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1. CONTEXTUALIZACIÓN
1.1. El pensamiento del autor en el conjunto de su obra:
Pocos autores han tenido la influencia en la cultura y la mentalidad contemporánea como
Friedrich Nietzsche (1844-1900); la forma de entender el arte, la moral, la religión, la psicología…
no se han librado de su influjo. La obra de Nietzsche supone una afirmación inmanente de la
vida aun en lo más pequeño e insignificante, un decirle sí a todo, incluso a aquello que nos
destruye. Pero su filosofía no se deja exponer de un modo sistemático: por una parte es una
crítica contundente a la cultura occidental, en especial a su moral, que ha llevado a Europa al
nihilismo; por otra parte es un sorprendente ejercicio literario que reivindica la fuerza de la vida
como principio de toda realidad, incluida, por supuesto, la vida humana.
Como es lógico, la vida de nuestro autor está totalmente vinculada a su proyecto filosófico. Nace
en Röcken (Alemania) en el seno de una familia protestante. Comenzó los estudios de teología
para ser pastor, como su padre, pero pronto los abandonó para dedicarse a la filología, de cuya
disciplina fue nombrado Catedrático en la Universidad de Basilea sin ni siquiera haber terminado
sus estudios. En esa época ya ha leído a Schopenhauer y su pensamiento le había dejado un
profundo calado.
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HISTORIA DE LA FILOSOFÍA NIETZSCHE
En este contexto es en el que aparecen las llamadas filosofías de la sospecha (Marx, Nietzsche,
Freud) que establecen la crítica al racionalismo dominante en el pensamiento y en toda la
civilización occidental, pues intentan desenmascarar lo que está oculto tras las apariencias o
manifestaciones culturales, sean estéticas, filosóficas, sociales o psíquicas.
También es importante señalar que el movimiento romántico había triunfado en toda Europa.
La idea de la superación de la racionalidad a través de los sentimientos y las dimensiones
irracionales del hombre estaba en plena vigencia. La universalidad de la razón era postergada a
favor de los nacionalismos, el espíritu del pueblo y la mitología. El rigor conceptual y la
exposición demostrativa eran desechadas, pues se prefería la exaltación poética, la musicalidad,
la retórica efectista.
Todo ello influirá decisivamente en el estilo y la obra de Nietzsche. Nuestro autor no forja un
sistema de pensamiento, ni expone sus ideas de modo sistemático y conceptual, ni tampoco hay
una refutación argumentada de las ideas que rechaza, sino que exhibe sus pensamientos
deslavazadamente, mediante un lenguaje personal y subjetivo, con aforismos breves y
metáforas brillantes, que han pasado a la historia de la filosofía y de nuestra cultura: Dioniso,
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HISTORIA DE LA FILOSOFÍA NIETZSCHE
En lo que respecta al contexto filosófico, como queda dicho, toda su obra es una crítica a la
religión, a las doctrinas políticas y, en especial a casi todos los filósofos, en especial a
Parménides, Sócrates, Platón, Aristóteles, Descartes… No obstante, Shopenhauer será una de
las influencias más importantes de Nietzsche en su juventud, tomando de él el concepto de
voluntad de vivir para convertirlo en voluntad de poder. Por otra parte, en el siglo XIX todavía
se pueden reconocer los vestigios de la Ilustración, la defensa de la razón o el gusto por la cultura
clásica, lo que explica la influencia de los presocráticos, en especial Heráclito y su idea de un
tiempo cíclico, de un eterno devenir. También convendría señalar la importancia de Wagner,
cuya música será considera por el Nietzsche, en un primer momento, como el renacer del
espíritu dionisíaco. Así mismo influyen en su crítica la izquierda hegeliana, especialmente
Feuerbach por su crítica a la religión.
Ciertamente su pensamiento no fue bien recibido y tuvo que pasar más de medio siglo para que
Heidegger lo rescatara y lo volviera a poner en valor. Desde entonces no ha cesado de ser leído,
estudiado y comentado. En palabras del propio Heidegger: “Nietzsche es aquel en cuya luz o en
cuya sombra todos pensamos hoy”. En efecto, gran parte de la filosofía de la segunda mitad del
siglo XX depende directa o indirectamente del pensamiento nietzscheano. Sin él no se
entenderían el existencialismo, el postestructuralismo o autores como Jaspers, Scheler, Ortega,
Vattimo, Rorty,...; en fin, todo lo que se ha venido a denominar “postmodernidad”.
2. TEXTO
NIETZSCHE, F., El crepúsculo de los ídolos, capítulo “La ‘razón’ en la filosofía”,
apartados 1, 4 y 6 (trad. A. Sánchez Pascual, Madrid, Alianza, 1998, pp. 51, 53-54 y 55-
56).
¿Me pregunta usted qué cosas son idiosincrasia en los filósofos?... Por ejemplo,
su falta de sentido histórico, su odio a la noción misma de devenir, su egipticismo. Ellos
creen otorgar un honor a una cosa cuando la deshistorizan, sub specie aeterni [desde
la perspectiva de lo eterno], -cuando hacen de ella una momia. Todo lo que los filósofos
han venido manejando desde hace milenios fueron momias conceptuales; de sus manos
no salió vivo nada real. Matan, rellenan de paja, esos señores idólatras de los conceptos,
cuando adoran, -se vuelven mortalmente peligrosos para todo, cuando adoran. La
muerte, el cambio, la vejez, así como la procreación y el crecimiento son para ellos
objeciones, -incluso refutaciones. Lo que es no deviene; lo que deviene no es... Ahora
1 “¿Quién es el gran dragón, al que el espíritu no quiere seguir llamando señor ni dios? «Tú debes» se
llama el gran dragón. Pero el espíritu del león dice «yo quiero»”. (Así hablo Zaratustra).
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bien, todos ellos creen, incluso con desesperación, en lo que es. Mas como no pueden
apoderarse de ello, buscan razones de por qué se les retiene. "Tiene que haber una
ilusión, un engaño en el hecho de que no percibamos lo que es: ¿dónde se esconde el
engañador? -"Lo tenemos, gritan dichosos, ¡es la sensibilidad! Estos sentidos, que
también en otros aspectos son tan inmorales, nos engañan acerca del mundo
verdadero. Moraleja: deshacerse del engaño de los sentidos, del devenir, de la historia
[Historie], de la mentira, -la historia no es más que fe en los sentidos, fe en la mentira.
Moraleja: decir no a todo lo que otorga fe a los sentidos, a todo el resto de la humanidad:
todo él es "pueblo". ¡Ser filósofo, ser momia, representar el monótono-teísmo con una
mímica de sepulturero! - ¡Y sobre todo, fuera el cuerpo, esa lamentable "idée fixe" [idea
fija] de los sentidos!, ¡sujeto a todos los errores de la lógica que existen, refutado, incluso
imposible, aun cuando es lo bastante insolente para comportarse como si fuera real!..."
(…)
4.
Primera tesis. Las razones por las que "este" mundo ha sido calificado de aparente
fundamentan, antes bien, su realidad, -otra especie distinta de realidad es
absolutamente indemostrable.
Segunda tesis. Los signos distintivos que han sido asignados al "ser verdadero" de las
cosas son los signos distintivos del no-ser, de la nada, -a base de ponerlo en
contradicción con el mundo real es como se ha construido el "mundo verdadero": un
mundo aparente de hecho, en cuanto es meramente una ilusión óptico-moral.
Tercera tesis. Inventar fábulas acerca de "otro" mundo distinto de éste no tiene sentido,
presuponiendo que no domine en nosotros un instinto de calumnia, de
empequeñecimiento, de recelo frente a la vida: en este último caso tomamos venganza
de la vida con la fantasmagoría de "otra" vida distinta de esta, "mejor" que ésta.
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La filosofía de Nietzsche es el intento más radical de hacer de la vida lo Absoluto, donde la vida
no tiene un fundamento exterior a ella, sino que tiene valor en sí misma, incluso en su dimensión
biológica, instintiva e irracional. Concibe la vida como creación y destrucción, pero también
como ámbito de la alegría y el dolor. Por esta razón, Nietzsche creyó posible medir el valor de la
metafísica, la teoría del conocimiento y la ética a partir de su oposición o afirmación respecto
de la vida.
Su pensamiento se puede entender como un ataque feroz a toda la cultura occidental y una
propuesta constructiva con su pensamiento vitalista. Así, la crítica a los pilares de la cultura
occidental supone una crítica a la moral (la “moral de esclavos” y frente a la “moral de señores”,
una moral que afirma “este” mundo). También a la religión, por ser fruto del miedo y rechazo
de este mundo, nuestro único mundo. A la filosofía tradicional porque, al igual que la religión,
ha buscado las respuestas en un más allá, ya sea la filosofía platónica o la kantiana. En el caso
de la ciencia, porque sólo aspira a lo inmutable y a negar el devenir, negando la vida, el
dinamismo. Y, por último, el lenguaje, pues nos lleva a que creamos en los grandes nombres
(Dios, sustancia, etc.) y olvidemos lo esencial.
A partir de ahí, Nietzsche propone una filosofía vitalista. Afirmará que se puede querer la vida,
tanto que fascine hasta enloquecer. Pero no la "otra vida", sino ésta, la única que hay, la de la
finitud, individualidad, cambio y contradicción; la vida que, junto con el placer, la plenitud y la
salud, acoge el sufrimiento, la vulgaridad, la monotonía, la enfermedad y la muerte. En la médula
de su filosofía, Nietzsche sitúa la vida, y tras enfrentarse a las distintas formas de platonismo de
la cultura occidental, hace de lo finito lo absoluto.
Según Nietzsche, se han venido abajo las verdades absolutas, las ideas inmutables y los ideales
que guiaban la vida humana. De ahí la metáfora de la muerte de Dios. El nihilismo, que acontece
tras la muerte de Dios, hace referencia a la época en la que los valores han dejado de valer,
cuando aquello en lo que el ser humano ha puesto su confianza se derrumba. El hombre está
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solo, sin nada trascendente. Nos encontramos ante una etapa de vacío y de desorientación. Pero
es ahora, al constatar la falta de valor de aquello en lo que creíamos, cuando es posible adoptar
una posición creadora, innovadora, aunque para ello hemos de reconocer la voluntad de poder.
Schopenhauer ya había hablado de la voluntad de vivir como concepto central para comprender
la realidad, pero Nietzsche va más lejos. La voluntad de poder significa voluntad de dominio, de
fuerza, de potencia vital. La vida es una energía inquieta que constantemente crea nuevas
formas de vida y destruye otras; y la vida más fuerte y agresiva es la que impone su ley. Es preciso
crear nuevas formas de vida y esto comporta la destrucción de las formas ya agotadas y
decadentes que se resisten a morir. Ahora bien, la voluntad de poder no es exactamente la ley
del más fuerte; es el poder de los creadores. Se opone a la voluntad de igualdad, pues cuanto
más poderosa y creadora sea una vida, más impondrá la jerarquía y la desigualdad; cuanto más
débil e impotente, más tratará de imponer igualdad. La voluntad de igualdad es el intento de
reducir todo lo que es original y excepcional a ordinario y mediocre. Nietzsche lucha contra la
identificación de igualdad con justicia; identificación que encuentra en los ideales de la
Revolución Francesa, en las propuestas socialistas y comunistas, en todas las democracias, y en
el propio cristianismo, que afirma que todos somos iguales ante Dios. La voluntad de poder es
la expresión máxima de la autonomía humana. Sólo aceptándola podrá ser superado el ser
humano mediocre y débil y podrá aparecer el superhombre.
Al hablar de superhombre Nietzsche se está refiriendo a un hombre que, tras pasar por el
nihilismo, es capaz de asumir la vida tal y como es, y hacerlo de manera alegre y jovial. Es el
hombre que se atreve a asumir el riesgo, que dice sí a la vida y afirma el sentido de su existencia
en la tierra. Es un ser superior porque es capaz de guiarse por sí mismo y no aceptar normas
impuestas, es capaz de salirse del rebaño, de la masa. Él crea sus propias normas, y está así más
allá del bien y del mal, sobre todo porque estos conceptos han perdido su sentido y su valor.
Está, por tanto, obligado a crear valores y para ello ha de asumir la voluntad de poder, la fuerza,
la energía. Sólo será posible desde la ingenuidad y la inocencia. El ser humano auténtico será,
pues, el que sea capaz de aceptar las victorias y las derrotas, el que sepa vivir el riesgo, es decir,
el que acepte el juego. Y lo acepte con seriedad, como hace un niño. El superhombre, que nace
cuando se ha superado el hombre-camello (que busca seguridad en la tradición) y el hombre-
león (aquel que reconoce el nihilismo), encuentra su mejor imagen en el niño, y su forma de vida
en el juego y el riesgo.
4. NOCIONES:
4.1. LOS SENTIDOS Y EL CUERPO.
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La concepción filosófica que tiene Nietzsche de los sentidos y el cuerpo viene marcada por su
vitalismo y su ataque a la filosofía occidental.
Nietzsche había criticado a los filósofos por su “egipticismo”, por haber sustituido el devenir (lo
auténtico) por el ser (lo que no cambia, el mundo platónico). Según nuestro autor estas tesis son
refutadas por la propia realidad, por la evidencia de los procesos vitales: procreación,
crecimiento, cambio, vejez, muerte. De ahí que los filósofos, conscientes de su fracaso, se
desesperaran y buscasen un culpable, un “engañador”. Ese engañador es la sensibilidad, los
sentidos.
Desde Platón, pasando por toda la Edad Media y por el racionalismo en la Modernidad, los
sentidos han sido acusados de ofrecer un conocimiento poco fiable. Para Platón los sentidos
solo nos muestran un mundo aparente, una copia del mundo real que solo es accesible a través
de la razón. Descartes también insiste en que los sentidos nos engañan con frecuencia. Pero,
para los filósofos, los sentidos no solo nos engañan sino que, además, por estar vinculados a la
corporalidad y a la materia, son fuente de inmoralidad, como ha recalcado el cristianismo. En
contraposición, Nietzsche defiende que los sentidos son instrumentos de la vida, nos dan la
auténtica realidad y nos mantienen unidos al mundo.
En consonancia con el desprecio a los sentidos, los filósofos –continúa Nietzsche- también han
despreciado el cuerpo. Por eso han inventado el concepto “alma” para contraponerlo al cuerpo.
De nuevo Platón o Descartes reivindica el alma como el verdadero “yo” frente a un cuerpo que
es mirado con desprecio. Para Nietzsche, en cambio, el culto al cuerpo y a la sensibilidad es parte
esencial de esos valores del superhombre que se apega a la tierra y a la vida.
Nietzsche sostiene que la filosofía y la moral occidental han menospreciado el cuerpo y los
sentidos por su recelo frente a la vida. Es su venganza, la venganza de los débiles e inferiores
que no son capaces de afrontar la vida real e inventan otra vida “mejor” basada en sus conceptos
inventados. El vitalismo nietzscheano se enfrenta con todas sus fuerzas a esa idea
empobrecedora para ahuyentar el nihilismo y la decadencia de la cultura occidental.
Los conceptos supremos son los conceptos propios de la metafísica: ser, sustancia, unidad,
causa, belleza, bien, verdad… La metafísica los presenta como lo auténticamente real, pero para
Nietzsche sólo son “el último humo de la realidad que se evapora”; es decir, lo que queda de la
realidad cuando salimos de ella. En realidad, los conceptos son invenciones creadas a partir de
la experiencia, y no entidades reales. Inventamos los conceptos mediante la abstracción, y eso
nos permite ordenar el mundo, ponerle límites y eso nos permite entender un mundo que, en
realidad, está en continuo cambio, es “devenir”. El ejemplo más evidente lo tenemos en Platón,
que se inventa un mundo de las ideas, estático y perfecto, porque no es capaz de aceptar la
evolución, el cambio, el devenir del mundo físico; el único que es verdaderamente real.
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Según Nietzsche, la realidad es devenir, cambio, aparecer y desaparecer… de manera que los
conceptos, que permanecen estáticos, no pueden representar fielmente la realidad. Los
conceptos son estériles para acceder a lo real, ya que su pretendido estatismo no es compatible
con el movimiento que hay en las cosas reales. Los conceptos olvidan las diferencias que hay
entre las experiencias que representan. En cambio, hay otras realizaciones humanas que, por su
condición de imaginativas, flexibles, metafóricas… nos permiten ver la realidad con una claridad
mayor que la ofrecida por los conceptos. El arte, lo metafórico permanece abierto, susceptible
al cambio y al movimiento, es adaptable a las condiciones que pueden ir surgiendo durante el
proceso de experiencia y aprendizaje. Por eso el arte y las metáforas son más útiles que la
metafísica y sus conceptos estáticos y cerrados, a la hora de acceder a lo real. Los conceptos
momifican la realidad mientras que las metáforas la recrean en toda su vida y movimiento. De
ahí la acusación que hace a los filósofos de “egipticistas”.
Más aún, a partir de la reunión de todos esos conceptos supremos, los filósofos han construido
la idea de “Dios”, que se resume en la idea de ens realissimum, el ente que contiene todas las
perfecciones recogidas en los conceptos. Por eso Nietzsche insiste en la muerte de Dios.
La expresión “Dios ha muerto” significa mucho más que la afirmación de algún tipo de ateísmo.
Es la gran metáfora que expresa la muerte de los conceptos supremos, las verdades absolutas y
de las ideas inmutables, la muerte de los ideales que guían la vida humana en nuestra civilización
corrompida. Dios representaba todo aquello que es suprasensible: el mundo de las ideas de
Platón, todos los idealismos, todas las grandes creencias o verdades que atraviesan el curso
completo de la historia de Occidente, todo lo que da sentido a la vida, apoyándose en un más
allá. Y ahora, nos dice Nietzsche, todo eso está muerto: los ideales ya no impulsan las vidas de
las personas, el mundo suprasensible ha perdido toda la fuerza. Con la muerte de Dios se
desmorona nuestra civilización, ya que todos los valores de ésta se fundamentan en la creencia
de que el sentido del mundo está fuera del mundo. Dios personifica esta creencia. Ahora vivimos
el fin de nuestra civilización, los valores supremos ya no tienen validez, y el sentido del mundo
ya no se busca fuera del mundo.
Dionisos es el dios del vino, de las cosechas, de la vegetación exuberante. Su culto estaba
vinculado a las orgías místicas en las que se alcanzaba la unión con el dios, superando la propia
individualidad. En las bacanales 2 se vivía el exceso, la pasión, la embriaguez, el éxtasis. Para
Nietzsche lo dionisíaco es símbolo de la vida, de la falta de mesura, de la ruptura con todas las
barreras y limitaciones, de la aceptación incluso del caos, de la noche, de la irracionalidad.
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Apolo, por el contrario, es el dios de la juventud, de la belleza, de las artes, de las formas
perfectas, del equilibrio estético. Nietzsche lo toma como símbolo de la razón, de la armonía, el
equilibrio, la medida, la individualidad.
Según nuestro autor, lo característico de la tragedia griega es que no oculta lo dionisíaco (la vida
con todo lo que conlleva, la desmesura, la irracionalidad, el sufrimiento…), pero sabe vivirlo de
un modo estético (lo apolíneo). El arte trágico es un afirmar la vida presentándola de un modo
estético.
Ese mundo armónico griego se vino abajo con Sócrates, que potenció en exclusiva el elemento
racional en detrimento de la vida, de lo dionisíaco. A partir de ahí se acabará sustituyendo la
tragedia por el diálogo platónico como verdadera interpretación de la verdad. Por eso Nietzsche
reivindica la destrucción de la cultura vigente y la implantación de una nueva, basada en los
valores antiguos, una nueva cultura que defienda la vida con todas sus consecuencias y el arte
como medio supremo de acceder y exponer la realidad.