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CLASE DEL 1/11/05: EL RECORRIDO PULSIONAL Y LA EMERGENCIA DEL


SUJETO/DESEO

El objeto oral: resto de necesidad en el Otro


El objeto anal: resto de demanda en el Otro
El objeto fálico: resto de goce en el Otro
El objeto escópico: resto de potencia en el Otro
El objeto invocante: resto de deseo en el Otro
El Caso Rosalía o la voz en falta

Lacan trabaja este tema en su Seminaro X sobre la angustia.


El recorrido pulsional hay que pensarlo, no como algo escalonado ni progresivo, sino
como un recorrido circular en el que el sujeto S se va constituyendo en relación al Otro.

FÁLICO

ANAL ESCÓPICO

ORAL INVOCANTE

El estadio central es el fálico y a partir de él tenemos que entender los otros cuatro. Es el
eje, el condicionante que rige a los otros. El falo es el intercambiador que hace posible
la circulación, el objeto que marca la pauta en tanto objeto faltante: el falo ausente (- ).
El falo falta en la niña pero también en el niño. De cara al falo, el pene es tan
insuficiente como lo es el clítoris.

ORAL ANAL FALICO ESCÓPICO INVOCANTE


BOCA ANO GENITAL OJO LARINGE-OIDO
PEZÓN ESCÍBALO FALO (- ) MIRADA VOZ
NECESIDAD DEMANDA GOCE POTENCIA DESEO

Vamos a desarrollar este gráfico. En cada uno de estos estadios la pulsión hace un
recorrido circular, que partiendo de una zona corporal alrededor de un orificio,
contornea un objeto desprendible, y, retornando sobre si misma, genera una dialéctica
de separación entre el sujeto/deseo naciente y el Otro.
Forzando un poco el esquema podemos referirnos al sujeto oral, al sujeto anal; o al
deseo oral, al deseo anal. Cada una de estas etapas es una estructuración diferente, se
constituye como estructura diferencial.
Decimos que el sujeto emerge de su separación al Otro, y de esa separación cae un resto
que llamamos “objeto a”. El sujeto va emergiendo en cada una de estas confrontaciones
con el Otro. El Otro primordial originario es la madre, pero si hablamos del Otro como
lugar, es el lugar de donde le viene el deseo.
El deseo se va estructurando en cada uno de estos niveles pero termina de estructurarse
en el último, en el nivel de la voz significante.
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En el nivel oral lo que prima es la relación al Otro en torno de lo que es la función


alimenticia, ese encuentro del sujeto con el Otro es en relación a la necesidad. El
vínculo por excelencia entre el bebé lactante y su madre es un vínculo de necesidad.
Pero siempre queda un resto sin satisfacer. El vínculo de pura necesidad sólo es
concebible en el reino animal. Entre el cachorro humano y su madre más allá del
vínculo de necesidad ya apunta el deseo.

En el nivel anal aparece una consecuencia muy importante en relación a la emergencia


del sujeto. En este recorrido pulsional, en el momento de la educación de esfínteres, el
excremento se carga de un valor indispensable. Y es que por primera vez se constituye
el otro diferenciado del niño. Porque en el nivel oral, el objeto en torno al cual trabaja la
pulsión – el pezón- , para el niño tanto el pezón que succiona como el dedo que chupa
son dos partes de su propio cuerpo. No hay adquisición del otro diferente, eso se
adquiere con la educación de esfínteres, en donde el resto que se constituye en la
dialéctica del sujeto con el Otro, tiene que ver con la demanda en el Otro. El resto que
cae es el excremento como resultado de la demanda del Otro: ¿”A ver que linda caquita
hace el nene?”. Esa demanda constituye al otro como diferente.

En el nivel fálico encontramos el organizador que reactualiza y reenvía todo este


proceso, que actúa a posteriori, marcando cada una de las otras cuatro etapas. Es el
organizador fálico en tanto imagen que falta (- ). Es tan fálico el pene como la teta y
cada uno de los cuatro objetos pulsionales sirve a la pulsión en tanto caídos, cesibles,
faltantes.
El falo como imagen irrepresentable, velada, remite a ese lugar de completud, ese lugar
del todo, del goce mítico entre la madre y su niño.
En el encuentro con el Otro a nivel fálico resulta el goce, y supone la castración como
prenda del encuentro del goce fálico. Y la castración posibilita la emergencia del sujeto.
Castración quiere decir que se prohíbe el goce de la madre hacia el niño y del niño hacia
la madre. Se prohíbe el goce en relación a discriminar lo que es deseo de lo que es goce;
a discriminar lo que es del orden de la ternura, de lo que es del orden de la sensualidad.
Complicado, porque el ejercicio de la ternura es muy importante en la relación madre-
niño. Pero es allí donde la madre tiene que poner en acto su propia castración “Eso que
tu me pides yo no puedo dártelo, tendrás que buscarlo fuera”.

En el nivel escópico ya Freud diferenció el ojo de la visión, en tanto función yoica de


ubicación espacial, del ojo de la mirada, el que acaricia, que desviste con la mirada.
La emergencia del sujeto la vamos a remitir a ese resto de la dialéctica del sujeto con el
Otro que se produce en relación a lo que es la imagen especular. En ese famoso estadio
que Lacan enuncia como estadio del espejo, el bebé entre los 6 y los 18 meses reconoce
en el espejo una imagen que en potencia tiene toda la coordinación de movimientos que
a él le falta. Es decir, hay un hiato, una distancia entre lo que él ve en la imagen
especular y lo que el autopercibe propioceptivamente , en su propio cuerpo. El se
percibe como un montón de miembros descoordinados y lo que ve en el otro es un
cuerpo coordinado. En este sentido decimos que el encuentro del sujeto con el Otro deja
un resto en relación a la potencia. Como si el otro fuera potente y el impotente.
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En el nivel invocante , la pulsión erige como zona el aparato fonador y el auditivo, la


voz emitida y la voz oída , oír y ser oído. Mientras en lo escópico, el cortocircuito
pulsional se traduce, por ejemplo, en ceguera, en la falta de mirada, en lo invocante la
acción de la pulsión puede traducirse en sordera o en afonía, en falta de voz.
Y en este nivel se produce por excelencia el encuentro con el deseo del Otro. Lo que cae
es un resto de voz que tiene que ver, diríamos, con un pedazo de demanda, con
demandas insatisfechas que de alguna manera insisten. Es como si hubiera una voz que
no fue dicha o una voz que no fue escuchada, que está ahí, en el espacio circulando sin
respuesta. Y que tiene que ver con el deseo del Otro.

Cada vez que hablamos del deseo del Otro no limiten su significación al Otro primordial
materno, no lo remitan a una persona sino a un lugar, al lugar de la causa inconsciente, y
como tal insatisfecha. El Otro es lo inconsciente como ese espacio, esa otra escena
donde se teje el destino del sujeto, en función de significantes que se reiteran

EL CASO ROSALÍA O LA VOZ EN FALTA:

Vamos a ver ahora un caso que trabaja Freud en sus “Estudios sobre la histeria”.
Es una joven que consulta porque tiene una opresión en la garganta que le impide
cantar. Entonces vamos a ver como trabaja la pulsión en relación al objeto voz.

Recordemos que cada uno de los objetos de la pulsión son elegidos en tanto son objetos
caídos, objetos susceptibles de falta: el pezón en tanto pezón del destete, el excremento
en tanto demandado por el otro, la mirada en tanto incompleta, en escotoma, y la voz en
tanto voz sin respuesta, en menos.

Siguiendo con Rosalía, cuenta que fue huérfana de niña, recogida por unos tíos, una
pareja con peleas constantes. El tío era un personaje que perseguía con acoso sexual a
las criadas; la tía era una mujer cargada de hijos sometida a su marido. Esta tía muere al
poco tiempo y Rosalía se hace cargo de la crianza de los niños.
En todo este tiempo Rosalía ha tenido que soportar los improperios de su tío,
reprimiendo con gran esfuerzo su impulso de contestarle; ha ido silenciando su voz.
Cada vez que había una escena de violencia con el tío en la que ella tenía que
reprimirse, experimentaba una opresión en la garganta, una afonía.
Rosalía estudiaba canto y como esta situación en que vivía de violencia, represión y
consiguiente afonía, le impedía cantar, decide irse de la casa del tío.
Ahí es donde aparece en Viena e inicia el tratamiento con Freud. En Viena se va a vivir
con otros tíos. Pero la pobre no va a tener suerte, porque al nuevo tío le gustará tanto la
voz de Rosalía que está se ganará los celos y la enemistad de su tía.
La sobrina no se atreve cantar en su presencia y espera a que la tía se ausente para
cantar ante el agradecido tío.
A esta altura abandona el tratamiento. Pero un tiempo después reaparece alarmada
porque el día anterior le ha surgido un desagradable hormigueo en la punta de los dedos
que la obliga a hacer unos rápidos movimientos.
Freud diagnostica un pequeño ataque histérico y retoma el tratamiento hipnótico de
resultas del cual Rosalía relata una serie de escenas infantiles que tienen como
denominador común el de haber sufrido una injusticia sin protestar ni defenderse.
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Después aparece una escena de la adolescencia en la que está dándole unos masajes en
la espalda a su primer tío, el que imprevistamente se da vuelta debajo de su toalla
atrayéndola hacia sí.
Freud explica el hormigueo en la punta de los dedos por el impulso experimentado y
reprimido en aquella ocasión de castigar a su tío.

Y por último relata la escena de la tarde anterior que desencadenó la reaparición de este
síntoma: creyendo que su mujer se había ausentado el tío le pide a Rosalía que cante. Y
estando en ello reaparece la tía. Rosalía cerró precipitadamente la tapa del piano y alejó
el libro de música.
Aquí encuentra Freud la relación con las escenas anteriores en las que es tratada
injustamente, en las que se sospecha de ella.

Ella es un alma bella incapaz de reconocer su participación por activa o por pasiva en
estas escenas de seducción por un adulto.
En este caso vemos entonces aparecer la voz en menos como síntoma neurótico. Es el
sujeto voz el que está en la categoría deseable: es ella como voz la que es deseada.
Allí es donde cae la represión y se constituye el síntoma.

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