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J.

VICENS VIVES
HISTORIA GENERAL MODERNA I -SIGLOS XV-XVIII
Editorial Vicens Vives, Madrid, 1997

Mercantilismo y colbertismo. Mezclándose en la práctica económica, de


conformidad con las tradiciones de proteccionismo y economía nacional
legadas por el Renacimiento (pág. 16), la monarquía absoluta aspiró a
encuadrar las actividades industriales y mercantiles del país en un todo
coherente, que sirviera, en primer término, a sus fines políticos y militares.
Este sistema es el primer ejemplo de autarquía en la Historia Moderna, se
denomina mercantilismo.

Aunque no tan uniforme como se ha pretendido, el mercantilismo no deja de


ser una práctica económica compacta. En primer término, el ideal del
mercantilista estribaba en aumentar el Tesoro nacional en monedas de oro y
plata. A pesar de las crisis financieras provocadas por el rápido auge de las
reservas de estos metales preciosos, el oro y la plata continuaban siendo los
únicos medios para los pagos internacionales, por lo que la potencialidad
económica de un gobierno dependía de la mayor o menor acumulación de
divisas en el erario nacional. Así, pues, los estados mercantilistas creen en el
poder omnipotente de dichos metales, y su política se dirige a atraerlos hacia
su nación y a evitar que huyan al extranjero o que éste se beneficie en algún
modo de ellos. Saldar con superávit la balanza del comercio exterior, he aquí
la gran preocupación financiera que se inicia en aquellos tiempos.

Pero, además, el desarrollo de las transacciones comerciales ha enseñado a


los estados la importancia de reunir en su territorio metropolitano y colonial
los principales productos agrícolas e industriales. De aquí que la monarquía
absoluta pretenda alcanzar la autonomía en el abastecimiento nacional, en
detrimento de la competencia extranjera. Sueño utópico, alimentado por
rivalidades políticas y el desconocimiento de la poderosa vitalidad de la nueva
economía capitalista de intercambio. Sin embargo, los estadistas se aplican a
conciencia a obtener tales resultados. Para lograrlo, los gobiernos procuran
que todo lo indispensable para la vida de un estado se obtenga dentro de su
territorio (autarquía), aunque para ello sea preciso recurrir a técnicos
extranjeros. Como las nuevas actividades industriales necesitan ser
salvaguardadas de la competencia de otras naciones, se dictan medidas
aduaneras muy rígidas, tanto para evitar la introducción de productos no
nacionales (las “tarifas” del ministro francés Colbert), como la exportación de
materias primas básicas en la gran industria de la época (lana, lino, hierro,
cobre, madera). En determinadas circunstancias se restringe la navegación
extranjera (el Acta de Navegación de Cromwell), y siempre se estimula el
comercio nacional con la creación de monopolios y compañías comerciales
privilegiadas. Además, se estructura el trabajo y la industria de la nación
mediante severos reglamentos, tanto para evitar competencias ilícitas entre
los industriales como para asegurar la buena calidad de los productos.

El mercantilismo culmina en la obra de Juan Bautista Colbert (1619-


1683), ministro de Luis XIV de Francia, hasta el punto de que muchas veces
es corriente confundir mercantilismo con colbertismo. Pero mientras aquél es
un fenómeno general, éste es su manifestación especial en Francia a través de
la concepción de un hombre de Estado. Hijo de un mercader de Reims y
educado en la escuela del trabajo, Colbert aportó a los altos cargos de la
administración pública el espíritu práctico, recto, laborioso y preciso de la
burguesía francesa de la época. Nombrado intendente de Hacienda en 1661,
controlador general de Hacienda en 1665, secretario de Estado y de la Casa
Real en 1669, fue el hombre que proporcionó a Luis XIV los recursos
económicos de su política exterior agresiva e imperialista. Pero su actividad es
mucho más sobresaliente en cuanto impuso un plan económico nacional,
basado en las reglas del más estricto mercantilismo. Por una parte favoreció
el desarrollo de la agricultura, estimulando el trabajo agrícola con la
reorganización de los tributos de los aldeanos, la introducción de
procedimientos nuevos en la cría y selección del ganado caballar y lanar, la
plantación de especies vegetales remuneradoras (morera, tabaco, lino,
cáñamo) y la buena administración de aguas y bosques (ordenanza de 1669).
Pero esta política no tenía un fin en sí propio, sino que, a través del
mejoramiento de la agricultura, Colbert pretendía vitalizar el comercio y la
industria de Francia, ya por el aumento de la circulación económica general,
ya por la obtención de materias primas. En efecto, el desarrollo de la
producción industrial y el correspondiente aumento del comercio francés
fueron las metas que nunca perdió de vista el ministro de Luis XIV.

Para lograr tales fines, Colbert puso toda la potencia y autoridad del Estado
en la reglamentación y desarrollo del trabajo, el comercio y la industria
franceses. Su teoría general descansaba en la obtención de productos
nacionales de buena calidad, con los cuales combatir la competencia
extranjera, tanto en los mercados interiores como exteriores. A este principio
obedecen las minuciosas normas dictadas para reglamentar el trabajo y la
producción industrial. El régimen de corporaciones fue generalizado en 1671,
pues sólo a través de ellas el Estado podía controlar la aplicación de las
disposiciones dictadas sobre la confección y calidad de los productos. Un
complicado aparato burocrático de intendentes, inspectores, magistrados,
asambleas y oficiales cuidaba de la ejecución de las leyes y edictos sobre la
producción, desde el uso de las materias primas hasta la forma, dimensiones
y bondad del objeto manufacturado, el cual recibía el sello y la garantía del
Estado. Las diversas ramas industriales existentes fueron, pues, apoyadas
por el gobierno; se intentó resucitar las que habían periclitado desde fines del
Medioevo y se introdujeron especialidades nuevas (cristalería de Murano,
tejidos holandeses, bordados de Venecia). Colbert impulsó, además, el
establecimiento de grandes manufacturas, ya incitando a los productores a
asociarse, ya otorgándoles privilegios, honores, monopolios y subvenciones.
Así nacieron las manufacturas reales, como centros modelos de producción
industrial; la de muebles y tapices de los Gobelinos (1667); la de espejos de
San Antonio; las de encajes de Reims, Chantilly y Alençon; la de armas de
Saint-Etienne; la de cobre de Chalons, etc.

Para proteger esta actividad ante la competencia extranjera, Colbert dictó


una serie de tarifas protectoras que gravaron los derechos de aduana en la
importación de los productos no nacionales. Algunas veces inició guerras de
tarifas, las cuales pronto se transformaron en verdaderas contiendas bélicas,
como en el caso de Holanda y la tarifa de 1662. Por otra parte, buscó nuevos
mercados para la industria francesa, y de la época de su gobierno arranca la
fase culminante de la colonización de Francia en la India y en América del
Norte. A imitación de Holanda e Inglaterra, Colbert favoreció la creación de
grandes compañías por acciones (de las Indias Orientales y Occidentales, del
Norte y del Levante), y estimuló el crecimiento de las marinas mercante y
militar.

La intervención del Estado en todos los órdenes de la economía nacional


caracteriza, por tanto, el denominado colbertismo. Los estados europeos de
escaso pasado industrial, como Rusia y Brandeburgo, imitaron las normas de
Colbert. Pero ni en Holanda ni en Inglaterra el colbertismo causó mella. En la
misma Francia, donde su espíritu pasó al siglo XVIII, las guerras, los
conflictos religiosos internos y el exceso de reglamentación y prescripciones
inutilizaron en gran parte la obra de Colbert y provocaron una vivísima
reacción. Este había de conducir al planteamiento de los postulados
económicos originales de una nueva época.

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