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El Asno y El Hielo

Era invierno, hacía mucho frío y todos los caminos se hallaban helados. El asnito, que estaba

cansado, no se encontraba con ánimos para caminar hasta el establo.

-iEa, aquí me quedo! -se dijo, de-jándose caer al suelo. Un aterido y hambriento gorrioncillo

fue a posarse cerca de su oreja y le dijo:

-Asno, buen amigo, tenga cuidado; no estás en el camino, sino en un lago helado.

-Déjame, tengo sueño ! Y, con un largo bostezo, se quedó dormido.

Poco a poco, el calor de su cuerpo comenzó a fundir el hielo hasta que, de pronto, se rompió

con un gran chasquido.

El asno despertó al caer al agua y empezó a pedir socorro, pero nadie pudo ayudarle, aunque

el gorrión bien lo hubiera querido.

La historia del asnito ahogado debería hacer reflexionar a muchos holgazanes. Porque la

pereza suele traer estas consecuencias.

La Ostra y El Cangrejo

Una ostra estaba enamorada de la Luna. Cuando su gran disco de plata aparecía en el cielo,

se pasaba horas y horas con las valvas abiertas, mirándola.

Desde su puesto de observación, un cangrejo se dio cuenta de que la ostra se abría

completamente en plenilunio y pensó comérsela.

A la noche siguiente, cuando la ostra se abrió de nuevo, el cangrejo le echó dentro una

piedrecilla.

La ostra, al instante, intento cerrarse, pero el guijarro se lo impidió.

El astuto cangrejo salió de su escondite, abrió sus afiladas uñas, se abalanzó sobre la inocente

ostra y se la comió.

Así sucede a quien abre la boca para divulgar su secreto: siempre hay un oído que lo apresa.

ODA A LA PAREJA 

(Pablo Neruda)

Reina, es hermoso ver

marcando mi camino

tu pisada pequeña

o ver tus ojos


enredándose

en todo lo que miro,

ver despertar tu rostro

cada día,

sumergirme

en el mismo fragmento

de sombra

cada noche.

Hermoso

es ver

el tiempo

que corre

como el mar

contra una sola proa

formada por tus senos y mi pecho,

por tus mies y mis manos.

Pasan por tu perfil

olas del tiempo,

las mismas que me azotan

y me encienden,

olas como furiosas

dentelladas de frío

y olas como los granos

de la espiga.

pero

estamos juntos,

resistimos,

guardando

tal vez

espuma negra o roja

en la memoria,

heridas

que palpitaron como labios o alas.

Vamos andando juntos


por calles y por islas,

bajo el violín quebrado

de las ráfagas,

frente a un dios enemigo,

sencillamente juntos

una mujer y un hombre.

Aquellos

que no han sentido cada

día del mundo

caer

sobre la doble

máscara del navío,

no la sal sino el riempo,

no la sombra

sino el paso desnudo

de la dicha,

cómo podrán cerrar 

los ojos,

los ojos solitarios y dormir?

No me gusta

la casa sin tejado,

la ventana sin vidrios.

No me gusta

el día sin trabajo,

ni la noche sin sueño.

No me gusta

el hombre

sin mujer,

ni la mujer

sin hombre.

Contémplate,

hombre o mujer, que nada

te intimide.

En algún sitio
ahora

están esperándote.

Levántate:

tiembla

la luz en las campanas,

nacen 

las amapolas,

tienes

que vivir

y amasar

con barro y luz de vida.

Si sobre dos cabezas

cae la nieve

es dulce el corazón

caliente de la casa.

De otra manera,

en la intemperie, el viento

te pregunta:

dónde está

la que amaste?

y te empuja, moriéndote, a buscarla.

Media mujer es una

y un hombre es medio hombre.

En media casa viven,

duermen en medio techo.

Yo quiero

que las vidas se integren

encendiendo los besos

hasta ahora apagados.

Yo soy el buen poeta

casamentero. Tengo

novias

para todos los hombres.

Todos los días veo


mujeres solitarias

que por ti me preguntan.

Te casaré, si quieres,

con la hermana

de la sirena reina de las islas.

Por desgracia, no puedes

casarte con la reina,

porque me está esperando.

Se casará conmigo.

 
ENTRESUELO
(Jaime sabines)
 
Un ropero, un espejo, una silla, 
ninguna estrella, mi cuarto, una ventana, 
la noche como siempre, y yo sin hambre, 
con un chicle y un sueño, una esperanza. 
Hay muchos hombres fuera, en todas partes, 
y más allá la niebla, la mañana. 
Hay árboles helados, tierra seca, 
peces fijos idénticos al agua, 
nidos durmiendo bajo tibias palomas. 
Aquí, no hay mujer. Me falta. 
Mi corazón desde hace días quiere hincarse 
bajo alguna caricia, una palabra. 
Es áspera la noche. Contra muros, la sombra 
lenta como los muertos, se arrastra. 
Esa mujer y yo estuvimos pegados con agua. 
Su piel sobre mis huesos 
y mis ojos dentro de su mirada. 
Nos hemos muerto muchas veces 
al pie del alba. 
Recuerdo que recuerdo su nombre, 
sus labios, su transparente falda. 
Tiene los pechos dulces, y de un lugar 
a otro de su cuerpo hay una gran distancia: 
de pezón a pezón cien labios y una hora, 
de pupila a pupila un corazón, dos lágrimas. 
Yo la quiero hasta el fondo de todos los abismos, 
hasta el último vuelo de la última ala, 
cuando la carne toda no sea carne, ni el alma 
sea alma. 
Es preciso querer. Yo ya lo sé. La quiero. 
¡Es tan dura, tan tibia, tan clara! 
Esta noche me falta. 
Sube un violín desde la calle hasta mi cama. 
Ayer miré dos niños que ante un escaparate 
de maniquíes desnudos se peinaban. 
El silbato del tren me preocupó tres años, 
hoy sé que es una máquina. 
Ningún adiós mejor que el de todos los días 
a cada cosa, en cada instante, alta 
la sangre iluminada.
Desamparada sangre, noche blanda, 
tabaco del insomnio, triste cama.
Yo me voy a otra parte. 
Y me llevo mi mano, que tanto escribe y habla.

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