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Tanta incertidumbre terminando y ellos todavía bostezan.

Una comedia escrita por Emiliano Pastor.


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A cto I.

Este acto se divide en once escenas y su intriga policial se despliega bastante


musicalmente. Aún así, las indicaciones relativas a la música son escasas y
especialmente imprecisas. Las escribí pensando en la ópera y en las experimentaciones
de la música contemporánea. En realidad basta con que haya buena música, abundante y
con un sentido del humor particular.

La acción toma lugar en el salón de una de las casas de la señora Inés, en la que
seguramente desarrolle especulaciones inmobiliarias, aunque el argumento primará
otros temas. El salón ha sido temporalmente adaptado de oficina, de modo que el
mobiliario propio del lugar ha sido apresuradamente disimulado y se ha intentado
lograr, con un éxito moderado, el ambiente de una oficina común y corriente.

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Escena primera.

Secretaria, Eduardo Campos y Viejo Amigo. Anunciación toca la trompeta con una
mano y el piano con la otra: es una marcha fúnebre. Secretaria, Eduardo Campos y
Viejo Amigo, bostezan a la vez.

Secretaria. ¡Increíble!, otra, otra.

Secretaria, Eduardo Campos y Viejo Amigo bostezan a la vez, Anunciación también


bosteza y deja de tocar la trompeta.

Secretaria. ¡Sólo podía pasar en esta oficina!

Se asoma Estudiante primero, Estudiante segundo, y por otra puerta, la Señora de la


Casa, aplaudiendo.

Escena segunda.

Secretaria, Eduardo Campos y Viejo Amigo. Anunciación toca el xilófono con una
mano, y el piano con la otra. Cantan.

Eduardo Campos, cantando. Soy un actor optimista…

Anunciación, y Señora de la casa, asomándose y cantando. …yo iba a decir lo mismo.

Eduardo Campos, cantando. No lo aplico en el trabajo…

Anunciación, y Señora de la casa, cantando y la señora, saliendo. …que es lo que se


lleva ahora.

Eduardo Campo y Anunciación, cantando. Algún día, algún día, algún día cambiará.

Secretaria, cantando. Mientras tanto,

Viejo Amigo, cantando. festejemos,

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Secretaria, cantando. Mientras tanto,

Viejo Amigo, cantando. festejemos.

Solo de xilófono, la Secretaria baila con Eduardo Campos, se pisan mutuamente y se


tropiezan con los muebles. Viejo Amigo tararea y mueve las manos y, ensimismado,
deja caer una lágrima.

Escena tercera.

Secretaria, Eduardo Campos y Viejo Amigo. Anunciación hace percusión golpeando


una sandía contra el suelo. Todos escuchan con inteligente aprobación. De repente,
una proyección:

SE HAN ENCONTRADO LAS LLAVES DEL PARAÍSO, RECOMPENSA PARA QUIEN ENCUENTRE
LA PUERTA APROPIADA.

Antonio, entrando. ¿Lo habéis leído?

Secretaria, Eduardo Campos, Anunciación bostezan a la vez mirando a Antonio. Viejo


Amigo, se contagia y bosteza mirando a los tres primeros. La Secretaria aplaude y ríe,
Eduardo Campos le acaricia la cabeza. Antonio hace fuerza para no bostezar, y
finalmente estornuda.

Antonio, cantando con pasión. No voy a festejar, no voy a festejar, este bostezo
infestejable. Vosotros, los medio-muertos, no podéis sospechar…

Secretaria, Eduardo Campos y Viejo Amigo. Que el cartel dice, dice, que el cartel,
dice, dice, “se han, se han, se han…”

Antonio. ¡Ridículos!, sale llevándose una silla.

Anunciación. ¡Ídem!, sale llevándose otra silla y el xilofón.

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La Secretaria ríe y aplaude, Eduardo Campos le acaricia la cabeza. Viejo Amigo se
acerca, y les acaricia la cabeza. La Secretaria deja de reír y los mira, súbitamente
desconfiada. Retrocede hasta llegar a la pared, y la desconfianza se transforma en
llanto.

Viejo Amigo. ¿Ella suele ser así?

Eduardo Campos. Desde que la conocí siempre tenía una sonrisa para todos.

Viejo Amigo. Qué extraño y qué misterioso es el ser humano. ¿Falta mucho para el
final? Creo recordar que cuando la obra termina, yo descubro una cosa tan hermosa,
que…

Muchas voces, desde dentro de escena: ¡Silencio!

Viejo Amigo. Perdón. Voy a quedarme sentado, esperando, y no diré nada


esperanzador. Gracias a todos, fin de la escena. Simula morir.

La Secretaria se recompone.

Secretaria. Perdón, he manchado la pared con rimmel y pestañas verdaderas. Vuelve a


llorar.

Eduardo Campos se acerca a la ventana.

Eduardo Campos. Pasan largas nubes bajas rápidamente. ¿Será bueno o será malo?

Viejo Amigo. Yo no voy a decir nada.

Eduardo Campos. Qué pocas certezas…

Escena cuarta.

Secretaria, Eduardo Campos y Viejo Amigo. Secretaria tiene un recorte de diario en la


mano. Música dramática y veloz.

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Secretaria, cantando desesperada. ¡Qué horror, qué situación, qué mal, qué mal, qué
voy a hacer, qué vas a hacer, qué va hacer él!

Eduardo Campos, cantando desesperado. ¡Cómo tranquilizarla! ¡Qué nerviosa está esa
tía! ¡Cómo preguntarle “¿qué te pasa?”!

Secretaria, con grito de soprano. ¡Asesinos! ¡Asesinos han salido de la cárcel, y se


dirigen hacia aquí! Mostrando el recorte.

Silencio total. Entra Anunciación.

Anunciación. Buenas días, soy la de antes. No he podido evitar escuchar la


conversación.

Viejo Amigo. Totalmente de acuerdo.

Anunciación. De la cárcel hasta aquí hay varias horas a pie. Esta oficina provisoria se
va a desmontar al terminar la tarde. Opino que la secretaria se de prisa en terminar su
trabajo, y así podemos huir antes.

Viejo Amigo. Que yo sepa, yo no trabajo aquí, así que podría irme ya.

Secretaria. Voy a terminar en cuanto pueda. Siento una gran responsabilidad estallando
en mis grandes pechos. Por favor, no me distraigáis.

Escena quinta.

La Secretaria trabaja apresuradamente con papeles. Viejo Amigo, Eduardo Campos y


Anunciación, caminan nerviosos por la sala. Sonidos de relojes y cucús.

Secretaria, angustiada. ¿Qué hora es?

Se escuchan seis campanadas.

Eduardo Campos. ¡Una! ¡Dos!

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Anunciación. Tercera.

Eduardo Campos. ¡Cuatro! ¡Cinco!

Eduardo Campos, Viejo Amigo, Anunciación. ¡Seis!

Secretaria. No llego, vamos a morir.

Eduardo Campos. ¡Tú puedes!

Secretaria. No puedo.

Anunciación. ¡Qué sí, que sí!

Viejo Amigo. Por Dios, se va a estresar.

Escena sexta.

Secretaria corriendo de un cajón a otro, sin aliento. Siguiéndola, Anunciación le hace


masajes en la espalda.

Eduardo Campos. Voy a contar una historia muy tranquilizadora. La copa que se
caía… yo… todos los árboles atrás. Pájaros y pájaros y un oso hormiguero enorme. Y
calmo. María juega con el agua. Ya no es ninguna niña así que me acerco. “Me llamo
Eduardo Campos”.

Viejo Amigo. Encantado.

Eduardo Campos. Dijo un señor que pasaba por ahí, con una capa roja.

Viejo Amigo. ¿Cómo?

Eduardo Campos. Salían flores a borbotones. Caían semillas en cada pelo. Ella se
enredó en las algas. Mi bañador estaba lejos. La luna salía por el horizonte. ¡Suspense,
suspense!

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Escena séptima.

Secretaria desvanecida. Eduardo Campos observa una grieta en el techo de la que cae
un polvo violeta. Anunciación echa el agua del florero sobre la Secretaria, que no
reacciona. Busca en el armario, y saca un acordeón. Intenta empezar una melodía.

Viejo Amigo. ¿No sigue, la historia de la muchacha llena de semillas?

Anunciación. No sé tocar este instrumento.

Eduardo Campos. Él te da cinco minutos para aprender.

Empieza a salir una melodía hermosa. La Secretaria se despierta.

Eduardo Campos. La bella muchacha se despertó, y dejó de caer polvo violeta del
vecino.

Tararean la melodía del acordeón cuando no hablan.

Secretaria. ¿Me recordáis por qué estoy en el suelo? No recuerdo nada y él parece que
tampoco.

Viejo Amigo. Es lo más cierto que he oído en años.

Anunciación, a la Secretaria. Buenas tardes, antes que nada.

Secretaria. Buenas tardes.

Eduardo Campos. Buenas tardes.

Viejo Amigo. Buenas tardes a todos.

Anunciación. Muy bien. Estaba diciendo que está por llegar la señora Inés, principal
accionista de esta empresa. Ha prestado este salón para que la secretaria pueda trabajar
en domingo, sin ir más lejos. Tenemos que recibirla con honor. Y entonces la secretaria
se desmaya.

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Viejo Amigo. Yo recuerdo que había unos criminales que venían.

Eduardo Campos. Ordenemos todo esto.

Se ponen a ordenar, mientras la luz parpadea y afuera pasan helicópteros. De nuevo se


proyecta un texto:

¿YA ESTAMOS BUSCANDO LA PUERTA DEL PARAÍSO? LAS LLAVES SE ABURREN Y AMENAZAN CON
OXIDARSE.

Se asoman Lidia, Liliana y la Señora de la Casa, iluminando con linternas.

Lidia. Me dan pena…

Liliana. Tienes mucha razón.

Lidia. La puerta del paraíso no debe estar aquí.

Liliana. Ciertamente.

Lidia. Vámonos como hemos llegado: sigilosamente.

Se van sigilosamente. Todas las luces se estropean definitivamente.

Escena octava.

Secretaria, Eduardo Campos, Viejo Amigo y Anunciación, con faroles de gas. Las voces
de los cuatro se cruzan virtuosamente en el canto.

Secretaria, Eduardo Campos, Viejo Amigo, Anunciación, cantando. Los


documentos están casi ordenados alfabéticamente, sólo falta la X, la Y y la Z.
¡Esperemos todos juntos, que la señora Inés sea fugaz! ¡Muy fugaz! ¡Como meteorito
que pasó!

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Vuelve la luz. Se oyen pasos.

Anunciación. Anuncio la llegada de la señora Inés. No me apetece tocar la trompeta.

Entra la señora Inés con su Marido Sordomudo. Se colocan en un lugar donde les da la
luz en los ojos. Se reacomodan, y todos cambian sus posiciones. Inés y Marido
Sordomudo están muy serios. Silencio.

Escena décima.

Inés y Marido Sordomudo siguen muy serios. Cruzan tres personas disfrazadas de osos,
con actitud de desfile de modas, y además saludando con la mano. Todos están
impacientes, y tratan de disimularlo.

Inés. Fin de la escena, gracias, muy interesante.

Escena undécima y última.

Inés y Marido Sordomudo siguen muy serios. Todos están impacientes y tratan de
disimularlo.

Viejo Amigo. Sentíos como en vuestra oficina.

Inés. Gracias, todos de pie por favor. Señoras y señores, ustedes no. Gracias, otra vez a
las sillas. Anunciación, vete dentro de unos minutos, pero sin que se note, no me gustan
las despedidas. Aún así, estás despedida. El dinero está en aquella habitación que
conociste una sola vez, en la cual mires dónde mires encontrarás tu dinero, qué
desesperación. Este es mi marido, es sordomudo y su cara es así. Bueno, aquí las
preguntas las voy a hacer yo, después ya veremos. ¿Dónde está mi silla? No la alejes de
esta zona. ¿Qué es toda esta tontería del trabajo? Me han dicho que yo tengo inversiones
aquí y he decidido ser como una empleada más. Voy a trabajar duramente pero a

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distancia. ¿A distancia? Sí, sí. Y no se hable más. ¡Ay, qué felicidad pensar que después
de todo esto me van a traer mi vaso de hierbabuena o lo que se me ocurra! Lo más cierto
que es que me levanto y lo primero que pienso es (¿qué es?), no te interrumpas sola,
idiota. ¿Puedo seguir? Puedes seguir. ¡Ah, qué amable! Bla bla bla... la bandeja... el
vaso de leche, crunch, crunch: la tostada... pero aquí se acabaron los placeres porque
hay que trabajar. ¿Faltan decoraciones en el techo? ¿Hay que tirar a este hombre a la
basura? Venga, venga, un poco de actitud de trabajo, pero todo a su tiempo. En realidad
hablo así para que no me desprecien. No tengo más tiempo para dedicarle a esta
espantosa pérdida de ganas y dinero. Aquí donde me ven yo trabajé los siete días de una
misma semana actuando de tetera en “La bella y la bestia” ante espectadores de
intereses deportivos, y luego tuve largas charlas conmigo misma. “Tienes brazos de
porcelana (me dije)”, “no, no, por favor...”, “créeme, y si te beso en la boca voy a sentir
el sabor de la última cucharadita de azúcar...” “basta, no quiero oír más (porque yo soy
así de tajante cuando los piropos tienen poco vuelo)”, el caso es que el séptimo día
conocí a mi marido y me casé con él. No sé si sabe o no sabe porque nunca me dice
nada. Yo sólo pido belleza en algunas partes.

Anunciación saca disimuladamente la cabeza por la puerta.

La vida es complicada para algunos.

Anunciación saca disimuladamente medio cuerpo, y poco a poco se eleva y desaparece


levitando.

Idéntica a una amiga mía. Se dedica a criar moscas sólo porque dicen de ella que es
bióloga. Todavía tiene buen busto. Siempre tengo miedo que abra la boca y salga un
insecto horrible, ya no sé si estoy hablando con una señora del barrio o con una cosa
llena de patas que se cruzan. “Tengo una amiga que quizá es una mosca”, “bueno, pero
ella es feliz así”, y me voy lentamente, olvidándome siempre un caramelo de menta o
pañuelo con iniciales, así tengo una excusa para volver. Qué interesante todo lo que
cuento. No pretendía ser irónica. Pero ya se termina, como todo lo que alguna vez dijo
de sí mismo que iba terminar. Voy a coger un avión, clase preferente, ventanilla por
favor, ya tomó nota la persona indicada. Mientras besa a su marido: Te dejo, mi amor,
espero poder enviarte una postal pero temo que voy tener demasiadas distracciones. Que
este beso se aleje de mi boca. No podía hablar tranquila. Si quedo elegida, quisiera que
me dejen un mensaje en este contestador automático. Siempre que llega “el momento”
es mejor pensar que es “el casamiento” o cosas de ese tipo. A mí me ha ido bien así. ¿Si
me voy por la ventana? No, no. Daré el brazo a torcer y saldré por la misma escalera.
Voy a irme hablando porque no me gustan las despedidas. Haced como si yo no hubiera
existido, y poco a poco id retomando una conversación como si nada, tú puedes decir
algo como “Oh qué verdes las hojas” No hagáis caso si sentís un vacío, es pasajero,

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como yo que soy pasajera vía Frankfurt, lamentablemente. Ábreme la puerta. Mientras
sale: Tantas complicaciones sólo porque las casas tienen que tener más de una
habitación. ¿Alguien me preguntó a mí si me gustan los arquitectos? Yo lo digo:
depende del arquitecto y de qué parte de la estructura estemos hablando. Estas casas
modernas son iguales que las cuevas de los cavernícolas... ya no la oímos.

El Marido Sordomudo mira la puerta, espera, mira el reloj, se sienta y cae en llanto
desconsolado. El Viejo Amigo, cae en llanto también. Los dos hombres se abrazan.
Eduardo Campos los abraza también.

Secretaria. Yo no puedo, ¡no puedo!

Viejo Amigo. ¡Dejemos de llorar, por el amor de Dios!

La Secretaria abraza disimuladamente las cortinas, y llora bajito. Después corre hacia
los hombres y los abraza desconsoladamente.

Se oyen pasos amenazadores que se acercan, cada vez más fuertes. Todos prestan
atención.

Eduardo Campos, hacia la puerta. ¡Dejadnos en paz con nuestro drama! ¡Fuera de esta
oficina temporal! ¡Volved mañana!

La Secretaria se pone a golpear la mesa con la silla y los pasos se detienen. Pasos otra
vez: todos se ponen a golpear las paredes, el suelo y los muebles, mientras gritan
imitando sonidos de perros y otros animales salvajes. Los pasos se vuelven a detener.
Silencio en todas partes. Todos se acercan sigilosamente a la puerta.

En ese instante entran Matías el Cabeza Dura, y Pablo el Frutero. Música fatal. Los
demás se quedan sin aire y sin palabras. El Marido Sordomudo está tranquilo, abre la
ventana y se asoma. Emite un sonido largo y triste, mientras en el exterior se hace de
noche súbitamente. La Secretaria, Eduardo Campos y Viejo Amigo, se arrinconan. Cae
una red del techo que los atrapa. El Marido Sordomudo comprende la situación, y se
coloca debajo de la red con los demás.

Matías el Cabeza Dura. No daba nada por esa trampa.

Pablo el Frutero. Yo tampoco.

El grupo bajo la red camina poco a poco hacia la puerta.

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Matías el Cabeza Dura. No pueden llegar muy lejos.

Eduardo Campos. Eso habrá que verlo.

Cae polvo violeta sobre ellos y se ponen a toser, caen al suelo cegados.

Matías el Cabeza Dura. Esa trampa está mejor.

Pablo el Frutero. Lo mismo digo.

Secretaria. Los documentos están sobre la mesa. Destruídlos y dejad en paz esta masa
de cuerpos.

Pablo el Frutero destruye los documentos.

Pablo el Frutero. Misión cumplida, campeón.

Cantan a coro. Pablo el Frutero toca el teclado y Matías el Cabeza Dura acompaña
con una flauta traversa.

Eduardo Campos, Secretaria, Marido sordomudo, que tararea cualquier cosa, y


Viejo Amigo, recitando tristemente. Hemos comprendido la dura lección. Vamos a
cambiar el rumbo de la vida. Si sobrevivimos volveremos a nacer. ¡Ya vemos la luz que
se acerca como un sol!

Pablo el Frutero, al grupo. Jurad por la luna que no diréis nada.

Todos dicen que sí con la cabeza. Pablo el Frutero los libera de la red.

Pablo el Frutero. Bienvenidos a la libertad.

Se saludan y se abrazan.

Viejo Amigo. Servidor.

Eduardo Campos. Gracias por este último gesto.

Secretaria. Yo sigo enojada, pero dos besos no se los quito a nadie.

Matías el Cabeza Dura. En cambio nosotros vamos a ir a la cárcel. Qué gran dolor, mi
pecho estaba lleno de pecados y ahora está vacío de eso y de todo un poco.

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Secretaria. No tienen ningún valor esos papeles. No pasa nada. Son presupuestos de la
comida.

Matías el Cabeza Dura. ¿De verdad?

Pablo el Frutero. ¿Entonces estamos salvados?

Eduardo Campos. ¡Ni aunque os denunciáramos pasaría nada! Al público: ¿Qué


hemos aprendido hoy?

Matías el Cabeza Dura, al público. Que los pensamientos, los pronósticos acerca del
goce y del dolor, así como lo que dicen los actores en el teatro, son perfectamente
modificables y todo se puede sustituir por otra cosa. Entonces, sustituyamos con más
frecuencia y recordemos que los pensamientos sobre la estupidez de la vida, son a veces
caprichos de individuos asmáticos y poco alegres en la cama.

Secretaria, al público. No me lo creo, está mezclando moros con cristianos.

Matías el Cabeza Dura, al público. Mi familia es de Córdoba desde hace casi sesenta
generaciones.

Pablo el Frutero. ¿Y ahora qué hacemos? Él tenía unas lamentaciones muy bien
preparadas… Yo las quería oír.

Todos. Uyyyy….

Eduardo Campos. ¡Tengo una idea! Que lo haga igual.

Todos se sientan, y Pablo el Frutero sirve zumo de frutas. Matías el Cabeza Dura se
prepara para su lamentación.

Matías el Cabeza Dura, cantando a capella. Yo fui Gerardo. Ahora soy Matías el
Cabeza Dura, y voy a ir a la cárcel.

Viejo Amigo. ¿No era que no?

Eduardo Campos. ¡Shht!

Matías el Cabeza Dura, cantando a capella. ¡Mi tesoro se derrumba! ¡Lo he escondido
en esa pared! ¡Qué imagen espantosa!

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Abre una trampilla en la pared y sale disparado un tren de juguete de un tamaño
enorme, que se estrella contra la pared opuesta. Tiene varios muñecos ensangrentados.
Todos se horrorizan.

Matías el Cabeza Dura. La imagen de mi vacío, ha caído como una máscara. Tantos
años que ya no son más que este estruendo. Ese dolor es cosa del pasado, y vosotros,
llenos de sangre ajena, sois muñecos de trapo.

Todos se van. La proyección dice:

ESPERO QUE USAR ESTE PROYECTOR NO HAYA SIDO INÚTIL. AÚN ASÍ, ESTA HA SIDO LA
ÚLTIMA VEZ QUE LO HAGO. ADIÓS.

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A cto segundo.

Acto único.

Pasa en un gran salón con terraza disimulado y adaptado como taller para la
construcción de muñecos gigantes: grandes pájaros de madera manejables desde un
sidecar, y disfraces de osos con fuegos artificiales en la cabeza. Se trata evidentemente
de una tradición local arraigada.

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La Madre está sentada en un rincón de cara a la pared.

Madre, hacia la terraza. No te oigo. Si tienes las armas tira una maceta. Si no las
tienes, tira dos macetas.

Cae una maceta enorme haciendo un gran estruendo y luego una regadera atada a una
bufanda que alguien suelta despacio. La Madre escupe indignada en la pared, y luego
descubre que donde escupió la pared se hunde hacia dentro. Entra el Alcalde.

Alcalde. No se levante, por favor, siga trabajando. Estoy impaciente por ver cómo lucen
en la fiesta. En especial, me gusta cuando pasa la vaca mugiendo frente a los edificios
públicos.

La madre introduce el dedo en la pared, y sale una cuerdita de la que va tirando.

Alcalde. ¿Estos pájaros representan pájaros locales?

Madre. No. Las maderas se pudieron ensamblar de esta forma.

Alcalde. A mí no deja de parecerme un gorrión de plaza, pero amplificado para que lo


podamos apreciar mejor o para distracción de los niños y acompañantes. ¿Su marido se
siente muy ocupado, últimamente?

Madre. Está con los amiguetes. Al final del hilo, hay una carta y unas llaves con un
llavero-árbol de metal.

Alcalde. ¿Interrumpo alguna charla a través de la pared?

Madre. Es un descubrimiento que acabo de tener yo sola. Tal vez sienta muchas ganas
de escuchar lo que dice aquí, o tal vez le esperen en el ayuntamiento si no ha
desayunado todavía.

Alcalde. Se trata más bien de lo primero.

Madre. “A mi esposa, como corresponde”. Ahora hay una flecha y hay que dar vuelta
el papel. “Hola. Te quiero, pero me he ído de viaje mientras estabas en el sermón. Ahora
ya no estoy y buscarme arriba es en vano. Te he dejado las llaves a la vieja manera,
confiando en que la recuerdas igual que recuerdas aquella hija que no ha visto la luz,
llamada Rosalía sólo por un día, además del período en la placenta que no se le quita a
nadie. Nuestro drama es ahora cosa del pasado, pero espero que por esta vez puedas

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entrar a casa por la terraza dado que las llaves están aquí”. Esto debería estar en el
museo, en vez de ser comido por ratas que se apretujan y se apretujan.

Alcalde. Sí, sí, sí, no se preocupe. Yo se lo prometo de todo corazón a usted, esta
gentilwoman, si me permite, cuyo nombre es... puntos suspensivos...

Madre. Ana.

Alcalde. Entonces podríamos decir: Ana deja objeto de interés municipal en museo de
plaza. Es felicitada por alcalde aquí presente por sus aportaciones, siempre
sorprendentes y personales al mismo tiempo, que son añadidas al patrimonio cultural
que ya era perfectamente existente, pero que ahora es más existente y mejor, mejor y
también diferente, si me permite el cumplido.

Madre. Bien.

Alcalde. Espero volver a contar, este mismo año a ser posible, con otra colaboración
superior o al mismo nivel pero de otra manera si se le ocurre algo a usted o a su
hermana, pero no a su padre, que según entiendo se fue de viaje cuando usted aún era
una niña. En nombre de toda la tasa de natalidad, le deseo un feliz festejo de los osos y
de los pájaros. Si encuentra otros animales festejables, escríbalo en su libreta. Buenas
días, o buenas tardes en el caso de que este control de calidad le haya resultado
demasiado largo y tedioso, aunque sinceramente no creo. Sale.

Bajan dos niños a la terraza. La madre va hacia ellos, los besa y les cierra unos
abrigos enormes.

Niña. ¡Habla tú!

Niño. Hemos pensado que no podemos disfrazarnos de oso porque no vamos a caminar
bien y nos van a descubrir.

Niña. ¡No! Quedamos que íbamos a intentar caminar como corresponde. Es lo otro. No
sé si has visto la maceta y la regadera que hemos tirado a la terraza. Me di cuenta que no
has barrido. No hemos podido convencer a papá para que nos regale la pistola.

Madre. Tendremos que seguir sin armas, ¿no?

Niño. ¡Bien!

Niña. ¡No! ¡Cállate! De espaldas a la pared.

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Niño. ¿Y ahora por qué?

Madre. Hazle caso, que si no luego ya sabes como se pone.

Niño. ¡Jolines! Se pone de cara a la pared.

Niña. “De espaldas” a la pared, he dicho.

El niño se da la vuelta.

Madre. ¿Y qué haría la Virgen en una situación así?

Niño. Yo quiero ir a la fiesta y comerme un Bollicao. Ninguna señora o niña me lo va a


impedir.

Niña. Tenemos que sabotear el baile de la vaca. Si no hay armas, le damos patadas y
alguien que le muerda esa nariz horrible, que nunca me quedó claro si es tan dura o es
más bien un poco más blanda.

Madre. Tienes razón. Tenía que haber terminado yo con estas tradiciones, y ahora son
mis hijos los que cargan con esa obsesión.

Niña. Más que la tradición, es que en vez del paso de la vaca echen otra cosa.

Niño. ¡A mí! Mira, mamá. Hace una coreografía muy complicada con muchas patadas
al suelo.

Niña. Si tuvieras un arnés, ¿harías eso igual pero sobre la cabeza de la vaca?

Madre. Marta, no hay arnés. Todo lo que dices es un delirio. Basta con poner un
candado a la habitación de la vaca gorda y no desfilará.

Niña, conteniendo el llanto. Esa era mi idea original...

Niña. Llora tranquila, tata.

La Niña hace que “no” con la cabeza, y se autocastiga de cara a la pared, luego se
acuerda y se pone de espaldas a la pared, siempre conteniendo el llanto. La Madre les
trae los disfraces de oso, y les ayuda a ponérselos. Ella se pone otro.

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Madre, encendiendo la radio. Pongo música durante esta metamorfosis.

Se terminan de vestir, y la madre apaga la radio.

Madre, gritando a través de la puerta y el disfraz. ¿Van a venir otras personas o qué,
hostia?

Lidia, fuera. ¡Se está muy a gustito aquí, venid vosotros!

Pablo el Frutero, fuera. A ver, que se lo monten como que quieran.

Madre. Nos tenemos que ir. Dejad la silla donde estaba.

La Niña pone la silla junto a la pared de enfrente.

Niño, al público. Niñas, niños, público y soldados respetables. Por razones de fuerza
mayor, vamos a tener que ir saliendo. En nombre de toda mi familia, voy a tirar una flor
sobre vosotros. Bajito y tenso, a la niña: ¡La flor...!

La Niña sale a la terraza y junta algunas flores de la maceta rota, le da un par al niño y
se intenta poner el resto en las orejas.

Niño. Las flores en arte representan fugacidad, esperanza, regalo deseado y también
naturaleza muerta. En este caso, representan sólo esperanza y regalo deseado. Tira las
flores al público. Quisiera decir por último, que aunque las flores sólo las tenga un
porcentaje reducido de espectadores, los demás debéis sentir que simbólicamente las
reciben en el corazón. Gracias, si quieres aplaudes. Hace una reverencia. Ahora, si
quieres aplaudes a las mujeres, pero rápido que tienen prisa.

Madre y Niña hacen una reverencia mientras se van.

Niño. Gracias de parte de ellas, porque de parte mía ya dije gracias y no aporta nada ser
agradecido en exceso o muy servicial. Sale.

En ese mismo momento, se abre una puerta camuflada por las plantas detrás de la
terraza y entra el Eduardo Campos.

Eduardo Campos. Yo amo la naturaleza y vengo a este pueblo. Vengo en diciembre, y


también cuando dan fruta los viñedos. Ahora estamos en enero, así que mi visita es
breve, adiós. Vuelve a salir por el mismo lugar.

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Inmediatamente, entra Anunciación tocando la trompeta.

Anunciación. Anuncio la llegada... ¿Hola? Hacia fuera: No hay nadie.

Inés, asomando la cabeza. Fíjate dentro de los pájaros.

Anunciación, dentro del pájaro. Aquí sólo hay fotos pegadas.

Inés. ¿Pornografía? No me lo digas, por Dios.

Salen. Por la puerta de la terraza, entra Eduardo Campos nuevamente.

Eduardo Campos. Mejor que estar esperando por los recovecos, es estar por aquí. Voy
a sentarme en la silla o en el sidecar. Duda. En la silla. Hay dos sillas, y duda. La
libertad es misteriosa. Se sienta.

Entra el Viejo Amigo.

Viejo Amigo. Estoy buscando la puerta, ¿te acuerdas? Decía “se han encontrado las
llaves..:”

Eduardo Campos. Sí, sí, lo proyectaron hace un rato. Es un acertijo complicado.

Viejo Amigo. Es buscar una puerta, nada más. Sale.

Entran la Señora de la Casa, el Jefe de Obra, y los dos Estudiantes universitarios, con
todos los equipos para enmoquetar el salón.

Señora de la Casa. Es aquí.

Estudiante primero. ¡Uhhh...!

Jefe de Obra. Con todo respeto, tendremos que apartar el mobiliario.

Señora de la Casa. Yo soy solamente la señora de la casa.

Jefe de Obra. Entiendo.

Señora de la Casa. Esto es cosa de hombres, ¿entiende?, yo no me meto.

Jefe de Obra. ¿Y dónde estaríamos pudiendo hablar con los hombres de la casa?

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Señora de la Casa. Si lo supiera, todo sería más fácil.

Estudiante segundo. Lo hacemos igual...

Jefe de Obra. ¡Por supuesto! Y si todos nos quedamos pegados en el suelo, yo no


saldré de la casa hasta que todos estemos despegados y hospitalizados.

Los Estudiantes y la Señora de la Casa aplauden.

Estudiante primero. Yo no lo voy a hacer.

Estudiante segundo. ¿Tiene algún plástico o un mantel gigante para tapar los pájaros?

Señora de la Casa. Sí, mi amor, tú trabaja tranquilo, despacio, y escucha los consejos
del señor que te dirá lo que tienes que hacer. Buenas tardes. Sale.

Estudiante segundo. Ahora vuelve, no puede tardar.

Jefe de Obra. Bueno, en cuanto vea que todo está organizado, pasaré a otra etapa de mi
día. Por cualquier cosa me llaman a casa o al móvil de mi mujer.

Estudiante segundo. Te puedes ir, esto es facilísimo.

Jefe de Obra. Eso espero. No quiero enterarme de otra cosa.

Estudiante primero. Habrá que enmoquetar aquí, poner los pájaros encima de la
moqueta, y luego enmoquetar allí. Nos va a llevar el doble de horas.

Jefe de Obra. No quiero enterarme de otra cosa. Organización, ritmo y trabajo


realizado.

Hacen choque de manos, y el Jefe de Obra se va. En el mismo momento y por la misma
puerta, entra la Señora de la Casa, con una Amiga.

Amiga. Qué ocurrencia tan delicada: ya no hay salón ni lugar para sentarse.

Señora de la Casa. Me carcomía la vergüenza cuando llamaste, por eso no te lo dije.

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Amiga. No importa, puedo usar mi sangre hindú, que no tengo muy a la vista, pero las
habas haylas, como decimos los españoles. Se ríen a carcajadas, y la Amiga se sienta
en el borde de un sidecar.

Señora. Voy a buscar el té y los manteles gigantes. Sale.

Los dos Estudiantes universitarios ponen en marcha la aspiradora, y la Amiga pega un


grito y se tapa las orejas con una desesperación irónica y exagerada. Detienen la
máquina.

Amiga. No, no, era interesante. El grito de la tecnología.

Estudiante segundo. Podemos barrer.

Estudiante primero. No podemos barrer, no sirve.

Estudiante segundo. Tú puedes tomar el té con ellas, y yo barro.

Amiga. Un té que por ahora es imaginario. Como la amiga invisible.

Estudiante segundo. ¿Puedes hacer algo útil y darle charla a la muchacha?

Amiga. ¡La muchacha! Se ríe a carcajadas. Decidme señorita, la muchacha suena a “la
chacha”, que es la que limpia. Es decir, vosotros. Se ríe otra vez.

Afuera, se oye un grito de vaca y un disparo.

Amiga. Hasta que no reciba una explicación coherente no pienso sentir nada.

Entra la Señora de la Casa, pálida, despeinada y caminando despacio con el té y los


manteles manchados de sangre. Le da la taza a la Amiga, y los Estudiantes cubren los
pájaros.

Amiga. ¿Te has quedado viuda?

Señora de la Casa. Se acaba de terminar el paso de la vaca. Está muerta. Tenía la


cabeza reventada y las ubres se le había hinchado, unas ubres así como si fueran un
animal rosado separado de ella que todavía tuviera vida y soltaba leche blanca y nueva
en todas direcciones, leche por aquí, las ventanas blancas de leche, la leche más allá de
su sangre granate, que quedaba más cerca e iba más despacito y más oscura. Vamos a
guardar silencio sobre esto, pero charlemos de otras cosas. ¿Todo bien en las montañas?

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La Niña se asoma a la puerta lentamente.

Niña. Ojalá os divirtáis mucho…

24
A cto III.

Voy a intentar ser preciso.

Los paraguas.
A lo largo del acto (y al margen de la presencia de una manguera en funcionamiento)
cae agua del techo a modo de goteras descontroladas. En esos momento, algún
personaje indicará “se abren paraguas”, y todos los personajes se cubrirán con paraguas
o con lo que tengan a mano. Llegado el momento, el mismo u otro personaje dirá “se
cierran paraguas” y en ese momento todos se desprotegen, aunque naturalmente la
gotera puede llevar otros ritmos diferentes a los paraguas si se quiere lograr un efecto
más cómico en los espectadores.

El fantasma.
El fantasma tiene tres posiciones:
Posición primera, parado encima de la mesa y moviendo un péndulo.
Posición segunda, escondido debajo de la tela blanca que cubre un objeto
escenográfico.
Posición tercera, sentado intentando leer un libro que está bocabajo, podría ser “la
cantante calva” o también cualquier otra cosa.

El teatro.
El acto se desarrolla en un teatro, cuyo escenario ha sido temporalmente adaptado como
salón. La escenografía original representaba las afueras de unas casitas del Pirineo,
pocos años antes de la invasión napoleónica, con todos los detalles de la época y con
nieve. Todo eso ha sido camuflado detrás de muebles, debajo de alfombras y detrás de
cuadros de jarrones con flores y desayunos con animales muertos oscuramente
iluminados. Además, algunos telones teatrales o escenografías pintadas se han usado
para cubrir los objetos más grandes. Cuando empieza la acción, la luz ya está encendida.

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Entra Fernando y apaga la luz, contrariado.

Fernando. No hay palabras.

Sale, y enciende la luz del espacio contiguo, unos camerinos. Vuelve a entrar, y observa
su sombra recortada en la pared. Se saca la camiseta y vuelve a observar. Sale
caminando por el borde de la luz, enciende la televisión en los camerinos, y apaga la
luz. Entra de vuelta y observa los cambios de colores en el ambiente producidos por la
TV.

Anunciación cruza la escena rápidamente con una linterna. Antes de salir, repara en
Fernando y observa los cambios de luz sobre su pecho. Se sienta, y poniéndose la
linterna en la boca, hace sombras chinas sobre el pecho de Fernando.

Anunciación. No aguanto más el desorden. Se besan apasionadamente.

Fernando. Tenemos que irnos cuanto antes.

Anunciación. El bosque, el camino… no sé si tendré fuerzas.

Fernando. Hagámoslo ahora.

Anunciación. Me viene el vértigo otra vez.

Fernando. Antes de que vengan. Van a venir todos.

Anunciación. Sí, sí, lo sé.

Cantante, afuera. ¡Hola! ¡Ho-la! Un, dos, tres, cuatro, cinco, seis, diez.

Anunciación. ¡Tengo unas ganas de mirar a la gente a los ojos fijamente!

Se abrazan y se escucha una música muy fuerte del otro lado de la pared, en el exterior,
además los aplausos de una escasa y discreta muchedumbre también afuera. Entran
corriendo Lidia y Liliana con muchas tareas del hogar en las manos y miran con malos
ojos a la pareja abrazada, que se abraza más fuertemente. Se ponen a mirar por la
ventana mientras trabajan. Alguien en los camerinos enciende la luz y apaga la tele.
Entra la Mujer que Fuma y enciende muchos interruptores conectados a los focos del
escenario, y se apoya fumando al marco de la ventana. Todas sus prendas tienen
estampados vistosísimos.

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Lo de afuera es un concierto de música eufórica y parcialmente llamativa. Dice así:

Cantante. ¡Una princesa


que se desmaya
se rompe una pierna
con mucho escándalo!

La Mujer que Fuma corre los visillos de la ventana, y siguen mirando a través de los
visillos. Entornan los ojos.

Mujer que Fuma. Se abren paraguas.

La pareja deshace el abrazo, Fernando le hace una seña a Anunciación y sale.

Cantante. ¡El señor Hernán


que no probó mujer
hace una chorrada
como una casa!

Anunciación va a salir siguiendo a Fernando, pero para disimular se queda a mirar por
la ventana tapándose los oídos.

Cantante. ¡hay que organizarse,


hay que organizarse,
hay que organizarse,
hay que organizarse!

Lidia se coloca del otro lado del visillo para ver mejor, pegada al vidrio.

Cantante. En esa casa


hay un fantasma

Entra un Fantasma y se coloca en Posición Tres, afuera hay un par de abucheos, y


Lidia y Liliana gritan y salen corriendo, dejando su tarea a Anunciación y la otra, la
que fuma.

Cantante. ...pero en realidad


es el tipo de antes.

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El Fantasma deja ver su rostro y es Fernando que guiña el ojo a las dos mujeres que
están terminando de salir corriendo, al público, y después a las dos mujeres que
quedan. Se vuelve a enmascarar y mantiene Posición Tres.

Cantante. Después de muerta


ella se da cuenta
que era la hija
de su propio hermano.

¡Hay que organizarse,


hay que organizarse,

Entran Lidia y Liliana con una manguera. Liliana se hace la distraída y Lidia abre la
ventana.

Cantante. ...hay que organizarse,


hay que organizarse!

Sale agua de la manguera y empapan a los músicos y su público. La música se


interrumpe y se oye un aparato que explota. El público grita de alegría y después se va
dispersando. Mientras tanto, el Fantasma cambia a Posición Dos. Anunciación se gira
y se da cuenta que el Fantasma no está. Grita desesperada mientras lo busca por todas
partes, y sale. Lidia y Liliana están regando las macetas del balcón y de la habitación.
Entra Eduardo Campos desnudo, lavándose los dientes, y le dan agua de la manguera
para que se enjuague la boca.

Eduardo Campos, enjuagándose, repite su frase hasta que se le entiende. Mi nombre


es Eduardo Campos, ayer vine a pedir un kilo de naranjas y me tuve que quedar por la
tormenta.

Escupe en un cenicero que se desborda junto al fantasma. Eduardo Campos sale y la


manguera se apaga. Lidia y Liliana se sientan y siguen con su tarea, Liliana todavía se
hace la distraída.

Mujer que Fuma. Se cierran paraguas. Apaga el cigarrillo y se va con suspiro tan
largo que sale agachada porque se quedó sin aire.

Entra Anunciación.

Anunciación. Queda formalmente anunciado el arribo de la señora...

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Fantasma, saliendo súbitamente de su escondite. ¡Shhhhhhhhhhhhhhhhttt-tt! Se coloca
de nuevo en Posición Tres. Tengo que estudiar.

Entran los dos Estudiantes universitarios con aparatos para enmoquetar el escenario.

Estudiante primero. ¡Uhhhh....! Me vas a tener que convencer.

Anunciación se lleva la mano a la boca llena de preocupación, y contempla el suelo


empapado. Con ayuda de su espejo y de la correa de su bolso, junta el agua y lo tira
sobre su vestido a falta de un trapo mejor. Poco a poco el vestido va quedando
transparente y Anunciación se pone más y más nerviosa. Los Estudiantes se sientan a
esperar, y hacen choque de manos. El Fantasma pasa a Posición Dos. Anunciación
saca de su bolso unos calcetines, se los pone para absorber el agua con ellos. El
Estudiante Segundo le da un golpe de reproche al Estudiante Primero, y el Estudiante
Primero le ofrece a Anunciación el abrigo del Estudiante Segundo. Es un abrigo al que
no le funciona el cierre. Entra Fernando y mira a Anunciación.

Anunciación. Muy amables, ya termino.

Trata de seguir sin mojar el abrigo. Entra Eduardo Campos y se sienta mirando la
escena con gafas de 3D y trata de tocar a los Estudiantes con las manos. Los
Estudiantes se ponen a trabajar aceleradamente. Pasan la aspiradora, que se atasca y
cada tanto tiene una especie de estornudo en el que hay que tapar la abertura con una
bolsa para que no salga polvo.

Eduardo Campos. Es demasiado real.

Eduardo Campos se tapa con una telón para protegerse. Entra la Mujer que Fuma, esta
vez con ropa de baño.

Mujer que Fuma, después de soltar el humo haciendo círculos. Se abren paraguas.

La Mujer que Fuma observa con aire misterioso a Anunciación. Después, Anunciación
se envuelve en un trozo de telón, que cubría un personaje de cera de con vestuario de
guerrero. La Mujer que Fuma niega con la cabeza, va a la habitación contigua,
enciende la tele y se pone a mirarla apoyada en el marco de la puerta. Anunciación
cambia de idea, y se pone la ropa del guerrero vemos desnudos tanto al muñeco como a
ella. Los dos Estudiantes la miran. A esta altura, Fernando está llorando.

Anunciación, a Fernando. ¡Perdóname! Tuve que hacer el mismo show que todos.

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Fernando. Te queda fatal esa ropa.

Anunciación. Pero qué importancia tiene, es sólo un vestuario.

Fernando baja los ojos decepcionado y evita mirarla.

Anunciación. Se cierran paraguas, gracias.

Fernando sale. Anunciación se termina de vestir y deja al muñeco vestido a la


grecorromana, con el pedazo de telón. Devuelve la chaqueta empapada al Estudiante
primero, que se la devuelve al estudiante segundo, que se la pone. Los dos Estudiantes
hacen el gesto de sacarse una gorra imaginaria, mientras Anunciación le pide un
cigarrillo a la Mujer que Fuma y se va fumando. La Mujer que Fuma que va realizando
los mismos gestos de salida que Anunciación.

Mujer que Fuma, saliendo. Los paraguas siguen cerrados.

La aspiradora empieza a estornudar repetidamente, cada vez más débil. El Estudiante


primero intenta rescatar la aspiradora, mientras el Estudiante segundo la mira pálido.
La aspiradora se estropea completamente, y el Estudiante primero sacude al segundo
para que reaccione.

Eduardo Campos, sacándose el trapo que lo cubría. Os he estado mirando


atentamente a través de varios filtros, pero la verdad ya tengo amigos.

Entra Antonio con fuertes aplausos para convocar a todos en el escenario. Pone la
radio y se escucha una música de “clímax del suspense”.

Antonio. Deprisa, por favor. Al Fantasma: Posición Uno.

El Fantasma se coloca en Posición Uno. Entran Lidia y Liliana y se arrinconan contra


una esquina. La Mujer que Fuma se apoya en una pared y Anunciación se apoya en la
contraria, aún vestida de guerrera. Los dos Estudiantes colocan la aspiradora en un
gancho de la pared, como un trofeo. Entra el Cantante empapado, tarareando una
canción infantil. Entra la señora Inés montada en su Marido Sordomudo, que está
disfrazado de pony, y detrás vienen el Niño y la Niña tirando lentejas y frutos secos
sobre ellos. Afuera, miran por la ventana Matías el Cabeza Dura y Pablo el Frutero,
sin atreverse a entrar.

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Eduardo Campos, reconociéndolos. ¡Amigos! Va corriendo y les abre la ventana, los
ayuda a entrar. Todos miran en esa dirección. Pablo y Matías, Liliana y Lidia. Lidia y
Liliana, Matías y Pablo.

Matías el Cabeza Dura. Servidor de ambas, señoritas.

Lidia. Igualmente, de parte de las dos.

Entra la Madre y corre hacia sus Niño y Niña, los besa y les saca los abrigos y las
bolsas de frutos secos.

Madre. ¿Alguien quiere?

Mujer que Fuma. Probablemente.

La Madre le ofrece frutos secos a la Mujer que Fuma.

Antonio. ¿Estamos todos?

Inés. ¡Para nada! Oh Dios, perdóname, ya he empezado a hablar. Dicen que hay
mujeres insoportables que cuando empiezan a hablar, hay que casarse con ellas o
convertirse en una estatua de piedra. He tenido un buen viaje, muchas gracias, no
necesito nada de lo que estas personas podrían ofrecerme, así que voy a seguir
paseando. ¡Arre! Sigue paseando por la habitación, y los niños la siguen mirando
interrogativamente a la Madre, que tiene también todas las lentejas. Simulan tirar
lentejas imaginarias.

Entra el Viejo Amigo con una silla y saluda solamente a los niños, que están
encantados de verlo. Se sienta y entra el Alcalde.

Alcalde. Qué música hermosa, muchas gracias. Estoy muy contento de ser recibido en
una ciudad distinta y que no sé cómo se llama. Podríamos decir “el alcalde entra feliz y
usted me cede una silla”. Se lo ha dicho al Viejo Amigo, que le cede el asiento. Gracias.

Entran en fila india, cogidos de una cuerda para no perderse, la Secretaria, la Señora
de la Casa, la Amiga y el Jefe de Obra. El Jefe mira el “trabajo realizado” y les hace
un OK a los estudiantes. Atraviesan el grupo por la mitad, y se detienen en medio del
grupo como una especie de frontera. Algunas familias han quedado separadas.

Niño. ¡Mamá!

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Niña. Ni una palabra infantil más.

Amiga. Nadie pasará por aquí. Si me llevan a salas abarrotadas de sujetos, yo tomo mis
medidas.

Señora de la Casa. Yo sólo soy la invitada preferida de la casa. Siento llegar tan tarde
al almuerzo, la calle estaba llena de futuros maridos.

Madre, levantando la bufanda para pasar al otro lado. Paso. Se sube al Niño a la
espalda y le da la mano a la Niña. Aguanta esta posición durante un tiempo escaso, y el
Niño se tiene que bajar.

Alcalde. Nos hemos reunido aquí para... puntos suspensivos...

Antonio. Quiero pedir un silencio.

Silencio.

Antonio. No he podido saber hasta ahora quiénes sois todos vosotros, pero a partir de
hoy va a empezar a importarme. He pasado catorce años viviendo en una especie de
tubo que me construí con telas y grapas diversas, y ahora he decidido cambiar mi visión
de la vida.

Mujer que Fuma. ¿De verdad? ¿Para qué?

Antonio. Por gusto. Estoy enamoradísimo de una gran mujer, y voy a ser padre.

Secretaria. ¡Se abren paraguas!

Todos gritan y festejan, tiran al aire varias veces al muñeco de cera, y hacen un desfile
caótico alrededor de los varios elementos escenográficos. Varios personajes besan en
la boca a otros varios personajes. Antonio desaprueba ese desorden, mientras la Mujer
que Fuma lo mira en silencio. Antonio se va y nadie se da cuenta. Después salen todos
llevándose los muebles del salón y dejando la escenografía de los Pirineos totalmente
al descubierto. Han quedado solamente el Cantante y la Mujer que Fuma, que apaga la
radio.

Un silencio. El cantante hunde la mano en la nieve.

Cantante. Está fría.

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Mujer que Fuma. No me gustó como cantabas.

Cantante. Lo siento. Me encanta la nieve. Ojalá hayas sabido apreciar las virtudes de
mi canto y perdonar mis errores. Ya sólo depende de ti.

Mujer que Fuma. Hay un dicho que dice: “si pones la colilla sobre una mano inocente,
aparecerá un campo de trigo detrás de esa pared”.

La Mujer que Fuma deja la colilla sobre la mano del Cantante, que pone cara de dolor
pero no deja caer la colilla. La pared pintada se abre o se derrumba, y detrás hay un
verdadero campo de trigo, extenso y hermoso.

En él está sentado el Viejo Amigo.

Viejo Amigo. ¡Tenían razón las lenguas que decían eso que ella acaba de decir!

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F in.

El fin es un tema complicado pero ineludible. Confío que el final de esta obra haya sido
más o menos feliz a pesar de todo, y que el conjunto haya procurado placer. Esta obra
fue escrita febrilmente en Buenos Aires entre el 22 al 27 de mayo de 2010, se podría
decir.

Los personajes de la comedia han sido Antonio, el Viejo Amigo, la Mujer que Fuma,
Anunciación, Lidia, Liliana, Eduardo Campos, Fernando, la Madre, una Niña, un Niño,
el Marido Sordomudo, la señora Inés, Matías el Cabeza Dura, Pablo el Frutero, el
Alcalde, un Cantante, una Señora de la Casa, su Amiga, el Jefe de Obra, el Estudiante
Primero, el Estudiante Segundo, y también una Secretaria. Son trece hombres y diez
mujeres, y en total son veintitrés.

Como despedida, quisiera añadir que como hemos tenido oportunidad de comprobar
todos los que estábamos, esta obra no es más que una parodia de ciertas posiciones
pesimistas que dudan acerca del valor o la realidad de la mayoría de las cosas, incluido
todo lo que tenga que ver con el teatro y sus recursos antiguos y nuevos. Me entusiasma
la idea de que quienes pongan esta obra en escena se rían básicamente en serio, y más
ampliamente que lo escrito hasta aquí.

Emiliano Pastor.

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