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MEMORIAS
INMARCESIBLES
Dashten Geriott
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No se permite la reproducción total o parcial de este libro —disponi-
ble únicamente en formato digital—, ni su incorporación a un sistema
informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier
medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u
otros medios con fines lucrativos, sin el permiso escrito del editor.
Memorias Inmarcesibles
© Dashten Geriott, 2015
Perú
Fotografía de la portada: © Alik Griffin
Diseño de la portada: Ana Faviel
Código de registro: 1511075727444
Contacta al autor:
www.dashtengeriott.tumblr.com
En sus redes sociales: Dashten Geriott
Fecha de publicación: Noviembre, 2015
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NOTA DEL AUTOR
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Bienvenidos a mi mundo.
Confío en que los daños neuronales
no sean permanentes.
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EN MIS MANOS
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LA CHICA DE LOS OJOS TRISTES
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ella y que estaba condenado a mirarla de lejos, co-
mo se mira a todo sueño imposible, un sueño que
le pertenece a otra persona.
Durante aquel tiempo aprendí de memoria
sus citas con la lluvia y sus frecuentes intentos por
evadir la realidad. Aprendí, a solas, envenenado
de envidia, a odiar a aquel espectro en forma de
amor perdido que parecía impedirle que viera
más allá de su ventana, pero también odié a aquel
idiota que nunca tomó valor para decirle que la
quería, aunque sonara absurdo el hecho de poder
alimentar un sentimiento a base de miradas furti-
vas y deseos inconfesables. Algunas noches, inclu-
so, al mirarme en el espejo, comenzaba a odiarme
por ser quien era y no por ser lo que ella quería.
Sea quien fuere quien ocupaba su mente mientras
miraba al invierno teñir de gris el cielo, lo que
estaba claro es que era el hombre más afortunado
del mundo. Y también el más imbécil, por no
darse cuenta de la fortuna que había en sus manos
y por cómo permitía que se asfixiara con el peso
de la indiferencia.
Para mí se veía muy linda, a pesar de todo,
cuando pasaba horas encerrada en su mundo,
perdida en sus pensamientos. Pensamientos que,
para mal de mis pesares, nunca iban a ser para mí.
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LA CHICA SIN NOMBRE
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por la visión que tenía mi amigo, debió valer la
pena, al menos por un tiempo.
—¿Y por qué no le hablas? —me preguntó,
solícito—. ¿Sabías que una de las peores maneras
de querer a alguien es en silencio?
Yo sólo miré al patio, donde ella hablaba con
sus amigas. Siempre estaba en el mismo lugar, y
debo reconocer que mi parte favorita del día era
ése. Por alguna razón, cuando la miraba a ella, el
resto de mujeres desaparecía como por ensalmo.
A la salida hacía el camino de regreso a casa solo,
arrastrando el alma y mi mochila con las cartas
que escribía en clase y nunca me atrevía a darle.
Los días pasaron entre casualidades y una doloro-
sa necesidad de poder mirarla a los ojos sin sentir
que estaba rompiendo alguna regla.
Los exámenes los pasaba en trance, fingiendo
una concentración proverbial por los números en
el papel que parecían un acertijo indescifrable,
aunque yo sólo me imaginaba trazando con cali-
grafía aritmética el talle de su cuerpo y calculando
la cantidad de carpetas que restaban para llegar a
la suya. Por aquel tiempo comprendí que nunca
iba a ser el mismo, que para mal de mis pesares
iba a tener que cargar con el recuerdo de mi co-
bardía taladrándome la conciencia, haciéndome
caer en la cuenta de que si hoy fuera posible re-
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gresar en el tiempo lo haría con el fin de abofe-
tearme y lanzarme a su encuentro.
Recuerdo un día en que mi compañero me
encontró en el recreo, sentado en una de las tri-
bunas del estadio del colegio, donde me refugiaba
en mis pensamientos, lejos del mundo.
—¿Cómo le dices a alguien que le quieres? —
pregunté.
Él me miró como si fuese idiota.
—Te paras en frente de ella y le gritas: “¡Te
quiero!”
Sonreí. Mi amigo era una de esas personas
que son capaces de romper el silencio con el
sonido de tu propia risa.
—¿Y si no me quiere a mí?
—Quién sabe. Tendrías que averiguarlo por ti
mismo. El amor es uno de esos desafíos a los que
uno se enfrenta sin estar preparado.
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ni por qué desde aquel día nunca más volvió a cla-
ses. Me gusta pensar que encontró algún lugar
mejor en el que estudiar y hacer amigos. Que su
vida y sus planes van viento en popa y que de vez
en cuando encuentra los recuerdos más bonitos
dentro de un par de canciones. De verdad lo es-
pero.
Nunca supe su nombre, y eso en parte es un
alivio. Supongo que, de haberlo sabido, habría
perdido la libertad de pronunciar cualquier otro
sin sentirme culpable. Luego conocí a otras chicas
pero me di cuenta de que no podría encontrar su
sonrisa en ninguna de ellas y que sería incapaz de
sentir lo mismo que sentí por la primera. Ya ni
quise intentarlo. Fue la primera chica que quise
en serio, y lo jodido es que nunca se lo dije. Mi
vida no ha sido la misma, como lo sospeché. He
perdido la habilidad de caminar por cualquier ca-
lle sin esperar encontrar a nadie que me traiga
noticias de ella. Estoy perdido. Mi amigo tenía
razón, ella lo valía.
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UN TERRENO PELIGROSO
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me abrazó. La rodeé con mis brazos, sintiendo su
cuerpo contra el mío.
—Dime, ¿cómo puedo así dejar de desearte?
—No sé. Me vengo haciendo la misma pre-
gunta sobre ti. Estamos pisando terreno peligro-
so.
Isabella se apartó, negando por lo bajo.
—Tú eres el que no lo quiere admitir y se es-
conde detrás de las negaciones.
—¿No quiero admitir qué?
Me miró a los ojos. Su mirada era una llama-
da de auxilio.
—Lo que sea que sientes por mí.
—Nunca lo he negado. De hecho, te lo he di-
cho más de una vez. Lo que aclaro es que me da
miedo lastimarte, eso; porque digamos que no soy
tan bueno con eso de las relaciones, creo que ya
he hecho daño más de la cuenta.
Medió un silencio espeso, de esos en los que
la vida suele avanzar más rápido.
—Dilo —susurró.
—Me gustas —admití.
La oí suspirar y la tomé de la mano, acercán-
dola de nuevo. La abracé en silencio.
—Me tienes un tanto fuera de órbita —con-
tinué—: es otra manera de decir que ando en las
nubes si pienso en ti. Y bueno, no sé si eso era lo
que querías que dijera, pero es lo que siento.
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—No hagas esto conmigo…
—No dejes que lo haga.
—No puedo.
—Yo tampoco puedo. ¿Entonces?
—Bésame.
La miré.
—Nos estás arriesgando demasiado, ¿sabes? A
veces quisiera decirte que no, pero, bueno…, sólo
tenlo en cuenta: nos estás arriesgando demasiado.
—Cállate y bésame.
—Sólo si aceptas las consecuencias.
—Julián, lo único que me interesa ahora es
que me beses y que no me sueltes —replicó con
firmeza.
No dije más. La rodeé por la cintura y la besé
sin contemplaciones. Sus labios quemaban, te-
nían sabor a esa esperanza que está a punto de
marcharse y que pide a gritos que la retengan. No
la solté un buen tiempo, hasta que el silencio nos
robó las palabras y permanecimos en la penum-
bra, escuchando apenas la lluvia y el palpitar de
nuestros corazones.
—Gracias, idiota —dijo por fin.
—Eres una tonta, ¿sabías?
—Lo sé. Pero eso te encanta.
Sonreí.
—Me encantas.
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UN CÍRCULO VICIOSO
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—No. Trataba de llamar tu atención —contes-
té, sonriente—. Y ahora la tengo.
—¿Y para qué quieres mi atención?
—Para decirte que me pareces linda.
Sonrió.
—Ay... ¿Sólo para eso?
—Sí.
—Mientes.
—Tienes razón. También para decirte que a
veces escribo a escondidas pensando en ti, y que
nunca te lo he dicho por miedo a que te burles.
—¿En serio? ¿Por qué pensando en mí?
—Porque tienes esa capacidad de meterte en la
mente de uno sin permiso. ¿Quieres leer el texto
cursi que te escribí?
—Sí.
Le tendí mi libreta llena de tachones y bo-
rrones varios.
—Pero no se lo digas a nadie.
Me miró como mira una niña a punto de des-
cubrir un tesoro.
—Está bien. Secreto.
Mientras leía, la observé enarcar las cejas oca-
sionalmente, sonriendo con labios de terciopelo.
Supuse que había terminado cuando levantó la
vista. Su piel era blanca, pero en aquel momento
se había sonrojado.
—Ay...
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—¿Te gustó? —pregunté.
—Sí —contestó, percatándose de su sonrojo y
ocultando la mirada, sonriente.
—Genial.
—Qué dulce.
La invité a dar un paseo. Caminábamos como
quien lo hace más por inercia que por llegar a al-
gún sitio. Los últimos minutos habían transcurri-
do en otro mundo, un universo de miradas de
soslayo y tímidas sonrisas que a ella le venían bien.
Un aire gélido nos envolvía mientras caminába-
mos.
—¿Y cómo has estado? —solté, después de
percatarme de que si aquello fuera un concurso
de silencios habríamos terminado en empate.
—Pues, en general, bien, gracias. Ahora nada
más notaba que no tengo amigos cerca de casa pa-
ra salir —respondió con una sonrisa—, ¿y tú?
—Tenemos la misma crisis, pero mi ventaja es
que no salgo. No mucho, claro. He estado bien,
intentándolo. Tengo una larga lista de cosas pen-
dientes de las que apenas voy haciendo la mitad.
Mi vida es así de interesante.
—Bueno... yo quisiera salir, pero no tengo
amigos cercanos. Hoy ha sido casualidad encon-
trarte. Ya ves, si viviéramos cerca... Qué triste.
La miré, sonriente.
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—¿Pero por qué? Si estar encerrado es lo me-
jor de la vida.
—A veces se antoja algo de contacto humano —
replicó en un susurro.
—Supongo que nos pasa a todos. Eso explica-
ría los dolores constantes de cabeza y los bajones
diarios... No importa. ¿Qué has hecho última-
mente?
—Pues ando haciendo un trabajo, me toma
casi todo el día. Sólo hoy, que he salido para des-
pejarme y acabo encontrándome contigo. Es ge-
nial después de tanto estrés.
—Pues sí que necesitas salir más seguido.
—Sí. Pero soy toda una forever alone.
Sonreí, no sin cierta malicia.
—Yo también. ¿Te quieres casar conmigo?
La oí reírse a mi costa.
—Es muy precipitado, ¿no crees? No sabes si
soy una loca psicópata.
—Me enamoraría de tu locura. Y tendríamos
foreveralonecitos. Eso sería lindo.
Rió con más ganas.
—Foreveralonecitos..., qué ocurrente.
Terminaba de reír cuando me miró a los ojos.
—¿Crees en la poligamia? Mentira. No me
hagas caso.
—No. Yo soy egoísta.
—Pero la poliamoría está de moda.
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—Es que soy anticuado. Pero si quieres te
puedo dejar libre. Y ya encontraré a alguien más
dentro de otro par de décadas.
Me sonrió, ladina.
—¿Eso quiere decir que ya me estabas encade-
nando?
Ahora el que rió fui yo.
—No, pero cancelo el plan de encadenamien-
to. Yo nunca encadenaría a nadie. Sé lo que se
siente, y no, quiero que alguien sea libre. Y que
comparta su libertad conmigo, tan simple como
eso.
—Eso es lindo. Pero acabas de cancelar el en-
cadenamiento, lo que quiere decir que pensabas
en eso.
—Vivan las contradicciones. De todas formas,
¿no quieres venir? He adornado el calabozo con
rosas y hay chocolates y películas.
Rió de nuevo. No sabía si se daba cuenta, pero
cuando lo hacía se veía preciosa.
—¿Calabozo? No. Suficiente con todo el auto
encierro mental.
—Está bien..., voy a escribir textos más empa-
lagosos a ver quién cae.
—Entonces estás a la espera de quién cae —dijo
en un tono de decepción.
—No lo estaba hasta que dijiste que no querías
venir. Yo le llamo calabozo a mi vida. Ahora los
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adornos de rosas van a marchitarse antes de que
llegues. Y bueno, sería una lástima que pasara.
No sé, quizá algún día termine encontrando a al-
guien para decirle que si no quiere venir a que-
darse al menos que me ayude a hacer limpieza.
—Es que... No sé. Así de caótica soy, sin rum-
bo, sin norte, sin sol, sin luna, sin un tiempo, sin
nada. Mi caos es un vacío... y es tan grande que se
ha tomado todo en mí.
—Y te ves linda así; mejor no hago nada, no
quisiera que se arruine por mi culpa.
Un breve silencio.
—Llegué al punto en que no sé qué hacer con
el cariño... Hablo en serio.
—No, sí sabes, Mirage, lo que no sabes es qué
hacer con la persona.
—No, hablo en serio. No sé, el otro día mi
mejor amiga me dijo: Te quiero. Y yo respondí:
Ay, qué linda. Y ya.
—Ya veo. Creo que uno se desacostumbra a
eso. A mí me pasa algo similar. Nadie me dice co-
sas tiernas así que cuando alguien lo hace me que-
do mirándola a los ojos mientras me pregunto
"¿Y ahora ésta qué quiere?" Pero también hay
otra cuestión: que cuando alguien me muestra ca-
riño simplemente es algo como que me da igual.
Un tanto irónico para alguien que escribe de
amor. Lo chistoso viene aquí: Cuando soy yo el
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que muestra cariño me pongo tan sentimental
que si reaccionan como yo reacciono probable-
mente me deprima una semana completa.
Me dedicó una sonrisa.
—No sé... eso de ser apático es raro —comen-
tó.
—Pero funcional. Te evitas decepciones e ilu-
siones. Las últimas son peores.
—Sí. Por eso ando apática... no sé... la apatía
se ha vuelto una costumbre, pero a ratos me dan
ganas de sentir algo.
Suspiré.
—Yo ya me cansé de eso. Mi situación ahora es
que ando buscando algo y no lo encuentro.
—Bueno, yo andaba así antes de la apatía.
—¿Quieres decir que es un círculo vicioso?
—Sí, es un círculo vicioso.
—¿Entonces, te gustaría caminar conmigo en
este círculo vicioso?
—Tal vez si coincidimos en la misma etapa del
círculo. Tú ahora buscas algo y a mí no me im-
porta nada. Sería diferente si coincidiéramos en
la etapa de buscar algo. No sé.
—Te entiendo. Ojalá pueda encontrarte des-
pués.
Mirage paseó la mirada alrededor. Las perso-
nas pasaban de largo. Casi nadie se miraba a los
ojos y las sonrisas aquel día parecían prohibidas.
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Un manto de nubes grises desplegaba sus alas en
el cielo. Aquél era un cuadro demasiado triste.
—Es un mundo complicado —dijo.
—No lo creo. Algunos de nosotros solemos
ver mejor en la oscuridad. Quizá sólo debamos
dar nuevo rumbo. Yo creo que el mundo se mue-
ve de acuerdo al ritmo que le damos.
—Yo doy un paso en mi metro cuadrado y no
me muevo de él. Voy mal, ¿verdad?
—Sí, y en todo caso, vamos mal, porque yo
camino en círculos...
Ella asintió en silencio. Las primeras gotas de
lluvia comenzaban a caer cuando la miré de nuevo
y, con ganas de seguir hablando y no saber de qué,
decidí soltar esto:
—Oye, no sé, siento que eres como mi yo fe-
menino.
Sonrió, divertida.
—¿En serio?
—Sí. Y eres tierna.
—Soy malvada, pero no te das cuenta.
—Quizá. No sé. Sólo veo la parte que me
muestras y me gusta.
—Bueno, sí... Soy malvada, pero no sirvo para
hacer bullying.
—Todos somos malvados por dentro, mi
querida Mirage; algunos en cuestiones interper-
sonales, otros para sí mismos y hay quien se lo
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guarda como una manera de autodefensa. Supon-
go que es necesario algo de maldad, sino, ser bue-
no siempre resultaría un tanto aburrido. Me gusta
pensar que el mundo necesita de ese equilibro.
Así que también soy malvado. Y no sirvo para el
bullying. Creo que no debes preocuparte por eso.
Hay quien dice que a veces lo malo opaca a lo
bueno pero eso es cuestión de perspectiva. Yo
prefiero creer que eres mala sólo cuando tienes
miedo. Y que ahora, así como te veo, tierna y bo-
nita, eres mejor, porque a fin de cuentas te sale
bien eso de ser tú misma.
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A BEAUTIFUL MESS
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—Eres absurdo. Y eso me enoja —replicó ella.
—Perdona. Yo sólo sé que te quiero pero a
veces se me olvida cómo demostrarlo. Y suelo
odiarme por eso. No pasará de nuevo, ¿de acuer-
do?
Ella desvió la vista.
—Eso dijiste la vez pasada. Pero entiendo, de
igual manera estaré para ti en todo momento. Pa-
se lo que pase. Así pase el olvido, o lo que sea.
—Perdona de nuevo... Voy a dejar de ser así
de odioso. Te quiero. Y no pasará el olvido. Yo
no puedo olvidarte, Érika. Eso lo sé porque suelo
escribir cosas bonitas cuando me acuerdo de có-
mo sonreías a la cámara ese día. Y te quiero. Te
quiero.
Érika bajó la mirada.
—Sí me olvidarás. Y guardarás mi recuerdo en
un vago rincón de tu conciencia. A veces temo
eso... Pero por ahora, quiéreme. Quiéreme. Yo
te quiero.
Él se acercó a ella y la miró a los ojos, acari-
ciando con delicadeza sus mejillas.
—Sólo puedo decir que no voy a olvidarte. De
hecho, una de las razones por las que me martirio
es por el recuerdo, porque siempre estoy al pen-
diente del pasado, como si aquello solucionase
algo. Y también puedo decirte que no puedo pro-
meterte mucho, sólo sé que ahora te quiero. Y eso
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importa. Que te quiero y por esa misma razón
quiero olvidarme del mundo, no sólo del exte-
rior, sino de ese mundo al que a veces regreso, a
mi interior, donde guardo cosas que no me sirven
pero de las que soy incapaz de desprenderme. Yo
no tengo planes de hacerte un lugar ahí. Eso no.
Tú mereces estar ahora en el lugar más bonito de
mi vida. Aunque yo sólo sea un desastre o ruinas y
tú merezcas algo mil veces mejor. Tenlo en cuen-
ta, Érika. Así, todo hecho cenizas yo te quiero.
Aunque a veces olvide decirte que te extraño, yo te
quiero. Aunque a veces mi manera de demostrár-
telo sea tan absurda, yo te quiero. Con todo lo
que traiga encima.
A Érika le brillaron los ojos. Los separó un
largo silencio.
—Eres increíble —susurró.
—Quizá lo sea, no estoy seguro —contestó él—;
pero de lo que sí tengo la seguridad es de que tú
eres maravillosa. Y de eso no hay duda alguna.
—You're a beautiful mess —dijo ella dulcemente, en
la manera de quien con una palabra puede
solucionarlo todo—. Te quiero.
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ella por primera vez hubiera sentido que aquellos
te quiero eran sinceros, aunque ya le había sucedido
otras tantas veces, pero ya les digo, que aquella
noche fue mágica, porque cuando ambos habla-
ban volvían a sentir todo como si fuera la primera
vez.
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EN EL CIELO
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iban a importar una pira de desconocidos, si estabas
tú? Vimos el atardecer hundirse en el reflejo de una
fuente en aquel parque. Yo sé que te acuerdas. Juga-
mos como niños que no conocen el mundo y sien-
ten que lo experimentan todo por primera vez.
La soledad me pareció imposible al mirarte la
sonrisa, me parecía que había desperdiciado dema-
siado tiempo estando triste por tonterías. Aquel día
hubo colores, la gente se hizo humo, y de pronto, te
abrazaba. Juro que volé cuando me diste un beso, te
juro que no me lo esperaba, pero de un momento a
otro me sentía invencible. Me sentí en cielo dentro
de tus brazos. Tuve la sensación de que era alguien
nuevo, alguien que tenía demasiada suerte. Como si
hubiera vuelto a nacer sólo para mostrarte la mejor
versión de mí, porque no te merecías al anterior.
Fuimos demasiado para un mundo que andaba en
sus asuntos. Al final creí que ese atardecer de verano
se detuvo para mirarnos. Es que, cariño, cuando
estoy contigo suceden cosas preciosas. Aquel día su-
cediste. Aquel día me sentí en el cielo.
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SU MANERA DE QUERERME
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de frente y decir que se hacía con la mejor de las
intenciones. Pero aquel momento lo había olvidado.
Supuse que iba a quererme a su manera. Pensé
que sería una manera menos dolorosa. Al mirarla a
los ojos supe que no tenía marcha atrás, que no que-
ría rendirme y que dedicaría mi tiempo para que-
rerla de una forma diferente. No a mi manera, esa
dolía mucho. El resto iba a improvisarlo por el ca-
mino. Lo cierto es que miré su mano sobre la mía y
me gustó pensar en que hacer el amor no siempre
significaba terminar en la cama. Aquél fue mi pri-
mer paso. Luego iba a abrazarla, luego, quizá, iba a
besarla y, dentro de lo que me permitía dilucidar mi
inocencia, pensaba que para entonces le habría de-
mostrado que la quería bastante.
Pasamos varias tardes así después de aquélla.
Fue una época de lluvias interminables, promesas a
largo plazo y esperanzas intactas. Y nosotros nos
sentíamos dueños del mundo, aunque yo siempre
quise ser dueño de su sonrisa. La he querido cada
vez más. Y cuando se fue pensé, en mi maldita in-
genuidad, que quizá era por el bien de ambos. Que
ésa era su manera de demostrarme cuánto me que-
ría.
Hace muchos años ya de eso. Hoy he vuelto a
mirar aquellas calles y me he visto una vez más ca-
minando solo, sentado en el banco de la plaza a es-
perar a alguien que nunca me había prometido re-
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gresar. Quizá entonces no lo habré comprendido,
pero ahora se me ocurre que quizá su amor tenía
otras reservas. Su manera de quererme al final dolió
más que la mía.
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DÍAS GRISES
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do rápido, sino porque pasaron muchas cosas en un
lapso que al principio parecía imposible. Aquel niño
con las piernas de acero, aquel pequeño gigante de
las mil sonrisas ha crecido muy rápido, quizá dema-
siado. Ha tomado su lugar alguien ciego y práctica-
mente inútil cuya estabilidad mental depende de
unas pastillas. Me inquieta la duda de quién o qué
fue lo que provocó un golpe tan fuerte que hasta hoy
quedan secuelas.
De mis días de niñez todavía me queda el re-
cuerdo de aquel chiquillo que se sentía libre. Tam-
bién la pasaba solo, siempre había tenido que escon-
derse pero al menos no era tan grave. Aquel tiempo
dolía menos. Mi vida se ha convertido en una dolo-
rosa colección de paisajes sin pintar, de dibujos in-
completos, compañeros abusivos, de amores imposi-
bles, lágrimas nocturnas y una eterna cobardía.
Es triste cuando de un momento a otro te das
cuenta de que todo lo bueno que la vida tenía que
ofrecerte ya pasó y ni siquiera lo notaste. Y queda la
terrible incertidumbre que roba el sueño y las ganas
de despertar otro día. Las mañanas comienzan tem-
prano, las tardes duran segundos y las noches son
para las palabras malditas de soledad y nostalgia.
Quizá por eso me parezca que merezco estar solo,
que si alguien viene de seguro perdería la sonrisa
como yo, que quizá se quedaría sin ganas de levantar
la mirada. Y sin embargo, siento la necesidad de te-
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ner a alguien a quien pueda mostrarle mis heridas
sin tener vergüenza, que sepa que soy demasiado hu-
mano pero que ya estoy harto de equivocarme tanto.
Que si me diera la oportunidad, por ella sería otro y
me fugaría de esta cárcel. Puede incluso que le diera
todo de mí, bien para que me abrace los defectos o
para que termine de destruirme. Porque, si quiero
ser sincero, no me importa en absoluto. Quiero sa-
ber qué sentía aquel chiquillo que creía que el mun-
do era un paraíso.
De mi niñez lo que sigo atesorando únicamente
son días grises.
39
LA VIDA COMO EN LAS PELÍCULAS
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bilidad ya no me acompaña, hacerla la chica más
feliz del mundo. Me gusta pensar en esas cosas. Me
gusta creer que por un instante la vida me concede el
privilegio de amar a alguien con las pocas fuerzas
que me quedan.
Mi vida ha girado en torno a un abismo oscuro
y desde entonces poco me importa tener una chica a
mi lado. Lo malo es que ese abismo tiende a mate-
rializarse y mientras más tiempo paso solo más vacío
me siento. Entiendo que a veces simplemente tengo
que esperar, pero la espera tiende a convertirse en
esa confirmación de la soledad que llega a todas lu-
ces a darme una mala noticia. Yo he llegado a querer
bastante a alguien, como siempre, en silencio, como
un cobarde que piensa que lo mejor que puede dar
al mundo es lo que menos espera de sí mismo.
Pero —debo confesarlo— la quiero; porque
cuando sonríe me convierto en alguien a quien se le
olvida estar triste. Todos los días se me ocurre bajar
al sótano del alma, donde oculto mis sueños perdi-
dos, y sólo quiero tener su boca cerca para perderme
en ella (porque no se me ocurriría un lugar más
bonito).
Podría incluso perderme en su cuerpo y sen-
tirme seguro, desear con todas mis fuerzas que nadie
lograra encontrarme jamás. Si la abrazo mientras
duermo y la beso en la penumbra, podría pensar que
por fin me siento feliz. Y si la muerte decidiera ve-
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nir a por mí cualquiera de esas noches, yo la recibi-
ría con los brazos abiertos. Sin reproches, como en
las películas.
42
NO QUIERO OLVIDARTE
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que roba los colores y les confiere el aspecto de pri-
siones demasiado oscuras en las que no se sonríe si-
no hasta que llega la esperanza de morir el día me-
nos pensado. De por sí, sonreír ha llegado a ser par-
te de una canción triste que apenas recuerdo. Cada
lugar me cuenta sobre los momentos más bonitos de
mi vida que quedaron atrapados en fotografías bo-
rrosas criando polvo y olvido. En todos los lugares
estás tú y, al mismo tiempo, a todos les faltas. La
gente tiene frío; por las tardes todo parece formar
parte de un invierno cruel, pero a nadie se le ha
ocurrido pensar en que ese frío es una manera de
anunciar que te has ido, que ya no estás. La felici-
dad, al final, es un atuendo que a muchos nos viene
varias tallas grande.
¿Quién es el traidor? ¿El que apuñala o el que
da la espalda? Después de todo, ninguno de los dos
supo cómo retener la felicidad que prometía quitar-
nos el frío en días como éstos. Comprendí que amar
tanto a veces puede simplificar la vida a dos graves
cuestiones: la monotonía y, por último y no por eso
menos hiriente, el aburrimiento. Cuando estoy solo
pienso en que la felicidad se ha convertido en uno
de esos recuerdos en los que apareces sonriendo,
abrazándome; uno de esos recuerdos que se esfuma
cuando despierto. Tu sonrisa en mi vida es igual a
un espacio en blanco en el que nunca he tenido idea
de qué escribir.
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A pesar de todo no quiero olvidarte. Tengo
miedo de no poder darte las gracias a tiempo. Gra-
cias por ser la pieza principal al rompecabezas que
ha sido mi vida. Gracias por haber estado a mi lado
para comprender lo mucho que duele la ausencia.
Gracias porque abriste caminos en mi interior que
no sabía ni que existían. Gracias por el mundo que
trajiste contigo y por hacer que te quiera como no
he aprendido a querer a nadie. Y sobre todo, gracias
por esas heridas tan bonitas que me tatuaste en el
alma. Sé que sería trivial si dijera que si no hubieras
llegado no sería el mismo, pero es cierto; mi vida
completa no tendría los paisajes que tiene ahora. No
quiero que te vayas de mi mente. Olvidarte es una de
esas misiones imposibles que se les delega a los ton-
tos de remate, o bien a quienes han perdido el orgu-
llo, el sentido común, y la esperanza.
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UNA CARTA EN BLANCO
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me, besándolo como si nunca me hubieras conoci-
do. Mi vida se ha convertido en una promesa que he
pasado por alto; una de esas historias falsas en las
que nadie cree —o dejaron de creer con el tiempo—.
Contando los altibajos, pretextos vanos y sueños
quebrados, mi vida se ha vuelto en esa carta que que-
ría escribirte. Lo malo es que no sé por dónde em-
pezar. Si diciéndote que te extraño o pidiéndote que
no vuelvas (o quizá reprochándote, deseando que
seas infeliz).
Tengo miedo de que la leas, y a veces me asaltan
las ganas de mandarla al tacho de basura, junto a las
demás cartas, pensando que esa es la última salida.
No sé ni porqué te escribo. O porqué lo intento.
Pero tengo en claro que aunque tú quisieras a mu-
chos yo no podría querer a otras, no de la misma
forma. No se me ocurre querer a nadie más que a ti,
con todo tu infinito aval de puñales envenenados de
ilusiones. Date cuenta, esto va más allá de dedicarte
canciones, de escribirte poemas. La última semana
no he sabido cómo escribirte (como si fuera posible
reducirte a palabras ese pozo infinito que se ha ins-
talado en mi pecho), pero aunque lo hiciera, tú ya
eres feliz con otro. Has encontrado en él lo que es-
tabas buscando. Y creo que no hay nada que pueda
hacer al respecto.
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Soy consciente de que el tiempo nos cambia,
porque antes no dejábamos de hablar de nosotros, y
ahora con suerte nos miramos en la calle.
Hoy las páginas siguen en blanco, esperando.
El silencio flota en el aire como marea alta. Las nu-
bes cubren el cielo. Aquí vuelve a ser invierno; allá
vuelve a ser verano. Las cosas son tan diferentes
cuando estamos lejos. Al final esta carta es otra que
irá al tacho de basura, porque no me siento capaz de
poder explicarte el nudo en la garganta de lo que es
vivir sin ti y que a ti no te importe. Qué más da. De
nuevo prefiero callarme.
48
NO SOY PERFECTO
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que para mí hayan desaparecido las demás al mirar-
te.
Debes saber que desde que te vi vengo deseando
que pudieras pasar por alto mis defectos y te que-
daras a besarme las virtudes. Que de un momento a
otro cambiaras mi vida y me quitaras el martirio de
tener que desacostumbrarme a esos te quiero que te he
dicho en sueños, que me ayudaras a evitar tragarme
una parte de mi vida que jamás te entregué, que no
fuera necesario asesinar unas esperanzas que se
aprendieron de memoria tu sonrisa. Me jode qui-
tarme estas ilusiones de encima y aceptar que estás
de paso, que te esperan en otro sitio y que tarde o
temprano tendrás que irte ignorando que te dedi-
caría todas las canciones que me gustan, aunque sean
tristes, y que sería incapaz de mirar a otra parte sin
querer encontrarte ahí siempre. Y confío en que
aquel que te espera al otro lado sea el indicado. Sé
que te gustan más altos, más alegres y que sepan ha-
cia dónde ponen el rumbo de su vida. Ojalá que se-
pa hacerlo todo bien, que te quiera mucho, y que te
dé aquello que me prometí darte y que jamás pude;
que sepa desnudarte completa, comenzando por tu
silencio y terminando por tu alma.
Es difícil adecuarse a la ausencia de alguien que
sólo estuvo de paso y supo crear una historia tan lar-
ga en tan poco tiempo. Es jodido aceptar que a veces
uno simplemente está de espectador en la película
50
que se proyecta desde otros ojos. Es triste porque a
esas personas que están de paso suele entregárseles la
vida completa y ellos nunca llegan a saberlo. Como
tú. Aunque sigo esperando que pueda ser diferente
contigo. Que te bajaras de aquel tren y cancelaras tu
viaje por la vida de otros que también te quieren.
Que de alguna manera nunca te vayas y me digas que
no tienes razones por que marcharte y que hay
oportunidad para crear otro final a esta historia.
51
CARTA SUELTA
52
que fueras ese alguien que me pasé media vida bus-
cando, la persona de la que muchos hablaban para
referirse a la indicada. Supongo que al paso que voy
encontrar a alguien así se convierte en una meta
demasiado lejana. No he sido el mismo, tengo que
decirlo, y la idea me aturde. Me ha costado entender
que nadie está más cerca de nosotros que el espejo
en el que nos negamos a reconocernos. Porque
quiero irme de aquí, pero ya no tengo salidas, si eras
la única persona por la que me hubiera jugado la vi-
da que ahora me falta. No hay peor ruptura que la
de separarse sin siquiera despedirse. Nunca dijimos
adiós pero lo recuerdo como si hubiese sucedido,
quizá para que las cosas me duelan menos. Fuimos
demasiado silencio acumulado. Cuando abrimos la
boca simplemente sucedió que tenía que suceder.
Mis amigos me preguntan por ti y yo sólo cam-
bio de tema para evitar responderles, aunque a veces
no digo nada, esperando que el silencio pueda sig-
nificar más que la ausencia de alguien que nos roba
las palabras. Y bueno, al final creo que es algo pro-
pio eso de pensar demasiado y encerrarme en mi
mente, deseando encontrar la salida a un laberinto
que tiene demasiadas trampas. No es nada nuevo pa-
ra mí.
Eso era todo. Si te preguntas cómo estoy, creo
que te di suficiente respuesta. Ahora espero la tuya.
53
LOS MILAGROS SÍ EXISTÍAN
54
do, aunque en aquel instante, sin titubeos, supe que
me gustaban las pelirrojas. O quizá no. Sólo ella.
Me abrazó sin mediar palabra y pude compro-
bar que los milagros existían, y que existía también
ese mundo fuera de las paredes que habían sido mi
cárcel. Los silencios dejaron de ser ausencias de
palabras, se convirtieron en un idioma distinto, uno
que sólo nosotros entendíamos. La quise por eso,
por el mundo que trajo consigo, y porque cuando
dijo quererme para mí significó un rescate, el des-
pertar de una vida que tenía adormecida.
Aquella tarde, mientras tomábamos un café y
las gotas de lluvia resbalaban en la ventana, me di
cuenta de que a su lado la tristeza se quedaba sin ar-
gumentos y de que la vida se había vuelto más ama-
ble. Con el tiempo sonreír se me hizo menos dolo-
roso. Aquél era otro universo, un mundo de gestos y
miradas, de respuestas a preguntas que nunca tuve
tiempo de formularme. Ella supo demostrarme que
siempre estaba un paso al frente, porque al verla me
entraba la certeza de que a este mundo todavía le
quedaba algo de futuro. O a mi vida, si acaso.
Con el tiempo aprendí a interpretar sus silen-
cios y esas manías que la hacían preciosa. Era como
un atardecer instalado en casa, con mi lugar fa-
vorito del mundo tatuado en su sonrisa al que acudía
a veces cuando necesitaba creer de nuevo en la ma-
gia. Aprendí a amar su manera de decir quédate con
55
una mirada, su forma de encender el mundo en una
noche y apagarlo al día siguiente. La quise porque
fue lo más bonito que me salía hacer con ella. Que-
rerla. Como si aquello pudiese solucionarlo todo,
sanarme las heridas del alma, encender esa llama que
la esperanza dejó apagada. Creo que a pesar de mis
cicatrices aún me quedaba esa ilusión de que alguien
llegase tarde o temprano para arreglarme la vida,
porque de pronto la habitación no me pareció tan
vacía, las paredes estaban limpias y en mi vida que-
daba una página en blanco en la que comencé a es-
cribir esta historia. Veíamos películas en las tardes
en las que llovía o soleaba, pero que siempre hacía
frío. Luego tomaba su mano y le daba un beso, re-
conociendo en ella la vida que se me había negado.
No fue casual que me haya fijado en ella, si al cono-
cerla pude entender que hay caminos que, en lugar
de llevar a algún sitio, llevan a una persona.
Me gustaba mucho, lo juro, tanto, que en lugar
de reírse me parecía que cantaba canciones, y que
cuando me abrazaba era capaz de formar un escudo
impenetrable contra el miedo. No necesito que na-
die lo entienda. Cualquiera que la hubiera visto co-
mo yo la vi hubiera creído que estar enamorado es la
manera más sincera que tenemos para admitir que
nunca hemos estado cuerdos del todo.
Esa chica cambió mis planes, aumentó los es-
quemas de mi vida, apaciguó soledades, traía la feli-
56
cidad envuelta en papel de regalo aun cuando no
eran días festivos. Maldita sea, ¿cómo no iba a que-
rerla? Era una revolución completa. Y fue bonito
sentirse querido después de ser yo mismo la persona
que más odiaba en el mundo.
Y entonces lo que no comprendí al principio
lo comprendí con el tiempo: Ella había llegado a
inspirarme a sacar todo lo bueno que podía quedar-
me, era una chica por la que valía la pena, sino mo-
rirse, al menos dedicarle la vida. Se llamaba Érika, y
estoy seguro de que su nombre es el más bonito que
pueda ponérsele a una estrella que, en lugar de es-
perar a que le pidan deseos, decide convertirse en
uno.
57
AQUELLA NOCHE
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volar y ser el dueño del mundo. Te tomé por la cin-
tura y las demás parejas dejaron de existir; me pa-
reció que éramos los únicos en esa pista de baile; las
luces parpadeando, ambos moviéndonos con la
seguridad de ser los dueños de la fiesta. Tú sonreías
y yo sólo pensaba en lo lindo que sería pasar el resto
de mi vida contigo, como si por alguna razón fuera
posible sacarte de mi sueño y traerte a mi lado.
Aunque allí no sabía que estaba soñando. Su-
pongo que es así: cuando pasan cosas bonitas mien-
tras duermes a ti te parecen reales, y en ese momen-
to no piensas en otra cosa más que en disfrutarlo
todo mientras dure porque, en sí, lo que te saca mil
sonrisas a veces tiende a durar sólo un momento. No
puedo recordar la música; se me pasaron muchos
detalles por mirarte a los ojos, un par de pozos infi-
nitos llenos de promesas sin dueño. Yo siempre ha-
bía tenido expectativas de la vida, y tú siempre habías
sabido superarlas todas.
Cuando desperté aún abrazaba la almohada.
Era tarde, me sentía agotado. Sólo entonces me di
cuenta de la migraña que me atenazaba la cabeza, de
los dolores que me recorrían el cuerpo con látigos
de fuego; aunque más me dolió el saber que te ha-
bías quedado atrapada en un sueño que se desvanecía
con el tiempo. Yo te había visto preciosa. Los chicos
del baile sabían que eras imposible y, cuando me vi
solo en aquel lecho de tristeza, para mí también lo
59
fuiste. Te tenía cerca, mis brazos rodeándote con
delicadeza; y aun con tu calor supe que estabas lejos.
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TU TRISTEZA SIN SENTIDO
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NOCHES PERFECTAS
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heridas se atreven a quererse, de alguna manera, esas
grietas se juntan; se detiene la hemorragia de tristeza
y encuentran un refugio lejos del miedo en el abrazo
de la otra persona. El amor nos hace ver las heridas
de quienes queremos como una manera de com-
prensión. Nos hace abrazar los defectos —aunque
para mí era perfecta—, y nos convence de que los
sueños imposibles no existen, que detrás de un par
de ojeras se encuentra un universo de prodigios, y
que hay un paraíso enmascarado por un par de
labios preciosos.
La tristeza, el miedo, la soledad, vienen a ser de
otro mundo. Por eso la quería, porque el amor era
lo único que me salía hacer bien con ella: a su lado
los días eran menos crueles, las tardes siempre eran
más interesantes y las noches, ni qué decirlo, las
noches eran perfectas (como ella).
64
UN ERROR IRREMEDIABLE
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textura y disfrutaba cuando nuestros labios no per-
donaban nada. Las noches se me hicieron infinitas.
Quererla siempre me significaba una nueva
aventura, cuando no el mayor de los peligros. Al fin
y al cabo sólo la tenía a ella; a ella y su encanto.
Pero por alguna razón, supe que había cometi-
do un error irremediable. Quizá fuera esa ausencia
que sentía cuando dormía a su lado. Quizá esa sen-
sación de creerla lejana cuando más de cerca me
miraba. No sabría decir más que yo la quise. Que
cuando estaba con ella todo llegaba a importarme
menos. Supongo que fue un error, pero yo jamás
me sentí tan afortunado.
66
EL AMOR QUE NOS FALTA
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Supongo que con el tiempo los días se apagan,
pierden colores y nosotros dejamos a un lado las ga-
nas de ensuciarnos la ropa para ensuciarnos la vida.
Para dejarnos llevar por el espejo, para que los de-
más digan de nosotros mismos aquello que jamás
hubiésemos pensado decir.
Ya no invitamos a nadie a la fiesta del cumplea-
ños; los regalos se han reemplazado por notifica-
ciones de Facebook, los amigos por los mensajes de
gente desconocida, la piñata por un día más en casa
con la soledad golpeándonos con la rutina a ver qué
llevamos dentro, pero estamos vacíos. Nos falta al-
guien y es ese pasado que se esfuma y aquellos días de
los que ya no nos acordamos. Hemos comenzado a
envejecer desde los doce años. Vemos al mundo en-
tero como una amenaza. Nos enseñaron a ser ama-
bles con los demás sin advertirnos que nadie más lo
sería con nosotros.
A lo mejor es porque el mundo se ha marchita-
do, o quién sabe. Lo cierto es que papá ya no nos
lleva del sofá a la cama cuando nos quedamos dor-
midos, a mamá el tiempo le ha dibujado las expe-
riencias en la piel y los años les han coronado esa sa-
biduría blanca que ahora llevan en la cabeza todos
los días. Son lo único que nos queda. El refugio del
que hemos salido y al que terminamos despreciando.
Nos hemos descuidado de ellos: se están consumien-
do en silencio, en la sombra de nuestra arrogancia.
68
¿Cuándo volveremos a decirles te quiero sin que pa-
rezca una obligación?, ¿cuándo dejaremos de re-
procharles por nuestros propios errores? Quizá he-
mos querido a las personas equivocadas, y las correc-
tas siempre estuvieron esperándonos en casa, con la
cena lista, con los abrazos que nadie nos da ahora,
con esas palabras que no escuchamos de nosotros
mismos.
¿Y saben qué? Estoy seguro de que ése es el
amor que nos falta. Yo tengo mucho que decirles.
A mi padre: tenías razón.
A mi madre: tenías razón.
A ambos: Me equivoco a diario y cuando pienso en esto me
siento de nuevo como un niño. Quizá porque nunca dejé de serlo, en
el fondo, y hoy me he dado cuenta. Los quiero. Perdónenme por ha-
ber desperdiciado tiempo escribiéndoles a esos amores de paso, en
lugar de haberlo invertido escribiéndoles a ustedes, los eternos amo-
res de mi vida.
69
MI MALA MEMORIA
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significó un peso muerto atorado en la garganta.
Quise gritar, pero apenas podía contener las lágri-
mas. Te busqué hasta que no me quedaron lugares
en los que podrías haber estado.
Decidí volver cuando las últimas luces del sol
pintaban de púrpura el horizonte sobre el que se
contrastaban las siluetas de los edificios. Subí los
peldaños de la casa sintiendo que el alma se me que-
daba afuera, con tu espejismo. Para mal de mis pesa-
res, te veía en todas partes; llenabas cada rincón de
un hogar que de no ser por tu recuerdo me hubiera
parecido demasiado solitario. Estabas en la habi-
tación, leyendo, mirando películas, diciéndome con
canciones que siempre estarías conmigo. Resulta
duro pensar que volveré a verte sólo cuando cierre
los ojos. Resultan odiosas las horas que paso delante
de la puerta esperando a que entres para quitarme el
frío una noche de éstas. Pero te espero. Aún abrazo
la almohada imaginándote. Si vuelves, comenzaría
de cero, lo haría todo de nuevo. Cometería menos
errores y esta vez te dejaría sin ganas de irte. Hare-
mos lo que tú quieras, incluso marcharnos juntos. Y
ojalá fuera suficiente para compensarlo. Suficiente
como pago por mi mala memoria. Porque a veces se
me olvidaba que estabas triste.
71
LAS GANAS DE QUERERLA
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con nadie. Los colores se desprenden, el sol se aleja
y a mí no me queda más que cruzarme de brazos.
El mundo tiene un sabor amargo, y a pesar de
eso me da ganas de surcarlo, atreverme a desplegar
estas alas cansadas y salir a decirle que la quiero. En-
contrarme con su sonrisa y tener la esperanza en que
nadie vendrá a destrozarnos la vida. Me bastaría in-
cluso con mirarla a los ojos y encontrarme con el fi-
nal de mi tristeza. Tener la seguridad de que es
quien se merece conocer este amor que no me he
atrevido a pronunciar en voz alta. Si llegase aquel
día, probablemente el mundo daría un giro brusco.
Quizá las tardes serían más cálidas y no me daría
miedo cerrar los ojos en las noches. Mientras tanto,
seguiré manteniendo esas ganas de quererla, porque
no soy lo suficientemente valiente para desarraigar-
me de mis miedos. Mi secreto es simplemente que la
quiero. Mi mayor miedo es, sin ir más lejos, que ella
no sienta lo mismo.
73
BLANCO Y NEGRO
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bra, guiándome únicamente por sus gemidos. Se
aferró a mí, herida de abandono y desprecio. Supe
también que aquella noche iba a ser la única a su la-
do. Supe que al abrir los ojos de nuevo ella se habría
marchado. Pero por un instante ignoré la posibili-
dad de caer en el abismo y la tomé. Se entregó con
rabia y anhelo. Sus labios quebradizos me besaron el
alma. Mis manos temblorosas la recorrieron com-
pleta. Durante un tiempo que me pareció infinito,
desaparecimos del mundo. Nos sumimos en un le-
targo gris, intentando sanar las heridas, formando
una sola alma. Nada en el mundo me supo más dul-
ce que aquel triunfo. Entonces comprendí que había
cumplido uno de mis sueños. Me dije que, incluso si
la muerte llegaba aquella misma noche a por mí, yo
la recibiría con los brazos abiertos.
75
TE QUIERO
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quieras cambiar porque yo no cambiaría nada de lo
que eres por otra cosa.
Sé que a veces piensas que soy indiferente,
cuando en realidad simplemente respeto tus silen-
cios. Eres una chica complicada y así me gustas, por-
que la vida para mí es más bonita si es impredecible,
si estás tú para ponerla de cabeza si es necesario
(porque también amo esa locura tuya de hacerlo to-
do a tu manera). Y ojalá que pienses en mí cuando
tardas en dormir. Ojalá que no se te olvide esa his-
toria que tenemos por delante.
Sé que hay ocasiones en las que no te soportas
pero siempre me tendrás aquí para cuando quieras.
Respeto tus silencios pero me encanta cuando me
hablas, me encanta escucharte y estar ahí cuando te
sientes sola —porque conmigo nunca lo estarás—.
Hay veces en las que me pregunto cómo es posible
que quieras desaparecer cuando me haces la vida más
bonita. Te quiero.
77
EL SIGNIFICADO DEL AMOR
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Los días siguientes aquel miedo fue materiali-
zándose en momentos en los que las palabras se nos
acababan. Ya no mirábamos las mismas películas, ya
no salíamos juntos; aparecieron pretextos y nació
una maldita horda de inseguridades. Yo la tomaba
de la mano y la sentía más lejos que nunca, las calles
nos miraban con ojos tristes y el cielo parecía escon-
derse detrás de un velo de nubes espesas. Al buscar
su sonrisa me miraba con ojos vacíos; yo no sabía si
interpretar aquello como una señal de auxilio o de
despedida. Al besarla me parecía que esa magia de su
boca me abandonaba. Las noches fueron más frías a
pesar de dormir abrazados. Su piel ardía pero no me
quitaba el frío. Ya no.
Y luego tuve que ver, resignado, cómo aquel
significado que le habíamos atribuido al amor se
desmoronaba, como un castillo de arena. He pasado
varios días sin comprender la naturaleza de este em-
brollo. Es que, a pesar de que pase el tiempo, siem-
pre habrán heridas que dolerán como si recién estu-
viesen hechas; recuerdos que aparecerán de súbito al
ver una foto, una película, al escuchar una canción y
darnos cuenta de que ese alguien nos sigue doliendo
a pesar de estar tan lejos. Y es que es demasiado iró-
nico que la persona que te olvida sea a quien más re-
cuerdes.
79
ENVENENADOS DE TRISTEZA
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do, sin embargo, esconde secretos, heridas que tar-
dan en cerrarse. Lo que le mostramos a la gente no
es más que lo que no nos molestaría que supieran de
nosotros. Porque siempre guardamos algo para la
noche en que nadie nos mira y lloramos en silencio;
durante aquel momento estamos desnudos, sin na-
die ya a quien mentirle, con nuestros demonios, con
nuestro infierno
Y nos sentimos solos, extrañando a personas
que nunca debieron venir, robándole a la soledad
un poquito de sentido, rogando, quizá, a Dios para
que se apiade. Y al final decidimos que lo mejor se-
ría limpiarnos las lágrimas y aceptar la realidad, que
afuera nadie está para salvarnos. Ni tú, ni yo nos
merecemos esto. Borra los recuerdos, o al menos no
dejes que te afecten. Yo ya he hecho lo propio. Me
he escondido del mundo pero también soy sincero
conmigo mismo. Si alguna vez nos quisimos ya no
importa. Si estamos juntos es sólo para acallar nues-
tra alma. Pero estamos heridos, llenos de grietas que
sangran recuerdos. ¿Lo ves? Era mejor que nunca
hubiésemos llegado a conocernos. O quizá lo mejor
hubiera sido nunca despedirnos. Lo repito: ya no
importa. Es hora de seguir viviendo.
81
ANALFABETOS SENTIMENTALES
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tos sentimentales. Te cojo de la mano al caminar.
Hace frío: es la forma que tiene el invierno de ha-
blar con nosotros. La brisa mueve tu pelo y me en-
tran ganas de acariciarlo para que baile en mis ma-
nos, como baila la luna en tus ojos aquellas noches
en las que despertamos de madrugada y salimos a
mirar estrellas como quien cuenta oportunidades
perdidas. En aquellos instantes no importa nada más
que la forma en que decidamos continuar con la ila-
ción de una historia que tiene demasiados silencios
intercalados.
Enciendo un cigarro, te miro; tengo ganas de
consumirme tus labios, drogarme con ese veneno
por el que muchos han muerto sin haberlo probado
nunca. El humo asciende de entre mis dedos. No
me he atrevido a fumar, nunca lo he hecho. No
importa a final de cuentas. Únicamente me importa
saber lo que callas cuando te pregunto en qué pien-
sas y te limitas a mover la cabeza. Pasamos otra noche
en vela, juntos, abrazándonos e intentando ralenti-
zar el tiempo de un juego en el que vamos perdien-
do. Aquella noche no hicimos el amor, sólo tuvimos
sexo, porque ya no eras tú, de alguna forma, ni yo;
éramos un par de salvajes intentando saciar una sed
que nos controlaba. Nos desconocíamos.
Al día siguiente olvidamos nuestros nombres:
se ha hecho tarde de nuevo, maldita sea. Te extraño
de una forma desesperante. Agoto las horas pensan-
83
do en ti, frente a la puerta, esperando el momento
de verte entrar, que dejes tus cosas y me abraces
mientras me haces recordar las razones por las que
he llegado a quererte tanto. Y, joder, mientras te es-
pero la soledad quema, aunque es invierno, pero
sabes bien que el mundo y yo nunca compartimos el
mismo clima. Ojalá que logremos encontrarnos a
tiempo, antes de marcharnos para siempre y que el
calendario decida vengarse de nosotros; antes de que
sea tarde y termine por olvidar tu sonrisa hasta caer
enfermo, intentando convencerme de que besarte la
ausencia es la única forma que me queda de hacer el
amor con alguien.
84
UNA BELLEZA DOLOROSA
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hacerlo esos deseos que saben que por más que
cierres los ojos y los pidas jamás vas a alcanzar que se
cumplan. Dolía tanto como un sueño del que des-
piertas queriendo saber qué sigue después. Tanto
como las respuestas que nunca llegan a tiempo.
Yo sólo me he dedicado a mantenerme al
borde del precipicio, al lado de un vacío al que cada
vez me siento más tentado a saltar aun sabiendo lo
que eso conlleva: alargar las horas mirando a ningu-
na parte, perdido en un lugar del que no puedo en-
contrar la salida a pesar de que me conozca sus rin-
cones de memoria; apagando despertadores de golpe
y no por no querer salirme de la cama, sino porque
siempre despierto antes. Dejar de mirarme en el es-
pejo por temor a encontrarme con un extraño, pen-
sando en mil cuestiones de mi vida que no tienen
arreglo y en personas que ni me conocen. Aunque
ella me conocía, pero nunca supo tomarse un tiem-
po para conocer esa otra parte de mí que la llamaba
por las noches, que deseaba a gritos que dejara de
ser sólo un pensamiento abstracto y esas ganas de es-
capar hacia un lugar en donde no me doliesen tanto
las cosas.
Y que no, joder, que no se fuera cuando abrie-
ra los ojos, y que supiera quedarse aun cuando todo
jugara en nuestra contra. Los espejismos aparecen
cuando la desesperación, en lugar de hacernos co-
rrer hacia la salida, nos hace sonreír ante la certeza
86
de nuestra propia muerte para recibirla con los bra-
zos abiertos.
Quizá al final sí, fue una suerte de rescate el
que haya venido a mostrarme una cortina de humo
para no desesperarme tanto. Pero ojalá nunca hu-
biera sabido más de la cuenta, ojalá que nunca se me
haya dado por hacerme demasiadas preguntas.
“Oye, que te quiero, y quiero que logremos ser algo más que
un naufragio. ¿Tú me quieres?”
Y ella sonreía. Y yo sólo pensaba en llevar sus
labios a mi boca para suicidarme de una vez por
todas.
“Tú ya sabes la respuesta: te quiero.”
Ojalá que todo siga siendo una mentira porque
a estas alturas sería lo más cercano a una verdad a
medias que no duele y que disipa los temores tem-
poralmente. Que, a ver, estoy tan jodido que si vie-
ne a pintarme un paisaje me quedaría a vivir en él
para siempre aun si se tratara de un lienzo vacío. Yo
todavía creo que los atardeceres son los momentos
perfectos del día a los que vale la pena dedicarles to-
da la nostalgia acumulada en el alma. Me habría bas-
tado con dejar de pensar, ser como las hojas de oto-
ño y dejarme llevar por el vendaval de la desidia con
tal de no soltarme de la única esperanza de la que
pendía mi vida. No espero que nadie lo entienda
porque escribir siempre te abre esa otra parte de la
realidad en la que te das cuenta de que por mucho
87
que alguien te lea no podrá comprenderte por com-
pleto, o por más que escribas no podrás decir ni la
mitad de lo que tienes atorado en la garganta.
A veces envidio la suerte de algunos ingenuos
cuando quieren a alguien y se dejan llevar; los que al
final mueren sin saberlo y sin tener que enfrentarse
a la fatídica responsabilidad de ser sinceros consigo
mismos.
88
ME QUERÍAS
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dos caminos que se juntan para llegar al mismo sitio.
Tus silencios se comían la nostalgia, y lo que más me
gustaba de ti era tu manera de salvarme con una
sonrisa y con esa ternura que nunca había visto en
otras. Nunca he creído en la magia, ¿sabes?, pero
siempre supe de sonrisas que eran capaces de sus-
pender el tiempo. Yo creo que, sin ir más lejos, te
habías convertido en la manera más bonita de cantar
victoria después de tomarte la mano.
Yo me había enamorado, claro, ¿cómo no
quererte tanto? Conseguías esconderme la tristeza y
facturar la nostalgia, le robabas minutos a la muerte
y traías la felicidad a casa. Contigo aprendí que el sol
podía salir a las tres de la mañana, y que las estrellas
nunca estarían solas si te quedabas a contemplarlas.
Mientras lo hacías yo me sentaba a tu lado. Y juraba
que las noches nunca habían sido tan largas, ni tan
bonitas.
Recuerdo también cuando llovía y te abrazaba
como si fuera la primera vez que abrazaba a alguien,
como queriendo encerrar todos mis deseos en tu
cuerpo, como diciéndote “Quédate” con los brazos.
Eras esa respuesta al socorro que vino a mí antes de
hundirme por completo en esta incertidumbre. Me
aferraba para no dejarte escapar, temiendo que fue-
ras a esfumarte. Tú sólo sonreías y me decías: “No voy
a irme, idiota, he venido para arreglarte la vida”. Y yo siempre
era capaz de joderme un poquito con tal de que te
90
quedases más tiempo. Claro que lo recuerdo, cari-
ño. Fueron los únicos días en los que me di cuenta
de que nunca había deseado tanto que alguien se
quedase conmigo para siempre.
91
LA MEJOR PARTE DE MI VIDA
92
Era precioso saber que había alguien que tenía
miedo de perderme.
Porque yo nunca supe cómo encontrarme del
todo, y porque ya le había perdido el rastro a una fe-
licidad que me cambió por otro, como si fuese un
objeto desechable. Así me sentía antes de que llega-
ras.
Antes, incluso, de que me dijeras que en mí
encontraste al hombre que pasaste tantas noches
idealizando. No te he dicho todavía que la fortuna
más grande para una persona como yo es tener a al-
guien que haya sabido confeccionar mis deseos y ha-
cerse un vestido con ellos. Porque, maldita sea, eres
preciosa. Preciosa como saber que existe la magia sin
truco. Como saber que por mucho que el miedo me
aprisione no voy a quedarme solo de nuevo.
No sabes la de veces que he deseado que nunca
amaneciera, cuando el alba me sorprendía acari-
ciando con mis ojos tus curvas, el perímetro de tu
cuerpo, centímetro a centímetro, mientras tu respi-
ración le ponía banda sonora a mi silencio. Pensaba
entonces que era imposible que hubiese otro hom-
bre en el mundo con mucha más suerte que yo. A tu
lado era incapaz de imaginar alguna catástrofe.
Me has quitado las ganas de regresar al pasado.
Te has quedado a vivir en una ciudad desprovista de
playas, donde sólo hay frío por todas partes. Creo
que todos tenemos una estación prolongada en
93
nuestro interior, ésa que dura más que las demás.
Pero también sé que algunas personas vienen de no-
che y hacen que de un momento a otro amanezca.
Tú eres una de ellas. Te estás quedando con el tiem-
po de la mejor parte de mi vida. No me lo devuelvas.
Jamás.
94
UNA TRISTE EXCUSA
95
edificar muros invisibles de silencio, por si todavía
existiese alguien con ganas de saltarse algunas señales
de advertencia.
Me di cuenta de que tengo un infierno en el
corazón: lo supe hoy al mirarme en el espejo. Y no
se lo he contado a nadie, no vaya a ser que se le ocu-
rra intentar cambiar esto en lo que me he converti-
do: otro más al que se le da difícil no saber cómo
callarse tantas cosas. Llevo días intentando hallarle
sentido a mis insomnios. Y ojalá que la próxima
persona que se atreva a romper mi silencio haya
aprendido primero a apagar un incendio, si no,
imagínate, terminaría dañándola también. El círcu-
lo vicioso de la esperanza: una triste excusa, como
decía.
96
VOLVERÁS ROTA
97
canción más bonita. Que sus poemas nunca tuvieron
sentido hasta que llegaste y le pintaste su mundo con
todos los colores que le quitaste al mío. Pude ver
cada parte de mí derramada en un romance que no
tenía ni pies ni cabeza. Dolió, pero hay quien asegu-
ra que toda herida se cierra y que las personas que
un día vienen a vivir en nosotros algún día termina-
rán mudándose. Nunca había sentido tantas ganas
de que alguien venga a decirme que por mucho que
te esperara no ibas a regresar, al menos con las mis-
mas ganas y los mismos sueños, con todos los ador-
nos que le quitaste a esta casa que de no ser por mí
ya me la habrían embargado hace tiempo.
Y tus ojos, ahora, fijos en los míos, con esa mi-
rada que no desencajaría en un purgatorio. Has
vuelto, y es lo más triste: el que yo ya no te haya esta-
do esperando. El que haya cerrado la puerta a la
conciencia y haya decidido que la próxima parte que
tendrás de mí será ese rincón al que nunca se me
ocurre mirar por si me da demasiado asco. Te pon-
dré su canción de fondo. Te recitaré los poemas que
te escribió un día para que sepas cómo duelen las
palabras cuando las dices para alguien que no tiene
intención de escucharte. No es que sea malo. Yo ya
te lo había advertido desde el principio: volverás ro-
ta. Aunque lo más gracioso —y esto no me lo puedes
negar— es que te hayas atrevido a volver.
98
HE COMENZADO A ODIARTE
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aprendido a sobrevivir a todos los inviernos, pero
eso no significa que no haya tenido ganas de quedar-
me por el camino. Porque el camino, si bien ter-
mina lejos de nosotros, pasa por todo lo que fuimos.
Incluso hay una esquina que dobla hacia tu casa, y
hacia esa valentía que no tuvimos para cumplir las
promesas.
Pero es tarde y a estas horas todo tiene el aspec-
to de una ciudad olvidada, vacía, en donde siempre
es de noche. Me parecería inútil intentarlo. Tú ya
no estás y seguir me significa una pérdida de tiempo.
Así que cada vez que quiera huir serás la última en
saberlo. Y un día vas a acordarte de mí pero ya será
demasiado tarde. Para entonces ya me habré muda-
do solo a ese lugar en el que había reservado una ce-
na para dos, una cama de matrimonio, y una vida
que va a quedarme demasiado grande. Creo que he
comenzado a odiarte, cariño. Espero lo entiendas,
aunque luego no le encuentres ningún sentido.
100
LOS DESASTRES
101
no iba a quererme ir jamás. Que en ti tenía asegura-
da una tregua indefinida para mi mundo, esa clase
de mundo que de la paz lo único que conoce es una
bandera blanca en la que bien podrían escribirse to-
das las razones para morirme.
Y sí, que eras preciosa aun con tus cimas y tus
abismos, y que tus cielos eran tan tristes como lo
eran tus ojos arrastrando toda la felicidad que te
quitaron a la fuerza. Pero dolías. Dolías como sólo
puede doler todo el futuro que nunca podrás lograr
con alguien. Dolías como los planes cancelados a úl-
tima hora, como aquel tren al que me subo sabiendo
que no me lleva a tu casa. Supongo que al final todo
llega aquí y aquí muere, mientras que uno se queda
pensando en lo jodido que es saber que el amor
también tiene esa parte que se parece mucho a un
acantilado. Un acantilado demasiado precioso a la
vista de cualquier suicida, que terminé siendo yo
junto a esta soledad a la que le busco razones para
justificar que no se haya marchado todavía.
Sigues siendo ese desastre al que nunca voy a
ponerle nombre. Y yo sigo intentando traducir a tu
idioma toda la angustia con la que puedo cargar si
hay quien se empeña en joder mi significado del
amor y aun así convertirse en las cuatro estaciones de
mi vida.
102
OTRA DE ESAS NOCHES
103
tas preguntas decidimos que no nos gustan del todo
las respuestas. No te imaginas lo que sería capaz de
ofrecer a cambio de no saber demasiado, de ser ca-
paz de pronunciar tu nombre sin que aquello me
abriese las cicatrices.
La madrugada me sorprendía despierto y caía
en la cuenta de que, a mi pesar, te estaba esperando.
Te había esperado porque soy un idiota romántico
que cree que esperar a alguien es una bonita decla-
ración de amor. Sin embargo, sabía que me tocaba
sobrevivir de nuevo. Lo último que recuerdo de los
días anteriores es que estuve a punto de dejarme la
vida en la calle junto a la vida de otros que, como yo,
estaban incompletos y seguían sonriendo como dis-
culpándose por sentir demasiado. No estoy muerto,
vale, pero si a esto le llamo vida preferiría darme un
tiro ahora mismo. El otro día salió por las noticias
que un cuerpo fue encontrado en una de las aceras
del centro. Te juro que hasta ahora no me explico
cómo es que pude tomar fuerzas y llegar hasta aquí.
Supongo que a la prensa se le olvidó mencionar esa
parte. No estoy seguro, sólo sé que hoy será otra de
esas noches.
104
QUE TE QUIERA OTRO
105
dome de algo que nunca supe cómo aceptar por
completo: ser yo mismo.
Mira, voy a ser claro: En este mundo, donde
hay muchas leyes, la única injusticia que se me ocu-
rre es que no estés conmigo. Que se me hayan apa-
gado las luces de la esperanza y que mis sueños ten-
gan por vigencia el tiempo que tardes en venir para
cumplirlos. Ha pasado mucho, también. Mis días se
han reducido a cantarle canciones a la tristeza y ha-
blar con ella de ti, de cómo es que he terminado en
este lugar, y de cómo, aparentemente, la felicidad se
ha vuelto alérgica a sacarme una sonrisa.
Date cuenta de que el problema de la mayoría
de las cosas se encuentra en la raíz que las origina.
Por ejemplo: el problema no es que yo esté aquí, el
problema es que tú me trajiste. El problema es que
la única cosa que me dejaste son esas ganas de viajar
al lugar en el que escondes tus secretos, de ver que
hay paisajes cada cierto tramo y pensar que ésas son
las mejores partes del camino. Quizá fui incapaz de
abarcar todo aquello en mi vida, que está tan rota
que la poca alegría que tiene se escapa por las grietas.
Venga, que te quiera otro, un chico completo, que
sepa jugar bien las cartas y entienda que tú siempre
serás más de lo que alguien merece.
106
UNA HISTORIA PRECIOSA
107
nándonos la tristeza. Hacíamos el amor como espe-
rando que eso nos resucitara la esperanza de volver a
creer en las cosas bonitas. Y funcionó. Luego vino el
otoño y las hojas se tiñeron del color de sus ojos.
Ella siempre me recordaba a lo mucho que uno
puede querer a alguien. Y a veces sentía que me que-
daba corto cuando le decía “Te quiero”. Cómo ex-
plicarlo… siempre iba a quererla más, joder. Era to-
marla de la mano y dar un salto al vacío. Sus ojos
eran estrellas que siempre brillaban aunque fuera de
día. Tenían un abismo precioso, al que me provoca-
ba lanzarme aun sin paracaídas. Ella se merecía to-
dos los poemas el mundo, claro, y quería ser yo
quien se los escribiese. Quería que su sonrisa llevara
mi nombre, como un recordatorio de que a veces los
poetas tristes también podemos alegrar a alguien.
Claro que antes de ella había conocido a otras muje-
res, pero en aquel momento se me olvidó, como se
olvidan las cosas que no merecen mucho la pena. Si
me preguntan cuánto la quería, sólo diré que cuan-
do la conocí hubiera jurado que no había conocido
a nadie antes. No sé si me explico. Que ella vino a
ser el prólogo de una historia preciosa.
108
TÚ Y YO CONTRA EL MUNDO
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Supongo que solemos identificamos más por
estar en contra que a favor de algo. Yo estaba en
contra de los trenes que no me llevaban hasta tu
casa, y del tiempo cuando pasaba y no me dejaba es-
tar contigo lo suficiente para dormir menos y mi-
rarte más. Luego vino la catástrofe, de imprevisto.
Se fueron abajo los castillos y los charcos de melan-
colía rebasaron sus límites. Nos consumió el tiempo
o quizá el simple hecho de no saber cómo llevar las
riendas de un amor demasiado bonito. Nos conver-
timos en ruinas que se necesitan para mantenerse en
equilibrio, para sostener el alma de una vida que se
cae a pedazos. Perdimos la costumbre de dedicarnos
canciones, las ganas de caminar juntos. Incluso nos
hemos olvidado de abrazar a esa persona como si nos
aferrásemos a la vida. Nos hemos olvidado a noso-
tros, en alguna parte. Sólo nos ha quedado la página
vacía y el bolígrafo con tinta indeleble. Hace tiempo
que escribir no se me da si es para algo bonito, y
creo que las historias de amor terminaron envene-
nándome las ilusiones hasta el punto de creer que
todo es un cuento.
Escribe tú un final que termine sin dolernos
mucho, uno en el que no salgamos perdiendo, aun-
que parezca imposible. Hemos terminado amon-
tonados de recuerdos. El pasado es un libro que
debemos quemar. Pasar página ya no es un recurso.
110
Y claro que éramos tú y yo contra el mundo, pero
no pudimos ganarle.
111
HOY SOÑÉ CONTIGO
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po. Has sabido introducirte en mi mente y elaborar
los enganches exactos para poder verte aunque mire
a otra parte.
La realidad es otra, sin embargo: es esa tipa de
la esquina que se vende a quien sepa pagarle más ca-
ro. Yo tengo que serme sincero, aunque duele por-
que no hay nada más horrible que clavarse el puñal
uno mismo.
Y entonces la soledad me sonríe, esperándo-
me en una cama en donde lo más cerca que tengo de
hacer el amor es mirar tu foto y abrazar a la almoha-
da. Desde entonces vengo siempre buscando la cura
para las heridas que puede dejar una cama dema-
siado vacía, sin ti al otro extremo y con mis ganas de
acariciarte varadas en la maldita incertidumbre de si
otro estará en ese mismo instante quitándose el frío
con tu piel. Cómo explicar la nostalgia. Supongo
que es como una pareja que se casa hoy y mañana se
divorcia.
Mis manos todavía mantienen el anillo de com-
promiso. A tu boca aún le queda el sabor de la pro-
mesa que nos hicimos un día. Creo, en el fondo,
que aquellos sueños bonitos que tenemos no son
más que una cura para ese vacío desesperante que
inspira la incapacidad de aceptar que a veces lo eter-
no puede reducirse a una noche. Una noche que pa-
rece interminable, como un río que al final desem-
boca en tener que aceptar las consecuencias catastró-
113
ficas de querer a alguien como si nunca hubiésemos
querido a nadie.
114
OTRO DÍA DE ÉSOS
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mundo, aunque no sabía ni quién era, ni de dónde
venía, ni qué iba a ver en mí, estando tan roto, pero
de por sí supe que se merecía todas las canciones bo-
nitas que pudiera dedicarle a alguien. Luego te co-
nocí y comencé a entenderlo.
Creo que de algún modo todos merecemos la
oportunidad de volver a sumergirnos en el mar de la
esperanza con salvavidas. Y entonces lo supe. Nada
fue lo mismo. No es que sea un romántico, es que es
la verdad. Porque me di cuenta de que incluso cuan-
do escribía necesitaba pensar en ti para asegurarme
de que estaba haciendo algo bonito. Has llegado pa-
ra perfeccionar el arte y darle algo de sentido al
nuevo rumbo que he tomado al mirarte completa,
cuando decidí aferrarme a tus caderas como un sui-
cida que se aferra al borde del precipicio de una es-
peranza que le abandonó hace tiempo: con esa de-
sesperación que inspiran las cosas más bonitas y pa-
sajeras del mundo.
Que no sé si todo esto será para siempre pero
mientras nos dure estoy dispuesto a que sea infinito.
Que los poemas que escribí cuando tenía quince no
son ni la mitad de aceptables que los que escribo
ahora si se te da por sonreír. Quizá es que todos
mejoramos en algo con la práctica, pero yo mejoré
con alguien, que fue contigo, y cuando me mirabas
me sentía capaz de perdonarme los errores que co-
metí, en especial ese de no saber decir “quédate” a
116
tiempo. Y entonces sonreír ya no me dolía tanto.
Con otras mi vida ha sido siempre un naufragio. Lo
sé porque tus brazos fueron mi costa y tus labios esa
segunda oportunidad que me dio la vida para reme-
diar las circunstancias. Yo no creía en la magia, ¿sa-
bes?, pero bueno, aquí me tienes, intentando dete-
ner el tiempo cuando te abrazo. Y qué puedo decir-
te, eres el primer salvavidas que conozco en persona.
El placer es todo mío.
117
OJALÁ NO TARDES MUCHO
118
sa. Y lograr radicalizar las circunstancias: hacer, por
ejemplo, que las agujas del reloj girasen en dirección
contraria y el tiempo devuelva todas las alegrías que
terminó llevándose. Quizá entonces podamos per-
donarle.
Estoy sentado en el andén y hay niebla por to-
das partes; son fantasmas de las despedidas que nun-
ca debieron darse, de parejas que también creyeron
en un para siempre y que no volvieron a verse desde
aquel último volveré. Quizá nosotros también nos ha-
yamos ido sin darnos cuenta. Y que este tiempo no
es más que el remedo de una realidad que sólo esta-
mos soñando. No lo sé, cariño; me gusta pensar que
volverás cualquier día de éstos. Que verás en mí a ese
alguien en quien piensas cuando escuchas una can-
ción bonita. Y volveremos a ser nosotros. Yo creo
que nos merecemos la última oportunidad de resta-
blecerlo todo. Y ojalá no tardes mucho.
119
SÓLO QUIZÁ
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dentro, en el mismo lugar que ocupaste un día con
tus sonrisas y que se convirtieron en recuerdos de
otras épocas, como esas competencias de silencios en
las que yo siempre perdía.
Mi vida se ha convertido en un baúl de espe-
ranzas empolvadas, de trastos viejos que nunca llegué
a utilizar esperando que la ocasión adecuada se pre-
sentase pronto. Otro fracaso. He llegado a la con-
clusión de que los recuerdos son los restos de un tal
vez que no ha cicatrizado. Todavía sangramos de la
misma herida en la que pusimos nuestros nombres,
cuando aún éramos capaces de creer en el amor sin
mirar esa parte que se parece demasiado a las des-
pedidas prematuras. Ya te lo decía: amor también es
acercarse al precipicio del abismo interior de la otra
persona, y entender de una vez por todas que tocar
fondo a veces puede resumirse simplemente en ser
incapaces de llegar a la superficie. Me he convencido
de todo esto, y me avergüenzo de esta incapacidad de
cambiar algo. De tatuarme de nuevo tus labios en mi
boca y pensar que estamos a tiempo. Pero debo de-
jarte ir, y es difícil. La desventaja de las historias que
no terminan nunca es que comienzan todos los días.
Y estás ahí, al otro lado de la puerta, tocando el
timbre como si tú también creyeses que todavía
estamos a tiempo de llegar a la cita que sucedió hace
tanto con otros personajes que nunca fuimos noso-
tros. Es posible que al final termine abriendo la
121
puerta. Yo qué sé. Lo único que tengo en claro es
que no me cabe la posibilidad de mirar a otra parte
sin desear verte allí siempre. Porque yo todavía vivo
en la última foto que nos tomamos. Quizá todavía
no sea demasiado tarde, cariño. Sólo quizá.
122
UN SENTIDO QUE NO EXISTE
123
do, si es posible, que algo cambie y te salve de esa os-
curidad que crece dentro de tu alma sin que nadie se
dé cuenta, en especial esas personas que dicen ser tus
amigos.
Cuando hablas con alguien te quedas en si-
lencio como si lo que fueras a decir no tuviera im-
portancia alguna, y entonces te rompes, por dentro,
claro, para que nadie lo note y piense que eres débil.
Pero nadie mejor que tú sabe que la noche es la par-
te de todo el día en que más sincero eres contigo
mismo, y tiras la toalla, como si alguna vez hubieses
luchado; sabes que eres un cobarde y no puedes ni
mirarte al espejo porque tus ojos te delatan. Enton-
ces buscas refugio, pero aquellos libros han resulta-
do ser un camino en círculos. “Ojalá algún día cam-
bie algo”, piensas, sabiendo de antemano que no
cambiará nada y que es posible que al día siguiente
amanezcas con ganas de desaparecer de nuevo, para
terminar tu día, nuevamente, leyendo un libro que
has leído más de tres veces. Cierras los ojos. Necesi-
tas que alguien te salve ya. Aunque ya no esperas a
nadie. Hay personas a tu lado pero sabes que se han
ido hace tiempo. Y tú siempre recuerdas a los que se
van. Y es triste. Muy triste.
124
UNA VIDA QUE QUIERO A SU LADO
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mismo salir herido si me dejaba su nombre en las ci-
catrices. Que a su lado era capaz de sacrificar mi vida
y jugar mi última carta al todo por el todo. Porque
nada me valía más que sostener su mano y declararle
mi venganza al mundo y a la soledad y restregarles
una felicidad que me habían negado. Supongo que
nunca había pensado en eso, ni en todos los poemas
que escribiría con tal de sacarle una sonrisa, ni en
todas las canciones que le cantaría al oído en un su-
surro, bajito, para que nadie más pueda oír que el
mundo ahora nos pertenece; ni en todos los atar-
deceres que quería a su lado, ni en todos los besos
que quería darle. Y que el tiempo se detendría cada
vez que se animara a mirarme a los ojos. Y que por
fin había perdido el miedo de mirar el reloj para
cerciorarme de que llego a tiempo a algún sitio,
porque para entonces ya no habrían lugares a los que
me hubiera gustado escapar que no fueran sus ojos,
o sus labios, o su piel. Ella sigue creyendo que cuan-
do le digo que la quiero sólo le estoy dando un par
de palabras vacías. Pero no, no es así, y ustedes, des-
de ahora, lo saben.
126
QUISE QUE FUERAS DISTINTA
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valdría la pena morir una noche cualquiera, debajo
de las sábanas o sobre las nubes. Supongo que eso de
por sí está fuera de nuestro alcance, aunque no pue-
do dejar de mencionar que me gustaba de ti la forma
que tenías para decirme mil verdades por medio de
un beso, la forma en que lograbas encerrarme los
espacios con un abrazo, como si quisieras cuidarme
de los muros invisibles que me separaban de ti. Co-
mo si tuvieras miedo de perderme. Aunque, ahora,
al mirarte, lo único que encuentro es la escena de
un títere roto, triste y cansado, que te observa desde
un rincón mientras alguien te acaricia la mejilla.
Lo malo no está en que alguien más te quiera,
sino en que le permitas llegar más lejos. Te miro,
amparado en esa soledad cobarde de los incautos, y
me pregunto qué es lo que he hecho mal. Si quizá,
aunque tú al final fuiste diferente, yo te quise igual y
cometí los mismos errores que cometí con otras.
Quizá, después de todo, mi vida está jodida por mi
propia mano. Y duele, ¿sabes? Es odioso saber que
a veces la vida tiene ese sabor amargo que provoca
nuestra propia existencia. Por eso me odio, por no
haber sabido quererte de la manera correcta.
128
DESACOSTUMBRARNOS DE ALGUIEN
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cón, imaginando cómo sería todo si tomases su ma-
no. Pero soñaste demasiado, tanto que la idealizaste.
Pasabas horas tendido en la cama, mirando al techo
con la certeza de que allí se encontraban todas las
respuestas; veías su foto y sonreías, te sentías capaz
de vivir mil años atrapado en su sonrisa sin querer
salir nunca porque pensabas que esa era la única
manera que tenías para hacer que la realidad te do-
liese menos. Y te duele, claro que duele: a todos nos
cuesta desacostumbrarnos de alguien. Nos jode des-
pertarnos a mitad de un sueño que parecía real. Nos
jode que la única salida sea resignarnos y aceptar que
somos títeres de una vida que se ríe en nuestra cara.
Porque siempre habríamos querido tener la
oportunidad de ver atardeceres al lado de alguien,
de sentir que el cielo nos sonríe y que la vida resulta
ser menos desgarradora. Debes saber que tu vida ha
girado demasiado en torno a una esperanza hueca y
unos sueños que se pulverizan con el tiempo, con
ese maldito tiempo que resulta ser un agujero negro
que se dedica a tragarte la vida. Al final, la realidad
era lo que contaba: Tú estabas lejos. A tu lado no
había nadie. Escribías para quien nunca había pro-
metido estar a tu lado. Y ahora tienes que seguir vi-
viendo como si aquélla fuera la respuesta.
Supongo que está bien eso de joderse la vida
por culpa de alguien, pero al final sólo quedas tú.
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Te conviertes en lo único que te queda aunque no
quieras tenerte cerca.
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ATRAPADO EN TU SONRISA
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consuma con la esperanza de que al abrir los ojos de
nuevo todo hubiese cambiado o, al menos, que yo
fuese distinto; encajado en otro cuerpo, en otra piel
donde me sienta menos culpable. Pero entonces,
cuando mi propia mente parecía aplicarme su más
grave condena, apareciste tú y lo convertiste todo en
viento.
Conocerte fue similar a ver un huracán llevarse
mis miedos y dejarme desnudo, con mis heridas y
máscaras expuestas, sin ganas ni oportunidad de
mentirle ya a nadie. Supe entonces que eras tú ese
amor que a miles no les llega y del que la mayoría se
queja. Me sentí afortunado, ¿sabes? Pero admito
que también me gustaría poder pronunciar tu nom-
bre sin sentir que rompo alguna regla; poder adue-
ñarme de la exclusividad de llamarte cuando quisiera
que vinieras para sanarnos un poco, o confesar
cuánto nos hemos echado de menos. Quisiera ser
aquel que te cuente los lunares y grabarte mis anhe-
los en tu piel de terciopelo, maldecir a esa vida vacía
que tuve antes de que llegaras; retar a la muerte con
la seguridad de que si me oculto en tus brazos jamás
llegaría a encontrarme.
Sin ir más lejos debo decir que he encontrado
en ti ese querer que ha sazonado mi existencia, y que
conocerte me ha servido de rescate, porque durante
mucho tiempo he querido sentir que pertenezco a
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algún sitio. Y dejé de buscar lugares desde que me
encontré con tu sonrisa.
134
Gracias por haber llegado hasta aquí. ¿Crees que el libro vale la
pena ser difundido? Te invito a hacerlo. Comparte este libro
con alguien a quien pueda gustarle. Ayudarás así a extender este
bonito arte literario. El esfuerzo del autor tanto como el de los
editores se lo merece.
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NOTA BREVE ACERCA DEL AUTOR
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Memorias Inmarcesibles
Dashten Geriott
Noviembre, 2015
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