682/2002, en su punto 12, garantiza de un modo genérico que en las
operaciones realizadas a través de cajeros automáticos, las entidades están obligadas a implementar mecanismos
de seguridad informática que den certidumbre sobre la genuinidad de las operaciones.
Estas normas emitidas por el Banco Central deben ser tomadas como parámetros de cumplimiento
obligatorio, pero "de mínima". Es decir, no debe creerse que teniendo en cuenta solo ellos la cuestión ya queda
solucionada. Se requiere un "algo más", que se traduce sencillamente en arbitrar todos aquellos medios
adicionales que permitan brindar una adecuada seguridad al usuario cuando, aun cumpliendo estas
disposiciones, la protección de la situación de este último siga resultando ineficaz.
Al respecto, jurisprudencialmente se ha dicho que la "obligación de seguridad del banco no se agotó con el
cumplimiento de los mínimos requisitos exigidos por el BCRA sino que debió procurar que aquellos recaudos
resultaran un medio eficaz para el cumplimiento de la obligación anexa de brindar seguridad a los usuarios"
(18).
Para no dejar margen de dudas alguno, el texto mismo de la Comunicación N° 3336 antes citada expresa que
las disposiciones en materia de seguridad "revisten el carácter de mínimas quedando al exclusivo criterio y
responsabilidad de las entidades financieras la adopción de otros recaudos que estimen necesarios, según surjan
de los estudios de seguridad que efectúen, con el objeto de asegurar la protección de los valores atesorados en
cada cajero automático y de los respectivos usuarios".
El fallo comentado lo que hace simplemente es relativizar la posible negligencia del usuario, considerando
que si el banco hubiera ideado mecanismos de seguridad adecuados, aun divulgándose la clave, el daño no se
debería haber producido. Es decir, el incumplimiento previo de la entidad imposibilita considerar que pueda
ejercerse un juicio de reprochabilidad sobre la conducta del afectado.
Además de ello, se tuvo en cuenta la lenta capacidad de reacción de la entidad, una vez burlados los
mecanismos de seguridad a través del ardid. En otras palabras, se reprocha que el banco no haya tenido
preparados dispositivos destinados a evitar el agravamiento del daño.
VI. Sobre el daño moral y los daños punitivos
Con respecto a la reparación del daño moral, cabe decir que si bien históricamente la regla es no aplicarlo en
incumplimientos derivados de contratos, lo cierto es que resulta cada vez más frecuente la fijación de un monto
por este rubro, atendiendo a las circunstancias del hecho en particular. Lo llamativo de este caso es que se
prescindió de cierta rigurosidad en la apreciación de la prueba, pues la misma se basó en los dichos de un solo
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testigo. Esto permite inferir que la condena por daño moral se tornará cada vez más habitual en este tipo de
supuestos. Hasta el momento, se había tenido conocimiento de la aplicación del mismo en situaciones que,
prima facie, permitían advertir con mayor facilidad la existencia de una afección en el espíritu del damnificado.
Así, por ejemplo, y siempre hablando de perjuicios derivados del uso de cajeros, se lo había aplicado en
supuestos de robos en ocasión de efectuarse extracciones (19) o cuando quien sufría el daño era un extranjero de
vacaciones en nuestro país (20).
Por último, sería interesante dejar planteado el tema relacionado con la posible culpa lucrativa de los bancos
en estos casos. Esto es, si no existe la posibilidad de que les "convenga" incumplir las medidas de seguridad
idóneas, puesto que resulta económicamente más rentable indemnizar cada tanto a algún damnificado que
invertir el dinero necesario para brindarle una adecuada protección al usuario en general. En caso de
comprobarse, o aun presumirse con cierta intensidad, la existencia de dicho ánimo en una entidad, le sería
aplicable, sin ningún tipo de duda, la multa civil prevista en el art. 52 bis (daños punitivos) de la LDC.
Remitimos a la lectura de nuestra obra al respecto a quien desee estudiar en detalle esta nueva figura jurídica en
nuestro país (21). Análogos fundamentos pueden llevar a aplicar sanciones administrativas, como de hecho ya se
lo ha venido haciendo, siendo las mismas ratificadas por la jurisprudencia (22).
VII. Palabras finales
El fallo comentado no es más que una especie de confirmación de otros anteriores (algunos citados a lo largo
del trabajo) que buscan dejar como mensaje que las entidades financieras no se deben contentar con utilizar
nuevas tecnologías que simplifiquen su trabajo y otorguen confort a los clientes, sino que también deben vigilar
que éstos últimos, precisamente para lograr esa "confort" que se promociona, puedan operar de una manera lo
suficientemente segura. Porque una "comodidad insegura" termina resultando, en definitiva, "incómoda".

 (1) Con este término hacemos referencia no sólo a la Ley N° 24.240 (reformada por la Ley N° 26.361), sino
también a la normativa considerada complementaria a la misma, como, por ejemplo, la Ley de Lealtad
Comercial N° 22.802.

 (2) BONFANTI, Mario, "El cliente del Banco y la ley 24240", JA 1999-II-704. Este jurista recalcaba que
los bancos tienen su propia ley (la N° 21.526 de Entidades Financieras) que regula la actividad y que el poder de
contralor sobre los mismos debía estar, por lo tanto, exclusivamente a cargo del Banco Central de la República
Argentina (BCRA). A contrario sensu, consideraba que no les era aplicable la LDC ni podían ser supervisados
por los organismos administrativos con competencia para la defensa de los intereses de consumidores y
usuarios. Asimismo, agregaba que el cliente de banco no era un "cliente cualquiera" y que, por tanto, no debía
ser asimilado sin más al consumidor o usuario que protege la LDC. Hacía hincapié también en la "cultura
financiera del cliente de banco" como elemento distintivo.Este último razonamiento es de una debilidad tal que
la mención de un solo ejemplo bastará para refutarlo: desde hace varios años prácticamente a todos los
trabajadores registrados o "en blanco" se les abona sus remuneraciones a través de cuentas bancarias. Aun dando
la ventaja de permitir que se considere al "consumidor bancario" como "alguien especial" (lo cual obviamente
rechazamos) debe reconocerse que la utilización de productos y servicios financieros se ha masificado de
manera tal que, hoy por hoy, no existe necesidad alguna de otorgar un tratamiento especial al respecto.

 (3) CHAMATROPULOS, Demetrio A., "La responsabilidad de las entidades financieras por los daños
sufridos por usuarios de cajeros automáticos", www.erreius.com, Editorial Errepar, 2010.

 (4) Art. 512. "La culpa del deudor en el cumplimiento de la obligación consiste en la omisión de aquellas
diligencias que exigiere la naturaleza de la obligación, y que correspondiesen a las circunstancias de las
personas, del tiempo y del lugar".

 (5) Art. 902. "Cuanto mayor sea el deber de obrar con prudencia y pleno conocimiento de las cosas, mayor
será la obligación que resulte de las consecuencias posibles de los hechos".

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 (6) Art. 909. "Para la estimación de los hechos voluntarios, las leyes no toman en cuenta la condición
especial, o la facultad intelectual de una persona determinada, a no ser en los contratos que suponen una
confianza especial entre las partes. En estos casos se estimará el grado de responsabilidad, por la condición
especial de los agentes".

 (7) CHAMATROPULOS, Demetrio A., "La responsabilidad de las entidades financieras por los daños
sufridos por usuarios de cajeros automáticos", cit.

 (8) CHAMATROPULOS, Demetrio A., "La responsabilidad de las entidades financieras por los daños
sufridos por usuarios de cajeros automáticos", cit.

 (9) CHAMATROPULOS, Demetrio A., Los daños punitivos en la Argentina, 1ra edición, Errepar, Buenos
Aires, 2009, pág. 232.

 (10) Art. 40. "Si el daño al consumidor resulta del vicio o riesgo de la cosa o de la prestación del servicio,
responderán el productor, el fabricante, el importador, el distribuidor, el proveedor, el vendedor y quien haya
puesto su marca en la cosa o servicio. El transportista responderá por los daños ocasionados a la cosa con
motivo o en ocasión del servicio.La responsabilidad es solidaria, sin perjuicio de las acciones de repetición que
correspondan. Sólo se liberará total o parcialmente quien demuestre que la causa del daño le ha sido ajena".

 (11) Cám. Fed. Apel. Mar del Plata, autos "Red Link c. D.N.C.I. - Disp. 544/07 y otros", 18/06/2009. En el
mismo se cita a FARINA, Juan M., Defensa del consumidor y del usuario, Astrea, Buenos Aires, 1995, pág. 7.

 (12) Cám. Nac. Com., Sala D, autos "Bieniauskas Carlos c. Banco de la Ciudad de Buenos Aires
s/ordinario", 15/05/2008.

 (13) Cám. Nac. Com., Sala C, autos "Serra, Marcelo Daniel c. Banco Río de la Plata S.A. s/ordinario",
21/08/2009.

 (14) Cám. Nac. Com., Sala C, autos "Serra, Marcelo Daniel c. Banco Río de la Plata S.A. s/ordinario",
21/08/2009, cit.

 (15) Cám. Nac. Com., Sala D, autos "Zappettini Raúl Martin c. Banelco SA s/ Ordinario", 11/08/2009. Allí
se cita a GOLDSZTEIN MAROTE, María F. y BARBIER, Eduardo A., "Responsabilidad del prestador del
servicio de cajero automático" JA 1990-III-748, cit. y a Trigo Represas, F. y López Meza, M., Tratado de la
responsabilidad civil, Tomo IV, Buenos Aires, 2005, pág. 432.

 (16) Cám. Nac. Com., Sala C, autos "Serra, Marcelo Daniel c. Banco Río de la Plata S.A. s/ordinario",
21/08/2009, cit.

 (17) Art. 4°. Información. "El proveedor está obligado a suministrar al consumidor en forma cierta, clara y
detallada todo lo relacionado con las características esenciales de los bienes y servicios que provee, y las
condiciones de su comercialización. La información debe ser siempre gratuita para el consumidor y
proporcionada con claridad necesaria que permita su comprensión".

 (18) Cám. Nac. Com., Sala C, autos "Serra, Marcelo Daniel c. Banco Río de la Plata S.A. s/ordinario",
21/08/2009, cit.

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 (19) Cám. Nac. Com., Sala C, autos "Serra, Marcelo Daniel c. Banco Río de la Plata S.A. s/ordinario",
21/08/2009, cit.

 (20) Cám. Nac. Com., Sala E, autos "Roux, Nicolas Jean c/Banco Santander Río S.A. s/ ordinario",
28/08/2009.

 (21) CHAMATROPULOS, Demetrio A., Los daños punitivos en la Argentina, 1ra edición, Errepar, Buenos
Aires, 2009

 (22) Cám. Fed. Apel. Mar del Plata, autos "Red Link c. D.N.C.I. - Disp. 544/07 y otros", 18/06/2009, cit.

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