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EL MITO DEL DESARROLLO

OSWALDO de RIVERO

III. DARWINISMO INTERNACIONAL

DE ADAM SMITH A CHARLES DARWIN

Cuando Charles Darwin publicó, en 1859, El origen de las especies, donde


sustentó que la selección natural permite sólo sobrevivir y reproducirse a las
especies que son más aptas para competir por su supervivencia, no se imaginó
que unos 140 años más tarde, en los umbrales del siglo XXI, el surgimiento de
un mercado global y de una revolución tecnológica se comportarían de manera
semejante a la selección natural, permitiendo sólo sobrevivir a las personas,
empresas y economías nacionales consideradas más competitivas, y
marginando a las demás como especies económicas no aptas. La única
diferencia entre el actual darwinismo económico-tecnológico y el natural, es que
este último tomó millones de años en descartar a las especies no aptas, mientras
que la actual selección por el mercado y la tecnología puede tomar meses en
poner a miles de personas en el desempleo, algunos años en sacar del mercado
a empresas, y sólo una década en convertir a muchos Estados-Naciones en
economías inviables.

A mediados de los años ochenta, el sistema soviético de economía central


planificada que intentó absurdamente prescindir del mercado por espacio de
cincuenta años, comenzó a colapsar. Al mismo tiempo comenzaron a prevalecer
en el mundo las políticas más radicales de laíssez faire, particularmente
impulsadas por los sectores más conservadores del mundo occidental,
personificados por las administraciones Reagan y Thatcher. Cuando el muro de
Berlín se derrumbó en 1 989, estas políticas tomaron rasgos fundamentalistas.
Se resucitó a Adam Smith como un profeta olvidado, para recordar a todos los
hombres de la Tierra que la sociedad no existe, que lo único real es el mercado,
donde la lucha de los egoísmos individuales produce la felicidad de todos.

Adam Smith es visto hoy como el inspirador del nuevo orden económico global.
Su obra más conocida, La riqueza de las naciones, intenta demostrar que la
persecución del interés individual beneficia a toda la sociedad. Sin embargo, esta
obra, contrariamente a la interpretación de los radicales de la teoría neoclásica,
no es de ninguna manera una apología fundamentalista de las fuerzas
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económicas del mercado. Adam Smith creyó y se preocupó también de los


aspectos sociales y morales.

En La riqueza de las naciones (1 776), el interés individual es visto como la fuerza


principal de una economía exitosa, pero lo que Smith denomina interés individual
no es lo mismo que egoísmo o la ambición antisocial. Smith, que era un moralista
escocés, consideraba que el interés personal es el motor de una economía
exitosa, pero enmarcado dentro de un contexto moral social que Smith
denominaba una "conducta razonable”. Siguiendo la tradición del pensamiento
político anglosajón de Hobbes y Locke, Smith se preocupa de darle un rol
importante al Estado, no solamente a través de un eficiente sistema legal y
judicial, sino también asignándole el papel de asegurar la calidad de vida de los
trabajadores. Adam Smith consideraba que la calidad de vida de ellos podía
deteriorarse debido a una división del trabajo que produce enormes beneficios
materiales, pero que al especializar a los individuos empobrece su vida
intelectual, volviéndolos incapaces de sostener conversaciones racionales O
concebir sentimientos generosos y nobles, apartándolos así de sus deberes
privados y de los intereses de su país. Entonces, para Smith, el Estado tiene el
importante deber de resolver estas limitaciones humanas, velando para que cada
individuo ejerza "virtudes intelectuales y sociales"

Antes de publicar La riqueza de las naciones, Smith publicó otra gran obra, La
teoría de los sentimientos morales, cuyo tema central es la inclinación de la
naturaleza humana hacía la vida en sociedad y la necesidad que todos tenemos
de que nuestra conducta sea apreciada y aprobada por los demás. Para Smith,
la satisfacción del interés individual funciona dentro de esta inclinación ética del
hombre, de suerte que el interés económico individual de una persona o de una
empresa no significa vía libre para la búsqueda de beneficios, ignorando las
consecuencias morales y sociales de sus actos. Smith no fue un Maquiavelo de
la economía, no trató de justificar el interés individual por todos los medios, sino
dentro de sentimientos morales que sirven para controlar el egoísmo.

El clima moral y social dentro del cual, según Smith, la economía debe operar es
ignorado por sus seguidores, los economistas radicales neoclásicos y los
políticos ultraliberales. Su metáfora de la mano invisible del mercado, que
continuamente citan como si fuera la médula del pensamiento de Adam Smith,
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es mencionada sólo una vez en las más de 500 páginas que tiene La riqueza de
las naciones. Tampoco el egoísmo positivo que le atribuyen y que ignora lo social
y lo ético tiene nada que ver con lo que sostuvo un moralista escocés como Adam
Smith en sus dos obras, La riqueza de las naciones y La teoría de los
sentimientos morales. La primera es distorsionada y la segunda es totalmente
ignorada.

Los economistas y políticos de moda que veneran a Adam Smith, no sólo han
ignorado el contexto ético y social de estas dos obras, sino que han ido aun más
lejos y han intentado expresar matemáticamente la metáfora de la mano invisible
del mercado. La teoría económica moderna neoclásica ha desarrollado así
cálculos matemáticos sobre el equilibrio de la oferta y la demanda que tienen la
pretensión de convertir la economía política en una ciencia exacta. Adam Smith
nunca pretendió hacer de la metáfora de la mano invisible del mercado el
enunciado de una ley natural inmutable que se puede expresar
matemáticamente. Nunca pretendió ser Newton económico y demostrar que el
mercado funciona tan exactamente como la ley de gravedad.

Pretender que la economía es una ciencia exacta y el mercado una ley natural
éticamente neutra, que decide qué persona, empresa o nación es apta o no para
competir, sin interesar el desempleo, la pobreza y el grado de subdesarrollo de
los países, ha transformado el planteamiento de libertad económica y
responsabilidad ética de Adam Smith, en darwinismo global de mercado. En
efecto, el razonamiento económico neoclásico que inspira a los políticos
ultraliberales de fines de este siglo emplea, reflejamente, los mismos axiomas
básicos de dualismo, conflicto y evolución expresados por Charles Darwin.

En Darwin, el dualismo se expresa como una antítesis entre las especies, por un
lado, y el medio, por otro. Las especies están continuamente tratando de
adaptarse al medio para sobrevivir. Según el actual razonamiento económico
neoliberal, el mercado global es hoy el medio natural al cual deben adaptarse,
para sobrevivir, personas, empresas o economías nacionales. En consecuencia,
el mercado no es una creación social humana, sino un medio natural,
independiente de nuestra voluntad, una mano invisible, sin ética, una ley
selectiva natural. Cualquier problema económico será resuelto por la ley natural
del mercado, que seleccionará a las personas, empresas y economías
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nacionales eficientes, exactamente como la naturaleza selecciona a las especies


aptas y descarta a las no aptas.

En el conflicto darwiniano, todas las criaturas de la naturaleza viven depredando.


Esto significa supervivencia y reproducción. Las empresas y las economías
nacionales deben ser también depredadoras (tigres) a través de la más extrema
competencia económica. Sólo las economías más depredadoras son las que
prevalecen y se reproducen transnacionalmente, expandiendo sus ganancias
crecientes. La especulación financiera, aunque no cree empleo, y también la
tecnología, aunque produzca desempleo, deben usarse para obtener las
mayores ganancias posibles y mutar hacia especies económicas aptas y
triunfantes.

Según Darwin, la evolución hace que las especies vayan pasando por diferentes
procesos de mutación, de formas primitivas a más complejas y sutiles. La
mutación es lo que hace sobrevivir y triunfar a las especies a través de los siglos.
Las especies adaptadas se repiten, se reproducen. También este axioma de las
ciencias naturales es transferido reflejamente al pensamiento económico
moderno. Las empresas y las economías nacionales deben mutar (innovar y
desarrollarse) para perpetuarse y triunfar sobre el medio económico como
entidades eficientes y viables. Las empresas evolucionan y se reproducen sólo
con la mutación tecnológica para triunfar en el mercado global, creando cada vez
mayores ganancias y prosperidad. Los países que todavía no han terminado su
proceso evolutivo mutarán a través del más libre mercado global hasta volverse
economías desarrolladas capitalistas modernas.

Estas equivalencias darwinianas de dualismo, conflicto y evolución son reflejos


culturales asimilados en el subconsciente occidental por generaciones. Afloran
a la conciencia sin problemas, no sólo cuando analizamos fenómenos biológicos
sino también sociales o económicos, sirviendo así para legitimar intereses
creados y privilegios. El dualismo, el conflicto y la evolución han estado
presentes en cl pensamiento moderno económico y social, tanto en la
racionalidad marxista como en la actual racionalidad económica neoclásica de la
globalización capitalista. Ambos razonamientos tienen equivalencias
darwinianas, por ser hijos de la ideología del progreso material impulsada por la
revolución industrial
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Marx aplicaba equivalencias darwinianas de dualismo, conflicto y evolución.


Justificaba así la lucha de clases, la revolución, y pronosticaba el triunfo de una
nueva especie más apta, el proletariado. Inclusive, quiso dedicar el volumen I de
la traducción en inglés de El capital a Charles Darwin. Sus descendientes
ideológicos, como Lenin y Stalin, estaban enamorados del progreso material, de
la maquinaria de acumulación social y de producción industrial para el desarrollo
de una nueva especie más apta, el comunismo. Los comisarios soviéticos fueron
omnipotentes dirigentes de un progreso industrial megalómano que causó
montañas de sacrificios humanos, Gulag y ecocidio. El fundamentalismo
económico que racionaliza la actual globalización capitalista no se queda atrás
en su darwinismo. Está enamorado de la productividad y competitividad, a
cualquier costo social, con el fin de lograr el mayor consumo y acumulación
material individual posible. La producción y la productividad deben aumentar.
Cualquier patrón de consumo es bueno. La degradación ecológica no se deduce
de las ganancias. La lucha y competencia en los mercados cs natural, es la ley
de la vida, gana el individuo o la empresa más apta. Los más débiles quiebran o
quedan desempleados. De esta manera se establece, sin escrúpulos, la
equivalencia de la selección natura darwiniana, que, como toda ley natural, es
éticamente neutra, con actividades económicas humanas que no pueden ser
éticamente neutras.

El darwinismo oculto del mensaje neoclásico y ultraliberal que guía la actual


globalización capitalista convierte a la economía en el factor supremo que
determina todas las opciones políticas, sociales y los patrones culturales: nada
más cercano a la ideología marxista. Sin embargo, su arquetipo no es el
robotizado homo sovieticus, sino un homo economicus, motivado sólo por el
dinero y por un mayor consumo material, agresivamente competitivo, una suerte
de depredador, suelto en la jungla darwiniana de la desregularización económica
y social. En esta jungla no sólo las empresas, sino también cada individuo, cada
grupo social, cada comunidad debe ser la más apta, la más fuerte, la ganadora.
El que no es competitivo, deberá ser eliminado de la actividad económica,
cualesquiera que sean las consecuencias sociales, morales o ecológicas. Es un
juego cero-suma, donde no hay cooperación. Se gana o se pierde.
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Con este despojo ético de las leyes económicas, las actividades del mercado
son equivalentes a las leyes naturales que no tienen ética, como la ley de
gravitación, que hace que la Tierra se mueva independientemente de que
seamos malos o buenos. Todo este razonamiento ultraliberal está más cercano
a la biología de Charles Darwin que a la economía política de Adam Smith, que
jamás desconoció el sentido ético que tiene la vida económica, ni justificó la
ganancia por cualquier medio ajeno a ciertas normas de conducta social
garantizadas por los sentimientos morales de los individuos.

Adam Smith no hubiera comprendido las actuales reglas de juego del


neoliberalismo global, según las cuales las mercancías y los capitales pueden
circular y competir libremente por todo el globo, pero no las personas en busca
de trabajo. Estas últimas no tienen permiso para circular y competir libremente.
Para ellas no hay neoliberalismo, y está permitido protegerse contra su
globalización con severas leyes de inmigración. De esta manera, contrariamente
al liberalismo de Smith, no existe libertad para todos los factores de producción.
Tampoco el autor de La riqueza de las naciones podría comprender cómo puede
haber ahora crecimiento económico sin creación de empleo, y menos entendería
una economía global donde su principal motor, el mercado financiero, es un gran
casino especulativo que enriquece personas pero que no produce la riqueza de
las naciones por estar desconectado de la industria y el comercio.

DESPROLETARIZACIÓN

Guiada por un mercado darwinista, la tecnología está asumiendo también un


comportamiento de descarte de personas que no se adaptan a su progreso. Hoy,
la revolución tecnológica está haciendo desaparecer las enormes factorías llenas
de chimeneas, repletas de poblaciones proletarias y haciendo surgir centros de
producción más pequeños con considerable automatización, repletos de
informática y trabajo temporal. Esta modernización se está llevando a cabo en
casi todas las ramas de la producción industrial. El resultado es hoy un proceso
imparable de desproletarización mundial.
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Este cambio de una economía mundial basada en la factoría hacia la empresa


con intensiva informatización es más violento y traumático que el cambio de la
agricultura a la factoría, acontecido en el siglo XIX. La pasada Revolución
Industrial, intensiva en mano de obra, fue más gradual, y dio tiempo para que la
sociedad agrícola se ajustara al maquinismo.

Además, la Revolución Industrial creó más empleos que los que destruyó. En
cambio, la revolución de la computadora puede destruir más empleos de manera
violenta, sin crear necesariamente mejores empleos para la gran mayoría, y
originar desigualdad social. Es más rápida, y sus efectos sociales son más
drásticos. Las personas no capacitadas simplemente son descartadas. Los que
pierden su trabajo y los no iniciados en la nueva tecnología, si encuentran
empleo, tienen que contentarse, muchas veces, con salarios más bajos.

Esta situación se puede apreciar tanto en los Estados Unidos como en Europa.
En Norteamérica, a pesar de haberse creado muchos empleos dentro de la
revolución tecnológica, la gran mayoría de ellos son con bajos salarios. Muchos
de los nuevos empleados son llamados los Working Poor, es decir, lo que se
vuelven pobres trabajando. El economista premio Novel Robert Solow, del
Instituto Tecnológico de Massachusetts, considera que a pesar de que los
Estados Unidos han recuperado casi los mismos índices de empleo de 1 973
(edad de oro del empleo americano), no ha recuperado su nivel de bienestar,
porque la sociedad americana se ha vuelto mucho más desigual en la
distribución del ingreso por el abismo entre los salarios. En cambio, en Europa
no se han creado muchos nuevos empleos, en parte porque los europeos no se
resignan a rebajar sus ingresos y prefieren esperar y vivir con el seguro social
de desempleo, que es superior a su similar norteamericano.

Las nuevas tecnologías pueden entonces erigir nuevas y rígidas barreras


sociales, especialmente entre capacitados y grandes mayorías no capacitadas o
que han sido sólo capacitadas para efectuar precisas labores informáticas y de
servicios temporales que no producen ingresos personales como antes. Félix
Rohatyn, el banquero que rescató de la bancarrota a la ciudad de Nueva York,
confirma esta realidad cuando describe a su país como una "ruthless economy"
(economía brutal) y afirma que "en la sociedad americana se ha producido una
enorme transferencia de riqueza desde clases medias laborales poco
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capacitadas hacia los dueños del capital y hacia una nueva aristocracia
tecnológica. Este violento desajuste social que produce la revolución tecnológica
no es privativo de los Estados Unidos, se esta dando en todos los países
industrializados.

Con empleos de bajos ingresos, o sin empleos, la producción moderna se


desproletariza, hay menos empleo por unidad industrial producida. La proporción
de obreros dentro de la fuerza de trabajo ha disminuido en los últimos 30 años.
Según un estudio del profesor Peter Drucker, en los Estados Unidos y en Europa
existían en 1960 un obrero por cuatro personas empleadas; ahora, la proporción
es de uno por cada siete. Además, la revolución tecnológica no se ha detenido
en las puertas de las fábricas, sino que también ha entrado a las oficinas,
haciendo que la desproletarización por extensión afecte también a las grandes
burocracias, que van siendo barridas por el software.

Debido a la desproletarización, existe hoy una notable disminución de la


sindicalización de obreros y empleados. Solamente en los Estados Unidos, la
fuerza sindicalizada ha disminuido en más de un tercio. También está
disminuyendo en Austria, Francia, Alemania, Italia Suiza y la Gran Bretaña. Los
sindicatos, tanto en los países industrializados como en los pobres, han perdido
poder y voz política. Hoy, sólo el 17 por ciento de la fuerza de trabajo mundial
está sindicalizada. La primera revolución industrial, intensiva en mano de obra,
hizo de la clase proletaria una fuerza política. Con la actual revolución
tecnológica, la única fuerza política es el capital y el software. |

Uno de los métodos más eficaces para desproletarizar la producción en las


economías industrializadas es la Lean Production (Producción Magra), que
consiste en repartir una gran fábrica en pequeños talleres de gran intensidad
tecnológica, con muy pocos trabajadores rápidamente entrenados con contratos
temporales y con salarios más bajos que los de antiguos obreros
(especializados). Estos talleres reciben órdenes por computadoras de la fábrica
principal, fabrican rápidamente y hacen llegar las piezas justo a tiempo para ser
ensambladas, ahorrando importantes costos de mantenimiento de stock en la
planta principal:
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Otro método también muy eficaz es el Reengineeríng. Consiste en usar


informática intensivamente para hacer desaparecer una cadena de actividades
al interior de la firma. Cuando se hace Reengineering se instala un técnico que
usa un software que contiene toda una cadena de actividades humanas que se
realizaban en la firma. Este nuevo técnico, llamado el deal structure, reemplaza
con su software a toda una cadena de personal, desde profesionales hasta
secretarias. Este método ha aumentado la productividad y las ganancias de las
empresas de servicios, y es uno de los métodos más devoradores de puestos de
trabajo.

La Lean Production o el Reengineering han devorado empleos masivamente,


pero han logrado rebajar costos, aumentar utilidades de muchas grandes
empresas y, sobre todo, los salarios de sus ejecutivos. El alza de las acciones
de muchas empresas y de los salarios de los más altos ejecutivos se ha hecho
sobre pirámides de profesionales, técnicos, secretarias y obreros despedidos.
Antes, el orgullo de un gran ejecutivo era crear puestos de trabajo; ahora, los
ejecutivos mejor pagados son los que crean "lean production" y hacen
"reengineering".

Conjuntamente con estos métodos de desproletarización, hoy la moda


productiva mundial es tener una fuerza de trabajo flexible. Esto significa contratar
personal por un año o seis meses, con pocas horas diarias de trabajo de acuerdo
a las necesidades de la producción. Las horas podrán aumentarse, pero también
puede el trabajador quedarse sin trabajar semanas, sin ganar salario, esperando
que lo llamen a trabajar. En estos nuevos contratos industriales no hay derecho
a sindicalización y tampoco a compensaciones sociales por despido.

Si en los Estados Unidos y Europa, donde el crecimiento de la población se ha


estabilizado, la revolución tecnológica ha eliminado millones de empleos o ha
creado, en su mayor parte, puestos de trabajo temporales y con menores
ingresos, ¿cuáles son las perspectivas de empleo futuro en los países
subdesarrollados que ya sufren un desempleo mayor al que tenían los Estados
Unidos, Europa y el Japón durante la gran depresión de 1 930, y donde la tasa
de crecimiento de la población urbana en edad de trabajar dobla la que tienen
actualmente los países industrializados?
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La población en los países subdesarrollados aumenta al ritmo de casi 70 millones


anualmente, y el número de jóvenes que buscan empleo cada año es de más de
38 millones. Es decir, una población como la de todos los países andinos nace
cada año, y una población como la de Colombia busca trabajo. Hoy en el mundo
subdesarrollado existen 700 millones de desempleados o subempleados. ¿Qué
pasará dentro de 18 años con los que acaban de nacer, qué futuro les espera?
Las Naciones Unidas y la OIT consideran que si la población sigue creciendo en
estos países, se necesitará para el inicio del próximo siglo 1000 millones de
nuevos puestos de trabajo. ¿Cómo se podrá emplear toda esta masa de
población mundial con las nuevas tecnologías?

Dar empleo será muy difícil porque casi todas las grandes inversiones
transnacionales que utilizan intensa mano de obra (tipo maquila) ya fueron
hechas entre 1970-1990. Además, es muy posible que, para bajar costos, dentro
de algunos años se introduzcan en estas plantas gradualmente nuevas
tecnologías que reducirán personal o que las harán desaparecer, porque será
menos costosos y políticamente menos riesgoso producir los mismos productos
en plantas automatizadas de los propios países industrializados. En todo caso,
si los empresarios quieren modernizar sus empresas, mejorar su productividad,
la calidad de sus productos, volverse exportadores globales competitivos, no les
quedará otra alternativa que invertir en nuevas plantas y maquinarias más
avanzadas tecnológicamente, lo que no contribuirá precisamente a crear nuevos
y suficientes empleos.

Las nuevas tecnologías y los métodos modernos de producir podrán


posiblemente, después de una penosa transición, bajar el desempleo y cl mal
empleo en los países ricos, cuyas poblaciones son casi estáticas y bastante
capacitadas, pero difícilmente podrán emplear a todos los millones de hombres
y mujeres poco capacitados que la explosión demográfica urbana lanza al
mercado del trabajo cada año en los países pobres. Todo parece indicar que la
revolución tecnológica y la explosión demográfica urbana del mundo
subdesarrollado entrarán en colisión en este siglo.
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Hoy, muchos países subdesarrollados han alcanzado lo que los demógrafos


llaman la transición demográfica, es decir, una baja de la fecundidad y un mejor
equilibrio entre nacimientos y decesos; sin embargo, inclusive con la transición
demográfica, se sigue produciendo un crecimiento explosivo de la población
urbana. Las ciudades de los países subdesarrollados crecen a un ritmo de 150
mil habitantes diarios. Lima y otras capitales de América Latina crecen a más del
2,5% al año, y otras ciudades de Asia y África llegan hasta el 3% y 4%. Este
crecimiento será muy difícil de ajustar con las posibilidades de empleo que
ofrecen las nuevas tecnologías.

Esto significa que millones de hombres y mujeres en los países subdesarrollados


entrarán en el próximo siglo al mercado global del empleo compitiendo
ferozmente en las ciudades por tuna cantidad cada vez menor de puestos de
trabajo. Muchos se quedarán sin empleo, tendrán mal empleo o nunca llegarán
a tener empleo. Hoy ser obrero, empleado o profesional es casi un privilegio en
el mundo subdesarrollado, y lo seguirá siendo aún más por muchos años. En las
megaciudades pobres del mundo, miles de jóvenes se preguntan: ¿qué voy a
hacer hoy? Entonces, no debe sorprender que la respuesta sea la inmigración,
la delincuencia y también el extremismo.

En el próximo siglo seguirán naciendo cada año unos 70 millones de personas


en los países pobres y también surgiendo más empresas llenas de software y
automatización, con menos gerencias, departamentos, mandos técnicos,
especialistas y obreros. Hoy, esta tendencia estructural de no creación de
suficientes empleos para hacer frente a la explosión demográfica urbana en el
mundo subdesarrollado se da, además, dentro de una economía planetaria de
casino, hiperespeculativa, desconectada de la industria y el comercio y, por lo
tanto, también de la creación de nuevos empleos. Ambas tendencias pueden
consolidar el próximo siglo un fenómeno de crecimiento económico sin creación
de empleo suficiente. Hoy, el 30 por ciento de la población activa mundial se
encuentra desempleada, y será' muy difícil que con las tecnologías del futuro y
la inversión especulativa se pueda absorber gran parte de los 38 millones de
personas que buscan empleo cada año en los países pobres. El problema del
casino financiero mundial puede controlarse a través de la cooperación
internacional, al menos para crear ciertas regulaciones que eviten estampidas
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de capital y bancarrotas nacionales como las de Asia, pero el desarrollo


tecnológico es irreversible, porque la desinvención no existe, y hoy la tendencia
de la revolución tecnológica es prescindir de mano de obra abundante en plena
explosión demográfica urbana en los países subdesarrollados.

Una interesante muestra de esta tendencia es que las 38 mil empresas


transnacionales y sus 250 subsidiarias, que son las que utilizan tecnología de
punta en la producción, sólo emplean 22 millones de personas en todo el planeta,
y sólo alrededor de 7 millones de trabajadores en los países pobres, es decir,
menos del 1% de la población económicamente activa de estos países. Son,
además, las empresas transnacionales las que están desarrollando tecnologías
poco intensivas en mano de obra que son adecuadas a los países
industrializados, donde ellas concentran su producción, pero no para países
donde se registra una explosión demográfica urbana. Aunque la robotización no
influye todavía de manera importante en el desempleo, la venta de robots está
en alza: desde Singapur hasta los Estados Unidos, aumenta 20% al año. Por
cada 10 mil trabajadores en Estados Unidos, hay 30 robots; en Suecia, 73; y en
el Japón, 324. En el siglo XXI, esta robotización podrá ser gradualmente un serio
problema para los países en desarrollo, que ahora exportan manufacturas
empleando gran cantidad de trabajadores.

Todo parece indicar que el desempleo, el empleo temporal y la incertidumbre


laboral serán la manera como funcionarán las sociedades por un buen rato en el
futuro. El crecimiento del PNB con empleo, el trabajo por vida, el sindicato y la
seguridad social serán sólo un recuerdo del viejo capitalismo, y de ninguna
manera la forma de funcionar de la nueva jungla económica global. ¿Cómo se
ajustarán las sociedades con explosión demográfico-urbana a las nuevas
realidades tecnológicas desproletarizantes? Nadie puede saberlo. Lo que sí es
seguro, es que el fin de la historia no ha llegado con el fin de la Guerra Fría;
recién comienza y nos reserva novedades y turbulencias sociopolíticas.

La primera Revolución Industrial, intensiva en mano de obra, hizo que la clase


obrera se convirtiera en una fuerza política y que el marxismo viera en el
internacionalismo proletario la nueva fuerza política mundial. Esta visión no tiene
hoy ningún sustento real. Al final del siglo XX, a 150 años de la proclamación del
Manifiesto Comunista de 1848 por Karl Marx, la revolución tecnológica está
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disminuyendo la fuerza de trabajo y también la sindicalización y entrando


gradualmente en rumbo de colisión histórica con la explosión demográfica en los
países pobres.

DESMATERIALIZACIÓN

Otra tendencia darwiniana del mercado y la revolución tecnológica es el descarte


gradual de economías nacionales a través de la desmaterialización gradual de
la producción industrial moderna. Las materias primas van teniendo cada vez
menos demanda, y sus precios son siempre inestables y poco remunerativos
porque las nuevas tecnologías utilizan cada vez menos materia prima y
combustible por unidad manufacturera producida, Hoy, nuevas tecnologías como
la informática determinan la cantidad precisa de metal o combustible, y los
nuevos materiales artificiales reemplazan metales y fibras textiles naturales, al
mismo tiempo que la biotecnología crea productos agrícolas competitivos con los
productos naturales.

La riqueza de las naciones ha cambiado en las recientes décadas. Cualquier


libro de texto clásico sobre economía internacional hubiera considerado ricos a
países dotados de recursos naturales. Hoy, la revolución tecnológica está
emancipando progresivamente a la economía industrial de los recursos
naturales. Hoy, países como Japón, Alemania, Suiza, o los nuevos NICs
asiáticos, que no tienen recursos naturales, son más ricos y más poderosos que
países repletos de recursos naturales. Hoy, la riqueza de las naciones es la
información, la materia gris que permite crear e innovar productos y servicios y
ahorrar recursos naturales. La clave para ello es el software, que se ha
convertido en la nueva materia prima estratégica del siglo XXI.

La más importante desmaterialización en marcha es la de los minerales y


metales que están siendo reemplazados por nuevos materiales artificiales. Estos
nuevos materiales, diseñados gracias al software, son plásticos revestidos con
poco metal, plásticos termoelásticos, vidrio laminado, cerámica, polímeros,
grafito y otros. Todos ellos se utilizan cada vez más en las industrias modernas
aeroespaciales, electrónicas, químicas, de telecomunicaciones, de informática,
automotrices y de maquinarias. Hoy se reemplaza el metal por cerámica y
plásticos en los automóviles, aviones y trenes modernos para aligerar el pesó y
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así también consumir menos combustible!” . Gran parte de la energía que se


quedaba en el recorrido de los cables conductores de cobre, no se pierde ahora
con los nuevos materiales empleados en los semiconductores como el cable
coaxial y la fibra óptica. Hoy, 40 kilos de fibra óptica trasmiten tantos mensajes
de teléfono como una tonelada de cobre. En los laboratorios de los Álamos se
está ensayando una nueva cinta superconductora que puede llevar 1 200 veces
más energía que un cable de cobre.

El monto «e metales y minerales por una unidad de producción industrial es


ahora las dos quintas partes de lo que era en 1 900. La materia prima utilizada
en la fabricación de un semiconductor microchip equivale sólo al 1% 6 3% del
costo total de la producción; en un automóvil se ha rebajado al 40%; en la
utilización de domésticos y de medicina, al 50%. La experiencia del Japón, que
era una economía devoradora de materias primas, es impactante. Hoy el Japón
consume por cada unidad de producción industrial 40% menos de materias
primas que lo que consumía en 1973 En el siglo XXI esta tendencia
desmaterializadora de los metales va a afectar cada vez más a los países
productores de cobre, aluminio, acero, estaño, zinc, plomo y hierro.

También se está economizando energía por unidad de producción industrial.


Hoy, se está experimentando una nueva energía denominada "Fuel Cell" (célula
combustible), que obtiene energía combinando oxígeno con hidrógeno dentro de
una especie de batería que va generando una reacción lenta que produce
constante electricidad y calor. Esta nueva energía limpia está destinada a ir
reemplazando la gasolina para el motor de explosión. Los tres más grandes
fabricantes de autos del mundo, Mercedes Benz, Mazda y Nissan, están
experimentando con esta célula. Si el costo se logra bajar en algunos cuantos
dólares, los automóviles de combustión a gasolina comenzarán a ser
reemplazados gradualmente en unos 15 años.

Los textiles se están convirtiendo en una creación de las tecnologías químicas.


Las fibras sintéticas están reemplazando la cantidad de algodón y lana por
unidad de producción industrial textil. Hoy ya existen nuevas microfibras
artificiales de una ligereza tal, que un kilómetro de hilo de ellas pesa solamente
un gramo. Gracias a esas microfibras se podrán fabricar vestidos muy finos que
recubran como una segunda piel y que se acomoden al ambiente, manteniendo
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la temperatura, calentando o refrescando e impidiendo la transpiración. Durante


la Guerra del Golfo ya han sido ensayadas con éxito estas nuevas fibras
sintéticas, en uniformes que han permitido a los soldados norteamericanos
resistir temperaturas de 50 grados.

Las nuevas tecnologías químicas y la biotecnología también están sustituyendo


productos agrícolas como el azúcar, el caucho, la vainilla, el aceite de palma. El
mercado para edulcorantes y grasas artificiales se está desarrollando
rápidamente en los laboratorios de Estados Unidos, Europa y el Japón, y ello
está rebajando la demanda de azúcar y aceite de palma. También se está
ensayando un biocafé que puede competir con el de mejor calidad del mundo y
a más bajos precios. La nueva vainilla artificial está amenazando a miles de
cultivadores en África. Asimismo, está en investigación la alteración del DNA de
flores y tomates para que resistan el frío del hemisferio norte. Si esto tiene éxito,
también disminuirá la demanda de estos productos del mundo subdesarrollado.

La desmaterialización de la producción industrial en los países desarrollados


está haciendo declinar la demanda de las materias primas y haciendo que los
precios de ellas tengan un nivel no remunerativo para los países que las
exportan. Estudios del Banco Mundial indican que los precios reales de los
productos básicos se han desplomado inclusive por debajo de los precios de la
gran depresión mundial de 1932. Según el Banco, los precios de todos los
productos básicos, minerales y agrícolas, seguirán declinando en los próximos
10 años y continuarán depresivos hasta bien entrado el siglo XXI. Mientras esto
suceda, las poblaciones de la mayoría de los países subdesarrollados
exportadores casi se habrán duplicado.

Tener abundantes recursos naturales y creciente demanda de materias primas


acostumbró a los gobiernos de los Estados Naciones con producción primaria al
rentismo y a una indiferencia frente a la investigación científica. Sólo les hacía
falta atraer inversión extranjera y, con su abundante mano de obra doméstica
barata, excavar cerros, perforar pozos, plantar, cosechar, cortar árboles, pescar,
exportar, hacer fortuna e insertarse exitosamente en una economía mundial que
era intensiva en el consumo de productos primarios, pero que hoy está
desapareciendo devorada por la revolución tecnológica. La economía de países
sentados en los bancos de oro de los recursos naturales funciona cada vez
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menos. Inclusive los países que son grandes exportadores mundiales de


petróleo -la única materia prima todavía estratégicamente indispensable-, como
México, Venezuela, Nigeria, Irán o Arabia Saudita, han sufrido severas Crisis y
practican hoy políticas nacionales de austeridad.

Al ingresar al siglo XXI, los países mejor dotados por la naturaleza están siendo
abandonados por la diosa fortuna. La producción industrial global se está
desmaterializando gradualmente. Las bonanzas temporales de los precios del
algodón, el café, el azúcar, productos tropicales, minerales y metales son cada
vez más cortas para hacer frente a la explosión demográfica urbana en los
países exportadores. Sólo el Petróleo sigue siendo todavía uno de los productos
básicos que permite relativamente ingresos remunerativos. A pesar de ello, los
países petroleros, que tuvieron una gran bonanza y abundante capital con las
alzas del petróleo, perdieron su oportunidad histórica para utilizar estos recursos
y modernizarse tecnológicamente.

Los actuales países industrializados y los NICs asiáticos no han estado dotados
de recursos naturales; sin embargo, han logrado niveles de vida mayores que
todos los países sentados en los bancos de oro del petróleo, cobre, bauxita,
azúcar o café. El único país industrializado que ha tenido abundantes recursos
naturales ha sido Estados Unidos, pero no debe su éxito como potencia
económica mundial a ellos, sino a su materia gris para innovar e inventar. Hoy
tener recursos naturales resulta relativo.

La nueva riqueza de las raciones es la información para innovar, producir y


vender competitivamente en el mercado global productos y servicios con alto
contenido tecnológico.

Suiza es un país del tamaño de un pequeño departamento del Perú, no tiene


recursos naturales, pero tiene un gran desarrollo científico y tecnológico que le
permite vender plantas industriales, productos químicos, ópticos, relojería,
aparatos de precisión, productos alimenticios, servicios financieros sofisticados
que producen inmensamente más ingresos que todos los recursos naturales del
Perú. El valor de las exportaciones suizas (un país con 6 millones de habitantes)
supera el valor de las exportaciones del Argentina y Brasil juntos; prácticamente
Suiza vende más que Mercosur. En último análisis, lo que Suiza vende es
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materia gris, que es un recurso intangible, no material, contenido en la constante


innovación tecnológica de sus productos y servicios, y es por ello un país mucho
más prospero que cualquier país de América Latina, Asia y África, que venden
cerros de minerales, montañas de madera, toneladas de frutas, azúcar, café,
kilómetros de fibras naturales, textiles y manufacturas de bajo contenido
tecnológico.

La materia gris, un producto inmaterial que se introduce en el software, va a ser


el factor más importante para mutar tecnológicamente y producir productos y
servicios sofisticados y lograr empresas con ventajas competitivas en el siglo
XXI. Cada vez es más indispensable tener una economía con empresas capaces
de incrementar el contenido tecnológico de su producción para poder ser un país
viable. De lo contrario, si mantienen el patrón de exportación primario, la nueva
tecnología que desmaterializa la producción cumplirá su función darwiniana
selectiva de prescindir cada vez más del volumen: de materia prima por unidad
industrial y de las economías nacionales primarias.

El proceso darwiniano de desmaterialización por la tecnología se intensificará en


el próximo siglo. La demanda de manufacturas con alto contenido tecnológico y
sobre todo de servicios que usan poca materia prima crecer a más del 15%
anual, mientras que la demanda mundial promedio de productos primarios será
sólo del 2% anual, y de los productos poco transformados sólo del 5%. Los
únicos productos básicos que mantendrán una demanda aceptable en el siglo
XXI serán los cereales y el petróleo, debido a la demanda creciente de alimentos
y energía como consecuencia de la explosión urbana que está ocurriendo en el
planeta.

Los países subdesarrollados, que ganan su salario mayormente de las


exportaciones de materias primas y semimanufacturas poca transformadas,
tendrán serios problemas de viabilidad económica en el siglo XXI, porque la
inserción en la economía global moderna dependerá cada vez más de lis
ventajas competitivas que tengan las empresas de un país debido al incremento
del contenido tecnológico de los productos y servicios que exportan. Este
contenido tecnológico se obtiene con recursos inmateriales, como la información,
y con materia gris para innovar métodos de producción y distribución que
aumentan la productividad y obtienen crecientes utilidades. La prosperidad
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dependerá cada vez menos de la abundancia de recursos naturales y de mano


de obra poco capacitada, y cada vez más de tener mucha materia gris para saber
competir sin merced en un mercado global con las armas de la innovación
tecnológica.

El mundo ingresa al tercer milenio como una sociedad planetaria dual, dividida
entre una minoría próspera de personas y países dedicados a actividades
intelectuales desmaterializadas que inventan modernas tecnologías y nuevos
productos y servicios, y una mayoría de personas y países pobres que viven
todavía de su fuerza física, de labores burocráticas rutinarias y de la explotación
de recursos naturales.

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