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Intrépidos

navegantes y feroces combatientes, los vikingos hicieron acto de presencia


en más de una ocasión en las costas de la Península Ibérica durante la Edad Media.
Los cronistas cristianos y musulmanes los presentaron en sus historias como crueles
piratas y paganos pero, en realidad, los escandinavos altomedievales no solo fueron
saqueadores, sino también gentes dinámicas y sofisticadas, revitalizadoras del
comercio y pioneras en la exploración.
Las últimas investigaciones y la revisión crítica de las fuentes han permitido en este
libro reunir, identificar y clarificar todos los episodios conocidos de presencia vikinga
en suelo Peninsular, proporcionando, a su vez, una muy necesaria visión integral de
aquellos guerreros, colonos y mercaderes que zarparon de su Escandinavia natal en
busca de fortuna entre los siglos IX y XI d. C.

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Iván Curto Adrados

Los vikingos y sus expediciones a la


Península Ibérica
ePub r1.1
Titivillus 01.05.2023

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Iván Curto Adrados, 2017
Imagen de portada: Dibujo de placa de bronce de un casco.[*]

Editor digital: Titivillus
Original y preedición: ejbc1971
Corrección de erratas: RLull
ePub base r2.1

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Índice de contenido
Cubierta
Los vikingos y sus expediciones a la Península Ibérica
PRIMERA PARTE. Los vikingos y su mundo
1. Introducción
2. ¿Qué entendemos por «vikingo»?
3. El período vikingo
4. La complejidad y belleza del estudio del período vikingo: fuentes y bibliografía
4.1. Fuentes generales para el estudio del período vikingo
4.2. Bibliografía general sobre el período vikingo
5. Las tierras escandinavas: La geografía que forjó un fenómeno
5.1. El reino danés
5.2. El reino sueco
5.3. El reino noruego
6. La expansión vikinga
6.1. La ruta oeste
6.2. La ruta este
6.3. La ruta norte
6.4. Las causas de la expansión escandinava
7. Conozcamos al vikingo: su retrato
7.1. ¿Cuál era su aspecto?
7.2. Descripción de un escandinavo del siglo X
8. Organización social escandinava
8.1. La familia
8.2. El rígsþula: los tres estamentos de la sociedad vikinga ideal
8.3. Reyes
8.4. Magnates o jarlar
8.5. Hombres libres
8.6. Esclavos
9. Economía
9.1. Agricultura y ganadería
9.2. Artesanía
9.3. Comercio
9.4. Otras actividades
10. Formas de transporte
10.1. El barco de gosktad
10.2. Navegación
10.3. Las flotas vikingas
11. La sensibilidad artística vikinga
11.1. Artes plásticas
11.2. Poesía
12. Guerra y heroísmo

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12.1. Armamento
12.2. Tácticas
12.3. Actitud ante la muerte
13. Creencias
13.1. Paganismo
13.2. Cristianismo
14. El vikingo a ojos de sus enemigos
SEGUNDA PARTE. Los vikingos en la Península Ibérica
15. Los vikingos en la Península Ibérica
15.1. Fuentes sobre los vikingos en la península
15.2. Bibliografía sobre los vikingos en la península
16. Año 844. Arriban los primeros vikingos
16.1. Situación peninsular a mediados del siglo IX
16.2. De Aquitania a la Península
16.3. Desarrollo de las arremetidas vikingas
16.4. ¿Quiénes fueron los vikingos que atacaron la península en el año 844?
16.5. Consecuencias
17. Al-Gazál y al-Turtusis: La experiencia andalusí en escandinavia
17.1. La embajada de al-Gazál
17.2. Al-Turtūšī. El mercader judío de Tortosa
18. Años 858-861. La expedición que convierte en leyenda a los hijos de Ragnarr y a
Hæsten
18.1. La nueva situación peninsular
18.2. El devenir de la expedición vikinga
18.3. Identificación de los líderes vikingos
18.4. Consecuencias
19. Años 951-971. Galicia tiembla ante la furia de los hombres del norte
19.1. La península a mediados del siglo X
19.2. Los normandos
19.3. Los prelados de galicia contra el invasor
19.4. Consecuencias
20. La expedición de Óláfr Haraldsson. Pirata, rey y santo
20.1. Las acciones vikingas en territorio galaico y portucalense
20.2. ¿San Óláfr en la Península Ibérica?
20.3. Consecuencias
21. Úlfr. Un «lobo vikingo» en Galicia
21.1. Un jarl danés y gallego
21.2. La lucha contra los vikingos
21.3. Consecuencias
22. El ocaso de los ataques vikingos
23. Vestigios arqueológicos de la presencia vikinga en la Península Ibérica
24. Conclusiones
Bibliografía, Fuentes y Glosario
Bibliografía
Fuentes editadas

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Glosario
Sobre el autor
Notas

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PRIMERA PARTE

LOS VIKINGOS Y SU MUNDO

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INTRODUCCIÓN

El 29 de julio del año 1030 Óláfr Haraldsson, futuro San Óláfr, aguardaba a sus
enemigos en el valle de Veradalr junto al predio de Stiklarstaóir en compañía de sus
guerreros. Frente a él se congregaba un ejército de diez mil granjeros noruegos
dispuestos a impedirle recuperar su trono. Óláfr no podía renunciar a su reino sin
luchar, así que, asiendo su espada e izando su estandarte, cargó en compañía de los
suyos contra la línea de granjeros. Los hombres de Óláfr sentían devoción por su rey,
junto a él habían saboreado las amargas mieles del exilio en Nóvgorod, y la tortuosa
caminata de retorno a Noruega a través de las cordilleras suecas. Ninguno
abandonaría a su rey en este día de verano. En torno a la una y media de la tarde las
vanguardias colisionaron, las espadas se hundieron en los escudos y las lanzas
mordieron la carne. Vida y muerte, sangre y hierro, sudor y gemidos se combinaron
sobre la hierba. Eternas fueron las horas de combate —⁠ pues la victoria valía un
reino⁠ — y grandes las proezas de Óláfr durante la refriega. Así dieron las tres de la
tarde, momento en el que un hacha enemiga se incrustó en la pierna de Óláfr, justo
por encima de la rodilla. La herida hizo flaquear al recio rey, que buscó una roca
donde apoyarse. Allí, junto al pedrusco, tuvo Óláfr sus últimos pensamientos, antes
de que una lanza le entrara por debajo de la loriga dentro de las tripas y una espada le
rebanara el lado izquierdo del cuello.
Así fue el martirio de San Óláfr, un vikingo que lograría ser canonizado y
proclamado rey perpetuo de Noruega post mortem, pero que, en vida, pudo liderar
una expedición vikinga a la Península Ibérica entre otras muchas hazañas. Sus
actividades en las costas hispánicas —⁠ si es que estas se dieron realmente⁠ — apenas
aparecen registradas en unos pocos y confusos documentos medievales, someros y
deshumanizadores, que ni describen ni hacen por comprender a Óláfr ni al resto de
vikingos norteuropeos.
Empero San Óláfr, al igual que los demás hombres septentrionales arribados a
Hispania entre los siglos IX y XI, no fueron solamente despiadados saqueadores.
Fueron seres humanos multifacéticos e interesantes, solo comprensibles dentro de su
pertenencia a una sociedad cultural, religiosa y económicamente compleja, digna de
estudio y atención. Es imposible explicar el fenómeno vikingo en la Península Ibérica
sin entender a las gentes escandinavas. Por ello, en este libro intentaremos dar
respuesta, no solo a cuál fue la presencia nórdica en la Hispania altomedieval, sino a
quiénes fueron realmente los vikingos, qué características tuvo su cultura, por qué
abandonaron sus tierras natales, cuándo se llevó a cabo su diáspora, con qué medios

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técnicos contaron y cuáles fueron sus motivaciones para expandirse por el mundo.
Para arrojar luz sobre estas cuestiones nos apoyaremos en algunos de los trabajos
bibliográficos más importantes publicados hasta la fecha, así como en las principales
fuentes, —⁠ las cuales hablarán con voz propia y ostentarán un papel protagonista a lo
largo de toda la obra⁠ — de manera que el lector vaya familiarizándose con aquellos
textos que componen el corazón mismo de todo el conocimiento existente sobre los
escandinavos vikingos.

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¿QUÉ ENTENDEMOS POR
«VIKINGO»?

Si en este libro vamos a hablar de vikingos, lo primero será definirlos. El término


«víkingr» en el idioma nórdico antiguo, no fue usado originariamente para hacer
referencia a personas, sino a una actividad: la de aventurarse en expediciones
piráticas. He aquí lo que dice la Farejinga saga: «Sigmundur kvedst helst vilja fara í
víking og fá þá annað hvort nokkurn frama eða bana»[1]. Es decir: «Sigmund dijo
que estaba conforme con ir de saqueo, y conseguir mediante ello, o una buena
reputación ante los hombres, o la muerte».
Este significado original nórdico de «víkingr» equivalente a «ir de correría» o
«realizar razias» se fue paulatinamente transformando hasta aparecer, en las fuentes
del siglo XII, como un sinónimo de «pirata escandinavo». La evolución del vocablo ha
generado que, todavía hoy en día, lingüistas y filólogos sostengan acaloradas
discusiones sobre su origen etimológico. Aquí no contribuiremos a divagaciones,
pues nos parece más interesante resaltar el nuevo significado que la historiografía ha
dado a la palabra «vikingo». Actualmente está plenamente aceptado el uso del
término en referencia a toda aquella persona que, poseyendo una cultura, lengua y
religión de características escandinavas, se dedicó a cualquier actividad —⁠ no solo al
saqueo, el robo o la incursión⁠ — tanto dentro como fuera del ámbito geográfico
nórdico entre los siglos IX y XI d. C.
A pesar de que este sea el significado más extendido ahora —⁠ y el que
respetaremos a lo largo del libro⁠ —, cabe notar, para aquellos lectores que quieran
acercarse a las fuentes, que salvo en la Crónica Anglosajona[2] no encontraremos en
los textos medievales a los vikingos referidos como tales, sino bajo una miríada de
nombres diferentes. Ello se debe a que, cada pueblo que contactó con ellos los
bautizó de una manera distinta. A continuación, haremos un breve repaso por todos
apelativos que recibieron.
Los primeros en constatar por escrito el contacto con los vikingos fueron las
gentes inglesas (ca. 789), quienes los denominaron genéricamente, «daneses»
(Deniscan), «paganos» (heðen) u «hombres del norte» (Norðmanna) sin considerar,
verdaderamente, si estos procedían o no de Dinamarca, o si eran cristianos o
politeístas. La expresión «hombres del norte» o «normandos» (nordmanni) fue la
denominación más extendida entre los cronistas cristianos continentales —⁠ tanto
francos, centroeuropeos o hispanos⁠ — que usaron esta forma y otros derivados

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(normanni, lordomanni, etc.) en sus escritos latinos para referirse a todos los
vikingos, no solo los procedentes Normandía. Este último término fue, en ocasiones,
usado en el mundo musulmán bajo la forma «urdumaniyyun»; sin embargo, por lo
general, los cronistas islámicos occidentales prefirieron llamarlos «maŷūs» o
«madjus» —⁠ traducido como paganos, adoradores del fuego, magos⁠ —, mientras que
los musulmanes orientales normalmente se refirieron a ellos como «rūs»: expresión
de origen suomi que pasó a la lengua eslava y posteriormente al mundo árabe y a
Constantinopla. El Imperio de Bizancio, además de conocerlos como «Ƥῶς» (rus),
denominó a los escandinavos con el nombre de: «Βάραγγοι» (varegos), posiblemente
derivado del nórdico «várar» —⁠ personas unidas por un juramento⁠ —, un nombre
adaptado también por pueblos eslavos bajo la forma «varjagi». Y, por si estos
nombres fueran pocos, encontramos a los vikingos etiquetados también como
«extranjeros» (Gaill) o «norteños» (Lochlannaigh) en la lengua gaélica, o como
ascomanni (hombres-del-haya) por algún cronista germano.
Semejante colección de nombres puede abrumar y confundir en un primer
momento, pero es una importante muestra de dos aspectos a tener en consideración.
El primero es que, si los vikingos recibieron tantas denominaciones se debió a que
entraron en contacto con gran cantidad de pueblos letrados sobre los que dejaron una
impronta, lo suficientemente intensa, como para figurar en su historia escrita. En
segundo lugar, que la variedad de apelativos corrobora que los vikingos, en un
principio, no tenían un nombre para designarse a sí mismos y que, por lo tanto, no se
concebían como miembros de un colectivo cerrado definible. Es decir, que lo que
nosotros llamamos hoy vikingos fue en realidad un «popurrí» de gentes, étnicamente
heterogéneas, con una lengua, religión y cultura similares, pero que podían ser de
procedencia danesa tanto como islandesa, noruega, sueca, irlandesa, kievana,
novgorodiana, groenlandesa, normanda, etc.; quizá emparentados, a su vez, con
gentes celtas, eslavas, anglosajonas, francas, finlandesas…

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EL PERÍODO VIKINGO

Una vez encuadrado al vikingo dentro de su heterogeneidad, hace falta definir el


período temporal en el cual desarrolló su actividad. Se conoce como «era», «edad» o
«período vikingo» (Viking Age) al constructo ideado, fundamentalmente por los
historiadores nórdicos y anglosajones, para referirse al ámbito cronológico en el que
los vikingos ejercieron su mayor influencia en el mundo. Debemos a las obras de du
Chaillu[3] y Sawyer[4] la popularización de este concepto, el cual no es más que el
fruto de una reivindicación por parte de los estudiosos del Alto Medievo escandinavo,
quienes consideraron que otorgando a los vikingos una «edad» propia «se los
equiparaba a otras grandes culturas como Grecia o Roma»[5].
¿Qué fechas comprende, pues, este «período vikingo»? Su cronología no es fija,
sino variable, y está sujeta al contexto geográfico analizado y a las distintas tesis de
los académicos, según estas valoren la colonización, la piratería o el nacimiento de
las monarquías escandinavas el elemento central de sus estudios. A grandes rasgos, y
para no desvanecernos en eternas querellas, podemos afirmar que los límites más
aceptados por la historiografía para la era vikinga van de las postrimerías del
siglo VIII a mediados del siglo XI. Es decir, tradicionalmente las fronteras del período
se han trazado anglocéntricamente tomando como inicio el ataque vikingo al
monasterio de Lindisfame (Northumberland, Inglaterra) en el año 793 —⁠ obviando
de manera ultrajante un documentado contacto anglo-escandinavo en el año 789⁠ —, y
su final en la derrota del rey noruego Haraldr harðráði (Gobernante-Severo) en la
batalla de Stamford Bridge (Yorkshire, Inglaterra), y posterior victoria del duque
Guillermo de Normandía en Hastings en 1066[6].
No obstante, hay que considerar que, en historia, acotar temporalmente siempre
entraña peligros. Primeramente, porque está documentado ese «encontronazo»
anterior al año 793 entre una banda de vikingos noruegos y el magistrado real de la
localidad de Dorchester en Inglaterra en el año 789[7] y, segundo, porque resulta
ridículo pensar que los vikingos aparecieron en la escena europea de la noche a la
mañana a finales del siglo VIII. Esa fecha no es más que la culminación de un proceso
de contactos ultramarinos entre los escandinavos y sus territorios vecinos que se
remonta varias generaciones, como ha venido demostrando ampliamente el registro
arqueológico[8].

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LA COMPLEJIDAD Y BELLEZA DEL ESTUDIO DEL
PERÍODO VIKINGO: FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA

La investigación de la Alta Edad Media escandinava es una de las más complicadas


que existen. Uno de los mayores escollos deriva de la ausencia de relatos escritos por
los propios vikingos. Ello es debido a que la sociedad nórdica era de carácter
preeminentemente oral, y su escritura se limitó a la realización de breves
inscripciones epigráficas en alfabeto rúnico. Afortunadamente, en su expansión, los
hombres del norte tomaron contacto con multitud de pueblos letrados que recogieron
por escrito su presencia. Los relatos de los cronistas europeos y proximorientales, sin
embargo, han proporcionado una visión muy sesgada de los vikingos, quienes suelen
aparecer mencionados exclusivamente en calidad de crueles agresores o bárbaros
extranjeros.
A esta peculiaridad cabe añadir, asimismo, la dispersión y disparidad de las
fuentes, que imposibilitan el acceso de un solo investigador a documentos escritos en
una decena de lenguas distintas —⁠ nórdico antiguo, latín medieval, inglés antiguo,
griego bizantino, gaélico, árabe clásico, proto-eslavo, etc.⁠ — y repartidos por una
extensión geográfica de más de diez millones de kilómetros cuadrados. Dichos
impedimentos han forzado a los historiadores del período vikingo a recurrir al apoyo
de sus colegas de otros países, así como a estudios arqueológicos, epigráficos,
toponímicos o lingüísticos con el objetivo de precisar, complementar o corregir
algunas de sus afirmaciones; convirtiendo en el proceso a los «estudios vikingos» en
una de las especialidades más complejas, multidisciplinares, colaborativas e
internacionales que existen actualmente.

4.1. FUENTES GENERALES PARA EL ESTUDIO DEL PERÍODO


VIKINGO
Como acabamos de señalar, los escandinavos de los siglos IX al XII solo dejaron
testimonio escrito a través de inscripciones rúnicas. Las runas —⁠ de herencia
germánica⁠ — eran símbolos diseñados para ser grabados sobre soportes duros
—⁠ madera, hueso, metal o piedra⁠ — que representaban tanto ideas como sonidos, y
componían un alfabeto conocido como fupark[9]. El estudio de las runas o
«runología» es una labor ardua por cuestiones lingüísticas, culturales y de deterioro
de los soportes. La mayor parte de las inscripciones que han sobrevivido hasta hoy

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fueron realizadas sobre piedra, y se hallan repartidas por casi toda Europa
—⁠ Ucrania, Rusia, Islas Británicas, Islandia, Feroes, Noruega, Dinamarca y
Suecia⁠ —, desafortunadamente, no se ha hallado ninguna en la Península Ibérica o
que mencione expediciones a nuestro territorio.
Algunos de los grabados rúnicos han llegado hasta nosotros a través de pequeños
objetos descubiertos en excavaciones arqueológicas[10]. La arqueología se ha
convertido en una de las ciencias fundamentales para el conocimiento de la época
vikinga, y ha contribuido a ahondar enormemente en la comprensión que se tiene
sobre formas de enterramiento, herramientas, armamento, ornamentación, hábitos
alimenticios, navegación o formas de habitación de los escandinavos tanto en los
países nórdicos como en ultramar[11]. Desafortunadamente, debemos volver a
lamentar que en la Península Ibérica no se hayan revelado todavía restos
arqueológicos de la presencia vikinga.
A las inestimables aportaciones de la arqueología, se añaden otras contribuciones
de disciplinas como la toponimia y la lingüística, las cuales han posibilitado concretar
la influencia, extensión y densidad de las colonizaciones vikingas en algunas
regiones. Esta clase de estudios han proliferado sobre todo en Gran Bretaña[12],
aunque también ha habido intentos —⁠ bienintencionados, pero poco fructíferos⁠ — de
identificar influencia escandinava sobre algunos topónimos hispánicos como
Lordemanos en León[13]; Lordemao, cerca de Coimbra; o Lodimanos en Galicia[14].

Si bien los vikingos no dejaron por escrito su historia, sus descendientes


inmediatos, los nórdicos de los siglos XII y XIII, se interesaron grandemente por la
vida de sus antepasados. Ellos recogieron sus relatos tradicionales y sus poemas
—⁠ transmitidos de manera oral de padres a hijos durante generaciones⁠ — y los
pusieron por escrito en obras que conocemos con el nombre de «sagas». Son muchas
las sagas que se conservan y, a pesar de las críticas de algunos historiadores que las
consideran relatos literarios, tardíos y fabulosos[15], no dejan de ser útiles para
estudiar aspectos políticos, sociales y culturales de los vikingos, pues mucho de lo
recogido en ellas ha podido ser confirmado por la arqueología y la historiografía. A lo
largo de este libro recurriremos a citar bastantes sagas, entre ellas la Færeyinga
saga[16], el Heimskringla[17], la Laxdæla saga[18], o el Ágrip af Nóregs konunga
sǫgum[19]. Estos y otros relatos, además de ser auténticos filones para el
conocimiento histórico de los vikingos —⁠ abordándolos siempre de manera

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crítica⁠ —, son obras literarias verdaderamente deliciosas cuya lectura es altamente
entretenida, ya sea en su idioma original o en sus versiones traducidas[20].
Además de sagas, los descendientes de los vikingos codificaron su legislación a
partir del siglo XII, compilando en su normativa muchas regulaciones y hábitos
antiguos, útiles para el estudio de la ley en época vikinga. Dos de las colecciones de
leyes más importantes y famosas son el Gulaping y el Yrostaping, las cuales se
encuentran editadas en inglés[21]. También se han publicado gran parte de las fuentes
europeas que narran las experiencias vikingas más allá de Escandinavia. Por ejemplo,
es posible consultar la obra de clérigos como Adán de Bremen[22] o Dudón de San
Quintín[23], la Crónica Anglosajona[24], los Anales Irlandeses[25], los relatos del
bagdadí ibn Faḍlān[26], las narraciones del emperador bizantino Constantino
Porfirogéneta[27], o las cartas del clérigo Alcuino de York[28] entre otros muchos
materiales. La utilidad de estas fuentes para el conocimiento de los escandinavos
altomedievales es indudable, sin embargo, hay que considerar que todas las crónicas
—⁠ al igual que las sagas⁠ — deben ser leídas de manera crítica, teniendo en cuenta
que son relatos escritos desde la parcialidad de quien ha sido víctima de los vikingos
o protegido de sus descendientes.

4.2. BIBLIOGRAFÍA GENERAL SOBRE EL PERÍODO VIKINGO


La producción escrita sobre los vikingos ha proliferado sobremanera desde el
siglo XIX, fundamentalmente en los países nórdicos y las Islas Británicas. Son
incontables los libros y artículos publicados sobre el tema, y se escapa al objetivo de
este libro el recogerlos todos[29]. No obstante, conviene realizar un breve comentario
bibliográfico sobre las principales obras de referencia. Quizá sorprenda que muchas
de las obras consultadas aquí se encuentran en inglés, pero ello no es más que el
resultado de la adopción de esta lengua como idioma vehicular de la comunidad
científica en la actualidad. Recomendamos, como ensayos elementales, los de
Sawyer[30] y Musset[31], cuyas reflexiones marcaron un hito en el estudio de las
invasiones vikingas. Sobre su base se pudieron realizar los grandes manuales, entre
los que sobresalen los de Barthélemy[32], Jones[33], Brink y Price[34] o Sawyer[35];
siendo los dos primeros verdaderos ejemplares de erudición y los dos últimos un
fantástico esfuerzo de compilación y puesta al día en las principales materias.
Existen otros destacadísimos volúmenes, como pueden ser el de Foote y
Wilson[36], el de Simpson[37] y el de Boyer[38] orientados, en su caso, al estudio de la
vida cotidiana de los vikingos. Asimismo, queremos llamar la atención sobre la
insuperable obra de Blóndal y Benedikz[39] acerca de los varegos de Bizancio, el
compendio histórico-político de los reinos escandinavos de Clements[40], la bellísima
recopilación de textos llevada a cabo por Page[41], o los divulgativos manuales de San
José[42] y Haywood[43]. Estos catorce libros mencionados no son más que una

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fracción ínfima de los ejemplares disponibles, pero creemos que en ellos se engloba
una buena parte de todo el conocimiento serio sobre el período vikingo. Más
adelante, en el capítulo XV, incluiremos otra sección, más específica, con bibliografía
y fuentes relacionadas con la presencia vikinga en la Península Ibérica.

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LAS TIERRAS ESCANDINAVAS:
LA GEOGRAFÍA QUE FORJÓ UN FENÓMENO

Escandinavia es el lugar de origen de los vikingos, y puede ser definida como la


región de Europa compuesta por los actuales países de Noruega, Suecia y Dinamarca;
mientras que otros territorios como Islandia, Islas Feroe, Groenlandia o Finlandia no
se consideran parte de Escandinavia, aunque sí miembros de la comunidad
denominada «países nórdicos».
La Escandinavia de los siglos IX al XI no tiene que ver nada con la actual en
cuanto al grado de domesticación del terreno, densidad y distribución de la población,
subdivisión regional o calidad de vida. En época vikinga, ni Dinamarca, ni Suecia, ni
Noruega existían como naciones —⁠ aunque durante este período seremos testigos de
su configuración como reinos independientes⁠ —, y sus fronteras —⁠ políticas y
culturales⁠ — eran entonces mucho más difusas e indefinidas que las actuales. Si algo
caracterizó esta zona septentrional fue su complicada topografía, los climas extremos
de algunas regiones y la peligrosidad que suponían los desplazamientos por tierra y
por mar. Todas estas singularidades marcaron, sin lugar a duda, el carácter de los
habitantes de la actual Noruega, Suecia y Dinamarca, quienes, pese a las ligeras
diferencias regionales, en la época vikinga compartieron una lengua, religión y
cultura comunes[44].
El terreno es, todavía a día de hoy, un factor determinante en las naciones
escandinavas, y su tiranía marcó la historia nórdica[45]. Para aproximarnos a la
Escandinavia medieval, no existe mejor guía que el clérigo del siglo XI Adán de
Bremen, quien se dedicó a recoger las descripciones de terceros sobre los distintos
reinos. Aunque Adán peca de imaginativo e impreciso, el relato que nos proporciona
es relevante por su contemporaneidad y por reflejar la percepción medieval de la
Europa septentrional.

5.1. EL REINO DANÉS


Durante la era vikinga la influencia danesa se extendía, además de por la península de
Jutlandia y las islas de alrededor —⁠ Fionia, Selandia y Bornholm⁠ —, por amplios
dominios en el sur de Götaland, las costas del fiordo de Oslo y la zona de Hollstein,
como ha podido constatar la cultura material y algunos factores lingüísticos[46].
Topográficamente, Adán de Bremen nos describe Jutlandia de esta manera: «la tierra

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allí es estéril salvo por las zonas donde fluyen ríos, el resto parece desierto, tierra
salada y salvaje. […] Casi no hay cultivos y casi ningún lugar es apto para la vida
humana, pero allí donde existen extensos brazos de mar, allí surgen muy amplios
asentamientos».
Sobre el mar entre Fionia, Jutlandia y Selandia, Adán afirma que era por
naturaleza tormentoso y que «incluso si tienes un viento favorable, es casi imposible
escapar al pillaje de los piratas». En cuanto a Selandia comenta que era una isla
grande, «famosa por la valentía de sus habitantes y la riqueza de sus productos
agrícolas». Allí se situaba Roskilde, asiento de los reyes daneses y lugar donde, según
Adán: «se guarda una gran cantidad de oro, fruto de la piratería». Una piratería que se
nutría también del tráfico de esclavos —⁠ foráneos y locales⁠ — pues: «[…] tan pronto
un danés captura a otro danés lo vende como esclavo, sin piedad, a alguno de sus
compañeros o a algún extranjero»[47].

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5.2. EL REINO SUECO
El corazón de Suecia era la región de Svealand, cuyo enclave más importante era la
vieja Uppsala, asiento de los reyes suecos y santuario principal de la religión nórdica.
Svealand se caracterizaba por estar compuesta de llanuras bajas de bosques y tierra
fértil de cultivo. Al sur de Svealand, la región de Götaland se singularizaba por
poseer amplios bosques; mientras que al norte dos zonas más salvajes —⁠ Hälsingland
y Norrland⁠ — albergaban asentamientos dispersos vinculados a lagos y vías fluviales,
y orientados hacia el comercio. He aquí lo que Adán de Bremen narra sobre Suecia:
«[…] es un lugar muy fértil, con abundancia de cultivos y miel. Además, es excelente
para criar ganado». Aparte, Adán resalta la gran importancia que tenía el comercio
para los suecos, los cuales abundaban en «oro, plata, caballos y pieles», así como en
hospitalidad pues, según cuenta: «[…] para ellos no hay mayor infamia que negarle la
hospitalidad al viajero, y rivalizan y compiten para decidir cuál de ellos tendrá el
honor de entretener a un invitado»[48].

5.3. EL REINO NORUEGO


Noruega se ha dividido tradicionalmente en cuatro grandes regiones. La costa
occidental, marcadamente montañosa y herida de fiordos, posee un clima templado
fruto del influjo de la corriente del Golfo, que impide que los fiordos se hielen en
invierno. La altura media sobre el nivel del mar de la vertiente oeste de Noruega es de
500 metros, y la tierra cultivable limitada. Por ello, sus habitantes se vieron obligados
a vivir volcados hacia el océano y la colonización de nuevas tierras —⁠ Islas Feroe,
Orcadas, Shedand, etc.⁠ — las cuales se encontraban más cercanas por mar que la
misma Oslo.
La larga frontera noruega con Suecia se define por una cordillera montañosa de
1700 km de longitud. Al suroeste se encuentran dos grandes valles que desembocan
en el fiordo de Oslo, en torno al cual se concentra la mayor extensión de superficie
cultivable de toda Noruega. Al norte se halla la región llamada Trøndelag, en torno al
fiordo de Trondheim, lugar de clima frío, pero con amplias zonas de cultivo y buenas
comunicaciones terrestres con el reino sueco. Al norte del Trøndelag se sitúa una
vasta extensión de territorio conocida como Hàlogaland, cuya economía dependía en
época vikinga exclusivamente de la caza, la pesca y la recolección.
Adán de Bremen habla de Noruega como si fuera la última región de la Tierra.
Una zona salvaje y montañosa, de suelos estériles «solo aptos para las bestias», donde
los hombres «logran sobrevivir gracias a sus rebaños de animales, de los cuales
obtienen leche para su alimentación y lana para su vestimenta». Esta falta de

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comodidades, según Adán, fue el catalizador que provocó el surgimiento de muchos
guerreros fuertes, los cuales se vieron obligados a «navegar por todo el mundo,
realizando correrías en las que obtienen abundantes recursos y riquezas del resto de
países, permitiéndoles sobrellevar las penurias del suyo propio»[49].

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LA EXPANSIÓN VIKINGA

A pesar de sus palabras, Adán de Bremen sabía que no solo los noruegos buscaron
prosperidad fuera de sus tierras natales. Gentes de todo el Septentrión se embarcaron
en empresas allende sus fronteras, que les llevaron a aventurarse más allá de Europa y
a recalar varias veces en la Península Ibérica. El proceso por el cual las gentes de
Escandinavia abandonaron sus regiones con el fin de comerciar, explorar, atacar o
colonizar otros territorios se conoce como «expansión vikinga». Este proceso no
parece haberse producido de manera súbita, sino que se fue gestando durante
generaciones y dio como resultado la exploración escandinava de tres rutas
principales. A saber:

6.1. LA RUTA OESTE


La vía occidental de los vikingos se estableció sobre las olas del mar Atlántico y fue,
ante todo, explorada por noruegos y daneses. El primer contacto violento en esta
dirección quedo registrado en la Crónica Anglosajona —⁠ como ya señalamos
antes⁠ — la cual, para el año 789, dice que «[…] arribaron tres barcos de los hombres
del norte procedentes de Hordaland [Noruega], y entonces el magistrado cabalgó a
donde estaban y los quiso convencer de que fueran hasta la villa [de Dorchester]
porque él no sabía quiénes eran, y entonces le mataron»[50].
Durante las centurias que siguieron a este primer encontronazo, muchos
noruegos, ávidos de tierra, sintieron la necesidad de lanzar sus barcos hacia la
exploración de todas las islas atlánticas. Allí donde pudieron colonizaron la tierra,
donde no, saquearon, y cuando les interesó, comerciaron. De esta manera procedieron
en grandes zonas de Inglaterra, Escocia, las islas Hébridas, Man, Orcadas, Shetland,
Irlanda, Islas Feroe, e Islandia[51]. Una vez dominados y agotados esos itinerarios, su
inquietud les llevó a continuar su exploración noroeste hacia Groenlandia y a poner
pie en el continente americano —⁠ al que bautizaron como Vínland (Tierra de
Viñedos)⁠ — en torno al año 1000. También viajaron hacia el suroeste hasta arribar a
las bahías asturianas y galaicoportuguesas, muchas veces en compañía de sus vecinos
daneses.
Los vikingos de Dinamarca sintieron gran predilección por los Reinos
Anglosajones, logrando, en un ataque coordinado, apoderarse de todos ellos menos
Wessex; colonizando permanentemente una parte importante de Northumbria, Anglia

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Oriental y Mercia conocida como «Danelaw»[52] y, finalmente, logrando establecer a
Knútr inn riki (el Grande, 1019-1035), como rey triple de Dinamarca, Noruega e
Inglaterra[53]. Asimismo, la inquietud llevó a los daneses a Irlanda, sur de Escocia,
sur del Báltico, Frisia y el Reino Franco, donde consiguieron colocar a uno de sus
caudillos —⁠ llamado Hrólfr o Rollo⁠ — al frente de la región de Normandía en el año
911[54]. Su osadía también les llevó a atacar la Península Ibérica, el norte de África, la
Occitania y el norte de la península itálica.

6.2. LA RUTA ESTE


El camino oriental —de carácter más comercial⁠ — fue explotado sobre todo por
suecos, los cuales, desde el siglo VIII, habían establecido puestos mercantiles en el
golfo de Finlandia y en el sureste del Báltico. Ayudados de embarcaciones,
decidieron internarse a través de las vías fluviales dirección sur por los territorios de
los pueblos eslavos, búlgaros y jázaros hasta lograr el contacto con el Imperio
bizantino y el Califato bagdadí[55]. A lo largo de estos itinerarios los vikingos
consiguieron establecer importantes asentamientos —⁠ Nóvgorod, Staraja Ladoga o
Kiev entre otros⁠ — de masa de población eslava, pero regidos por una élite
principesca de origen escandinavo.

Las rutas, peligrosas y llenas de dificultades, exigieron a los vikingos portear sus
embarcaciones sobre tierra para cambiar de vía fluvial y salvar los abundantes saltos
de agua. La vía principal a Constantinopla —⁠ conocida como ruta de los varegos⁠ —
discurrió a través del río Dniéper hasta Mar Negro, y nos es conocida gracias a la
descripción que de ella hace la Crónica de Néstor[56] y el De Administrando Imperio

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del emperador Constantino Porfirogéneta[57]. El camino más oriental, el del Volga,
atravesaba los territorios jázaros hasta el Mar Caspio, y continuaba hasta Bagdad a
lomos de camellos. La importancia de la ruta del Califato fue crucial, pues suministró
de monedas de plata a los suecos hasta el siglo X. Además, fue en este recorrido del
Volga donde se produjo el curioso contacto entre unos mercaderes rus y el embajador
musulmán ibn Faḍlān, del que pervive testimonio[58].

6.3. LA RUTA NORTE


Esta vía es quizá la menos exótica y documentada de todas. Al parecer se trataba de
una ruta ártica por el Mar Blanco y el Mar de Barents en busca de materias primas,
intercambiadas o cobradas como tributo a los pueblos lapones por parte de algunos
caudillos noruegos y suecos[59]. Sabemos de este itinerario gracias a un importante
comerciante, que se hacía llamar Ohthere, el cual relató al rey Alfredo el Grande de
Wessex (871-899) el origen de su opulencia generada por el mercadeo de «pieles de
bestias, plumas de pájaros, huesos de ballena y cabos realizados a partir de piel de
morsa y foca»[60].

6.4. LAS CAUSAS DE LA EXPANSIÓN ESCANDINAVA


¿Qué provocó que los norteuropeos abandonaran sus tierras natales y se dedicaran a
interactuar con otras regiones tan alejadas de Escandinavia como Hispania o el
Califato abasida? Ningún vikingo dejó por escrito explicación alguna a su
comportamiento, pero eso no impidió que los cronistas contemporáneos, así como los
historiadores siglos después, buscaran una explicación plausible a este intrigante
fenómeno. Para los clérigos cristianos medievales la respuesta estaba clara: los
vikingos eran el brazo ejecutor de la venganza de Dios por los pecados de los
hombres. Por ejemplo, Alcuino de York (ca. 735-804), erudito inglés de la corte de
Carlomagno, tras enterarse del funesto ataque al monasterio de Lindisfarne
(Inglaterra), exhortó a sus compatriotas a la reflexión con estas palabras: «Considerad
cuidadosamente, hermanos, y examinad diligentemente, no sea que acaso este
desacostumbrado e inaudito mal fuera merecido por alguna práctica maligna»[61].
Relacionado con la concepción providencialista, los monjes que realizaron la
Crónica Anglosajona también se esforzaron por asociar la llegada de los vikingos a
sus costas con prodigios celestiales, anuncio de tribulaciones:

«En el año 793 terribles portentos se cernieron sobre la tierra de


Northumbria y afligieron miserablemente a sus gentes: inmensos destellos
de relámpagos y ardientes dragones fueron vistos volando por el aire, a lo
que inmediatamente sucedió una gran hambruna, y después de aquello, en

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ese mismo año, la incursión de los bárbaros paganos devastó
miserablemente la iglesia de Dios en la isla de Lindisfarne mediante
saqueo y asesinato»[62].

Parece que el origen de estas creencias que entendían los ataques vikingos como
una retribución divina, pudo encontrarse en los textos bíblicos[63]. No obstante, para
los historiadores y arqueólogos actuales, la providencia no puede proporcionar una
respuesta aceptable a la inquietud de los pueblos escandinavos. Muchos son los
especialistas que se han volcado en dar respuesta al fenómeno de la expansión, el cual
puede ser considerado un paradigma de multicausalidad, como veremos a
continuación.
Uno de los catalizadores de la diáspora vikinga más citados por la historiografía
ha sido la explosión demográfica ocurrida en Escandinavia durante la Alta Edad
Media. Una superpoblación solo verificable en Noruega[64] y que no explica por qué
las primeras gentes en abandonar Escandinavia se mostraron más preocupadas por
saquear, comerciar y acumular riquezas que por colonizar nuevas tierras[65]. Por ello,
distintos estudios han barajado otros motivos a la hora de justificar las actividades
vikingas. Se han considerado razones de tipo climático pues, al parecer, la etapa que
va de finales del siglo VIII a comienzos del XI coincide con una fase cálida y seca para
el norte de Europa[66]. Empero, no muchos académicos aceptan que existió
correlación entre este intervalo de bonanza climática y el despertar vikingo. Más
bien, la historiografía ha considerado los factores económicos como aquellos
crucialmente determinantes.
Por lo que sabemos, el siglo VIII vio incrementado el comercio en torno al Báltico
y al Mar del Norte, lo que llevó al desarrollo y proliferación de centros comerciales
como Quentovic en el Reino Franco, Hedeby al sur de Dinamarca, Kaupang en
Noruega, Birka en Suecia, Staraja Ladoga en la actual Rusia o York en el Danelaw.
En torno a esos pujantes centros de mercadeo emergieron una serie de líderes locales
especialmente bien posicionados para explotar la nueva situación comercial, por
ejemplo, mediante la exacción de tributos e impuestos. Sin embargo, aquellos
caudillos que fueron marginados de estas actividades comerciales, se vieron forzados
a recurrir a la piratería es busca de fortuna, llegando a desbordarse sus actuaciones
por toda Europa[67]. A todo ello se habría unido la interrupción, en el siglo X, del
suministro de plata llegada al Báltico procedente de territorios islámicos, lo que pudo
impulsar de manera definitiva los ataques vikingos hacia el oeste[68].
En contraste con esta concepción económica, otros autores han abogado por
buscar el verdadero móvil de los vikingos en su cultura. Para la sociedad
escandinava, la hazaña guerrera y la adquisición de tierra en propiedad eran medios
de promoción, y la aventura ultramarina ofrecía la posibilidad de materializar ambos
anhelos[69]. En cambio, distintos especialistas han llegado a proponer que, otra de las
causas de la expansión se pudo encontrar en prácticas ancestrales de infanticidio

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femenino selectivo, las cuales provocaron un exceso de población masculina,
obligando a los varones jóvenes a buscar nuevos medios de adquirir riqueza a fin de
potenciar, frente a la desbordante competencia, sus posibilidades de obtener una
esposa y un hogar en propiedad[70].
Otra interesante teoría ha sido defendida por el arqueólogo Bjorn Myhre, que
propone que los contactos comerciales —⁠ pacíficos y prolongados en el tiempo⁠ —
que se venían dando entre Escandinavia y las Islas Británicas, se tornaron violentos
como reacción al creciente poder de Carlomagno, líder de un imperio expansivo bajo
un sistema ideológico cristiano que amenazaba la forma de vida tradicional
escandinava[71]. En una línea distinta, parte considerable de la comunidad académica
ha sugerido que, tanto la eclosión del poder regio en Escandinavia (ss. IX-X) como la
resistencia a la centralización del poder, pudieron haber impulsado las razias y los
asentamientos en otras regiones de Europa. Según estos investigadores, las divisiones
en la sociedad vikinga, fruto de los conflictos sucesorios, forzaron a los partidarios de
los bandos perdedores a abandonar sus lugares de origen con el fin de buscar nuevas
tierras donde cultivar, servir como mercenarios o ejercer la piratería[72]. La
confirmación de esta teoría se encuentra en el Heimskringla de Snorri Sturluson, que
narra cómo la victoria del rey Haraldr hárfagri (Cabello-Bonito, ca. 850 - ca. 930) en
la batalla de Hafrsfjórór, obligó a muchos reyezuelos noruegos a zarpar con rumbo a
nuevos territorios, principalmente al norte de Gran Bretaña e Islandia:

«Tras la batalla, no hubo más resistencia frente al rey Haraldr en Noruega.


Todos sus grandes enemigos murieron y otros huyeron del país, siendo
estos últimos gran multitud, pues grandes extensiones de tierras
deshabitadas fueron en aquellos tiempos colonizadas […]. Y entonces
hubo un gran éxodo hacia las Shetland [Escocia], y mucha de la
aristocracia huyó del rey Haraldr convirtiéndose en proscrita y
embarcándose en expediciones hacia el oeste […]»[73].

Por último, pero no menos importante, hay que mencionar el posible impacto que
los testimonios de los antepasados o los rumores de los comerciantes pudieron haber
tenido sobre nuevas generaciones de vikingos. Contactos comerciales, incursiones y
colonizaciones se desarrollaron durante centurias, y los relatos de aventuras gloriosas
o riquezas fácilmente adquiribles, pudieron haber seducido a jóvenes impresionables,
ávidos por comprobar las ventajas que otras partes de Europa tenían que ofrecer[74].

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7
CONOZCAMOS AL VIKINGO: SU RETRATO

¿A quién nos imaginamos cuando hablamos de un vikingo? ¿Cómo eran los vikingos
que atacaron la Península Ibérica? El cliché nos habla de gente alta, fuerte, rubia,
pálida, con cabellera larga y barba. También desaseados, vestidos de cuero y portando
cascos con cuernos y gigantescas hachas de doble filo. En cuanto a su personalidad,
popularmente se los ha retratado como brutos, incultos, violentos, inmorales,
propensos a la fiesta y a la borrachera, valientes…
Ese es el prototipo de vikingo —⁠ enraizado en el romanticismo Victoriano del
siglo XIX[75]⁠ — más divulgado en nuestros días. Arte, películas, teleseries,
videojuegos, novelas, etc., contribuyen a perpetuar un mito que poco se corresponde
con la realidad histórica[76]. El verdadero vikingo es mucho más complejo e
interesante que su simplista sucedáneo comercial, y es de justicia que lo conozcamos
mejor si deseamos adquirir una comprensión holística de sus arribadas a la Hispania
medieval.

7.1. ¿CUÁL ERA SU ASPECTO?


De los estudios demográficos se deduce que el vikingo que llegó a la Península
Ibérica debió ser una persona joven, aunque envejecida prematuramente. Por
ejemplo, investigaciones sobre los habitantes daneses de York han desvelado que la
mortalidad infantil entre los escandinavos era alta, que el 50 % de las mujeres morían
antes de los treinta y cinco años, y la media de edad entre los hombres era de
cincuenta años. Igualmente, los análisis han determinado la presencia endémica de
lombrices intestinales entre algunos vikingos, fruto de su alimentación[77].
Aparte de joven, el escandinavo tampoco debió ser muy alto según nuestros
estándares actuales. La estatura media de los vikingos varones entre los siglos IX y XI
rondaba los 170-175 cm —⁠ según los estudios arqueológicos que se han realizado
sobre los huesos de individuos hallados en Islandia[78] y York[79]⁠ —; mientras que la
altura de las mujeres estaba en torno a los 156-161 cm. Eso no quiere decir que no
hubiera escandinavos más pequeños de estatura o mucho más altos. Por ejemplo, la
Færeyinga saga cuenta de Þórðr lági (Bajito) que era «el más alto de los
hombres»[80], y describe a Þóra Sigmundsdóttir como «una mujer alta e
imponente»[81]. El Heimskringla también narra que sus enemigos prometieron al rey
noruego Haraldr harðráði (Gobernante-Severo, 1015-1066), una tumba a su medida

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—⁠ siete pies de largo (unos 210 cm)⁠ — para ser enterrado[82]. Asimismo, de su nieto
Magnús berfœttr (Pies-Descalzos), dice que era «el más alto de los hombres» por lo
que a veces era llamado Magnús hávi (Alto); y que existían tres cruces marcadas en
la piedra en la iglesia de Máríukirkja, señalando tanto su extraordinaria altura como
la de su padre y la su abuelo[83]. Más allá de las excepciones, sí parece que los
escandinavos altomedievales fueron algo más espigados que otras poblaciones
coetáneas. Por ejemplo, en comparación con los musulmanes, el cronista ibn Rusta
los describe como «extraordinarios por su tamaño, su físico y su valor»[84], e ibn
Faḍlān los identifica en estos términos: «Parecían palmeras. Eran rubios y
rubicundos»[85].
Que algunos escandinavos presentaran una piel clara en comparación con los
árabes no significa que todos fueran rubios o pelirrojos. El mismo Heimskringla, nos
dice que San Óláfr era un hombre «de estatura media, de complexión ancha,
físicamente fuerte, con el pelo marrón claro»[86]; y en la Saga de Hord nos hablan de
un capitán vikingo llamado Bjórn blásíba (Cara-Oscura), que era «grande y oscuro de
piel»[87]. Es verdad que, según lo que nos ha quedado reflejado en las sagas
islandesas o en poemas como el Rígsþula, el ser alto, tener el cabello rubio, la tez
pálida y los ojos claros, fueron atributos bien considerados entre los vikingos,
seguramente por «estar de moda» —⁠ al igual que hoy en día puede estilarse el estar
depilado o lucir bronceado⁠ —; no obstante los vikingos nunca contemplaron teoría
racial alguna, y jamás tuvieron reparo en entremezclarse con las gentes con quienes
contactaban —⁠ ya fueran rubios, morenos, altos, bajos, celtas, vendos, anglosajones,
lapones, francos, eslavos, etc.⁠ —.
Las gentes vikingas, quizá para sorpresa de algunos lectores, daban gran
importancia a la estética y a la opinión de sus semejantes. El cuidado de la apariencia
era para ellos —⁠ tanto hombres como mujeres⁠ — algo primordial. Por ejemplo, en
las sagas, el caudillo islandés Njáll es objeto de burlas por ser barbilampiño, mientras
que a su mujer la desprecian por tener padrastros en los dedos[88]. Una melena limpia
y brillante era muy admirada en cualquier persona, ya fuera entre los guerreros
vikingos de Jómsborg[89] o entre los reyes de Noruega[90]. También sabemos por las
crónicas que a inicios del siglo XI se impuso entre los hombres el llevar largo el
bigote —⁠ como lo llevaba el rey noruego Haraldr hardrádi (Gobernante-Severo)[91],
y hay testimonios del siglo X que nos hablan de mercaderes suecos llevando
tatuajes[92]. El maquillaje de ojos igualmente parece haber sido usado por ambos
sexos —⁠ como cuenta el judío andalusí al-Turtüsl (965 d. C.)[93]⁠ — así como jabones
de naturaleza básica que decoloraban el cabello[94].
Es un hecho que los vikingos pueden contarse entre las gentes más limpias de su
época. Sus hábitos de higiene —⁠ baños de cuerpo entero cada sábado, acicalamiento
de cara y manos a diario, cambios frecuentes de ropa y despiojado del pelo de manera
regular⁠ — escandalizaron en tal medida a algunos clérigos ingleses, que creyeron que

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todos estos actos eran costumbres paganas encaminadas a seducir a las mujeres
anglosajonas de alto rango[95]. Fue tanta la atención que el vikingo dio a su higiene
que muchas veces se hicieron enterrar acompañados de sus peines y otros utensilios
de acicalamiento, como finas cucharillas de hierro, supuestamente usadas para extraer
la cera de los oídos[96].
En cuanto a la vestimenta, no tenemos constancia de que el escandinavo fuera
ataviado de pies a cabeza en cuero, al contrario: según los hallazgos arqueológicos, el
único cuero que vestían los vikingos era el de sus zapatos y sus cinturones. Según
constatan restos y sagas, el varón vikingo podía poseer, como atuendo básico, una
camisa y unos calzones —⁠ de lana o lino⁠ —, que complementaba con unos
pantalones muy anchos tipo bombachos —⁠ posiblemente de influencia oriental⁠ — o,
en su defecto, pantalones largos rectos o pantalones cortos acompañados de medias
hasta la altura de la rodilla. Sobre la camisa solían llevar una túnica con un cinturón a
la altura de las caderas. La túnica podía estar llamativamente tintada y decorada con
hilo de oro o de plata, según el poder adquisitivo de su portador[97]. Un ejemplo de
coquetería vikinga en el vestir fue el islandés Bolü Bollison, que había estado en
Constantinopla al servicio del emperador y, del que se dice, a su vuelta trajo:
«muchos bienes y muchos objetos de valor que los jefes locales le habían regalado.
Bolü era un hombre tan presumido cuando llegó a casa después de este viaje que no
quería ponerse ropa alguna que no fuera de escarlata o de seda, y todas sus armas
estaban ornadas de oro. Le llamaban Bolü el Refinado»[98].
Las armas eran parte de la vestimenta del hombre escandinavo. Aquel que se
pudo permitir una espada la portaba mediante un tahalí enganchado al cinturón,
donde podía compartir espacio con un cuchillo utilitario, una espada corta —⁠ seax⁠ —
sujetada en posición horizontal, y una escarcela. Sobre la cabeza los vikingos solían
llevar gorros, que les protegían de las inclemencias climáticas. Asimismo, como
cobertura extra para el exterior, era común el uso de pieles y/o mantos de lana como
el que, entre 960 y 970, puso de moda el rey noruego Haraldr gráfeld (Capa-Gris)[99].
En cuanto a la vestimenta de las mujeres, la mayoría solían ataviarse con una
camisa, también de lana o lino, a veces plisada, de manga corta o sin mangas, así
como ropa interior y medias atadas con cordones[100]. Por encima de la camisa las
escandinavas llevaban un vestido largo ceñido a la cintura mediante un cinto, que a su
vez sujetaba la escarcela, un cuchillo utilitario —⁠ otras veces portado al cuello
mediante un cordón⁠ —, y las llaves propias del hogar. Entre las mujeres de inicios del
período vikingo se impuso la curiosa moda de llevar broches: dos ovales —⁠ uno en
cada hombro⁠ — y uno trilobulado sobre el pecho[101]. Para salir al exterior se cubrían
con capas y pieles igual que el hombre. Tanto varones como mujeres de la época
pudieron portar colgantes, anillos, torques y brazaletes de oro o plata, haciendo
ostentación de su estatus y poder adquisitivo[102].

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7.2. DESCRIPCIÓN DE UN ESCANDINAVO DEL SIGLO X
Sirvan como síntesis de lo expuesto las palabras del embajador bagdadí ibn Faḍlān
quien, durante su estancia entre los búlgaros del Volga en el año 922, coincidió con
unos comerciantes rus suecos, a los cuales describió con estas palabras:

«Vi a los rūs, que habían venido a comerciar y habían acampado en la


orilla del río Itil [Volga]. Nunca había visto cuerpos más perfectos que los
suyos. Eran como palmeras. Eran rubios y rubicundos. No llevaban
abrigos ni caftanes, sino un atuendo [capa] que les cubría una parte del
cuerpo y les dejaba una mano libre. Cada uno portaba un hacha, una
espada y un cuchillo y nunca se separaban de las armas que he
mencionado. Sus espadas eran anchas y acanaladas como las de los
francos. De la punta de los pies hasta el cuello cada hombre estaba tatuado
en color verde oscuro con diseños y otras cosas.
Todas sus mujeres llevaban sobre el pecho un broche circular, hecho de
hierro, plata u oro, dependiendo de la riqueza y posición social de su
marido. Cada broche lleva un anillo en el que cuelga un cuchillo, también
sobre el pecho. Alrededor de sus cuellos llevan torques de oro y plata,
porque cada hombre, una vez que acumula diez mil dírhams, hace que
fabriquen un torque a su esposa. Cuando acumula veinte mil hace dos y
así»[103].

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ORGANIZACIÓN SOCIAL ESCANDINAVA

La unidad social básica de la sociedad vikinga era la familia. Originalmente, el


núcleo familiar escandinavo fue reducido —⁠ únicamente extensible a ciertos
parentescos de la rama patrilineal⁠ —; pero durante los siglos IX al XI fue ampliado
mediante conexiones matrimoniales o adoptivas, de manera que acabó siendo mucho
más extenso que el que tenemos en la sociedad actual, llegando, en la Islandia del
siglo XI, a considerarse parte del núcleo familiar a los primos en cuarto grado[104].

8.1. LA FAMILIA
Para la sociedad escandinava, la lealtad familiar era la piedra angular. La búsqueda de
la prosperidad del clan —⁠ que por extensión equivalía a la personal⁠ — era el objetivo
de su existencia. Ello era debido a que, en el núcleo familiar, todo era compartido:
ganancias, pérdidas, deshonra, gloria, etc. La conservación íntegra de las propiedades
muebles e inmuebles del linaje, así como su prestigio social dentro de la comunidad,
exigían las más altas tasas de compromiso por parte de sus integrantes[105]. Por ello,
los argumentos de la mayoría de sagas islandesas giran en torno a familias y a los
deberes derivados de estas: siendo la obligación de obtener reparación o venganza
ante una afrenta la más importante. En todas las sagas, los escandinavos hacen
ejercicio de un desarrollado concepto del honor, y suelen preferir morir buscando
resarcimiento antes que dejar una ofensa sin reparación. Véanse las palabras de la
islandesa Þórgerðr, dirigidas a su hijo Halldórr, después de que Bolü Þorleiksson
deshonrara a su familia matando a Kjartan, otro de sus vástagos:

«Aquí vive Bolü, el asesino de tu hermano y, ¿no es maravilloso que, al


contrario que tus antepasados, no te hayas dignado a vengar todavía a tan
buen hermano como lo era Kjartan? Nuca Egill, el padre de tu madre, se
habría comportado de esa manera, y es una cosa penosa el tener cobardes
por hijos. Definitivamente, creo que hubieses sido más feliz habiendo
nacido hija de tu padre y habiéndote casado. De hijos como tú, Halldórr,
nace el refrán “entre aves siempre encontrarás gallinas”. Esa ha sido la
mayor desgracia de tu padre: el no haber tenido suerte engendrando hijos.
En casa te recordaré lo vivido hoy, Halldórr, porque te consideras a ti
mismo como el mejor de tus hermanos»[106].

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Sin embargo, más allá de la devoción a la familia, durante la era vikinga se fueron
desarrollando nuevas lealtades de carácter individual, como la lealtad de un hijo
adoptivo hacia su familia de adopción, la de un liberto hacia su patrono, la de un
guerrero hacia su rey, la de un miembro de la tripulación de un barco hacia sus
compañeros, la de un mercader hacia sus asociados, la de un cristiano hacia Dios, etc.
Ello contribuyó una progresiva relegación y debilitamiento de los vínculos de
fidelidad por parentesco.

8.2. EL RÍGSÞULA: LOS TRES ESTAMENTOS DE LA SOCIEDAD


VIKINGA IDEAL
El poema conocido como Rígsþula[107] —⁠ que algunos especialistas consideran
posterior al fin del nuestro período, mientras que otros consideran muy
anterior[108]⁠ — divide a la sociedad escandinava en tres órdenes: los esclavos
(prællar), los hombres libres (bœndr; drengir; karlar…), y los grandes magnates y
reyes (jarlar y konungar). En el poema, el dios Heimdallr —⁠ bajo el nombre de
Ríg⁠ — visita a tres parejas con las que tiene relaciones y de las que nacen tres niños,
cada uno representando un elemento estereotípico de la sociedad ideal. El poema,
indudablemente, presenta una visión simplificada de la comunidad escandinava que
debió ser mucho menos estática y ordenada pues, recordemos, muchos vikingos
lograron promocionar socialmente y prosperar tanto en sus hogares como fuera[109].

8.3. REYES
Uno de los fenómenos característicos del período vikingo fue el desarrollo de las
monarquías en Escandinavia. El proceso colocó en la cúspide de la pirámide
estamental a unos personajes conocidos como reyes (konungar) quienes, en un
principio, no fueron más que magnates (jarlar) venidos a más como muestra el
Rígsþula. Verdaderamente, a inicios de la era vikinga, cualquier jarl local se podía
intitular a sí mismo como rey; no obstante, durante el siglo X empezaron a surgir en
Dinamarca, Noruega y Suecia, una serie de jarlar excepcionales, carismáticos e
imperiosos, que consiguieron aglutinar en torno a sus personas suficientes apoyos
como para alcanzar una posición de predominio sobre el resto de la aristocracia.
Estos prohombres de cualidades extraordinarias se acabaron convirtiendo en reyes
(konungar) y fundaron las dinastías reales nórdicas.
Las monarquías escandinavas fueron, hasta el siglo XII-XIII, de carácter electivo a
la vez que hereditario, es decir, que recayó sobre los hombres libres de cada región,
reunidos en sus respectivas ping (asambleas), la responsabilidad última de aceptar o
rechazar a los candidatos al trono[110]. Pese a la progresiva centralización del poder

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en torno a los konungar; quienes adquirieron ciertos privilegios personales
—⁠ expropiación de tierras comunales, monopolio de centros comerciales y mineros,
exacción de impuestos, convocatoria de levas, organización de expediciones
piráticas, etc.[111]⁠ — a cambio de asegurar la prosperidad de sus territorios, garantizar
el comercio y liderar en las dificultades y la batalla[112]; los reyes vikingos no
tuvieron autoridad para legislar ni para repartir justicia. El poder legislativo y judicial
recayó siempre sobre las asambleas de hombres libres, en las que el gobernante podía
participar, pero en calidad de un miembro más[113].
Será gracias al cristianismo que las monarquías se afiancen definitivamente en
Escandinavia, pues no es extraño que durante todo el período vikingo los reyes
tengan que hacer frente a constantes sublevaciones de jarlar y granjeros libres. La
Iglesia fue quien consiguió imponer los principios de primogenitura y legitimidad
sucesoria en el mundo nórdico, y logró prohibir la coexistencia de más de un
konungar por reino. El tandem monarquía-iglesia resultó muy beneficioso para ambas
partes, lo que explica la simultaneidad del afianzamiento regio, el auge eclesiástico, y
la canonización de muchos reyes o príncipes escandinavos que murieron a manos de
su propia gente entre los siglos XI y XII[114].
No obstante, en tiempos precristianos los reyes vikingos necesitaron hacer gala de
una serie de cualidades excepcionales, pues de sus aptitudes personales dependía, en
un último caso, su supervivencia en el trono. Las sagas no escatiman descripciones de
estos prohombres, siendo la del rey noruego Óláfr Tryggvason (995-999) una de las
más evocadoras:

«El rey Óláfr era el mejor de Noruega en todos los deportes. Era más
musculoso y ágil que cualquiera, y existen muchos testimonios sobre ello.
Uno cuando subió al Smalsarhorn [monte Hornelen] y colgó allí su escudo
al borde del precipicio, y otro cuando ayudó a uno de sus hombres que
había escalado también el precipicio y se dio cuenta que no podía ni seguir
subiendo ni bajar, pero el rey llegó hasta él y lo llevó debajo de su brazo
hasta el suelo. El rey Óláfr solía caminar sobre los remos por el exterior
del barco mientras sus hombres bogaban el Ormr inn langi [Serpiente-
Larga], y solía hacer malabares con tres dagas de manera que una siempre
estuviera en el aire, y en todo momento las agarraba por los mangos.
Luchó igual de bien con sus dos manos y lanzó dos jabalinas a la vez. El
rey Óláfr era el más alegre de los hombres y le encantaban los juegos, era
una persona amable, digna e impetuosa en todas las cosas,
magníficamente generoso, un hombre de apariencia muy distinguida,
superando a cualquier hombre en valentía, el más fiero de los hombres
cuando estaba enfadado, torturando a sus enemigos horriblemente,
quemando a algunos en fuegos, entregando a otros a los perros salvajes
para que fueran desmembrados, mutilándolos o despeñando a algunos por
acantilados. Como resultado sus amigos le adoraban, mientras que sus

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enemigos lo temían. Así que su triunfo fue enorme, porque algunos hacían
su voluntad fruto del amor y la amistad, y otros por miedo»[115].

Sin duda una voz potente, un estilo enérgico, grandes dosis de autoridad natural,
una afamada destreza con las armas, un espíritu combativo, amplias dosis de
dadivosidad, y capacidad para castigar con severidad sin perder el carácter alegre, son
cualidades atribuidas por las sagas a casi todos los reyes vikingos[116]. Y muy
posiblemente no se trate de pura idealización, pues recordemos que durante todo el
período los reyes tuvieron que ser sancionados por asamblea y dependieron del apoyo
militar de los hombres libres para sobrevivir. Por ello, es común ver en poemas y
sagas a los gobernantes escandinavos liderando en combate, inspirando a sus
guerreros y actuando con valor ante los infortunios. Es el caso del rey noruego Hákon
inn góði (el Bueno), ca. 960, quien, antes de entrar en batalla, se deshizo de su loriga
para confortar a sus hombres, los cuales se encontraban en inferioridad numérica ante
el enemigo: El poema Hákonarmál lo cuenta así:
«Se quitó la armadura,
la cota de malla
antes de la batalla.
Junto con sus guerreros sonrientes,
debe defender su reino,
el rey de espíritu animoso
erguido con su casco dorado»[117].
Aquella fue la última batalla de Hákon. Un flechazo y la posterior hemorragia
acabaron con su vida. Apenas tenía cuarenta años. Hákon, al igual que otros tantos
reyes escandinavos, murieron en batalla antes de alcanzar la vejez. Óláfr Tryggvason
(995-999) tenía en torno a treinta, San Óláfr (1015-1028) unos treinta y cinco años,
Magnús Erlingsson (1161-1184) apenas veintinueve. Estos y otros hechos son la
confirmación de las palabras del rey Magnús berfattr (Pies-Descalzos) muerto en
Irlanda en 1103 con escasamente treinta años, quien dijo: «Un rey está hecho para la
gloria, no para una larga vida»[118].

8.4. MAGNATES O JARLAR


No muy distintos de los reyes y emparentados con ellos, encontramos a los magnates
(jarlar). Estos aristócratas eran personas importantes, terratenientes, que lideraban en
lo económico, pero también en lo social y político. Administraban amplias regiones,
pertenecían a buenas familias, ejercían su autoridad militar en tiempos de guerra y
organizaban expediciones como las que llegaron a la Península Ibérica.
Ante la ley, un jarl era igual que cualquier hombre libre, aunque su estilo de vida
debió mostrar mayor riqueza y calidad que el del común de granjeros, pues los jarlar

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se beneficiaban del cobro de tributos y de la posesión de sus propias flotas de
barcos[119]. A lo largo de la era vikinga, los jarlar fueron perdiendo poder frente a los
reyes. Sin embargo, algunos consiguieron emparentar con los monarcas mediante
políticas matrimoniales, lo que les permitió conservar una relativa independencia
como gobernantes de territorios o convertirse en mayordomos reales encargados de la
administración de grandes propiedades monárquicas[120]. Las funciones del jarl, sus
virtudes y atributos —⁠ similares a las de los reyes en muchos aspectos⁠ — vienen
descritas en el Rígsþula:
«Claros eran sus cabellos y rosadas sus mejillas,
Sus ojos penetrantes como los de una serpiente.
Jarl creció en esos salones,
Aprendió a manejar el escudo, encordar el arco,
Tensarlo, fabricar las flechas,
Lanzar jabalinas, empuñar la lanza,
Montar a caballo, cazar con perros,
Manejar la espada, y salir a nadar.
De la espesura salió Ríg,
Y Ríg le enseñó las runas,
Le reconoció como hijo, le dio su nombre,
Le animó a tomar posesión de sus tierras ancestrales,
Terrenos hereditarios, y heredades antiguas.
Desde allí cabalgó por el oscuro bosque,
Las montañas sagradas, hasta llegar a un salón.
Blandió la lanza, sacudió su escudo,
Espoleó su caballo y desenvainó su espada.
Despertó la guerra, enrojeció la tierra con sangre,
Dio muerte a hombres, luchó para conseguir poder.
Pronto controló dieciocho distritos,
Repartió oro, generoso con los hombres,
Riquezas y joyas, y caballos veloces,
Esparció anillos y entregó plata»[121].

8.5. HOMBRES LIBRES


El estamento de los hombres libres fue heterogéneo y difícil de definir. Formaba el
núcleo de la sociedad escandinava de la época y, aunque ostentador de ciertos
derechos —⁠ hablar en alto en las asambleas, portar armas, recibir la protección de la
ley, poseer tierras, realizar negocios, etc.⁠ —, perdió progresivamente libertades[122].
El Rígsþula también nos describe a los miembros de este estamento. Dice que tras la
visita del dios Ríg a una pareja nació un niño llamado Karl, un vocablo que
representa la masculinidad y al granjero libre propietario:

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«Sonrosado de piel, con ojos vivarachos.
Creció y prosperó, y se volvió fuerte.
Para domar bueyes, para arar la tierra,
Para construir casas y levantar graneros,
Para fabricar carretas y hacer surcos»[123].
Karl —continúa el poema— se casó con una mujer que portaba un manojo de
llaves en su cintura. Los hijos de esta pareja recibieron por nombre apelativos propios
del hombre libre como: Musculoso, Barba-cuidada, Artesano, Granjero, etc., además
de nombres que definen a la persona que posee tierra y la trabaja (bóndi) o al
guerrero (drengr; pegn). Dentro de los hombres libres debía haber niveles, pues el
granjero propietario de tierras familiares heredadas (odalsbóndi) era el que más
prestigio social ostentaba[124]. Sin embargo, no todos los hombres libres fueron
terratenientes, algunos se ganaron la vida trabajando tierras que no eran suyas,
realizando artesanías, construyendo barcos, componiendo poesía o comerciando[125].
Otros escandinavos libres se dedicaron a las leyes y recibieron el nombre de
lögmenn (hombres-de-ley). Estos eran individuos con una capacidad especial para
recordar la legislación y con la suficiente perspicacia para aplicarla en su provecho.
La sociedad del período vikingo era una sociedad basada en el orden, un orden que
dependía de los acuerdos establecidos entre los granjeros libres reunidos en asamblea
(ping). Estas asambleas dirimían pleitos y discutían las leyes, que eran de carácter
consuetudinario y trasmitidas de forma oral[126]. Por ello, la ejecución de la justicia
dependía de la memoria viva de los reglamentos y de su conocimiento generalizado,
siendo la práctica ceremonial de juicios ficticios una parte importante de la educación
de los niños escandinavos como refleja la Gunnlaugs saga[127].
Otra de las ocupaciones más comunes de los hombres libres fue la guerra, la cual
podían practicar de forma ocasional. No es mucho lo que se sabe sobre la
organización de las correrías vikingas, pero se cree que los escandinavos se
agruparon en compañías o bandas de guerreros formadas por drengir y pegnar;
siendo drengr el nombre que recibía el miembro joven de la tripulación y pegn el
guerrero veterano o maduro, según muestran algunas inscripciones rúnicas de época
vikinga[128]. Aquellos que sobresalieron en el uso de las armas, tuvieron la opción de
convertirse en guerreros de élite profesionales y entrar al servicio de jarlar o reyes.
Estos guerreros, compartieron residencia con su caudillo y desarrollaron entre ellos
un fuerte corporativismo. Los reyes escandinavos, a partir del año 1000, explotaron
este concepto de «guerrero profesional», estableciendo sistemas de reclutamiento,
entrenamiento y remuneración para los miembros su ejército personal llamado
hirð[129].
No solo los guerreros profesionales fueron famosos por su «esprit de corps» sino
que todo hombre libre al parecer poseyó hondos sentimientos de orgullo y dignidad.
Quizá ficción idealizada, pero no vacía de contenido, son las historias recogidas por
Dudón de San Quintín sobre los encuentros entre los daneses de Hrólfr —⁠ futuro

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Rollo de Normandía⁠ — y los francos (ca. 909). Dudón cuenta cómo un emisario del
rey franco interrogó a uno de los daneses de Rollo sobre su procedencia y sus
intenciones, y la contestación fue esta: «Somos daneses, procedentes de Dinamarca.
Venimos a conquistar Francia». Cuando el mensajero demandó conocer bajo la
autoridad de qué líder estaban actuando, el danés respondió: «Bajo ninguna
autoridad, porque todos tenemos la misma». Posteriormente, cuando el emisario
preguntó: «¿Inclinarías la cabeza ante Carlos, rey de los francos, y le servirías para
recibir de él toda clase de favores?», el guerrero respondió «nunca nos someteremos a
nadie, ni lo serviremos, ni tampoco recibiremos sus favores. Los favores que más nos
placen son los que ganamos por nosotros mismos con armas y sudor en la
batalla»[130]. Por más ficción que pueda ser, lo que viene a resaltar el relato es la gran
autoestima que emana de la condición libre de estos hombres. Una condición que
cambiará con el auge monárquico, la expansión del cristianismo y la implantación del
sistema señorial de importación continental.
En cuanto a las mujeres libres, nos son más desconocidas que los hombres.
Sabemos que, en general, la sociedad vikinga les confiaba el cuidado de los niños, la
preparación de la comida, la limpieza del hogar, así como las tareas de ordeñado y
fabricación de productos lácteos[131]. Pero también encontramos excepciones a esta
regla. Conocemos a algunas mujeres de Noruega e Islandia que fueron poetas[132],
está demostrada la existencia del divorcio en la legislación nórdica pagana[133], y
sabemos que una de las más importantes colonizadoras de Islandia fue una mujer
llamada Auar, la cual poseyó grandes riquezas[134]. Además, tenemos constancia,
gracias a los Anales Irlandeses, de que, en el siglo X, una joven conocida como
Inghen Ruaidh (Doncella Pelirroja) fue la lideresa de una banda de vikingos[135], pero
este último caso parece excepcional. Recientemente se han malinterpretado ciertas
investigaciones con el fin de demostrar que gran parte de las flotas vikingas estaban
compuestas por mujeres guerreras, cuando lo único evidenciado en los estudios
genéticos ha sido la participación de la mujer escandinava en la colonización de
nuevas tierras[136]. Por tanto, hasta que se demuestre lo contrario, debemos aceptar
que los vikingos que atacaron la Península Ibérica fueron solamente guerreros
varones, miembros de esas tripulaciones de drengir y pegnar.

8.6. ESCLAVOS
El estamento servil es el otro gran desconocido de la sociedad vikinga. La esclavitud
existió en Escandinavia con anterioridad al siglo IX, pero la expansión nórdica
incrementó considerablemente el número de cautivos disponibles. Los vikingos
hicieron del secuestro y del comercio de esclavos uno de sus pilares económicos, y
muchos documentos altomedievales hispánicos demuestran que los escandinavos
tomaron cautivos en sus expediciones peninsulares[137]. Asimismo, algunos

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estudiosos han sostenido que los vikingos fueron unos de los principales proveedores
de esclavos al emirato andalusí[138], aunque hay poca evidencia —⁠ o ninguna⁠ — que
corrobore este comercio.
Según el Rígsþula, los esclavos (prællar) componían un estamento consolidado e
inalterable de origen ancestral y nativo de Escandinavia; pero eso no se corresponde
con la realidad del período vikingo —⁠ como acabamos de señalar⁠ — pues muchos
esclavos fueron cautivos extranjeros, mientras que otros tantos lograron escapar de la
servidumbre para convertirse en libertos. Conviene resaltar de igual manera que,
entre los vikingos, se podía acabar siendo un siervo por propia voluntad, como parte
de un castigo o como forma de pago de una deuda[139].
El esclavo (præll), para los pueblos escandinavos, se caracterizaba por no existir
como persona legal, y carecía de derechos. Si un esclavo era herido o muerto, su
dueño era quien tenía que ser recompensado. El esclavo tampoco podía poseer nada
ni heredar nada[140]. Tenían prohibido dedicarse al comercio y realizar negocios dada
su inexistencia como persona legal, y la única relación del esclavo con el resto de la
sociedad escandinava era a través de su amo; aunque con la implantación del
cristianismo, su situación dejó de ser tan severa[141]. No obstante, es patente el
desprecio que textos como el Rígsþula sienten hacia el esclavo y su esposa, dada su
falta de libertad:
«Anciana dio luz a un niño oscuro de piel;
Con agua lo rociaron, lo llamaron Þræll.
Y allí creció y le fue bien,
Pero sus manos eran ásperas y arrugada su piel,
Con nudillos nudosos y dedos gruesos;
Su cara era fea, su espalda curvada,
Sus talones puntiagudos.
Inmediatamente probó su fuerza,
Atando cuerdas, creando montones,
Cargando leña todo el día.
Entonces vino a su casa una mujer patizamba,
Con los pies llenos de barro, y brazos quemados por el sol,
Con la nariz aguileña, Esclava se llamaba.
[…] Fueron alegres y criaron a sus hijos […]
De ellos proviene la raza de los esclavos»[142].
El Rígsþula además nos permite identificar los trabajos que se asociaban a los
esclavos. El poeta sugiere que los varones se encargaban de construir muros, abonar
campos, cuidar de los cerdos, atender a las cabras y recoger turba y acopiar leña. En
cambio, las esclavas se encargaban de moler el grano en el molinillo, ayudar a
ordeñar, hacer mantequilla, cocinar y lavar la ropa[143].
Parece que paulatinamente, y tras la llegada del cristianismo, fue posible que un
esclavo consiguiera la libertad como regalo de su amo o tras el pago de un precio de

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redención prestablecido[144]. En la saga de San Óláfr, escrita en el siglo XIII, se
nombra a un tal Erlingr Skjalgsson, un hombre importante de la zona de Rogaland en
Noruega a principios del siglo XI. Aunque la conducta de Erlingr seguramente fuera
excepcional, es una buena muestra de cómo el cristianismo cambió la visión que el
vikingo tenía sobre la vida humana:

«[Erlingr] siempre tuvo treinta esclavos en sus propiedades además del


resto de su gente. Asignaba a sus esclavos una cantidad de trabajo diario y
después les daba permiso para que cada hombre trabajara para sí mismo
por las tardes o las noches, les dio tierra arable para cosechar su propio
grano y para usar la producción en su propio beneficio. Estableció un
precio y un valor de redención sobre cada uno de ellos. Muchos lograron
la libertad el primer o segundo año, y todos aquellos que eran algo
trabajadores se redimían al tercer año. Con el dinero que ganaba, Erlingr
compraba para sí nuevos esclavos, y colocó a algunos de sus libertos
como pescadores de arenques y en otras profesiones bien remuneradas. A
otros les dio bosque para que lo despejaran y se asentaran allí. Permitió
que todos tuvieran buenas vidas de una u otra manera»[145].

La liberación de un esclavo suponía que este fuera «introducido en la ley», y el


procedimiento de liberación debía responder a unas exigencias formales como las que
aparecen recogidas en el Gulaþing. He aquí lo que se requería: «Si un esclavo
liberado desea poder gestionar negocios y asuntos de matrimonio, entonces debe
realizar una fiesta de liberación con cerveza de al menos tres medidas de malta e
invitar a su antiguo amo en presencia de testigos […], dándole el asiento de honor en
el salón y ofreciéndole seis onzas de plata»[146]. La ley del Frostaþing dice algo
parecido: «Si un esclavo desea cultivar tierras para sí, debe realizar una fiesta de
liberación, invitando a cada hombre a cerveza de nueve medidas de malta, permitir
que un hombre nacido libre sacrifique un carnero cortándole la cabeza, y hacer que su
amo tome el dinero de la redención del collar del carnero»[147].
No obstante, no conviene perder la perspectiva. Durante toda la era vikinga los
seres humanos fueron uno de los bienes de comercio más comunes, siendo objeto de
este mercadeo tanto gentes extranjeras[148], como los propios escandinavos
capturados en razias fratricidas. Así lo recoge el poeta islandés Valgarór de Vollr en la
saga del rey noruego Haraldr harðradi (Gobernante-Severo, 1045-1066):
«Brillantes llamas ardían en el poblado
No muy al sur de Roskilde;
Incansables, rey Haraldr,
Tus fuegos devoraron las casas.
Muchos daneses yacían muertos,
La muerte les cortó la libertad;

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En silente pena otros
Se arrastraron hacia los bosques en busca de refugio.
Tambaleantes, los supervivientes,
Escaparon de la masacre,
Afligidos huyeron buscando cobijo,
Dejando a sus mujeres cautivas.
Las doncellas fueron arrastradas en grilletes.
A tus navíos triunfantes;
Muchachas sollozaban mientras relucientes cadenas.
Se hendían cruelmente en su suave carne»[149].

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ECONOMÍA

Si bien los vikingos basaron su economía en el comercio —⁠ tanto de esclavos como


de artesanías y materias primas⁠ —, su principal sustento provino de la ganadería, la
agricultura y la pesca. Dadas las características de las tierras natales escandinavas, la
vida tendió a desarrollarse en torno a granjas, más o menos aisladas, dependientes de
una producción agrícola-ganadera de autoabastecimiento.

9.1. AGRICULTURA Y GANADERÍA


Los cultivos variaron según la región, pero los cereales más comunes fueron el
centeno, la avena, la malta y la cebada, a partir de los cuales se fabricó harina y
cerveza[150]. La dieta cerealera se complementó con repollo, guisantes, frutas
silvestres y frutos secos —⁠ principalmente manzanas, cerezas, ciruelas, arándanos,
moras, fresas, frambuesas, avellanas, nueces, bellotas, miel, etc.⁠ — allí donde
estuvieran disponibles. El ganado bovino, ovino, caprino y caballar sostuvo la
provisión de proteínas mediante la producción de carne y leche. Cerdos y pollos
parecen haber sido menos comunes en la dieta vikinga según el registro
arqueológico[151]. La caza y la pesca también jugaron un importante papel para los
vikingos. Ciervos, ballenas, renos, morsas, arenques, jabalíes, martas, osos, etc.,
produjeron alimento, pero también materias primas para la artesanía y el comercio.

9.2. ARTESANÍA
Algunas manufacturas adquirieron una gran difusión en la era vikinga. En torno a los
primeros grandes centros comerciales, surgió una industria de productos elaborados
destinados a ser comerciados. Broches y brazaletes de metales preciosos o
semipreciosos fueron los abalorios más demandados entre los escandinavos y, en
torno a ellos, surgieron talleres artesanos especializados. Los menestrales vikingos
también alcanzaron fama en la fabricación de hebillas y otros adornos de bronce y
cobre, y trabajaron ampliamente el ámbar como ornamento[152]. La época también
vio un incremento de los talleres textiles y de fabricación de cristal. Asimismo, se han
hallado restos de una extensa manufactura de objetos de hueso y cuerno, así como de
piezas de hierro[153].

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9.3. COMERCIO
En cuanto al comercio, fue una de las actividades que mayor popularidad alcanzó
entre los vikingos. El cierre del tráfico mediterráneo tras la conquista islámica del
norte de África e Hispania —⁠ sostenido por Pirenne⁠ —, sin duda favoreció el
desarrollo de nuevas redes comerciales norte-sur, explotadas intensamente por los
escandinavos[154]. Los primeros centros comerciales y mercados en Escandinavia
—⁠ que habían aparecido como primitivos lugares de reunión donde granjeros se
reunían ciertos días del año para intercambiar sus excedentes agrícolas y pequeñas
manufacturas⁠ — se fueron transformando, paulatinamente, en centros de articulación
de redes de comercio a gran distancia. En ellos, una población más o menos fija de
artesanos especializados establecieron sus talleres[155], mientras que mercaderes de
las más diversas procedencias realizaban sus negocios bajo la protección de los reyes
y el constante fluir de la plata bagdadí y europea[156].

9.4. OTRAS ACTIVIDADES


Sin embargo, no es fácil diferenciar claramente dónde terminaba el mercadeo y
empezaba la piratería para los vikingos. Como ya vimos, los primeros noruegos en
llegar a costas inglesas fueron recibidos como comerciantes, pero acabaron
asesinando al magistrado local[157]. El robo, el secuestro y la extorsión fueron para
los escandinavos otra forma más de obtener beneficio, sobre todo para aquellos que
no alcanzaran un excedente en su producción y que, por tanto, tuvieran poco que
vender. Fueron, por consiguiente, el ataque a flotas de comerciantes —⁠ foráneas o
escandinavas⁠ —, el saqueo de monasterios, el pillaje de asentamientos, el expolio, el
asesinato, el rapto y el chantaje medios de obtener rápidos beneficios para todos
aquellos vikingos que, a pesar de los riesgos, no temieran emplear la fuerza hasta sus
últimas consecuencias[158].

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FORMAS DE TRANSPORTE

La piratería, el comercio y la colonización fueron posibles gracias a un elemento


escandinavo de última tecnología: el barco. Rápidos, estilizados, de refinada
construcción, los veleros del norte circunnavegaron Europa, recalaron en Galicia,
llegaron al Mediterráneo, descendieron el Volga, surcaron las olas del Mar Negro y se
bañaron en las aguas del Caspio. Sus cubiertas transportaron mercenarios a Bizancio,
colonos a las Islas Británicas, mercaderes a Rusia, pobladores a Islandia, aventureros
a América del Norte y guerreros a Hispania.
Nuestro conocimiento de los navíos vikingos se deriva de varias fuentes. La
fundamental la arqueología, que ha conseguido recuperar «cuasiíntegros» algunos
navíos como los de Oseberg, Gosktad, Ladby, Roskilde y Skuldelev[159]. La
información arqueológica además se ha completado con los relatos de las sagas
islandesas y viajes marítimos experimentales realizados a lomos de fieles
reconstrucciones de navíos vikingos como el Viking, capitaneado por Magnus
Andersen[160], el Íslendingur gobernado por Gunnar Marel Egerlsson o el Draken
Harald Håtfagre, que zarpó de Noruega, en abril de 2016 y llegó a Canadá, en junio
de ese mismo año tras hacer escala en Islandia y Groenlandia.
El navío vikingo engloba variadas tipologías pues, según su propósito —⁠ cargar
mercancías, transportar hombres rápidamente, surcar ríos, navegar en mar abierto⁠ —,
los artesanos escandinavos fabricaron barcos de distintas características y distintos
nombres: ferja o byrðingr si transportaban pequeñas cargas, knörr para los viajes
transoceánicos, langskip si se requería un barco de guerra rápido, etc.[161].
Por regla general, todos los barcos vikingos eran barcos de vela y jarcia, pero
disponían de remos. Los norteuropeos altomedievales se refirieron a sus barcos en las
sagas según el número total de remos que tuvieran —⁠ si se trataba de una
embarcación pequeña⁠ —, o por el número de bancadas de remeros que había en un
solo costado en los navíos de mayor tamaño. En estos últimos, cada persona se
encargaba del manejo de un único remo, siendo la embarcación vikinga de mayor
tamaño conocida la denominada Roskilde 6, que poseía treinta y nueve remos por
costado y medía treinta y dos metros de eslora[162]. El Roskilde 6 debió ser un
langskip (barco-largo) excepcional, pues el navío estándar de la leva rondaría los
veinte remos por costado[163]. Los barcos de guerra fueron especialmente alargados,
porque eso les confería mayor velocidad. Es por ello que encontramos dichas
embarcaciones referidas en las fuentes escritas mediante algunos apelativos

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relacionados con su figura como snekkja (alargado) o dreki (dragón), así como
nombres propios como Ormr inn langi (Serpiente-Larga)[164].
El barco fue, además, transporte hacia la otra vida en tiempos precristianos. La
práctica del enterramiento en embarcación debió ser variada, pero parece que en
época vikinga los cadáveres de los prohombres ya no eran colocados sobre barcos a
la deriva como en el caso de Scyld en el poema Beowulf[165], sino que: o bien el navío
era quemado junto al cuerpo del difunto —⁠ como describió ibn Faḍlān en el año
922[166]⁠ —; o bien se quemaba solamente el cuerpo y se introducían los restos dentro
de un barco inhumado; o se sepultaba tanto el cuerpo como la embarcación sin rastro
alguno de cremación, como ocurrió en Oseberg (ca. 900)[167].

10.1. EL BARCO DE GOSKTAD


Dado que nos sería imposible describir, en tan breve espacio, todos los distintos tipos
de navíos vikingos, nos centraremos en detallar el ejemplar mejor conservado y
estudiado de todos: el barco de Gosktad. Se trata de una embarcación diseñada para
recorrer largas distancias, de tipo knörr, seguramente parecida a las usadas por los
vikingos que atacaron en varias ocasiones la Península Ibérica. Este navío fue hallado
en 1880 en Noruega formando parte de un enterramiento de un guerrero de unos
cuarenta años, 181 cm de alto, y gran desarrollo muscular[168]; y se conserva en la
actualidad en el Vikingskipshuset de Oslo. Se han realizado espléndidos análisis de
este barco basados en los escritos originales del arqueólogo noruego Nicolay
Nicolaysen[169] y, sobre sus datos, realizaremos las descripciones que veremos a
continuación.

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Barco de Gokstad
Fecha de construcción ca. 890
Eslora 23,2 m
Manga 5,2 m
Puntal (desde la quilla a la borda) 1,95 m
Peso (sin carga) 9t
Peso (con carga) 18 t
Calado (con carga) 1 m
Material del casco Roble
Material de la cubierta y los remos Pino
Remos por costado 16
Tripulación mínima 34
Tripulación máxima (aprox.) 70
Velocidad máxima (aprox.) 12 nudos

El barco de Gosktad, como el resto de navíos vikingos, era simétrico pues poseía
una proa igual a su popa, que se elevaba estilizada sobre la altura de la cubierta y
permitía atacar mejor las olas. El casco del navío estaba construido por el método del
tingladillo que consistía en la superposición de tracas, unidas entre sí por remaches
—⁠ en los puntos en los que se necesitaba rigidez⁠ —, o correajes —⁠ en los puntos en
los que se necesitaba flexibilidad[170]. En el Gosktad, la décima traca por encima de
la quilla coincidía con la línea de flotación, y era considerablemente más robusta que
las demás. La tercera traca por debajo de la borda estaba perforada en cada lado por
dieciséis aperturas redondas por las que pasaban los remos. Mientras estuviera
largada la vela, las aperturas se cerraban con unas coberturas de madera, que pivotan
sobre un clavo. Las tracas estaban calafateadas con pelo de lana y brea, y una barra

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de madera a lo largo del exterior de la borda permitía que se ataran los escudos de la
tripulación. El mástil se asentaba en una construcción especial de madera asegurada a
las cuadernas, que posibilitaba su arriado según las necesidades y que, cuando izado,
transmitía con firmeza la fuerza del viento sin riesgo a desmoronarse[171]. Si el mástil
no estaba izado, se colocaba horizontalmente sobre tres soportes en forma de T, de
manera que quedara elevado sobre cubierta y no entorpeciera los movimientos de la
tripulación. Unos cabos aseguraban la verga, que era de unos trece metros y sostenía
la vela rectangular. No se han encontrado restos de bancadas sobre las que los
remeros pudieran reposar, por lo que se ha deducido que cada remero debía sentarse
sobre su arcón personal a la hora de bogar.
El gobierno del Gosktad se realizaba mediante un timón desmontable, parecido a
un gran remo, adosado a estribor en la popa, y que se extendía por debajo de la quilla.
Gracias al modelo del timón y la ayuda de las velas, el barco vikingo conseguía una
considerable maniobrabilidad[172] y, además, las características de su construcción lo
hacían extremadamente ligero y flexible, de manera que toda su estructura se contraía
y distendía al compás de las olas[173].

10.2. NAVEGACIÓN
Es un cliché decir que los vikingos fueron grandes marinos, pero no se puede negar
su pericia si llegaron navegando hasta Groenlandia, Norteamérica o la Península
Ibérica[174]. Se ha especulado con diversidad de teorías para explicar cómo podían
orientarse en el mar en una época en la que, en ausencia de relojes, resultaba
imposible a los navegantes calcular la longitud. Se han defendido toda clase de
enfoques: desde que solo navegaban conservando puntos de referencia en la costa,
hasta que usaban un mineral translúcido o sólarsteinn (piedra-solar)[175] junto con
diales solares y tablas azimut para calcular su latitud, como las usadas en el siglo XII
por el islandés Oddi Helgason[176].
Por lo que sabemos, con regularidad los vikingos habrían tenido que cruzar millas
náuticas de mar abierto, pero ello no implica que hubiesen necesitado de instrumentos
de navegación. Lo más probable es que los vikingos hubiesen combinado elementos
como la piedra solar con reglas de observación y memorización de recorridos. Otros
grandes marinos, como fueron los polinesios, lograron explorar todas las islas del
Pacífico solo usando la observación y su memoria, una técnica que todavía hoy
mantienen[177]. Los vikingos seguramente fueran, en igual medida, capaces de
observar la posición de las estrellas, las aves o los cetáceos para situarse, a la vez que
se asistían de sus propios mapas esquemáticos —⁠ del estilo del vegvísir (señalizador)
conservado en el manuscrito islandés de Huid[178], el cual guarda una sorprendente
similitud con la brújula estelar del hawaiano Mau Piailug⁠ —. A pesar de su maestría,
no es extraño que crónicas y sagas recojan el naufragio de navíos, pues el mar

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siempre entraña peligros. Así lo refleja el Landnámabók: «Algunos hombres sabios
dicen que ese verano veinticinco barcos zarparon para Groenlandia desde Broadfirth
y Borgfirth, y que catorce llegaron, pero que cierto número de ellos tuvieron que
volver, y que otros se hundieron»[179].

10.3. LAS FLOTAS VIKINGAS


El tamaño de las flotas vikingas ha sido un tema muy discutido por la historiografía,
al igual que la capacidad de los navíos para transportar hombres. Las fuentes de la
Península Ibérica —⁠ tanto cristianas como musulmanas⁠ — hablan en varias
ocasiones de escuadras de cerca de cien navíos, una cifra tomada por algunos
especialistas como falsa y exagerada[180]. Sin embargo, la mención de flotas vikingas
formadas por un centenar de embarcaciones se reproduce en crónicas separadas por
miles de kilómetros, lo que viene a desmentir que los cronistas dramatizaran[181]. Los
escandinavos, que no eran nada desorganizados, debieron tener estudiado el número
aproximado de barcos necesarios para iniciar una nueva campaña militar; y este
número debió estar en consonancia con el tamaño de sus levas[182]. Sopésese también
el gran potencial movilizador de barcos de los escandinavos, ya que una escuadra de
cien embarcaciones no es mucho en comparación con los trescientos barcos que le
atribuyen al rey danés Svenn Estridsson ca. 1050, o con los seiscientos barcos de
Eiríkr eimuni (Memorable) ya en 1135[183].
En cuanto a la capacidad de transporte de hombres de un navío vikingo medio, los
investigadores han sugerido toda clase de estimaciones. Los más aventurados como
Dozy, han defendido que un barco podía transportar cerca de ochenta hombres en
largas distancias[184], mientras que otros como Sawyer han estimado no más de
veinticinco[185]. Sinceramente, las deducciones más razonables parecen las de Foote y
Wilson quienes calcularon tripulaciones de unos cuarenta hombres por
embarcación[186].

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LA SENSIBILIDAD ARTÍSTICA VIKINGA

Los vikingos, como el resto de seres humanos, sintieron la necesidad de manifestarse


a través del arte. Ya fuera mediante el tallado de madera y piedra, la pintura, la
orfebrería, la metalurgia, la narración o la poesía; los escandinavos altomedievales
vivieron rodeados de arte. Un arte intensamente elaborado y ornamentado que cubrió
desde el más humilde de los broches hasta las proas de sus más grandiosos navíos.

11.1. ARTES PLÁSTICAS


Cualquier vikingo fue también un artesano. A pequeña o gran escala podía dedicarse,
en su tiempo libre, a tallar pequeños exvotos de madera o a construir barcos enteros
según sus habilidades. Además, el escandinavo consideraba un orgullo ser hábil con
las manos. Por ejemplo, el Heimskringla dice del rey San Óláfr (1015-1028) que «era
un hombre virtuoso en muchas maneras, sabía bien cómo usar un arco y era un buen
nadador, excelente con la jabalina, un artesano hábil, con un buen ojo para toda clase
de manufacturas»[187]. Incluso afirma que el navío real lució en la proa la cabeza de
un monarca que San Óláfr «talló con sus propias manos»[188].
Sabemos que los vikingos pintaban, aunque no se han conservado muchos
vestigios pictóricos. Los escudos del barco de Gosktad, por ejemplo, presentan restos
de pinturas negras y amarillas; y tanto las velas como los cascos de los barcos se
pintaban. Algunos dibujos grabados sobre piedra también tienen vestigios de
policromía, como en el caso de la piedra de Jelling; pero la mayor parte del arte
vikingo que ha sobrevivido forma parte de la decoración de algunas armas, broches o
relieves en madera. Estos hallazgos dan pistas sobre la sensibilidad de los vikingos,
cuyo arte ha sido clasificado por los especialistas según distintos estilos:
El estilo III u Oseberg se inicia en el período previkingo y llega hasta mediados
del siglo IX. Este estilo bebe de los motivos animales de origen germánico, y se
caracteriza por representar criaturas de ojos prominentes y formas contorsionadas,
aferradas las unas a las otras, con miembros difíciles de identificar[189].
El estilo Borre abarca de mediados del siglo IX hasta finales del X y toma su
nombre de la decoración de unas bridas halladas en Vestfold, Noruega. Es un estilo
que convive, en gran parte, con el estilo Jelling, y se caracteriza por representar tres
motivos principales: 1) cintas entrelazadas; 2) evolución de la criatura del estilo III
que adquiere rostro en forma de máscara y un cuerpo estilizado en forma de lazo que

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se curva caprichosamente; 3) animal que mira hacia atrás, de proporciones más o
menos naturalistas con espirales en las caderas[190].
El estilo Jelling nace en el último tercio del siglo IX y llega hasta inicios del XI,
por lo que convive durante gran parte de su existencia con el estilo Borre y a veces se
combina con él. Su nombre proviene de la ornamentación hallada en una pequeña
copa de los túmulos funerarios reales en Jutlandia. Este estilo se caracteriza porque
los cuerpos de los animales, en forma de cinta, están definidos mediante un contorno
doble que rodea un núcleo central. Estos animales además se encuentran rodeados o
envueltos de lazos con remates vegetales en forma de zarzillo[191].

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El estilo Mammen, de la segunda mitad siglo X hasta el primer cuarto siglo XI,
toma su nombre de la decoración de un hacha hallada en Jutlandia. El estilo Mammen
se solapa con el Jelling, y a veces resulta difícil distinguirlos. Sin embargo, en el
Mammen los animales tienen cuerpos más contundentes y se les enfatizan las
espirales de las caderas. Además, gana importancia el uso de los zarzillos como fondo
para el elemento principal[192].
El estilo Ringerike se inicia en el último cuarto del siglo X y perdura hasta
mediados del XI. Este estilo toma su nombre del distrito noruego al norte de Oslo
donde se encontraron una serie de losas de piedra decoradas. Se caracteriza por el
predominio de la decoración vegetal sobre la animal, aunque sigan apareciendo
grandes bestias[193].
El estilo Urnes, que va de mediados siglo XI hasta el siglo XII, se puede considerar
un refinamiento del estilo Ringerike y de su decoración de zarcillos. Su motivo
principal es el de dos animales —⁠ un cuadrúpedo y una sierpe⁠ — que combaten entre
sí y se muerden el cuello mutuamente. Este estilo toma su nombre de la iglesia
situada en Sogn, Noruega[194].

11.2. POESÍA
Además de las artes plásticas, los vikingos cultivaron otras disciplinas en las que
lograron un gran refinamiento. La poesía fue, para ellos, un placer, un arte, un
entretenimiento, una afición y un instrumento. Los vikingos fueron poetas-guerreros,
y se sirvieron de la rima para preservar su historia y sus tradiciones, para competir
entre ellos en ingenio o para amenizar sus reuniones. El verso floreció en su sociedad
de forma oral, por lo que no ha quedado registrado más que una ínfima parte de su
producción poética.
La poesía nórdica se ha dividido normalmente en dos tipos, una llamada «edaica»
y la otra «escáldica». La primera toma su nombre de la palabra Edda. Este es el título
del manual sobre poesía escrito por el islandés Snorri Sturluson en torno al año
1220[195]. Los versos edaicos son anónimos y su composición es relativamente simple
en cuanto a su lenguaje y su métrica, mientras que sus temas —⁠ mitológicos o
legendarios⁠ —, son la base de todo nuestro conocimiento actual sobre
funcionamiento del panteón escandinavo. Por ejemplo, en la Edda encontramos el
relato nórdico del final de los tiempos, llamado Kagnarök (Destino-de-los-Dioses):
«Brǿðr munu berjast
ok at bönum verða,
munu systrungar
sifjum spilla.
Hart er í heimi
hórdómr mikill,

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skeggöld, skálmöld,
skildir klofna,
vindóld, vargöld,
unds veröld steypist.
Mun engi maðr
öðrum þyrma».
«Hermanos lucharán contra hermanos
y se convertirán en sus asesinos,
los primos romperán
los vínculos de familia.
El mundo sufrirá,
gran depravación,
Era de las Hachas, Era de las Espadas,
—los escudos se parten,
Era de Vientos, Era de Lobos,
hasta la caída del mundo en ruinas.
No tendrá misericordia
Ningún hombre de otro»[196].
Por el contrario, el término «escáldico» deriva de nórdico skáld (bardo). Los
poemas escáldicos no son anónimos como los edaicos, sino que se atribuyen a
grandes personajes o a afamados poetas que solían componerlos en honor de jarlar o
reyes. Los skáld, además de lisonjear a estos grandes hombres con su arte, actuaban
como cronistas orales, componiendo o recitando sus propios poemas sobre grandes
acontecimientos de la historia nórdica[197]. No obstante, la poesía no era competencia
exclusiva de los bardos, sino que muchos prohombres y reyes fueron aficionados a
realizar sus propias estrofas y a participar en discusiones estilísticas, como el rey
noruego Haraldr harðráði (Gobernante-Severo)[198].
La poesía escáldica posee una métrica estricta y puede ser de estructura muy
elaborada. La dicción y el vocabulario son ricos y alejados del hablar cotidiano y su
construcción más característica es el kenning, o circunloquio para referirse a un
término[199]. El uso de los kennings es extensivo en este tipo de versos y dio lugar a
formas de gran complejidad, difíciles —⁠ o imposibles⁠ — de desentrañar para los
filólogos actuales. He aquí un ejemplo, no muy enrevesado, extraído de unos versos
del poema conocido como Hrafnsmál (Dichos-del-Cuervo):
«Felldi folksvaldi
fyrst ens gollbyrsta
velti valgaltar,
Vigfús þann hétu;
slíta þar síðan
sára benskárar
bráð af böð-Nirði,

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Bjarnar arfnytja».
«El líder del pueblo mató primero
al destronador del doradamente cerdado
jabalí de la batalla,
ese hombre se llamaba Vigfús;
desde entonces las gaviotas de las heridas
desgarran el alimento de las laceraciones de Njörðr,
el heredero de Björn»[200].
Los kennings de este fragmento son:

Jabalí de la batalla: forma de referirse al «casco», por tanto, el destronador


del casco es un eufemismo de «guerrero».
Gaviotas de las heridas: «cuervos».
Alimento de las laceraciones: circunloquio de «carne».
Njörðr: aquí sustituye a «Óðínn» como «dios de la batalla».

El poeta juega con sus conocimientos sobre Óðínn —⁠ deidad de la guerra que
tiene como atributo al cuervo⁠ — y lo remplaza por Njörðr, dios del mar y sus aves las
gaviotas.

Este breve y simple ejemplo pretende mostrar el gran refinamiento y complejidad
que los versos vikingos llegaron a alcanzar, así como el virtuosismo extremo de los
skáld. Estos lograron moldear el lenguaje para otorgar a sus poemas de rima, ritmo y
fuerte aliteración a la vez que crearon complejos eufemismos con el fin de evitar el
uso de términos vulgarmente convencionales. Sin duda, ello es un claro exponente de
que «los vikingos podían ser rufianes, pero rufianes cultos»[201].

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GUERRA Y HEROÍSMO

Aunque muchos vikingos fueran principalmente granjeros y comerciantes, otro arte,


el de la guerra, tuvo un gran peso en sus vidas. Algunos autores los han calificado
como «los mejores guerreros de su tiempo»[202], y su excelencia se debió, en parte, a
un arsenal muy concreto que acompañó al escandinavo en todas sus campañas,
incluyendo las de la Península Ibérica. Sin embargo, no todos los guerreros
dispusieron del mismo armamento[203]. Lanzas y hachas fueron más asequibles
porque requerían de menos hierro y habilidad metalúrgica para su construcción y, por
tanto, fueron más corrientes. Por el contrario, cascos, lorigas y espadas exigían de
grandes cantidades de buen metal y una considerable habilidad artesanal. Por ello
fueron caras y otorgaron gran prestigio a sus poseedores. El arco y las flechas fueron
usados comúnmente en contextos de caza y en batalla, pero su efectividad se vio
reducida en combate por el uso extensivo en la época de grandes escudos de madera.

12.1. ARMAMENTO
La espada fue para los escandinavos un objeto del más alto valor y, en algunos casos,
pasó de generación en generación —⁠ como la de San Óláfr[204]⁠ —. Existieron
muchos kennings inventados para designar a las espadas: «serpiente de las heridas»,
«fuego de la batalla» o «relámpago de sangre». Asimismo, las espadas de mayor
calidad fueron bautizadas con nombres propios como: Brynjubítr (Mordedora-de-
Lorigas), Fœtbítr (Mordedora-de-Pies), Gramr (Fiera), Gullinhjalti (Empuñadura-
Dorada), Hneitir (Golpeadora), etc.
Las espadas vikingas fueron todas pensadas para ser usadas a una mano, pues en
la otra el guerrero portaba su escudo. Su longitud rondó los 90-95 cm de largo
—⁠ nunca más de un metro⁠ — y comúnmente pesaban entre 1 y 1,5 kg —⁠ nunca más
de dos kilos[205]. Las espadas vikingas se componían de cuatro elementos principales:
el pomo, la empuñadura, la guarda y la hoja. El pomo de la espada vikinga era ancho,
y su forma varió con el tiempo y las modas. Sus empuñaduras —⁠ generalmente de
madera recubiertas de algún material⁠ — envolvían la espiga y solían ser cortas, sin
muchas holguras a la hora de albergar la mano. Por encima de la empuñadura se
encontraba una guarda de metal, inicialmente recta, que podía estar decorada, al igual
que el pomo. Sin embargo, a lo largo del siglo X, las guardas curvadas proliferaron.
Según los distintos tipos de pomo y guarda, las espadas vikingas han sido clasificadas

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por los expertos en veintiséis tipos[206], o más recientemente, en nueve tipos
diferentes[207].
La parte más importante de la espada era la hoja. Esta varió poco, siendo
generalmente ancha y con la punta no excesivamente aguzada, lo que favorecía el
corte sobre la estocada. La gran mayoría de las espadas eran de doble filo —⁠ aunque
no todas[208]⁠ — y la hoja se encontraba recorrida, en ambas caras, por una
acanaladura que reducía su peso considerablemente. Las hojas generalmente estaban
forjadas según el método denominado en inglés «pattern-welding» (falso
adamascado) de gran laboriosidad. Este proceso de forjado consistía en combinar
barras de metales de distinta dureza. Las barras de hierro más dulce eran enroscadas
en forma de espiral y amartilladas, conformando el centro de la hoja, mientras para
los filos se usaban barras de hierros más acerados. Al unir todas las piezas en la forja,
el resultado eran hojas de espada duras pero flexibles y que, al ser pulidas o rociadas
con ácidos naturales, mostraban patrones sinuosos de gran belleza similares a los del
acero wootz[209].

Además de espadas de fabricación propia, los vikingos empezaron a importar


espadas del continente, las cuales portaban el nombre «Ulfberht» incrustado en sus
hojas, mucho más aguzadas, duras y ligeras[210]. Las «Ulfberht» alcanzaron gran
popularidad en el norte entre los siglos IX y X por la calidad de sus aceros, los cuales
se cree fueron fabricados al crisol con porcentajes de carbono de hasta el 1,75 %. No
obstante, su renombre provocó la proliferación de falsificaciones en la época, y no
todas las espadas grabadas con el nombre «Ulfberht» pueden considerarse de buena
factura[211].
La lanza era el arma más común de la época vikinga. Parece ser que los
escandinavos usaban lanzas de dos tipos: la jabalina y la de batalla. Las jabalinas eran
cortas y ligeras, y su objetivo era servir de proyectiles antes de llegar a la lucha
cuerpo a cuerpo[212]. La lanza de batalla era más pesada y larga, y no era arrojadiza.
La longitud de la punta de la lanza de batalla podía variar entre los 20 y los 55 cm
aproximadamente. No podemos estimar el tamaño total de las lanzas porque los
ástiles de madera han desaparecido, pero seguramente superaran con mucho los dos
metros, dependiendo de la altura de su portador. Muchas lanzas de batalla poseían dos

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grandes espolones en el cubo que limitaban la penetración más allá del enmangue y
podían servir para enganchar y manipular el armamento enemigo en caso
necesario[213].
El arma que más caracterizó a los vikingos fue el hacha. Inicialmente basadas en
herramientas usadas para cortar madera, se convirtieron paulatinamente en utensilios
especialmente adaptados para la guerra, más ligeros, de formas y tamaños variados.
Algunas hachas eran cortas y pequeñas, como la de Mammen, y otras largas tan altas
como un hombre —⁠ con un solo filo de hasta 30 cm⁠ — que precisaban de ser
manejadas con las dos manos[214]. Las hachas largas eran portadas comúnmente sobre
el hombro, como destaca Miguel Psellos cuando describe a la guardia varega del
emperador de Bizancio[215]. Algunas hojas de hachas se decoraron profusamente con
incrustaciones en hilo de plata, oro o cobre[216], y ciertas hachas de especial calidad
también fueron bautizadas con nombres propios —⁠ generalmente femeninos⁠ —. El
manejo del hacha requería de fuerza y habilidad, pero eran muy temidas por su poder
de corte y contundencia. He aquí lo que nos cuenta la saga de Njáll del combate entre
Skarphedinn y Þrainn: «Þrainn estaba a punto de ponerse el casco en la cabeza, pero
entonces Skarphedinn cayó sobre ellos y atacó a Þrainn con su hacha llamada
Rimmugýgur [Ogresa-de-la-Batalla] y le golpeó en la cabeza, y se la partió de arriba
abajo hasta los dientes, de manera que sus molares cayeron sobre el hielo»[217].
Flechas y arcos también tuvieron su uso en batalla, al contrario que las ballestas,
que se generalizaron en Europa con posterioridad al fin de la era vikinga. El uso del
arco se menciona mucho en las fuentes. Por ejemplo, las sagas recogen a algunos
arqueros virtuosos como el famoso noruego Einarr þambarskelfir (Sacudidor-del-
Arco):

«Einarr þambarskelfir se encontraba a bordo de Ormr inn langi [barco del


rey Óláfr Tryggvason] en la popa. Estaba tirando con un arco y era el más
fuerte arquero de todos los hombres. Einarr disparó al jarl Eiríkr y dio a la
caña del timón por encima de la cabeza del jarl, y la flecha se hundió
hasta es astil. El jarl miró la flecha y preguntó si alguien sabía quién
estaba disparándole, pero inmediatamente pasó otra flecha, tan cerca del
jarl que voló entre su costado y su brazo, y después se empotró en un
tablón de manera que la punta lo atravesó un buen tramo. Entonces el jarl
habló con el hombre que algunos llamaban Finn, aunque otros dicen que
era finés, que era el mejor arquero: “Dispara a ese hombre grande en la
popa”. Finn disparó, y la flecha impactó en la mitad del arco de Einarr en
el momento que Einarr estaba tensando su arco por tercera vez. Entonces
el arco se rompió en dos»[218].

El principal elemento de equipamiento defensivo para el vikingo era su escudo.


De tipo circular y casi un metro de diámetro, los escudos poseían un umbo de hierro
en el centro cuya función era rodear y proteger la mano, así como obstruir las

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maniobras de las armas enemigas. Estos escudos poseían un único asa central y no se
ataban al brazo, lo que les permitía ser dinámicos y pivotar en compañía de los
movimientos del hacha o la espada[219]. Además, el escudo vikingo era ligero,
construido en madera de tilo recubierta de capas de lino o cuero, canteado en cuero y
con un ahusamiento radial —⁠ es decir, el grosor de la madera del escudo era
progresivamente menor según se alejaba del centro.
Aquellos vikingos suficientemente opulentos, pudieron permitirse otras
protecciones para la batalla. Se conocen muchos cascos del período Vendel (ca. 550 -
ca. 790), mientras que pocos han sobrevivido en el registro arqueológico del período
vikingo, y ninguno con cuernos, ya que los vikingos no tenían cascos con
cuernos[220]. Los escandinavos usaron otros tipos de casco como el spangen
—⁠ capacete de tipo semiesférico o cónico con protector nasal⁠ — o del estilo hallado
en el yacimiento de Gjermundbu: un casco noruego del siglo X, consistente en un
bonete semiesférico de hierro reforzado con cuatro bandas y dotado de una defensa
ocular en forma de anteojos, que le confiere un aspecto amenazante[221].
Si el guerrero podía permitirse el casco, seguramente podía complementar su
equipamiento defensivo con ropajes gruesos o acolchados que servían de protección
contra laceraciones. Si bien no ha llegado hasta nuestros días ningún resto
arqueológico, sabemos que este tipo de protección ya se utilizaba en tiempos
romanos. Tampoco ha llegado hasta nosotros ninguna prueba material de que los
vikingos usaran armaduras de cuero[222]. Sin embargo, sí tenemos algunos ejemplos
de loriga (brynja) como la hallada en Gjermundbu[223]. La brynja —⁠ loriga o cota de
malla⁠ — era un tipo de armadura corporal, de menos de doce kilos de peso,
compuesta por una serie de anillas de metal —⁠ de aproximadamente 8 mm de
diámetro en tiempos vikingos⁠ — concatenadas y remachadas, que ofrecían una
excelente protección al corte y a la penetración sin restar una pizca de movilidad a su
portador. Además de haberse hallado restos de una loriga en Gjermundbu, también
tenemos constancia en las fuentes del uso extensivo de cotas de malla en crónicas y
sagas. Sin ir más lejos, el autor del Cogadh Gaedhel re Gallaibh cuenta que los
irlandeses no pudieron hacer nada contra las hordas vikingas porque eran
prácticamente invulnerables «por lo excelente de sus brillantes, amplias, triples,
pesadas y fiables lorigas; y por sus duras, fuertes y valerosas espadas; y por sus
firmes lanzas»[224].

12.2. TÁCTICAS
Además de pistas sobre el equipamiento guerrero, las sagas también ofrecen algo de
información en cuanto a las tácticas militares vikingas, aunque solo vagamente.
Sabemos que en tierra las batallas se hacían enfrentando líneas de hombres con los
escudos al frente. Esta formación recibía el nombre de skjaldborg (muro-de-escudos).

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Para romper el skjaldborg enemigo parece que existía otra estratagema conocida
como svínfylkja (cabeza-de-cerdo), que consistía en adoptar una formación en
cuña[225]. Hasta donde sabemos, las batallas fueron fundamentalmente llevadas a
cabo por infantería, y desde reyes a granjeros, todos lucharon a pie. El caballo no
parece haberse usado más que a la hora de recorrer grandes distancias, y su empleo
militar extensivo entre los escandinavos no se produce hasta el siglo XII.
Con respecto a la guerra marítima, esta se conducía de manera similar a la
terrestre. Las sagas nos hablan de que todos los navíos de un mismo bando se
amarraban entre sí y se lanzaban contra los enemigos dispuestos en línea, como si
chocaran dos murallas de barcos[226]. Una vez las bordas entraban en contacto, la
lucha se concentraba en las proas, mientras que los hombres de la popa atacaban al
enemigo con proyectiles y remplazaban a los caídos. Para ocupar la vanguardia en la
proa se solía elegir al hombre más fuerte y aguerrido de la tripulación, quien recibía
el nombre de stafnbúi[227].

12.3. ACTITUD ANTE LA MUERTE


Ahora bien, ¿cómo se enfrentaban a la muerte los guerreros vikingos? El escandinavo
admiraba mucho el valor y gustaba de hacer gala de la «sang froid» de los héroes
germánicos. Ejemplo de ello da Adán de Bremen cuando habla de un ajusticiamiento:
«cuando un hombre es condenado, el aceptar la condena con gesto alegre es un honor,
ya que los daneses abominan las lágrimas y los lamentos de cualquier tipo, así como
otras clases de tristezas y no se permite que un hombre llore por sus pecados ni por
aquellos fallecidos que quería»[228].
Son muchos los relatos que resaltan la actitud impasible de un vikingo a la hora
de morir, quizá queriendo reivindicar que, aquellos que se muestran valerosos ante el
desafío supremo de la muerte, merecen vivir para siempre en el recuerdo de sus
semejantes. Por eso Ragnarr loðbrók (Calzas-Peludas) muere riendo cuando le llega
la hora[229], o los vikingos de Jómsborg aceptan sin rastro de temor su condena a
muerte a manos de Þorkell[230]. Los vikingos saben que todos los seres humanos
están destinados a morir, sin embargo, el valor demostrado en vida puede ser
inspiración para aquellos que les sobreviven. De esta manera lo expresa el Hávamál
(Dichos-del-Altísimo):
«Las riquezas mueren,
la familia muere,
uno mismo también ha de morir;
pero la fama
nunca muere,
para aquel que la ganó en vida»[231].

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CREENCIAS

Esta actitud tan peculiar ante la muerte es parte integral del complejo sistema de
creencias paganas escandinavas. El cristianismo llegó tardíamente a los reinos
nórdicos en comparación con el resto de Europa y, durante gran parte del período
vikingo, la religión imperante fue politeísta, centrada en la adoración de un panteón
de dioses que garantizaban protección, abundancia en las cosechas y victoria en el
combate.

13.1. PAGANISMO
El paganismo nórdico estuvo rodeado de un complejo entramado de rituales y
creencias atávicas difíciles de reconstruir para los estudiosos actuales[232]. Por lo
poco que sabemos, el culto de esta religión no estaba organizado, y gran parte podía
ser profesado de forma individual, familiar o en grandes grupos sin necesidad de
sacerdotes —⁠ aunque existieron figuras llamadas seiðmenn (chamanes), völur
(profetisas), etc., que tomaron parte activa en ciertos rituales. A día de hoy solo
tenemos constancia de un edificio en el que se adorara a los dioses en toda
Escandinavia: el santuario sueco de Uppsala, descrito de segunda mano por Adán de
Bremen[233]. Por tanto, se ha deducido que gran parte del culto se debió realizar al
aire libre, posiblemente en claros del bosque al estilo germánico.
La concepción del mundo, el tiempo, el ser humano, la vida y la muerte era, para
el pagano escandinavo, totalmente distinta de la cristiana. Desgraciadamente, la
información conservada sobre estas creencias proviene de textos elaborados
tardíamente —⁠ la Edda de Snorri⁠ —, y no se sabe qué grado de alienación pueden
tener los mitos[234]. Se ha supuesto que el cosmos vikingo se dividía en nueve
mundos, articulados por el gran árbol Yggdrasill. Los tres mundos principales eran el
Ásgarðr (Tierra-del-Dios), el Miðgarðr (Tierra-Media o de los hombres) y el Helheim
(Reino-de-Hel o de los muertos). A los pies del Yggdrasill vivían tres seres siniestros
y malévolos que tejían el destino de hombres y deidades y recibían el nombre de
nornir (nornas)[235].
En el Ásgarðr vivían los dioses, un grupo de seres emparentados entre sí llamados
Æsir (Ases), a los que se unieron otros pertenecientes a otra tribu divina llamados
Vanir (Vanes). Los dioses viajaban, luchaban, hablaban y festejaban en su mundo al
igual que los hombres en el suyo. Muchos dioses nos son casi desconocidos porque

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su culto era menor o porque fueron perdiendo mucha importancia durante la era
vikinga: es el caso de deidades como Njördr, Höðr, Ullr o Skaði[236]. No obstante,
otros tantos dioses no nos son tan ajenos, y es posible dar datos sobre sus proezas
basándose en la Edda:

HEIMDALLR. Se trata del guardián de los dioses, que protege el Bifröst o
camino-arcoíris que une el Miðgarðr con el Ásgarðr. Sobre este dios sabemos que
fue engendrado por nueve madres —⁠ refiriéndose a que vivió nueve vidas⁠ — y que
se identifica con Ríg, padre de los tres estamentos de la sociedad escandinava según
el Rígsþula[237].

BALDR. Era el hijo más querido de Óðínn, el cual fue muerto por culpa de una
de las tretas de Loki. Según el Völuspá (Profecías-de-la-Bruja) resucitará una vez
consumado el Ragnarök (Destino-de-los Dioses), y regirá sobre el nuevo mundo. No
se sabe hasta qué punto esta leyenda pudo ser influida por el cristianismo[238].

LOKI. No es exactamente un dios, pero tiene un papel crucial en la mitología
nórdica. Se le asocia con jugarretas y maldades, y tras su participación en la muerte
de Baldr, fue encadenado a las entrañas de la tierra como castigo. Loki era temido
porque de su simiente nacieron los tres terrores del fin al mundo causantes del
Ragnarök. Sus tres hijos malditos son Hel, la dama de la podredumbre que reina
sobre el mundo de los muertos; Jörmungandr; la gigantesca sierpe que rodea el
mundo y que matará al dios Þórr; y el lobo Fenrir; el cual devorará a Óðínn, padre de
los dioses[239].

FREYR. Era uno de los dioses perteneciente a la familia de los vanes. Hijo de
Njördr, fue un dios especialmente popular entre los suecos por considerarle el padre
de los Ynlingos, su dinastía reinante. Freyr era un dios asociado a la fertilidad y a la
bonanza en tiempos de paz y se le representaba con su gran falo erecto. Junto con
Óðínn y Þórr, este dios era uno de los únicos tres que poseían una efigie en el templo
de Uppsala. La hermana gemela de Freyr, Freya, era la diosa de la fertilidad
femenina, y estaba vinculada a los misterios y magias de las mujeres[240].

ÞÓRR. Era el más fuerte de los dioses, hijo de Óðínn y protector de la
humanidad. Gobernaba los cielos, los truenos y los rayos. Se le representaba portando
su martillo Mjöllnir —⁠ el cual se convirtió en amuleto protector para los vikingos⁠ —
y conduciendo un carro tirado por dos carneros. Según el Völuspá, en el Ragnarök
luchará contra la serpiente Jörmungandr, matándose mutuamente. Þórr fue el dios
más popular del período vikingo por ser un dios luchador, fiable y protector[241].

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ÓĐÍNN. Era el dios principal de la mitología nórdica y regía sobre los otros. Se le
consideraba un dios salvaje y misterioso —⁠ «Wodan, id est furor» decía Adán de
Bremen[242]⁠ —, y por ello poco digno de confianza. La mitología cuenta de él que
sufrió tortura y se inmoló —⁠ resucitando después⁠ — con el fin de conseguir la
comprensión de los misterios de las runas y la poesía. Entregó uno de sus ojos a
cambio de poder beber del pozo de la sabiduría, y conocía todo lo que pasaba en el
mundo gracias a sus dos cuervos exploradores. Además, tenía la capacidad de
adquirir más conocimientos entrando en comunión con los ahorcados y forzando a las
profetisas (völur) a hablar. Óðínn era además el dios de la batalla por excelencia.
Residía en el Ásgarðr; en su gran salón llamado Valhöll (Salón-de-los-Caídos), donde
se dedicaba a seleccionar a los guerreros humanos más valientes muertos en batalla y
a reclutarlos para que lucharan a su lado en la confrontación final del Ragnarök.
Estos guerreros llamados einherjar[243] (guerreros-únicos), disfrutaban de una
segunda existencia en el Valhöll, donde se pasaban las noches festejando y los días
luchando y entrenando para el gran combate final. Óðínn, al igual que sus guerreros,
estaba destinado a morir en el Ragnarök. Óðínn sabía cuál era su sino y la
inevitabilidad de este, sin embargo, no se resignaba y seguía preparándose cada día
para presentar la mejor de las luchas en el choque final que le costaría la vida. Ahí
residía la grandeza de Óðínn y su ejemplaridad para los vikingos: en su heroica
resistencia frente a un destino que no podía eludir[244].

13.2. CRISTIANISMO
La religión politeísta nórdica fue perdiendo fuerza según se fueron multiplicando los
contactos de los escandinavos con los reinos vecinos. El cristianismo fue
paulatinamente adoptado por colonos, comerciantes y reyes, y se acabó imponiendo
con el tiempo sobre todos los habitantes del norte[245]. Acompañando al cristianismo,
se introdujo en Escandinavia la Iglesia como institución portadora de autoridad,
organización y pensamiento único; junto con una curiosa y novedosa identificación
entre religión, monarquía y ética. El impacto del cristianismo fue enorme y
transformó todos los aspectos de la sociedad vikinga.
El reino danés fue el primero en adoptar oficialmente a Cristo, fruto de la
influencia política imperial y las misiones evangelizadoras del siglo IX —⁠ como la
liderada por San Ansgario⁠ — que prepararon la conversión de los daneses para
mediados del siglo X[246]. En el reino noruego el cristianismo debía ser una doctrina
conocida ya en el siglo X por sus contactos con daneses y británicos, pero fue el rey
Óláfr Tryggvason (995-999) quien tomó la conversión del país como un deber
personal. La cristianización forzada por Tryggvason sobre los noruegos fue
superficial, pero plantó una semilla que acabó por germinar durante el posterior
reinado San Óláfr (1015-1028)[247].

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Suecia fue la última en adoptar la religión de Cristo. A mediados del siglo XI los
suecos todavía mostraban oposición al establecimiento de un obispado en Uppland, lo
que provocó una reacción pagana que fue rápidamente sofocada, allanando el camino
a la expansión del cristianismo. La mayoría de los reyes suecos desde el año 1000
habían adoptado la nueva religión, y hay amplia evidencia en inscripciones rúnicas de
que granjeros y magnates de Svealand también lo adoptaron a lo largo del
siglo XI[248]. No obstante, los rituales paganos públicos no desaparecieron hasta ca.
1100 y muchos lugares de difícil comunicación se mantuvieron politeístas hasta bien
entrado el siglo XII.

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14
EL VIKINGO A OJOS DE SUS ENEMIGOS

En cierta manera la visión del otro es importante puesto que confirma o desmiente
muchas creencias sobre uno mismo. En el caso de los vikingos, conviene tener en
cuenta cómo los veían sus enemigos pues, al final, fueron estos quienes escribieron su
historia. Muchos cronistas cristianos y musulmanes —⁠ como es el caso de los
hispanos⁠ — ningunearon en sus escritos a los vikingos por ser piratas, bárbaros y
paganos, pero otros sintieron cierta curiosidad y admiración por las gentes
septentrionales. Por ejemplo, ibn Rustah —⁠ cronista persa que recogió en 913
información de otros historiadores como ibn Jurradāḏbih o Ŷayhānī⁠ — dice esto
sobre los rūs escandinavos:

«Los rūs hacen incursiones sobre los ṣaqāliba [eslavos], mediante el uso
de sus barcos. Toman cautivos y los venden en tierras de los jácaros y los
búlgaros. […] Cuando un niño [de los rūs] nace, su padre le lanza una
espada desenvainada enfrente y le dice: “No te dejo herencia. Todo lo que
poseas será lo que puedas ganar con esta espada”.
[…] Se ganan la vida mediante el comercio de pieles de marta, ardilla gris
y otras clases. Las venden a cambio de monedas de plata, que atan en
forma de cinturón y llevan colocadas alrededor de sus cinturas. Sus
vestimentas siempre están limpias. Los hombres llevan brazaletes de oro.
Tratan bien a sus esclavos y los visten acordemente, ya que para ellos son
artículos de comercio.
[…] Si uno de ellos tiene una disputa con otro, se presentan ante su líder,
quien lo arregla según cree conveniente. Si no están de acuerdo con el
arreglo, [el líder] ordena que la disputa se solucione mediante combate
singular. […] Tienen muchos asentamientos. Son anfitriones generosos y
agasajan a sus invitados. Los extranjeros que piden refugio entre ellos o
los visitan, reciben una cálida bienvenida, y ninguno tiene permitido
hacerles daño o tratarles injustamente. […] Si un enemigo les hace la
guerra, todos se unen para atacarle, y nunca rompen sus líneas. Forman un
solo puño contra sus enemigos, hasta que los vencen.
[…] Tienen gran aguante y resistencia. Nunca abandonan el campo de
batalla sin haber masacrado a sus enemigos. Toman a las mujeres y las
esclavizan. Son extraordinarios por su tamaño, su físico y su valor. Luchan
mejor a bordo de barcos, no a caballo»[249].

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Otro filósofo e historiador persa, Miskawayh (932-1030), proporciona una vívida
descripción del ataque vikingo a Barda (Azerbaiyán), posiblemente basado en
testigos oculares de esta expedición escandinava a las orillas del Mar Caspio:

«Existía una historia entre las gentes de esta región que llegué a escuchar
de varias personas sobre cómo cinco rūs se habían refugiado en un jardín
en Barda llevando algunas mujeres cautivas. Uno de ellos era un joven
imberbe de rostro hermoso, el hijo de uno de sus cabecillas. Cuando los
musulmanes averiguaron que estaban ahí, rodearon el jardín y un gran
número de dailamitas [gentes del sureste del Caspio] y otros se juntaron
para atacar a esos cinco. Se esforzaron duramente por capturar a alguno de
ellos, pero les fue imposible porque ninguno se rendía. Los rūs mataron
muchas veces su propio número antes de que se los pudiera matar. El
joven imberbe fue el último en morir. Cuando vio que iba a ser capturado,
trepó a un árbol cercano y él mismo se apuñaló en sus órganos vitales
hasta que cayó muerto»[250].

Pero no solo los vikingos suscitaron curiosidad y admiración entre los


musulmanes. También los bizantinos quedaron impresionados por su heroísmo y
fiereza en la batalla. Miguel Psellos —⁠ el monje, cronista, filósofo, político e
historiador bizantino⁠ — describe a los vikingos varegos del ejército de Isaac I
(1057-1059) de esta manera en su Chronographia:

«A su lado estaban los hombres de las naciones aliadas, normandos [de


Sicilia] y tauro-escitas [vikingos varegos], de aspecto terrorífico y
enormes de cuerpo. Los soldados de ambos contingentes tenían los ojos
azules, pero los normandos pintaban sus caras y se afeitaban las cejas,
mientras que los varegos conservaban sus complexiones naturales. Los
normandos son hábiles con los pies, ligeros y móviles en la batalla, pero
los varegos luchan como si estuvieran locos, como si ardieran de furia.
Los normandos son tan fieros en la batalla que pocos pueden soportar su
primer asalto, pero se cansan rápido. Los varegos tardan más en comenzar,
pero luego no se controlan; no se preocupan por recibir heridas y
desprecian sus propios cuerpos. Los varegos se encontraban tras sus
escudos y portaban lanzas muy largas, y hachas de un solo filo sobre sus
hombros»[251].

También la Crónica Anglosajona, compilada por monjes en el trascurso de los


siglos IX al XII, quiso reflejar un episodio de heroísmo vikingo en el campo de batalla.
Este se refiere a la batalla de Stamford Bridge (1066), en la que el ejército el rey
inglés Harold se enfrentó al del noruego Haraldr harðráði (Gobernante-Severo). El
combate se desarrolló de manera curiosa pues los noruegos se encontraban divididos
en dos grupos, uno al oeste del río Dwent, y otro al este, en la costa. Tras sufrir una

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severa derrota inicial, los vikingos supervivientes corrieron a replegarse al este del
río, esperando que un puente actuara como cuello de botella y diera tiempo a los
refuerzos de la costa a llegar hasta ellos. Dice la Crónica Anglosajona que:

«Hubo uno de los noruegos que se enfrentó a los ingleses para que no
pudieran cruzar el puente ni obtener la victoria. Entonces un inglés le
disparó una flecha, pero no sirvió de nada, y entonces otro vino por debajo
del puente y le apuñaló por debajo de loriga»[252].

Esta historia también fue puesta por escrito por los historiadores ingleses
Guillermo de Malmesbury y Enrique de Huntingdon en el siglo XII. Este último
proporcionó más detalles sobre el héroe noruego, aunque nunca podremos saber hasta
qué punto fueron novelados. Lo indudable es que todavía, un siglo después de la
batalla, el vikingo del puente despertaba la admiración entre los cronistas enemigos:

«Un solo noruego, merecedor de fama eterna, resistió sobre el puente, y


matando a más de cuarenta ingleses con su fiel hacha, él solo contuvo a
todo el ejército inglés hasta las tres de la tarde. Al final, alguien apareció
en una barca y a través de las aperturas del puente le hendió una lanza en
sus partes»[253].

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SEGUNDA PARTE

LOS VIKINGOS EN

LA PENÍNSULA IBÉRICA

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15
LOS VIKINGOS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

Algunos de estos guerreros escandinavos, que tan bravos y heroicos aparecen en los
textos de sus enemigos, arribaron, fruto de su mecánica expansiva, en las costas de la
Península Ibérica. Su presencia en nuestro litoral es difícil de valorar y cuantificar, ya
que la información que tenemos sobre sus acciones —⁠ solo testimoniada a través de
unas pocas crónicas y documentos⁠ — no es tan completa ni tan explícita como en
otros lugares de Europa. Por ello varios especialistas han considerado que lo
registrado en nuestros pergaminos no refleja más que una fracción de los ataques
producidos en suelo hispánico, y que jamás podremos conocer el alcance real de su
presencia en nuestras costas[254]. No obstante, nuestro desconocimiento de las razias
vikingas no es absoluto, y las actividades escandinavas en nuestro territorio no son
menos apasionantes o épicas que las que llevaron a cabo en otros lugares, como
veremos a lo largo de la segunda parte del libro.

15.1. FUENTES SOBRE LOS VIKINGOS EN LA PENÍNSULA


Testimonios de la presencia «normanda» —⁠ es decir vikinga⁠ — en el norte y
noroeste peninsular fueron recogidos en las principales crónicas cristianas. Las más
antiguas, de finales del IX, son las Crónicas Asturianas[255], seguidas por el
Chronicon Silense[256] y el Chronicon Iriense[257] de principios del siglo XII. Todas
estas fuentes beben unas de otras, y sirven, a su vez, como material para la
confección de la Crónica Compostelana[258] y los posteriores relatos historiográficos
de Lucas de Tuy[259] y Rodrigo Jiménez de Rada[260] entre otros. Todas las crónicas
mencionadas, pese a ser la principal fuente de información sobre los ataques
escandinavos a los reinos cristianos, no están exentas de inexactitudes y son, en
general, muy parcas en datos, por lo que deben ser abordadas con cuidado[261]. La
lacónica información de estas narraciones puede complementarse, en algunos casos,
con menciones a los vikingos en documentos altomedievales. Son varios los
pergaminos que citan a los normandos, la mayoría de los cuales encontramos editados
en la España Sagrada[262], la Portugaliae Monumenta Historica[263], la Historia de la
Santa A. M. Iglesia de Santiago de Compostela[264], así como en colecciones
diplomáticas reales y eclesiásticas más recientes[265].
En la Península Ibérica tenemos la suerte de contar, además, con fuentes
musulmanas, consideradas generalmente más fiables según los estudiosos[266]. Son

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muchos los cronistas islámicos que mencionan la presencia de los mayūs vikingos en
al-Ándalus como: ibn al-Qūṭiyya, muerto en 977; ibn Ḥayyān, muerto en 1076; al-
Bakrī, muerto en 1094, ibn ‘Iḏārī, que escribió ca. 1312; al-Nuwayrī, muerto en 1332
o ibn Jaldūn, muerto en 1406 entre otros[267].
Por último, existen algunas crónicas europeas que aluden a la presencia vikinga
en Hispania, como pueden ser los Annales Bertiniani[268], del siglo IX; el
Heimskringla[269], del siglo XIII; la Knytlinga saga[270]; los Anales irlandeses[271]; o el
De Moribus et Actis Primorum Normanniae Ducum del siglo XI[272]. Estos textos
europeos son especialmente útiles para rastrear la procedencia de muchas de las flotas
vikingas, así como sus recorridos de retorno tras abandonar las costas peninsulares.
Desafortunadamente, como ya señalamos en su momento, ni la arqueología, ni la
toponimia, ni la epigrafía han conseguido hacer grandes contribuciones al estudio y
comprensión de los normandos en la Península Ibérica.

15.2. BIBLIOGRAFÍA SOBRE LOS VIKINGOS EN LA


PENÍNSULA
Aunque la presencia escandinava no ha generado en España una escuela histórica
dedicada a su estudio exclusivo —⁠ como ha ocurrido en otros lugares de Europa⁠ —,
sí que existe una considerable bibliografía en castellano sobre el tema. No obstante,
ya ha sido apuntado por ciertas personas que, a pesar de la tinta vertida, el
conocimiento que se tiene sobre los ataques vikingos a la Península es bastante
precario[273]. Ello se debe a que el tema no ha suscitado mucho interés por parte de
historiadores profesionales, pero sí el entusiasmo de muchos aficionados, los cuales,
atraídos por el aura de romanticismo que rodea a los guerreros nórdicos, han escrito
algunos trabajos bienintencionados pero que han contribuido a aumentar la confusión.
De ello se derivan muchas de las contradicciones presentes en la bibliografía que
mencionaremos más adelante.
Podemos decir que fue a mediados del siglo XX cuando la presencia normanda en
Hispania cautivó más intensamente a los historiadores. Figuras como Lévi-
Provençal[274] y Sánchez-Albornoz[275] establecieron los cimientos de toda la
bibliografía posterior con sus trabajos, algo anticuados, pero serios y bien
fundamentados[276]. En su estela se ha levantado la siguiente generación de ensayos,
destacándose los de Chao[277] y Almazán[278] sobre los vikingos en Galicia; el de
Ferreiro sobre arribadas de vikingos y cruzados[279]; o el más reciente e
imprescindible ejemplar monográfico de Morales[280].
La cuestión vikinga también ha producido una nutrida colección de artículos,
entre los que cabe mencionar el cuidadoso intento de reconstrucción de los
movimientos vikingos durante su ataque a Sevilla de Gálvez[281]; el enfoque

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internacional del noruego Scheen[282], la aproximación de Sánchez Pardo a la
presencia vikinga en territorio galaico[283], los análisis revisionistas de Aguirre[284] o
la reflexión crítica de Pires en torno a la presencia de San Óláfr en nuestras
costas[285]. Cierran esta colección de estudios[286] los evocables capítulos de Price[287]
y Haywood[288] —⁠ dedicados exclusivamente a la cuestión vikinga en Hispania⁠ —; y
la síntesis de Lirola centrada en al-Ándalus[289].

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16
AÑO 844.
ARRIBAN LOS PRIMEROS VIKINGOS

Aunque algunos autores han contemplado una posible presencia escandinava en el


norte peninsular a principios del siglo IX o incluso antes[290], la realidad es que la
historiografía no acepta la llegada de ningún vikingo a Hispania con anterioridad al
año 844 ya que, si no hay arribadas nórdicas en el sur de Aquitania a principios del
siglo IX, difícilmente puede haberlas en la Península Ibérica[291]. Por tanto,
confirmamos el año 844 como fecha de la aparición de los guerreros escandinavos en
las costas cantábricas pues así lo corrobora la Crónica de Alfonso III en su versión
rotense: «Por el mismo tiempo el pueblo de los normandos, antes desconocido para
nosotros —⁠ un pueblo pagano e infinitamente cruel⁠ — vino con una armada a
nuestras tierras»[292].

16.1. SITUACIÓN PENINSULAR A MEDIADOS DEL SIGLO IX


Coincidió la primera llegada de norteuropeos con un período turbulento dentro de los
territorios cristianos peninsulares. Los primeros años de reinado de Ramiro I de
Asturias (842-850) vinieron marcados por el enfrentamiento del monarca con uno de
sus condes, de nombre Nepociano, el cual se autoproclamó rex de Oviedo, en un
claro intento de alzarse con el poder. Hoy en día sigue sin saberse claramente cuál de
los dos —⁠ Ramiro o Nepociano⁠ — poseía mayor legitimidad para gobernar. Sea
como fuere, lo cierto es que aquellos hechos dieron lugar a un reinado lleno de
tensiones, en permanente inestabilidad, pero caracterizado por las acciones de
gobierno «duras y eficaces»[293] de Ramiro I, quien actuó con inquebrantable firmeza
contra los aristócratas enemigos, la idolatría de algunos paganos, y también contra los
navegantes vikingos como veremos a continuación.
Mientras Ramiro I gobernaba en Asturias, en al-Ándalus reinaba el emir ‘Abd al-
Raḥmān II (822-852). Este monarca andalusí, menos autoritario que su predecesor al-
Ḥakam, tuvo que reprimir múltiples rebeliones muladíes desde el momento de la jura
de su cargo. Entre los levantamientos más trascendentales cabe mencionar los de
Mérida —⁠ que requirieron de varias aceifas del propio emir para ser sofocados⁠ —,
los de Toledo y los de Tudmīr, todos acaecidos ca. 828-829[294]. Entretanto, durante
su gobierno ‘Abd al-Raḥmān II se dedicó a cumplir su cometido de protector de las
fronteras de la Dār al-Islām mediante aceifas contra Álava, Asturias y Galicia; y

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aprovechó la rebelión del también muladí Mūsà ibn Mūsà ca. 842 para lanzar una
campaña contra los pamploneses en los años 842 y 843[295]. Recién retornada la paz a
su reino, y tras volver a acoger a los Banū Qas de Mūsà en su seno, ‘Abd al-Raḥmān
tuvo que enfrentarse en 844 a la inesperada llegada por mar de unos nuevos
enemigos: los vikingos.

16.2. DE AQUITANIA A LA PENÍNSULA


El primer testimonio sobre la llegada de vikingos al litoral hispánico proviene de un
manuscrito de la abadía francesa de Val-Dieu. Según el documento, los «muy crueles
normandos» —⁠ posiblemente llegados de las costas de Irlanda[296]⁠ — aprovechando
las luchas entre Carlos el Calvo y Pipino II, se habían instalado en la isla de
Noirmoutier (Aquitania) desde donde habían saqueado los alrededores de Nantes a
mediados del año 843[297]. Llenas sus naves de cautivos y oro, se dispusieron a
repartir el botín de vuelta en Noirmoutier cuando se desató una disputa entre los
escandinavos que fue aprovechada por los prisioneros para escapar. Los vikingos
—⁠ sigue diciendo el texto⁠ —, en vez de perseguir a los cautivos, decidieron regresar
a sus hogares, pero, estando en la mar, «unos violentos vientos los desviaron hacia
Galicia». Forzados a tomar tierra allí, quisieron realizar algunas depredaciones, pero
los gallegos se defendieron con tal virulencia que «todos, menos treinta navíos
[vikingos], perecieron»[298]. Los supervivientes partieron entonces rumbo a Burdeos
donde prosiguieron sus pillajes.
Este episodio referido en Val-Dieu resulta tan similar a otro recogido en los
Annales Bertiniani —⁠ esta vez ya fechado en el año 844⁠ — que se considera que los
dos son el mismo. He aquí lo que los Annales dicen para el año 844:

«[…] los normandos fueron por el Garona hasta Tolosa consiguiendo


botín sin encontrar resistencia. Volviendo de allí, algunos atacaron Galicia
y algunos murieron en su enfrentamiento con unos guerreros que les
lanzaron proyectiles, y otros a causa de una tempestad en el mar. Pero
algunos de ellos se dirigieron a partes más alejadas de Hispania, lucharon
larga y amargamente con los sarracenos, hasta que fueron finalmente
repelidos»[299].

16.3. DESARROLLO DE LAS ARREMETIDAS VIKINGAS


Si hacemos caso a la Crónica de Alfonso III en su versión sebastianense[300], la
Crónica Albeldense[301], y el Chronicon Mundi de Lucas de Tuy[302], el ejército
normando, después de zarpar de sus bases aquitanas, debió tomar tierra en el norte
del Reino Astur, no lejos de Gijón, el 1 de agosto de 844. Nada sabemos de las

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actividades que realizaron una vez desembarcados, aunque se ha especulado que
simplemente tomaran tierra allí por casualidad[303] o para avituallarse en su camino al
«opulento reino moro»[304]. No han quedado evidencias ni de saqueos ni de ataques a
dicha zona, y solo tenemos por certero que, tras abandonar Gijón, se dirigieron a
Galicia. El rey Ramiro I de Asturias (842-850), quien debía tener noticia de estos
piratas desde que arribaron en su reino, había reunido a sus huestes —⁠ que por la
situación política del reino debían estar en un estado semiperpetuo de
movilización[305]⁠ — y les hizo frente en las costas galaicas. Así nos lo relata la
Rotense: «Ante su llegada, el ya dicho rey Ramiro congregó un gran ejército, y en el
lugar que se llama Faro de Brigancio [A Coruña] les plantó batalla; allí dio muerte a
gran cantidad de ellos y sus naves las aniquiló por el fuego»[306]. La Crónica Silense,
terminada en el siglo XII, aporta un dato extra sobre el número de barcos quemados
por el ejército del rey Ramiro. Dependiendo de la copia de la tardía crónica, la cifra
de barcos incendiados varía entre sesenta y setenta, y añade que, Ramiro, «volvió de
la batalla sano y salvo y cargado de botín»[307], aunque, a decir verdad, no se puede
confirmar con certeza que el rey estuviera presente en el choque.
Por más que las crónicas cristianas muestren la contundente acción del rey astur,
la victoria de Ramiro no parece haber sido tan determinante, pues, al menos una parte
importante de la flota escandinava no sufrió daños y continuó su avance por la
vertiente oeste de la Península Ibérica. Así prosigue el relato de la Rotense. «Pero
otra parte que de ellos [los vikingos] quedó se refugió en el mar y llegó a la provincia
de la Bética. Entraron en la ciudad de Sevilla, y allí grandes masas de musulmanes,
parte por la espada y parte por el fuego, fueron exterminadas. Al cabo de un año, y
tras la expedición contra la ciudad de Sevilla, se tornaron a su tierra»[308].
Efectivamente, los escandinavos, no tan debilitados como parecía, continuaron
aventurándose por la costa suroeste, atacando en su avance los enclaves andalusíes de
Lisboa, Cádiz, Medina Sidonia y Sevilla entre otros[309]. La devastación de sus
depredaciones fue grande, y el relato llegó a través de los siglos hasta oídos de
cronistas cristianos como Rodrigo Jiménez de Rada (†1247), quien, en su Historia
Arabum, nos resume las correrías vikingas, quizá basándose en los escritos de
mediados del siglo XI de ibn Ḥayyān[310]:

«En el año 229 de los árabes [844 d. C.] y en el 23 de su reinado le


anunciaron a [‘Abd al-Raḥmān II] que 54 naves y 58 galeras se habían
acercado a la costa de Lisboa, y ‘Abd al-Raḥmān dio orden de que se
tomaran las medidas necesarias para la defensa. Al año [de la Hégira]
siguiente, muchas más naves y de mayor potencia llegaron a la costa de
Sevilla, y asediaron la ciudad durante trece días, y libraron combates con
los árabes, causándoles muchos muertos, expolio y cautivos. Desde allí se
dirigieron con sus barcos a Algeciras, Cádiz y Sidonia, y tras reñidos

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combates con los árabes realizaron muchas depredaciones y devastaron
con fuego sus tierras»[311].

Al leer a Jiménez de Rada debemos considerar dos detalles. Primero, que no


transcurrieron trescientos sesenta y cinco días entre la salida de los vikingos de
Lisboa y la llegada a Sevilla, sino que, el cambio de año musulmán en el A. H. de 229
(844 d. C.), se produjo el 17 de septiembre, y que el 18 de septiembre de 844 ya era
230 A. H. Por tanto, los vikingos llegaron a Sevilla después del 18 de septiembre de
844. En segundo lugar, que Jiménez de Rada confunde en su escrito Sevilla con
Lisboa, siendo este último enclave víctima del asedio de trece días, como se verá más
adelante. Por lo demás, el relato del arzobispo es un buen resumen del avance de los
vikingos por el territorio andalusí, que ahora exploraremos con más detalle de la
mano de los cronistas musulmanes. Empecemos con la narración de al-Nuwayrī:

«[…] los maŷūs que ocupaban la parte más lejana de España ocuparon el
país de los musulmanes, apareciendo por primera vez en Lisboa en Ḏū al-
Ḥiŷŷa del año 229 (20 de agosto - 17 de septiembre de 844) y allí
permanecieron trece días durante los cuales se libraron muchos combates
con los sarracenos. Luego fueron a Cádiz y después a Sidonia, donde se
dio también una gran batalla estableciéndose el 8 de Muḥarram [de A. H.
230] (25 de septiembre de 844) a unos 60 kilómetros de Sevilla. Los
mahometanos salieron entonces a su encuentro y el 12 del mismo mes [29
de septiembre] fueron derrotados, sufriendo grandes pérdidas»[312].

Al-Nuwayrī, considerado un autor muy fiable —⁠ aunque su obra sea del


siglo XIV[313]⁠ —, habla de los trece días de asedio que sufrió Lisboa antes de que los
vikingos prosiguieran su camino hacia Cádiz, Sidonia y, por último, Sevilla. A 60 km
de la ciudad hispalense se produjo una primera batalla entre musulmanes y
escandinavos el 29 de septiembre y, dos días después, el día 1 de octubre —⁠ continúa
al-Nuwayrī⁠ — tuvo lugar otro combate en Coria, en el que los musulmanes
«quedaron derrotados, pereciendo gran número y cayendo muchos en manos de los
maŷūs»[314].
Esta última victoria allanó el camino de los vikingos, quienes habían establecido
su base en Isla Menor, y cuyo objetivo parecía ser Sevilla. Finalmente, lograron
entrar dentro de la ciudad el 3 de octubre, y durante un día y una noche se dedicaron a
obtener botín, quemando la mezquita en el proceso. Los saqueos continuaron durante
toda una semana, a la vez que los maŷūs se dispusieron a extender sus correrías a los
alrededores de la ciudad del Guadalquivir.
La toma de Sevilla por parte de los escandinavos debió sorprender y preocupar a
los andalusíes, pues se trataba de una ciudad muy cercana a la capital del emirato:
Córdoba. Jiménez de Rada nos lo confirma: «Cuando el rumor de estos sucesos llegó
a oídos de ‘Abd al-Raḥmān, mandó reunir un gran ejército para acudir en auxilio de

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los sevillanos»[315]. Ese auxilio vino, según cuenta el cronista musulmán ibn ‘Iḏārī,
de la mano del ḥāŷib ‘Īsà ibn Šuhayd, a quien ‘Abd al-Raḥmān II puso al frente de la
caballería y de otros oficiales como ‘Abd al-Raḥmān ibn Kulayb, ‘Abd Allāh ibn al-
Munḏir y al-Iskandarānī[316].
Por lo que ha deducido Gálvez[317] tras estudiar in situ los lugares mencionados
por las crónicas, el ejército musulmán se dirigió a Sevilla bajando por la parte oriental
de la ciudad, y entabló combate contra los normandos, quienes, tras sufrir algunas
pérdidas, se vieron obligados a retirarse a sus embarcaciones sin sufrir persecución.
La falta de iniciativa de los generales a la hora de perseguir a los enemigos enojó a
‘Abd al-Raḥmān II, que los hizo encarcelar y ordenó a Sa’īd ibn Rustum partir con
más hombres desde Córdoba para reforzar las acciones de la caballería. Por lo que
sabemos, ibn Rustum logró entrar en Sevilla pero fue atacado dentro de la ciudad por
los normandos. Tras resistir un día dentro del recinto hispalense, ibn Rustum decidió
retirarse a los arrabales ante el temor de ser emboscado[318], estableciéndose en un
lugar que Dozy identificó con Carmona[319] y Gálvez con Cortes o el actual Cortijo
del Cuarto en Dos Hermanas[320].
¿Cuál fue el siguiente paso de ibn Rustum? Ibn ‘Iḏārī, nos cuenta que: «El general
en jefe del ejército estableció su cuartel en el Aljarafe y desde allí escribió a los
gobernadores de los distritos ordenándoles que llamasen a sus administrados a las
armas. Acudieron estos a Córdoba y el fatà Naṣr los condujo hacia el ejército»[321].
Con los nuevos refuerzos —⁠ entre los que se incluían las tropas del célebre muladí
Mūsà ibn Qasī⁠ —, el ejército islámico logró hostigar a los vikingos en todos los
frentes. El relato sobre cómo se condujeron estas escaramuzas se vuelve confuso, y lo
único que todos los estudiosos se atreven a afirmar con certeza es la celebración de
dos batallas determinantes que perdieron los vikingos. La primera la del 11 de
noviembre de 844 en Talyāta —⁠ quizá Tablada, donde está situado el actual
aeropuerto[322]; o posiblemente Tejada, a 46 kilómetros al oeste de Sevilla[323]⁠ — y la
segunda el 17 de noviembre de 844 en Sidonia. Así nos habla Ibn ‘Iḏārī de lo que
ocurrió en el primer choque: «Enseguida fueron derrotados [los vikingos] en Talyāta,
el 11 de noviembre de 844 perecieron muchos de ellos, siendo ahorcados algunos en
Sevilla, colgados otros de las palmeras de Talyāta y quemados treinta de sus
barcos»[324].
Tras esa gran victoria, ibn Rustum estableció su cuartel militar en la mencionada
Talyāta, mientras decidía cuál sería su siguiente movimiento. En ese momento, otro
grupo de vikingos progresaba por el Aljarafe, y los musulmanes, al detectarlo,
avanzaron hacia ellos obligando a los enemigos a retirarse a un lugar denominado
Coran, en el término de Facialcázar[325]. Desde allí los vikingos quisieron volver a su
base de operaciones en Isla Menor, pero al verse imposibilitado su desembarco, se
dirigieron a Sidonia, donde según al-Nuwayrī, fueron atacados y derrotados: «El 17
de noviembre el ejército musulmán se puso en persecución de ellos y con los
refuerzos que de todas partes les llegaban, los atacó de nuevo, estrechándolos por

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todas partes. Los normandos huyeron entonces perdiendo unos quinientos hombres, y
cuatro buques que fueron quemados, después de sacarse cuanto ellos contenían»[326].
Viéndose superados en todos los frentes por el numeroso y bien organizado
ejército emiral, y dado que descendían por el Guadalquivir quince embarcaciones que
‘Abd al-Raḥmān II había dotado apresuradamente de guerreros y pertrechos[327], los
vikingos supervivientes que permanecían en Sevilla decidieron retirarse
definitivamente en la manera que narra ibn al-Qūṭiyya:

«[…] y todos juntos descendieron río abajo, mientras los habitantes del
país los llenaban de improperios y maldiciones, tirándoles piedras.
Llegados a una milla más debajo de Sevilla, los maŷūs gritaron:
—⁠ ¡Dejadnos en paz, si queréis rescatar los prisioneros!⁠ — dejando
entonces el pueblo de arrojarles proyectiles consintieron rescatar los
cautivos a todo el mundo. La mayor parte de ellos pagaron su rescate; pero
los maŷūs no quisieron tomar oro ni plata, aceptando solo víveres y
vestidos»[328].

Este último episodio recogido por el cronista andalusí del siglo X, es muy
llamativo, pero no es más que una muestra del previsor comportamiento vikingo en
plena retirada. Considerando el largo viaje de vuelta por mar, no es de extrañar que
prefirieran recopilar lo necesario —⁠ víveres y abrigo⁠ — antes que oro o plata. No
obstante, esta no es la última noticia que existe de la flota nórdica en la Península,
pues parece que en su huida, los escandinavos se detuvieron en algunos otros lugares
para completar su aprovisionamiento, como fueron Niebla (Huelva), Ocsonoba
(Algarbe) y Beja (Alentejo)[329]. Finalmente realizaron una última visita a Lisboa
antes de desaparecer de forma definitiva del territorio andalusí.

16.4. ¿QUIÉNES FUERON LOS VIKINGOS QUE ATACARON LA


PENÍNSULA EN EL AÑO 844?
Los historiadores musulmanes no dicen a dónde se dirigieron los escandinavos tras
abandonar Lisboa, ni los cronistas hispano-cristianos mencionan nada de su viaje de
regreso. Sin embargo, algunos estudiosos han determinado, con ayuda de las crónicas
francas, que los vikingos que habían atacado Sevilla, regresaron a su base en
Aquitania y tomaron tierra entre Bordeaux y Saintes, retomando su acción
devastadora en dicha zona entre octubre y noviembre del año 845, y permaneciendo
en las costas francas hasta mediados de 846[330].
Al parecer, en julio de 846, estos vikingos volvieron a Noirmoutier, prendieron
fuego a su antigua base y se embarcaron de nuevo con dirección a Irlanda. La causa
de este sorprendente comportamiento se explica por la situación hiberniana de
mediados del siglo IX. Los noruegos que se habían asentado en Irlanda estaban

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pasando por una crisis puesto que su rey, Turgeis, había muerto en 845[331] y, en los
años siguientes, sufrieron una serie de derrotas a manos de los celtas. Esta creciente
inestabilidad en la colonia fue aprovechada por los daneses, que intentaron desplazar
a los noruegos, no solo de la zona irlandesa, sino también de la aquitana; por lo que
se ha sugerido que la flota que atacó la Península pudo estar formada por noruegos de
Irlanda que, tras destruir su base de Noirmoutier para evitar que en el futuro cayera
en manos de los daneses, regresaron a Hibernia para apoyar a sus antiguos
camaradas[332].
¿Es posible determinar cuántos noruegos componían la flota que atacó la
Península Ibérica por primera vez? Las cifras que nos dan los cronistas islámicos son
de dieciséis mil maŷūs según Ibn al-Qūṭiyya ochenta barcos grandes y otros tantos
más pequeños según al-Nuwayrī. Solo esta última cifra parece ser realista pues,
curiosamente, cantidades de barcos similares aparecen consistentemente cuando se
mencionan otras flotas vikingas piráticas que se mueven por Europa[333]. Aceptando
el tamaño de su armada, podemos calcular que el número de guerreros escandinavos
que llegaron transportados rondaría los tres mil doscientos[334], o siendo muy
conservadores, los mil seiscientos[335]. En ambos casos, cifras nada despreciables y
concordantes con el caos y la destrucción que dejaron tras de sí.

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16.5. CONSECUENCIAS
Queda claro, con un mero vistazo a las crónicas, que la llegada de los vikingos pilló
desprevenidos tanto a los cristianos como a los musulmanes peninsulares. La firme
actuación de Ramiro I, unido al estado de alerta permanente de sus huestes y el
patente desinterés de los vikingos por depredar el noroeste hispánico[336], trasladó la
amenaza pirática hacia al-Ándalus. La mayor riqueza del emirato atrajo la ambición
de los escandinavos, quienes no dudaron en realizar acometidas sobre Lisboa y todos
los alrededores de Sevilla.
Los vikingos, en su depredación caótica en torno al enclave hispalense, sufrieron
grandes pérdidas humanas, y no es descartable que algunos de ellos fueran capturados
por los soldados emirales. He aquí el origen de la teoría de Lévi-Provençal en torno a
la posibilidad de que un grupo de cautivos normandos se pudiera asentar en al-
Ándalus, aceptando el islam y dedicándose a la producción de quesos[337]. Esta
hipótesis, difícil de probar, ha sido aceptada por no pocos autores, que han tratado de
demostrarla buscando parecidos entre el queso típico sevillano y el queso ost
danés[338]. Cábalas aparte, una de las principales consecuencias del ataque vikingo
sobre al-Ándalus fue la destrucción de Sevilla, hasta tal punto que, según cuenta ibn
al-Qūṭiyya: ‘Abd al-Raḥmān mandó construir la gran mezquita de Sevilla y reedificar
las murallas de esta ciudad, destruidas por los maŷūs en el año 230»[339].
A la reconstrucción y fortificación de la ciudad del Guadalquivir, ‘Abd al-
Raḥmān II sumó la creación de atarazanas, la implantación de una red de atalayas
costeras, la formación de una marina de guerra estatal y el emplazamiento de
destacamentos de vigilancia litoral, todo con el fin de defenderse de futuras razias
piráticas[340]. Igualmente parece que, a consecuencia de esta agresión vikinga, el emir
decidió enviar en 845 a uno de sus embajadores —⁠ el jienense al-Ġazāl⁠ — a tierras
nórdicas.

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17
AL-ĠAZĀL Y AL-ṬURṬŪŠĪ:
LA EXPERIENCIA ANDALUSÍ
EN ESCANDINAVIA

Dice Mikkelsen que los dos únicos testimonios musulmanes que se conservan
describiendo las tierras vikingas provienen de dos viajeros hispanos, y tiene
razón[341]. Sin embargo, existen múltiples vestigios arqueológicos que hacen pensar
en la presencia habitual de comerciantes islámicos y judíos —⁠ o al menos de sus
sistemas de pesos y medidas⁠ — en los centros mercantiles escandinavos.

17.1. LA EMBAJADA DE AL-ĠAZĀL


El primero de los dos hispano-musulmanes en visitar las tierras de los vikingos fue
al-Ġazāl, en torno al año 845. El relato de la embajada de este emisario se encuentra
recogido la obra «El libro que regala el placer de la Poesía de Occidente», del autor
ibn Diḥya; así como en la obra de al-Maqqarī[342]. El texto ha sido editado en
árabe[343] y en castellano[344]. No obstante, el relato de al-Ġazāl no está exento de
polémica e inexactitudes históricas y, mientras que algunos autores defienden que lo
que cuenta ibn Diḥya es una descripción realista que proviene directamente de lo que
al-Ġazāl le narró a su amigo Tammām ibn ‘Alqama (808-896) —⁠ aunque con
algunos adornos y confusiones[345]⁠ —, otros autores piensan que dicha embajada al
norte nunca se produjo, y que no es más que un cuento fabulado fruto de la excitación
que los ataques vikingos del 844 produjeron sobre los cronistas, quienes se
inventaron la historia basándose en la embajada de al-Ġazāl a Bizancio[346].
Yaḥyà ibn al-Ḥakam al-Bakrī al-Ŷayyānī, conocido como al-Ġazāl (la Gacela),
tuvo una larga vida (ca. 780-864) durante la cual conoció varios emires omeyas
distintos. Nacido en Jaén, fue un personaje distinguido y famoso por su belleza,
elegancia e ingenio. Su personalidad polifacética le permitió actuar como filósofo,
poeta y diplomático en Constantinopla y, si aceptamos la veracidad del relato,
también en el «país de los vikingos»[347].
La historia es como sigue: ibn Diḥya cuenta que un embajador del rey de los
vikingos llegó a la residencia de ‘Abd al-Raḥmān II tras la retirada escandinava de
Sevilla en 844 con la intención de establecer contactos diplomáticos. El emir decidió
aceptar esa petición y ordenó a al-Ġazāl que marchara al norte como embajador,

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«teniendo en cuenta la agudeza, la astucia, la habilidad para la réplica, el valor y el
saber estar de al-Ġazāl»[348]. El jienense partió desde Silves en un barco,
posiblemente durante la segunda mitad de diciembre de 844 o la primera mitad de
enero de 845 y, tras superar tormentas y otros avatares, finalmente llegó al país de los
vikingos:

«Llegaron a la residencia real donde él estaba [el rey vikingo], una gran
isla en el Océano con corrientes de agua y jardines.
La distancia entre ella y tierra firme es de tres días de navegación, es
decir, trescientas millas. Allí hay un número de maŷūs demasiado
numeroso para ser contado. Muchas islas, grandes y pequeñas, están cerca
de esa, todas habitadas por maŷūs. […] Su gente son maŷūs y hoy en día
pertenecen a la fe cristiana, habiendo abandonado el culto al fuego y su
anterior religión»[349].

Sobre la identidad del lugar al que arribó al-Ġazāl existe polémica, pues se
defienden dos líneas de opinión opuestas: una que sitúa el destino en la corte danesa
del rey Horik[350], y otra que identifica la «gran isla» con la Irlanda vikinga del rey
Turgeis, justo antes de que este muriese[351]. El que se mencione que los maŷūs son
cristianos puede ser un añadido posterior del momento en el que el relato fue puesto
por escrito pues, a mediados del siglo IX, los escandinavos eran predominantemente
paganos.
Fuera quien fuera este «rey» de los vikingos, recibió a al-Ġazāl «adornado con
armas y otros ornamentos»[352]. El embajador musulmán tuvo la precaución, antes de
la audiencia, de establecer condiciones sobre su propio protocolo —⁠ señalando que
no se postraría ante el rey vikingo⁠ —, pero tuvo que superar con ingenio algunas
bromas regias: «El rey […] ordenó que la entrada que conducía a su presencia se
construyese de modo tan estrecho que nadie pudiera entrar excepto poniéndose de
rodillas. Cuando al-Ġazāl llegó se sentó en el suelo y, colocando los pies primero, se
deslizó hacia adelante sobre su parte trasera»[353].
Este cuento, aunque hace honor al curioso sentido del humor vikingo, parece
demasiado elaborado y aparenta no ser más que una ficción. Como han señalado
algunos entendidos, la acción de al-Ġazāl cumple con el precepto islámico de no
arrodillarse más que ante Dios y sirve para demostrar la lucidez del viejo
diplomático, quien devuelve el insulto al rey vikingo al mostrarle las suelas de sus
zapatos[354]. Una vez sorteadas las provocaciones, la historia prosigue con la entrega
al líder escandinavo de una carta de ‘Abd al-Raḥmān —⁠ de contenido
desconocido⁠ — y de regalos protocolarios traídos desde al-Ándalus.
El resto del relato hasta el viaje de retorno se ocupa de las conversaciones, flirteos
y poemas que el embajador andalusí compartió con la esposa del rey de los maŷūs, la
reina Nud (¿Auðr?); episodios certeramente calificados por algunos como historias de

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diplomático jubilado, muy difíciles de comprobar[355]. Lo curioso de este flirteo es
que desemboca en la obtención de una llamativa pieza de información que se atribuye
a una contestación de la reina Nud. La historia viene a decir que, la dama, tras
averiguar que al-Ġazāl temía despertar las sospechas del rey al pasar tanto rato con
ella, le dijo que no se preocupara pues: «No tenemos cosa semejante en nuestra
religión y tampoco tenemos celos. Nuestras mujeres permanecen con sus maridos
según les parece. Una mujer permanece con él hasta que ella quiere y se separa de él
si ya no le desea»[356]. Tras esta contestación tan pagana y nada bizantina, la misión
de al-Ġazāl llega a su fin, iniciándose el viaje de retorno:

«Después al-Ġazāl marchó acompañado por los representantes


diplomáticos hacia Santiago de Compostela llevando una carta del rey de
los maŷūs al gobernador de aquel lugar. Permaneció allí con grandes
honores durante dos meses hasta el final de su peregrinación. Partió con
los demás pasando por Castilla y desde allí se dirigió a Toledo, donde se
presentó ante el sultán ‘Abd al-Raḥmān tras haber transcurrido veinte
meses»[357].

Varios aspectos del texto de ibn Diḥya llaman la atención y pueden hacer
sospechar sobre la falsedad del relato. Lo primero es la edad de al-Ġazāl, quien,
según el-Hajji[358] debía tener más de sesenta años cuando emprendió el viaje
diplomático. Lo segundo, que en esta época ni los vikingos eran todavía cristianos ni
existía una centralización del poder escandinavo[359]; y tercero, que existen algunos
paralelismos entre esta narración, la embajada constantinopolitana de al-Ġazāl[360] y
la historia de al-Ṭurṭūšī.
Sin embargo, también parecen ser varios los argumentos favorables a la
autenticidad del relato[361], véase: a) Ninguna embajada a Constantinopla volvería vía
Santiago de Compostela; b) La descripción que hace del rey no se asemeja a la de un
basileus bizantino; c) La información geográfica que proporciona es muy detallada y
no se corresponde con Constantinopla ni con un viaje por el Mediterráneo; d) Las
costumbres femeninas que describe son impropias de una emperatriz bizantina pero
no ajenas a una sociedad escandinava precristiana.

17.2. AL-TURTŪŠĪ. EL MERCADER JUDÍO DE TORTOSA


Quizá menos controvertida, pero mucho más sucinta es la descripción de la visita de
al-Ṭurṭūšī al enclave vikingo de Hedeby en 965. Su protagonista, Ibrāhīm ibn Ya’qūb
al-Isrā’īlī al-Ṭurṭūšī fue un mercader judío dertosense que viajó al norte de Europa.
Poco se sabe de su vida. Conocemos que en su viaje fue recibido en la corte de Otón I
en Magdeburgo, y describió los mercados de Mainz, Praga, Cracovia y Schleswig
(Hedeby). Las palabras de al-Ṭurṭūšī llegaron hasta nuestros días recogidas en el

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Monumentos de los Países e Historia de sus Habitantes de al-Qazwīnī (1203-1283) y
en el Libro de los Caminos y los Reinos de al-Bakrī, escrito hacia 1068. He aquí lo
que cuenta sobre el enclave comercial vikingo:

«Šalašwīq [Hedeby] es una ciudad muy grande, en la costa del océano.


Dentro tiene muchos manantiales de agua dulce. Los que allí habitan
adoran a Sirius, excepto por un pequeño número de cristianos. Al-Ṭurṭūšī
relata: “se reúnen para celebrar el festival religioso en honor de sus dioses,
en el que comen y beben. Aquellos que pretenden sacrificar un animal
levantan un poste enfrente de sus casas y de él cuelgan un trozo del animal
que ofrecen en sacrificio: ternera, cordero, cabra o cerdo. De esta manera
todo el mundo puede ver cómo planean honrar a los dioses”.
Hedeby es pobre en cereales y el clima es malo. Sus habitantes
principalmente comen pescado, pues allí abunda. Cuando nacen
demasiados niños, arrojan a los que sobran al mar para ahorrarse los
costes de su crianza. Al-Ṭurṭūšī también dice: “Las mujeres toman la
iniciativa en los procesos de divorcio. Se pueden separar de sus maridos
en el momento que ellas quieran. Tanto mujeres como hombres usan un
cosmético indeleble para potenciar la belleza de sus ojos”. Y también dijo:
“No hay cantar más horrible que los quejidos que provienen de sus
gargantas. Es como el aullar de los perros, pero peor”»[362].

Parece que este episodio, aparentemente más realista, muestra coincidencias con
el testimonio de ibn Faḍlān sobre los sacrificios paganos[363], y con lo que narró al-
Ġazāl sobre la capacidad de la mujer escandinava de separarse de su marido. Sin
embargo, las coincidencias no dejan de levantar suspicacias, aunque sea difícil
determinar en qué grado y en qué orden influyeron unos textos en otros. Hasta que no
se realice un estudio comparativo por parte de algún arabista, no queremos
aventurarnos a sacar conclusiones.

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18
AÑOS 858-861.
LA EXPEDICIÓN QUE CONVIERTE EN LEYENDA A
LOS HIJOS DE RAGNARR Y A HÆSTEN

Por las fuentes conocemos que transcurrieron trece años hasta que los vikingos
volvieron a hacer notar su presencia en nuestros litorales. Tras ese decenio, una nueva
flota escandinava, numerosa y capitaneada por afamados caudillos, acometió la costa
hispánica en su camino hacia un objetivo mucho más ambicioso: la mismísima
ciudad de Roma.

18.1. LA NUEVA SITUACIÓN PENINSULAR


En el momento de la segunda llegada de los vikingos, se encontraba al frente del
Reino Astur el hijo y sucesor de Ramiro I, Ordoño I (850-866). El reinado de este
monarca se caracterizó por una acción de gobierno basada en una inicial obsesión por
la defensa, seguida de una acción expansiva territorial, la creación de una
embrionaria idea de comunidad hispánica, una progresiva centralización y
articulación administradora, y una importante obra repobladora que alcanzó León,
Astorga, Tuy y Amaya[364]. Militarmente Ordoño I fue tan activo como su padre,
pues tuvo que enfrentarse a los vascones, apoyó la rebelión toledana de 854 y
combatió al renombrado rebelde muladí Mūsà, a quien derrotó en la batalla de
Clavijo-Albelda en 859.
Frente al ímpetu de Ordoño, encontramos una al-Ándalus en un momento de
difícil transición. A la muerte de ‘Abd al-Raḥmān II subió al trono su hijo
Muḥammad I (852-866) quien tuvo que lidiar con la respuesta reaccionaria del
mozarabismo radical frente a la creciente islamización del emirato[365]. Sin embargo,
Muḥammad consiguió sofocar la sublevación toledana en Guadacelete (854), por lo
que, a la llegada de los vikingos en 858, hallaron un al-Ándalus que, si bien se alejaba
de estar en perfecto orden, disponía de la suficiente capacidad para desplegar
escuadras navales y aprestar tropas terrestres para la defensa litoral[366].

18.2. EL DEVENIR DE LA EXPEDICIÓN VIKINGA

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Como no podía ser de otra manera, esta segunda flota escandinava tomó tierra por
primera vez en el norte peninsular, al igual que había hecho su predecesora trece años
atrás. Las crónicas cristianas no son muy prolijas, y la Crónica Albeldense solo dice,
hablando del reinado de Ordoño I (850-866): «En su tiempo los normandos, que
vinieron por segunda vez, fueron exterminados en la costa de Galicia por el conde
Pedro»[367].
Efectivamente, parece que de nuevo los vikingos desembarcaron en territorio
galaico y, de nuevo, no recibieron una calurosa acogida. Desafortunadamente
desconocemos detalles sobre el choque o el referido conde. La identificación de este
Pedro ha generado algunos debates, y mientras que unos lo relacionan con Pedro
Theon, magnate y mano derecha del futuro Alfonso III (866-910)[368]; otros creen ver
en él al padre del magnate gallego Hermenegildo Pérez o al padre de Vimara Pérez,
repoblador de Oporto[369]; mientras que terceros lo tienen por un personaje
desconocido o interpolado dada la ausencia de información documental sobre condes
llamados «Pedro» en la época[370].
Lo único seguro es que, en este segundo ataque, ni Iria ni Compostela fueron
asaltadas por los vikingos[371], —como algunas veces se ha señalado por error⁠ —
pues ninguna crónica o documento recoge prueba alguna de ello. Por ejemplo, esto es
lo que dice el Chronicon Iriense para el reinado de Ordoño I: «En este tiempo cien
naves normandas vinieron a Galicia, y tras tres años regresaron a sus lugares de
procedencia»[372]. ¿Significa esto que estuvieron tres años los vikingos realizando
depredaciones por el solar gallego? Para nada. Solamente implica que, tras realizar
correrías por otros lugares de Hispania y el Mediterráneo, los normandos pasaron, en
el año tercero de su viaje, de vuelta por el litoral galaico.
La lectura de las crónicas deja claro que los vikingos no tenían como objetivo, en
esta ocasión, el realizar despojos exclusivamente en la costa peninsular pues, como
puntualiza la Rotense: «Los normandos vinieron de nuevo de piratería a nuestras
costas por estos tiempos; luego [siguieron] hacia España, y asolaron toda su zona
marítima, devastándola por la espada y por el fuego. Después, cruzando el mar,
asaltaron Nekur, ciudad de Mauritania, y allí mataron por la espada a multitud de
musulmanes»[373]. Efectivamente, ibn ‘Iḏārī habla de la llegada de un contingente
escandinavo a al-Ándalus en el 859 que causó grandes estragos:

«En el año 245 (8 de abril 859 - 27 de marzo 860) los maŷūs se


presentaron de nuevo en las costas de Occidente con sesenta y dos buques;
pero las encontraron bien custodiadas, porque los barcos musulmanes
hacían el crucero desde la frontera de la costa francesa hasta la del lado de
Galicia en el extremo occidental. Dos de sus buques se adelantaron; pero,
perseguidos por los bajeles que guardaban la costa, fueron capturados en
un puerto de la provincia de Beja [Alentejo]. Allí se encontró oro, plata,
prisioneros y municiones; los demás buques avanzaron costeando y

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llegaron a la desembocadura del río de Sevilla; entonces el emir
[Muḥammad I] dio orden al ejército de ponerse en marcha, y llamó a las
armas para que se enganchasen bajo las banderas del ḥáŷīb ‘Īsà ibn al-
Ḥasan»[374].

Ibn ‘Iḏārī sigue contando que, tras este primer encontronazo, los normandos
parecen abandonar la idea de remontar el Guadalquivir. No obstante, el emir
Muḥammad, consciente del peligro, manda al general Kulayb ibn Muḥammad ibn
Ṯa’laba a Algeciras, y al general ‘Abd al-Salām ibn ‘Abd Allāh ibn Ṯa’laba a
Málaga; a la vez que moviliza la flota comandada por los almirantes Jasjās e ibn
Sakūh. A pesar de todas las precauciones andalusíes, los vikingos se apoderaron de
Algeciras y quemaron su mezquita. Después, los normandos se dirigieron a la costa
de al-Magrib, donde atacaron Nékor —⁠ Nador[375]⁠ —, permaneciendo allí diez días,
saqueando y tomando cautivos. Entre los prisioneros se cree que estuvieron algunos
miembros —⁠ o quizá integrantes del harén[376]⁠ — de la familia reinante en la zona,
los Banū Ṣāliḥ, que tuvieron que ser rescatados, más tarde, por el emir andalusí[377].
Tras la asolación de Nékor, los vikingos volvieron a al-Ándalus, trasladando sus
depredaciones al litoral de Tudmīr (Murcia), donde saquearon la fortaleza de
Orihuela; aunque desconocemos si de forma terrestre o por el río Segura, o las dos
cosas a la vez[378]. Luego de aterrorizar el oriente andalusí, la Crónica de Alfonso III
nos relata que: «atacando por la espada las islas de Mallorca y Menorca, las dejaron
despobladas. Después llegaron hasta Grecia, y al cabo de tres años se volvieron a su
patria»[379]. Jiménez de Rada, en su De rebus Hispaniae, añade también a la lista la
isla de Ibiza[380], pero la llegada de los vikingos hasta Grecia parece un error. Es
difícil constatar que parte de la flota escandinava atravesara el Mediterráneo en
dirección a Bizancio, por lo que se ha supuesto que la Crónica de Alfonso III los
confunde con los varegos suecos, quienes, por la misma época, habían arribado a
Constantinopla a través de los ríos eslavos[381].
Lo único certero es que, además de las Islas Baleares, también atacaron la
Occitania franca. Así, el obispo Prudencio de Troyes en sus Annalium Bertinianorum
para el año 859 dice que: «Los piratas daneses, circunnavegando el largo mar entre
Hispania y África, se internaron por el Ródano, y tras desolar ciudades y monasterios,
en la isla que llaman Camaria [Camargue], establecieron su base»[382]. En Camaria
pasaron el invierno, y, al año siguiente (859), la flota debió dividirse[383]. Una parte
retomó la ruta de regreso a su base de Noirmoutier (Aquitania), la otra se dirigió a las
costas itálicas, donde atacaron Luna —⁠ la actual Lucca, ciudad que debieron
confundir con Roma[384]⁠ —, Pisa y otros enclaves[385].
Sobre el retorno vikingo por el litoral hispano, ibn Ḥayyān cuenta que no
pudieron desembarcar en las costas malagueñas por la fuerte vigilancia a la que
estaban sometidas, y que tuvieron un nuevo enfrentamiento con la flota del emir
omeya —⁠ la cual estaba equipada con nafta y numerosos arqueros⁠ —, perdiendo los

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normandos otras dos de sus naves en la lucha y los andalusíes a uno de sus
almirantes[386]. Pero sus acciones no acabaron ahí. Según al-Nuwayrī: «el resto de la
flota de los maŷūs continuó adelante hasta que llegaron a la ciudad de Bambaluja
[Pamplona]. Allí capturaron a su soberano García como prisionero. Pero este se
redimió pagando un rescate de noventa mil dinares»[387].
Es decir, por lo que parece, los inagotables vikingos decidieron hacer una última
parada en el litoral cantábrico, se presentaron en Pamplona y capturaron a su rey
García Íñiguez, que solo pudo ser rescatado a cambio de una cuantiosísima cantidad
de oro y de la entrega en rehén de varios de sus hijos[388]. Lo más probable es que
dicha penetración fuera realizada por Irún a través del Valle de Baztán, aunque
algunos autores —⁠ entre ellos Lévi-Provençal[389]⁠ — barajaron la posibilidad, ahora
descartada, de que los vikingos remontaran el Ebro. El secuestro de García Íñiguez no
debió ser largo, pues en verano del 859 le encontramos presente en la batalla de
Clavijo-Albelda[390].

18.3. IDENTIFICACIÓN DE LOS LÍDERES VIKINGOS


¿Quiénes fueron estos escandinavos que rondaron la Península entre el 858 y el 859?
Ferreiro[391] referencia en este punto un interesante fragmento de los Anales
Irlandeses que dicen esto en su entrada del año 869 —⁠ fecha corregida por
O’Donovan como año 866-867⁠ —:

«Por estos tiempos los daneses llegaron con incontables fuerzas a Caer
Eboric [York], y destruyeron la ciudad, la cual conquistaron, siendo ese el
principio de grandes males y dificultades para los britanos. Pero no mucho
antes de este tiempo toda clase de guerras y conmociones tuvieron lugar
en Lochlann [Escandinavia], fruto de esto: los dos hijos pequeños de
Albdan [Halfdan], rey de Escandinavia, expulsaron al hijo mayor,
Raghnall [Ragnarr], hijo de Albdan, porque temían que tomara el reino
para sí tras su padre; y Raghnall vino con tres de sus vástagos a Innsi Orc
[Islas Orcadas], y Raghnall estuvo allí un tiempo con su hijo menor. Pero
sus hijos mayores, con un gran ejército que reclutaron de todos lados,
fueron a las Islas Británicas, henchidos de orgullo y ambición, para atacar
a sajones y francos. Pensaron que su padre había vuelto a Escandinavia
tras zarpar.
Entonces, su orgullo y ambición juvenil les indujo a remar hasta atravesar
el mar Cantábrico, es decir, el mar que hay entre Irlanda e Hispania, hasta
llegar a Hispania, e infligieron muchos males allí, tanto matando como
saqueando. Después cruzaron el Estrecho Gaditano, que es donde el mar
Mediterráneo se interna en el océano exterior [Atlántico], y arribaron a
África, y allí entablaron batalla con los mauritanos provocando grandes

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pérdidas entre los mauritanos. Sin embargo, al ir a esta batalla, uno de los
hermanos dijo al otro: “¡Hermano, es una insensatez y una locura el que
vayamos de un país a otro del mundo muriendo, en lugar de estar
defendiendo nuestro patrimonio y obedeciendo la voluntad de nuestro
padre, porque él está ahora solo y lejos de su hogar en un país extranjero,
mientras que su segundogénito, a quien dejamos con él, yace muerto
(según me ha revelado un sueño) y su otro hijo fue asesinado en batalla!
Sería prodigioso que nuestro mismo padre escapara de aquella batalla,
quod revera comprobatum est”».
Pero mientras pronunciaba estas palabras, vieron a los ejércitos
mauritanos en formación de combate avanzando contra ellos, y al percibir
esto el hijo que había pronunciado las palabras, cargó hacia la batalla,
llegando a donde estaba el rey de Mauritania, y le golpeó con su gran
espada cortándole la mano. La batalla se luchó duramente en ambos
bandos, pero ninguno ganó la victoria, sino que ambas partes volvieron a
sus campamentos después de que muchas personas fueran muertas en uno
y otro bando. Sin embargo, se retaron a seguir luchando al día siguiente.
Pero el rey de Mauritania huyó del campamento durante la noche, tras
haber perdido su mano. Cuando llegó la aurora, los escandinavos se
colocaron sus lorigas, y se prepararon para las severidades y vigores de la
batalla. Pero cuando los mauritanos percibieron que su rey les había
abandonado, huyeron tras haber sufrido muchas bajas.
Después de aquello los escandinavos se adentraron en el país, saqueando y
quemándolo, y trajeron un gran número de esclavos de vuelta a Irlanda, y
esos son los hombres azules [negros]. Sería portentoso que uno de cada
tres escandinavos hubiera podido regresar, entre los que murieron en
batalla y los que se ahogaron en el estrecho gaditano»[392].

Este texto irlandés coincide en tantos aspectos con los relatos musulmanes y con
la Saga de Ragnar[393] que no puede más que estar refiriéndose al mismo episodio.
Por ello se cree que Björn jœrnside (Costilla-de-Hierro), hijo del legendario jarl
vikingo Ragnarr loðbrók (Calzas-Peludas), junto con algunos de sus hermanos
—⁠ Ívarr hinn beinlausi (Deshuesado), Sigurðr orm í auga (Serpiente-en-el-Ojo) y
Hvítserkr, fueron los líderes de esta expedición[394]. A su lado ha sido identificado
otro de los caudillos escandinavos más famosos del siglo IX, Hæsten, quien aparece
nombrado por Dudón de San Quintín como el artífice de los ataques a Lucca y
Pisa[395]. Y bajo la dirección de estos, pudieron aglutinarse en torno a sesenta o cien
navíos cargados con entre dos mil quinientos y cuatro mil ambiciosos guerreros.
Por lo poco que sabemos de los hijos de Ragnarr, todos eran jarlar daneses
dedicados a la piratería al igual que su padre. Tras su aventura hispano-itálica,
continuaron saqueando la zona del Loira y posteriormente, en 865, atacaron la

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Inglaterra anglosajona[396]. Sin embargo, mucho de lo que rodea a los hijos de
Ragnarr loðbrók (Calzas-Peludas) está envuelto en la leyenda y se ha calificado de
pura ficción, aunque no creo que sea descartable la presencia —⁠ al menos de alguno
de ellos⁠ — en la correría peninsular. En cuanto a su destino, según las sagas, Björn
pudo morir en sus propiedades cerca de Uppsala[397], aunque también se baraja que
falleciera en Frisia tras haber naufragado su barco en las costas inglesas[398]. Ívarr
falleció en las Islas Británicas ca. 870 y pudo ser enterrado en uno de los túmulos de
Repton (Inglaterra)[399]; Hvítserkr fue quemado vivo en tierras novgorodianas según
la leyenda; y Sigurðr engendró toda la estirpe de los futuros reyes daneses[400].
Con respecto a Hæsten podemos decir que, aunque de origen danés, no se trataba
de otro de los hijos de Ragnarr —⁠ como algunos han deducido erróneamente⁠ —, sino
del fóstr-faðir (padre-adoptivo) de Björn como apunta en el siglo XI Guillermo de
Jumièges[401], o más probablemente su fóst-bróðir (hermano-adoptivo). Tras
abandonar el litoral hispánico, Hæsten se dedicó a saquear la zona del Loira en
compañía los hijos de Ragnarr, permaneciendo allí hasta el año 869 que firmó la paz
con Salomón, duque de Bretaña[402]. Posteriormente se dirigió a reforzar los ataques
al sur británico, como quedó registrado en las Crónicas Anglosajonas, en su entrada
del año 892: «Y justo después de eso, Hæsten vino con ochenta barcos a la
desembocadura del Támesis, y se fortificó en Milton; mientras que el otro ejército
vikingo estaba en Appledore»[403]. Sus arremetidas contra los anglosajones de
Wessex se prolongaron hasta el 896[404], año en que el ejército vikingo danés se
dispersó y Hæsten desaparece definitivamente de la documentación.

18.4. CONSECUENCIAS
Si bien las acciones normandas en las costas hispanas en esta ocasión parecen menos
severas, siguieron teniendo impacto. Al parecer, a causa de este segundo ataque el rey
Alfonso III, sucesor de Ordoño I, decidió proteger sus costas levantando varias
fortificaciones, entre ellas el castillo de Gozón en Asturias[405], a la vez que resolvió
rodear de muros la iglesia de San Salvador de Oviedo[406]. No obstante, es difícil
relacionar este proceder con la expedición de los hijos de Ragnarr, quienes no pisaron
Asturias; aunque las evidencias apuntan a que Alfonso III no ignoraba los estragos
causados por los normandos en territorio franco, como su incendio de la iglesia de
San Martín de Tours en el año 903[407].

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En al-Ándalus sabemos que, unos años después, Muḥammad I mandó construir
un gran número de navíos que lanzó contra Galicia ca. 879, quizá tras ser informado
de lo vulnerable que había sido dicha zona a los ataques normandos por mar[408]. Otra
de las consecuencias de las incursiones fue la ruptura de la alianza entre el reino de
Pamplona y los Banū Qasī del Ebro, fruto del secuestro de García Íñiguez, lo que
desembocó en la derrota de Mūsà en Clavijo-Albelda[409].
Por último, para los líderes escandinavos, la aventura les debió proporcionar gran
fama y prestigio, pues tras su retorno de Hispania consiguieron aglutinar en torno a
sus personas un número tan grande de guerreros como para conquistar prácticamente
todos los Reinos Anglosajones. Igualmente, las acometidas, sobre todo las de Nékor y
Pamplona, debieron de otorgarles pingües beneficios fruto del cobro de rescates
—⁠ como el de García Íñiguez[410] y los Banū Ṣāliḥ⁠ —, del pillaje y de la venta de los
exóticos esclavos negros, algunos de los cuales sabemos que acabaron exportados a la
Irlanda vikinga[411].

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19
AÑOS 951-971.
GALICIA TIEMBLA ANTE LA FURIA DE LOS
HOMBRES DEL NORTE

Antes de pasar a la siguiente incursión creemos conveniente aclarar algunas


confusiones previas. Dice el Ágrip af Nóregskonungasǫgum que Eiríkr blóðöx
(Hacha-Sangrienta), tras suceder brevemente a su padre como rey de Noruega, fue
depuesto por su hermano Hákon ca. 935:

«Y ocurrió que cuando Eiríkr huyó del país fue al oeste con sus barcos a
Inglaterra y allí estuvo un tiempo realizando razias y saqueando. Pidió
asilo al rey de Inglaterra, pues así se lo había prometido Æthelstan. El rey
lo hizo jarl de Northumbria. A través del consejo de su mujer Gunnhildr él
se volvió otra vez tan cruel y salvaje en sus acciones con su pueblo que a
duras penas lo podían soportar. Por esta causa se marchó a hacer
depredaciones y pillajes en el occidente y murió en Spáníalandi mientras
guerreaba»[412].

Esta referencia a Spáníalandi ha sido interpretada como Hispania por algunos


autores, que han deducido que Eiríkr blóðöx debió morir en la Península ca. 950[413].
Empero, el topónimo Spáníalandi solo la recoge el Agrip y la Historia Norwegiæ;
mientras que Snorri[414] y todos los historiadores anglosajones juran que Eiríkr murió
en Inglaterra en un lugar llamado Stainmore (Cumbria). Ello ha hecho dudar a los
entendidos y a los propios editores de las fuentes, quienes defienden que, con toda
probabilidad Span- sea una corrupción del original Stan-, y que Eiríkr nunca pisó
nuestras costas[415].

19.1. LA PENÍNSULA A MEDIADOS DEL SIGLO X


Cien años después del último gran ataque escandinavo, retornaron los normandos al
norte peninsular. No obstante, esos cien años de separación entre agresiones no son
reales, pues existen testimonios de algunas escaramuzas como la que se produjo en el
reinado de al-Ḥakam II. He aquí que, a comienzos del Raŷab de A. H. 355 (23 de
junio de 966), llegó un mensaje de Alcacer do Sal —⁠ a 94 kilómetros al sur de
Lisboa⁠ —, que decía que se habían avistado veintiocho barcos vikingos y que se

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habían enfrentado con los musulmanes. El califa conminó a los cadíes a defender las
costas y ordenó al almirante de la flota andalusí que apresurase la salida de sus
naves[416]. De esa manera lograron repeler a los vikingos, como relata ibn Jaldūn:

«En este año los mayūs aparecieron en el Océano [Atlántico] y saquearon


las llanuras que rodean a Lisboa; pero después de haber reñido un combate
con los musulmanes, se volvieron a sus barcos. Al-Ḥakam encargó a sus
generales que custodiasen las costas y ordenó a su almirante ‘Abd al-
Raḥmān ibn Rumahis darse a la mar sin pérdida de tiempo.
Enseguida se recibió la noticia de que las tropas musulmanas habían
derrotado al enemigo en todos los puntos»[417].

Pese a lo pequeño de la escaramuza, tenemos la fortuna de que quedara registrada


pues nos presagia la acometida que, dos años después, en la primavera del 968,
sufriría el noroeste peninsular a manos de una flota normanda mucho mayor. En
efecto, la Galicia de mediados del siglo X —⁠ y el Reino de León por extensión⁠ — no
estaba en disposición de enfrentarse a un ataque vikingo. Los territorios galaicos
habían sido los protagonistas de constantes revueltas e intrigas magnaticias desde la
muerte de Ramiro II (950)[418] y, en el año 968, el encargado de la defensa del reino
—⁠ el rey niño de siete años Ramiro III⁠ —, no se encontraba en posición de recuperar
el control de Galicia ni de organizar expediciones militares[419]. Esta era la primera
vez en la historia del reino que un menor se colocaba la corona de monarca y, a los
problemas con el levantisco occidente peninsular, se le unieron: a) la existencia de
otro candidato al trono —⁠ Vermudo Ordóñez⁠ — hijo de Ordoño III; b) el enfado de
los familiares del conde de Monzón por haber sido apartados de las esferas de poder,
c) la liberación del revoltoso conde de Castilla Fernán González, que volvía a campar
a sus anchas; c) la fragilidad de la paz existente con al-Ándalus y d) la aparición de
los vikingos.

19.2. LOS NORMANDOS


«En el año segundo de su reinado [Ramiro III, es decir, año 968], cien
naves normandas con su rey Gunderedo, penetraron en las ciudades de
Galicia, y realizaron muchos estragos en torno a Santiago de Compostela
y el obispo del lugar, de nombre Sisnando, murió por la espada y
depredaron toda Galicia hasta alcanzar los montes del Cebrero»[420].

Con estas palabras describe Sampiro a los vikingos llegados en 968 a Galicia,
pero ¿quién era este Gunderedo y quiénes fueron los escandinavos arribados? Los
historiadores los han relacionado con una tropa de mercenarios, noruegos y daneses,

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que habían estado colaborando con el duque Ricardo I de Normandía en su
enfrentamiento con el conde de Chartres y el rey Lotario. Así lo cuenta Dudón de San
Quintín, que relata cómo Ricardo solicitó auxilio al rey danés Haraldr blátönn
(Diente-Azul, 958-987), quien le envió guerreros de diversa procedencia. Por lo que
parece Ricardo, tras haberse servido de ellos en sus disputas, percibió el peligro que
suponía albergarlos en su ducado, por lo que les ofreció una salida: «[…] a los que
deseaban permanecer paganos, los envió a Hispania, guiados por gentes de
Coutances. En su avance tomaron dieciocho ciudades, y todo lo que encontraron se lo
apropiaron. En Hispania rapiñaron y agredieron con hostilidades, incendiando y
generando severas aflicciones»[421].
Adam Fabricius[422], en el siglo XIX, identificó al líder Gunderedo —⁠ Gunnrauór
o Gudrsed⁠ —, con un primo o hermano del rey noruego Haraldr gráfeld (Capa-Gris,
ca. 960 - ca. 968), algo no muy descabellado y concordante con las teorías que
defienden que gran parte de la expansión vikinga fue liderada por hombres de sangre
real[423]. Bajo su mando, y teniendo en consideración las cifras de barcos de Sampiro,
volvemos a encontrarnos con un número de guerreros cercano a los cuatro mil[424];
cifra muy significativa si se tiene en cuenta que los estudios demográficos para la
ciudad de León en torno al año 1000 rondan los dos millares de habitantes[425] y los
núcleos gallegos ni se aproximaban a dicha cifra[426].

19.3. LOS PRELADOS DE GALICIA CONTRA EL INVASOR


Del relato de Dudón parece desprenderse que Gunderedo y sus guerreros se
dirigieron al solar galaico con un objetivo muy concreto: saquear el afamado centro
de peregrinación de Santiago de Compostela. Con la ayuda y guía de gentes de
Coutances, navegaron hasta al noroeste peninsular, penetraron directamente por la
Ría de Arosa y desembarcaron en las cercanías de Iria. Debido a la situación en la
que se encontraba el Reino de León, la dirección de la resistencia ante la agresión
vikinga recayó sobre los obispos gallegos y, más concretamente, sobre el prelado
Sisnando II Menéndez de Iria-Compostela. El obispo Sisnando II fue un hombre
fuera de lo común. Perteneciente a una de las familias magnaticias gallegas más
importantes, fue muy activo en lo político y en lo religioso[427]. A la llegada de los
vikingos disponía de extensas tierras de señorío y, al menos, un condado a su
cargo[428]; y bajo su propia iniciativa había mandado construir dos castillos nuevos en
la costa —⁠ Lanzada y Cedofeita⁠ —, así como murallas y fosos para la defensa del
locus apostólico[429].
En su avance hacia Iria, los hombres de Gunderedo fueron depredando todo lo
que encontraron y tomando cautivos. Mientras tanto, el obispo Sisnando II, tras tener
noticia de este desembarco y reunidas sus tropas, se puso rápidamente en marcha para
defender Iria. Por lo que cuentan las crónicas, las huestes del prelado se encontraron

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con el ejército normando en las cercanías de dicha sede episcopal el 29 de marzo de
968, entablándose el combate en las cercanías de la granja de Fornellos.
En la batalla Sisnando II fue muerto, y los gallegos derrotados. En aquel combate
quizá también perdió la vida el hermano del obispo, el conde Rodrigo Menéndez, que
había acudido con sus tropas en su auxilio[430]. Parte de la historiografía tradicional
atribuyó la muerte de Sisnando a un flechazo vikingo, pero dicha idea parece
provenir de una mala interpretación de un comentario metafórico recogido en la
Crónica Compostelana:

«Y al venir los normandos desde el puerto que se llama de Juncaria y


dirigirse a Iria, saqueando esta zona, el propio Sisnando salió de la ciudad
y, protegido por la fuerza de su ejército, un día de Cuaresma, los siguió
hasta el predio de Fornellos, donde, entrabando con ellos cruel combate,
herido por la flecha de la maldición de Rosendo, le sobrevino la muerte y
fue asesinado el 29 de marzo del año 968»[431].

Téngase en cuenta que la Compostelana está haciendo referencia a un episodio


anterior en el que San Rosendo —⁠ nombrado obispo sustituto de Santiago durante el
encarcelamiento de Sisnando II⁠ —, maldice a Sisnando por expulsarlo de la sede tras
su excarcelación. Ninguna otra crónica habla de flechas. Sirva de ejemplo lo que dice
la Iriense:

«Entonces Sisnando, elevado de orgullo volvió a su sede, y mientras se


encontraba allí, un domingo, mediada la Cuaresma, he aquí que llegaron
mensajeros anunciándole que normandos y franceses y muchos enemigos
venían de Juncaria con el deseo de marchar sobre Iria, y que a cuantos
hombres y mujeres se encontraban por el camino, los capturaban, y
depredaban y devastaban las tierras. Cuando aquello lo oyó el obispo
Sisnando, de forma insensata reunió al ejército y los persiguió hasta
Fornellos, y penetrando en medio de la formación enemiga, fue
muerto»[432].

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Los topónimos de las crónicas han sido más o menos identificados. Así pues,
Ferreiro sugiere como localización de Juncaria, Porto Xunqueras[433] y Chao lo
relaciona con Vacariza a orillas del Ulla[434]: ambos en la rivera norte de la Ría de
Arosa. Díaz y Díaz, aventuradamente, lo identifica con la ría de Sada en La
Coruña[435]. El predio de Fornellos lo ha situado Morales a orillas del río Louro, en
las proximidades de Iria[436].
Tras la muerte del insigne prelado se abrieron las puertas de Galicia a los
vikingos, quienes rapiñaron y asolaron por período de un año sin que hueste alguna
se les opusiera. Lo único que pudo hacerles frente fueron las fortalezas y murallas
que protegían algunos enclaves galaicos. Ese fue el caso de Compostela la cual no
sucumbió a los invasores gracias a las obras de amurallamiento llevadas a cabo por
Sisnando II. Distinta suerte parece que corrió Iria, que fue arrasada, al igual que otros
recintos como Castro Candade[437] o los monasterios de Santa Eulalia de Curds[438],
San Juan de la Cueva[439], San Esteban de Boiro, Santiago de Boente y San Pedro de
Antealtares[440] —⁠ estos dos últimos a las afueras de Compostela⁠ —.
En su claro avance hacia el este, hasta alcanzar los montes del Cebreiro, las
bandas normandas también parece que intentaron tomar el núcleo de Lugo.
Curiosamente, el obispo del lugar, Hermenegildo, fue también el encargado de
acaudillar la defensa, según un testimonio datado el 11 de noviembre del año 968 en
el que el prelado se compromete con los habitantes de su diócesis a instalarse
intramuros y aprestarse a la defensa del enclave lucense[441]. Su guarnición, así como
las murallas del siglo III, debieron oponer suficiente resistencia y los vikingos no
lograron saquear Lugo. En su momento, el padre Flórez creyó que otras dos sedes
gallegas, la de Tuy y la de Orense, también sufrieron el embate de Gunderedo, pues
ambas fueron abandonadas a principios del siglo XI[442]; pero tras una revisión de la
documentación, se confirma que dichas diócesis no experimentaron en esta ocasión
disrupción alguna[443].
Transcurrido un año de depredaciones, los vikingos de Gunderedo —⁠ según la
crónica de Sampiro⁠ — se replegaron con la intención de abandonar Galicia con el
botín conseguido cuando fueron atacados por las tropas astur-leonesas:

«En el tercer año, cuando volvían a sus casas, Dios, para quien nada queda
oculto, los castigó por sus acciones. Al igual que ellos habían enviado al
cautiverio a las gentes cristianas, y matado a muchos con la espada, así,
antes de que salieran de los confines de Galicia, sufrieron muchos males.
El conde Guillermo Sánchez, en el nombre del Señor y por el honor de
Santiago, cuyas tierras habían devastado, salió con un gran ejército a su
encuentro, y entabló combate con ellos. Les dio el Señor la victoria, y
mataron a todas las gentes y a su rey y quemaron sus naves»[444].

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El cronista Lucas de Tuy (†1249), quizá dudando de la fiabilidad de Sampiro,
rebautizó al conde con el nombre de Gonzalo Sánchez[445], pensando quizá que se
trataba del mismo magnate que envenenó al rey leonés Sancho I el Craso en 966. No
obstante, Sampiro debe recibir mayor credibilidad, siendo este conde Guillermo
Sánchez un magnate de origen gascón, posiblemente cercano al rey Ramiro quien se
encontraba rodeado por un potente núcleo de nobles de origen navarro. Junto a
Guillermo Sánchez, algunos autores colocaron capitaneando al ejército leonés a San
Rosendo. Esta idea tiene su origen en la hagiográfica y nada fiable Vida y Milagros
de San Rosendo, y por ello no debe ser aceptada, como ya advierte el propio editor de
la obra[446].
Ninguna fuente extrapeninsular recoge los ataques de 968-969, por lo que resulta
complicado contrastar si realmente Gunderedo murió en Hispania. Sea como fuere,
parece que tras el año 969, Galicia se mantuvo cuarenta años a salvo de las
incursiones normandas. El resto de la Península, sin embargo, siguió sufriendo
esporádicos ataques y tentativas de asalto por parte de los piratas escandinavos. La
siguiente mención de barcos vikingos se fecha a comienzos del Ramadán de A. H.
360 (junio-julio de 971), fecha en la que aparecieron algunos bajeles de nuevo en la
costa occidental peninsular, pero cuyo ataque se vio abortado en todos los frentes.
Sobre esta fallida razia tenemos el testimonio del conde Gonzalo Muñoz, que
mediante una misiva fechada en Astorga el 9 de julio de 971 y dirigida a al-Ḥakam II,
le comunica que el sábado anterior los normandos habían hecho una incursión por el
Duero, llegando hasta Santaver, pero que se habían retirado con las manos vacías.
Conociendo esto al-Ḥakam, movilizó sus tropas y sus escuadras que salieron al
encuentro de los maŷūs, quienes, al tener noticia de las fuerzas que se les oponían «no
sintieron en sus almas el menor estímulo que les moviese a hacerles frente y a
extenderse por las costas en las que había sido advertida su presencia, sino que
retrocedieron fugitivos y frustrados»[447].

19.4. CONSECUENCIAS
Hemos visto algunos de los errores que la historiografía ha arrastrado con respecto a
los ataques de 968-969, y nos queda por mencionar otro. Este debemos atribuirlo al
eminente Dozy[448], quien colocó en estos años una leyenda oral atribuida al obispo
Gonzalo de Mondoñedo que asegura hizo naufragar una flota de normandos a través
de la oración. El problema es que solo se conoce el episcopado de un Gonzalo en
Mondoñedo, y ese ronda los años 1070-1108[449], lo que añadido a la carencia de
pruebas escritas impide relacionar dicho milagro legendario con esta expedición.
Los vikingos arribados en 968 parecían tener un objetivo claro —⁠ Santiago de
Compostela⁠ — y, aunque muros y fosos les impidieron culminarlo, muchos otros
recintos eclesiásticos fueron fruto de su voracidad. Es difícil establecer consecuencias

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claras de su visita. Sabemos que Iria sufrió mucho en esta ocasión, pero el traslado de
la sede no se dará hasta 1095, por lo que no conviene establecer correlación entre
estos dos episodios[450]. La única consecuencia de los ataques de 968-969 sería la
progresiva fortificación de toda la costa galaico-portuguesa como resalta
Almazán[451] quien, por ejemplo, conecta el pánico que produjo esta razia con la
fundación del castillo de San Mamede en Gimaráes, recogida en un documento
fechado el 4 de diciembre del año 968 y publicado en la Portugaliae Monumenta
Historica[452].

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20
LA EXPEDICIÓN DE ÓLÁFR HARALDSSON.
PIRATA, REY Y SANTO

En el año 999 se inició el reinado en minoría de Alfonso V, quien heredó un territorio


devastado por las aceifas de Almanzor —⁠ que habían reducido a ruinas León (994) y
a cenizas Compostela (997)⁠ — y desgarrado por enfrentamientos nobiliarios internos.
Sin embargo, la muerte del gran caudillo ‘amirí en 1002 y la de su heredero Abd al-
Malik al-Muzaffar en 1008 resultaron una bendición, pues disminuyeron la amenaza
exterior sobre el Reino Leonés[453]. Empero, el joven Alfonso tuvo que hacer frente a
grandes sublevaciones nobiliarias entre los años 1012 y 1014 —⁠ las de los Munio
Fernández y los Sancho García[454]⁠ —, justo antes de que los normandos se hicieran
presentes, en el año 1015, en la desembocadura del Duero.

20.1. LAS ACCIONES VIKINGAS EN TERRITORIO GALAICO Y


PORTUCALENSE
El Chronicon Gothorum o Lusitanum da el 6 de septiembre de 1016 como la fecha de
llegada de los normandos al «castillo de Vermudo, en la provincia bracarense»[455],
lugar identificado con el castillo de Vermoín en la región de Vila Nova de
Famaliçao[456]. Pero gracias a un documento publicado por Rui Pinto[457], además
sabemos que las tres hijas de un tal Amarelo Mestáliz fueron secuestradas en julio del
1015 por unos lordemanos (normandos) que habían remontado el Duero y depredado
la región comprendida entre dicho río y el Ave durante nueve meses, capturando a
gente y negociando con sus rescates después.
Apoyados en la documentación, intentaremos reconstruir el recorrido de la
expedición normanda. Por lo que parece, los escandinavos se internaron en esta
ocasión primeramente por el río Duero, a mediados del año 1015, en busca de algún
lugar de interior que saquear, quizá considerando que tenían más posibilidades de
hallar riquezas en lugares no depredados con anterioridad. En torno a su cauce
debieron permanecer hasta la primavera del año 1016, tiempo que aprovecharon para
enriquecerse con el negocio del secuestro y la extorsión, como confirma otro
documento que hace referencia a las mismas incursiones. Hablamos de un diploma
lusitano fechado en 1026 que versa sobre la venta de la cuarta parte de las
propiedades —⁠ en Cabanóes y Muradáes⁠ — de un tal Meitilli quien, junto a su hija,
habían sido redimidos, tiempo ha, de manos de los normandos a cambio de «una

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manta de piel de lobo, una espada, una camisa, tres lienzos, una vaca y tres modios de
sal»[458].
Tras haber agostado a los habitantes de la ribera duerense, los escandinavos
debieron abandonar el Duero e internarse por el Ave. A través de este río —⁠ que
desemboca a unos veinticinco kilómetros al norte de Oporto⁠ —, llegaron en
septiembre de 1016 hasta el Castellum Vermudii en Vila Nova de Famaliçao[459],
aunque no debieron permanecer durante mucho tiempo por la zona, sino que
siguieron remontando el litoral hacia el norte, hasta la desembocadura del Miño y el
enclave tudense.
Tuy, que por entonces era un pequeño núcleo, sede episcopal, situado en una zona
muy desprotegida de la margen norte del Miño, fue tomado por los vikingos y
arrasado, como nos confirma un pergamino del 29 de octubre de 1024 atribuido a
Alfonso V y su mujer Urraca:

«Tras no mucho tiempo, a causa de los crecientes pecados de los hombres,


los normandos venidos del mar aniquilaron la sede de Tuy, y la tornaron la
más ínfima y última de las sedes. El mismo obispo que allí moraba, junto
con todos los suyos, fue conducido al cautiverio por esos mismos
normandos, y a otros los mataron, a otros los vendieron y redujeron la
dicha ciudad a la nada, que quedó viuda y lúgubre durante muchos
años»[460].

Más adelante, en ese mismo documento, Alfonso V dice que él se enfrentó a los
normandos —⁠ aunque no tenemos ni fecha ni lugar de la batalla, si acaso esta se
produjo en realidad⁠ —, y que en la refriega «quebramos muchas cabezas de enemigos
y los expulsamos de nuestra tierra, con la ayuda del favor divino»[461]. Si los
escandinavos fueron derrotados por Alfonso, o simplemente obtuvieron suficiente
botín como para abandonar Galicia por su propia voluntad, no lo sabemos. Tampoco
tenemos conocimiento de los avatares que rodearon a la flota normanda en su viaje de
retorno. Como mucho se ha especulado que, si acaso esta flota hubiera sido
capitaneada por el noruego San Óláfr, se hubiera dirigido rumbo al sur, hasta alcanzar
las cercanías del Estrecho de Gibraltar, antes de darse la vuelta y regresar al norte de
Europa.

20.2. ¿SAN ÓLÁFR EN LA PENÍNSULA IBÉRICA?


¿Es acaso posible identificar quién encabezó las incursiones de 1015-1016? La
historiografía, tras la estela de Dozy, ha tendido a aceptar que la banda vikinga fue
liderada por el futuro rey de Noruega y santo, Óláfr II Haraldson, a pesar de que las
fechas tienden a contradecir esta hipótesis. Veamos cuál es el problema.

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La biografía de Óláfr II de Noruega —⁠ San Óláfr⁠ — fue recogida, entre otros, por
Snorri Sturluson en su Heimskringla, escrito un siglo y medio después de su muerte.
Snorri asegura que Óláfr nació en 995, y se embarcó en su primera expedición
vikinga a los doce años. Durante esta primera expedición ejerció la piratería por las
costas danesas, suecas y frisonas actuando, posteriormente, como mercenario para el
rey inglés Æthelred (976-1016). Según Snorri, Óláfr permaneció en las costas
británicas tres años, pero las abandonó a la muerte de Æthelred (1016) para dirigirse
al sur, a Normandía y Galicia:

«Pero en la tercera primavera el rey Æthelred murió. Sus hijos Edmund y


Edward heredaron el reino. Entonces el rey Óláfr viajó hacia el sur sobre
el mar y después luchó en Hringsfjördr y asaltó un castillo en Hólarnir,
que estaba ocupado por vikingos. Él demolió el castillo […]. El rey Óláfr
lideró sus fuerzas hacia el oeste a Gríslupollar y luchó allí con vikingos
cerca de Viljámsbœr. Allí el rey Óláfr fue victorioso […].
Después luchó en Fetlafjörðr […], desde allí el rey Óláfr viajó muy al sur
a Seljupollar, donde combatió. En aquel lugar conquistó la ciudad llamada
Gunnvaldsborg —⁠ que era grande y ancestral⁠ — y allí capturó a un jarl
que estaba al mando de la ciudad, y que se llamaba Geirfið. Entonces el
rey Óláfr celebró una reunión con los habitantes. Les impuso un rescate
sobre la ciudad y sobre el jarl para su liberación, doce mil chelines de oro.
Esta cantidad le fue pagada por los ciudadanos.
[…] Tras aquello el rey Óláfr dirigió sus guerreros en dirección oeste a
Karlsár y devastó allí, entablando batalla en ese lugar. Y mientras el rey
Óláfr descansaba en Karlsár y esperaba un viento favorable y planeaba
navegar hasta Noörvasund y desde allí a Jerusalén, tuvo un sueño
memorable en el que se le acercaba un hombre carismático y bello, pero a
su vez terrorífico, y le hablaba, diciéndole que abandonara su plan de ir a
tierras lejanas. “Regresa a tus tierras ancestrales, porque serás rey de
Noruega para siempre”»[462].

Tras el sueño, Óláfr —que todavía no era rey a pesar de la insistente repetición de
Snorri⁠ — volvió por donde había venido. Según Guillermo de Jumièges, que escribió
a finales del siglo XI, Óláfr retornó al reino franco, se internó a través del Loira y
llegó a quemar Varrande (Guérande), al sur de Bretaña. Poco después, en 1013,
recibió el bautismo en Rouen de la mano del duque Ricardo II de Normandía[463].
Más tarde volvió a Noruega, derrotó a su rival el jarl Sveinn Hákonarson, se
proclamó rey en 1015 y sometió a todo el reino noruego al cristianismo y a un poder
centralizado. No obstante, las fechas que proporcionan tanto Guillermo de Jumièges
como Snorri no casan, y hacen difícil demostrar con certeza que fuera San Óláfr
quien atacara Tuy y el norte de Portugal entre 1015 y 1016[464].

Página 102
La identificación de los topónimos del relato de Snorri también ha sido
controvertida. Algunos especialistas[465] han tendido a identificar Hringsfjörðr con el
Golfo de Vizcaya, Gríslupollar con Castropol, Viljámsbœr con Vilameá, Fetlafjörðr
con Betanzos, Seljupollar con el estuario del río Sil (o Rivas de Sil), Gunnvaldsborg
con la ciudad de Tuy, Karlsár con la bahía de Cádiz (o quizá la desembocadura del
Guadalquivir), y Nörvasund con el Estrecho de Gibraltar. Sin embargo, son todo
aventuradas especulaciones, y no existe certeza alguna sobre la localización de
ninguno de estos nombres salvo el de Nörvasund. Recientemente algunos autores han
defendido que todos los topónimos se podrían localizar perfectamente en el reino
franco[466], pues no conocemos testimonios cristianos ni musulmanes que hablen de
presencia vikinga en Asturias o al-Ándalus en esta época, solo en territorio
galaicoportugués.
Ahora bien, cabe pensar que ni Guillermo ni Snorri son fuentes fiables
cronológicamente, y que existen fuertes coincidencias entre el relato de Snorri y el
documento de Alfonso V de León, pues ambos hacen referencia a que, al tomar los
vikingos Tuy (supongamos Gunnvaldsborg), el jarl del lugar fue tomado prisionero.
Al tratarse Tuy de una ciudad de señorío episcopal, no se puede más que pensar que
el secuestrado fue el prelado tudense —⁠ y no el conde Menendo González, muerto
desde 1008[467]⁠ —, lo que queda confirmado en el documento leonés[468]. Dicha
coincidencia ha sido suficiente prueba para muchos historiadores de que ambos
testimonios se refieren al mismo episodio.
Volviendo a Tuy, era por entonces prelado del lugar Alfonso I quien, tras el
ataque, desaparece de la documentación. Su ausencia ha sido interpretada de distintas
maneras, desde quien piensa que fue redimido —⁠ como defiende Snorri⁠ — pero que
tras la traumática experiencia prefirió refugiarse en el monasterio de San Esteban de
Ribas de Sil[469]; a quien sostiene que fue vendido como esclavo en al-Ándalus[470]
—⁠ dando explicación al descenso de Óláfr hasta Gibraltar⁠ —; o quien cree que fue
asesinado por los vikingos pues no tenían reparos en matar prelados secuestrados
—⁠ como fue el caso del desafortunado arzobispo de Canterbury Ælfheah[471]⁠ —.
Cualquiera de las tres hipótesis es plausible, aunque ninguna comprobable.

20.3. CONSECUENCIAS
Las repercusiones de este ataque vikingo se hicieron sentir sobre todo en el norte de
Portugal y en la diócesis gallega de Tuy. El antiguo locus tudense, situado en una
zona estratégica de paso, fue un lugar muy castigado tanto por las razias musulmanas
como por las incursiones normandas. El ataque escandinavo redujo la diócesis a la
nada, de tal manera que el título de obispo tudense recayó sobre el prelado
mindoniense hasta 1024[472]. Después, el monarca Alfonso V tomó la decisión de
agregar la diócesis a la de Santiago de Compostela, ya que Tuy se encontraba en una

Página 103
situación tan precaria, que no podía albergar obispo alguno[473]. Finalmente, el rey
Fernando II determinó en 1170 trasladar la ciudad entera a una colina cercana, donde
se sitúa la actual Tuy, con el fin de que fuera menos vulnerable a las agresiones
enemigas, como muestra un documento recogido en la Hispana Sagrada.[474]

Página 104
21
ÚLFR. UN «LOBO VIKINGO» EN GALICIA

La coyuntura política del segundo cuarto del siglo XI viene marcada por el
enfrentamiento entre Vermudo III de León (1028-1037) y las fuerzas navarro-
castellanas de los hijos de Sancho III de Navarra (1004-1035). La muerte del joven
Vermudo en la batalla de Tamarón (1037) dirimió la cuestión sucesoria, pues el reino
leonés fue heredado por vía matrimonial por Fernando I (1037-1065)[475]; no
obstante, el nuevo monarca tuvo que lidiar con inestabilidades internas que le
obligaron a acudir a someter a ciertos magnates levantiscos entre los que se
encontraban algunos gallegos, antiguos partidarios de Vermudo III[476]. A toda esta
situación caótica se unió una presencia vikinga más o menos estable en Galicia desde
1032, año en el que aparece documentada una banda de mercenarios escandinavos
colaborando con el conde Rodrigo Románez en el asalto al castillo de Lapio (Lugo)
que debía estar en manos de unos mercenarios vascones[477]. El documento que lo
testimonia, editado por Núñez Contreras, lo narra de esta manera: «Pero entonces se
juntó el dicho conde con todos sus barones y con las gentes normandas y cercó esa
peña, la asaltó por la fuerza, la quemó y la arrasó»[478].

21.1. UN JARL DANÉS Y GALLEGO


¿Pudo estar liderada esta banda de colaboradores normandos por un jarl danés
llamado Úlfr? La historiografía lo ha tendido a reconocer así, pues en la Knytlinga
saga se lee esto:

«Úlfr había sido un jarl en Dinamarca y un gran guerrero. Había navegado


en una expedición vikinga al oeste y había conquistado Galicia, y allí
había obtenido riquezas y había depredado ampliamente. Por esa razón se
le acabó conociendo como Galizu-Úlfr [Úlfr-Gallego o Lobo-Gallego]. Se
casó con Bóthildr, hija del jarl Hákon Eiríksson, que fue madre de
Þórgautr»[479].

Este Úlfr debió nacer a principios del siglo XI, y es indudable que logró alcanzar
gran fama e importancia mediante la espada. Algunos autores piensan que pudo
pertenecer al séquito de Knútr inn ríki (el Grande, 1019-1035), pero no es así, pues es
confundido con Úlfr Sprakaleggson, cuñado de Knútr[480]. Indudablemente Galizu-

Página 105
Úlfr logró gran prosperidad tras su vuelta de Galicia, pues sus descendientes acabaron
ocupando puestos de gran importancia dentro del reino danés. Su hijo, Eórgautr, logró
convertirse en miembro de la corte del rey Svéinn II Ástriðarson (1047-1076), y su
nieta, Bóthildr Þórgautsdóttir, fue esposa del rey Eiríkr I de Dinamarca (1095-1103).

21.2. LA LUCHA CONTRA LOS VIKINGOS


Si verdaderamente Galizu-Úlfr depredó Galicia, entonces debió enfrentarse a otro
obispo guerrero: el prelado Cresconio de Iria-Compostela. La Historia Compostelana
lo deja muy claro:

«Y así Cresconio, nacido de nobilísimo linaje, resplandeció con la luz de


tanta nobleza que, con el notable valor de su ejército, acabó por completo
con los normandos que habían invadido esta tierra y construyó muros y
torres para proteger la ciudad de Compostela. Y después de finalizar esta
iglesia de Santa María que él mismo, con la ayuda de Dios, había hecho,
ya al final de su vida, cuando se dirigía al castillo de Oeste que había
construido para defensa de la Cristiandad, en la era de 1106 [año 1068]
fue derribado por la acometida de la temible muerte»[481].

Este prelado Cresconio, portó la mitra de Santiago entre los años 1037 y 1067
—⁠ no hasta 1068 como dice la Compostelana⁠ —, y en algún momento indeterminado
de su episcopado tuvo que hacer frente, al mando de sus huestes, a un grupo de
vikingos[482]. Cresconio no era ajeno a los ataques y destrozos que habían causado
con anterioridad los normandos, pues su tío, el obispo Vistruario de Compostela,
había recibido la tutela sobre la ciudad de Tuy de manos de Vermudo III[483].
Igualmente, y a pesar de su condición clerical, Cresconio fue un hombre de guerra,
pues muy posiblemente participara al frente de su milicia episcopal en el bando del
rey Vermudo en la batalla de Tamarón en 1037[484].
Cresconio es otro obispo complejo, con una importante actividad eclesiástica y
política a lo largo de los reinados de Vermudo III, Fernando I y García II[485]. Ni las
crónicas ni los pergaminos revelan con claridad cuándo «limpió» Galicia de
normandos, sin embargo, la ausencia de documentación relativa al prelado entre los
años 1037 y 1045 hacen sospechar que fuera en esa franja temporal[486]. A pesar de
todo, desconocemos cómo se desarrolló la campaña militar de Cresconio o dónde se
enfrentó a los daneses. Lo único que tenemos claro es que Úlfr volvió a Dinamarca y
la amenaza vikinga fue eliminada de Galicia para siempre.

21.3. CONSECUENCIAS

Página 106
Poco se sabe de las actividades de los normandos de Galizu-Úlfr —⁠ más allá de su
posible mercenariado⁠ — ni de las repercusiones de su estancia en Galicia. La
Historia Compostelana atribuye a Cresconio la reconstrucción de las defensas
compostelanas, incluido el castillo de Torres de Oeste u Honesti (Catoira), un castillo
situado en la desembocadura del Ulla, que protegía el acceso marítimo por la Ría de
Arosa[487]. En el locus santo, Cresconio también levantó dos torres defensivas delante
del templo del Apóstol[488] y ensanchó el recinto amurallado que rodeaba Compostela
mediante la construcción de un segundo cinturón de murallas y un foso. El impulso
edificatorio de Cresconio ha sido calificado por algunos como «el mayor esfuerzo de
fortificación conocido de toda la Alta Edad Media»[489], y, aunque pudo estar
orientado a disuadir futuras acometidas de incursores vikingos, también pudo
pensarse para repeler a las huestes musulmanas o a hordas locales levantiscas. No hay
que olvidar que, a mediados del siglo XI, la era vikinga estaba llegando a su fin, y que
los escandinavos dejaban de ser una amenaza para Europa y la Península Ibérica.

Página 107
22
EL OCASO DE LOS ATAQUES VIKINGOS

Comúnmente se han barajado una serie de fenómenos relacionados con el fin de las
correrías vikingas. Estos fenómenos han comprendido la conversión de Escandinavia
al cristianismo, el desarrollo de reinos centralizados en Noruega, Suecia y
Dinamarca, los fracasos militares nórdicos en Irlanda (1014) e Inglaterra (1066)[490],
y la llamada a la Cruzada y toma de Jerusalén (1099)[491]. Sin lugar a duda, todos
estos hechos —⁠ junto con otros, como el agotamiento y reapertura de ciertas rutas
comerciales, la expansión del feudalismo, el empleo extensivo de tropas de
caballería, etc.⁠ — calaron hondamente en el mundo escandinavo, pero no consiguen
proporcionar respuestas convincentes al porqué del fin del fenómeno pirático.
Desgraciadamente los investigadores, que tanta atención han prestado al nacimiento
de la era vikinga, no han sido tan diligentes en la búsqueda de explicaciones para su
final.
Si bien es verdad que tras la desaparición de Úlfr la Península dejaría de ser
víctima de depredaciones vikingas, el Lobo-de-Galicia no sería el último guerrero
escandinavo en posar sus pies en Hispania, pues fueron muchos más los que
recalaron en nuestras costas, esta vez, en calidad de peregrinos a la tumba de
Santiago o de cruzados en viaje a Tierra Santa[492]. Así fue en 1111, cuando unos
noruegos que estaban de paso colaboraron militarmente con los condes Pelayo
Godesteo y Rodrigo Núñez contra el obispo compostelano Gelmírez[493]. O en la
Navidad de 1151, cuando el jarl de las Orcadas y futuro santo, Rögnvaldr Kali
Kolsson, hizo una parada en Galicia donde aprovechó para comerciar con los locales
y liberar un castillo —⁠ que estaba en manos de un «tirano extranjero» llamado
Godofredo⁠ — antes de proseguir su viaje hacia Jerusalén[494]. No obstante, y más allá
de los episodios anecdóticos, los hombres del norte ya no volverían a amenazar las
costas de la Península ni aterrorizarían Europa: la era del vikingo había acabado, el
tiempo del peregrino y del cruzado daba comienzo.

Página 108
23
VESTIGIOS ARQUEOLÓGICOS
DE LA PRESENCIA VIKINGA
EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

Ojeando los tabloides españoles de cuando en cuando aparecen noticias


arqueológicas sobre algún hallazgo que se tiende a relacionar con los vikingos:
barcos, anclas de piedra, lastres, etc. Se trata de reportajes entusiastas, pero centrados
en vestigios de procedencia y cronología difícilmente constatables que, finalmente,
no dan lugar a una investigación académica en profundidad con sus correspondientes
conclusiones. En otros casos, el estudio científico de los restos desmiente su
vinculación con los vikingos en España. Así ocurrió con el pecio encontrado en
Sevilla durante las obras del metro en la Plaza Nueva, el cual alegremente se
relacionó con los ataques de 844, pero que posteriores investigaciones —⁠ realizadas
sobre el ancla y los poquísimos restos de maderamen que no fueron destruidos por lo
operarios durante su extracción⁠ — desvelaron su origen bizantino[495] o más
probablemente islámico[496], pero en ningún caso nórdico.
A día de hoy, el único artefacto en España de procedencia escandinava medieval
es la llamada «Cajita de San Isidoro». Morales detectó su presencia en el museo de la
Colegiata legionense y realizó un artículo sobre ella[497]. Esta pequeña cajita
cilíndrica de asta de ciervo resultó ser, sin embargo, una pieza difícil de datar puesto
que no tiene paralelos conocidos, y su decoración posee reminiscencias tanto de estilo
Borre como de Jelling y Mammen. Morales quiso fechar su factura entre finales del
siglo X y principios del XI, lo cual no impide que llegara a la Península con mucha
posterioridad, quizá acompañando a alguna princesa escandinava —⁠ como Kristín
Hákonardóttir en 1258⁠ — o como regalo diplomático. Cualquier hipótesis es factible,
dada que la primera mención de esta cajita se remonta al año 1925 y nada se sabe de
ella con anterioridad a esa fecha.
Dicho lo dicho, podemos concluir que el único vestigio arqueológico conocido en
España de la presencia vikinga entre 844 y 1045 son las fortificaciones construidas
para repelerlos, lo que no quiere decir que en el futuro los arqueólogos no consigan
hallar otros indicios irrefutables de sus correrías. En cuanto a los restos de
procedencia peninsular en los países nórdicos, estos tampoco abundan. De las más de
ochenta y cinco mil monedas cúficas descubiertas en Escandinavia, solo «unas
pocas» se han identificado como procedentes de al-Ándalus y el Mediterráneo[498],

Página 109
ningún otro objeto de procedencia hispánica ha sido documentado por la arqueología
medieval en ningún país nórdico.

Página 110
24
CONCLUSIONES

Aunque nuestro conocimiento de la presencia vikinga en la Península sea limitado,


pues proviene en exclusiva de las fuentes escritas, es posible emitir algunas
valoraciones sobre el impacto de las expediciones normandas. Su presencia en la
Península no tuvo la misma trascendencia que en otros lugares de Europa: eso parece
claro. Ninguna prueba apunta a que existiera un comercio fluido entre Escandinavia e
Hispania, o que los normandos estuvieran interesados en establecer colonias
permanentes en suelo peninsular. La inicial belicosidad de los habitantes del litoral
hispano-cristiano, unido al traumático primer contacto con los andalusíes debieron
eliminar toda posibilidad de mercadeo con la Península. Sin medios para establecer
bases semiestables en el norte, e incapaces de contrarrestar su imagen amenazante en
el sur, los vikingos no consiguieron explotar la interesante ruta mercantil con el
mundo islámico occidental, mucho más corta y segura que la de los rus orientales.
Políticamente, los normandos tampoco causaron grandes disrupciones en
Hispania. Pese a coincidir sus arribadas con momentos delicados de minorías de edad
y sucesiones dinásticas, sus actuaciones no supusieron cambio alguno en el statu quo;
quizá por la falta de interés de los propios normandos en los asuntos internos de la
Península —⁠ zona definitivamente marginal dentro de su radio de actividad⁠ —, o
quizá por su falta de capacidad militar para hacerlo —⁠ pues recordemos la
excepcional belicosidad de nuestra región, que se vio inmersa en un ciclo batallador
permanente y multisecular entre los años 711 y 1492. No obstante, las apariciones de
los hombres del norte revelaron tanto a cristianos como a musulmanes la existencia
de una nueva frontera amplia y difícil de controlar —⁠ la marítimo-fluvial⁠ —; por la
que se podía padecer o realizar súbitos e impredecibles ataques.
Ahora bien, ¿qué atrajo a los vikingos a la Península y qué provecho sacaron de
sus aventuras? La aparición escandinava fue, inicialmente, parte de su proceso natural
de expansión por las costas francas y, posteriormente respondió a objetivos concretos.
La afamada opulencia —⁠ más o menos infundada⁠ — de al-Ándalus, Roma o
Compostela debió resultar atractiva en sus distintos momentos; y, aunque estos
ambiciosos objetivos pudieran resultar inalcanzables, el recurso a la obtención de
cautivos, rescates y botín siempre se mostraba como una alternativa segura. Por
último, aunque no menos importante, cabe considerar el prestigio y la fama que una
expedición de estas características otorgaría a sus participantes, o más bien,
supervivientes. Desconocemos la posición que ocupaba Hispania en la imaginería

Página 111
nórdica, pero sin duda los destinos más alejados, desconocidos y peligrosos siempre
proporcionan una mayor reputación entre los aventureros.
Es difícil comprender para una persona actual, acostumbrada a una vida de
seguridades y comodidad, que un ser humano, diez siglos atrás, fuera capaz de
arriesgar todo lo que tenía —⁠ vida incluida⁠ — en pos de una idea de gloria y
prosperidad. Sin embargo, analizando a los grandes personajes de la historia es
posible percibir en todos ellos algo de idealismo visionario. Escribió T. E. Lawrence
—⁠ Lawrence de Arabia⁠ — en sus Siete Pilares de la Sabiduría que: «Todas las
personas sueñan, pero no todas lo hacen por igual. Aquellos que sueñan por las
noches en las profundidades polvorientas de sus mentes despiertan al alba para
percatarse que todo había sido vanidad; pero los que sueñan de día son personas más
peligrosas, porque pueden intentar llevar a cabo sus sueños con los ojos abiertos con
el fin de materializarlos».
Los vikingos, sin duda, soñaron despiertos durante dos siglos y, en el proceso de
perseguir sus quimeras, entablaron su personal juego de dados con la muerte. No
fueron unos inconscientes, percibieron las temeridades, pero también lo inalcanzable
de la gloria para los tímidos. «Te hubiese mantenido muchos años en la cuna si
hubiese sabido que querrías vivir para siempre», le dijo su madre al vikingo Sigurðr
cuando este le contó los muchos enemigos que le aguardaban en tierras extranjeras.
«Es el destino lo que gobierna la vida, y no el lugar al que un hombre viaje. Es mejor
morir con honor que vivir en la vergüenza»[499]. Como todas las madres, la de
Sigurðr tenía razón.
«Las riquezas mueren,
la familia muere,
uno mismo también ha de morir;
pero hay una cosa
que jamás morirá:
el recuerdo de las proezas de la persona que vivió»[500].

Página 112
BIBLIOGRAFÍA, FUENTES Y GLOSARIO

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GLOSARIO

Bóndi: término nórdico antiguo que designaba a un granjero libre propietario de


tierras, pero que también hacía referencia al cabeza del hogar y al
marido. Según fue avanzando la Edad Media y se desarrollaron los
burgos, se empezó a denominar bœndr a los terratenientes burgueses.
Durante el período vikingo un bóndi tenía la opción de asistir a las
asambleas legales escandinavas o þing.
Cadí: juez de los distintos territorios en los que se subdividía al-Ándalus que se
encargaba de mantener la paz e impartir justicia conforme a la Šarī’a. El
cadí actuaba como delegado local del poder central, concentrando en su
persona potestades ejecutivas y judiciales de todo tipo que abarcaban
desde el cuidado de los huérfanos a la supervisión de las obras públicas.
Danelaw: tercio norte y central de Inglaterra colonizado por los daneses desde
finales del siglo IX. El origen del término parece provenir de la
compilación legislativa inglesa realizada por el arzobispo Wulfstan de
York ca. 1006, que diferencia entre los distritos bajo la ley anglosajona y
aquellos bajo la ley danesa o Dena lage (Dane-law). La extensión
geográfica del Danelaw, definido ya en tiempos anglo-normandos
comprendía las comarcas de: Yorkshire, Nottinghamshire,
Huntingdonshire, Cambridgeshire, Bedfordshire, Norfolk, Suffolk,
Essex, Hertfordshire, Middlesex y Buckinghamshire.
Drengr: vocablo en idioma nórdico antiguo que designa al guerrero o comerciante
vikingo de edad joven. Este término está presente tanto en las
inscripciones rúnicas como en la poesía escáldica. Según Snorri
Sturluson, drengir eran todos aquellos jóvenes que todavía no se habían
asentado, y que estaban dedicados a incrementar su fortuna o reputación
sirviendo a un rey, a un hombre rico, o viajando de territorio en territorio.
Las flotas vikingas que atacaron la Península estarían compuestas en su
mayoría por estos drengir.
Fatà: término que en al-Ándalus designaba a esclavos de alto rango o libertos que
servían al califa y que ocupaban los estamentos superiores en la jerarquía
palatina. Estos fityān llegaron en algunos casos a desempeñar cargos
burocráticos civiles o militares y otros papeles políticos. Podían ser de
origen europeo y/o eunucos, y a través de su poder y responsabilidad,

Página 128
contribuyeron a la caída del Califato y la formación de varios reinos de
taifas en el levante peninsular.
Ḥāŷib: oficial de la corte que servía de camarlengo, canciller o primer ministro y
ostentaba poderes superiores a los de un visir en al-Ándalus. El ḥāŷib
ejercía todas las funciones que le eran delegadas por parte del jefe del
Estado, desde organizar y administrar las provincias, hasta dirigir las
aceifas.
Hirð: grupo de guerreros que servían a un rey escandinavo y vivían junto a su
señor. Se cree que la institución del hirð fue introducida en Noruega y
Dinamarca por Knútr inn ríki (el Grande, 1019-1035), quien pudo
tomarla de la Inglaterra anglosajona. Según avanzó la Edad Media, la
dispersión de los miembros del hirð —⁠ que pasaron de vivir con el
monarca en la corte a residir en sus propias tierras en el campo⁠ —,
derivó en la desaparición de la institución.
Jarl: título ostentado por los prohombres escandinavos del período vikingo, solo
inferior al título de rey. Originalmente, cualquier hombre de cierta
importancia se podía intitular jarl aunque progresivamente pasó a ser un
rango otorgado por el monarca a los oficiales regios que mandaban sobre
los distintos distritos. El vocablo fue adaptado al idioma irlandés e inglés
antiguo bajo la forma earl.
Karl: nombre propio de origen germánico que significa «hombre fuerte» u
«hombre libre». En el poema Rígsþula, Karl es descendiente de Afi
(abuelo) y Amma (abuela). Contrae matrimonio con Snör (hilandera), y
entre su descendencia se incluyen Bóndi (propietario) y Smíðr (herrero).
Kenning: circunloquio característico de la poesía de los skáld equivalente a una
adivinanza. Generalmente hacen referencia a otros pasajes del folclore y
la mitología nórdica, por lo que pueden ser difíciles de desentrañar para
los filólogos actuales. Los kenningar fueron ideados por los bardos con
el fin de evitar el uso repetitivo de palabras corrientes y cumplir con la
estricta métrica del verso escáldico.
Knörr: tipo de navío vikingo de cubierta ancha y gran capacidad de carga
diseñado para el comercio y los viajes de larga distancia. Los cascos de
estos barcos estaban construidos por el método del tingladillo, eran
gobernados mediante un timón situado a estribor, y se propulsaban con la
ayuda de una vela cuadrada y remos.
Konungr: palabra en idioma nórdico antiguo que equivale a rey o monarca. En el
Rígsþula, Konr ungr (joven heredero) es uno de los hijos de Jarl, el cual
crece hasta convertirse en un hombre sabio y poderoso. La era vikinga

Página 129
corresponderá con el período de auge de los monarcas y la creación de
los respectivos reinos escandinavos.
Lögmenn: vocablo nórdico antiguo que designa a aquellos hombres libres
dedicados a la memorización y el manejo de la legislación. En las sagas
islandesas aparecen como personajes preeminentes, de gran
protagonismo en los þing. Su existencia evidencia la gran importancia
que las leyes tuvieron en la sociedad nórdica altomedieval, a pesar de
que su codificación no se realizara hasta bien terminado el período
vikingo.
Modio: medida empleada por griegos y romanos para estimar los volúmenes de
granos y áridos. Esta medida agrimensora siguió siendo usada durante la
Edad Media, correspondiéndose en Castilla con dos celemines, o lo que
es lo mismo, 875 litros. En algunas situaciones el modio se usó también
como unidad de cambio ante la escasez de numerario.
Nafta: palabra de raíces persas que refiere a una sustancia petrolífera inflamable,
derivada de hidrocarburos líquidos, usada en el mundo musulmán como
arma ofensiva en ataques incendiarios. Su utilización se dio tanto en la
guerra terrestre como en la marítima gracias a sus especiales
características de volatilidad y adhesividad.
Runa: carácter del alfabeto prerromano usado por los pueblos escandinavos entre
los años 200 [d. C.] y 1400 [d. C.] El alfabeto rúnico, conocido como
fuþark, consistía originalmente en veinticuatro caracteres (runas), que se
vieron reducidos a dieciséis durante el período vikingo. Las inscripciones
rúnicas componen el único testimonio escrito de primera mano por los
escandinavos de los siglos IX al XI.
Saga: narrativa en prosa escrita en idioma nórdico antiguo, producida
fundamentalmente en Islandia entre los siglos XII y XIV. Entre las
colecciones de sagas supervivientes más importantes encontramos las
Fornaldarsögur o Sagas de los Tiempos Pasados, que versan sobre temas
de carácter legendario; las Íslendingasögur o Sagas de los Islandeses,
que tratan sobre las vidas de los primeros habitantes de Islandia; y las
Konungasögur o Sagas de los Reyes, centradas en las vidas de los
monarcas escandinavos del período vikingo.
Skáld: poeta que componía y recitaba versos de carácter enaltecedor o histórico en
las cortes de los prohombres vikingos. La mayoría de los skáld parecen
haber sido islandeses, y conocemos el nombre de algunos de los más
famosos como Egill Skallagrimsson o Sighvatr Þórðarson. El arte de los

Página 130
skáld era exclusivamente oral, y solo se han conservado algunos
ejemplos fragmentarios de sus poemas insertos en algunas sagas.
Þegn: título de rango que refería a un hombre maduro, libre, terrateniente y/o
guerrero. El þegn aparece generalmente en las inscripciones rúnicas
conmemorado por su mujer o sus hijos, de lo que se deduce su veteranía
en relación con los drengir. No se han hallado evidencias que apunten a
que el þegn escandinavo fuera un sirviente del rey como en el caso del
thegn anglosajón del siglo XI.
Þing: vocablo del nórdico antiguo que hace referencia a una asamblea o reunión de
hombres libres en la que se discutía la ley o la justicia. Tenían lugar a
cielo abierto y podían ser de carácter local, regional o de todo el reino.
Se celebraban tanto en los países escandinavos como en las colonias
nórdicas con una periodicidad regular.

Página 131
IVÁN CURTO ADRADOS (Madrid, España, 1986), es graduado en Historia por la
Universidad Complutense de Madrid (2010-2014) y Máster en Formación para
Profesor de Educación Secundaria por la Universidad CEU-San Pablo (2015).
Sus competencias abarcan varios idiomas, y campos como la paleografía o la
arqueología.
Su gran pasión, el mundo escandinavo altomedieval, ha sido objeto de alguno de sus
artículos, así como de sus más recientes intervenciones en seminarios y congresos
internacionales.
Actualmente se encuentra cursando su doctorado en Historia Medieval en la UCM,
con una tesis titulada La participación del episcopado gallego en la guerra (ss. VIII-
XIV), bajo la dirección de la Dra. Ana Arranz Guzmán.

Página 132
Notas

Página 133
[*] Imagen de portada: Dibujo de placa de bronce de un casco de la era Veldel (ss. VI-

VIII)
localizado en Öland (Suecia). Representa a Odín seguido por un Ulfhedinn
(Berserker). Montelius, Oscar (1905): Om lifvet i Sverige under hednatiden,
Stockholm, s. 98 <<

Página 134
[1] Faulkes, 2016: 21. <<

Página 135
[2] Donde aparece fugazmente el sustantivo plural «wicingas». Swanton, 2000: 77. <<

Página 136
[3] Du Chaillu, 1890. <<

Página 137
[4] Sawyer, 1962. <<

Página 138
[5] Richards, 2005: 5. <<

Página 139
[6] Domínguez, 2015: 160-168. <<

Página 140
[7] Swanton, 2000: 55. <<

Página 141
[8] Myhre, 1993: 188-192. <<

Página 142
[9] Una introducción a las runas del período vikingo en Page, 1987: 43-59. <<

Página 143
[10] Page, 1987: 55-58. <<

Página 144
[11] Algunos de los mejores estudios arqueológicos en: Richards, 2012; Hall, 2008 o

Mainman y Rogers, 2000. <<

Página 145
[12] Fellows-Jensen, 2000. <<

Página 146
[13] Gavilanes, 2003. <<

Página 147
[14] Morales, 2006: 87-88. <<

Página 148
[15] Page, 2007: 7-25; Sánchez Pardo, 2010: 59. <<

Página 149
[16] Faulkes, 2016. <<

Página 150
[17] Finlay y Faulkes, 2011-2015. <<

Página 151
[18] Press, 1999; García Pérez, 2016. <<

Página 152
[19] Driscoll, 2008. <<

Página 153
[20] Muchas de las sagas citadas en la bibliografía de este libro son ediciones en

nórdico antiguo o inglés, sin embargo, mencionaremos algunas de las últimas


traducciones al castellano publicadas por la editorial Miraguano, Siruela, etc. <<

Página 154
[21] Larson, 2008. <<

Página 155
[22] Tschan, 2002. <<

Página 156
[23] Lair, 1865. <<

Página 157
[24] Swanton, 2000. <<

Página 158
[25] O’Donovan, 1860. <<

Página 159
[26] Lunde y Stone, 2012. <<

Página 160
[27] Jenkins y Moravcsik, 1985. <<

Página 161
[28] Allot, 1974. <<

Página 162
[29] Como ampliación bibliográfica ver Syrett, 2004. <<

Página 163
[30] Sawyer, 1962. <<

Página 164
[31] Musset, 1982. <<

Página 165
[32] Barthélemy, 1988. <<

Página 166
[33] Jones, 2001. <<

Página 167
[34] Brink y Price, 2008. <<

Página 168
[35] Sawyer, 2001. <<

Página 169
[36] Foote y Wilson, 1974. <<

Página 170
[37] Simpson, 1971. <<

Página 171
[38] Boyer, 2000a. <<

Página 172
[39] Blóndal y Benedikz, 2007. <<

Página 173
[40] Clements, 2008. <<

Página 174
[41] Page, 2007. <<

Página 175
[42] San José, 2015. <<

Página 176
[43] Haywood, 2016. <<

Página 177
[44] Gordon, 2009: 319-329. <<

Página 178
[45] Todo sobre la interrelación geografía-historia en Escandinavia en Jones y Olwig,

2008. <<

Página 179
[46] Foote y Wilson, 1974: 8. <<

Página 180
[47] Tschan, 2002: 186-190. <<

Página 181
[48] Tschan, 2002: 202-203. <<

Página 182
[49] Tschan, 2002: 210-214. <<

Página 183
[50] Swanton, 2000: 55. <<

Página 184
[51] Ó Corráin, 2001: 83-109; Rafnsson, 2001: 110-133. <<

Página 185
[52] Keynes, 2001: 48-82. <<

Página 186
[53] Domínguez, 2015: 140-150. Lund, 2001: 156-181. <<

Página 187
[54] Todo sobre su presencia franca en Barthélemy, 1988: 111-204. <<

Página 188
[55] Sawyer, 2003: 113-130. <<

Página 189
[56] Hazzard y Sherbowitz-Wetzor, 1968: 53. <<

Página 190
[57] Jenkins y Moravcsik, 1985: 59-63. <<

Página 191
[58] Lunde y Stone, 2012: 45-55. <<

Página 192
[59] Hofstra y Samplonius, 1995: 235-247. <<

Página 193
[60] Bately y Eglert, 2007: 1-60. <<

Página 194
[61] Allot, 1974: 18-19. <<

Página 195
[62] Swanton, 2000: 64. <<

Página 196
[63] Coupland, 1991: 535-554. <<

Página 197
[64] Musset, 1982: 153. <<

Página 198
[65] Hasta el último cuarto del siglo IX no hay constancia de colonización. Swanton,

2000: 74-76. <<

Página 199
[66] Loyn, 1994:119. <<

Página 200
[67] Sawyer, 1982: 7. <<

Página 201
[68] Sawyer, 1962: 196-200. <<

Página 202
[69] Musset, 1982: 152-154. <<

Página 203
[70] Barret, 2008: 676-677. <<

Página 204
[71] Myrhe, 1993: 188-199. <<

Página 205
[72] Wormald, 1982: 147. <<

Página 206
[73] Finlay y Faulkes, 2011: 68. <<

Página 207
[74] Hadley, 2006: 20. <<

Página 208
[75] Wawn, 2002: 161-162. <<

Página 209
[76] Como bien recalca San José, 2015: 82-110. <<

Página 210
[77] Hall, 2008: 382. <<

Página 211
[78] Steffensen, 1958: 39-62. <<

Página 212
[79] Hall, 2008: 382. <<

Página 213
[80] Faulkes, 2016: 54. <<

Página 214
[81] Faulkes, 2016: 44. <<

Página 215
[82] Magnusson y Pálsson, 1976: 150. Finlay y Faulkes, 2015: 113. <<

Página 216
[83] Finlay y Faulkes, 2015: 139. <<

Página 217
[84] Limde y Stone, 2012: 126. <<

Página 218
[85] Lunde y Stone, 2012: 45. <<

Página 219
[86] Finlay y Faulkes, 2014: 3. <<

Página 220
[87] Dent, 2014: 293. <<

Página 221
[88] DaSent, 1907: 39. Traducido como «uñas de hombre en todos los dedos» en la

versión de Bernárdez, 2003: 91. <<

Página 222
[89] Blake, 1962: 41. <<

Página 223
[90] Finlay y Faulkes, 2011: 52. <<

Página 224
[91] Finlay y Faulkes, 2015: 120. <<

Página 225
[92] Lunde y Stone, 2012: 46. <<

Página 226
[93] Lunde y Stone, 2012: 163. <<

Página 227
[94] Williams, 1971:83. <<

Página 228
[95] Jones, 2001: 177 <<

Página 229
[96] MacGregor, 1985: 73. <<

Página 230
[97] Sobre vestimenta ver San José, 2015: 92-96. <<

Página 231
[98] García Pérez, 2016: 277. <<

Página 232
[99] Finlay y Faulkes, 2011: 219. <<

Página 233
[100] Geijer, 1983: 80-99. <<

Página 234
[101] Simpson, 1971: 76-79. <<

Página 235
[102] Hayeur Smith, 2003: 240-281. <<

Página 236
[103] Lunde y Stone, 2012: 45-46. <<

Página 237
[104] Foote y Wilson, 1974: 5. <<

Página 238
[105] Simpson, 1971: 68-69. <<

Página 239
[106] Press, 1999:122-123. Otra traducción con distintos matices en García Pérez,

2016: 212. <<

Página 240
[107] Bray, 1908: 214-217. Bernárdez, 1982: 308-309. El Rígsþula no se incluye en la

versión de la Edda editada por Pálsson y Faulkes, 2012. <<

Página 241
[108] Page, 2007: 150. <<

Página 242
[109] Somerville y McDonald, 2013: 39. <<

Página 243
[110] Somerville y McDonald, 2013: 40. <<

Página 244
[111] Jones, 2001: 152-155. <<

Página 245
[112] Page, 2007: 155. <<

Página 246
[113] Jones, 2001: 92-93. <<

Página 247
[114] Foote y Wilson, 1974: 140. <<

Página 248
[115] Finlay y Faulkes, 2011: 208. <<

Página 249
[116] Jones, 2001: 152. <<

Página 250
[117] Finlay y Faulkes, 2011: 116. <<

Página 251
[118] Finlay y Faulkes, 2015: 144. <<

Página 252
[119] Jones, 2001: 152. <<

Página 253
[120] Foote y Wilson, 1974: 123-136. <<

Página 254
[121] Bray, 1908: 213-215. Traducido con distintos matices por Bernárdez, 1982:

307-308. <<

Página 255
[122] Sawyer, 2003: 56. <<

Página 256
[123] Bray, 1908: 209. Traducido con distintos matices por Bernárdez, 1982: 306. <<

Página 257
[124] Jones, 2001: 155. <<

Página 258
[125] Foote y Wüson, 1974: 90. <<

Página 259
[126] Somerville y McDonald, 2013: 45-47. <<

Página 260
[127] Foote y Quirk, 1957: 7. <<

Página 261
[128] Goetting, 2006: 375-404. <<

Página 262
[129] Jones, 2001: 152-153. <<

Página 263
[130] Lair, 1865: 154-155. <<

Página 264
[131] Somerville y McDonald, 2014: 42-43. <<

Página 265
[132] Ballif, 2011: 11-22. <<

Página 266
[133] García Pérez, 2016: 144-149. <<

Página 267
[134] García Pérez, 2016: 61-68. <<

Página 268
[135] Todd, 1867:41. <<

Página 269
[136] Krzewinska et alii, 2015. <<

Página 270
[137] Por ejemplo, el editado por Herculano, 1867: 161. <<

Página 271
[138] Collins, 1986: 242-243. <<

Página 272
[139] Foote y Wilson, 1974: 68. <<

Página 273
[140] Jones, 2001: 148-149. <<

Página 274
[141] Foote y Wilson, 1974: 68-69. <<

Página 275
[142] Bray, 1908: 204-205. Traducido con distintos matices por Bernárdez, 1982:

304-305. <<

Página 276
[143] Bray, 1908: 206-207. Bernárdez, 1982: 304-305. <<

Página 277
[144] Somerville y McDonald, 2014: 41. <<

Página 278
[145] Finlay y Faulkes, 2014: 18. <<

Página 279
[146] Larson, 2008: 82. <<

Página 280
[147] Larson, 2008: 335. <<

Página 281
[148] Como bien ejemplifica el relato de ibn Faḍlān (Lunde y Stone, 2012: 46-47). <<

Página 282
[149] Magnusson y Pálsson, 1976: 67; Finlay y Faulkes, 2015: 55. <<

Página 283
[150] Jørgensen, 2002: 129-152. <<

Página 284
[151] Foote y Wilson, 1974: 147. <<

Página 285
[152] Callmer, 2002: 125-157. <<

Página 286
[153] Mainman y Rogers, 2000, 2475-2534. <<

Página 287
[154] Piltz, 1998:27. <<

Página 288
[155] Sindbæk, 2008: 150-155. <<

Página 289
[156] Duckzo, 1998: 108. <<

Página 290
[157] Swanton, 2000: 55. <<

Página 291
[158] Zulkus, 2011: 58-60. <<

Página 292
[159] Atkinson, 1990: 28-26. <<

Página 293
[160] El relato del viaje fue recogido por Holm, 1893. <<

Página 294
[161] Un análisis detallado de la tipología puede encontrarse en castellano en Larsen,

2004: 135-143. <<

Página 295
[162] Strsetkvern y Gothche, 2015: 43-50. <<

Página 296
[163] Foote y Wilson, 1974: 235. <<

Página 297
[164] Larsen, 2004: 138. <<

Página 298
[165] Alexander, 2003: 4. <<

Página 299
[166] Lunde y Stone, 2012:53-54. <<

Página 300
[167] Jones, 2001: 85. <<

Página 301
[168] Holk, 2009: 40-49. <<

Página 302
[169] Bill, 2008: 172-179. <<

Página 303
[170] Atkinson, 1990: 10-11. <<

Página 304
[171] Atkinson, 1990: 12-13. <<

Página 305
[172] Sobre otros aspectos técnicos del pilotaje de estos barcos: Larsen, 2004:145-147.

<<

Página 306
[173] Magnússon, 1905-06: 214. <<

Página 307
[174] Barthélemy, 1988: 50. <<

Página 308
[175] Davidson, 2005: 77-78. <<

Página 309
[176] Vilhjálmsson, 1991: 69-76. <<

Página 310
[177] Lewis, 1994: 336-340. <<

Página 311
[178] Flowers, 2005: 60-67. <<

Página 312
[179] Ellwood, 1898: 61; Boyer, 2000b: 91. <<

Página 313
[180] Aguirre, 2015: 18. <<

Página 314
[181] Compárese los cien barcos de Sampiro en 968 (Pérez de Urbel y González, 1959:

171), los noventa de la Crónica Anglosajona en 993 (Swanton, 2000: 126), las cifras
de las crónicas francas (Barthélemy, 1988: 352-353) o las estimaciones del andalusí
al-Zuhrl (Lunde y Stone, 2012: 110). <<

Página 315
[182] Foote y Wilson, 1974: 281. <<

Página 316
[183] Finlay y Faulkes, 2015: 87 y 188. <<

Página 317
[184] Dozy, 1987: 18. <<

Página 318
[185] Sawyer, 1962: 172-173. <<

Página 319
[186] Foote y Wilson, 1974: 281. <<

Página 320
[187] Finlay y Faulkes, 2014: 3. <<

Página 321
[188] Finlay y Faulkes, 2014: 36. <<

Página 322
[189] Graham-Campbell y Kidd, 1980: 155. <<

Página 323
[190] Graham-Campbell y Kidd, 1980: 158. <<

Página 324
[191] Kendrick, 1974: 87-89. <<

Página 325
[192] Graham-Campbell y Kidd, 1980: 165-167. <<

Página 326
[193] ICendrick, 1974: 98-109. <<

Página 327
[194] ICendrick, 1974: 110-127. <<

Página 328
[195] Ediciones de Bray, 1908; Bernárdez, 1982; Pálsson y Faulkes, 2012. <<

Página 329
[196]
Pálsson y Faulkes, 2012: 78-81. Otra traducción, con leves diferencias, en
Bernárdez, 1982: 187. <<

Página 330
[197] Roesdahl y Meulengracht-Sorensen, 2003: 138 <<

Página 331
[198] Ejemplos de sus poemas en Magnusson y Pálsson, 1976: 63; Finlay y Faulkes,

2015: 52-53. <<

Página 332
[199] Roesdahl y Meulengracht-Sorensen, 2003: 139-140. <<

Página 333
[200] O’Donoghue, 2005: 84. <<

Página 334
[201] Page, 2007: 16. <<

Página 335
[202] Barthélemy, 1988: 50. <<

Página 336
[203] Harrison y Embleton, 1999: 31-55. <<

Página 337
[204] Somerville y McDonald, 2010: 190-191. <<

Página 338
[205] Oakeshott, 1999: 157. <<

Página 339
[206] Petersen, 1919: 54-180. <<

Página 340
[207] Oakeshott, 1999: 133. <<

Página 341
[208] Petersen, 1919: 56. <<

Página 342
[209] Jones, 2002: 145. <<

Página 343
[210] Oakeshott, 1999: 142. <<

Página 344
[211] Williams, 2009: 124-140. <<

Página 345
[212] Petersen, 1919:26-36. <<

Página 346
[213] Petersen, 1919: 24-26. <<

Página 347
[214] Oakeshott, 1999: 154. <<

Página 348
[215] Blóndal y Benedikz, 2007: 114. <<

Página 349
[216] Christiansen, 1992: 32-33. <<

Página 350
[217] Dasent, 1907: 135. <<

Página 351
[218] Finlay y Faulkes, 2011: 226-227. <<

Página 352
[219] Heath y McBride, 1995: 21-22. <<

Página 353
[220] Ya es hora de desechar definitivamente este mito Victoriano como defiende

Richards, 2005: 121. <<

Página 354
[221] Roesdahl y Wilson, 1992: 194. <<

Página 355
[222] Aunque no es totalmente descartable su uso según San José, 2015: 254. <<

Página 356
[223] Roesdahl y Wilson, 1992: 194. <<

Página 357
[224] Todd, 1867: 53. <<

Página 358
[225] Whistler, 1908-1909: 66. <<

Página 359
[226] Atkinson, 1990: 41-44. <<

Página 360
[227] Faulkes, 2007: 76. <<

Página 361
[228] Tschan, 2002: 190-191. <<

Página 362
[229] Fors, 1904: 24. <<

Página 363
[230] Somerville y McDonald, 2010: 378-379. <<

Página 364
[231] Evans, 2000: 54. <<

Página 365
[232] En cuanto a la formación de la religión escandinava y su interpretación ver

Dumézil, 1973. <<

Página 366
[233] Tschan, 2002: 207-210. <<

Página 367
[234] Última edición de la Edda en Bernárdez, 2016. <<

Página 368
[235] Barthélemy, 1988: 31-37. <<

Página 369
[236] Page, 1999:27-34. <<

Página 370
[237] Faulkes, 2007: 76. <<

Página 371
[238] Page, 1999: 48-53. <<

Página 372
[239] Page, 1999: 53-55. <<

Página 373
[240] Lindow, 2002: 126-128. <<

Página 374
[241] Page, 1999: 41-46. <<

Página 375
[242] Tschan, 2002: 207. <<

Página 376
[243] Lindow, 2002: 104-105. <<

Página 377
[244] Page, 1999: 35-40. <<

Página 378
[245] Page, 2007: 222. <<

Página 379
[246] Barthélemy, 1988: 268-273. <<

Página 380
[247] Somerville y McDonald, 2014: 66. <<

Página 381
[248] Foote y Wilson, 1974: 33-34. <<

Página 382
[249] Lunde y Stone, 2012: 116-127. <<

Página 383
[250] Lunde y Stone, 2012: 151-152. <<

Página 384
[251] Blóndal y Benedikz, 2007: 108-109. <<

Página 385
[252] Swanton, 2000: 198. <<

Página 386
[253] DeVries, 1999:281. <<

Página 387
[254] Sánchez Pardo, 2010: 60. <<

Página 388
[255] Moralejo y Ruíz, 1985. <<

Página 389
[256] Pérez de Urbel y González, 1959. <<

Página 390
[257] García Álvarez, 1963. <<

Página 391
[258] Edición latina: Falque, 1988; traducción castellana: Falque, 1994. <<

Página 392
[259] Falque, 2003. <<

Página 393
[260] Fernández Valverde, 1985. <<

Página 394
[261] Como señala Sánchez Pardo, 2010: 58. <<

Página 395
[262] Flórez, 1767. <<

Página 396
[263] Herculano, 1867. <<

Página 397
[264] López Ferreiro, 1882. <<

Página 398
[265] Núñez Contreras, 1977; Lucas Álvarez, 1998; etc. <<

Página 399
[266] Molina, 2006: 77. <<

Página 400
[267]
Son múltiples las ediciones de los textos árabes disponibles en castellano.
Nosotros usaremos fundamentalmente las de Dozy, 1987. <<

Página 401
[268] Waitz, 1883. <<

Página 402
[269] Finlay y Faulkes, 2014. <<

Página 403
[270] Pálsson y Edwards, 1986. <<

Página 404
[271] O’Donovan, 1860. <<

Página 405
[272] Lair, 1865. <<

Página 406
[273] Aguirre, 2013: 45. <<

Página 407
[274] Lévi-Provençal, 1950. <<

Página 408
[275] Sánchez-Albornoz, 1956; 1969. <<

Página 409
[276] Téngase presente que estos autores bebieron a su vez de otros decimonónicos

como Dozy o Fabricius. <<

Página 410
[277] Chao, 1977. <<

Página 411
[278] Almazán, 1986. <<

Página 412
[279] Ferreiro, 1999. <<

Página 413
[280] Morales, 2006. <<

Página 414
[281] Gálvez, 1978. <<

Página 415
[282] Scheen, 1996. <<

Página 416
[283] Sánchez Pardo, 2010. <<

Página 417
[284] Aguirre, 2013; Aguirre, 2015. <<

Página 418
[285] Pires, 2015. <<

Página 419
[286] Si se desea ampliar esta bibliografía ver González Campo, 2002b. <<

Página 420
[287] Price, 2008: 462-469. <<

Página 421
[288] Haywood, 2016: 231-243. <<

Página 422
[289] Lirola, 1993. <<

Página 423
[290] Melvinger, 1955; Erkoreka, 1995; Erkoreka, 2004. <<

Página 424
[291] Sánchez-Albornoz, 1969: 371; Sánchez-Albornoz, 1956: 304-316. <<

Página 425
[292] Gil, Moralejo y Ruíz, 1985: 142 y 216. <<

Página 426
[293] Ayala, 2008: 146-149. <<

Página 427
[294] Chalmeta, 1989: 64. <<

Página 428
[295] Chalmeta, 1989: 66-68. <<

Página 429
[296] Scheen 1996: 74-75. <<

Página 430
[297] El diploma parece errar la fecha como sugiere Ferreiro, 1999: 22. <<

Página 431
[298] Martene y Durand, 1717: 832-833. <<

Página 432
[299] Waitz, 1883: 32. <<

Página 433
[300] Gil, Moralejo y Ruíz, 1985: 143 y 215. <<

Página 434
[301] Gil, Moralejo y Ruíz, 1985: 188 y 262. <<

Página 435
[302] Falque, 2003: 240. <<

Página 436
[303] Sánchez Pardo, 2010: 61. <<

Página 437
[304] Aguirre, 2015: 8. <<

Página 438
[305] Price, 2008: 463-465. <<

Página 439
[306] Gil, Moralejo y Ruíz, 1985: 142 y 216. <<

Página 440
[307] Pérez de Urbel y González, 1959: 143. <<

Página 441
[308] Gil, Moralejo y Ruíz: 1985: 142 y 216. <<

Página 442
[309] Haywood, 2016: 235. <<

Página 443
[310] Ferreiro, 1999: 27. <<

Página 444
[311] Lozano, 1974: 41-42. <<

Página 445
[312] Dozy, 1987: 15. <<

Página 446
[313] Morales, 2006: 104. <<

Página 447
[314] Dozy, 1987: 15. <<

Página 448
[315] Lozano, 1974: 42. <<

Página 449
[316] Dozy, 1987: 18; Lirola, 1993: 112. <<

Página 450
[317] Gálvez, 1978: 17-18. <<

Página 451
[318] Gálvez, 1978: 18. <<

Página 452
[319] Carmona, 1987: 21. <<

Página 453
[320] Gálvez, 1978: 18. <<

Página 454
[321] Dozy, 1987: 18. <<

Página 455
[322] Riosalido, 1997: 340. <<

Página 456
[323] Gálvez, 1978: 15-20. <<

Página 457
[324] Dozy, 1987: 20. <<

Página 458
[325] Gálvez, 1978: 18. <<

Página 459
[326] Dozy, 1987: 16. <<

Página 460
[327] Lirola, 1993: 112. <<

Página 461
[328] Dozy, 1987: 23. <<

Página 462
[329] Gálvez, 1978: 18. <<

Página 463
[330] Scheen, 1996: 74. <<

Página 464
[331] Clements, 2008: 104. <<

Página 465
[332] Scheen, 1996: 74. <<

Página 466
[333] Por ejemplo, en la Crónica Anglosajona. Swanton, 2000: 126. <<

Página 467
[334] Foote y Wilson, 1974: 281. <<

Página 468
[335] Sawyer, 1962: 123. <<

Página 469
[336] Price, 2008: 463-465. <<

Página 470
[337] Lévi-Provençal, 1950: 224. <<

Página 471
[338] Riosalido, 1997: 340. <<

Página 472
[339] Dozy, 1987:20-21. <<

Página 473
[340] Lirola, 1993: 113-114. <<

Página 474
[341] Mikkelsen, 2008: 543. <<

Página 475
[342] Morales, 2006: 149 <<

Página 476
[343] González Campo, 2002a: 175-181. <<

Página 477
[344] Allen, 2002: 51-56; el-Hajji, 2002: 137-141; Morales, 2006: 149-157. <<

Página 478
[345] el-Hajji, 2002: 149-155; Morales, 2006: 158; Sánchez Pardo, 2010: 64. <<

Página 479
[346] Sánchez-Albornoz, 1969: 402; Ferreiro, 1999: 28; Pons-Sanz, 2004: 5-28. <<

Página 480
[347] Cano, 2004: 3. <<

Página 481
[348] el-Hajji, 2002: 137. <<

Página 482
[349] el-Hajji, 2002: 138. <<

Página 483
[350] el-Hajji, 2002: 121-157. <<

Página 484
[351] Allen, 2002: 33-91. Su propuesta coincidiría con las teorías de Scheen 1996: 74.

<<

Página 485
[352] el-Hajji, 2002: 138. <<

Página 486
[353] el-Hajji, 2002: 138. <<

Página 487
[354] Morales, 2006: 157. <<

Página 488
[355] Allen; 2002: 77. <<

Página 489
[356] Allen, 2002: 54. <<

Página 490
[357] el-Hajji, 2002: 141. <<

Página 491
[358] el-Hajji, 2002: 133. <<

Página 492
[359] Jones, 2001: 147. <<

Página 493
[360] Embajada descrita en Cano, 2004: 5-6. <<

Página 494
[361] Desarrollados en extenso por el-Hajji, 2002: 149-155. <<

Página 495
[362] Lunde y Stone, 2012: 163. <<

Página 496
[363] Lunde y Stone, 2012: 47-48. <<

Página 497
[364] Ayala, 2008: 150-157. <<

Página 498
[365] Ayala, 2008: 150-151. <<

Página 499
[366] Lirola, 1993: 114-115. <<

Página 500
[367] Gil, Moralejo y Ruiz, 1985: 250. <<

Página 501
[368] Riosalido, 1997: 342. <<

Página 502
[369] Sánchez-Albornoz, 1969: 402-403. <<

Página 503
[370] Aguirre, 2013: 63. <<

Página 504
[371] Acertadamente señalado por Aguirre, 2015: 30-33. <<

Página 505
[372] García Álvarez, 1963, p. 111. <<

Página 506
[373] Gil, Moralejo y Ruíz, 1985: 148 y 220. <<

Página 507
[374] Dozy, 1987: 30-31. <<

Página 508
[375] Aguirre, 2013: 60. <<

Página 509
[376] Haywood, 2016: 238. <<

Página 510
[377] Lirola, 1993: 115. <<

Página 511
[378] Dozy, 1987: 31. <<

Página 512
[379] Gil, Moralejo y Ruiz, 1985: 148 y 220. <<

Página 513
[380] Fernández Valverde, 1985: 179. <<

Página 514
[381] Ferreiro, 1999: 34. <<

Página 515
[382] Pertz, 1826: 453. <<

Página 516
[383] Aguirre, 2013: 62. <<

Página 517
[384] Aunque algunos creen imposible tal confusión. Haywood, 2016: 240. <<

Página 518
[385] Waitz, 1883: 54. <<

Página 519
[386] Lirola, 1993: 116. <<

Página 520
[387] Morales, 2006: 163. <<

Página 521
[388] Sánchez-Albornoz, 1969: 380. <<

Página 522
[389] Almazán, 1986: 95. <<

Página 523
[390] Aguirre, 2013: 63. <<

Página 524
[391] Ferreiro, 1999: 35-36. <<

Página 525
[392] O’Donovan, 1860: 159-163. <<

Página 526
[393] Ibáñez, 2014: 217-219. <<

Página 527
[394] Ibáñez, 2014: 217. <<

Página 528
[395] Lair, 1865: 129-138. <<

Página 529
[396] Domínguez, 2015: 101-106; Price, 2008: 465-467. <<

Página 530
[397] Ibáñez, 2014: 264. <<

Página 531
[398] Holman, 2009: 48-49. <<

Página 532
[399] Richards, 2012:195-201. <<

Página 533
[400] Ibáñez, 2014: 264. <<

Página 534
[401] Marx, 1914:8. <<

Página 535
[402] Holman, 2009: 123-124. <<

Página 536
[403] Swanton, 2000: 84. <<

Página 537
[404] Domínguez, 2015: 116. <<

Página 538
[405] Aguirre, 2015: 39. <<

Página 539
[406] Sánchez-Albornoz, 1969: 382. <<

Página 540
[407] Henriet, 2004: 155-166. <<

Página 541
[408] Lirola, 1993: 119. <<

Página 542
[409] Sánchez Pardo, 2010: 66. <<

Página 543
[410] Su rescate de setenta mil dinares corresponde a unos trescientos kilos de oro.

Haywood, 2016: 241. <<

Página 544
[411] Sánchez-Albornoz, 1969: 372. <<

Página 545
[412] Driscoll, 2008: 16-17. <<

Página 546
[413] Ferreiro, 1999: 36. <<

Página 547
[414] Finlay y Faulkes, 2011: 90. <<

Página 548
[415] Driscoll, 2008: 91. <<

Página 549
[416] el-Hajji, 2002, 129-130. <<

Página 550
[417] Dozy, 1987: 42. <<

Página 551
[418] Sobre los convulsos reinados que sucedieron ver Rodríguez, 1984; Rodríguez,

1987. <<

Página 552
[419] Ayala, 2008: 223. <<

Página 553
[420] Pérez de Urbel y González, 1959: 171. <<

Página 554
[421] Lair, 1865:287. <<

Página 555
[422] Fabricius, 1882: 76. <<

Página 556
[423] Wormald, 1982: 147-148. <<

Página 557
[424] Foote y Wilson, 1974: 281. <<

Página 558
[425] Ceballos-Escalera, 2000: 22. <<

Página 559
[426] García Álvarez, 1975: 155-190. <<

Página 560
[427] García Álvarez, 1968: 199-239. <<

Página 561
[428]
El condado de Ventosa. Méndez, 1994: 397-398. La extensión de sus
propiedades queda patente en el testamento del obispo. Loscertales, 1976: 31-37. <<

Página 562
[429] López Alsina, 1988: 144. <<

Página 563
[430] Méndez, 1994: 366. <<

Página 564
[431] Falque, 1994: 74; Falque, 1988: 13. <<

Página 565
[432] García Álvarez, 1963: 118-119. <<

Página 566
[433] Ferreiro, 1999: 37. <<

Página 567
[434] Chao, 1977:49. <<

Página 568
[435] Díaz y Díaz, 2002: 26. <<

Página 569
[436] Morales, 2006: 189. <<

Página 570
[437] Sánchez Pardo, 2010: 71. <<

Página 571
[438] Transcripción del documento que habla de la quema del monasterio por los

normandos en Loscertales, 1976: 177-182. <<

Página 572
[439] Almazán, 1986: 100. <<

Página 573
[440] Ferreiro, 1999: 43-44. <<

Página 574
[441] García Conde y López Valcárcel, 1991: 111-115. <<

Página 575
[442] Flórez, 1763: 76. <<

Página 576
[443] Los obispos de Tuy y Orense siguieron confirmando documentos sin novedad

durante décadas y su sucesión en la mitra se llevó a cabo con total normalidad. García
Álvarez, 1955: 67-90. Carriedo, 2000: 82-85. <<

Página 577
[444] Pérez de Urbel y González, 1959: 171. <<

Página 578
[445] Falque, 2003: 265. <<

Página 579
[446] Díaz, Pardo y Vilariño, 1990: 119. <<

Página 580
[447] García Gómez, 1967: 50-76. <<

Página 581
[448] Dozy, 1987: 45. <<

Página 582
[449] Cal Pardo, 2003: 84-85. <<

Página 583
[450] Aunque la vulnerabilidad de Iria a los ataques «bárbaros» se esgrima como

argumento para el traslado de la sede a Compostela. López Ferreiro y Fita, 1883:


8-11. <<

Página 584
[451] Almazán, 1986: 102. <<

Página 585
[452] Herculano, 1867: 61. <<

Página 586
[453] Ayala, 2008: 242-243. <<

Página 587
[454] Fernández del Pozo, 1999: 76-84. <<

Página 588
[455] David, 1947: 295. <<

Página 589
[456] Ferreiro, 1999: 47. <<

Página 590
[457] Pinto, 1974: 91-92. <<

Página 591
[458] Herculano, 1867: 161. <<

Página 592
[459] Ferreiro, 1999: 47. <<

Página 593
[460] Lucas Álvarez, 1998: 152-154. <<

Página 594
[461] Lucas Álvarez, 1998: 153. <<

Página 595
[462] Finlay y Faulkes, 2014: 14-15. <<

Página 596
[463] Marx, 1914: 81-89. <<

Página 597
[464] Como ha señalado el reciente estudio de Pires, 2015: 326. <<

Página 598
[465] Almazán 1986: 113-114. <<

Página 599
[466] Pires, 2015: 327. <<

Página 600
[467] Como muestra la documentación de David, 1947: 295. <<

Página 601
[468] Lucas Álvarez, 1998: 153. <<

Página 602
[469] Ávila, 1995: 104. <<

Página 603
[470] Price 2008: 467. <<

Página 604
[471] Swanton, 2000: 142. <<

Página 605
[472] Ávila, 1995: 105-106. <<

Página 606
[473] Lucas Álvarez, 1998: 152-154. <<

Página 607
[474] Flórez, 1767: 282-284. Recogido también en Ávila, 1995: 373-375. <<

Página 608
[475] Dorronzoro, 2012: 102. <<

Página 609
[476] Viñayo, 1999: 47. <<

Página 610
[477] Ferreiro, 1999: 58-59. <<

Página 611
[478] Núñez Contreras, 1977: 469-475. <<

Página 612
[479] Pálsson y Edwards, 1986: 111-112. <<

Página 613
[480] Pálsson y Edwards, 1986: 29-34. <<

Página 614
[481] Falque, 1994: 76; Falque, 1988: 14. <<

Página 615
[482] Dorronzoro, 2012: 101-118. <<

Página 616
[483] Díaz y Díaz, 2002: 29. <<

Página 617
[484] Ayala, 2008: 273. <<

Página 618
[485] Dorronzoro, 2012: 109-112. <<

Página 619
[486] Dorronzoro, 2012: 113-114. <<

Página 620
[487] Falque, 1994: 343; Falque, 1988: 265-266. <<

Página 621
[488] López Ferreiro, 1899: 477. <<

Página 622
[489] López Alsina, 256-257. <<

Página 623
[490] Somerville y McDonald, 2013: 34. <<

Página 624
[491] Haywood, 2016: 427-444. <<

Página 625
[492] Más sobre cruzados escandinavos en Ferreiro, 1999: 60-72. <<

Página 626
[493] Sánchez Pardo, 2010: 75-77. <<

Página 627
[494] Pálsson y Edwards, 1978: 167-169. <<

Página 628
[495] Guerrero, 1984: 96. <<

Página 629
[496] Cabrera, 2013: 511-525. <<

Página 630
[497] Morales 2004: 122-128. <<

Página 631
[498] Mikkelsen, 2008: 545-546. <<

Página 632
[499] Anderson, 1873: 210. Pálsson y Edwards, 1978: 36-37. <<

Página 633
[500] Evans, 2000: 54. <<

Página 634
Página 635

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