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El primer objetivo de este retiro es ayudarles a tener un encuentro real y afectivo con la
persona humana del Resucitado. Esto nos ayudará a cultivar esa relación de amistad
personal con Él.
Este retiro es para hacer una pausa en todo lo que nos atarea y agita, y hacer silencio para
volver a centrarnos en lo que es esencial y que funda nuestra vida. Es un tiempo de
amistad, pasando un buen momento con quien sabemos nos ama. Queremos cultivar esa
amistad y no dejar pasar la invitación a ser “amigos fuertes de Dios” (Santa Teresa de
Ávila).
Este retiro apunta al centro de mi persona, involucra mis afectos, me invita a abrir mi
interior al misterio del Dios, que en su amor por mí me quiere transformar.
Es en esta amistad profunda con Dios donde encontramos la felicidad plena.
Tal vez vivimos la experiencia de llevar muchos años luchando contra nuestras
insuficiencias, muchas veces hemos hecho propósitos prometiendo el cambio. Y parece
que seguimos iguales o peores. ¿Por qué nos pasa esto? ¿Por qué no logramos cambiar?
¿Cómo manejamos esta incoherencia?
No estamos solos en este problema, ni es sólo algo que ocurre en nuestros tiempos. El
mismo san Pablo describe esta lucha interior: quiero vivir para Dios, dice, y domina en
mí el pecado: “querer el bien lo tengo a mi alcance, mas no el realizarlo, puesto que no
hago el bien que quiero, sino que obro el mal que no quiero” (Rm 7,18).
¿Dónde está la solución entonces? Sin duda, es la misma y única solución que encontró
Pablo: Sólo Jesucristo. Pero el problema es que no siempre reconocemos esto, pues,
estamos demasiado llenos de nosotros mismos. Nuestros propósitos y proyectos son
demasiado nuestros, no del Señor. Estamos centrados en nosotros mismos, somos
demasiado protagonistas de nuestra vida y “Dios no puede llenar lo que está lleno, puede
llenar solo el vacío, la pobreza profunda” (madre Teresa de Calcuta).
Por tanto, debemos buscar un camino que nos lleve a vaciarnos de nosotros mismos, a
disponer el corazón para dejarnos llenar de otro Corazón mayor, y vivir según Él y no
según nosotros mismos. No es otra cosa que entender que mi vida depende siempre y
básicamente de Dios, y no de mí.
Para esto es el retiro del día de hoy, dispongámonos entonces de la mejor manera para
vivirlo intensamente.
Preparación
- Determinar la gracia que quiero pedir.
El Ejercicio
- Calmarse, relajar el cuerpo, acomodarse en una postura, concentrar la mente, abrir
el corazón.
- Ponerse en la presencia del Señor. Darse el tiempo necesario, sin apuro, para
sentirse en la presencia del Señor.
- Hacer una oración personal de preparación.
- Pedir la gracia que quiero.
- Leer el texto de manera pausada.
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Comisión Arquidiocesana de Liturgia
a. Meterse en la escena.
b. Meditar, repetir, saborear el texto.
c. Notar las palabras, frases, imágenes que te llamen la atención.
d. Estar atentos a sentimientos, imágenes, ideas, recuerdos, deseos que surgen en
tu interior a partir de la lectura.
- Conversar con el Señor.
Oración
Oración final
Repito la siguiente petición: Señor, que descanse en tu corazón.
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Comisión Arquidiocesana de Liturgia
Si estoy aquí hoy, es debido al inmenso amor y la misericordia recibida del Señor, año
tras año, en tantas cosas, pequeñas y grandes. Su corazón está permanentemente inclinado
hacia mí, me ama. La historia de mi vida y de mi vocación no es otra cosa que misericordia
incesante de un Dios que no puede no amarme. Paciencia incondicional, gozo y
esperanza. Amor no merecido, gratuito y ardiente.
Reconozco y agradezco el amor de Dios expresado en las personas que me cuidaron, que
me quisieron, que me aceptaron como era, que me alentaron a seguir adelante. Pido la
gracia de entender mejor las situaciones que me hirieron o frustraron. Veo y reconozco
cómo también en esos momentos Dios estaba pendiente de mí para fortalecerme y para
educarme. Pido a Dios me permita reconciliarme con quienes me han hecho daño,
perdonándolos en el corazón.
¿Cuáles han sido los grandes momentos a lo largo de mi vida en los que Él me ha
expresado su cariño? ¿Y en este último año? ¿Cómo y a través de quién se manifestó?
¿Cuáles son los detalles sencillos y cotidianos en los que reconozco su amor? Oro con
espíritu agradecido, reconociendo que Él siempre ha estado conmigo.
Ejercicio 2: Dibujar un plano de la casa de mi infancia (si son varias, “escucho” cuál es
la más significativa), con las piezas, lugares significativos. Hacerle marcas (+ o -) en los
lugares según me traigan recuerdos positivos o negativos.
¿Qué sentimientos me evocan estos recuerdos?
¿Dónde estaba Dios?
¿Me sentía acompañado y protegido por Él?
¿Descubro que hay aún temas no resueltos, heridas no sanadas?
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Comisión Arquidiocesana de Liturgia
Iluminación bíblica:
El pueblo de Israel en el Antiguo Testamento, y más tarde María, reconocen la
intervención salvadora de Dios en su historia. Leamos estos textos, en los cuales se hace
una lectura creyente y agradecida de la presencia de Dios, que actúa en nuestro favor:
(Deuteronomio 26,1-11)
«Cuando entres en la tierra que Yahvé tu Dios te va a dar en herencia, cuando la poseas
y habites en ella, tomarás las primicias de todos los frutos de la tierra que coseches en la
tierra que Yahvé tu Dios te da, las pondrás en una cesta y las llevarás al lugar elegido por
Yahvé tu Dios para establecer allí la morada de su nombre. Te presentarás al sacerdote
que esté entonces allí y le dirás: “Yo declaro hoy a Yahvé mi Dios que he entrado en la
tierra que Yahvé juró a nuestros padres que nos daría.» El sacerdote tomará de tu mano
la cesta y la depositará ante el altar de Yahvé tu Dios. Tú tomarás la palabra y dirás ante
Yahvé tu Dios: «Mi padre era un arameo errante, bajó a Egipto y residió allí siendo unos
pocos hombres, pero se hizo una nación grande, fuerte y numerosa. Los egipcios nos
maltrataron, nos oprimieron y nos impusieron dura servidumbre. Nosotros clamamos a
Yahvé, Dios de nuestros padres, y Yahvé escuchó nuestra voz. Vio nuestra miseria,
nuestras penalidades y nuestra opresión, y Yahvé nos sacó de Egipto con mano fuerte y
brazo extendido, con gran terror, con señales y con prodigios. Nos trajo a este lugar y nos
dio esta tierra, tierra que mana leche y miel. Y ahora yo traigo las primicias de los frutos
de la tierra que tú, Yahvé, me has dado”. Las depositarás ante Yahvé tu Dios y te postrarás
ante Yahvé tu Dios. Luego celebrarás fiesta por todos los bienes que Yahvé tu Dios te
haya dado a ti y a tu familia, y también lo celebrarán el levita y el forastero que vive en
medio de ti».
Lucas 1, 46-55:
«Dijo María: Alaba mi alma la grandeza del Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi
salvador, porque ha puesto los ojos en la pequeñez de su esclava. Desde ahora, todas las
generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor cosas grandes el
Poderoso, Santo es su nombre y su misericordia alcanza de generación en generación a
los que le temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los de corazón altanero.
Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó
de bienes y despidió a los ricos con las manos vacías. Acogió a Israel, su siervo,
acordándose de la misericordia como había anunciado a nuestros padres».
Reflexión:
Hago también yo la lectura agradecida de mi propia historia.
Examino y anoto el fruto de esta oración.
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El pasaje del bautismo de Jesús en el Jordán nos refleja un ideal de humanidad: veremos
aquí nuestra vocación de ser hijos amados del Padre, libres para servir en su misión. Es
el significado profundo de nuestro propio bautismo y del sentido de la existencia humana.
Petición: Señor, haz mi corazón libre como el tuyo
Leo Mc 1,9-11: (Bautismo de Jesús)
«Por aquel entonces vino Jesús desde Nazaret de Galilea, y fue bautizado por Juan en el
Jordán. En cuanto salió del agua, vio que los cielos se rasgaban y que el Espíritu, en forma
de paloma, bajaba sobre él. Entonces se oyó una voz que venía de los cielos: “Tú eres mi
Hijo amado; en ti me complazco”».
¿Qué significó personalmente ese momento para Jesús? Sólo podemos adivinar, pero todo
indica que fue un momento muy importante que marcó un antes y un después en su vida.
Podríamos decir que es el momento en que sintió más claramente su llamado vocacional,
la confirmación de su identidad de Hijo y el momento de recibir su misión del Espíritu.
Jesús pudo comprender con claridad a partir de este momento que su misión era contar a
sus hermanos y hermanas eso mismo que él había experimentado, es decir, que todos
éramos hijos e hijas amados del Padre, que todos vivimos bajo la unción del Espíritu.
Ejercicio: Con mi imaginación, con mi oración, me hago presente en la escena del río y
acompaño a Jesús. Pido la gracia de sentir lo que él sintió en ese momento, al llegar al
río, al salir de las aguas. ¿Qué significó para Él escuchar la voz del Padre? ¿Cómo sintió
la fuerza del Espíritu invadiéndolo por completo?
Oigo también yo la voz del Padre que me llama su hijo amada. Repito la petición arriba
indicada para esta oración. Hago la conexión con mi historia, con mi vocación con la
experiencia de haber sido elegido, con las voces del amor de Dios a lo largo de mi vida.
Él me amó y me escogió ya desde antes que naciera. Disfruto de unos momentos de
intimidad con mi Padre del cielo que me habla de su amor por mí. Me siento enviado por
el Espíritu a contar a otros de ese amor, a ayudar a mis hermanos y hermanas a tomar
conciencia de la dignidad de ser hijos e hijas de Dios.
Me pregunto qué significa este ideal de humanidad que veo en Jesús como una base para
construir un mundo mejor, en medio de tanto egoísmo e injusticia. ¿Qué estoy llamado a
vivir en la sociedad de hoy y qué compromisos debería asumir para ser coherente con mi
vocación bautismal? ¿Qué me dice esta escena acerca del significado de mi vida?
Examino y escribo el fruto de esta oración.
Texto de apoyo: Is 42, 1-9 (Cántico del siervo sufriente)
«Éste es mi siervo a quien yo sostengo, mi elegido en quien me complazco. He puesto mi
espíritu sobre él para que dicte el derecho a las naciones. No vociferará ni alzará el tono,
y no hará oír por las calles su voz. No partirá la caña quebrada ni apagará la mecha
mortecina; proclamará la justicia con lealtad. No desmayará ni se quebrará hasta
implantar en la tierra el derecho, hasta que las islas esperen su enseñanza. Esto dice el
Dios Yahvé, que ha creado y desplegado el cielo, que estableció la tierra y su vegetación,
que da aliento al pueblo que la habita y espíritu a los que andan por ella: Yo, Yahvé, te
he llamado en nombre de la justicia; te tengo asido de la mano, te formé y te he destinado
a ser alianza de un pueblo, a ser luz de las naciones; para abrir los ojos a los ciegos, para
sacar del calabozo al preso, de la cárcel al que vive en tinieblas. Yo, Yahvé —ése es mi
nombre—, no cedo a otro mi gloria, ni mi prez a los ídolos. Como ya ha transcurrido el
pasado, voy a anunciaros cosas nuevas. Antes de que germinen os lo digo».
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a. Visión negativa
Is 40,3-5; 35,1-2
Dt 32,10: En el desierto reina la soledad rugiente de la desolación.
Is 13,21: Morada de fieras, avestruces, búhos.
Is 34, 14: Lugar frecuentado por los perros salvajes, hienas y demonios de la noche.
Lv 16,22: Región árida, sin vida.
Dt 8, 15: Es el lugar donde solo viven serpientes y escorpiones, lugar de sed y sin agua.
b. Visión positiva
Gn 2, 8-14: Es el lugar donde el creador planta para el hombre el jardín del Edén, con
abundancia de agua y vida.
Dt 32, 10; Jr 31,12; Os 9,10: Lugar donde Dios interviene con amor en favor del pueblo.
Dt 8, 15: Lo guía para que esté seguro a través de la prueba
Jr 2,2: s el lugar del enamoramiento.
Os 2, 14-19: Oseas añora un retorno al desierto para un nuevo comienzo.
Os 2,16-17: Es un lugar de paso a la tierra prometida.
Ex 16,1; Ex 17,1; Ex 19,2
Mc 9,12-13: Jesús.
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a su casa: el Señor alaba la actitud de María, quien permanece a los pies del Maestro
escuchando su palabra.
El desierto es interrupción del quehacer cotidiano para salir al encuentro de Dios en
actitud de búsqueda, escucha y silencio. Es tiempo de gracia porque es don gratuito a
Dios, le ofrecemos y entregamos un momento de nuestra vida para que Él disponga.
"El desierto es un lugar privilegiado para el encuentro con Dios. Más que un lugar
geográfico, es una situación personal, es un espacio singular para romper con las ataduras
del mundo y adentrarnos en la órbita de lo sagrado, quitándonos las sandalias para
acercarnos al Señor. Es el lugar apropiado para vivir la pobreza y el silencio, donde se
escucha la voz del Espíritu. En el desierto se purifica uno de la esclavitud de tantos ídolos
y se prepara para llegar al oasis de la tierra prometida."
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muerte violenta Jesús se retira con sus amigos más íntimos a orar al Padre… los conduce
a participar de su desierto (Mc. 14, 32ss).
El discípulo es el que escucha la voz del Señor, quien se deja instruir y formar por su
palabra (como nos enseña Isaías en un hermoso y poco trabajado texto, Is. 50, 4-5). El
desierto es la experiencia que nos hace y re-hace discípulos del Señor. En ella nos dejamos
conducir y empujar por su Espíritu, para encontrarnos en la soledad del silencio ante Dios,
para que Él tenga la iniciativa y nos vuelva a seducir… para que nos hable al corazón y
nos infunda su Espíritu para vivir su proyecto (Ex. 36, 26-27.
El desierto es una actitud del discípulo, más que un lugar físico o geográfico, es el lugar
espiritual adonde alimentarnos de Dios para poder vivir según su voluntad.
Todos podemos hacer un tiempo diario de desierto. Se trata de encontrar un momento
para poder hacer silencio interior, olvidar nuestras preocupaciones y alegrías, silenciar
nuestra voz para dejarnos acariciar por la presencia del Dios que está junto a nosotros.
Búscate un momento en el día, de mañana bien temprano o cuando todos duermen… y
tomate 10 minutos (no más para empezar, con eso alcanza y sobra si verdaderamente lo
puedes mantener).
Comienza por repasar todo lo que vas viviendo... algo así como "contemplar" la vida (para
no ser arrastrado por ella), dar gracias, pedir fuerzas, ofrecer lo que no puedas manejar...
o sentir simplemente un ratito de silencio adentro.
Luego déjate ganar por el silencio… y la voz de Dios te hablará al corazón.
Finalmente puedes leer el evangelio del día, para meditarlo y orar con la Palabra de Dios,
y así llevar durante la jornada su palabra bien adentro, como María, la primera discípula,
"quien guardaba fielmente en su corazón todos estos recuerdos" (Lc 2, 51).
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Exégesis:
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aquí. Algunos estudiosos han sugerido que recuerda al Espíritu de Dios moviéndose sobre
las aguas (Génesis 1,2), pero también recuerda a la paloma que viene con la rama de olivo
después del diluvio, prometiendo que la salvación está cerca (Génesis 8). “Los elementos
clave en este texto es el descenso del Espíritu, no la figura de la paloma”.
“Y hubo una voz de los cielos”. En este evangelio, la voz divina habla solamente en el
bautismo de Jesús y en su transfiguración. En ambos episodios, las palabras son casi
idénticas. Aquí la voz habla a Jesús, “Tú eres mi Hijo amado; en ti tomo contentamiento”.
En la transfiguración, la voz se dirige a los tres discípulos diciendo, “Este es mi Hijo
amado; a él oíd” (9,7).
–– “Tú eres mi hijo amado” alude al Salmo 2,7, donde el hijo es el rey de Israel. En el
Antiguo Testamento, solamente se refiere a Israel, al rey de Israel, y a los ángeles como
hijos de Dios.
–– “Mi Hijo amado”, nos hace pensar en Abraham, que amaba a su hijo Isaac, tanto como
cualquier padre ha amado a su hijo, y a quien Dios llamó para que sacrificara a su hijo en
la montaña (Génesis 22; ver también Hebreos 11,17-19). El ángel detuvo la mano de
Abraham y salvó a su amado hijo, pero no habría un ángel que salvara al amado Hijo de
Dios de la muerte.
–– “…en ti tomo contentamiento”, alude a Isaías 42,1, donde Dios habla de “mi escogido
en quien mi alma toma contentamiento: he puesto sobre él mi espíritu, dará juicio á las
gentes”.
Algunos estudiosos han propuesto que, dado el pronunciamiento de la voz del cielo, el
bautismo es un rito de adopción en el que Jesús se convierte en el Hijo de Dios. Sin
embargo, la voz usa casi las mismas palabras que en la transfiguración. Jesús de seguro
no sería adoptado dos veces. En su lugar, Jesús es el Hijo de Dios desde el principio, y la
voz del cielo simplemente anuncia lo que por mucho tiempo ha sido verdad. “En Marcos,
el bautismo de Jesús establece su identidad. En Pablo (Gálatas 3,26-29; Romanos 6,3-11)
el bautismo de creyentes establece su identidad”.
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su ejecución como criminal. Ya no sería el cordero inocente que muere por el pecado del
mundo, sino que moriría como convicto bajo unos cargos justificados.
Hay “mucha ironía de San Juan en el pasaje; Él, que ya es Rey, ha venido para abrir Su
reino a los hombres; pero en su ceguera, hombres intentan forzarle a ser el rey que ellos
quieren; así, ellos no logran conseguir el rey que quieren, y pierden el reino que Él ofrece”
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A. Como persona. 1 Cor. 13,4-7 describe la "conducta" del amor verdadero. Pablo
presenta el amor como si fuera una "persona". Al leer este texto nos conviene sustituir la
palabra "amor" con el nombre nuestro. ¿Cómo es el amor verdadero? ¿Cómo es usted,
cómo soy yo? Obsérvese también que cuando Pablo describe el amor, todas las
características o cualidades nombradas tienen que ver con nuestra relación unos con otros.
D. No tiene envidia. "Zeloo denota ser celoso, movido a celos, Hch 7,9, movidos por
envidia; 1 Co 13,4". Hay otra palabra que se traduce "envidia": "Phthonos, envidia, es el
sentimiento de disgusto producido al ser testigo u oír de la prosperidad de otros". Esta
segunda palabra significa "la envidia que desea privar al otro de lo que tiene, en tanto que
el celo desea poseer lo mismo". Es obra de la carne (Gál. 5,20), y evidencia de la
carnalidad (1 Cor. 3,3). "Porque donde hay celos y contención, allí hay perturbación
(confusión) y toda obra perversa" (Sant. 3,16). ¿Cuántos se sienten descontentos y aun
mortificados por la prosperidad y otras ventajas de sus propios hermanos en Cristo? No
quieren obedecer Rom. 12,15. Y ¿cuántos predicadores son envidiosos? ¿Cuántos
directores de cantos y maestros? Sin lugar a dudas este problema ha dividido muchas
iglesias y entre los más culpables son los mismos hermanos que predican y enseñan. La
rivalidad entre hermanos es carnal. Si algún hermano puede predicar o cantar mejor que
otro, o si tiene más entrenamiento o más dinero, entonces que su servicio superior y sus
recursos mayores sean para la gloria de Dios. Recuérdense los ejemplos de envidia: los
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hermanos de José, el hermano mayor del hijo pródigo, los judíos que crucificaron a Jesús
y persiguieron a los apóstoles (Mat. 27,18; Hech. 5,17,18; 13,45; 17,5). El amor verdadero
(el cristiano verdadero) no tiene envidia.
H. No se irrita, no guarda rencor ("no toma en cuenta el mal recibido"). No "lleva las
cuentas" de las ofensas para poder recordarlas (para vengarse, o para vivir con amargura
y resentimiento). Practica el dominio propio. "Mejor es el que tarda en airarse que el
fuerte; y el que se enseñorea de su espíritu, que el que toma una ciudad" (Prov. 16,32). Si
algún hermano quiere ser anciano de la iglesia no puede ser iracundo (Tit 1,7). No siempre
se toma en serio el temperamento (genio) fuerte -aún se bromea acerca del hermano o
hermana que se enoja fácilmente - pero es asunto serio. En esta hermosa descripción de
lo que es el verdadero amor Pablo incluye este comentario: "el amor no se irrita". No se
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provoca. ¿Por qué menciona Pablo la irritación al describir el amor? Porque indica la
ausencia del amor. ¿Por qué se irritan tanto algunos hermanos(as)? Por falta de amor. Hay
pecados del cuerpo como la fornicación y hay pecados de la disposición como la envidia
y el enojo. El "genio pesado" -el carácter o temperamento fuerte- destruye más hogares e
iglesias que la borrachera. El temperamento o disposición del "hijo mayor" (Luc. 15,29-
30) es precisamente el mal que destruye tantas iglesias, porque no hay amor en esa actitud.
Las personas envidiosas, orgullosas, egoístas, e iracundas no aman a nadie. Además, es
más fácil convertir a los publicanos y rameras que a los tales.
J. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. "Y, ante todo, tened entre
vosotros ferviente amor; porque el amor cubrir multitud de pecados" (1 Ped. 4,8). El que
tiene verdadero amor enseña, exhorta, amonesta y corrige el mal. Practica la disciplina.
No "pasa por alto" el pecado en la iglesia como si no existiera. No cierra los ojos al
pecado. Pero es paciente, tolerante (2 Tim. 2,24-25). Practica Gál. 6,1-2. Hace esto por
no tener m s alto concepto de sí que el que debe tener. No cree que todo el mundo tiene
faltas menos él. "Con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los
unos a los otros en amor … sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos
unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo" (Efes. 4,2,32).
¿Soportar cómo? Como Jesús soportó a los apóstoles; como Pablo soportó a las iglesias;
como nosotros mismos queremos que otros nos soporten. El amor cree y confía en sus
hermanos. Cree lo mejor y no lo peor acerca de ellos. No es sospechoso. También espera
lo mejor, espera que crezcan para hacer los cambios que deben hacer.
En María comprobamos que la generosidad es la virtud de las almas grandes, que saben
encontrar la mejor retribución en el haber dado: han recibido gratos, denlo gratis. “La
persona generosa sabe dar cariño, comprensión, ayudas materiales y no exige que la
quieran, comprendan, la ayuden. Da, y se olvida de que ha dado. Allí está toda su riqueza,
ha comprendido que es mejor dar que recibir. Descubre que amar es esencialmente
entregarse a los demás. Lejos de ser inclinación instintiva, el amor es una decisión
consciente de la voluntad de ir hacia los otros. Para poder amar de verdad conviene
desprenderse de todas las coas y, sobre todo, de uno mismo, dar gratuitamente… Esta
desposesión de uno mismo es fuente de equilibrio. Es el secreto de la felicidad” (San Juan
Pablo II, alocución 01 junio 1980).
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Flp 2,6-7.6-11
Estos versículos son probablemente un primitivo himno cristiano anterior a Pablo y que
éste transcribe. Las diversas etapas del Misterio de Cristo aparecen señaladas en sus
correspondientes estrofas: la preexistencia divina, la humillación de la Encarnación y la
humillación ulterior de la muerte, la glorificación celeste, la adoración del universo, el
nuevo título de Señor conferido a Cristo. Se trata del Cristo histórico, Dios y hombre, en
la unidad de su personalidad concreta. Tradicionalmente ha sido interpretado en función
de un esquema de descenso-ascenso divino, según el cual la kénosis de Cristo fue la
renuncia a su gloria divina con el fin de vivir una vida humana v asumir el sufrimiento.
Sin embargo, su estructura se basa manifiestamente en el esquema bíblico de la
humillación (vv. 6-8) seguida de la exaltación (vv. 9-11), según el cual un justo atribulado
es premiado por Dios. Es, pues, más probable que Jesús, como segundo o último Adán (1
Co 15,45), sea implícitamente puesto en parangón con el primer Adán (Gn 3,4-5).
V. 6 (a).- Literal: «teniendo forma de Dios». La forma designa los atributos esenciales
que manifiestan al exterior la naturaleza. Cristo, siendo Dios, como era, tenía derecho a
todas las prerrogativas divinas.
V. 6 (b).- Literal: «no consideró como presa el ser igual a Dios», es decir: como algo que
no se debe soltar, o mejor, como algo de lo que hay que apoderarse. No se trata de la
igualdad de naturaleza, exigida por la condición divina, y de la que Cristo no podía
despojarse, sino de una igualdad de trato, o de dignidad manifestada y reconocida, que
Jesús hubiera podido exigir, aun en su existencia terrena. Todo lo contrario de la actitud
de Adán (Gn 3,5.22). A esta igualdad con Dios pertenece la impecabilidad de Cristo. Por
esa carencia de pecado, Cristo no tenía que morir, ya que la muerte es un castigo por el
pecado. Por la misma razón le competía el derecho de vivir eternamente, lo cual es una
característica divina (Gn 3,4-5). En esta línea la traducción más coherente sería: «No hizo
uso de su derecho de ser tratado como Dios».
V. 7 (a).- Literal: «Se vació a sí mismo». El término kénosis procede de una raíz que
significa vaciar. El vaciamiento de que habla aquí san Pablo alude más al modo que al
hecho mismo de la Encarnación. Aquello de que Cristo se despojó libremente, haciéndose
hombre, no fue la naturaleza divina, sino la gloria que de hecho le pertenecía y poseía en
su preexistencia, y que normalmente hubiera debido redundar en su humanidad (ver la
Transfiguración). Prefirió privarse de ella para recibirla, sólo del Padre, como premio de
su sacrificio, vv. 9-11.
V. 7 (b).- Esclavo en oposición a Señor, v. 11. Cristo hecho hombre adoptó un camino de
sumisión y humilde obediencia, v. 8. Este modo de existencia, a la luz de la alusión a Is
53,12, sólo puede ser el del humillado Siervo paciente de Yahvé, que murió por los demás
(Is 53). Nótese el contraste con Señor, v. 11.
V. 7 (c).- No hay intención de atenuar la humanidad de Jesús. No obstante, si no hubiera
sido diferente, no habría podido salvarnos. Él, que estaba «vivo», resucitó a los que
estaban «muertos». Él no tenía necesidad de ser reconciliado con Dios, mientras todos los
demás la tenían.
V. 7 (d).- Aunque diferente en su modo de existencia, Cristo compartió la naturaleza
humana común a todos.
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Comisión Arquidiocesana de Liturgia
San Pablo exhorta a los Filipenses a mantener la unidad y la paz en su comunidad, y a tal
fin los invita a seguir el ejemplo de humildad dado por el Señor: «Tened entre vosotros
los sentimientos propios de una vida en Cristo Jesús. Él, a pesar...» (v. 5); estas palabras
enlazan con el texto del Cántico que para Nácar-Colunga es de extrema importancia
dogmática porque en él se declara el triunfo de Cristo por la cruz y el anonadamiento sin
dejar de ser Dios.
Se rebajó, por eso Dios lo levantó.
Pablo está urgiendo a la comunidad de Filipos la unidad eclesial, cuyo presupuesto básico
es la humildad (Flp 2,1-4). Les propone ahora, como acicate, un formidable ejemplo: la
humillación de Cristo que desemboca en su glorificación.
Los vv. 6-11 constituyen un precioso himno a Jesucristo. En él aparecen los elementos
característicos de los himnos cristológicos.
El tema central de la perícopa es el contraste entre la humillación de Cristo y la gloria de
su resurrección, por la que queda constituido Señor de cielos y tierra.
Pablo piensa en el Cristo histórico, en el complejo teándrico: Dios y hombre. Pues bien,
como Hijo de Dios, tenía por esencia todos los atributos divinos. Pudo haber manifestado
exteriormente la gloria, que desde siempre poseía, y, por lo tanto, aparecer glorioso en su
humanidad. Pero no lo hizo así. Hecho hombre, asumió la condición puramente humana,
como uno de tantos, cargado con las debilidades comunes a los mortales, excepto el
pecado. Su humillación culminó en la obediencia a la muerte de cruz.
Por este anonadamiento y obediencia, el Padre lo glorificó constituyéndolo sobre toda la
creación, y ordenando que toda criatura reconozca a Jesucristo como Señor, como Dios.
En Cristo se cumplió, como en ningún otro, lo que él había advertido a los demás: «El
que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido» (Mt 23,12).
[Comentarios bíblicos al Leccionario, V. Secretariado Nacional de Liturgia]
1. La liturgia de las Vísperas incluye, además de los salmos, algunos cánticos bíblicos.
El que se acaba de proclamar es, ciertamente, uno de los más significativos y de los que
encierran mayor densidad teológica. Se trata de un himno insertado en el capítulo segundo
de la carta de san Pablo a los cristianos de Filipos, la ciudad griega que fue la primera
etapa del anuncio misionero del Apóstol en Europa. Se suele considerar que este cántico
es una expresión de la liturgia cristiana de los orígenes, y para nuestra generación es una
alegría poderse asociar, después de dos milenios, a la oración de la Iglesia apostólica.
Este cántico revela una doble trayectoria vertical, un movimiento, primero en descenso
y, luego, en ascenso. En efecto, por un lado, está el abajamiento humillante del Hijo de
Dios cuando, en la Encarnación, se hace hombre por amor a los hombres. Cae en la
kénosis, es decir, en el «vaciamiento» de su gloria divina, llevado hasta la muerte en cruz,
el suplicio de los esclavos, que lo ha convertido en el último de los hombres, haciéndolo
auténtico hermano de la humanidad sufriente, pecadora y repudiada.
2. Por otro lado, está la elevación triunfal, que se realiza en la Pascua, cuando Cristo es
restablecido por el Padre en el esplendor de la divinidad y es celebrado como Señor por
todo el cosmos y por todos los hombres ya redimidos. Nos encontramos ante una
grandiosa relectura del misterio de Cristo, sobre todo del Cristo pascual. San Pablo,
además de proclamar la resurrección (1 Co 15,3-5), recurre también a la definición de la
Pascua de Cristo como «exaltación», «elevación» y «glorificación».
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Así pues, desde el horizonte luminoso de la trascendencia divina, el Hijo de Dios cruzó
la distancia infinita que existe entre el Creador y la criatura. No hizo alarde «de su
categoría de Dios», que le corresponde por naturaleza y no por usurpación: no quiso
conservar celosamente esa prerrogativa como un tesoro ni usarla en beneficio propio.
Antes bien, Cristo «se despojó», «se rebajó», tomando la condición de esclavo, pobre,
débil, destinado a la muerte infamante de la crucifixión. Precisamente de esta suprema
humillación parte el gran movimiento de elevación descrito en la segunda parte del himno
paulino (Flp 2,9-11).
3. Dios, ahora, «exalta» a su Hijo concediéndole un «nombre» glorioso, que, en el
lenguaje bíblico, indica la persona misma y su dignidad. Pues bien, este «nombre» es
Kyrios, «Señor», el nombre sagrado del Dios bíblico, aplicado ahora a Cristo resucitado.
Este nombre pone en actitud de adoración a todo el universo, descrito según la división
tripartita: el cielo, la tierra y el abismo.
De este modo, el Cristo glorioso se presenta, al final del himno, como el Pantokrátor, es
decir, el Señor omnipotente que destaca triunfante en los ábsides de las basílicas
paleocristianas y bizantinas. Lleva aún los signos de la pasión, o sea, de su verdadera
humanidad, pero ahora se manifiesta en el esplendor de su divinidad. Cristo, cercano a
nosotros en el sufrimiento y en la muerte, ahora nos atrae hacia sí en la gloria,
bendiciéndonos y haciéndonos partícipes de su eternidad.
4. Concluyamos nuestra reflexión sobre el himno paulino con palabras de san Ambrosio,
que a menudo utiliza la imagen de Cristo que «se despojó de su rango», humillándose y
anonadándose en la encarnación y en la ofrenda de sí mismo en la cruz.
En particular, en el Comentario al salmo 118, el obispo de Milán afirma: «Cristo, colgado
del árbol de la cruz... fue herido con la lanza, y de su costado brotó sangre y agua, más
dulces que cualquier ungüento, víctima agradable a Dios, que difunde por todo el mundo
el perfume de la santificación... Entonces Jesús, atravesado, esparció el perfume del
perdón de los pecados y de la redención. En efecto, siendo el Verbo, al hacerse hombre
se rebajó; siendo rico, se hizo pobre, para enriquecernos con su miseria (cf. 2 Co 8,9); era
poderoso, y se mostró tan débil, que Herodes lo despreciaba y se burlaba de él; tenía poder
para sacudir la tierra, y estaba atado a aquel árbol; envolvía el cielo en tinieblas, ponía en
cruz al mundo, pero estaba clavado en la cruz; inclinaba la cabeza, y de ella salía el Verbo;
se había anonadado, pero lo llenaba todo. Descendió Dios, ascendió el hombre; el Verbo
se hizo carne, para que la carne pudiera reivindicar para sí el trono del Verbo a la diestra
de Dios; todo él era una llaga, pero de esa llaga salía ungüento; parecía innoble, pero en
él se reconocía a Dios».
[Audiencia general del miércoles 19 de noviembre de 2003]
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Puede afirmarse que Santa María aparece de forma directa tres veces en los textos de San
Juan: en las Bodas de Caná (Jn 2,1-12), en la Pasión (es el texto que se va a comentar Jn
19,25-27) y en el Apocalipsis (Ap 12).
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Si antes se ha afirmado que Santa María tiene un papel importante en sus escritos es
porque San Juan podría haber hablado con Ella de todo lo vivido junto a Jesús y
seguramente Ella le pudo abrir una perspectiva nueva desde lo que “guardaba en su
corazón”. Aunque no hay pruebas científicas de lo que se ha dicho antes, una de ellas
podría ser que es el Evangelio que menos habla de Ella: quiere pasar desapercibida.
Si analizamos el texto podemos observar:
a) En cuanto a los verbos. Comienza el texto con “stabat”. Este verbo representa lo que
posteriormente denominó la palabra inglesa “stop”. Es un verbo que se refiere a la
quietud, a pararse físicamente, inmovilizarse. San Juan lo utiliza dos veces: una para
referirse a las mujeres y otra al discípulo, que es él mismo.
“Jesús se siente confortado, con esa presencia discreta y amorosa de su Madre. No grita
María, no corre de un lado a otro. Stabat: estaba en pie, junto al Hijo. Es entonces
cuando Jesús la mira, dirigiendo después la vista a Juan (…). En Juan, Cristo confía a
su Madre todos los hombres y especialmente sus discípulos: los que habían de creer en
Él”. Amigos de Dios n.288.
Además del “stabat” utiliza dos verbos referentes a dos sentidos: “ver” y “decir”. Para
san Juan la fe es ver.
b) Al comienzo del texto se utiliza el adverbio junto a… En un principio se pensó que
esto podría tener relación con el Prólogo de san Juan cuando dice que “la Palabra estaba
junto a Dios” … pero no es la misma palabra.
Es curioso observar que no dice el texto que estaban junto a Jesús… sino que estaban
junto a la cruz de Jesús. La Virgen y las santas mujeres acompañan a Jesús hasta la cruz.
Puede haber una dinámica relación entre la cruz y la mujer; entre el discípulo que se
decide por seguir a Cristo y la cruz.
c) Se repite cinco veces la palabra madre y tres la palabra discípulo (son por lo tanto dos
palabras clave). María es el personaje principal de este texto. En cuanto al discípulo, san
Juan quiere dejar constancia de que “estaba allí”, presente hasta el final y vuelve a utilizar
la expresión “el discípulo a quien amaba Jesús” para referirse a él mismo (también la
utiliza en Jn 13,23; Jn 20,2; Jn 21,7). Se podría hacer una pregunta: ¿Dónde estaría San
Juan, si la Virgen no hubiera estado al pie de la Cruz? María es Mediadora, y llevó al
discípulo hasta allí, hasta los pies de su Hijo.
d) Jesús ha querido necesitar del apoyo de su Madre para la Redención. Ella es, por
tanto, corredentora. Pero cuando Jesús se dirige a la Virgen no la llama Madre, sino
Mujer. Esta es quizá la idea principal que quiere transmitirnos San Juan. Con este detalle
abre el abanico de posibilidades hacia todas las mujeres, no sólo a su Madre. Se pone de
manifiesto la dignidad de la mujer y su importante cometido en la historia de la salvación.
Jesús encomienda el cuidado del hombre a la mujer. Ella tiene un papel principal en la
humanidad.
Juan Pablo II lo pone de manifiesto en Mulieris Dignitatem (dignidad de la mujer) y en
la Carta a las mujeres en la que afirma: “Gracias, mujer, por el mismo hecho de ser
mujer”. También lo afirmaba el Concilio Vaticano II:
“Mujeres que sufrís, que os mantenéis firmes bajo la cruz a imagen de María; vosotras,
que tan a menudo, en el curso de la historia habéis dado a los hombres la fuerza para
luchar hasta el fin, para dar testimonio hasta el martirio, ayudadlos una vez más a
conservar la audacia en las grandes empresas, al mismo tiempo que la paciencia y el
sentido de los comienzos humildes” (Concilio Vaticano II, Mensaje del Concilio a la
Humanidad, A las mujeres, n.9).
e) El discípulo la recibió en su casa. Se puede relacionar con el Prólogo de san Juan 1,
11-12: “Pero a cuantos le recibieron les dio poder para ser hijos de Dios”. San Juan recibió
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Lc 2,52:
Este versículo nos dice que Jesús creció en cuatro dimensiones, cada una de las cuales es
esencial para una persona equilibrada: (1) Sabiduría va más allá del conocimiento de
hechos hasta llegar al entendimiento, no solo de lo que es, sino de lo que cuenta. (2)
Helikia, que traduce “en años” también se ha traducido como “estatura,” e implica ambos
madurez y altura física. (3) El favor divino implica una relación con Dios. (4) El favor
humano implica una relación con los demás.
El hecho de que Jesús creciera en cada una de estas dimensiones demuestra que nació con
espacio para crecer. Más adelante, la iglesia enfatizará que Jesús era plenamente Dios y
plenamente humano. Ser plenamente humano significa que Jesús no salió de la matriz ya
formado, sino que comenzó la vida con las limitaciones de un bebé. Creció a ser un niño
de doce años, y después creció más para hacerse hombre.
Después de esta historia, a José se le menciona otra vez en este Evangelio solo en la
genealogía de Jesús (3,23), y a María se le menciona otra vez (no por nombre) solo cuando
viene a ver a Jesús, pero no le alcanza ver a causa de la multitud (8,19). El énfasis de este
punto en adelante no está en los padres terrenales de Jesús, sino en su Padre celestial.
Mc 3,13-14
Marcos da la impresión que el Señor subió al monte, simplemente para alejarse de la
multitud. Sin embargo, Lucas nos informa que el Señor subió al monte específicamente
para orar (Lucas 6,12). La Biblia no nos dice cuál fue el tema de la oración, y siempre
es un poco peligroso especular; sin embargo, es probable que haya estado buscando la
voluntad del Padre, y obteniendo la autoridad espiritual que delegó a los Doce.
Fue luego de pasar la noche en oración, que el Señor, por la mañana, emitió el llamado a
estos hombres (Lucas 6,13). La oración lo preparó para un momento tan importante – la
selección de los hombres a quienes iba a encargar la tarea de predicar el evangelio en todo
el mundo. Si el Señor, siendo Dios, tuvo que dar tiempo a la oración antes de tomar una
decisión importante, cuánto más nosotros necesitamos orar. Ningún evangelio nombra el
monte; los autores supusieron que el lugar era conocido. Probablemente era un monte a
las orillas del Mar de Galilea.
“…y llamó a sí a los que él quiso…” Marcos usa el imperfecto, que significa, “a los que
él estaba queriendo (llamar)”. Había mucha gente que quería seguir a Cristo (ver v.7-8),
pero Él solo escogió a 12 (comparar Lucas 6,13). Los 12 eran personas que Él1 quería;
no eran voluntarios. “El Rey escoge a Sus ministros; la elección es un acto Suyo, no de
ellos”. Años más tarde les hizo recordar, “No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os
elegí…” (Juan 15,16).
El llamado del Señor no fue sobre la base de algún mérito en ellos, sino Su libre gracia.
Ninguno merecía estar entre los apóstoles. Si lo estaban, era por la gracia y misericordia
de Cristo. Debemos recordar que para algunos de ellos (quizá para todos), este era el
segundo o tercer llamado (Jn 1,39; Mc 1,17-20; 2,14). Tampoco iba a ser el último (Mc
6,7).
“…y vinieron a él” El verbo (‘apelthon’) es aoristo, y significa ‘fueron hacia él’. La
Biblia no nos indica la actitud o la motivación con la cual se acercaron a Cristo. Algunos,
1
En griego, la palabra “él” (‘autos’) viene al final, dando mayor énfasis a la palabra.
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seguramente, tenían un genuino deseo de aprender de Él; pero otros fueron motivados,
quizá, por el deseo de gobernar con Él, o aun de luchar contra el gobierno romano.
De todos modos, al responder al llamado del Señor, estos hombres estaban dando las
espaldas a su vida pasada, y comenzando una nueva vida. Estaban dejando atrás muchas
cosas, sin saber exactamente qué les esperaba en el futuro. Estaban arriesgando todo;
colocando sus vidas en las manos del Señor.
Verso 14 “Y estableció a doce…” Tal como había 12 patriarcas, que formaron la base del
pueblo de Israel, así iba a haber 12 apóstoles, como la base de la Iglesia (Ap 21,12-14).
Al escoger a doce hombres, el simbolismo sería claro para todos. Cristo (como un nuevo
‘Jacob’ – ver Juan 1,51; comparar Gen 28,12) estaba formando, o reconstituyendo, al
pueblo de ‘Israel’. Estos doce hombres representaban (y luego, dirigirían) al ‘remanente’
de Israel. Por ende, Cristo (con Sus doce discípulos), no era simplemente otro rabino; Él
estaba haciendo algo totalmente nuevo. Esta elección de doce discípulos fue un paso
importante en el establecimiento del Reino de Dios.
Estos hombres iban a ser los nuevos ‘príncipes’ de Israel (Mt 19,28; Lucas 22,29-30). Su
ministerio iba a ser dirigido principalmente a los judíos (Gál 2,7-9).
Algunos manuscritos antiguos tienen, a continuación, las palabras, “a quienes nombró
apóstoles”.
La palabra, ‘apostolos’, se deriva del verbo, ‘apostello’, que significa ‘enviar’ (dicho
verbo se encuentra en la última parte de este verso – “para enviarlos a predicar”). El
sustantivo, ‘apostolos’, significa ‘mensajero’ o ‘delegado oficial’. Se usa en este sentido
en 2 Cor 8,23; Fil 2,25; Hch 14,14. Pero en el NT, la palabra se refiere principalmente a
los doce hombres escogidos por Cristo, preparados y enviados a Israel, con la tarea de
predicar el evangelio.
Como un comentarista bien observa, “Hay que ser un ‘discípulo’ primero, antes de ser un
‘apóstol’”. Antes de poder predicar y enseñar a otros, hay que ser seguidores y
aprendices.
“…para que estuviesen con él…” Al llamarlos, el Señor no los envió inmediatamente a la
obra (eso no ocurrió hasta Marcos 6,7). Primero quería que estuviesen cerca de Él, para
aprender de Él. ¿Aprender qué? Muchas cosas: la importancia de la oración en el
ministerio cristiano; la necesidad de tener pasión por las almas, y un espíritu de entrega y
servicio hacia ellos; la manera de desarrollar el ministerio, enfrentando los sufrimientos
y el rechazo que muchas veces lo acompaña; etc.
Al llamar estas personas a Su lado, el Señor se estaba distanciando de Su propia familia
(ver v.20-21 y 31-35). Él quería que sus discípulos vieran Sus milagros y escuchen Su
enseñanza, más que Su propia familia (quienes no creían en Él).
“…y para enviarlos a predicar” Este es el primer elemento que el Señor menciona del
ministerio de los apóstoles, e iba a ser el más importante (ver Hch 6,2-4). El verbo
(‘kerusso’) viene del sustantivo, ‘kerux’, que significa ‘heraldo’. ¡Cuán apropiado que
un ‘apóstol’ sea un ‘heraldo’!
NOTA: Para predicar bien, y servir bien al Señor, tenemos que conocerle. Tenemos que
estar con Él suficiente tiempo, como para entender Su carga, Su preocupación, Sus deseos
y anhelos, lo que Él quiere de nosotros; lo que Él siente por los pecadores, etc.
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CATEQUESIS EUCARÍSTICAS
Catequesis 1: EL CANTO DE INGRESO
La misa está constituida por dos grandes partes, la «Liturgia de la Palabra» y la «Liturgia
eucarística»; ellas están tan íntimamente unidas que forman un solo acto de culto. Pero
junto a ellas hay algunos ritos que inician (ritos introductorios) y otros que concluyen la
celebración (ritos conclusivos). Veámoslos.
Ritos introductorios: Son los ritos que preceden la Liturgia de la Palabra, es decir, el
canto de entrada, la señal de la cruz (invocación trinitaria), el saludo, el acto penitencial,
el himno del Gloria (si lo hay) y la oración (Colecta). Estos ritos son breves, su finalidad
es que los fieles formen una asamblea unida en comunión, es decir, como Iglesia, y se
dispongan de la mejor manera para escuchar la Palabra de Dios y participen con dignidad
en la celebración eucarística.
1. El canto de Ingreso:
Ya en el siglo V, en Roma, se inicia la eucaristía con una procesión de entrada,
acompañada por un canto.
El nombre clásico que el canto de entrada recibe en la Liturgia católica es introitus,
“introito”, del latín introeo, “entrar”. El canto de entrada no está entre los más antiguos
dentro de la Liturgia. Su función principal es la de acompañar la entrada del
celebrante, y sin duda alguna, el énfasis en este aspecto más bien externo de la
celebración sólo pudo darse una vez finalizada la persecución y la clandestinidad inicial.
Actualmente la normatividad de la Liturgia para el canto de entrada dice:
«Cuando el pueblo está reunido, mientras el sacerdote hace su ingreso con el diácono y
los ministros, se inicia el canto de ingreso» (Ordenación General del Misal Romano 47).
La asamblea que Dios ha convocado se levanta y comienza a cantar. Aquí el canto refleja
la unidad de la comunidad en la fe, la cual viene de diferentes lugares. Muchas voces,
pero un solo canto, esto ya es un signo de unidad; imaginémonos que cada uno comenzara
a cantar de manera improvisada el canto que le pareciera, el canto ya no sería un signo de
unidad y belleza, sino que se convertiría en un caos.
Pero en este canto, en un único sonido todas las voces se funden en una sola para alabar
a Dios. Ésta es la voz de la Iglesia, es la expresión de la unidad de la fe, de intercesión,
de alabanza de la única Iglesia que está pronta para celebrar la única Eucaristía.
El libro del Apocalipsis nos ilumina el sentido de este canto y a la vez el misterio que el
mismo encierra: «Después vi al Cordero, que estaba en pie sobre el monte Sion,
acompañado de ciento cuarenta y cuatro mil personas que tenían escrito en las frentes su
nombre y el nombre de su Padre. Cantaban un cántico nuevo delante del trono» (Ap.
4,1.3).
No es un canto que pertenece al mundo, es la humanidad que entona el canto de amor a
la Trinidad. Estas revelaciones de san Juan, autor del Apocalipsis, nos reflejan la
profundidad y misterio que tienen nuestras asambleas reunidas para alabar al Señor.
El canto expresa entonces la belleza y misterio de nuestra Iglesia, es imagen de la
alabanza eterna que dan los ángeles a Dios en el cielo y de la acción del Espíritu Santo
que mueve a los fieles a alabar a Dios.
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El canto en la Biblia
El canto es una realidad religiosa en toda la Biblia y, particularmente en todo los
Evangelios. El propio Señor acudía a la sinagoga según su costumbre (cf. Lc 4, 16) y allí
tomaba parte en el canto de los salmos. En la Última Cena cantó los himnos del rito
pascual (cf. Mt 26, 30).
El canto en la Biblia está precedido por el reconocimiento de la presencia de Dios en sus
obras de la creación y en sus intervenciones salvíficas en la historia. El ejemplo más
acabado son los salmos, que abarcan todas las formas de expresión sonora, desde el grito
y la exclamación gozosa hasta el cántico acompañado de la música y la danza (cf. Sal
47,2.7; 81,2; 98,4.6, etc.). La invitación al canto es frecuente al comienzo de la alabanza
(cf. Ex 15,21; Is 42,10; Sal 105,1), adquiriendo poco a poco significados mesiánicas y
escatológicas, al aludir al cántico nuevo que toda la tierra debe entonar (cf. Sal 96,1)
cuando se cumplan las magníficas promesas del Señor (cf. Sal 42,10; 149,1). Este cántico
se ha iniciado en la victoria de Cristo sobre la muerte, siendo cantado por todos los
redimidos (cf. Ap 4,9-14; 14,2-3, 15,3-4).
La Iglesia primitiva continuó la práctica sinagogal del canto de los salmos y de otros
himnos: «Llénense más bien del Espíritu y reciten entre ustedes salmos, himnos y cánticos
inspirados; canten y salmodien en su corazón al Señor, dando gracias continuamente y
por todo a Dios Padre, en nombre de nuestro Señor Jesucristo.» (Ef. 5,18b-20; cf. Col.
3,16); «Sufre alguno entre vosotros? Que ore. ¿Está alguno alegre? Que cante salmos»
(St 5,13). En Corinto cada uno llevaba su salmo a la reunión, de forma que San Pablo
advierte que «se hagan para edificación de todos».
San Ignacio de Antioquía: Cada uno de ustedes sea un coro para que, armoniosos en la
concordia, acogiendo la melodía de Dios, canten con una única voz al Padre por medio
de Jesucristo, para que los escuche y reconozca, por sus buenas obras que son miembros
de su Hijo (Ef 2, 4,2)
San Agustín: «Cuando siento que aquellos textos sagrados, cantados así, constituyen un
estímulo más fervoroso y ardiente para nuestro espíritu que si no se cantaran. Todos los
sentimientos de nuestro espíritu, en su variada gama de matices, hallan en la voz y en el
canto de sus propias correspondencias o modos. Excitan estos sentimientos con una
afinidad que voy a calificar de misteriosa» (cf. S. Agustín, Confesiones X, 33,49).
San Ambrosio: «El canto sagrado es bendición de todo el pueblo, alabanza de Dios,
honor del pueblo santo, consentimiento universal, coloquio común, voz de la Iglesia,
profesión sonora de fe, devoción llena de dignidad, alegría de corazones libres, clamor de
jovialidad, alegre regocijo. El canto reprime la actitud del ánimo, hace olvidar las
inquietudes, destierra la tristeza... La voz canta para gozar, mientras el espíritu se ejercita
en profundizar la fe» (cf. Enarr. in Psalmum I, 9; Patrología Latina 14,968).
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Aunque casi nunca surge la pregunta ¿por qué cantamos en nuestras celebraciones?, es
bueno dar razones sobre esta actitud.
1. El canto expresa y realiza nuestras actitudes interiores. Expresa las ideas y los
sentimientos, las actitudes y los deseos. Es un lenguaje universal con un poder expresivo
que muchas veces llega a donde no llega la sola palabra. En la liturgia el canto tiene una
función clara: expresa nuestra postura ante Dios (alabanza, petición) y nuestra sintonía
con la comunidad y con el misterio que celebramos.
2. El canto hace comunidad. El canto pone de manifiesto de un modo pleno y perfecto la
índole comunitaria del culto cristiano. Cantar en común une. Nuestra fe no es sólo asunto
personal nuestro: somos comunidad, y el canto es uno de los mejores signos del sentir
común.
3. El canto hace fiesta. El valor del canto es el de crear un clima más festivo y solemne,
ya sea expresando con mayor delicadeza la oración o fomentando la unidad. “Nada más
festivo y más grato en las celebraciones sagradas que una asamblea que, toda entera,
expresa su fe y su piedad por el canto” (Instrucción Música Sagrada No. 16).
4. La función ministerial del canto. La razón de ser de la música en la celebración cristiana
le viene de la celebración misma y de la comunidad celebrante. La música y el canto
tienen dos puntos de referencia: el ritmo litúrgico y la comunidad celebrante. El canto
sirve “ministerialmente” al rito celebrado por la comunidad.
5. El canto, sacramento. Dentro de la celebración, el canto y la música se convierten en
un signo eficaz, en un sacramento del acontecimiento interior. Dios habla y la comunidad
responde con fe y con actitudes de alabanza; se encuentran en comunión interior. El canto
es un verdadero “sacramento”, que no sólo expresa los sentimientos íntimos, sino que los
realiza y los hace acontecimiento.
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Durante el canto de entrada los ministros van en procesión, los cuales avanzan hacia el
altar en el siguiente orden:
En la posición más importante de esta procesión está el obispo o el sacerdote, que hace
visible y concreta lo que nuestros ojos no pueden ver; es decir Cristo mismo como cabeza
de nuestra asamblea.
Esta procesión nos nuestra que Cristo viene a estar en medio de su pueblo, y por esto el
pueblo se pone en pie y canta.
En la procesión el sacerdote es acompañado por otros ministros, los cuales están vestidos
con ornamentos diversos, para significar la diferencia de funciones dentro de la
celebración litúrgica y a la vez la diferencia de dones y carismas concedidos por el
Espíritu de Dios en su Iglesia.
En esta procesión el diácono lleva el Evangeliario, para demostrar que Cristo viene junto
a su Palabra, la cual transformará nuestra vida.
El Evangeliario es colocado sobre el altar, en el mismo lugar donde serán colocados los
dones del pan y del vino. Así vemos evidenciada la íntima unión entre el pan de la Palabra
y el pan del cuerpo y la sangre de Cristo. Vemos que todas las escrituras culminan en el
sacrificio puesto sobre el altar.
Es importante tener presente que en las celebraciones solemnes de la Eucaristía hay tres
procesiones: procesión de entrada, procesión de los dones del pan y del vino, y la
procesión de comunión.
La Cruz procesional
La cruz siempre acompaña la procesión, pero esto tiene un origen. Hacia el siglo VII en
algunas celebraciones los fieles de las siete regiones de Roma se reunían en una única
Iglesia llamada «de la colecta» y desde allí se dirigían a la Iglesia en la cual se realizaría
la estación, llamada estacional (del latín statio, era la Iglesia donde se realizaba la
celebración). Cada uno de estos siete grupos iba precedido por el signo de la cruz (eran
símbolo de Cristo crucificado, se convertía en una especie de estandarte representativo de
cada una de las regiones) y quienes portaban estas cruces después de su entrada en la
Iglesia las colocaban en el presbiterio, después de las celebraciones las llevaban
nuevamente.
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El beso al altar es el más antiguo y más importante entre los que son dados en la Misa,
también los bizantinos y los armenios lo practican. El beso desde antiguo, en el ambiente
eclesial, ha sido el homenaje destinado al altar, símbolo de Cristo (piedra angular, roca
espiritual) y lugar donde se va a hacer la celebración.
El beso como signo de veneración hacia un objeto sagrado ya era conocido en otros
ambientes religiosos, pero como saludo y signo de veneración al altar al inicio de la misa
es una costumbre antiquísima, posiblemente del siglo IV; no obstante, las primeras
informaciones de carácter escrito acerca de este gesto las encontramos en documentos de
finales del siglo VII, en donde también se pedía que los diáconos que acompañaban el
obispo besaran el altar.
Antiguamente se besaba junto al altar, el evangeliario (libro de los cuatro evangelios) y
el crucifijo, pero actualmente se suprimió el beso de este último. Posteriormente en el
siglo XII con el Papa Inocencio III (1198-1216) el beso al altar fue interpretado en el
sentido que el obispo al besar el altar representa a Cristo que saluda su esposa.
Este gesto es un segundo saludo después de la inclinación profunda que hace el sacerdote,
sin embargo, tiene un carácter más acentuado de veneración a Cristo, ya que el altar lo
representa a Él, quien es cabeza y esposo de la Iglesia; los Santos Padres no dudaron en
afirmar que Cristo fue, al mismo tiempo, la víctima, el sacerdote y el altar de su propio
sacrificio al Padre. De ahí que en todas nuestras iglesias “Cristo es altar” en torno al cual
se reúne el pueblo cristiano.
Nada tiene que ver con el beso de Judas al traicionar a Jesús en el Huerto de los Olivos,
su sentido es expresar simbólicamente el aprecio que se tiene a la "mesa del Señor", la
mesa en la que va a realizarse la Eucaristía y donde vamos a ser invitados a participar del
Cuerpo y Sangre del Señor. Es como un saludo simbólico, lleno de fe y de respeto, al
comenzar la celebración.
Cabe señalar también que con el correr de los siglos se habían añadido demasiados besos,
al altar (cerca de nueve), actualmente han quedado solo dos:
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Fundamentación bíblica
Según una ley del culto en el Antiguo Testamento (Levítico 16,12), el servicio litúrgico
no podía iniciarse por el Gran Sacerdote sin el uso del incienso.
En el ambiente religioso el incienso ha tenido un profundo significado. Ya para el salmista
el hecho de elevarse la nube de humo representaba la oración que se dirigía a Dios (salmo
140, 2), y también en el Apocalipsis los perfumes de las copas de oro que llevaban los
seres vivientes representaban las oraciones de los Santos (Ap. 5,8).
El libro del Apocalipsis también nos dice: «después vino otro ángel, que se paró de pie
junto al altar, con un incensario de oro; le dieron muchos perfumes para que los ofreciese
juntamente con las oraciones de todos los santos sobre el altar de oro colocado delante
del trono. Y de la mano del ángel, el humo de los perfumes se elevaba delante de Dios
con las oraciones de los santos» (Ap. 8,3-4).
En este mismo libro de las Sagradas Escrituras encontramos que el altar es el trono de
Dios y del Cordero:
«Después de esto vi aparecer una gran muchedumbre, que nadie podía contar, de toda
nación, raza, pueblo y lengua. Estaban de pie delante del trono del Cordero, vestidos con
vestiduras blancas y con palmas en sus manos. Gritaban con voz potente: La victoria es
de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero. Todos los ángeles estaban
en pie alrededor del trono, de los ancianos y de los cuatro seres vivientes» (Ap. 7, 9-11).
Fundamentación histórica
Ya en el año 390 en Jerusalén cuando se celebraba la misa dominical se utilizaban
incensarios (instrumento para quemar el incienso) y toda la basílica de la Resurrección se
llenaba de agradables perfumes.
Posteriormente en la liturgia papal del siglo VII cuando el Papa hacía su ingreso a la
Iglesia era precedido por siete ministros que portaban cirios, y por un diácono que llevaba
el incensario.
A partir del siglo IX se delinea propiamente el uso del incienso al inicio de la Misa.
Teología
La incensación al altar al inicio de la misa constituye un verdadero y propio rito
introductorio, con el cual se busca expresar que el lugar donde se realizará la acción
sagrada es particularmente distinto del mundo afectado por el pecado, entrando así en una
atmósfera diferente, de santidad.
En la misa solemne el beso al altar es seguido por la incensación. Las nubes de incienso,
que se alzan y llenan de perfume las naves de la Iglesia, colaboran a poner en mayor
realce la grandeza de la fiesta que se celebra.
Mientras la asamblea está todavía cantando, el sacerdote gira en torno al altar con el
incienso, como signo de veneración hacia el santo altar, en el cual será concentrado todo
lo que está por acontecer. Además, la vista del incienso y la misteriosa atmósfera que
crea, su perfume dulce e insólito, así como el canto nos ayudan a tener presente el lugar
en el cual estamos y el evento que está por suceder.
Así el incienso se convierte en el humo sagrado, la expresión de la elevación de los
corazones de la comunidad orante para dirigirse a Dios, pero a la vez, un objeto sagrado,
que lleva las bendiciones divinas, particularmente cuando sobre él se da la bendición de
la Iglesia.
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