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Cloud Atlas

Es el nombre de una película de las hermanas Lilly y Lana Wachowski. Está basada en la
novela homónima de 2004 escrita por David Mitchell y estrenada 2012 (disponible en Prime
Video). Las directoras son las mismas que crearon Matrix, y tiene mucho de ese
presente/futuro distópico.
Si bien no ha tenido el mismo éxito que Matrix para muchos constituye una obra maestra.

Con ese gancho fui a verla. La primera vez que la vi no la entendí, la segunda creí entender
un poco más, las siguientes tres veces comprendí que no había entendido nada de nada en
las dos primeras vistas.

Es lo que sucede con las cosas complejas e intentar entenderlas se vuelve un riesgo de
simplificación sin lograr comprender la complejidad. Pero la pregunta que surge ¿Cómo es
que nos fascinamos por algo que muchas veces no entendemos? El acto siguiente es el
intento de establecer de saber el motivo de esa fascinación, el sentido de algo que no
alcanzamos a comprender, pero no dejamos de volver, ni de intentar saber sobre el sentido
de eso que nos atrapa. Como si para disfrutar de algo fuera necesario saber que tiene
adentro, cuál es el secreto, entender cómo es que algo funciona. En esa disección pocas
veces encontramos la causa del disfrute, y muchas otras termina con el objeto fascinante
roto. Entender y disfrutar de la cosa suelen ser caminos que no se cruzan.

La película muestra como lo humano se construye entre conexiones que se hacen con otros
seres humanos, que trasciende el tiempo y el espacio, que no es lineal y que casi siempre
se torna invisible o no sabido, pero que se encuentra siendo lo que nos pone en marcha.
Esa conexión invisible, chispa de lo humano puede recibir distintos nombres, pero desde el
psicoanálisis lo llamamos Deseo.

El Deseo es inexplicable, indiscernible, indisecable e inanalizable en un laboratorio (no


porque no lo hayan intentado) sino porque escapa, siempre, de todo intento de ser
capturado. Pero, aun así, nos mueve, hace que nos levantemos a la mañana, o que
miremos el celular, o volvamos a algún sitio, trabajemos, viajemos o nos anotemos en un
partido de futbol. Siempre es buscar más, siempre el anhelo de algo más, y resulta tener un
horizonte donde fijar rumbo e ir tras él. El Deseo es nuestro motor, singular y algo
irrepetible, pero también es aquello que puede conectarnos al compartir, no todo, de ese
trayecto con otros.

Muchas de las situaciones que hoy se presentan en salud mental es sobre el debilitamiento
de esas conexiones, donde las soledades se vuelven lo común. Y en esto no resulta claro si
es porque se trata de una época que apaga el Deseo a base del consumo, o el Deseo que
necesita de las conexiones al otro se vuelven cada vez más inconsistente. No es casualidad
que las formas de la depresión se hayan vuelto epidemia en las últimas décadas, si
pensamos que durante el último siglo se ha intentado domesticarlo y disecarlo en formas de
objetos del mercado. Si creemos que el Deseo puede reducirse a eso, la respuesta será por
la caída del deseo vital.

Pero volviendo a la película, entre tantas otras cosas, muestra como pueden ser estas
conexiones intersubjetivas, y como el título mismo nos lleva a pensar en la posibilidad de un
Atlas, que no sería otra cosa que un registro permanente, un saber absoluto y fijo sobre
algo tan cambiante como las nubes. Esta metáfora es la que nos sirve para trasladar la idea
que tampoco puede existir la fijeza de ese saber sobre el Deseo.
El Deseo puede ser pensado en esa línea, no hay dos nubes iguales, no hay dos cielos
idénticos, pero algo logramos saber de nubes y cielos, sabemos anticipar a veces algo en
esos horizontes, sin desarmar nada ni venderlos en una tienda.

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