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Quisiera ahora, para terminar con un último ejemplo de ‘dato escondido’, dar un
salto atrás de quinientos años, hasta una de las mejores novelas de caballerías
medievales, el Tirant lo Blanc, de Joanot Martorell, una de mis novelas de
cabecera. En ella el ‘dato escondido’ -en sus dos modalidades como hipérbaton o
como elipsis- es utilizado con la destreza de los mejores novelistas modernos.
Veamos cómo está estructurada la materia narrativa de uno de los cráteres
activos de la novela las bodas sordas que celebran Tirant y Carmesina y
Diafebus y Estefanía (episodio que abarca desde mediados del capítulo CLXII
hasta mediados del CLXIII). Este es el contenido del episodio. Carmesina y
Estefanía introducen a Tirant y Diafebus en una cámara del palacio. Allí, sin
saber que Plaerdemavida los espía por el ojo de la cerradura, las dos parejas
pasan la noche entregadas a juegos amorosos, benignos en el caso de Tirant y
Cermesina, radicales en el de Diafebus y Estefanía. Los amantes se separan al
alba y, horas más tarde, Plaerdemavida revela a Estefanía y Carmesina que ha
sido testigo ocular de las bodas sordas.
¿La integridad cabal? No del todo. Pues, además de esta ‘muda temporal’, como
usted habrá observado, se ha producido también una 'muda espacial’, un
cambio de punto de vista espacial, pues quien narra lo que sucede en las bodas
sordas ya no es el narrador impersonal y excéntrico del principio, sino
Plaerdemavida, un narrador-personaje, que no aspira a dar un testimonio
objetivo sino cargado de subjetividad (sus comentarios jocosos, desenfadados,
no sólo subjetivizan el episodio; sobre todo, lo descargan de la violencia que
tendría narrada de otro modo la desfloración de Estefanía por Diafebus). Esta
muda doble -temporal y espacial- introduce pues una ‘caja china’ en el episodio
de las bodas sordas, es decir una narración autónoma (la de Plaerdemavida)
contenida dentro de la narración general del narrador-omnisciente. (Entre
paréntesis, diré que Tirant lo Blanc utiliza muchas veces también el
procedimiento de las ‘cajas chinas’ o ‘muñecas rusas’. Las proezas de Tirant a lo
largo del año y un día que duran las fiestas en la corte de Inglaterra no son
reveladas al lector por el narrador-omnisciente, sino a través del relato que hace
Diafebus al Conde de Varoic; la toma de Rodas por los genoveses transparece a
través de un relato que hacen a Tirant y al Duque de Bretaña dos caballeros de
la corte de Francia, y la aventura del mercader Gaubedi surge de una historia
que Tirant cuenta a la Viuda Reposada.) De este modo, pues, con el examen de
un solo episodio de este libro clásico, comprobamos que los recursos y
procedimientos que muchas veces parecen invenciones modernas por el uso
vistoso que hacen de ellos los escritores contemporáneos, en verdad forman
parte del acervo novelesco, pues los usaban ya con desenvoltura los narradores
clásicos. Lo que los modernos han hecho, en la mayoría de los casos, es pulir,
refinar o experimentar con nuevas posibilidades implícitas en unos sistemas de
narrar que surgieron a menudo con las más antiguas manifestaciones escritas de
la ficción.
Quizás valdría la pena, antes de terminar esta carta, hacer una reflexión general,
válida para todas las novelas, respecto a una característica innata del género de
la cual se deriva el procedimiento del ‘dato escondido’, la parte escrita de toda
novela es sólo una sección o fragmento de la historia que cuenta ésta,
desarrollada a cabalidad, con la acumulación de todos sus ingredientes sin
excepción -pensamientos, gestos, objetos, coordenadas culturales, materiales
históricos, psicológicos, ideológicos, etcétera, que presupone y contiene la
historia total- abarca un material infinitamente más amplio que el explícito en el
texto y que novelista alguno, ni aun el más profuso y caudaloso y con menos
sentido de la economía narrativa, estaría en condiciones de explayar en su texto.
De las ficciones, podría decirse, sin duda, una cosa parecida. Que si un novelista
a la hora de contar una historia, no se impone ciertos límites (es decir, si no se
resigna a esconder ciertos datos), la historia que cuenta no tendría principio ni
fin, de alguna manera llegaría a conectarse con todas las historias, ser aquella
quimérica totalidad, el infinito universo imaginario donde coexisten
visceralmente emparentadas todas las ficciones.
Ahora bien. Si se acepta este supuesto, que una novela -o, mejor, una ficción
escrita- es sólo un segmento de la historia total, de la que el novelista se ve
fatalmente obligado a eliminar innumerables datos por ser superfluos,
prescindibles y por estar implicados en los que sí hace explícitos, hay de todas
maneras que diferenciar aquellos datos excluidos por obvios o inútiles, de los
‘datos escondidos’ a que me refiero en esta carta. En efecto, mis ‘datos
escondidos’ no son obvios ni inútiles. Por el contrario, tienen funcionalidad,
desempeñan un papel en la trama narrativa, y es por eso que su abolición o
desplazamiento tienen efectos en la historia, provocando reverberaciones en la
anécdota o los puntos de vista.