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El Impresionismo surge en la Francia del siglo XIX ya que esta reunía todos los
aspectos necesarios para que pudiera darse este tipo de arte tan característico.
En relación al ámbito económico, Francia era favorable al comercio y al
consumo. Además, vivía una época de paz que se vio reforzada por una serie
de avances en relación a la producción industrial y esto desembocó en una
creciente burguesía. Surgieron a su vez una serie de servicios para satisfacer
la demanda creciente de ciertos sectores: como las redes de ferrocarriles, los
grandes almacenes, las casas de moda, la prensa ilustrada, el teatro, etc.
Sin embargo, para poder saber cuales fueron los acontecimientos que
propiciaron el surgimiento del Impresionismo no podemos quedarnos en esto,
sino que hay que profundizar aún más en la historia de Francia. El
acontecimiento que marca el punto de salida tuvo lugar en 1815 cuando
Napoleón Bonaparte fue derrotado en la batalla de Waterloo que tuvo como
consecuencia la restauración monárquica. Los reyes Luis XVIII y Carlos X,
ambos Borbones y hermanos de Luis XVI que fue guillotinado, supusieron el
regreso al Antiguo Régimen. Como todo en la historia esta relacionado, este
acontecimiento tuvo repercusiones importantes sobre todo en las artes. Los
artistas de la generación de 1820, más conocidos como los románticos,
evitaron mostrar la situación del momento en sus obras por lo que se evadieron
a lugares más lejanos en busca de una nueva inspiración. Lugares exóticos
como Oriente situando la acción en momentos pasados de gran relevancia.
La monarquía entre los años 1830-1848 se acogió a una actitud más inteligente
y novedosa pero que no supo como llevarla a cabo; de ahí, que tras la
Revolución de 1848 y el establecimiento de la república tampoco tuvieran éxito
entre la sociedad. Sin embargo, esto pudo ser aprovechado por el nieto de
Napoleón I, Luis Napoleón Bonaparte o más conocido como Napoleón III que
en 1851, no dudo en usurpar el poder, autoproclamarse emperador de Francia
y establecer un régimen autoritario. Durante el Segundo Imperio (1851-1870),
Napoleón III, a pesar de que quiso establecer algunas ideas y proyectos que
tuvo su tío, nada pudo hacer debido al ansia de poder que tenía y a la
corrupción de su corte.