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La incineración de San McGee – Robert W.

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Extrañas historias cuentan quienes el polo frecuentan

esperando grandes tesoros hallar.

Al Ártico y sus sendas imputan tales leyendas

que hasta la sangre llegan a helar.

Bajo la aurora boreal el mundo es siempre espectral;

y doy buena fe de ellos pues lo pude presenciar

la noche que en el lago Lebargue pasé el mal trago

de a Sam McGee tener que incinerar.

Érase un tal Sam McGee, oriundo de Tennessee,

donde crece y florece el algodón,

que sin razón un día, el sur abandonaría

sin antes dar a nadie explicación.

Él, que era tan friolero, fue a caer prisionero

del Polo, por el oro embrujado.

Por mucho que dijera, con sus francas maneras,

que él allí no iba ni atado.

Era el día de Navidad y no sin gran dificultad

avanzábamos por heladas sendas.

¡Menuda ventisca glacial! Como cuchilla infernal

se clavaba entre nuestras prendas.

Y si cerrabas los ojos, descubrías con enojo


que el hielo te pegaba las pestañas.

Toda una odisea, sí, pero solo Sam McGee

lloraba y protestaba con gran saña.

Ese día, tras el ocaso, acurrucados al raso,

hicimos nuestra cama en el hielo.

Saciada la jauría, los astros con alegría

veíamos bailar en el cielo,

cuando Sam se vuelve a mí y me dice tal que así:

"Jefe, ésta no la voy a contar.

Pido que, por caridad, cumpla con mi voluntad.-

Es la última, no se puede negar."

Tan decaído lo vi, que sin dudar asentí;

y entonces díjome lloriqueando:

"Es este maldito frío que ha entrado en mí

y hasta los huesos me está calando.

Mas no temo a la muerte, sino a la triste suerte de ser en el hielo enterrado.

Por tanto me gustaría, que en el aciago del día,

mi cuerpo fuera incinerado"

La última voluntad sagrada es en verdad


y cumpli lo pactado le prometí.

En cuanto el alba vimos, el camino emprendimos,

mas, oh, que palidez en su rostro vi.

En su trineo encorvado, el día desconsolado

se pasó llorando por Tennessee,

y antes del anochecer, sin remedio di en ver

el cuerpo ya sin vida de Sam McGee.

Sin ningún hálito vital en aquel Polo infernal

yo eché a correr horrorizado,

con el fardo semioculto del cadáver insepulto,

a cumplir cuanto antes lo jurado.

Atado él al trineo, creía oír su jadeo:

"Ya puedes hacer de tripas corazón,

pero tu promesa diste y en tus manos pusiste

mis restos y su incineración"

En fin, es ya bien sabido: deuda es lo prometido,

y en el Polo el honor es inflexible.

En los días venideros mis labios no se abrieron,

mas por dentro maldije lo indecible.

Y en noches sin fin ni juego, ante el desolado fuego,

mientras los huskies en coro


aullaban sus pesares a las nieves polares,

¡dios sabe cómo cómo odié aquel engorro!

El tiempo veloz pasaba, su peso aumentaba

y aquel lastre era un tormento.

Mas seguí empecinado, con los perros ya cansados

y menguando el alimento.

El camino se perdía, yo medio enloquecía,

pero juré que echaría el resto.

cantaba de vez en cuando, mirando el fardo nefando,

que me devolvía su hosco gesto.

Hasta que al Lebarge llegué y en el lado observé

un barco en el hielo enterrado.

Su casco lo delataba: Alice May, se llamaba

y en el lago había encallado.

Tras un rato de observarlo y otro rato de rumiarlo

al fiambre congelado me volví:

"¡Amigo, caso resuelto! -exclamé desenvuelto-.

¡El crematorio ya está aquí!"

Me fui a la cubierta, arranqué tablas a espuertas


y prendí fuego en la caldera.

Encontré algo de carbón, perdido en algún rincón

y avivé al máximo la hoguera.

¡Qué llamaradas arrojó, qué gran rugido se oyó!

Nunca vi fuego con tal resplandor.

En las brasas luego hurgué, entre ellas un lecho cavé

y a McGee metí en el interior.

Luego me fui de paseo, pues aquel chisporroteo

creí que no podría soportar.

Luego los cielos bramaron, los huskies aullaron,

y el viento comenzó a soplar.

Hacía un frío helador, más por mi rostro el sudor

resbalaba de modo sorprendente.

Y la sucia humareda, como una negra seda,

por el cielo se extendía ingente.

No sé cuánto me alejé, cuánto tiempo me demoré

luchando contra el miedo raso;

pero el cielo centelleó y de astros se llenó

sin que me atreviera a dar un paso.

De miedo me estremecía, mas dije con valentía:

"Voy a asomarme un momento dentro;


ya se habrá calcinado; lo tengo muy olvidado."

... Abro de par en par, ¿y qué me encuentro?

Pues a Sam allí sentado, tan campante y aplomado,

con las llamas alrededor rugiendo.

Y la mar de sonriente me dice tranquilamente:

"Por favor, cierra la puerta corriendo

que se está aquí muy a gusto, evitemos el disgusto

de que entre la corriente con su frescor.

Desde que salí de Plumtree, en tierras de Tennessee,

es la primera vez que entro en calor"

Extrañas historias cuentan quienes el polo frecuentan esperando grandes tesoros hallar. Al
Ártico y sus sendas imputan tales leyendas que hasta la sangre llegan a helar. Bajo la aurora
boreal el mundo es siempre espectral ;y doy buena fe de ellos pues lo pude presenciarla
noche que en el lago Lebargue pasé el mal trago de a Sam McGee tener que incinerar.

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