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Hemos llegado a la última clase del cuarto módulo y que es también la última del
ciclo. Nos queda por delante el encuentro presencial de cierre (27 y 28 de
noviembre en CABA) y la continuación de las discusiones en los foros.
Al finalizar la clase los convocaremos nuevamente a los foros de discusión “En torno
a la dictadura”.
“El pueblo nunca votó por el mundial 78.Y el pueblo sabe que ese mundial 78 le
costará sangre que le está faltando para regar sus venas. Porque el mundial 78 no
se debiera realizar por las mismas razones que un tipo que no tiene guita para
ponerle nafta al auto Ford T no debe comprarse un Torino. Si lo hace es porque a
alguien le está robando”
Tapa de la revista Humor, N° 1 (junio de 1978)
“Como ningún otro acontecimiento, el mundial 78 marcó los lazos entre la política
y el fútbol. El régimen construyó cuidadosamente un hecho de relieve
internacional que mostraría hacia adentro y hacia fuera una Argentina sin
problemas y un gobierno libre de impugnaciones, un suceso con la contundencia
suficiente como para dar respuesta también hacia adentro y hacia fuera a la
campaña antiargentina orquestada desde el exterior, como gustaban responder
los hombres del proceso y sus voceros a toda crítica, y, en este caso, a las
objeciones planteadas en el exterior por la realización del mundial 78 en un país
en el que el Estado perpetraba evidentes y sistemáticas violaciones a los derechos
humanos”.
Barcelona. Imagen de la campaña de boicot al Mundial '78
“Señores, señoras, hoy es un día de júbilo para nuestro país, la nación Argentina.
Dos circunstancias concurren para este efecto: la iniciación de un torneo deportivo
internacional como es este campeonato mundial de fútbol de 1978, y la amistosa
visita de miles de mujeres y hombres que, procedentes de las más diversas
regiones de la tierra, nos honran con su presencia, con la sola condición de su
buena voluntad en un clima de afecto y de respeto recíproco. Es justamente la
confrontación en el campo deportivo y la amistad en el terreno de las relaciones
humanas las que nos permiten afirmar que aún es posible en nuestros días la
convivencia en la unidad y en la diversidad, la única forma para construir la paz.
Por ello pido a Dios nuestro señor que este torneo sea realmente una contribución
para afirmar la paz, esa paz que todos deseamos para todo el mundo y para todos
los hombres del mundo. Esa paz dentro de cuyo marco el hombre puede
realizarse plenamente como persona con dignidad y en libertad en el ámbito de
una confrontación deportiva caracterizada por la caballerosidad y la amistad entre
los hombres y los pueblos. Y bajo ese signo de la paz declaro oficialmente
inaugurado este onceavo campeonato mundial de fútbol”.
Las palabras de los integrantes de la Junta insistían en que ganábamos todos, que
se le demostraba a la insidiosa campaña antiargentina que en estas tierras reinaba
la paz y que la verdadera imagen era la de un país sin conflictos y festejando. “Creo
que desde hace un mes la gente aplaude, pero se está aplaudiendo a sí misma.
Esta aplaudiendo a este país que es un país que tiene que ser ganado, lo fue en
una época y lo va a volver a ser. El fútbol ha sido un conducto para que vuelva a
empezar la grandeza argentina. Que terminemos con el subdesarrollo mental, que
es peor que el otro. Y que de hoy en adelante todo lo que hagamos lo hagamos en
grande”. Las palabras del contraalmirante Lacoste son claras y permiten
comprender la utilización que hicieron los militares de la dictadura de un evento
que les permitió mostrar la falsa utopía de un país en paz y de un pueblo alegre
comulgando con sus autoridades, aunque éstas fueran de facto. Pero también lo
reflejado por la prensa internacional parecía coincidir con la mirada de los
genocidas, pues en junio de 1978 la revista Time afirmaba que “Para la sorpresa de
algunos periodistas europeos, que vinieron esperando encontrar sangre en las
calles y confusión e incompetencia en la organización, el gran carnaval del fútbol
fue realizado con eficiencia y el humor prevaleciente fue de una cálida
hospitalidad”. Un tanto más esclarecido, el diario El País de España publicaba: “El
triunfo final de la selección argentina en el Mundial de Fútbol ha supuesto que la
Junta Militar que dirige el general Videla haya cubierto con creces los objetivos que
se propuso al emprender la organización del campeonato. Durante veinticinco días,
los problemas del país argentino han pasado a un segundo plano y el título mundial
conseguido por su selección los mantendrá ocultos durante más tiempo aún…”. Lo
concreto es que en la mañana del 26 de junio de 1978 todavía resonaba en los
festejos el cantito: ¡El que no salta es un holandés!
Quedaría y queda para la sociedad y para las aulas la reflexión acerca de la euforia
colectiva desatada por un evento deportivo que tras las prédicas nacionalistas y la
evidente manipulación de la opinión pública nos dejó el sabor amargo de un festejo
desenfrenado en un país con miles de personas detenidas clandestinamente,
torturadas y asesinadas por el mismo Estado terrorista que nos invitaba a ser parte
de la “fiesta de todos”. ¡El que no salta es un holandés!
La censura y la escuela
Por último, la censura implicaba también una concepción del sujeto que debía
formar la escuela, un sujeto que se adaptara a la nación que se intentó moldear y
cuyo perfil hemos estado recorriendo en las clases de este módulo. En este sentido
las páginas del trabajo de Presclevi que incluimos a continuación son elocuentes. En
ella analiza dos ediciones del libro de lectura para cuarto grado Dulce de leche, de
Carlos Joaquín Durán y Noemí Beatriz Tomadú. Este libro fue editado por Estrada
por primera vez en 1974. En el año 1978 un alto funcionario solicitó a la editorial
una serie de profundas modificaciones. Las conclusiones surgen por sí mismas de la
lectura comparada de ambas versiones. Sólo diremos para terminar que a la
complejidad social, familiar y política del primer texto se le imprime una versión
despojada de sugerencias, desproblematizada y de algún modo canónica.
Página del libro Dulce de leche (1978)
“¿Hay una historia? Si hay una historia empieza hace tres años. En abril de 1976,
cuando se publica mi primer libro, él me manda una carta. Con la carta viene una
foto donde me tiene en brazos: desnudo, estoy sonriendo, tengo tres meses y
parezco una rana. A él, en cambio, se lo ve favorecido en esa fotografía: traje
cruzado, sombrero de ala fina, la sonrisa campechana: un hombre de treinta años
que mira al mundo de frente. Al fondo, borroso, casi fuera de foco, aparece mi
madre, tan joven que al principio me costó reconocerla”.
Quien se presenta en primera persona es el personaje principal de la
novela, Emilio Renzi. En un juego metafórico, Renzi se acredita al
lector como personaje-narrador que en el origen, abril de 1976, se ve
a sí mismo como una rana, desnudo frente a todo, desprotegido. De
ahí en más, el hecho de narrar (se publica su primera novela) será un
acto vital para poder abandonar progresivamente la condición a la que
lo confinó la Historia. La Historia, la que en la ficción se inicia en abril
de 1976 y que en la realidad histórica corresponde al momento
inmediato posterior al golpe militar del 24 de marzo, entonces, para
Renzi, desviste y asfixia. La narración, en cambio, promete, sólo
promete o debería prometer la felicidad de una reconciliación con la
calidez de una vida (quizás representada por la figura de la madre en
la foto) que debe volver a ser puesta en foco. Narrar, al cabo, es
poner en foco lo que la propia Historia ha desdibujado. Y lo que la
Historia ha desdibujado hasta volverla insoportable es la propia vida.
La Historia, así, no es una cadena de hechos que se suceden
coherentemente sino un discurso que debe cuestionarse porque obtura
todo impulso vital. Por eso, lo primero que leemos enRespiración
artificial es lo opuesto al tranquilizador “había una vez” de todos los
relatos, giro que implica un reconocimiento tácito de la
Historia. Respiración artificial, por el contrario, se abre con una
pregunta inquietante: “¿Hay una historia?”.
“la decisión, que se mantenía latente, estuvo influida por aspectos políticos
particulares, tal, por ejemplo, la conveniencia de producir una circunstancia
particular significativa que revitalizara al Proceso de Reorganización Nacional (sin
juzgar éticamente este consideración)”.
El propio Informe Rattenbach explica entonces el desembarco por
estrictas cuestiones de política interna del propio gobierno militar, y de
fortalecimiento de su posición ante la acuciante crisis económica, las
crecientes denuncias locales e internacionales sobre la violación a los
derechos humanos y las disputas internas entre las distintas armas.
“Al iniciar las hostilidades enfrentando una hipótesis de guerra inédita, el Ejército
Argentino no se hallaba debidamente adiestrado ni capacitado para sostener Un
conflicto bélico de la magnitud y características del qué se llevó a cabo y contra
un enemigo con experiencia y un poder militar superior. La mayor parte de la
clase 1962 había sido dada de baja, mientras la clase 1963 apenas había
completado su incorporación, pero no su instrucción básica. Ello fue motivo de
que numerosos soldados hayan sido enviados al Teatro de Operaciones Malvinas
sin haber completado la instrucción elemental de tiro y combate.”
Antes de finalizar, el informe solicita penas elevadísimas para muchos
miembros del plantel de conducción de las fuerzas armadas, y se
concluye que la Junta, con “una serie de medidas irreflexivas y
precipitadas”, convirtió la recuperación en una “aventura militar”.
Resulta destacable también que en la distribución de responsabilidades
exista un lugar para los medios de comunicación, que con
“expresiones «triunfalistas» exageradas (…) confundieron a los
conductores argentinos respecto de la verdadera situación militar de
las fuerzas en oposición, induciéndoles a adoptar posturas
excesivamente inflexibles y contradictorias que fueron cerrando,
progresivamente, los caminos de la negociación”.