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Cuando muere una flor

En una de las tardes citadinas llenas de afán y de desconcierto, pasando entre el tumulto de
trabajadores yendo para sus casas, el ruido de los autos; incesable e incontrolable, las desconocidas
miradas que se cruzaban entre la rapidez de una persona en el trayecto, y la lentitud del tiempo
ante el trabajo. Y ahí estaba ella; perdida, tan perdida como la estrella que se ve en una pálida noche
y que muere estando a miles de años luz, sin poder contemplar más esa vida, solo el destello. Era
ella como un huracán de sentimiento, sus ojos color azabache guardaban todo el pasado de una
vida desastrada, rebelde, incognoscible… era ella como aquel destello. Y fue de mi hombro y el suyo
una coincidencia, nacida por el choque que entre los afanes se tuviera. No comprendía lo que de
ella fuera ajeno, ni siquiera entendía lo que mi mente soslayara, pero entendí que había algo
inefable en esa mujer, algo que tenía, tarde que temprano que descubrir. Mi mente se resumió en
ella, en su ser de extremo a extremo, y quise conocerla más. Como todo un imprudente la seguí, y
entre el momento de la pena quise preguntar por su nombre y teléfono, a lo que me responde:

-Mi nombre es sabido por todos, mi número es solo mío-

Ella voltea su mirada y ante mi imprudencia sigue su camino, lo que me desconcierta y me deja
mucho que pensar… la verdad si fue tonto de mi parte haber hecho eso, pero ¿qué se puede esperar
de mí?. Llegué a mi apartamento y no hice más que pensarla entre mi noche, imaginarla entre mis
sabanas, y creerla ser mi almohada, solo estaba perdido por una mirada, o eso creía. Con el tiempo
se convirtió en un castigo haberla visto, a lo que quise descansar simplemente encontrándola, para
poder estar en paz conmigo mismo.

Exhaustivamente me dediqué a buscar su dirección o un rastro de ella, en el lugar que nos chocamos,
en el café, en el bulevar, en los restaurantes, en cualquier lugar. Hasta que un día pasé por una casa
de empedrado con una enredadera que caía de un balcón y que aparentemente estaba abierto de
puerta en puerta, y es ahí cuando mis cegatones ojos avizoran la figura que me desconcertó en otro
momento. Era ella, mi corazón no podía creerlo, y sin más que pensar decidí dirigirme a escribir una
carta para ella y dejarla el día siguiente. Pensé en algo simple y concreto, algo que me diera servido
con una buena presentación, y para poder superar esa imprudencia que viví anteriormente. Lo
cierto es que al escribir me di cuenta de muchas cosas y recordé muchas otras. En esa carta que
estaba escribiendo quedaba plasmado todo mi cariño y respeto para poderla entender a un más
quise pedir respuesta y es así como podríamos entablar conversación.

Y es así como dejo mi carta al próximo día, y veo como ante ella hay una respuesta dejada cerca del
portón de la casa de ella, quien ya sabía que iba a contemplarla todas las noches. En esa carta de
respuesta quedó la muestra de lo que era demasiado en un escrito tan corto.

-Yo no soy más que la noche misma, soy la inmensidad hecha vida-.

Y era verdad aquello, ya que después de eso no pude dejar de pretenderla, y ella tampoco dejo de
acceder ante mis galanteos, salimos así fue, fuimos felices juntos, y pasamos muchas alegrías y
momentos lindos, la verdad es que sería bastante largo contar todo y cómo lo conseguimos, pero
estuvimos juntos ella para mí y viceversa. Sin embargo, un día tuve que partir… el deber me llamaba.

Pasaron los días, meses y años, ella simplemente dejó de comer, de salir, de trabajar, e incluso de
bañarse, estaba tan perdida e insegura, era como un ave recién nacida y que no encuentra a su
madre, la nube negra de la soledad la había rodeado, y más que ello el vacío que le quedó fue
evidente. Cuando tuve que ir a la guerra no pensé que sucedieran tantas cosas, como la depresión
que la agravó y que pronto tendría consigo los suvenires de los achaques extraños de la vida, pero
todo ello fue pequeño comparado con el dolor que yo sentía por estar lejos de ella, y más que ello
el dolor que sentía por no aprender a vivir separado de ella. Mi amor nunca menguó, se mantuvo
inmarcesible como muchas de mis decisiones y siempre creí en volver para poder estar con ella.
Pasado un tiempo sus mensajes cesaron, y nunca volví a saber de ella, es hasta hoy que vuelvo a mi
ciudad que descubro al recorrer por las avenidas muchos cambios, tal y como cuando tenía todo
con ella. Hoy pasó por la casa donde yo vivía y reviso el buzón lleno de cartas que preguntaban por
mí, por mi bienestar, por mi vida… no cabía duda, era ella, ella solo quería saber de mí, y lo que más
acabo conmigo fue al ver una entre las 7 cartas, una que sería la última, y que me diría la verdad
sobre sus sentimientos:

-No puedo engañarte ni a ti ni a mí, cuando quise parecer seria simplemente tuve que darme cuenta
de lo que nunca había hecho, créeme que ni yo misma entiendo esto que yo siento, esta zozobra que
me corroe y me lastima, el tocar mi cuerpo y ver mi figura pensando en lo peor, el sentir que no
puedo más y que no podré más por ti-

Fue la estacada final, fue mi dolor más agudo en todo este tiempo, no sabía que pensar ni que hacer,
solo quise salir corriendo a buscarla, pero sería tarde ya, habían pasado 5 años.

Hoy solo quise recorrer de nuevo uno de los parques por donde solíamos pasear y diviso entre las
bancas una pareja hermosa dando muestra de los dones más hermosos del amor, ¡oh, es ella…! creo
que no se equivocó al corregir. Total y me doy cuenta, que en cinco años perdí en mi corazón y
mente lo que para ella y para mí solo duró menos de seis meses. Desgracia infinita la mía…

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