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El mercantilismo continental

El mercantilismo no constituye exactamente una escuela sistemática de pensamiento


económico. Más bien se trata de un conjunto de ideas y prácticas en el plano de la
política económica, definidas por características comunes. El fomento de la economía
nacional y la defensa de los intereses propios subyacen en todo programa de política
mercantilista. Los monarcas de los Estados modernos (siglos XVI-XVII) intentaron
promover el crecimiento material de sus súbditos como condición indispensable de
legitimación de su propio poder.
El interés estaba en el objetivo de mejorar las condiciones del reino a través de las
ganancias de los mercantilistas comerciales, considerando al comercio exterior como
fuente de progreso.

En líneas generales, podemos decir que uno de sus principios fue la política económica
proteccionista e intervencionista, pues se entendía que era la propia acción del poder
político (ejercida mediante leyes y prohibiciones) el más eficaz medio de conseguir los
objetivos trazados.
Tal intervencionismo (lejos de estorbar los intereses de la incipiente burguesía mercantil
y financiera) constituyó en realidad una práctica favorable para sus negocios en esta fase
inicial de desarrollo del capitalismo, al permitirle disfrutar de condiciones ventajosas
derivadas de la protección estatal.
Ha sido lugar común asignar al “metalismo" una situación central en los objetivos de la
política mercantilista. La mentalidad económica de la época procedería a una vulgar
identificación entre riqueza y posesión de metal precioso. En función de este prejuicio
crisohedonista se orientaría la acción económica del Estado. Enriquecer al príncipe
consistiría básicamente en lograr atraer hacia sus arcas la mayor cantidad posible de oro
y de plata. Y, dado que la cantidad de metal precioso existente era finita, la disputa con
el resto de los países por asegurar la posesión de la mayor parte se hacía inevitable.
Sin negar esta premisa, es más importante hacer hincapié en el comercio, que se
consideraba la forma más eficaz de promover la riqueza de la nación. La política
económica mercantilista se orientó, en este sentido, a garantizar una balanza de pagos
favorable para la economía nacional mediante la promulgación de medidas legales de
carácter proteccionista.
Las leyes aduaneras desempeñaban un importante papel como medio de conseguir este
objetivo. De lo que se trataba, en definitiva, era de favorecer la exportación de
mercancías manufacturadas producidas en el propio país y de impedir la importación de
las producidas en países extranjeros. Exportar más que importar era una “regla de oro”.
Se buscaba lograr esto mediante una política de tasas aduaneras que penalizara las
mercancías foráneas hasta el punto de hacer poco rentable su comercialización. De esta
manera, las mercancías importadas perderían capacidad competitiva respecto a las
manufacturas nacionales.
Resultado de las ideas productivistas del mercantilismo fueron también sus posiciones
poblacionistas. Una población constituía un potencial productivo y una forma de
riqueza para la nación y de poder para el Estado. El pensamiento y la política
mercantilistas se orientaron hacia la postura de favorecer el crecimiento poblacional y
la inmigración de elementos productivos.
El colonialismo, finalmente, representa otra de las principales características de la
política mercantilista. El comercio ventajoso alcanzaba sus mayores posibilidades
mediante el control efectivo de áreas coloniales.
Se dibujaban así las bases del pacto colonial: las colonias se constituían en proveedoras
de materias primas para la metrópoli, al tiempo que en mercados para la producción
manufacturera de ésta.

La economía colonial
El proceso poblacional que siguió a la exploración y conquista es la base de la
configuración del sistema económico colonial, en el que se articulan factores como el
trabajo, la tierra, la producción agrícola, minera e industrial y su comercialización, y, de
otro lado, las exigencias fiscales y la capacidad industrial de la metrópoli. Entre España
y las Indias se establecen unas relaciones que han sido calificadas de interdependientes,
pero cuyo más claro resultado fue la dependencia económica americana. En 1794 uno
de los máximos representantes de la administración colonial, el conde de Revillagigedo,
virrey de Nueva España, expresaba así la verdadera naturaleza de las relaciones entre
España y América: "No debe perderse de vista que esto es una colonia que debe
depender de su matriz, España, y debe corresponder a ella con algunas utilidades por
los beneficios que recibe de su protección, así se necesita gran tino para combinar esta
dependencia y que se haga mutuo y recíproco el interés, lo cual cesaría en el momento
que no se necesitara aquí de las manufacturas europeas y sus frutos". De ahí que la
economía colonial se concrete en: una gran minería de metales preciosos, una buena
agricultura y ganadería, una industria deplorable y un monopolio comercial que sintetiza
todo.
La explotación económica de las Indias será causa y efecto del desarrollo de un sistema
económico que se ha llamado mercantilismo y que puede definirse como el conjunto de
medidas de política económica aplicadas durante los siglos XVI al XVIII para conseguir,
mediante la intervención del Estado, la acumulación de metales preciosos y una balanza
comercial favorable.
El mercantilismo no existió como sistema o doctrina orgánica (incluso no tuvo nombre
hasta 1776, cuando Adam Smith lo bautizó así porque ponía su acento en el comercio)
sino como una serie de medidas prácticas íntimamente relacionadas con la revolución
comercial de la época y la creación de los grandes Estados nacionales absolutistas. La
idea clave es que la verdadera riqueza consiste en la posesión de oro y plata (numerario),
pero no por un mero atesoramiento, sino por ser fuente de riqueza mediante una
inversión adecuada. Los países no productores de dichos metales sólo pueden
obtenerlos mediante un excedente continuo de las exportaciones sobre las
importaciones o bien mediante la obtención de colonias que proporcionen esos metales
o sean un mercado exclusivo para los productos manufacturados de la metrópoli. Se
formula así el llamado Pacto colonial, consistente en la explotación de las colonias en
beneficio exclusivo de la metrópoli, lo que implica el proteccionismo de las
manufacturas nacionales y la exclusividad o monopolio del comercio con las colonias.
El marco teórico del mercantilismo establece que las colonias deben aportar suficientes
ingresos fiscales como para pagar todos los gastos de su propia administración y defensa
y enviar un excedente a la metrópoli, así como abastecerla de materias primas que una
vez procesadas en sus fábricas se exportarían a otros países, incluidas las propias
colonias. La plata americana llegó a la metrópoli, pero sólo condujo a un proceso
inflacionario y no a estimular la producción, convirtiéndose España en el principal cliente
de los países mercantilistas europeos. Es decir, América cumplió su parte del pacto
colonial; falló, sin embargo, la otra parte, pues la metrópoli fue incapaz de articular una
política industrial eficaz en una situación de impuestos altos, consumo también alto,
ruinosos conflictos internacionales y, posiblemente, falta de talento empresarial (J.
Fisher).
El mercantilismo español del siglo XVIII (reflejado en textos como Theórica y práctica de
comercio y de marina de Jerónimo de Ustáriz, el Proyecto económico de Bernardo Ward
o el Nuevo Sistema Económico para la América, atribuido al ministro José del Campillo)
defenderá la aplicación en España de las medidas asociadas al mercantilismo de Francia,
Inglaterra y Holanda, consistentes en promover la industria nacional eliminando las
tarifas e impuestos interiores, liberalizar el comercio indiano -sin renunciar a la
exclusividad- y aumentar la demanda colonial de manufacturas españolas, incluso por
la vía de mejorar la situación de mestizos e indios para aumentar su capacidad
adquisitiva. Tal será el sentido de las reformas borbónicas, que suponen un intento de
aplicar rigurosas prácticas mercantilistas cuando ya este sistema está dando paso en
Europa a la revolución industrial y la era del capitalismo.
Esta política económica generó gran desabastecimiento de productos en América, lo
cual fue solucionado por sus pobladores con prácticas de contrabando (contra los
bandos reales), realizadas con comerciantes de otros Estados.
Además los españoles no producían todas las manufacturas que se necesitaba en
América, por lo que compraba a otros Estados europeos para luego revender,
provocando la salida de parte del oro y la plata que acumulaban desde América.
La gran afluencia de metales preciosos a España y, desde ella, a Europa, produjo una
gran inflación (aumento general del nivel de precios) en el “viejo continente”.

María Luisa Laviana Cuetos. Especializada en la historia económica y social de


Latinoamérica.

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