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Los embates de la crisis mundial se hicieron sentir con algún retraso en el Uruguay, dado que
llegó en la forma de crisis del comercio internacional, caracterizada por una fuerte disminución
de la demanda y una sustancial caída de los precios (1).
Para hacer frente al déficit del balance de pagos, el gobierno tomó medidas que contuvieron
drásticamente las importaciones. Este cierre defensivo de fronteras alentó el crecimiento de
una industria nacional sustitutiva.
Desde los últimos años de la década del 40 el Uruguay conoció un proceso político, al que
muchos calificarían de populista, que impulsó la industrialización del país y que, a través de la
difusión de ciertos compuestos ideológicos y de una particular visión de las relaciones entre la
economía, el Estado y la sociedad, propuso un modelo de desarrollo al cual se ha dado en
llamar "neo-batllismo".
Este proyecto político estuvo personificado en la figura de Luis Batlle Berres, heredero de un
apellido ilustre en la política uruguaya (era sobrino de José Batlle y Ordóñez) y deseoso de dar
nueva vida a un movimiento que había entrado en crisis al cambiar brutalmente los datos
políticos y económicos (José Batlle y Ordóñez murió en octubre de 1929, en el mismo mes que
el "crack" de Wall Street). Así como don Pepe Batlle había desaparecido junto con el auge, el
nuevo Batlle llegaba al retornar la prosperidad. Una correlación evidentemente casual que no
hizo nada sin embargo por desmentir la creencia bastante difundida en el Uruguay de que el
batllismo funciona únicamente en épocas de vacas gordas.
La idea central del pensamiento "neobatllista" era llegar al desarrollo económico y a la justicia
social en un marco de democracia y libertad.
El Estado tuvo una función esencial en la industrialización. No sólo a través de las medidas
proteccionistas, sino en las políticas redistributivas que aseguraron una capacidad de consumo
importante a la población. Único medio viable, dadas las circunstancias, de compensar la
estrechez del mercado interno. La salida al mercado internacional era poco verosímil dado el
bajo nivel de competitividad de la mayor parte de la industria nacional, creada y mantenida al
abrigo de las barreras aduaneras.
La función del Estado como empresario y empleador continuó su extensión en este período,
dado que, al finalizar la guerra mundial, Inglaterra tenía una importante deuda con el Uruguay
(aproximadamente 17 millones de libras esterlinas) que resolvió, en parte, cediendo algunas
empresas de servicios públicos al Estado uruguayo. Tales fue el caso de la empresa de aguas
corrientes y de la de tranvías, algún tiempo después se sumaría también la compañía de
ferrocarriles.
El neobatllismo hizo evidentes esfuerzos para promover una mayor justicia social. Lo que en
términos ideológicos era un fin en sí, en el aspecto económico se revelaba también un medio
indispensable para "crear mercado". En esta obra de justicia social, redistribución de ingresos
o creación de mercado, según prefiera verse, el gobierno utilizó diversos medios.