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Joseph Conrad

EL COPARTICIPE SECRETO

Título original:
THE SECRET SHARER
Traducción: Nuria Claver

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1 seguí con la mirada cómo la desvaída nube de humo
daba vueltas sobre la llanura según los designios de la
corriente y, cada vez más frágil y lejana, se perdió tras
A mi derecha había una serie de cañas de pesca la colina de la gran pagoda. Entonces me encontré,
similares a un enrevesado sistema de alambradas de solo en el barco, en la cabecera del Golfo de Siam.
bambúes, semisumergidas, que no sabemos cómo Comenzaba un largo viaje; la nave, mientras el sol
dividían el reino de los peces tropicales y que, por su de la última tarde proyectaba hacia el este las sombras
aspecto, parecían abandonadas para siempre por una de sus mástiles, flotaba en la extensa quietud. Yo
tribu de pescadores nómadas que hubiera huido al otro estaba en el puente. A bordo, todo permanecía en
lado del océano; ya que ahí no era visible el más silencio y nada se movía, nada se agitaba en los
mínimo rastro de vida humana. A la izquierda, un alrededores: ni un bote en el agua, ni un pájaro en el
conjunto de islotes despoblados —que hacía pensar en aire, ni una nube en el cielo. Durante esta pausa
muros de piedra, torres, fuertes en ruinas— fijaba sus exánime, a la espera de una larga travesía, parecíamos
cimientos en un mar azul que se extendía ante mis ojos tantear nuestra capacidad ante tan ardua empresa, de
firme y quieto, como si fuera de plomo; hasta el surco cuyo cumplimiento dependían ambas existencias —la
de luz que irradiaba el sol poniente resplandecía mía y la de la nave— y que, ausente todo testigo
brillante y liso, sin ese centellear que pone al humano, sólo tendría al cielo y al mar como jueces y
descubierto el más leve movimiento. Y cuando me volví espectadores.
para despedir con la mirada al remolcador que ya nos La atmósfera resplandeciente dificultaba la visión,
había dejado fuera de la barra, me fijé en la línea recta y sólo una vez que se había puesto el sol mis ojos
de la costa, cuyo perfil se fundía con el reposado mar errantes pudieron detenerse en el risco más alto del
en perfecta y misteriosa unión, inimitable trazo, entre islote principal para advertir algo que flotaba, solemne,
parduzco y azulado, bajo la bóveda del cielo. Tan en la perfecta soledad. La marea de las sombras crecía
inapreciables como los islotes marinos, dos reducidos lentamente; y de pronto, como sucede en el trópico, un
matorrales —bordeando la única mancha de esa enjambre de estrellas investigó la tierra tenebrosa,
extensión inmaculada— preludiaban la desembocadura mientras yo, que seguía contemplando, apoyaba la
del río Meinam, que acabábamos de dejar en esa mano en la batayola como si del hombro de un amigo
primera y preventiva etapa de nuestro viaje de regreso; se tratara. Pero, al sentirme observado por esa multitud
algo más lejos, tierra adentro, una espesura densa y de astros, mi entrañable y serena unión con la nave se
muy alta, la arboleda que rodea la gran pagoda de disipó. Al mismo tiempo empezaron a sonar rumores
Paknam, permitía un descanso a la mirada en su vano molestos, voces y pasos; el mayordomo, hombre de
afán por explorar el monótono horizonte. Algunos espíritu afanoso y muy solícito, apareció en el puente
destellos de plata, diseminados, señalaban las zonas principal; una campañilla tintineó a popa, apremiante.
escabrosas del gran río: en la más próxima, aún sobre En la cocina, muy bien alumbrada, mis dos
la barra, de pronto, el remolcador que navegaba hacia oficiales me esperaban junto a la mesa para cenar.
la costa se perdió de vista —casco, chimenea y Inmediatamente nos sentamos y, mientras le servía a
mástiles— como si la tierra imperturbable lo hubiera mi primer oficial, le comenté:
tragado sin agitaciones ni esfuerzos. Atentamente,
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—¿Se ha fijado que hay un buque anclado entre había encontrado, hacía una semana, en su camarote.
las islas? Descubrí los mástiles sobre el risco, al La procedencia y las intenciones de dicho escorpión —
ponerse el sol. cómo se había subido a bordo, por qué había elegido
Bruscamente, irguió su sencillo rostro, poblado su camarote en lugar de la despensa (un sitio oscuro y
por hirsutas patillas, y profirió sus habituales mucho más apropiado para un escorpión) y cómo se
exclamaciones: las había arreglado para ahogarse en el tintero del
—¡Bendito sea Dios, señor! ¡No me diga! escritorio— habían suscitado su ilimitado asombro. Dar
Mi segundo oficial era un joven rubio muy callado cuenta de esa nave entre las islas era menos
y, a mi juicio, demasiado serio para su edad; pero en problemático, y justo en el momento en que nos
cuanto nuestros ojos se encontraron percibí un leve levantábamos él dio su opinión. A su parecer, era un
temblor en sus labios. Desvié la mirada. Desde luego buque recién llegado. Seguramente desalojaba
que no era mi intención provocar bromas a bordo. De demasiada agua como para atravesar la barra, sino era
todas formas, debo aclarar, que apenas conocía a mis cuando las mareas primaverales alcanzaban su
oficiales. Hacía escasamente quince días que, como máximo nivel. Por ese motivo, había elegido un puerto
consecuencia de ciertos hechos que sólo son de mi natural para esperar unos días en lugar de permanecer
incumbencia, me habían asignado el mando. Así que en un fondeadero abierto.
tampoco conocía muy bien a la tripulación. Ellos habían —En efecto —confirmó el segundo oficial, con su
convivido a bordo durante unos dieciocho meses, por lo voz ligeramente áspera—. Desaloja más de veinte pies.
tanto yo era el único extraño. Señalo esta circunstancia Se trata de un buque de Liverpool, el “Sephora”, y trae
porque es de particular importancia en mi relato. Mi cargamento de carbón. Hace ciento veintitrés días
condición de intruso era lo que más me preocupaba; zarpó de Cardiff.
porque si he de ser sincero, la verdad es que también Lo miramos asombrados.
ante mí mismo me sentía como un intruso. Yo era —a —Me lo explicó el capitán del remolcador, cuando
excepción del segundo oficial— el más joven de a subió a bordo para llevarse la correspondencia, señor
bordo, y nunca había sometido mi responsabilidad a —añadió el joven—. Quiere conducirlo río arriba
semejante prueba; trataba, pues, de dar por pasado mañana.
descontada la aptitud de los otros. Bastaba con que Una vez que nos hubo dejado consternados con
estuvieran a la altura de su tarea; pero me intrigaba su copiosa información, se retiró. El oficial, muy
saber si, en realidad, yo sería fiel a esa personalidad melancólico, observó que “no podía dar cuenta de las
ideal que todo hombre respeta en secreto. intervenciones de ese jovencito”. No podía entender por
Entretanto, el primer oficial, haciendo uso qué no nos lo había comunicado antes.
manifiesto de sus ojos redondos y de sus tremendas Cuando estaba a punto de impartir las órdenes, lo
patillas, intentaba elaborar una teoría acerca del barco retuve. La tripulación había padecido duros trabajos los
anclado. Era su peculiar característica someter todo a dos últimos días, y la noche anterior apenas había
un minucioso examen. Estaba dotado de una mente descansado. Me lamenté al ver que yo —un intruso—
laboriosa y tenaz. Le gustaba, como solía decir, “dar acababa de incurrir en una extravagancia al sugerirle
cuenta ante sí mismo” de casi todo lo que se le cruzara que permitiera a los tripulantes irse a dormir sin
por el camino, sin excluir a un pobre escorpión que establecer turnos de guardia. Propuse que yo mismo
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me quedaría en cubierta hasta cerca de la una. A esa Así que una vez que hube llegado a conclusión
hora sería relevado por el segundo. tan reconfortante, juzgué oportuno encender un
—Él despertará al cocinero y al mayordomo, a las cigarrillo y bajé a buscarlo. Allí, todo estaba en silencio.
cuatro —concluí—, y ellos lo llamarán a usted. Por A popa, todos dormían profundamente. Luego, salí al
supuesto, en cuanto haya algo de viento levantamos a alcázar, en pijama, relajado y satisfecho en esa noche
la tripulación y zarpamos de inmediato. cálida y serena, descalzo y con un cigarro entre los
Ocultó su desconcierto. labios.
—De acuerdo, señor. Me dirigí a proa, donde también reinaba un
Cuando salió de la cocina, se asomó al cuarto del profundo silencio, que sólo interrumpió, cuando pasaba
segundo para informarle acerca de mi chocante ante la puerta del castillo de proa, el suave, profundo y
ocurrencia de hacerme cargo de una guardia de cinco sosegado suspiro de alguien que dormía en su interior.
horas. La voz del otro resonó fuerte y llena de asombro: De pronto me regocijé en la confianza que brindaba el
—¿El mismo capitán? mar, comparada con las adversidades de tierra firme,
Se oyeron murmullos, un portazo y después otro. así como en mi decisión de haber elegido esa vida sin
Al poco rato salí a cubierta. tentaciones, no perturbada por la excitación, investida
Condenado al insomnio por la sensación de ser de una nítida belleza moral gracias a la absoluta
un intruso, había lanzado esa propuesta poco habitual rectitud de su llamamiento y a la certeza de su
con la esperanza de lograr, en la soledad de la noche, propósito.
cierta intimidad con esa nave que desconocía, tripulada La luz de los aparejos de proa ardía con una
por hombres de los que tampoco sabía nada. Cuando llama clara e inmutable, casi simbólica, cuyo seguro
la había visto en el muelle, asfixiada —como cualquier resplandor dañaba las enigmáticas sombras. Al pasar al
buque en el puerto— por una maraña de diferentes otro lado de la nave, en popa, observé que la escala de
objetos y entre toda aquella muchedumbre, apenas la cuerdas (echada, indudablemente, para el capitán del
había podido observar con detalle. Ahora, una vez lista remolcador cuando vino en busca de la
para navegar, contemplé admirado la extensa cubierta correspondencia) no había sido izada como era
iluminada por las estrellas. La admiraba porque, aun conveniente. Esto me molestó, ya que es en la
dentro de su tamaño, resultaba agradable y espaciosa. detallada exactitud donde reside el alma de la
Bajé por la popa, me fijé bien en el combés e imaginé la disciplina. Más tarde recordé que yo mismo había
próxima travesía: el Archipiélago Malayo, el Océano instado a los oficiales para que dejaran el servicio, y
Índico, el Atlántico. Todas esas etapas me eran que había sido yo el que había impedido que la guardia
familiares. Conocía cada particularidad, cada vicisitud se cumpliera formalmente y que todo fuera vigilado con
que pudiera presentarse en alta mar: todo excepto la atención. Pensé si era oportuno interferir en la rutina
nueva responsabilidad del mando. Pero me respaldé en establecida, aun por el motivo más justificable.
una razonable reflexión: esa nave no era diferente de Posiblemente mi acto me diera fama de excéntrico.
las otras, esos hombres no eran diferentes de los otros, Sólo la Providencia sabía cómo ese oficial, con sus
y sería extraño que el mar me reservara sorpresas absurdas patillas, “daría cuenta” de mi conducta, y
especiales urdidas expresamente para des cómo juzgaría toda la nave las costumbres de su nuevo
concertarme. capitán. Estaba exasperado conmigo mismo.
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De todas formas, no fue el arrepentimiento, sino el No hizo el más mínimo movimiento para salir del agua.
hábito, lo que me impulsó a recoger la escala. En Resultaba incomprensible que no intentara subir a
general, esas escalas son muy ligeras y suben sin bordo, y resultaba muy enigmático sospechar que
dificultad; sin embargo, mi vigoroso tirón, que debía acaso no le interesara. Debido a esa curiosidad, a esa
haberla hecho subir a bordo, no logró sino agitar mi incertidumbre brotaron mis primeras palabras:
cuerpo bruscamente. ¡Diab1os! Me quedé perplejo ante —¿Qué ocurre? —pregunté sin levantar mucho la
la inmovilidad de la escala y traté —igual que ese voz, dirigiéndome a ese rostro que se encontraba justo
estúpido oficial— de dar cuenta de ello. Por fin acabé debajo de mí.
asomándome por la batayola. —Un calambre —respondió en voz también baja,
La nave proyectaba su sombra sobre el oscuro y dejando notar cierta ansiedad—. Pero no es preciso
resplandor del mar, pero en seguida advertí, flotando que avise a nadie.
junto a la escala de cuerdas, una forma alargada y —No iba a hacerlo —respondí.
blanquecina. Sin darme tiempo a sacar ninguna —¿Está solo?
conclusión, una luz fosforescente, que parecía provenir —Sí.
del cuerpo de un hombre desnudo, iluminó las Por un momento tuve la impresión de que iba a
adormecidas aguas como el relámpago rápido y soltar la escala para seguir nadando —tan misterioso
silencioso que quiebra un nocturno cielo de verano. Mis era su aspecto—. Pero, esta criatura surgida de las
ojos me revelaron con sorpresa, un par de pies y de aguas, al parecer, del fondo del mar (que era la tierra
largas piernas, una espalda ancha y muy pálida más próxima al buque) se limitó a preguntar la hora. Yo
sumergida hasta el cuello en una aureola verdusca y se la di. Luego insistió, tanteando la situación:
cadavérica. Una mano a ras de agua agarraba el —El capitán estará durmiendo, ¿no?
peldaño inferior de la escala. Sólo faltaba la cabeza. —Eso sí que no.
¡Un cadáver decapitado! De mi boca abierta se deslizó Parecía luchar consigo mismo, pues le escuché
el cigarro, cayó, un leve siseo y un breve chasquido un murmullo lleno de duda.
resonaron en la inmensa quietud. Seguramente fue por —¿De qué me sirve?
ello que el hombre alzó el rostro, un óvalo desdibujado Después sus palabras brotaron con vacilación y
a la sombra de la nave. Sin embargo, aun que sólo esfuerzo.
pude vislumbrar sus enmarañados cabellos negros, fue —Óigame, amigo. ¿Le importaría llamarlo sin que
suficiente para que la aterradora sensación que me nadie se entere?
sofocaba pudiera disiparse. Desde luego, no era Creí que había llegado el momento de
momento para vanas exclamaciones. Entonces me presentarme.
asomé sobre la batayola para ver más claro ese —El capitán soy yo.
flotante misterio. Se oyó una exclamación musitada a ras del agua,
Todavía sin soltarse de la escala, como si fuera un cuya brillante superficie resplandecía alrededor de su
nadador que estuviera descansando, recibía en los cuerpo, mientras su mano se agarraba a la escala.
miembros la caricia de las olas, y su resplandor le —Mi nombre es Leggatt.
confería un aire entre siniestro y plateado; parecía un
pez. Y como un pez, permaneció absolutamente mudo.
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Su voz era serena y decidida. De algún modo su —Algo muy desagradable.
suficiencia me indujo a compartirla y observé Sus rasgos eran bastante bien proporcionados:
resueltamente: Una boca perfectamente conformada; ojos claros bajo
—Sin duda es usted un buen nadador. cejas pobladas y oscuras; una frente lisa y rectangular;
—Sí. Prácticamente llevo en el agua desde las mejillas imberbes; un pequeño bigote de color castaño;
nueve. Ahora tengo que decidir si dejo esta escala para una barbilla redonda, bien configurada. A la luz
seguir nadando hasta ahogarme de cansancio, o... si inquisitiva de la lámpara, mostraba una expresión
voy a subir a bordo. concentrada y tenaz, como la de un hombre en solitario
Entonces me di cuenta de que no estaba dedicado a sus reflexiones. Mi ropa era justo de su de
hablando con desesperación, sino acerca de las su talla. Era un joven de buena presencia, de a lo sumo
posibilidades reales que podía prever un espíritu veinticinco años. Se mordió el labio inferior con los
vigoroso. De ello concluí que él era joven; pues, sólo dientes rasos y blancos.
los jóvenes afrontan una decisión con tanta lucidez. —Sí —dije, volviendo a dejar la lámpara en su
Pero en ese instante me dejé guiar por la intuición. lugar. La densa y cálida noche tropical se cernió de
Entre nosotros se había establecido ya un misterioso nuevo sobre su cabeza.
contacto frente al oscuro mar, silencioso y tropical. Yo —Allá hay un barco —murmuró.
también era joven: lo bastante como para que sobraran —Ya sé. El “Sephora”. ¿Sabía usted que
comentarios. De pronto, el hombre se encaramó a la estábamos nosotros?
escala, y yo me apresuré a buscar ropa seca. —No tenía la menor idea. Yo soy el oficial... —
Antes de entrar en la cabina me detuve en el interrumpió la frase y corrigió—. Mejor dicho, “Era”.
vestíbulo, escuchando atentamente al pie de la —¿Ha habido algún problema grave?
escalera. Del cuarto de mi primer oficial provenía un —Sí, muy grave. Asesiné a un hombre.
débil ronquido. La puerta del segundo estaba —¿Qué está diciendo? ¿Cuándo, hace poco?
entreabierta, pero allí todo estaba oscuro y silencioso. —No. Hace varias semanas, durante el viaje.
También él era joven y podía dormir como una piedra. Latitud 39, sur. Bueno, pero, cuando digo un hombre...
Quedaba el mayordomo pero era bastante improbable —Sin duda fue un ataque de furia —sugerí, en
que se despertara antes de que lo llamasen. Cogí un tono confidencial.
pijama de mi cuarto, y al volver a cubierta, vi al hombre El rostro, ensombrecido y grave, parecía asentir
que venía del mar, desnudo, sentado sobre la escotilla imperceptiblemente sobre el gris espectral de mi
principal, blanco y resplandeciente en las tinieblas, con pijama. Parecía como si, en la noche, yo hubiese
los codos sobre las rodillas y la cabeza entre las enfrentado mi propia imagen en las profundidades de
manos. Rápidamente enfundó su cuerpo húmedo en un un espejo inmenso y sombrío.
pijama a rayas grises, igual al que usaba yo, y me —Bonito negocio, hacerse cargo de un tipo de
siguió como si fuera mi doble, hasta la popa. La Conway —dijo mi doble, con toda claridad.
recorrimos callados y descalzos. —¿Es usted de Conway?
—¿Qué sucede? —pregunté en voz muy baja, —Sí —asintió, un poco sobresaltado; y luego,
tomando la lámpara de la bitácora e iluminándole el muy lentamente—: No me diga que también usted...
rostro.
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Así era; pero como yo tenía dos años más, había que una marejada brutal avanzaba hacia el buque. Los
vuelto antes de que él se incorporara. Repasamos las tripulantes, alarmados, se abalanzaron hacia los
fechas un poco por encima, y después guardamos aparejos, pero yo lo tenía agarrado por la garganta y
silencio; de pronto, pensé en mi absurdo oficial, con sus seguí sacudiéndolo como a una rata, mientras los
terribles patillas y sus razonamientos del tipo de: hombres chillaban: “¡Sepárense! ¡Sepárense!”
“Bendito sea Dios, no me diga.” Mi doble me desveló Entonces se oyó un ruido espantoso como si se
sus propios pensamientos. hubiese desplomado el cielo. Dicen que el barco quedó
—Mi padre era presbítero en Norfolk —dijo—. oculto durante casi unos diez minutos... sólo se veían
¿Me imagina usted ante un juez y un jurado afrontando los tres mástiles, una parte del castillo de proa y la
este cargo? En mi opinión no lo creo necesario. Hay popa, que salían a flor de agua vomitando espuma. Fue
sujetos a los que un ángel del cielo... Pero yo no lo soy. un milagro que nos encontraran agarrados, entre los
Él era una de esas criaturas que se ceban destrozos. No cabía la menor duda de que algo malo
continuamente con su absurda perversidad. Son unos había pasado, porque yo no le había soltado la
pobres diablos que no tienen derecho a vivir. No hacía garganta. El tenía la cara negra. Fue muy duro para
ni dejaba hacer. ¿Pero para qué decirle? Ya sabe usted todos. Creo que se lanzaron sobre nosotros,
cómo son esos canallas, mal paridos... cogiéndonos y gritando como un coro de lunáticos, y
Recurría a mí como si nuestras experiencias nos arrastraron a popa. La nave, mientras tanto,
fueran tan idénticas como nuestras vestimentas. Y yo luchaba por su vida, bamboleándose sin cesar,
sabía muy bien el grave peligro que entrañan tales agónicamente, y a uno le daba horror sólo de verla.
temperamentos cuando no hay medios de represión Comprendo que el capitán también se enfureciera.
legal. Y también sabía muy bien, que mi doble no era Hacía más de una semana que el pobre hombre no
un despreciable homicida. Decidí no pedirle detalles, y dormía, y encontrarse con esa sorpresa en medio de
él me refirió la historia, con frases secas e inconexas. semejante tormenta lo sacó de sus casillas. Todavía me
No hacía falta más. Comprendí con absoluta claridad, extraña que no me haya tirado por la borda después de
como si fuera yo el que estaba embutido en el Otro quitarme de las manos el cadáver de su precioso
pijama. oficial. Según me contaron, parece que les costó
—Ocurrió mientras desplegábamos un trinquete. separarnos. Una historia así sería motivo de
¡Un trinquete recogido! Ya puede imaginarse con qué entretenimiento para un juez venerable y su respetable
tiempo. Era la única vela que teníamos para que la jurado. Cuando recobré el sentido, lo primero que oí fue
nave siguiera adelante. Dese cuenta, llevábamos así el desgarrado aullido de esa interminable tempestad, y
días. No es un trabajo nada fácil, ése. El tipo se mostró después la voz del viejo. Estaba inclinado sobre mi
insolente conmigo. Le insisto, yo estaba harto, con ese litera, llevaba el sombrero de lona calado hasta los ojos
tiempo imposible que parecía cosa de nunca acabar. y me miraba fijamente.
De verdad, era aterrador, y era un barco muy hondo. Él —“Míster Leggatt, usted ha asesinado a un
estaba también enloquecido por el terror. No era hombre. No puede continuar como primer oficial del
momento para más delicadezas, así que me volví y lo buque.”
golpeé sin más preámbulos. Se incorporó y se me vino La premeditada mesura de su voz, hacía que
encima. Nos enganchamos justo en el momento en el resultara monótona. Apoyó una mano, para afirmarse,
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en el extremo de la claraboya, sin esbozar, tal como pedazos de bananas colgaban del bao, uno a cada lado
advertí, el más mínimo gesto. del timón. Aparentemente, nada había cambiado a
—Bonita historia para contar en una reunión — bordo —salvo que los dos pijamas del capitán estaban
concluyó en idéntico tono. siendo usados a la vez, uno en el fogón, otro quieto en
Yo apoyé también una mano en el extremo de la su camarote.
claraboya, y tampoco esbocé, tal como advertí, el más Debo explicar que mi cabina tenía forma de “L”
mínimo gesto. Estábamos muy cerca. Me imaginé que mayúscula: la puerta estaba en el ángulo dando a la
si “Bendito sea Dios, no me diga” se asomaba por la línea horizontal; a la izquierda había un catre, a la
escotilla, creería ver doble o pensaría que era cosa de derecha una litera; mi escritorio y la mesa de los
magia: el excéntrico capitán conspirando con su propio cronómetros enfrente de la puerta. De forma que,
fantasma junto al gobernalle. Traté de impedir que aunque alguien la abriera, no vería, sino es que
ocurriera algo parecido. El otro me habló con voz entraba, el lado vertical de la “L”. Allí había algunos
serena y suave: armarios, y sobre ellos un anaquel lleno de libros, algo
—Mi padre es un presbítero de Norfolk. de ropa —dos chaquetas, gorras, un impermeable—
Evidentemente, no recordó que ya me había colgaba de los percheros. Al fondo había una puerta
referido ese importante dato. Bonita historia, desde que daba al baño, que tenía acceso directo —aunque
luego. no se utilizaba— desde el salón.
—Será mejor que venga a mi camarote —sugerí, Mi enigmático visitante ya había comprobado las
moviéndome cautelosamente. ventajas de esta original distribución. Cuando entré en
Mi doble me siguió; nuestros pies descalzos no mi camarote, cuidadosamente iluminado por una
hicieron nada de ruido; lo hice pasar, cerré la puerta lámpara colgada de dos balancines, no pude dar con él
con cuidado, y después de avisar al segundo oficial, hasta que salió, muy ligero, de entre los abrigos que
regresé a cubierta mucho más tranquilo. estaban colgados en la parte trasera.
—Parece que todavía no hay viento —insistí en —Oí entrar a alguien y me oculté inmediatamente
cuanto se hubo acercado. —murmuró.
—No señor. No mucho —asintió, medio dormido, También yo hablé en voz muy baja:
con su grave voz, sin más cortesía que la estrictamente —Es casi imposible que entre alguien aquí sin
necesaria, a la vez que disimulaba un bostezo. llamar y pedir permiso.
—Bueno, eso es todo. Siga las instrucciones. Asintió. Su rostro, curtido y flaco, estaba pálido
—Sí, señor. como el de un enfermo. No era para menos. Por lo que
Paseé un poco por la popa y vi como se hacía me contó, había estado arrestado en su camarote
cargo de su puesto, el rostro erguido, el codo apoyado durante casi siete semanas. Sin embargo, sus ojos y su
en el frenillo de los aparejos de mesana. Luego bajé. expresión no delataban un excesivo malestar. La
Todavía se oían los débiles ronquidos del oficial, verdad es que no se parecía a mí en lo más mínimo;
tranquilos y acompasados. La lámpara de la cocina pero, mientras nos sentábamos en la litera y nos
ardía sobre una mesa adornada con un florero (una hacíamos confidencias, uno junto a otro, nuestras
delicadeza del proveedor del buque) las últimas flores cabezas arrimadas y de espaldas a la puerta,
que veríamos por lo menos en tres meses. Dos cualquiera que la hubiera abierto, inadvertidamente,
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habría padecido el alarmante espectáculo de un doble escapar en el acto, pues ya era de noche. Pero no.
capitán hablando con su otro yo. Tampoco intenté derribar la puerta, por la misma razón.
—Bueno, pero no ha acabado de explicarme Se habrían abalanzado todos sobre mí ante el alboroto,
cómo llegó usted hasta nuestra escala —sugerí en un y no me interesaba pelear de nuevo. Quién sabe si no
susurro apenas audible, una vez que ya me había hubiera habido otro muerto (no me iba a fugar para que
contado algo más sobre lo sucedido a bordo del me encerraran otra vez), y además no quería
“Sephora” cuando cesó el mal tiempo. problemas. El viejo puso muy mala cara y se negó.
—Al llegar frente al promontorio de Java, yo ya Tenía miedo de sus hombres, y sobre todo de ese
había meditado sobre mi situación. Hacía seis semanas segundo oficial... que navegaba con él hacía mucho; un
que no me dedicaba a otra cosa, y sólo tenía una hora, viejo canoso, un farsante; además estaba su
todas las noches, para dar un paseo por el alcázar. mayordomo, que también hacía un montón de años
Reclinado en el borde de mi cama, continuaba (diecisiete, creo) que lo acompañaba, un desgraciado
con su incesante susurro, los brazos cruzados y los que no me podía ni ver, y todo porque yo era el primer
ojos fijos en la tronera. Comprendí su proyecto a la oficial. Fíjese, ningún primer oficial había hecho más de
perfección: un acto guiado por la obstinación, no por la un viaje en el “Sephora”. Esos tipos gobernaban el
razón, un acto del que yo hubiera sido totalmente barco. El diablo sabría qué no temía al capitán (esa
incapaz. tormenta infernal le había quitado todo el coraje): la ley,
—La noche caería antes de que nos acercáramos su mujer, qué sé yo. Sí, porque ella está a bordo.
a tierra —él seguía hablando, mientras yo, hombro a Aunque no creo que haya intervenido. Creo que le
hombro, le escuchaba esforzado—. Entonces pedí habría bastado con verme fuera del buque. La historia
hablar con el viejo. Parecía molesto cuando venía a de la “marca de Caín”, ¿se da cuenta? Bueno. Yo
verme... como si le costase mirarme a los ojos. Porque estaba dispuesto a vagar por la faz de la tierra; por un
claro, ese trinquete salvó al buque, que era muy hondo Abel como ése era más que suficiente. De todas
para navegar con los mástiles desnudos. Y eso me lo formas, el viejo ni se dignó a escucharme.
debían a mí. El caso es que vino, y cuando estaba en “—Las cosas deben seguir su orden natural. Aquí
mi camarote (mirándome como si tuviera ya la soga al yo represento la ley.
cuello) le rogué, directamente, que esa noche, mientras Estaba temblando.
la nave cruzaba el Estrecho de Sunda, dejara la puerta “—¿Así que no acepta?
abierta. La costa de Java estaría a dos o tres millas, “—¡No!
cerca del Cabo Angier. No le pedía más. El segundo “—¡Ojalá que después de todo esto pueda
año en Conway yo gané un premio de natación. conciliar el sueño! —le dije, volviéndole la espalda.
—No me extraña —murmuré. “—¡Ojalá pueda «usted»! —gritó cerrando la
—Sabe Dios por qué me encerraban todas las puerta con cerrojo.
noches. Por lo que veía en sus rostros, parecían temer “La verdad es que no pude conciliarlo muy bien.
que yo saliera por ahí a estrangular gente. ¿Es que Eso ocurrió hace tres semanas. Cruzamos el mar de
tengo pinta de ser una bestia asesina? Porque si fuera Java lentamente; anduvimos a la deriva por Carimata,
así, él no se habría arriesgado a entrar en mi cuarto. unos diez días. Cuando anclamos aquí, debieron
Verá usted, yo podría haberlo echado a un lado y pensar que todo iba bien. La tierra más cercana (a unas
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cinco millas) es el destino del buque; el cónsul se me zambullí otra vez. El último tramo habrá sido de una
encargaría de apresarme; además no tenía objeto que milla.
yo me lanzara hacia esos islotes. Seguramente no hay Su voz era cada vez más débil, y sus ojos no
ahí ni una gota de agua. Esta noche, no sé qué pasó, el dejaban de vigilar la tronera, por donde no se veía ni
mayordomo, después de traerme la cena, salió para una estrella. No lo interrumpí en todo el tiempo que
que yo comiera a solas y dejó la puerta sin cerrojo. estuvo hablando. Su relato. O tal vez él mismo,
Comí hasta que no dejé ni una miga. Después salí a imponían un silencio total, pues ambos poseían una
pasear por el alcázar. En principio, no tenía intenciones incalificable cualidad, inspiraban una sensación
de hacer nada, simplemente de tomar un poco el aire. inexpresable. En cuanto concluyó, sólo pude susurrar,
Pero de pronto, una súbita tentación se adueñó de mí. muy levemente:
Arrojé las zapatillas y sin pensármelo dos veces ya —¿Y entonces nadó hacia nuestra luz?
estaba en el agua. Alguien oyó la zambullida y organizó —Sí, recto hacia ella. Era mi meta. No podía
un alboroto terrible. guiarme por las estrellas, porque se interponía la costa,
“—Se ha escapado! ¡Que arríen los botes! ¡Se ha y tampoco había tierra firme a la que pudiera acceder.
suicidado! ¡No, está nadando! El agua parecía un espejo. Era como nadar en una
“Claro que estaba nadando. Un nadador como yo cisterna de mil pies de profundidad, sin un lugar donde
no se suicida ahogándose. encaramarse; pero lo que me horrorizaba era la idea de
Llegué al islote más próximo antes que bajaran el dar vueltas y vueltas como un animal enloquecido,
bote. Los escuché remar en la oscuridad, gritando, pero antes de rendirme; y no tenía ninguna intención de
no tardaron en abandonar la batida. regresar... No. ¿Me imagina usted, arrastrándome
Ceso el ruido y sobrevino una calma mortal. Me desnudo, agarrado del pescuezo, desde una de esas
senté en una roca y pensé qué hacer. No me cabía la islas, peleando como un fiera? Posiblemente hubiera
menor duda de que al amanecer me seguirían matado a alguno, y no quería saber nada de eso. Así
buscando. No tenía refugio posible... aunque tampoco que continué. Entonces la escala...
me hubiera servido de nada. Pero, bueno, de momento —¿Por qué no avisó? —pregunté en voz más
ya estaba fuera del barco, y no iba a regresar. Al fin alta.
decidí quitarme la ropa, hacer un bulto con ella, meter Me rozó en el hombro. Lentos pasos resonaron
dentro una piedra y arrojarla al agua desde un extremo sobre nuestras cabezas y se detuvieron. El segundo
del islote. Como suicidio me era suficiente. Que había cruzado desde el otro lado de la popa y debía de
pensaran lo que les diese la gana. Desde luego yo no estar asomándose por la batayola.
tenía ninguna intención de ahogarme. Nadaría hasta —¿Nos habrá escuchado? —preguntó mi doble
que no pudiera más... que no es lo mismo. Llegué con avidez.
hasta otra isla, y desde allí vi la luz de su nave. Por lo Su ansiedad era una respuesta, cabal, a la
menos, ya contaba con una meta. Nadé tranquilamente pregunta que yo antes le había formulado. Una
y, a medio camino, me encontré con una roca, que respuesta que mostraba lo embarazoso de la situación.
sobresalía uno o dos pies del agua. Seguramente Ante la duda, cerré la tronera, silenciosamente, pues
durante el día, desde popa, usted puede verla con el podían oírnos si levantábamos la voz.
catalejo. Me tumbé ahí y descansé un rato. Después —¿Quién es? —preguntó entonces.
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—Mi segundo. Pero no lo conozco mucho más continuar. Seguramente hubiera dicho. “Hace una
que usted. noche muy agradable, ¿no?”, o algo así...
Le hablé un poco de mí mismo. —¿Cree que no tardarán en venir? —pregunté
Hacía unos quince días que me habían asignado incrédulo.
el mando, cuando menos lo esperaba. No sabía nada —Es casi seguro —balbuceó.
del buque ni de la gente. En puerto, ni siquiera había De pronto, pareció exhausto. Dio algunas
tenido tiempo de situarme un poco. En cuanto a la cabezadas.
tripulación, lo único que sabían es que yo debía —Ah... Veamos. Mientras, métase en la cama —
conducir la nave a casa. Así que, le comenté, yo era a murmuré—. ¿Lo ayudo? Así.
bordo tan intruso como él. En aquel instante esa Era una litera más bien alta, con cajones debajo.
sensación se agudizó, pues comprendí que dentro de Aquel asombroso nadador (al que tuve que empujar,
poco comenzaría a ser un sospechoso a los ojos de sosteniéndole la pierna) se desplomó en su interior, se
mis tripulantes. tumbó boca arriba y se tapó el rostro con el brazo. De
Él se había girado hacia mí; entonces los dos esa forma, con el rostro semioculto, su aspecto era bien
extraños de a bordo se enfrentaron en idéntica actitud. parecido al mío cuando yo estaba durmiendo. Observé
—¡Esa escala! —murmuró él, después de una un rato a mi otro yo antes de cerrar las cortinas de
pausa—. ¿Quién iba a imaginar que había una escala estambre en color verde, sujetas a una barra de
colgando de un barco anclado en mitad de la noche? bronce. Para mayor seguridad, pensé en agarrarlas con
Estaba muy fatigado. La vida que llevé durante nueve un imperdible, pero me senté en el catre, y una vez allí
semanas era para acabar con cualquiera. Me sentía me dio pereza ir a buscarlo. Luego lo haría. Estaba
incapaz de llegar hasta las cadenas del timón. agotado, íntimamente agotado, por las maniobras a las
Entonces ¿qué es lo que veo? Una escala donde que me obligaba nuestra clandestinidad, por ese
agarrarme. En cuanto la agarré me dije que quizás no nerviosismo de tener que guardar aquel secreto. Ya
serviría de nada. Entonces vi que se asomaba una eran las tres y yo estaba levantado desde las nueve,
cabeza, y pensé que me alejaría inmediatamente y lo pero no tenía sueño; tampoco hubiera podido
dejaría gritando... en el idioma que fuese. Pero, no me dormirme. Me senté, agotado, y contemplé las cortinas,
importó que me vieran, casi... me agradó. Y usted, tratando de conjurar la sensación de estar en dos sitios
hablándome con esa voz tan sosegada, como si me a la vez, profundamente inquieto por un golpe que sentí
estuviera esperando... Bueno, me decidió a aguardar en la cabeza. Pero pronto descubrí, con alivio, que no
un poco más. Estaba cansado de estar solo... y no me había sido en mi cabeza, sino en la puerta. “¡Adelante!
refiero únicamente al tiempo que estuve nadando. Creo “, dije sin pensarlo, y el mayordomo entró con una
que me alegró poder hablar con alguien que no fuera bandeja, trayéndome el café de la mañana. Por fin
del “Sephora”. Y, en cuanto a lo de preguntar por el había dormido pero a tal punto se intensificó mi temor
capitán, fue absolutamente instintivo. No me hubiera que grité: "¡Aquí! Aquí estoy, mayordomo;" como si
valido de nada si se llega a enterar toda la tripulación y estuviera a mil millas de distancia. Dejó la bandeja en la
al día siguiente aparecen los otros a buscarme. No sé... mesa, al lado del catre, y dijo:
me apetecía dejarme ver, hablar con alguien, antes de —Ya lo veo, señor.

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Sentí su mirada penetrante, pero no tuve valor de de goma. Los dos estaban en popa, y el mayordomo,
mirarlo frente a frente. Seguramente se preguntó por subido a una escala, no paraba de hablarles.1 En que
qué había corrido las cortinas de la litera antes de me vio, desapareció; el segundo se dirigió a la cubierta
acostarme en el catre. Salió y dejó la puerta abierta, principal, gritando órdenes; el primer oficial acudió a mi
con el gancho puesto, como era habitual. encuentro, llevándose la mano a la gorra.
Arriba, la tripulación limpiaba la cubierta. Yo sabía Había cierta curiosidad en sus ojos que me
que, si hubiera algo de brisa; ya me lo habrían disgustó. Quizás el mayordomo sólo les había
comunicado. Calma chicha, pensé, todavía más comentado que yo era “un tanto extraño”, o, lisa y
inquieto. Me sentía, en verdad, más doble que nunca. llanamente, que estaba borracho, pero desde luego,
De pronto volvió el mayordomo. Salté del catre aquel hombre estaba dispuesto a examinarme. A
tan rápidamente que conseguí sobresaltarlo. medida que se acercaba, su sonrisa se extendió hasta
—¿Qué quiere? las patillas. No le di tiempo ni de abrir la boca.
—Cerrar su tronera, señor... Están limpiando la —Que cuadren las vergas, antes de que
cubierta. desayune la tripulación.
—Está cerrada —dije, enrojeciendo. Aquélla era la primera orden concreta que yo
—Muy bien, señor. impartía a bordo de esa nave; permanecí en cubierta
Pero no se movió del vano de la puerta, y desde porque quería verla cumplir. Tenía una imperiosa
allí me dedicó una mirada equívoca y algo violenta. necesidad de afirmarme. En esa ocasión, el mozalbete
Después sus ojos vacilaron y su expresión varió socarrón dejó caer un par de cabillas, y además tuve
completamente; con un deje extrañamente cordial en la oportunidad de observar a cada uno de los hombres del
voz, casi cálido, preguntó: trinquete, cuando pasaban delante de mí para dirigirse
—¿Puedo entrar a recoger su taza, señor? a las brazas de popa. Durante el desayuno, que no
—¡Claro! —y le volví la espalda mientras él probé bocado, presidí la mesa con tal frialdad que
entraba y volvía a salir. Luego quité el gancho de la ambos oficiales no dudaron en abandonarme apenas
puerta, la cerré y hasta pasé el cerrojo. Ya no podía se los permitió el de coro; entretanto, la doble tarea de
mantener por más tiempo esa situación. Además la mi espíritu me apremiaba hasta la locura. Ni por un
cabina parecía un horno. Observé a mi doble y advertí momento dejaba de observarme a mí mismo: mi yo
que no se había movido, que todavía tenía el brazo secreto (yo mismo) dependía de mis actuaciones tanto
sobre los ojos; sólo su pecho se agitaba. Tenía el pelo como mi propia personalidad (que dormía en esa cama
húmedo y la barbilla perlada de sudor. Inclinándome que yo enfrentaba al sentarme en la cabecera de la
sobre él, abrí la tronera. mesa). Era algo parecido a la locura, aunque peor, ya
—Tendré que hacer acto de presencia— que uno se daba cuenta de todo.
reflexioné. Tuve que sacudirlo un buen rato, pero cuando por
En teoría, yo podía hacer lo que quisiera sin hallar fin se despertó, demostró pleno dominio de sí mismo;
oposición alguna en mil millas a la redonda, pero no me me interrogó con la mirada.
decidí a cerrar la cabina y llevarme la llave. Me asomé
por la escotilla y vi a mis dos oficiales; el segundo iba
descalzo, el primer oficial llevaba unas enormes botas 1Incongruencia en el texto
12
—Todo va bien por ahora —susurré—. Escóndase susurrándome a mí mismo. De vez en cuando, al mirar
en el baño. por encima del hombro, lo veía allí, erguido sobre el
Así lo hizo, tan sigilosamente que parecía un banco, los pies juntos, los brazos cruzados, la cabeza
fantasma; luego llamé al mayordomo y, encarándolo apoyada sobre el pecho y perfectamente inmóvil.
audazmente, le ordené que hiciera la limpieza del Cualquiera lo habría tomado por mí.
camarote mientras yo me daba una ducha. El hecho me tenía fascinado. Continuamente
—Y dese prisa —añadí. miraba por encima de mi hombro. Estaba observándolo
—Sí, señor —respondió, pues estaba claro que mi cuando me interrumpió una voz:
tono de voz no admitía excusas, y se apresuró a buscar —Discúlpeme, señor.
su escoba y sus cepillos. —Sí.
Me di un baño y me vestí, silbando dulcemente Seguí observándolo, y cuando la voz informó que
para que el mayordomo no sospechara nada; mientras una chalupa se acercaba a la nave, vi como se
el confidente secreto de mi vida permanecía firme y sobresaltaba: por fin, después de tantas horas, se
erguido en aquel reducido espacio. La luz de la mañana había movido, aunque ni siquiera había levantado la
reveló su rostro macilento, los párpados cerrados bajo cabeza.
el trazo negro y severo de sus cejas fruncidas. —Bueno, que bajen la escala.
Lo abandoné para regresar a mi cuarto justo Dudé un instante. ¿Debía de avisarle? ¿Pero
cuando el mayordomo concluía la limpieza. Hice llamar cómo? ¿ Qué iba a decirle yo que él ya no supiera?
al primer oficial y lo distraje con una charla sin Parecía que su quietud no había sido perturbada. Por
importancia. Era una forma, por así decirlo, de tomar a fin, salí a cubierta.
la ligera sus terribles patillas; pero, en realidad, mi
intención era darle la oportunidad de que examinara 2
atentamente mi camarote. Por fin, cerré aliviado la
puerta de la cabina y llevé a mi doble a la parte de Finas patillas pelirrojas enmarcaban el rostro del
atrás. Era lo único que se podía hacer. Tuvo que capitán del “Sephora”, el tono de su tez era el que suele
sentarse, rígido, en un pequeño banco plegable, ser común a ese tipo de cabellos; y también estaba de
rodeado de los gruesos abrigos. El mayordomo salió acuerdo el azul pálido de sus ojos. Su constitución no
del salón, se dirigió al baño, llenó las botellas de agua, impresionaba demasiado: Era de estatura media, tenía
limpió, puso las cosas en orden, regresó al salón, cerró hombros muy altos y piernas, sobre todo una, un poco
con llave, mientras nosotros escuchábamos todos sus torcidas. Mientras miraba distraídamente a su
movimientos. Ese era mi plan para que mi otro yo alrededor, me tendió la mano. Tuve la impresión de que
permaneciera invisible. Nada más adecuado podía su principal característica era una agobiante
tramarse en esas circunstancias. Nos sentamos, yo obstinación. Mostré tal educación que pareció aturdido.
frente a mi escritorio, aparentando estar muy ocupado Tal vez era algo tímido. Hablaba quedamente, como si
con ciertos papeles; él, detrás de mí, sin que se le se avergonzara de sus palabras; se presentó (su
pudiera ver desde la puerta. Hubiera sido una nombre era algo así como Archbold, aunque después
imprudencia conversar durante el día, y yo tampoco de tantos años apenas lo recuerdo), me dijo también el
hubiera tolerado esa inquietante sensación de estar nombre de su barco, y otros detalles, como si se tratara
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de un criminal haciendo su angustiosa y dolorosa capitán Archbold (si es que se llamaba así) era al otro a
confesión. Explicó que, durante el viaje, había tenido un quien veía, con su pijama gris, sentado en el banco, los
tiempo horrible —¡horrible!— y, para empeorar las pies juntos, los brazos cruzados, la cabeza sobre él
cosas, con su mujer a bordo. pecho, atento a todas nuestras palabras.
Estábamos sentados en la cabina. El mayordomo —Hace treinta y siete años que navego, y jamás
había traído una bandeja con una botella y unos vasos. he oído que una cosa así ocurriera a bordo de un
—No, se lo agradezco. buque inglés. Y que haya tenido que pasar justo en mi
No bebía alcohol. Pero aceptaría un poco de barco. Para complicarlo más, con mi mujer a bordo.
agua. Se bebió dos vasos. Ese trabajo le daba mucha Yo ya no le prestaba atención.
sed. Desde el amanecer estaba explorando las islas de —¿No cree usted —sugerí— que tal vez la
los alrededores. marejada que, según me ha dicho, arrasó el barco,
—¿Para qué? ¿Para distraerse? —pregunté, pudo ser la causa? Lo he visto en algunas ocasiones: la
aparentando interés y simpatía. brutalidad del mar es tal que puede matar a un hombre,
—No —suspiró muy hondo—. Un doloroso deber. partirle el cuello.
Como continuaba hablando en voz muy baja y yo —¡Por Dios! —Exclamó indignado, clavándome
quería que mi doble oyera todo, decidí explicarle que, sus vagos ojos azules—. ¡El mar! Nunca he visto a un
desgraciadamente, yo no estaba muy bien del oído. hombre muerto por el mar, con esa cara.
—¡Y tan joven! —se compadeció, fijándome sus Mis palabras debieron escandalizarlo. Mientras yo
ojos azules e inexpresivos. Entonces me preguntó lo miraba —sin esperar que hiciera nada raro—, acercó
(aunque sin la menor afabilidad, como si creyera que, al su cabeza a la mía, sacó la lengua de forma tan
fin y al cabo, era mi merecido) si era a causa de alguna sorprendente que no pude por menos que asustarme y
enfermedad. echarme para atrás.
—Sí, una enfermedad —asentí, en un tono muy Una vez que ya había puesto a prueba mi calma
alegre que pareció desconcertarlo. Pero ya había con un gesto tan gráfico, tomó una actitud muy
logrado mi propósito, pues tuvo que alzar la voz para reflexiva. Aseguró que si yo lo hubiera visto, no lo
contarme lo ocurrido. No es necesario relatar su olvidaría jamás. El tiempo era tan malo que no era
versión. La historia había ocurrido hacía dos meses, y posible darle al cadáver una sepultura adecuada. Así
él había reflexionado tanto sobre el asunto que, aunque que al día siguiente, al amanecer, cubriéndole el rostro
todavía le tenía impresionado, sus consecuencias lo con un trozo de tela, lo llevaron a popa. Él leyó una
aturdían por completo. breve plegaria, y, tal como estaba, con botas e
—¿Cómo reaccionaría usted si algo semejante impermeable, lo arrojaron a esas montañas de agua
ocurriera a bordo de su nave? Hace quince años soy que parecían dispuestas a devorar al buque en
capitán del “Sephora”. Me conoce todo el mundo. cualquier momento, junto con las atemorizadas vidas
Estaba angustiado. Posiblemente yo habría que llevaba dentro.
simpatizado con él de haber podido evitar ver, en el —Lo salvó ese trinquete —intervine.
imprevisto confidente, una especie de segundo yo que —Fue gracia de Dios —exclamó vehementemente
a unos diez pasos de distancia se escondía tras el —. Creo firmemente que fue gracias a Su misericordia
mamparo. Aunque por educación miraba fijamente al que resistió al huracán.
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—Y fue cuando desplegaban la vela que... — —Ya me comprende. No era su estilo —añadió
comencé. con ligereza, mirándome violentamente.
—La mano de Dios —me interrumpió—. Nada Sonreí con educación. Pareció muy con fundido.
más. No tengo reparo en confesarle que ni siquiera me —Así que tendré que informar que fue un suicidio.
atreví a dar la orden. Parecía imposible que —¿Cómo?
pudiéramos desplegarla sin echarla a perder, y —¡Sui-ci-dio! Eso es lo que tendré que notificar a
entonces sí que se habría ido nuestra última los propietarios, nada más llegar.
esperanza. —Si no es que puede capturarlo antes de mañana
El terror a esa borrasca lo abrumaba. —asentí despreocupado—. Vivo... quiero decir.
Esperé mientras seguía un rato y luego, Dijo algo que no escuché, y me acerqué con un
distraídamente, pregunté: gesto de intriga.
—Supongo que usted estaría ansioso por —La tierra... —gritó—, o sea, la costa más
entregar a su oficial en manos de la justicia, ¿verdad? próxima está a unas siete millas de mi fondeadero.
Efectivamente. A las autoridades. La ciega —Aproximadamente.
obstinación con que aludía a ello tenía algo de Mi falta de apasionamiento, de interés, de
desconcertante y cruel; algo, por decirlo así, de místico, asombro, de cualquier tipo de curiosidad, excitaron su
además de su ansiedad porque nadie sospechara que desconfianza. Sin embargo, salvo la feliz idea de la
él “había afrontado una situación semejante”. Treinta y sordera, yo no había simulado nada. Me resultaba difícil
siete años de irreprochable navegación, de los que se aparentar ignorancia, y ni siquiera la había intentado.
contaban veinte de ejercicio del mando (los últimos Hay que tener en cuenta que él traía ya alguna
quince en el “Sephora”), parecían haberlo destinado a sospecha, y que mi cortesía le resultaba asombrosa y
un deber inapelable. poco natural. Pero ¿cómo iba a recibirlo? ¿Con
—Y ya sabe —prosiguió, mientras sonrojado entusiasmo? Eso era imposible por razones
revolvía en sus propios sentimientos—, yo no fui quien psicológicas que no hace falta explicar aquí. Lo único
contrató a ese joven. que me importaba era evitar un interrogatorio. ¿Con
Su familia tenía cierta relación con mis dueños. insolencia? Hubiera suscitado alguna pregunta a
De alguna manera me vi obligado a tomarlo. No tenía bocajarro. Una templada cortesía —cuya naturaleza
mal aspecto, parecía un caballero, pero ¿qué quiere representaba para él una novedad— era el mejor
que le diga? obstáculo con el que podía defenderme, aun
A mí nunca acabó de gustarme. Soy un tipo arriesgando que fuera tan audaz como para dejarme
sencillo. ¿Entiende? Él no era hombre apropiado para sin recursos. Creo que no habría podido mentirle
primer oficial de un buque como el “Shephora”. directamente, también por razones psicológicas, no
Mis impresiones y pensamientos se confundían morales. Si él hubiera sabido cómo temía yo que
hasta tal punto con los de mi confidente secreto, que pusiera a prueba mi sentimiento de identidad con el
me dio la sensación de que el capitán me quería dar a otro! Sin embargo (sólo después me paré a pensarlo),
entender que yo tampoco era hombre apropiado para creo que no dejaba de turbarle la contrapartida de esa
primer oficial de un buque como el “Sephora”. En ese molesta situación, pues tal vez, había algo en mí que le
momento, yo no tenía la menor duda. evocaba al hombre que perseguía, recordándole
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misteriosamente al joven que, desde un primer porque cedió en el acto. No le perdoné un solo detalle:
momento, le despertara disgusto y desconfianza. el cuarto del oficial, la despensa, los depósitos, y hasta
Fuera lo que fuera, su silencio no se prolongó. el pañol de las velas que había a popa; tuvo que verlo
Una vez más atacó indirectamente: todo. Cuando finalmente lo llevé al alcázar emitió un
—Calculo que hice un trayecto de unas dos millas suspiro hondo y prolongado y murmuró, perplejo, que
hasta su nave. Ni una pulgada más. debía regresar a su barco. Le ordené a mi oficial, que
—Es mucho, con este bochorno —comenté. nos acompañaba, que se encargara de la chalupa del
Después hubo otra pausa llena de suspicacia. capitán.
Dicen que la necesidad es madre del ingenio, pero no El hombre de las terribles patillas hizo sonar el
es menos cierto que el miedo también sabe dar buenos silencio que llevaba normalmente alrededor del cuello,
consejos. Me apremiaba el temor de que me hiciera y gritó:
alguna pregunta a bocajarro sobre mi otro yo. —¡Atención los del “Sephora”!
—Está bien este saloncito, ¿no? —observé, como Sin lugar a dudas mi doble (no menos aliviado
si fuera la primera vez que advertía cómo sus ojos lo que yo) pudo oírlo desde la cabina. Cuatro hombres
examinaban de puerta a puerta—. Está muy bien irrumpieron junto a la borda, y hasta mis tripulantes,
puesto —continué, inclinándome sobre el asiento para que también hicieron acto de presencia en cubierta, se
abrir una puerta, como al azar—. Aquí, por ejemplo, alinearon ante la batayola. Ceremoniosamente, escolté
está el baño. a mi visitante hasta el pasamano. Quizás fuera
Aunque casi no miró su interior, no pudo contener excesivo, pero él era un hombre testarudo. Ya estaba
un gesto lleno de curiosidad. Me levanté, cerré la en la escala cuando se paró para decirme, con ese
puerta del baño y lo invité a que lo viera, como si me modo tan particular, ridículamente culpable, de
enorgulleciera de tantas comodidades. Se vio obligado aferrarse a su obsesión:
a seguirme, pero lo soportó sin dejar entrever el menor —Escúcheme... No cree usted que...
disgusto. Le interrumpí enfáticamente:
En voz tan alta como la discreción lo permitía, —Seguro que no... Tanto gusto. Adiós. Me
dije: imaginé lo que iba a decir, y la ventaja de oír mal me
—Y ahora vamos a ver mi camarote. salvó. El capitán no tenía coraje suficiente como para
—Crucé hacia estribor con pasos decididos. Echó insistir, pero mi oficial, testigo presencial de la
una mirada en torno y me siguió. despedida, se mostró desconcertado y se quedó muy
Mi doble, que no era tonto, había desaparecido. pensativo. Mi actitud, que era de aparentar que no
—Es muy cómodo, ¿no? quería eludir la conversación con mis oficiales, le dio la
—Muy agradable. Muy cóm... —no ter minó la oportunidad para dirigirse a mí.
frase. Se retiró bruscamente como si se oliera una treta —Parece un buen hombre. Su tripulación le contó
maléfica por mi parte. Pero no había nada de eso. Mi a la nuestra una historia extraordinaria, si el
temor había sido demasiado persistente como para no mayordomo no miente. Supongo, señor, que el capitán
inspirarme deseos de venganza; entonces advertí que le habrá comentado algo.
ya lo tenía en mis manos, y no quise dejarlo escapar. —Efectivamente. El capitán me la refirió.
Mi afectuosa insistencia pudo sonarle amenazadora,
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—Un asunto muy desagradable ¿no le parece, par de miradas. Por la tarde, volvimos a hablar
señor? cautelosamente. Nos perjudicaba mucho la tranquilidad
—Sí, así es. dominical del buque, la calma de la atmósfera, de las
—Peor que esas historias que se oyén sobre aguas; los elementos naturales y los hombres: todo
homicidios en los barcos yanquis. conspiraba contra nosotros y nuestra secreta alianza;
—No creo que sea peor. No creo que tenga nada hasta el tiempo..., pero esto no podía durar. Supongo
que ver. que a él, debido a que era culpable, le era negada
—¡Bendito sea Dios..., no me diga! Yo no tengo hasta la confianza en la Providencia. ¿Confesaré
ningún conocido en esos barcos; de forma que no le cuánto me abatió esa reflexión? Y en cuanto al capítulo
puedo discutir. Pero para mí es bastante horrible... Lo de las circunstancias, que tanto influyen el libro del
extraño es que parecían sospechar que ese hombre se triunfo, yo ya lo creía cerrado. ¿Pues qué circunstancia
había ocultado aquí, a bordo. ¿Verdad? ¿Qué opina favorable podíamos esperar?
usted? —¿Ha podido escuchar algo? —fue lo primero
—Absurdo, ¿no? que le pregunté en cuanto nos sentamos en la litera,
Paseábamos por el alcázar, de babor a estribor, acurrucados.
era domingo y no había ningún tripulante a la vista, el —Sí.
oficial prosiguió: Lo atestiguó con un enfático susurro:
—Hubo algún comentario al respecto. Nuestros —Le comentó que tan siquiera se había atrevido a
hombres se ofendieron. “Como si fuéramos a proteger dar la orden.
a alguien así”, decían. “mirar en el depósito del Comprendí que se refería a ese trinquete
carbón?”. La cosa fue grave, pero al final se arregló. Me providencial.
imagino que el fugitivo se habrá ahogado. ¿No le —Sí. Temía que al desplegarlo lo echaran a
parece, señor? perder.
—No, no me parece nada. —Le aseguro que jamás dio esa orden, a lo mejor
—¿Pero no le intriga la historia, señor? él cree que sí, pero nunca la dio. Cuando perdimos la
—En absoluto. gavia, se quedó conmigo a popa, se lamentaba por
De pronto lo dejé. Advertí que no era muy nuestra última esperanza... se lamentaba, se lo
adecuado; pero estar en el puente, teniendo a mi doble aseguro, no hizo otra cosa. ¡Y la noche se nos venía
ahí abajo, me ponía los nervios de punta; estar abajo encima! Ver al propio capitán en ese estado, en
también me los ponía. No había quien pudiera soportar semejante situación, era suficiente para sacar de quicio
fácilmente esa situación. Sin embargo, mientras estaba a cualquiera. Desesperado, decidí hacerme cargo de
con él, me sentía menos dividido. En toda la nave, no todo. Me hervía la sangre..., ¿pero para qué decirle?
había nadie que pudiese, como él, ser mi confidente. ¡Ya sabe usted! ¿Cree que si no hubiese sido un poco
Ahora que los tripulantes ya conocían la historia, era duro los hombres me hubieran respondido? ¡Nada de
imposible hacerlo pasar por otro y un descubrimiento eso! ¿El contramaestre, quizás? ¡Quizás! No es que
accidental era más peligroso que nunca. fuera un mar difícil... ¡era un mar enloquecido! Supongo
Nada más bajar, el mayordomo estaba que el fin del mundo debe ser algo parecido; basta que
preparando la mesa y, apenas pudimos intercambiar un un hombre lo vea una vez para que ya no quiera saber
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nada..., pero tener que aguantarlo un día y otro... no salto, no hay otra manera de expresarlo. A partir de
culpo a nadie. Mi ánimo no era mucho mejor que el de entonces, adoptó una actitud grave y confundida, como
los demás. Pero, en esa vieja carbonera, yo era el si contara con una información que lo sumía en la
oficial, a fin de cuentas. perplejidad. Luego, me aparté de la batayola para
—Lo comprendo perfectamente —afirmé con dirigirme al compás, tan sigiloso que el timonel lo
sinceridad. Los susurros le dejaban sin aliento; escuché advirtió, y yo tampoco pude dejar de fijarme en sus ojos
sus leves jadeos. Todo era muy sencillo. La misma extremadamente abiertos. Aunque estos detalles son
fuerza encabritada que a veinticinco hombres les había nimios, para ningún capitán supone una ventaja resultar
concedido, por lo menos, la oportunidad de sobrevivir, irrisorio y excéntrico. Pero mi afectación era más seria.
había derrumbado en una especie de exasperación, a Hay gestos y palabras que para un marino, en ciertas
una existencia tumultuosa e indigna. Pero no tuve condiciones, deben sobrevenir con naturalidad, como el
tiempo de reflexionar más sobre el asunto. Se oyeron guiño instintivo del ojo amenazado. Hay órdenes que
unos pasos, un golpe en la puerta. deben salir de los labios sin pensar. Hay ademanes que
—Ya tenemos viento para partir, señor. Eso deben hacerse sin reflexionar. Pero ese inconsciente
suponía una nueva exigencia de la que hacerme cargo. estado de alerta me había abandonado. Tuve que
—Que suba la tripulación —grité—. En seguida hacer un esfuerzo para resituarme, para volver —desde
voy a cubierta. la cabina— a mi actual situación. Comprendí que, para
Por fin iba a conocer mi barco, pero antes de los que me estaban observando críticamente, yo no era
irme, nuestros ojos se encontraron: los ojos de los dos un modelo de resolución en el mando.
intrusos de a bordo. Le indiqué el banco que le estaba No faltaron, además, desafortunadas sorpresas.
esperando y puse un dedo en mis labios. El hizo un Por ejemplo, en el segundo día de viaje, al volver de
gesto vago y enigmático, y esbozó una sonrisa, con cubierta, por la tarde, me detuve (yo calzaba zapatillas
tristeza. de paja) ante la puerta de la despensa, que estaba
No voy a extenderme relatando aquí las abierta, y me dirigí al mayordomo. Este estaba
sensaciones de un hombre que advierte, por primera atareado, de espaldas a mí. Al oírme casi se cae del
vez, que el buque que tiene bajo los pies se mueve al susto, como quien dice, y rompió una copa.
conjuro de sus palabras. En mi caso, éstas, fueron —¿Pero qué diablos le pasa? —grité asombrado.
interferidas por esa presencia ajena que, desde la Estaba muy confundido.
cabina, me impedía disfrutar de la soledad del mando. —Discúlpeme, señor. Creía que estaba usted en
Es decir que, mi entrega a la nave no era completa. su camarote.
Una parte de mí estaba ausente. La sensación de estar —Pues ya ve que no.
en dos sitios a la vez me afectó terriblemente, era como —No, señor. Pero habría jurado que hace unos
si la clandestinidad me hubiera penetrado el alma. En segundos oí ruido ahí adentro. Es realmente
menos de una hora la nave estuvo en movimiento, y asombroso. Lo siento, señor.
cuando le pedí a mi oficial (que estaba a mi lado) que Oculté mi nerviosismo. Estaba tan identificado con
tomara la Pagoda como punto de referencia, me mi doble secreto que ni siquiera le hablé de la escena
sorprendí susurrándole al oído. Me sorprendí, digo, en nuestros tímidos y fugaces susurros. Supongo que
porque ya era tarde para evitar su asombro. Y él dio un él habría hecho algún ruido, hubiera sido raro que no
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ocurriera nunca. Y sin embargo, fatigado como estaba, Absurdamente sentado en la cabecera de la mesa, me
todavía conservaba un gran dominio de sí: parecía aterré al verlo bajar con el abrigo en la mano.
invulnerable. Le recomendé que se quedara en el baño, Naturalmente, se dirigía a mi camarote. No había
ya que, dentro de todo, era el sitio más seguro. No tiempo que perder.
había ninguna excusa para que alguien entrara allí una —¡Mayordomo...! —grité. Mis nervios crispados
vez que el mayordomo había concluido su faena. Era me impidieron dominar la voz y desvelaron mi
un lugar muy pequeño. Él se recostaba en el suelo, con turbación. Escenas como ésta eran las que incitaban a
las piernas encogidas y la cabeza apoyada sobre los mi oficial, con sus insoportables patillas, a llevarse el
brazos, o se sentaba en el banco, con un pijama gris y índice a la frente. Le había sorprendido el gesto en
su cabello despeinado, inmóvil y resignado como un cubierta, mientras conversaba con el carpintero
convicto. Por la noche, venía a mi litera e iniciábamos confidencialmente. Aunque no pude escucharlo, me
nuestras confidencias, mientras los pasos del oficial de imaginé que tal gesto sólo podía aludir al extraño nuevo
guardia retumbaban sobre nuestras cabezas. No fueron capitán.
momentos muy dichosos. Por fortuna, en un armario de —Sí, señor —el mayordomo, resignado, se volvió
mi camarote había algunas latas, y a mí no me costaba hacia mí. Le gritaban por sorpresa, le llamaban sin
mucho conseguirle pan duro; así se alimentó de pollo razón, tan pronto lo echaban de mi camarote como lo
estofado, paté de foie gras, espárragos, ostras, requerían para que entrase, lo echaban de la despensa
sardinas —toda esa clase de abominables simulacros para cumplir órdenes absurdas: la creciente perplejidad
de exquisitez que traen las latas. Solía beberse mi café que se reflejaba en su rostro era perfectamente
de la mañana; pero ya no me atrevía a hacer nada más explicable.
por él, en ese aspecto. —¿Dónde lleva ese abrigo?
Por la mañana, la limpieza de mi cuarto y el baño, —A su cuarto, señor.
nos exigía toda clase de maniobras. Llegué a odiar la —¿Va a llover más?
imagen del mayordomo, a aborrecer su voz, aunque —Pues, no lo sé, señor. ¿Quiere que vaya a ver?
era inofensivo, sospeché que al final desencadenaría —Déjelo. Da igual.
una catástrofe poniéndonos al descubierto. Lo Seguramente mi otro yo habría escuchado todo.
sentíamos pender sobre nuestras cabezas como una Mientras, mis dos oficiales no apartaron los ojos de sus
espada. respectivos platos; pero el labio de ese mozalbete, mi
El cuarto día, aproximadamente —atravesábamos segundo —Dios lo confunda—, tembló visiblemente.
el Golfo de Siam, con continuos virajes, con viento Supuse que el mayordomo colgaría el abrigo y
escaso y mar en calma—, el cuarto día, sí, de ese saldría de inmediato, pero tardó más de lo previsto;
constante filtreo con la fatalidad, mientras nos logré dominar mis nervios para no llamarle a gritos. De
disponíamos para comer, ese hombre, cuyos pronto advertí (pues pude oírlo perfectamente) que, por
movimientos más íntimos me resultaban peligrosos, lo que fuera, abría la puerta del baño. Era el fin. Ahí no
subió a cubierta después de poner los platos. Allí no había espacio, literalmente, ni para acostarse un gato.
había riesgo; pero de pronto se acordó de un abrigo Mi voz expiró en mi garganta y me quedé de piedra.
que yo había puesto a secar sobre la batayola, pues Esperaba un grito de asombro y pánico; quise
por la tarde lo había mojado un chubasco. levantarme, pero me fallaron las fuerzas. No ocurría
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nada. ¿Sería que mi otro yo habría agarrado al pobre límite. Ese gesto, por decirlo así, fue el que me
hombre por el cuello? Yo no sé que hubiera hecho de contuvo, librándome de ella.
no aparecer en ese instante el mayordomo El oficial de las terribles patillas ahora hacía virar
plantándose, tranquilamente, junto al aparador. el buque. En ese momento de profundo silencio que
“Salvado —pensé.— No... ¡Se escapó! ¡Se fue! sobreviene una vez que la tripulación ocupa sus
¡Se fue!” puestos, escuché su voz, que venía desde popa, cuyo
Aparté mis cubiertos y me recosté en la silla. Mi eco resonó en el alcázar.
cabeza flotaba. En cuanto pude recobrar el dominio de —¡A sotavento!
la voz, le ordené al oficial que a las ocho en punto se El velamen, ante tan leve brisa, no emitió más que
hiciera cargo de la dirección del buque. una leve vibración. En seguida cesó. El buque viraba
—No saldré a cubierta —proseguí—. Creo que lentamente; contuve el aliento, en medio de esa calma
me voy a acostar un rato, y sino es que cambia el recuperada y expectante; cualquiera hubiera dicho que
viento no quiero que me molesten hasta medianoche. no había nadie en cubierta. De repente un grito "¡Izar la
No me encuentro muy bien. vela mayor!", quebró el silencio y, mientras sonaban en
—Hace un momento se le veía francamente mal cubierta los gritos laboriosos de los hombres, nosotros,
—asintió el primer oficial, sin demostrar más interés. en mi cabina, recobramos nuestro puesto habitual junto
Los oficiales se retiraron y el mayordomo empezó a la litera.
a limpiar la mesa. El rostro de ese pobre hombre no Él no esperó mis preguntas.
delataba nada. Pero ¿por qué eludía mi mirada? Tenía —Lo oí rondar por aquí y me metí en el baño
que oír su voz, me dije. como pude —susurró—. Sólo abrió la puerta y asomó
—¡Mayordomo! el brazo para colgar el abrigo. Pero...
—¡Señor! —dijo, con su habitual sobresalto. —No lo había pensado —susurré a mi vez, más
—¿Dónde colgó el abrigo? apabullado que antes por lo delicado de la situación, y
—En el baño, señor —balbuceó, como de maravillado por esa indolente vena de su carácter que
costumbre—. Aún no está del todo seco, señor. le había permitido afrontarla con tal entereza. Era mi
Permanecí un rato más en la cocina. ¿Habría voz, no la suya, la que estaba alterada. El conservaba
desaparecido mi doble, tal como había llegado? Pero la cordura, y me lo demostró en el siguiente susurro.
su llegada era explicable, mientras que su —De nada me serviría volver a la vida.
desaparición... Volví a mi cuarto lentamente, cerré la Eran palabras dignas de un fantasma. Estaba
puerta, encendí la lámpara, lo vi de pie, firme, en su aludiendo a la reticente actitud con que su viejo capitán
estrecho refugio. Mentiría si dijera que me asustó, pero había aceptado la teoría del suicidio. Ésta,
la verdad es que empecé a tener alguna duda con evidentemente, podía servirle, si es que yo había
respecto a su existencia corporal. ¿Será —me pregunté comprendido el propósito que parecía gobernar la
— que nadie sino yo puede verlo? Era como estar serena obstinación de sus actos.
embrujado. Rígida y gravemente alzó los brazos en un —Apenas pueda, abandóneme entre estás islas
gesto que quería decir: “Dios mío! De buena me he de la costa Camboyana.
librado.” Desde luego. Creo que yo me había acercado
a la locura todo lo que es posible antes de franquear el
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—¡Abandonarlo! Esto no es una historia de parecía estar amarrada junto a un muelle, porque la
aventuras para niños —protesté. Me interrumpió su quilla se balanceaba con tal suavidad sobre las aguas
despectivo susurro. —oscuras y calladas como un mar espectral— que no
—¡Por supuesto! No es ningún cuento para niños, emitían el más mínimo murmullo.
pero tampoco es otra cosa. Estoy harto. ¿Cree que no A medianoche subí al puente y, para sorpresa de
temo lo que pueden hacer conmigo: la prisión, la horca mi oficial, cambié el rumbo de la nave. Sus terribles
o lo que sea? ¿Pero me imagina usted de regreso, patillas aleteaban a mi alrededor, juzgándome en
dando explicaciones a un viejo con peluca y a doce silencio. Desde luego, mi decisión hubiera sido muy
respetables comerciantes, se lo imagina? ¿Qué saben otra de haber querido abandonar cuanto antes aquel
ellos de si soy culpable o no... o en todo caso, de qué golfo. Creo que algo le comentó al segundo, cuando
soy culpable? Eso es asunto mío. ¿Cómo dice la vino a relevarle, sobre mi falta de juicio. El otro se limitó
Biblia? “Borrado de la faz de la tierra. Tal como vine, me a bostezar.
iré.” Ese insoportable mozalbete iba de un lado para
—¡Imposible! —murmuré—. No puede hacer eso. otro, apoyándose en la borda con tal desgana y
—¿Que no puedo?... Me iré, y no desnudo como negligencia que lo apremié con acritud:
un alma en el día del Juicio. Todavía no ha sonado la —¿Está usted dormido?
trompeta... y usted ya me ha entendido, ¿no? —No, señor, no lo estoy.
De pronto me avergoncé de mí mismo. Había —¡Pues lo parece! Así que no disimule y
comprendido, puedo confesarlo con toda franqueza, y manténgase alerta. Si hay corriente suficiente nos
mis dudas en cuanto a permitir que ese hombre huyera aproximaremos a alguna isla antes del alba.
a nado y se alejara de mi buque, no eran sino un sordo Algunas islas, unas solas, otras en grupo,
simulacro, una especie de cobardía. tachonaban el este del golfo. Sobre el fondo azulado de
—No podemos hacerlo hasta mañana por la la costa, parecían flotar sobre las plateadas aguas,
noche —susurré. Ahora vamos mar adentro y el viento áridas y grisáceas, o verdes y redondeadas como
puede fallarnos. espesos matorrales; las más grandes, de unas dos
—Mientras sepa que usted comprende — millas de largo, mostraban los perfiles de sus arrecifes,
murmuró—. Pero, seguro que comprende. Es una grisáceos costillares de roca bajo el húmedo manto del
suerte contar con alguien que le entienda a uno. Parece follaje. Ignoradas por el comercio, la navegación y casi
que estaba usted aquí a propósito. por la geografía, el modo de vida que albergaban
Y también en un susurro, tal como si resulta un auténtico secreto. En las más grandes, debe
estuviéramos hablando de cosas vedadas para el resto haber aldeas, y tal vez las embarcaciones nativas
de los hombres, añadió: mantengan contacto con el mundo. Pero durante
—iDe verdad, es maravilloso! aquella mañana, mientras empujados por una leve
Continuamos nuestras secretas confidencias, que brisa, nos acercábamos a ellas, ni hombres ni canoas,
a veces derivaban en un mero susurro, interrumpido irrumpieron en el foco del telescopio con el que las
por largos intervalos de silencio. Él, como de estaba indagando ávidamente.
costumbre, contemplaba la tronera. De vez en cuando,
una ráfaga de viento nos acariciaba el rostro. La nave
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A mediodía no di ninguna orden de cambiar el Mis obligaciones, inquietudes y preocupaciones
rumbo, y las patillas del oficial indicaron alarma me habían dejado, ese día, sin tiempo ni ganas para
atrayendo mi atención más de lo debido, Por fin dije: vestirme. Todavía iba en pijama, con las zapatillas de
—Mantendré esta dirección... todo lo que me sea paja y una gorra ligera. El tórrido clima del golfo era
posible. asfixiante, y la tripulación se había acostumbrado a
Su mirada de incalculable sorpresa dio a sus ojos verme con ese atuendo.
cierta ferocidad, y por un instante tuvo un aspecto —Con este rumbo, la nave se aproximará al cabo
temible. sur —le susurré al oído—. Sólo Dios sabe cuándo, pero
—En mitad del golfo no avanzamos —dije estoy casi seguro de que será poco después del
ligeramente—. Esta noche nos aproximaremos a anochecer. Me acercaré a una media milla de la costa,
buscar las brisas de tierra. mientras pueda calcularlo en la oscuridad...
—¡Bendito sea Dios! ¿Dice usted, se ñor, que en —Sea prudente —me advirtió en un susurro. De
plena oscuridad nos meteremos entre islas y arrecifes y pronto comprendí que mi futuro, todo mi futuro, el único
bancos de arena...? que tenía en mis manos, podía naufragar
—Bueno, si en tierra soplan brisas regulares, no irremisiblemente si, en mi primer mando, incurría en el
queda más remedio que acercarse a la costa para mínimo error.
encontrarlas, ¿no? No pude quedarme en mi cuarto mucho tiempo.
—¡Bendito sea Dios! —repitió, con la respiración Le aconsejé ocultarse y salí a popa. Ese jovenzuelo
entrecortada. Aquella tarde, su confusión le confería insoportable estaba de guardia. Caminé, muy
una expresión entre ausente y soñadora. Luego, pensativo, de un lado para otro. Después lo llamé:
después de cenar, me dirigí a mi camarote, como si —Que un par de marineros abran las troneras del
necesitara un poco de descanso. Allí, ambos nos alcázar —dije con voz serena.
inclinamos sobre una carta que extendí en mi litera. Tuvo el atrevimiento (tal vez le pudo la sorpresa)
—Aquí está —dije—. Debe ser Kho-ring. La he de repetir:
estado observando desde el amanecer. Hay dos colinas —¿Que abra las troneras del alcázar? ¿Para qué,
y una llanura. Seguramente está habitada. En la costa señor?
opuesta parece que hubiera la boca de un río... Es fácil —Le basta con que se lo haya ordenado. Las
que río arriba haya algún villorrio. Creo que es la mejor quiero bien abiertas, y sujetas como es debido.
oportunidad que se le ofrece. Se alejó, enrojeciendo, aunque creo que aún le
—Lo que sea. Kho-ring, entonces. hizo un comentario jocoso al carpintero sobre la
Observó la carta muy pensativo, como si desde práctica de ventilar el alcázar de un buque. Sé que se
un lugar peligroso calculara las distancias y precipitó a la cabina del oficial para contárselo, porque
posibilidades, como si siguiera con los ojos su propia las patillas aparecieron en cubierta, como quien no
imagen errante por las desiertas comarcas de sabe nada del asunto, y me observaron de arriba abajo,
Cochinchina, atravesando ese trozo de papel, para buscando en mí, me imagino, algún síntoma de locura
luego irrumpir en regiones ignoradas por la cartografía. o de ebriedad.
Era como si la nave contara con dos capitanes para
determinar su rumbo.
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Poco antes de la cena, más nervioso que nunca, —Hay mucha oscuridad —susurré.
volví unos momentos junto a mi otro yo. Su sosiego era Dio un paso atrás y se apoyó sobre mi litera, con
asombroso, antinatural, inhumano. una mirada fija y penetrante.
Le relaté mi plan en apresurados susurros. Yo me senté en el catre. No teníamos nada que
—Me aproximaré todo lo que sea posible y luego decirnos. El oficial de guardia iba y venía sobre
cambiaré de rumbo. Más tarde me las arreglaré para nuestras cabezas. Luego percibí que aligeraba sus
introducirlo a usted en el pañol, que comunica con el pasos y me imaginé a qué era debido. Se dirigía hacia
vestíbulo. Allí hay un agujero, una especie de abertura la escotilla; su voz me anunció de inmediato:
cuadrangular para sacar las velas, que da sobre el —Vamos muy rápido, señor. Estamos muy cerca
alcázar y que jamás se cierra cuando hace buen tiempo de la costa.
para que las velas se oreen. Cuando esté el buque —De acuerdo —respondí—. Ahora subo a
preparado para virar y los marineros estén en popa, cubierta.
braceando las vergas, tendrá el camino libre para llegar Esperé a que fuera el oficial, luego me levanté. Mi
hasta el alcázar y arrojarse por la borda a través de una doble copió todos mis movimientos. Había llegado la
tronera. Ya están abiertas y sujetas. Utilice un trozo de hora de nuestro susurro de despedida, pues ninguno
cuerda para bajar al agua, así evitará los ruidos. Ya iba a es cuchar jamás, la voz natural del Otro.
sabe, si lo oyen se pueden complicar las cosas.. —¡Un momento! —le dije, abriendo un cajón y
Guardó silencio unos momentos. sacando tres soberanos de oro—. Tome esto. Le daría
—Comprendo —murmuró por fin. los seis que tengo, pero tendré que comprar fruta y
—Yo no estaré ahí para verlo —comencé verdura a los nativos, para la tripulación, cuando
torpemente—. En cuanto a lo demás... espero que yo crucemos el Estrecho de Sunda.
también haya entendido. Negó con la cabeza.
—Seguro que sí. Completamente. Y por primera —Tómelo —insistí—. Quién sabe lo que...
vez me sorprendió escuchar un titubeo en su voz. Me Sonrió y se tocó indicativamente el único bolsillo
agarró del brazo, y en ese instante sonó la campanilla de su pijama. No era un lugar seguro, desde luego.
de la cena. Me sobresalté. El no perdió su calma y se Entonces, saqué un gran pañuelo de seda, envolví las
limitó a soltarme. tres monedas en un extremo y lo obligué a guardarlo.
No volví a bajar hasta después de las ocho. La Aquel acto debió de conmoverle, porque al fin las
brisa débil y constante estaba bañada de rocío, y las aceptó, y rápidamente las ató a su cintura, debajo del
oscuras y húmedas velas la aprovechaban al máximo. pijama, rozándole la piel.
La noche, diáfana y estrellada, arrojaba su Nuestros ojos se encontraron; pasaron algunos
ensombrecido resplandor; las islas parecían manchas segundos hasta que, por fin, sin que nuestras miradas
sombrías y opacas a la deriva. Desde la tronera, se se apartaran, apagué la lámpara. Después fui a la
podía ver una, enorme y lejana, que eclipsaba una cocina y dejé abierta la puerta de mi camarote.
parte del cielo con su lóbrega figura. —¡Mayordomo!
Cuándo abrí la puerta me vi a mí mismo, de Todavía estaba en la despensa, todo afanado,
espaldas, mirando una carta. Había dejado su refregando una vinajera plateada, su última tarea antes
escondite y estaba de pie, junto a la mesa.
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de irse a dormir. Le hablé despacio para no despertar al un minuto más para cambiar de rumbo. El segundo
oficial, que tenía su cuarto enfrente. oficial me observaba muy inquieto.
Miró a su alrededor con ansiedad. Esperé hasta que pude dominar la voz.
—¡Señor! —Ganaremos el barlovento —dije con serenidad.
—¿Puede traerme un poco de agua caliente del —¿Va usted a intentarlo, señor? —balbuceó
fogón? incrédulo.
—Me temo, señor, que hace rato que se ha Sin responderle, alcé la voz para que me oyera el
apagado. timonel:
—Vaya a ver. —Mantenga el rumbo.
Corrió escaleras arriba. —Mantengo el rumbo, señor.
—¡Ahora! —susurré lo más alto que pude, tal vez El viento acariciaba mis mejillas, el velamen
demasiado alto, acaso por el temor a no poder emitir dormitaba, el silencio parecía abatirse sobre el mundo.
sonido alguno. Inmediatamente se acercó a mí, y el La proximidad de esa franja tenebrosa me condenaba a
doble capitán subió las escaleras, atravesó un oscuro una tensión insoportable. Tuve que cerrar los ojos, pues
pasadizo y una puerta. Llegamos al pañol, donde nos la nave se acercaría todavía más. ¡Pero tenía que
arrodillamos sobre las velas. Me agobió una repentina hacerlo! Aquella quietud era asfixiante... ¿Nos
reflexión. Me vi, con la cabeza y los pies desnudos, sorprendería una calma chicha?
errante bajo el sol que castigaba mi nuca. Me quité la Cuando abrí los ojos, mi corazón se estremeció.
gorra y apresuradamente se la puse a mi otro yo. Él me La negra colina que se yergue al sur de Kho-ring se
eludió y se apartó silenciosamente. Quién sabe qué abatía sobre el buque como un titánico fragmento de
sospechó de mí, en el último momento, antes de esa noche eterna. Ni un sonido quebraba el silencio,
comprender y desistir de sus esfuerzos. Nuestras ni un destello hería ese muro de tinieblas que se
manos se encontraron con fervor y permanecieron deslizaba, incontenible, hacia nosotros; ya parecía al
inmóviles durante un segundo... Cuando dejaron de alcance de la mano. Las borrosas figuras que
apretarse, no dijimos ni una sola palabra. componían la guardia, se congregaron en el combés,
Regresó el mayordomo y me encontró al lado de mudos por el terror.
la puerta de la despensa. —¿Sigue adelante, señor? —preguntó una voz
—Lo siento, señor. Las brasas apenas están atemorizada.
tibias. ¿Quiere que encienda la lámpara de alcohol? Hice como que no la oía. Tenía que seguir
—Déjelo. Da igual. adelante.
Salí lentamente a cubierta. Ahora, mi conciencia —Mantengan el rumbo. Ahora no serviría de nada
me imponía acercarme a tierra todo lo que fuera alterarlo —advertí.
posible, pues él debería saltar por la borda en cuanto el —No puedo ver las velas —me contestó el
buque se dispusiera a girar. Saltar, sin oportunidad de timonel, con voz trémula y cortada.
volver. Al cabo de un instante caminé hacia sotavento, y ¿Estaríamos a suficiente distancia? La nave ya no
al ver la proximidad de la costa me dio un vuelco el estaba a la sombra de la costa, sino que había
corazón. En otras circunstancias, no habría esperado ni penetrado en ella y ésta la devoraba, arrebatándomela
del mando e imposibilitando el regreso.
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—Llamen al oficial —le dije al joven que estaba a —Prepárese, ¿oye? Vaya a proa y quédese ahí —
mi lado, tieso como un cadáver—. Y que suba toda y le sacudí— sin hacer más alboroto, y preocúpese por
la tripulación. izar las jarcias como corresponde.
Mi voz resonó con la firmeza de su propio eco que No tuve valor para mirar la costa por miedo a
devolvían las alturas de la costa. Prorrumpieron varias desfallecer. Al fin lo dejé en libertad y se marchó
voces: apresuradamente, como si corriera por su vida.
—Todos en cubierta, señor. ¿Qué pensaría mi doble en el pañol, de todo este
Luego volvió el silencio, al amparo de esa sombra alboroto? Él podía escucharlo todo y tal vez pudiera
gigantesca. Ni una luz, ni un sonido. La calma que se comprender por qué mi conciencia me imponía llegar a
había desplomado sobre el buque lo asemejaba a la esa distancia, y no a menos. Mi primera orden: ¡A
barca de los muertos bogando ante la puerta del Erebo. sotavento! reverberó bajo la sombra titánica de Kho-
—¡Dios mío! ¿Dónde estamos? ring, como si hubiese resonado en la garganta de una
Fue la exclamación del oficial. El terror y la montaña. Fijé los ojos en tierra. Las pacíficas aguas y
confusión parecían haberlo privado del apoyo moral de las brisas me impedían sentir el movimiento de la nave.
sus patillas. Dio una palmada y un grito concluyentes: ¡No, no podía percibirla! Y, entretanto, mi segundo yo,
—¡Estamos perdidos! se disponía a correr para arrojarse por la borda. Quizá
—Cálmese —ordené con severidad. ya se había ido.
Bajó la voz, pero advertí el gesto agarrotado de su La oscura masa negra que cavilaba sobre
desesperación. nosotros comenzó a alejarse del buque,
—¿Qué hacemos aquí? silenciosamente. Entonces olvidé a ese extraño, listo
—Estamos buscando el viento de la costa. para partir y sólo recordé a ese extraño al mando de
Parecía a punto de estirarse de los pelos. Se una nave que desconocía. Ignoraba cómo guiarla,
dirigió a mí directamente: cómo iba a responder.
—No saldremos nunca, y se lo deberemos a Desplegué la vela mayor y esperé. ¿Estaríamos
usted, señor. Ya sabía yo que iba a ocurrir algo así. varados? Nuestro destino dependía de ese instante,
Nunca ganaremos el barlovento, y estamos demasiado con la negra masa de Kho-ring erguida —como la
cerca para girar. Nos estrellaremos contra la costa puerta del Erebo— sobre el coronamiento de la nave.
antes de poder dar la vuelta. ¡Dios mío! ¿Qué haría ésta? ¿Seguiría su rumbo? Rápidamente
Le agarré del brazo en el momento que intentaba me dirigí a la borda: no vi más que un resplandor tenue
asestárselo contra su cabeza, y lo sacudí con violencia. y brillante, que delataba la cristalina tersura de esa
—Ya estamos sobre la costa —gimió, tratando de reposada superficie. Imposible definirlo. ¡Y yo sin saber
soltarse. el movimiento de la nave! Sólo necesitaría algo visible,
—¿Ah sí? ¡Manténgase en rumbo! un trozo de papel, algo visible que pudiera arrojar al
—En rumbo, señor gritó el timonel con voz suave, agua para guiarme. Pero no llevaba nada encima y no
pueril, amedrentada. tenía valor de bajar a buscarlo. No había tiempo. Y
Yo seguía sin soltar el brazo del capitán y todavía entonces, mis ojos ávidos y tensos advirtieron un objeto
la sacudía. blanco flotando a una yarda del buque.
Resplandeciente sobre las oscuras aguas. ¿Qué era?
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De pronto, reconocí mi gorra. Seguramente se le había puerta del Erebo— mi gorra blanca, que poco a poco se
caído y no se había molestado en recogerla. Ya tenía lo esfumaba indicándome el lugar donde mi confidente
que necesitaba: una señal visible y salvadora. Pero ya secreto, compañero de mi cabina y partícipe de todos
no pensé demasiado en mi otro yo, ahora lejos de la mis pensamientos, se había arrojado al agua para
nave, oculto para siempre de los rostros familiares, un arrastrar su castigo: Un hombre libre un orgulloso
fugitivo, un vagabundo, sin que ninguna señal en su nadador en busca de su desconocido destino.
admirable frente pudiera contener una mano homicida
—y excesivamente vanidoso como para dar
explicaciones.
Contemplé esa gorra (testigo de mi repentina
piedad hacia el destino de su carne), cuya misión a sido
protegerlo del sol; he aquí que ahora protegía a mi
nave, clara señal que me rescataba de mi ignorancia y
de mi confusión. Avanzaba a la deriva para indicarme
—en el instante preciso— que el buque se volvía de
popa.
—Cambiar el timón —ordené en voz baja a ese
marino que parecía una estatua. Sus ojos emitieron un
fiero destello a la luz de la bitácora, mientras pasaba al
otro lado para hacer girar la rueda del timón.
Fui al alcázar de popa. Toda la tripulación, en la
cubierta envuelta en sombras, esperaba mis órdenes
para bracear. Las estrellas parecían balancearse de
izquierda a derecha. En medio de ese silencio brutal, oí
que un marinero le murmuraba a otro, con gran alivio:
—Está virando.
—Ahora, arriba.
Las vergas del trinquete giraron estrepitosamente
entre un estallido de gritos de júbilo. Las terribles
patillas procedieron a impartir órdenes. La nave
avanzaba. Y yo estaba solo con ella. ¡Nada!, nadie en
el mundo podía interponerse entre nosotros; tender
ninguna sombra en nuestro silencioso entendimiento,
en nuestro mudo afecto, en esa perfecta unión que
tiene lugar entre un marino con su primer mando.
Mientras iba hacia la parte delantera, me dio
tiempo de ver, en el borde mismo de la penumbra que
proyectaba aquella masa negra y titánica —como la
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