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La figura es idealizada
pero con una fuerte expresividad conseguida a través de los gestos
(mirada a la cruz, mano sobre el pecho, postura corporal...) o los postizos
como el vestido, la cruz o la cuerda que lleva atada.
El canon es esbelto y la posición en escorzo que consigue por medio de la
cruz y el brazo.
Con una gran expresividad refleja el dolor y la pena con un gran contraste
de luz en el rostro, en especial en los párpados y en las arrugas de la frente.
A este autor le interesan claramente las texturas, la aspereza del vestido y
la superficie lisa del rostro, creando a su vez una gran contraposición y
expresividad a la figura.
La obra pertenece al barroco español (siglo XVII) como se puede
observar en el material de la escultura (una talla en madera) tan típica del
arte español, en la fuerte expresión de la figura, ya que se busca avivar el
fervor religioso de los fieles a través del arte y en el empleo de los postizos
(la cruz) dando ese sentido teatral propio del arte barroco Esta obra se
realiza con una intención religiosa debido a la Contrarreforma que marca
el siglo XVI-XVII (división entre católicos y protestantes) y esa intención de
propaganda de la Iglesia para atraer a los fieles a través de los sentimientos
y emociones (como ya hacía Caravaggio en la pintura)
Su comitente es la orden religiosa de los jesuitas, de suma importancia
debido al Concilio de Trento y con esto la Contrarreforma que encargaban
la obra con una intención pública, es decir, para que todos los fieles
pudiesen verla y que la Iglesia pudiese llegar a todo el pueblo.
El artista, Pedro de Mena, perteneciente a la escuela andaluza de Granada
y educado en el taller del Alonso Cano, tiene escasa libertad a la hora de
crear pues en el barroco el artista, a diferencia del arte renacentista, se
considera como un engranaje más de la Iglesia.
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