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EL DEPORTE, MAQUILLAJE DEL TOTALITARISMO POLÍTICO

Desde los juegos olímpicos de Berlín hacia nuestros días hemos sido testigos obligados de
temas que suelen pasar desapercibidos en las citas ecuménicas del deporte mundial, pero que
sin embargo son el caldo de cultivo de innumerables entresijos, que nos demuestran que la
salud física de los competidores nunca va acompañada de la salud ética de las organizaciones
deportivas y sus eventos trascendentales. La sede de Berlín le fue otorgada a un régimen
segregacionista, que se valía de un evento deportivo mundial para hacerle propaganda
política a sus oscuros intereses.

El deporte fue en los gobiernos totalitarios, una válvula de escape para algunos países de
dictadura izquierdista, Rusia, China, Cuba, por citar las más importantes. Esto originaba que
muchos deportistas cuando obtenían la representación nacional de sus países se conviertan en
disidentes o apátridas cuando les tocaba viajar fuera de sus fronteras. Pero aun así tenemos
grandes nombres de esas naciones que se grabaron en la historia del deporte, para no ser
olvidados jamás.

El fútbol no fue la excepción, cómo podría, siendo el deporte más popular del mundo.
Argentina gana la sede de 1978, en medio de una dictadura militar de ultraderecha, que
perpetró genocidio en contra de los simpatizantes y activistas de izquierda, matando y
desapareciendo a miles de personas. Pese a la matanza de la plaza de Tiananmen, donde por
órdenes del gobierno chino se puso fin a una protesta estudiantil de días, se le concedió a
China la organización de los juegos olímpicos de Beijín. Era la cortina de humo perfecta para
diluir la sangrienta barbaridad. Militares disparaban a la multitud desde tanques de guerra y
también embestían a la gente. La masacre fue eco de protestas mundiales pero ningún
culpable pago esta atrocidad, pues había sido ordenada por el presidente chino.

Para 2018 la FIFA, vuelve a otorgarle la sede mundialista a un país totalitario, Rusia; incluso
el propio sátrapa ruso intervino en las negociaciones. Ya había ocurrido la invasión de Crimea
y otros territorios ucranianos, anexándolos a territorio ruso. Nuevamente un organismo
deportivo se prestaba para lavarle la cara a una dictadura extremista.

Y como si poco fuera esto, en la misma reunión del 2010 se otorgó otra sede de FIFA de
manera escandalosa, la de Qatar, en medio de sobornos inmundos y abyectos donde de le
robaba hasta el salario a los jugadores de Trinidad y Tobago, cuyo presidente de federación,
accesitario también a la de la CONCACAF, comercializaba y traficaba con los votos de su
jurisdicción a cambio de pingües beneficios personales y para sus adláteres.
Qatar era hasta entonces un país sin tradición futbolística y con algún movimiento de este
deporte apenas asomando, no tenía estadios y muchos de los imponentes edificios de Doha se
fueron construyendo de la mano del comité organizador del evento, presidido por un
príncipe de la realeza imperante en ese pequeño país del golfo pérsico. La polémica de sede
de Qatar, radica en ser un país donde se ignoran los derechos que le corresponden a las
personas, en especial a las mujeres y a los de la comunidad LGTB+. Existe maltrato laboral,
fundamentado en que casi toda su clase trabajadora no es nacional, es inmigrante.

El deporte es universal y se practica en todas las latitudes del planeta, pero en lo que
concierne a la organización de torneos ecuménicos donde asisten deportistas de la mayoría
de países afiliados, donde se hace infraestructura nueva o acondicionada para recibirlos, a
ellos y a los espectadores turistas de todo el orbe, es necesario asegurarse que costumbres,
marcos legales y preceptos religiosos, raciales o el maltrato atávico de personas por
explotación o machismo, no atenten contra los derechos elementales de los concurrentes.

Darío D’Novoa

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