Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Urbanización y migración
De 1950 a 1980 el país vivió bajo la promesa de la modernización; una revolución cultural:
la escuela, y un nuevo actor social: el cholo.
En 1950-60 pareció que “la modernización” podría hacerse realidad superando tradiciones
que debían rechazarse (no sólo la andina, también la criolla).
Para las clases medias (1950-1960) existió una expectativa de ascenso social:
- Inversión extranjera
- Bonanza en precios de minerales
- Inicio de explotación del yacimiento cuprífero de Toquepala
- Auge de harina de pescado
- Surgimiento de un empresariado nacional
- Expansión del gasto público
- Construcción de obras públicas
Años del reemplazo del indigenismo por el arte abstracto y la novela urbana. Se vio influida
por el afán mediático de la canción criolla y la valoración de productos que esos años se
convertirán en en símbolos de nuestra identidad (ceviche, pisco sour, pollo a la brasa, inka
cola, helados D'Onofrio, y las cervezas).
A partir de 1956 (énfasis en 1963) se gozó de una democracia letrada, en la que el índice
de analfabetos se vio notablemente disminuida (Belaúnde gobierna).
Se decía que “la gente decente” gobierna el país.
El primer entrampamiento de Belaúnde (1963-1968) dio paso a una sensación de urgencia
por modernizar el país profundizando el modelo de industrialización sustituyendo el de las
importaciones.
Como no se pudo cumplir de forma democrática, Juan Velasco Alvarado tuvo que
intentarlo por la vía autoritaria. Período de irrupción a nuevos sectores sociales
(populares y rurales de formas radicales), crecimiento del Estado y desmontaje de la
democracia política.
Los escándalos sociales formados se solucionaron en la Asamblea Constituyente en 1978 y
la promulgación, en 1979, de una nueva Constitución, que determinó el nacimiento del voto
universal, que incluía a los analfabetos y pueblos indígenas.
El Perú vivió severas transformaciones que las élites urbanas no notaban (violencia
fundamentalista de Sendero Luminoso). El 17 de mayo -noche anterior a las primeras
elecciones presidenciales después de 17 años- los senderistas iniciaron la llamada “guerra
popular” contra el Estado peruano. Su primera acción simbólica fue la quema de ánforas
electorales en Chuschi. La democracia no supo adaptarse a los cambios demográficos y
socioculturales que atravesó el país en décadas previas, ni advirtió el agotamiento del
modelo de industrialización por sustitución de importaciones. Se vio el año de “desborde
popular y crisis del Estado” (título del libro de José Matos Mar); se llamó “el otro sendero” al
libro referido de la época de Hernando de Soto, donde resalta la existencia de actores que
habían irrumpido en la escena pública de décadas previas (muchos informales) que
probaron que estaban allí para quedarse y definir el rostro del Perú. Hicieron de la crisis una
nueva oportunidad, no solo para enfrentarse a Sendero Luminoso, sino para también
irrumpir en el mercado, comercio legal e ilegal (producción de textiles, pero también de
coca, convirtiendo esa primera etapa en la “primera gran transformación”.
El mito de la escuela
El acceso a las escuelas en el Perú desde inicios del s. XX se aceleró en la década de
1950.
El aumento de estudiantes en primaria redujo la tasa de analfabetismo en el país y la
creación de nuevas expectativas en zonas rurales (camino viable hacia el progreso).
A partir de 1950 y 1960 el auge escolar comenzó a incluir a la secundaria en mayor medida.
Se evidenció con la construcción de las “unidades escolares” y el creciente porcentaje del
presupuesto nacional dedicado al sector educación.
Las zonas rurales llamaron al “mito de la escuela” al avance social a través de la educación.
La fuerza del mito llevó a las décadas siguientes a una masiva presión para ampliar la
educación universitaria.
En 1980 la creación de universidades se masificó. Entre 1980-2000 las universidades
privadas crecieron considerablemente. En 1970, el gobierno militar expidió un Decreto
Legislativo y promulgó la Ley General de Educación. Sin embargo, el régimen autoritario
impidió que se articulara un consenso nacional en el tema educativo (la inversión estatal en
cuanto a educación pública comenzó a reducirse).
La promesa de modernización en las regiones central y sur andina se operó a través de la
Reforma Agraria y la ampliación de la cobertura educativa universitaria.
La crisis económica de 1970 y la incapacidad del Estado de gestionar un proyecto de
educación moderno, favorecieron la radicalización dentro de las universidades.
Entre 1980 y 1990 aparecieron dos proyectos:
- Incremento de universidades (especialmente en provincias)
- Privatización de la educación superior (auge en 1990) junto al incremento
desmesurado de academias preuniversitarias a institutos superiores.
No hubo un proyecto de universidad acorde a las expectativas de la población y las
necesidades y posibilidades del país (no se aseguró la calidad académica ni la viabilidad
financiera).
El signo de la "choledad"
El desequilibrio del crecimiento de ciudades y el Estado incapaz de proveer servicios a la
nueva población llevó a los migrantes a tener que confiar en el propio capital social que
tenían consigo. La tradicional reciprocidad basada en la confianza de las relaciones cara a
cara entre parientes y paisanos, fue recreada para construir nuevos barrios urbanos, y junto
a la ética de trabajo originada, sirvió para que muchos migrantes lograran incluirse en el
mercado. Los migrantes (especialmente de la sierra) no llegaban solos, porque
aprovechaban los lazos de parentesco y paisanaje que favorecieron la proliferación de
asociaciones regionales.
El proceso de urbanización coincidió así con la conformación de una importante burguesía
comercial, mestiza e indígena, que formó "economías étnicas" en emporios como el Jirón
Gamarra o el mercado de Caquetá.
Las dinámicas modernizadoras que impulsaron la escolarización, la industrialización, las
migraciones y la expansión de redes de comunicación impulsaron la creación de nuevos
sentidos comunes que debilitaron jerarquías impuestas por la Colonia. Para mediados del
siglo XX, el modelo de jerarquización colapsó (junto al Estado Oligárquico).
Las élites levantaron una muralla imaginaria que separa a "los de adentro" de "los de
afuera", a criollos de andinos.
Nacieron nuevas formas de ser y sentirse peruanos (se expresaban en la comida y el arte).
Los medios de comunicación intentaba no opacar la tradición con la modernidad, sino
fusionarlas para construir una cultura y afirmar la identidad bajo el signo de "choledad".
Las Artesanías:
Hasta antes de la primera gran transformación se producían artesanías diversas con fines
utilitarios (en 1920 y 1930 fueron revaloradas gracias al indigenismo); pero en la segunda
mitad del siglo XX los procesos de migración y urbanización hicieron que las artesanías se
adapten a nuevas funciones del mercado: turistas, coleccionistas y familias urbanas
comenzaron a valorar la producción artesanal como objeto de decoración.
Se produjo en el Perú la polémica sobre las fronteras entre la alta cultura y la cultura
popular o "cultura de masas". La tensión se dio entre arte y artesanía (producción artística
de los estratos más urbanizados y occidentalizados del país y la producción artesanal,
mestiza) "Los artesanos repiten el mismo diseño, los artistas crean". El premio Nacional de
Cultura (1975) a Joaquín López Antay modificó -si no eliminó- las fronteras entre arte culto y
popular.
Cambios en la religiosidad
La "primera gran transformación" afectó la experiencia religiosa de los pobladores. Los
cambios más importantes fueron el crecimiento de las iglesias evangélicas y las grandes
transformaciones producidas por el concilio vaticano II (1962-1965) en la iglesia peruana y
Latina. Surgieron nuevos cultos, especialmente en sectores marginales. La veneración de
figuras representó en este contexto la necesidad de contar con alguien entronizado en el
orden de lo sagrado, pero al mismo tiempo, cercano.
Ejemplo: Sarita Colonia
Se crearon múltiples asociaciones religiosas (muchas veces reforzando fundamentalismos).
Otro fenómeno que marca estas décadas es la transformación de fiestas patronales,
peregrinaciones y "fiestas costumbristas" de pueblos y comunidades (se extendían,
cambiaban o se eliminaban).
Música
Surgieron artistas e intérpretes de música andina de gran popularidad. Fue también el auge
y transformación de la música criolla.
Se marcó los inicios de la renovación y difusión nacional de la música afroperuana, con la
popularización del cajón peruano. En ese período nació la “chicha”, cumbia peruana o
“música tropical andina”, en la que el huaino se fusiona con la cumbia, la toada o la música
tex-mex.
La salsa desplazó a la música criolla a partir de 1970 como la nueva marca de la identidad
de los viejos barrios criollos populares y medios de Lima y del Callao. El rock estuvo en un
principio confinado a adolescentes de clase media alta urbana. Nació “la nueva ola”. Pero
recién en 1980 se consolidó un movimiento rockero nacional y, dentro de él, una vertiente
más contestataria, llamada en su momento “la movida subte”.
La invención de la tradición
José Carlos Mariátegui: “La tradición es viva y móvil, la matan los que la quieren fija”.
Muchas de las tradiciones se vieron afectadas, modificadas o eliminadas, para poder vivir
un presente vertiginoso y construir un futuro sin perder sus raíces.
La tendencia de la revaloración, recreación, fusión o invención apareció fuertemente en la
industria culinaria. En “La primera gran transformación” aparecieron sabores que se
convertirían en símbolos de nuestra identidad (pollo a la brasa, inka cola, pisco sour,
ceviche, helados Donofrio, las cervezas como la Pilsen o Cusqueña, etc).
La movilidad geográfica producida por los grandes migraciones hizo que, así como ocurrió
con la música, también con las comidas regionales salieran de sus lugares de origen para
ser conocidas en todo el país. En tiempos recientes, Lima se convierte en uno de los
centros más importantes de la gastronomía latinoamericana.
Sin embargo, la “primera gran transformación” no logró cerrar la brecha entre ricos y pobres,
ni entre Lima y provincias. La pobreza pone un límite y significa un peligro para la diversidad
y creatividad cultural (porque en la extrema pobreza solo se puede hacer de la necesidad
virtud y concentrar la creatividad en pobreza).
Este periodo terminó así, con luces y sombras. Por un lado, se revelaron las grandes
energías y la enorme creatividad desencadenadas por los procesos de modernización y
democratización social. Por otro, la incapacidad para construir, a partir de ellas, un proyecto
nacional que permitiera un esfuerzo de largo plazo para superar nuestros problemas
ancestrales.