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El universo se rige día a día por un conjunto de leyes lógicas y precisas (Job
38:33; Jeremías 33:25). En cambio, los mitos de distintas partes del mundo
enseñan que la humanidad se halla indefensa ante los actos impredecibles, y
hasta crueles, de dioses caprichosos.
Los ríos y los manantiales existen gracias a la lluvia, la nieve o el granizo que
cae de las nubes que se forman al evaporarse el agua de los océanos y de
otras fuentes (Job 36:27, 28; Eclesiastés 1:7; Isaías 55:10; Amós 9:6). Los
antiguos griegos pensaban que los ríos se alimentaban de aguas subterráneas
procedentes del mar. Esta idea perduró hasta el siglo XVIII.
Hay quienes afirman que, desde el punto de vista científico, la Biblia contiene
errores.
Por tanto, creacionistas y evolucionistas desarrollan reconstrucciones
totalmente diferentes de la historia. Pero aceptan y utilizan los mismos métodos
de investigación en la ciencia de origen y la operacional. Las conclusiones
diferentes acerca de los orígenes provienen de diferentes supuestos de partida,
y no de los métodos mismos de investigación.
Veamos un ejemplo: la Biblia dice que Dios creó grupos distintos de animales
“según su género” (Génesis 1). A partir de esta verdad de la Biblia como una
de nuestras hipótesis, se esperaría observar animales divididos en distintos
grupos o géneros. Los creacionistas postulan que nuestro Dios creador coloca
variabilidad fenomenal en los genes de cada género, para que haya
considerable variedad dentro de cada género. Pero el mecanismo pre
programado para la variación dentro del mismo género nunca podría cambiar
un género a otro diferente, como lo afirman los evolucionistas y lo requiere su
sistema de creencias.