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REPÚBLICA BOLIVARIANA DE VENEZUELA

CENTRO TEOLOGICO EUROPEO

(NUCLEO VENEZUELA)

MARACAY

HISTORIA DE LA REFORMA
ALUMNO : RÓMULO ESCALONA.

CÉDULA: 13870918.

MATERIA: HISTORIA DE LA REFORMA.

PROFESOR : GILBERTO PONCE.

ABRIL, 2023
John Wycliffe

(John Wycliffe, Wyclif o Wiclef, llamado Juan Wiclef en español; Hipswell, c. 1320 –
Lutterworth, 1384) Teólogo inglés que defendió la autoridad de la monarquía contra las
pretensiones romanas y propugnó la secularización de los bienes eclesiásticos. Enseñó teología
en Oxford, donde redactó una Summa eclesiológica, impulsó la traducción de la Biblia al inglés
y formó predicadores que anunciaran un igualitarismo religioso y social apoyado sólo en textos
bíblicos. Al producirse el gran Cisma de Occidente, concibió el proyecto de una Iglesia
desligada del papado. Condenó las indulgencias y sostuvo la suprema y exclusiva autoridad de
las Escrituras; se inclinó a favor de los campesinos, con lo que incrementó su popularidad, pero
se hizo sospechoso ante la corona. Tras su muerte, sus doctrinas serían condenadas en el
Concilio de Constanza (mayo de 1415). En 1428 sus restos fueron exhumados y quemados.

John Wycliffe

Siendo ya sacerdote, estudió en Oxford hacia 1344; muy dotado para las matemáticas y la
filosofía, el joven Wycliffe se consagró sin embargo a la teología, al derecho canónico y al
derecho civil inglés. Llegó a ser luego rector del colegio Balliol (1361), donde enseñó filosofía y
teología.

Ejerció como abogado eclesiástico en la corte y, en su doble condición de experto en derecho


canónico y jurista inglés, fue encargado de redactar una defensa de los derechos de la corona
inglesa contra las pretensiones del papa. Resultó, sin embargo, que la defensa de los derechos
reales en la controversia con Urbano V fue para John Wycliffe el punto de partida de una
crítica cada vez más vasta y profunda, la cual, exacerbada por las exigencias de los papas
relativas a su supremacía y por las riquezas excesivas de la Iglesia, acabó por afectar también a
puntos de la confesión, la eucaristía y la primacía de la sede romana.

Wycliffe afirmó la autoridad exclusiva de la Escritura y tradujo la Biblia del latín al inglés (1378).
Esta traducción, escrita en colaboración, constituye un hito esencial en la historia de la lengua
inglesa, como la de Lutero lo es en la historia de la lengua alemana. La actitud de la opinión
pública respecto a Wycliffe evolucionó en la misma medida en que su crítica se acentuaba.
Mientras en la fase jurídica y nacional de la controversia contó con el favor y la protección del
Parlamento, de la nobleza e incluso del ejército, las clases dirigentes mostraron menos
entusiasmo cuando el jurista arremetió contra los poderes sacramentales de la Iglesia, y sobre
todo cuando estalló una insurrección de campesinos contra la opresión fiscal de la nobleza
(1381), que podía tener su origen en la difusión de las ideas de Wycliffe.

Un concilio convocado en Londres en 1382 por el arzobispo de Canterbury, Courtenay,


condenó como heréticas, erróneas y perniciosas veinticuatro proposiciones extraídas de sus
escritos, en su mayor parte concernientes a la eucaristía. Ni la misma corte pudo impedir su
expulsión de Oxford, pero las sanciones episcopales no pasaron más allá.

El reformador se retiró a su parroquia de Lutterworth, donde escribió su obra principal:


Triálogo entre la Verdad, la Mentira y la Prudencia (Trialogus, 1382). Se le deben asimismo los
tratados Del poder papal (De potestate papae) y De la verdad de la Santa Escritura (De veritate
sacrae scriptura, 1378). Su obra De la Iglesia (De Ecclesia), en el que desarrolla su concepción
de la Iglesia, “comunidad de los predestinados”, es el punto culminante de su evolución. La
influencia de John Wycliffe fue considerable: en él se apoyaron Jan Hus y el cisma de Bohemia,
y sus ideas prepararon el camino a la Reforma protestante. El concilio de Constanza, al
condenar las doctrinas de Hus, ordenó que los huesos de Wycliffe fuesen exhumados y
quemados, y aventadas sus cenizas.

JAN HUS

(También llamado John o Juan Huss; Husinec, Bohemia, 1369 – Constanza, 1415) Impulsor de
la reforma eclesiástica checa. Nació en una familia campesina pobre del suroeste de Bohemia.
Sin embargo, consiguió estudiar Teología y Artes en la Universidad de Praga y ordenarse
sacerdote (1400). En 1402 fue nombrado rector de la Universidad, apoyado por el sentimiento
particularista checo frente a la dominación germánica.

Jan Hus

Bajo la influencia del hereje inglés John Wycliffe, Hus empezó desde 1405 a predicar contra la
excesiva riqueza de la Iglesia y la inmoralidad del clero, reclamando la vuelta a la pureza del
mensaje evangélico, la predicación en la lengua checa que podía entender el pueblo y la
comunión bajo las dos especies. Su influencia se vio acrecentada por la crisis en que se hallaba
sumida la Iglesia de Roma por el «Cisma de Occidente», así como por la reacción nacionalista
checa contra la minoría alemana (iniciada con la lucha por el control de la Universidad de
Praga).

Hus fue excomulgado por el papa (1411), pero continuó su campaña y publicó sus tesis en su
libro principal, De Ecclesia. Fue llamado a justificarse al Concilio de Constanza (1415), adonde
acudió con un salvoconducto del emperador Segismundo; una vez allí, se negó a retractarse de
sus ideas y fue quemado en la hoguera por orden del emperador.

El nuevo papa, Martín V, condenó la doctrina husita en su bula Inter Cunctas (1418). Pero la
muerte de Hus le convirtió en un héroe nacional para los checos; cuando Segismundo intentó
proclamarse rey de Bohemia, estalló una revuelta de los husitas, que controlaron la mayor
parte del país entre 1419 y 1478, realizando incursiones hasta Núremberg, Sajonia,
Brandenburgo, Danzig y el norte de Austria.

El ala husita más extremista (los taboristas) fue finalmente derrotada, pero se fundió con otra
corriente herética procedente de Francia e Italia (los valdenses) y, bajo el nombre de
«Hermanos Moravos», ha pervivido hasta la actualidad; por su parte el ala husita moderada
(los utraquistas o calicistas) llegó a un acuerdo con los católicos, que permitió el
reconocimiento de la Iglesia Checa o Utraquista con ciertas especificidades litúrgicas. Junto con
John Wycliffe, Jan Hus es considerado el principal precursor del movimiento religioso que
marcaría la historia europea de los siglos XVI y XVII: la Reforma protestante, iniciada en 1517
con la divulgación de las tesis de Lutero.

Cronología La Reforma

La Reforma protestante

Con el nombre de Reforma es designado el movimiento religioso iniciado por Martín Lutero
que daría lugar al protestantismo. La división religiosa del continente a que llevaría la Reforma
se inició en 1520, cuando el monje alemán Martín Lutero fue excomulgado por el papa León X
por su feroz crítica de la política religiosa de los papas, convertidos en mercaderes de paraísos
y de salvación a buen precio; tres años antes, el propio Lutero había colgado su diatriba (las
famosas noventa y cinco tesis) en las puertas de la iglesia de Wittenberg. Este suceso
aparentemente banal fue el desencadenante de un largo proceso de ruptura. Pocos meses
después, en la Dieta de Worms (1521), la negativa de Lutero a retractarse ante el emperador
Carlos V, convertido en defensor de la ortodoxia católica, supuso también su proscripción
política del Imperio. Los intereses de algunos príncipes alemanes por frenar el ascenso del
absolutismo de los Habsburgo y su deseo creciente de hacerse con las tierras de los
monasterios hicieron el resto.

Lutero ante la Dieta de Worms

Entre 1521 y 1525, la Reforma viviría sus momentos heroicos, de abierta oposición a Roma y a
sus símbolos. El mensaje de emancipación pasó a ser interpretado libremente, desbordando
con creces el marco originario de las doctrinas luteranas. Ejemplo extremo de ello es la guerra
de los campesinos liderados por Thomas Müntzer (1491-1525). De hecho, el final de este
conflicto, que se saldó con la ejecución de los rebeldes, marca un punto de inflexión en la
reforma luterana. A partir de este momento se observará una orientación más conservadora:
en materia religiosa, frenando las innovaciones y libres interpretaciones de algunos discípulos;
en materia social, predicando la sumisión a las autoridades establecidas (como en el caso de
las propias revoluciones campesinas, condenadas enérgicamente por Lutero); en materia
eclesiástica, prestando una mayor atención a los aspectos organizativos de la nueva iglesia.
Finalmente, en este período se produjo la ruptura total de Lutero con humanistas como
Erasmo de Rotterdam, a causa de las diferencias doctrinales en el tema de la predestinación.

A partir de 1527 la reforma luteriana se extendió, conviviendo con otras versiones de la


doctrina reformada como las de Ulrico Zwinglio en Zurich o Martín Bucero (1491-1551) en
Estrasburgo. Zwinglio, artífice de la Reforma en la ciudad suiza, era hijo de campesinos, clérigo
humanista, admirador de Platón y conocedor de Erasmo. Zwinglio inició un proceso de
renovación personal que le llevó a adoptar unas posiciones doctrinales cercanas a las de
Lutero. Siendo predicador en Zurich, luchó a partir de 1521 para que su ciudad y los cantones
confederados se sumaran a sus ideas, cosa que logró en 1523: la misa en latín quedó
suprimida, se retiraron las imágenes de las iglesias y se secularizaron los conventos.

Ulrico Zwinglio

Basilea, por otro lado, era en estos años un centro humanista de singular importancia. Juan
Ecolampadio (1482-1531) predicó allí las doctrinas zwinglianas desde 1523, y cuatro años más
tarde la ciudad se incorporó a la Reforma. El triunfo de la Reforma en Estrasburgo a partir de
1529 se debió a Capiton (1478-1521) y, sobre todo, a Martín Bucero. La Reforma en su versión
zwingliana se difundió ampliamente por las ciudades de Suiza y el sur de Alemania, mientras
que las del norte se mantuvieron fieles al primitivo mensaje luterano. Uno y otro modelo
presentaban diferencias teológicas y litúrgicas importantes, siendo quizás la fundamental la
relativa a la eucaristía. Zwinglio negaba la presencia real de Cristo en ella, convirtiendo el
sacramento en una simple ceremonia simbólica; se abría así una fisura en el seno de las
doctrinas reformadas.
Los intentos de frenar la relativa tolerancia seguida por Carlos V tras la primera Dieta de Espira
(1526) fueron contestados por los príncipes alemanes reunidos de nuevo en aquella ciudad en
1529. Príncipes y ciudades reformadas protestaron (de ahí que desde entonces se les
conociera como “protestantes”) contra la voluntad imperial de volver a la situación de 1520.
Los intentos de llegar a un entendimiento en la Dieta de Augsburgo de 1530 fracasaron, dando
paso al enfrentamiento armado.

La lucha contra los príncipes alemanes reformados, unidos en la Liga de Esmalcalda (1531) por
Federico de Hesse, tuvo altibajos debido a las ayudas que aquellos recibían de potencias como
Francia o Inglaterra, adversarias de la hegemonía política que los Habsburgo trataban de
imponer sobre Europa. A pesar de la victoria de Carlos V en Mühlberg (1547), los ejércitos de
Mauricio de Sajonia (1521-1553) derrotaron a los imperiales en Innsbruck (1552). Esta derrota,
además de la abdicación del emperador en favor de su hermano Fernando I de Habsburgo y de
su hijo Felipe II, que se haría efectiva entre 1555 y 1556, precipitó la llamada paz de Augsburgo
(1555), que significaba la renuncia a la unidad religiosa en Alemania y el fin de los ideales de
una sola cristiandad defendidos por Carlos V.

Carlos V

En la década de 1550 la fisura religiosa había quedado definida, aunque no de forma


concluyente. España, Italia, gran parte del sur de Alemania, Austria, Bohemia, Polonia y
Lituania seguían siendo católicas, aunque las cuatro últimas hubiesen aceptado la presencia de
minorías calvinistas. Gran parte del norte de Alemania era luterana, al igual que Dinamarca y
Suecia. Los cantones suizos eran en parte católicos, pero Ginebra aparecía como centro del
calvinismo. Inglaterra, al cabo de muchas vacilaciones, se convirtió en un país protestante con
una iglesia estatal de signo calvinista. Rusia conservó su fe ortodoxa. Surgieron nuevas sectas,
como los anabaptistas, que discrepaban tanto de la religión católica como de la protestante, y
que, por su oposición a todo principio de autoridad, serían perseguidos por una y otra. La
respuesta católica, auspiciada por el emperador Carlos V, fue la convocatoria por el papa Paulo
III del Concilio de Trento (1545-1563).

La ruptura terminaría generando confusión y violencia. En Francia, la conversión al calvinismo


de determinados sectores sociales en la década de 1560 añadió un matiz ideológico a la
rivalidad existente entre los grandes magnates territoriales (los Guisa, los Condé, los Borbones)
en una época de debilidad del gobierno central. Durante las guerras civiles que desgarraron el
país intermitentemente entre 1562 y 1593, Francia corrió serio peligro de fragmentación
confesional. También en los Países Bajos, a partir de la década de 1560, los intereses religiosos
se confundieron con los políticos. Se inició así una rebelión que se prolongaría a lo largo de
ochenta años.

Causas y efectos de la Reforma

Las causas profundas del malestar religioso tenían sus raíces en el propio desarrollo histórico
del Renacimiento europeo. La crisis política de la iglesia bajomedieval y el Cisma de Occidente
(1378-1417) originaron un vacío espiritual y la creciente mercantilización de las prácticas
religiosas. Numerosos humanistas denunciaron el bajo nivel moral del clero, su escasa
preparación, la primacía de los intereses terrenales sobre los espirituales y, en especial, la
venta de indulgencias, con las que se conseguía una rebaja de las penas del purgatorio.
Los anhelos de regeneración de las costumbres religiosas y la búsqueda de una vida espiritual
más intensa y personal fueron abriéndose paso en círculos de religiosos y laicos como el de los
Hermanos de la Vida Común, un grupo próximo a lo que se llamó la devotio moderna.
Numerosos en los Países Bajos y Renania, e influyentes gracias a sus escuelas (Erasmo y Lutero
asistieron a ellas) y a sus libros -sobre todo la Imitación de Cristo (1418), atribuida a Tomás de
Kempis, (1380-1471)-, no desafiaban la ortodoxia abiertamente, sino que manifestaban sus
críticas de forma implícita, prescindiendo de muchos ritos y preceptos que consideraban
superfluos y defendiendo una piedad subjetiva y ascética basada en la lectura personal y
directa de la Biblia. La crítica textual propugnada por los humanistas vino en su ayuda,
demostrando que, aparte del bautismo y la eucaristía, presentes en los Evangelios, el posterior
edificio de los sacramentos (confirmación, matrimonio, confesión, penitencia, extremaunción,
ordenación) era artificial y estaba llamado a desmoronarse, y con él la necesidad de una casta
sacerdotal que lo mantuviese en pie: la jerarquía eclesiástica entera, desde el papa hasta el
último franciscano, se hacía innecesaria.

A nivel político, allí donde la Reforma triunfó tuvo lugar un proceso de consolidación del poder
establecido. La ruptura con el papado liberó a los gobernantes de su dependencia respecto a
una institución que proclamaba la superioridad de su poder espiritual sobre cualquier otro
poder terrenal. Además, la supresión de las antiguas instituciones eclesiásticas y la
secularización de sus bienes, junto al principio luterano que atribuía al poder político la
organización de sus propias iglesias, favoreció una ampliación del ámbito de competencias del
poder civil: el pastor se convertía así en funcionario del príncipe. La tesis del sacerdocio
universal no implicó la desaparición del ministerio pastoral, sino la profesionalización de los
líderes eclesiásticos a partir de una completa redefinición de su estatus social y de sus
funciones. La labor fundamental del pastor era ahora la predicación de la doctrina, y el sermón
se convirtió en pieza clave de una misa cuya liturgia se simplificaba y enriquecía a la vez con
nuevos elementos como los cánticos, empleándose las lenguas vulgares como vehículo de
comunicación.

La Reforma también tuvo importantes repercusiones sociales. Las doctrinas reformadas, al


hacer hincapié en la salvación individual, estructuraron las prácticas piadosas en torno al culto
doméstico. Las familias se integraban en parroquias en las que el pastor ejercía una
“clericatura atenuada”, una tarea de disciplina y control. La primera práctica colectiva era el
culto dominical. La confesión privada al oído fue sustituida por una confesión pública leída por
el pastor, quien también ofrecía una absolución general. La eucaristía se celebraba cuatro
veces al año. Los ritos asociados a la existencia del feligrés (bautismo, matrimonio y funerales)
perdieron toda su carga simbólica.

La teología luterana

El término Reforma, por su suavidad, puede inducir a confusión: la Reforma no fue una
transición ni una serie de cambios programados, sino una verdadera revolución religiosa con
aspectos y efectos políticos; la Reforma rompió la unidad de la Iglesia de Occidente, produjo
nuevas formas eclesiásticas e inauguró una nueva época en la historia de la espiritualidad
cristiana. Sin embargo, la palabra Reforma corresponde a la idea que tuvieron sus promotores
de no ser los fundadores de una nueva religión, sino de restaurar, en un tiempo en el que ya
estaban presentes todos los gérmenes de la edad moderna, el cristianismo primitivo. Si bien es
la resultante de tendencias, aspiraciones e impaciencias ampliamente difundidas en Europa a
principios del siglo XVI, la Reforma recibe un sello inconfundible por efecto de la personalidad
de Lutero.

La formación de Lutero explica algunas de sus actitudes posteriores. Hijo de un minero,


estudió con los Hermanos de la Vida en Común en un ambiente espiritual exigente. Destinado
a ser jurista por voluntad paterna, decidió no obstante ingresar en la rigurosa orden de los
Eremitas de San Agustín (1505). Su brillante carrera religiosa y universitaria en Wittenberg
oculta, según el historiador Lucien Febvre, una profunda inquietud personal: “Lo que le
importa a Lutero de 1505 a 1515 no es la reforma de la Iglesia. Es Lutero, el alma de Lutero, la
salvación de Lutero. Sólo eso.” Tras largas reflexiones, la solución teológica la encontró en las
Epístolas de San Pablo: la justificación por la fe.

Martín Lutero

La justificación por la fe es la base del pensamiento de Lutero, que rechaza la idea de que las
obras puedan coadyuvar a que el hombre alcance la salvación. Lo que hace revolucionario el
pensamiento luterano es la radicalidad de su formulación y la coherencia de su desarrollo, que
conduce a una negación sistemática, en nombre de Dios, de las enseñanzas católicas
fundamentales y de la propia Iglesia como institución. En efecto, si sólo la fe justifica, resulta
innecesario todo ministerio sacerdotal, con poderes exclusivos para administrar los
sacramentos, que haga de intermediario entre Dios y los hombres. Lutero sólo aceptaba como
verdaderamente instituidos por Jesucristo los sacramentos del bautismo y la eucaristía. La
revelación estaba contenida únicamente en la Biblia, y todo cristiano iluminado por el Espíritu
Santo era capaz de interpretarla libremente. Esta idea, que rechazaba expresamente la
tradición de la Iglesia, ocasionó la publicación de numerosas Biblias sin comentarios ni
acotaciones. Las doctrinas reformadas se sintetizaron en el lema Sola fide, sola gratia, sola
scriptura (Sólo fe, gracia y Escrituras).

Lutero resume en sí el conflicto de la cultura eclesiástica en el bajo Medioevo. Ningún contacto


directo, al principio, con el Humanismo; pero su formación filosófica y teológica se perfecciona
con la “vía moderna” de Guillermo de Ockham: una filosofía crítica, no sin analogías con la
kantiana, en la que la unidad de fe y razón queda destruida y la especulación metafísica se
suspende. Dios se envuelve en un misterio abismal, del cual sale revelándose solamente en la
medida en que quiere hacerlo, en la revelación histórica. Dios, que está más allá de todo
concepto de bien o de mal, impone no obstante al hombre una disciplina; siguiéndola con su
mejor voluntad, el hombre puede y debe legítimamente presumir que le es grato.

El esfuerzo para hacerse grato a este Dios insondable, llevado a cabo con una indudable
seriedad y un vivo sentimiento de lo absoluto, conduce a Lutero a la paradójica conclusión de
que el hombre no puede jamás estimarse positivamente digno de la gracia, y que su único
mérito ante Dios consiste en reconocerse radicalmente pecador, acusándose sin merced ante
Dios y haciendo suyo su veredicto condenatorio. A una tal acusación incondicionada de sí
mismo, Dios contesta con una no menos incondicionada absolución. Estos pensamientos
reciben en Lutero una influencia de apoyo por parte de la mística germánica, aunque no
asimila (por sus premisas críticas occamistas) su fondo especulativo neoplatónico. El deseo de
poner en claro su “teología de la cruz” como una doctrina de absoluta penitencia interior con
respecto a la práctica penitencial de la Iglesia (indulgencias) conduce a Lutero a la
proclamación de las noventa y cinco tesis (1517) y a la revolución religiosa.

La espiritualidad de la Reforma refleja las exigencias complejas y a veces antitéticas de la


experiencia luterana. Por una parte la concepción intimista de la penitencia, y en general de la
vida religiosa, pone al hombre directamente en relación con Dios, y al desvalorizar
intrínsecamente las obras meritorias, es natural que la Iglesia, como dispensadora de la gracia,
quede privada de motivación y sea abandonada; por otra parte, la actitud crítica,
antirracionalista y anatomista que caracterizó a Lutero se contrapone al intelectualismo y a la
confianza en la persona que aportó el Humanismo.

La Iglesia, como custodia de la revelación, como garantizadora sacramental de la gracia, es


indispensable en su espiritualidad, y Lutero la reconstruye después haberla negado; pero la
reconstruye como un puro cuerpo espiritual, abandonando sus aspectos jurídicos y
administrativos a la autoridad de los príncipes alemanes, los cuales, en el pensamiento de
Lutero, administran la Iglesia, no en cuanto son el Estado, sino en cuanto que ellos son
también “miembros preeminentes” de la Iglesia, investidos, por su posición, de especiales
responsabilidades.

La misma complejidad llena de antítesis se encuentra en toda la concepción luterana de la


vida. Si Lutero abandona el estado monástico (no voluntariamente, a decir verdad, sino
forzado por las circunstancias) y si lo combate como la quintaesencia de las “obras meritorias”,
con una polémica violenta hasta la injusticia, no por ello reivindica Lutero la posibilidad de un
gozoso vivir humano. Todo el mundo para Lutero yace en el mal, y el pecado se insinúa en
todas partes, desde la forma sutil de la vanidad y del amor a sí mismo hasta en las expresiones
de moralidad más elevadas.

Por otra parte, precisamente porque el mundo es malo, y en ningún modo es posible crear en
él una isla de perfección, el mundo es aceptado como es: como un campo de batalla, de
ejercitación moral, como una cruz a veces, cumpliendo con fidelidad los deberes (relativos y
siempre discutibles desde el punto de vista de lo absoluto) de los que se compone la vida
humana, y que, cumplidos con religiosa conciencia, como deberes dictados por Dios al hombre
en su particular situación concreta, asumen un valor de “vocación”.

La vida se desenvuelve así en dos líneas paralelas: la vida de la fe, en su interioridad y pureza, y
la vida del mundo, con su relatividad pecaminosa. El hombre cristiano, en su concreción,
pertenece a la una y a la otra, sacando de su fe una exigencia superior, un motivo de control, y
al mismo tiempo de desvío de la realidad problemática en que vive; en esta realidad halla las
condiciones concretas para el ejercicio, ascético en el fondo y quizá doliente, de su fe. Pero la
vida vivida en la fe no impide al mundo ser “mundo”, insuperable pecaminosidad, y la fidelidad
cristiana en el servicio del mundo no puede jamás asentarse en la cuenta favorable al hombre
en el balance eterno: la única razón de subsistencia del hombre ante Dios es siempre su
inmerecido y gratuito perdón.

En esta polaridad y ambivalencia está la característica profunda de la espiritualidad luterana.


Es por otra parte difícil que ésta se mantenga íntegramente en la tensión y el equilibrio de su
afirmación y negación. Y así, hay a menudo, ya en Lutero mismo y más en el luteranismo, una
alternancia de estados de ánimo: unas veces de completa negación del mundo (del que se
busca refugio en la interioridad de una vida espiritual autosuficiente y sin necesaria relación
con la vida concreta,) y otras veces de afirmación integral de la vida en su autonomía relativa,
que en un tiempo más próximo a nosotros, a causa de la reducción del cristianismo al plano de
una religiosidad sin pecado original y sin redención trágica, se resolverá simplemente en el
optimismo de la presencia interna de lo divino en el devenir del mundo.

Esta resolución, cuya paternidad (sea gloriosa o deplorable) Lutero no puede declinar en las
concepciones del mundo moderno, está en todo caso más allá de las intenciones del
reformador. De todos modos hay que reconocer a Lutero el mérito de haber planteado el
problema de la ética con todo su rigor, aclarando la diferencia que hay entre lo moral, lo útil y
lo jurídico. El bien no es la adecuación al contenido de una “ley”, y no es tampoco lo ventajoso
para mí o para mi prójimo; más allá de todo legalismo y de todo interés, el bien es la
obediencia incondicional a una voluntad absoluta. La transcripción lógica de la experiencia
luterana será la moral kantiana. Reduciendo a la razón legisladora del hombre la insondable
voluntad del Dios de Lutero (que por otra parte se revela como una libre voluntad de amor
para sus criaturas, poniéndose así como forma y contenido del deber), Kant empobrece sin
embargo en cierta manera la ética luterana de la obediencia a Dios solo.

El anabaptismo

La Reforma luterana se encuentra, desde su aparición, en antítesis y en competencia con un


movimiento popular de insurrección religiosa, social y política: el anabaptismo. La hostilidad
hacia este movimiento de Lutero (quien tuvo su parte de responsabilidad moral en su
sangrienta represión por obra de los príncipes alemanes) no es debida solamente a motivos
contingentes. El anabaptismo no comprometía solamente la Reforma ante el juicio de los
príncipes, de los que la Reforma tenía necesidad, sino que sobre todo expresaba una
espiritualidad diversa, en la que revivían los motivos dominantes de las herejías medievales: la
aspiración a la renovación de la sociedad, la espera del reino de Dios del año mil, la inspiración
como suprema instancia religiosa y como contraseña de la madurez de los tiempos.

Con su voluntad de instaurar un orden cristiano, según el modelo del Sermón de la Montaña,
el anabaptismo debía desconocer profundamente, a juicio de Lutero, la insuperable
pecaminosidad del mundo y la diferencia irreductible entre el plano de la fe y el de la vida
concreta. La voluntad del anabaptismo de purificar la Iglesia, transformándola en una
comunidad de adultos bautizados después de una profesión de fe personal, no concordaba con
la profunda y compleja concepción eclesiástica de Lutero, según el cual la Iglesia, en su
profunda esencia, no es “visible” (sólo Dios discierne los que son justificados por él mismo),
mientras que la organización visible de la Iglesia queda siempre sujeta a lo problemático de las
cosas de este mundo.

También el carácter insurreccional del movimiento contradecía no solamente el


temperamento conservador de Lutero, sino su profunda persuasión de que los males de este
mundo han de ser soportados como una cruz y transfigurados en factores de vida interior. En
fin, la apelación al Espíritu Santo, que aparecía, incluso en su realidad concreta, expuesto a
todos los riesgos del subjetivismo, no se compaginaba con el apego a la Biblia que Lutero había
heredado de su formación occamista, y que correspondía profundamente a las exigencias de
su conciencia suspicaz ante todas las voces interiores y los impulsos incontrolables, en que
fácilmente podían enmascararse las insidias del diablo. El espiritualismo de los anabaptistas
presenta en cambio mayores afinidades con la religiosidad humanista que reconocía en
Erasmo su más autorizado representante, y que por otra parte era opuesta a toda actitud
revolucionaria. Hacia ésta, como hacia el anabaptismo, Lutero puso, con su famosa polémica
contra el libre albedrío, un límite infranqueable.
El calvinismo

La Reforma llega a su completa expresión sociológica y eclesiástica y a su sistematización


doctrinal coherente con el calvinismo. El espíritu lógico y jurídico latino de Juan Calvino (1509-
1564); el hecho de que la Reforma calvinista se desarrolló en un ambiente ciudadano y
republicano como el de Ginebra, y que en otras zonas (Francia, Países Bajos) se encontrara
ampliamente empeñada en las guerras de religión; y el mayor radicalismo de esta Reforma,
que no se limitó a corregir el edificio de la Iglesia medieval, como había hecho Lutero, sino que
quiso fundarlo de nuevo sobre el modelo de la Iglesia primitiva (aspiración común con el
anabaptismo), explican la diversa fisonomía del calvinismo.

La Iglesia calvinista, incluso allí donde está en relaciones de íntima colaboración con el estado,
como en Ginebra, es una Iglesia que se gobierna por sí misma, por medio de sus consejos de
pastores y de “ancianos” (consistorios, sínodos), creando de este modo en sus fieles el gusto y
la capacidad del autogobierno. Su ética está determinada por el desarrollo que asume en la
doctrina calvinista la idea de la predestinación. Esta doctrina, que parece que habría de
conducir a un fatalismo pasivo, quitando al hombre todo motivo de obrar, se trueca en cambio
en el Calvinismo en un enérgico impulso a la acción.

Juan Calvino

Los que están persuadidos de ser elegidos de Dios e instrumento de sus planes piensan
cumplir en sus acciones su eterna voluntad, y recíprocamente encuentran en el éxito de sus
acciones una comprobación de su elección. Las obras, eliminadas por Lutero como obras
“meritorias”, reingresan en la ética reformada como “signos” de la salvación cumplida. El
dualismo del mundo y del Reino de Dios, que no es substancialmente menos completo para
Calvino que para Lutero, no conduce en este caso a una tolerancia pasiva, sino a una enérgica
actividad dirigida a someter el mundo a la voluntad de Dios, y a obligarle a reconocer su gloria.

La motivación de esta actividad en el mundo, por otra parte, está desprovista de todo motivo
utópico: el mundo no es substancialmente mejorado por la actividad de los elegidos, y sigue
siendo el mundo del pecado, provisional, transitorio, caduco. El calvinismo no espera una
instauración milenarista del Reino de Dios (como el anabaptismo), y su visión de la vida
perfecta se proyecta decididamente en el más allá (como en el luteranismo y en el
catolicismo); pero igual que el catolicismo, y más que el luteranismo, se interesa por el
problema de una sistematización de la ciudad terrena que tienda favorablemente a los fines
del Reino de Dios.

La ética calvinista se traduce en la vida económica (estimulada por la supresión de la


prohibición medieval del préstamo a interés) en un activismo al mismo tiempo libre y austero,
que considera la vida como un combate, el lucro como un deber, el éxito como una sanción
divina, el lujo como un pecado y la severidad del tipo de vida como un título de nobleza
(puritanismo). Esta concepción de la vida, en los siglos XVII y XVIII, especialmente en suelo
anglosajón, se cruza con otras influencias de origen humanista y anabaptista, que por una
parte conducen a una atenuación de la doctrina de la predestinación (arminianismo) y por otra
a una valoración más favorable de la capacidad del hombre natural (jusnaturalismo), e inclinan
la autonomía de los elegidos calvinistas en el sentido de la declaración de los derechos del
hombre y de la libertad de conciencia.

El devenir de la Reforma

Nacida de exigencias religiosas, la Reforma se entrecruza, en su difusión, con los intereses


políticos y las pasiones nacionales y raciales, polarizando en los Estados germánicos el estado
de ánimo impaciente por la influencia, a veces financieramente gravosa, de la curia romana, y
sacando provecho de la secularización de los bienes eclesiásticos confiscados por los príncipes,
en gran parte en provecho propio. Tal interferencia de motivos determina diversamente la
configuración de la Reforma y de la Iglesia en los estados protestantes, y su conexión más o
menos estrecha con las autoridades civiles.

Una posición aparte ocupa la Iglesia anglicana, brotada de un acto de gobierno regio al que
debe también su fisonomía particular: católica en el rito y en la jerarquía, calvinista en la
doctrina y en la moral. Pero la historia de la Reforma en Inglaterra no se identifica con la de la
Iglesia anglicana, sino que más bien es la historia de la controversia del anglicanismo con las
Iglesias “independientes”, de más acentuado carácter calvinista. En Francia, la historia de la
Reforma se inserta en la de las luchas de la nobleza provincial contra el creciente absolutismo
monárquico. De esta situación de minoría combatida y perseguida se deriva la teoría calvinista
del derecho a la resistencia, por parte de los “magistrados inferiores” y de los estados
generales, al arbitrio del soberano. En Italia la Reforma se redujo a un movimiento de “élites”
intelectuales, más o menos íntimamente unido al humanismo. A este origen cultural deben los
reformadores italianos su peculiar fisonomía, que les confiere una posición intermedia entre
Renacimiento y Reforma, y los convierte en precursores (incomprendidos y combatidos hasta
por los protestantes de su tiempo) de la Ilustración del siglo XVIII (socinianismo).

La época de la Reforma comprende esencialmente los siglos XVI y XVII. En el XVIII afloran en la
sensibilidad europea nuevas tendencias, que aunque sigan buscando su inspiración en la fe y
en la piedad de la Reforma, señalan al mismo tiempo hacia nuevos problemas y nuevas
orientaciones. El predominio de la Biblia en la Reforma quedará sometido a la crítica de la
razón y de la historia; el dogma cristiano se resolverá en la “religión natural” (Ilustración); la
esfera del sentimiento, relegada a un segundo plano por el objetivismo teológico, eclesiástico
y sacramental de la ortodoxia protestante, recobrará la conciencia de su autonomía,
contraponiéndose al racionalismo (Pietismo, Metodismo, Romanticismo). El protestantismo
vivirá en delante de su controversia con el mundo moderno, al cual sigue proporcionando
importantes temas de meditación espiritual.

MARTIN LUTERO

BIOGRAFÍA.

Martín Lutero (en alemán: Martin Luther; Eisleben, 10 de noviembre de 1483-ibid., 18 de


febrero de 1546), nacido como Martin Luder, fue un teólogo, filósofo y fraile católico agustino
que comenzó e impulsó la Reforma protestante en Alemania y cuyas enseñanzas inspiraron la
doctrina teológica y cultural denominada luteranismo.

Martín Lutero
Información personal

Nombre de nacimiento: Martin Luder

Nombre nativo: Martin Luther

Nacimiento : 10 de noviembre de 1483

Eisleben (Sacro Imperio Romano Germánico).

Fallecimiento: 18 de febrero de 1546 (62 años)

Eisleben (Sacro Imperio Romano Germánico).

Sepultura: Iglesia de Todos los Santos.

Religión: Católico (hasta 1519),Protestante (desde 1519).

Familia

Padres: Hans Luder y Margarette Luder

Cónyuge: Catalina de Bora (1525-1546).

Educación: Educado en Universidad de Erfurt (Maestría; 1501-1505).

Información profesional

Ocupación: Teólogo, filósofo y traductor

Cargos ocupados: Profesor universitario.

Información religiosa

Venerado en Luteranismo.

Movimientos: Renacimiento, Reforma protestante y protestantismo.

Obras notables: Cuestionamiento al poder y eficacia de las indulgencias.

La libertad cristiana.

Orden religiosa: Orden de San Agustín.

Lutero exhortaba a la Iglesia a regresar a las enseñanzas originales de la Biblia, lo que produjo
una reestructuración de las iglesias cristianas católicas en Europa. La reacción de la Iglesia
católica ante la Reforma protestante fue la Contrarreforma. Sus contribuciones a la civilización
occidental se extienden más allá del ámbito religioso, ya que sus traducciones de la Biblia
ayudaron a desarrollar una versión estándar de la lengua alemana y se convirtieron en un
modelo en el arte de la traducción. Su matrimonio con Catalina de Bora, el 13 de junio de
1525, inició un movimiento de apoyo al matrimonio sacerdotal dentro de muchas corrientes
cristianas.

Tres años antes de morir, escribió un tratado de antijudaísmo cristiano llamado Sobre los
judíos y sus mentiras, en donde exhortaba al asesinato de judíos, a quemar sus propiedades y
sinagogas. Su retórica no estaba solo dirigida a los judíos, sino también a los católicos,
anabaptistas y cristianos no trinitarios. Lutero murió en 1546, excomulgado por el papa León
X.
Lutero vio que el comercio de indulgencias era totalmente injustificado por la Escritura, la
razón o la tradición, esto alentaba a las personas en su pecado y apartaba su mente de Cristo y
del perdón de Dios. Fue en ese punto que la teología de Lutero se vio fuertemente relacionada
con la de la iglesia. El Papa reclamó la autoridad “para cerrar las puertas del infierno y abrir la
puerta del paraíso”. Un monje obscuro desafió esa autoridad. Sus contemporáneos supieron
de inmediato que Lutero había tocado el nervio expuesto tanto de la jerarquía de la iglesia
como de la práctica diaria de la Cristiandad.

La Europa cristiana nunca más fue la misma.

A continuación, las 95 Tesis clavados en la puerta de Wittenberg :

Por amor a la verdad y el deseo de sacarla a la luz, las siguientes proposiciones serán discutidas
en Wittenberg, bajo la presidencia del Reverendo Padre Martín Lutero, Maestro de Artes y de
Sagrada Escritura, y Profesor Ordinario en esta última disciplina y en este mismo lugar. Por lo
tanto, pide que aquellos que no pueden estar presentes y debatir oralmente con nosotros,
aunque ausentes, puedan hacerlo por carta.

En el Nombre nuestro Señor Jesucristo. Amén.

1. Nuestro Señor y Maestro Jesucristo, cuando dijo “haced penitencia”, quería que toda
la vida de los creyentes fuera arrepentimiento.

2. Esta palabra no puede ser entendida como la penitencia sacramental, es decir, la


confesión y la satisfacción, que es administrada por los sacerdotes.

3. Sin embargo, no sólo significa el arrepentimiento interior; No, no hay arrepentimiento


interior sino obran exteriormente diversas mortificaciones de la carne.

4. Por lo tanto, la pena del pecado continúa mientras perdure el odio a sí mismo. Porque
éste es el verdadero arrepentimiento interior, y continúa hasta nuestra entrada en el
reino de los cielos.

5. El papa no tiene la intención de remitir, y no puede remitir ninguna penalidad que no


sea la que él ha impuesto ya sea por su propia autoridad o por la de los Cánones.

6. El papa no puede remitir ninguna culpa, sino declarando que ha sido remitida por Dios
y asintiendo a la remisión de Dios; Aunque, ciertamente, puede conceder la remisión
en los casos reservados a su juicio. Si se desprecia su derecho a conceder la remisión
en tales casos, la culpa seguiría siendo totalmente imperdonable.
7. Dios no remite la culpa a nadie a quien no humilla antes, y somete lo al sacerdote, Su
vicario.

8. Los cánones penitenciales se imponen sólo a los vivos y, según ellos, nada debe
imponerse a los moribundos.

9. Por lo tanto, el Espíritu Santo en el papa es amable con nosotros, porque en sus
decretos siempre hace excepción y nos beneficia en caso de muerte y necesidad.

10. Ignorantes y perversos son los hechos de aquellos sacerdotes que, en el caso de los
moribundos, reservan penitencias canónicas para el purgatorio.

11. Este cambio de la pena canónica a la pena del purgatorio es evidentemente una de las
cizañas que fueron sembradas mientras los obispos dormían.

12. En épocas anteriores las penas canónicas se impusieron no después, sino antes de la
absolución, como pruebas de la verdadera contrición.

13. Los moribundos son liberados por la muerte de todas las penas; Ya están muertos a las
reglas canónicas, y tienen derecho a ser liberados de ellos.

14. La salud imperfecta (del alma), es decir, el amor imperfecto, de los moribundos trae
consigo, por necesidad, gran temor; Y cuanto menor es el amor, mayor es el temor.

15. Este temor y horror es suficiente por sí solo (para no decir nada de otras cosas) para
constituir la pena del purgatorio, ya que está muy cerca del horror de la desesperación

16. El infierno, el purgatorio y el cielo parecen diferir como la desesperación, la causa de la


desesperación, y la seguridad de la salvación.

17. Con las almas en el purgatorio parece necesario que el horror crezca menos y que el
amor aumente.
18. No parece probado, ya sea por razón o por Escritura, que estas almas estén fuera del
estado de mérito, es decir, de amor creciente.

19. Una vez más, no parece probado que las almas en el purgatorio, o al menos algunas de
ellas, tengan total certeza de su propia bienaventuranza, aunque nosotros podamos
estar bastante seguros de ello.

20. Por tanto, cuando el papa habla de “remisión plenaria de todas las penas”, no significa
simplemente el indulgencia de “todas ellas”, sino solamente el de aquellas que él
mismo impuso.

21. En consecuencia, yerran los predicadores de las indulgencias, pues dicen que por las
indulgencias del papa un hombre es liberado de todo castigo, y salvado.

22. Así pues, el papa no remite ninguna pena a las almas en el purgatorio que, según los
cánones, habrían tenido que pagar en esta vida.

23. Si es posible conceder a cualquiera la remisión de todas las penas, esta remisión sólo
puede concederse a los más perfectos, es decir, a los pocos.

24. Esto necesita, por lo tanto, que la mayor parte de la gente sea engañada por esa
indiscriminada y jactanciosa promesa de la liberación de la pena.

25. El poder que el papa tiene, en general, sobre el purgatorio, es igual que el poder que
cualquier obispo o cura tiene, de una manera especial, dentro de su propia diócesis o
parroquia.

26. El papa hace bien cuando concede la remisión a las almas (en el purgatorio), no por el
poder de las llaves (que él no posee), sino por vía de la intercesión.

27. Doctrina de hombre la que dice que tan pronto como una moneda entrra en la caja de
dinero, el alma sale volando (del purgatorio).

28. Es cierto que cuando la moneda entra en la caja de dinero, la ganancia y la avaricia
pueden aumentar, pero el resultado de la intercesión de la Iglesia está solamente en el
poder de Dios.
29. ¿Quién sabe, acaso, si todas las almas del purgatorio desean ser redimidas? Hay que
recordar lo que, según la leyenda, aconteció con San Severino y San Pascual.

30. Nadie está seguro de que su propia contrición es sincera; Mucho menos de que él haya
la remisión completa.

31. Raro como es el hombre que es verdaderamente penitente, es también el hombre que
verdaderamente compra indulgencias, es decir, tales hombres son los más raros.

32. Serán condenados eternamente, junto con sus maestros, los que se creen seguros de
su salvación porque tienen cartas de indulgencia.

33. Los hombres deben estar en guardia contra los que dicen que el indulgencia del papa
es ese inestimable don de Dios por el cual el hombre se reconcilia con Él.

34. Porque estas “gracias del indulgencia” sólo conciernen a las penas de la satisfacción
sacramental, y éstas son nombradas por el hombre.

35. No predican doctrina cristiana los que enseñan que no es necesaria la contrición en
aquellos que tienen la intención de comprar almas fuera del purgatorio o para
comprar confessionalia.

36. Todo cristiano verdaderamente arrepentido tiene derecho a la remisión total de pena
y culpa, incluso sin cartas de indulgencia

37. Todo cristiano verdadero, ya sea vivo o muerto, tiene parte en todas las bendiciones
de Cristo y de la Iglesia; Y esto le es concedido por Dios, incluso sin cartas de
indulgencia.

38. Sin embargo, la remisión y la participación [en las bendiciones de la Iglesia] que son
concedidas por el papa no son en modo alguno despreciables, ya que son, como he
dicho, la declaración de remisión divina

39. Es muy difícil, incluso para los teólogos más afanosos, al mismo tiempo, recomendar al
pueblo la abundancia de indulgencias y la verdadera contrición.
40. La verdadera contrición busca y ama las penas, pero los indulgencias liberales sólo
relajan las penas y hacen que sean odiados, o por lo menos, proveen una ocasión para
odiarlos.

41. Los indulgencias apostólicos deben ser predicados con cautela, la gente puede pensar
falsamente que son preferible a otras buenas obras de amor.

42. Se debe enseñar a los cristianos que el papa no pretende que la compra de
indulgencias sea comparada en modo alguno con las obras de misericordia.

43. Se debe enseñar a los cristianos que quien da a los pobres o presta a los necesitados
hace un trabajo mejor que comprar el indulgencia.

44. Porque el amor crece por obras de amor, y el hombre se hace mejor; Pero por
indulgencias el hombre no crece mejor, sólo más libre de pena.

45. A los cristianos se les debe enseñar que el que ve a un hombre necesitado, y sin
atenderle, da su dinero para comprar el indulgencia, no compra las indulgencias del
papa, sino la indignación de Dios.

46. Se debe enseñar a los cristianos que a menos que tengan más de lo que necesitan,
están obligados a retener lo que es necesario para sus propias familias, y de ninguna
manera a desperdiciarlo con indulgencias

47. Se debe enseñar a los cristianos que la compra de indulgencias es una cuestión de libre
albedrío, y no de mandamiento.

48. Se debe enseñar a los cristianos que el papa, al conceder indulgencias, necesita, y por
lo tanto desea, su devota oración por él, más que el dinero que traen.

49. A los cristianos se les debe enseñar que los indulgencias del papa son útiles, si no
ponen su confianza en ellos; pero totalmente perjudiciales, si a través de ellos pierden
el temor de Dios.
50. Se debe enseñar a los cristianos que si el papa conociera las exigencias de los
predicadores de indulgencia, preferiría que la Basílica de San Pedro se convirtiera en
cenizas, que construirla con la piel, la carne y los huesos de sus ovejas.

51. A los cristianos se les debe enseñar que sería el deseo del papa, como es su deber, dar
de su propio dinero a muchos de aquellos de quienes algunos vendedores de
indulgencias ganan dinero, a pesar de que la iglesia de San Pedro podría tener que ser
vendido.

52. La seguridad de la salvación por medio de las cartas de indulgencia es vana, aunque el
comisario, aunque el propio papa, pusieran su alma como prenda.

53. Son enemigos de Cristo y del papa, quienes para que las indulgencias puedan ser
predicadas, silencian completamente la Palabra de Dios en algunas Iglesias,

54. Se hace daño a la Palabra de Dios cuando, en el mismo sermón, se gasta un tiempo
igual o mayor en hablar de indulgencias que en predicar la Palabra.

55. Debe ser la intención del papa que, si las indulgencias, que son una cosa muy pequeña,
se celebran con una campana, con procesiones y ceremonias únicas, entonces el
Evangelio, que es lo más grande, debe ser predicado con cien campanas, cien
procesiones, cien ceremonias.

56. Los “tesoros de la Iglesia”, de donde el papa distribuye las indulgencias no son
suficientemente nombrados ni conocidos entre el pueblo de Cristo.

57. Que no son tesoros temporales es ciertamente evidente, porque muchos de los
vendedores no derrochan tales tesoros tan fácilmente, pero si los acumulan.

58. Ni son los méritos de Cristo y de los santos, porque aun sin el papa, éstos siempre
trabajan gracia para el hombre interior, y la cruz, la muerte y el infierno para el
hombre exterior.

59. San Lorenzo dijo que los tesoros de la Iglesia eran los pobres de la Iglesia, pero habló
según el uso de la palabra en su tiempo.
60. Sin temeridad decimos que las llaves de la Iglesia, dadas por el mérito de Cristo, son
ese tesoro;

61. Porque está claro que para la remisión de las penas y de los casos reservados, el poder
del papa es por sí mismo suficiente.

62. El verdadero tesoro de la Iglesia es el Santísimo Evangelio de la gloria y de la gracia de


Dios.

63. Pero este tesoro es naturalmente el más odioso, porque hace que el primero sea el
último.

64. Por otra parte, el tesoro de las indulgencias es naturalmente más aceptable, porque
hace que los últimos sean los primeros.

65. Por lo tanto, los tesoros del Evangelio son redes con las que antes solían pescar
hombres de riquezas.

66. Los tesoros de las indulgencias son redes con las que ahora pescan las riquezas de los
hombres.

67. Las indulgencias que los predicadores claman como las “más grandes gracias” son
verdaderamente tales, en cuanto promueven la ganancia.

68. Sin embargo, son en verdad las gracias más pequeñas comparadas con la gracia de
Dios y la piedad de la Cruz.

69. Los obispos y curas están obligados a admitir los comisarios de las indulgencias
apostólicas, con toda reverencia.

70. Pero aún más están obligados a vigilar con todos sus ojos y atender con todos sus
oídos, para que estos hombres no predicen sus propios ensueños en lugar de la
comisión del papa.

71. ¡El que habla en contra de la verdad de las indulgencias apostólicas, sea anatema y
maldito!
72. ¡Pero el que se guarda contra la lujuria y la licencia de los predicadores de indulgencia,
que sea bendecido!

73. El papa tiembla justamente contra aquellos que, por cualquier arte, inventan el
perjuicio del tráfico de indultos.

74. Pero mucho más pretende condenar a aquellos que usan el pretexto de las
indulgencias para intrigar en perjuicio del amor y la verdad.

75. Pensar que las indulgencias papales son tan grandes que pueden absolver a un
hombre aunque haya cometido un pecado imposible como haber violado a la madre
de Dios, esto es locura.

76. Nosotros decimos, por el contrario, que las indulgencias papales no son capaces de
borrar lo menor de los pecados veniales, en lo que se refiere a su culpabilidad.

77. Se dice que incluso San Pedro, si ahora fuera papa, no podría otorgar mayores gracias;
Esto es una blasfemia contra San Pedro y contra el papa.

78. Nosotros decimos, por el contrario, que incluso el actual papa, y cualquier otro, tiene
mayores gracias a su disposición. A saber, el Evangelio, las virtudes espirituales, los
dones de curación, etc., como está escrito en I. Corintios XII.

79. Es blasfemia decir que la cruz, adornada con las armas papales y erguida por los
predicadores de indulgencias, es de igual valor que la Cruz de Cristo.

80. Los obispos, los curas y los teólogos que permiten que tal conversación se extienda
entre el pueblo, tendrán una cuenta que rendir.

81. Esta predicación desenfrenada de indulgencias no hace fácil, ni siquiera para los
hombres eruditos, salvar el respeto debido al papa de la calumnia, ni siquiera de los
cuestionamientos astutos de los laicos.

82. A saber: ¿Por qué el papa no vacía el purgatorio a causa de la santísima caridad y la
muy apremiante necesidad de las almas, lo cual sería la más justa de todas las razones
si él redime un número infinito de almas a causa del muy miserable dinero para la
construcción de la basílica, lo cual es un motivo completamente insignificante?

83. Otra vez: ¿Por qué continúan las misas mortuorias y de aniversario por los muertos, y
por qué no devuelve ni permite la retirada de las dotaciones fundadas en su favor, ya
que es malo rezar por los redimidos?

84. Del mismo modo: ¿Qué es esta nueva piedad de Dios y del papa, según la cual
conceden al impío y enemigo de Dios, por medio del dinero, redimir un alma pía y
amiga de Dios, y por qué no la redimen más bien, a causa de la necesidad, por gratuita
caridad hacia esa misma alma pía y amada?

85. Asimismo: ¿Por qué los cánones penitenciales que de hecho y por el desuso desde
hace tiempo están abrogados y muertos como tales, se satisfacen no obstante hasta
hoy por la concesión de indulgencias, como si estuviesen en plena vigencia?

86. Una vez más: ¿Por qué el papa, cuya fortuna es hoy más abundante que la de los más
opulentos ricos, no construye tan sólo una basílica de San Pedro de su propio dinero,
en lugar de hacerlo con el de los pobres creyentes?

87. Y otra vez: ¿Qué es lo que remite el papa y qué participación concede a los que por
una perfecta contrición tienen ya derecho a una remisión y participación plenarias?

88. Del mismo modo: ¿Qué bien mayor podría hacerse a la iglesia si el papa, como lo hace
ahora una vez, concediese estas remisiones y participaciones cien veces por día a
cualquiera de los creyentes?

89. Dado que el papa, por medio de sus indulgencias, busca más la salvación de las almas
que el dinero, ¿por qué suspende las cartas e indulgencias ya anteriormente
concedidas, si son igualmente eficaces?

90. Reprimir estos sagaces argumentos de los laicos sólo por la fuerza, sin desvirtuarlos
con razones, significa exponer a la iglesia y al papa a la burla de sus enemigos y
contribuir a la desdicha de los cristianos.

91. Por tanto, si las indulgencias se predicasen según el espíritu y la intención del papa,
todas esas objeciones se resolverían con facilidad o más bien no existirían.
92. Que se vayan, pues todos aquellos profetas que dicen al pueblo de Cristo: “Paz, paz”; y
no hay paz.

93. Que prosperen todos aquellos profetas que dicen al pueblo: “Cruz, cruz” y no hay cruz.

94. Es menester exhortar a los cristianos que se esfuercen por seguir a Cristo, su cabeza, a
través de penas, muertes e infierno.

95. Y a confiar en que entrarán al cielo a través de muchas tribulaciones, antes que por la
ilusoria seguridad de paz.

Wittenberg, 31 de octubre de 1517.

Huldrych Zwinglio

(También conocido como Huldrych Zwingli o Ulrico Zuinglio) Reformador protestante suizo
(Wildhaus, Sankt-Gallen, 1484 – Kappel, 1531). Procedente de una familia de labradores
acomodados, Huldrych Zwinglio estudió en las universidades de Basilea y Viena, siguió la
carrera eclesiástica y se hizo cura (1506) y capellán castrense (1513). Por sus lecturas y
contactos personales recibió la influencia del humanismo renacentista (de Erasmo de
Rotterdam, entre otros).

Desde que fue destinado como predicador a la catedral de Zúrich en 1518, pasó gradualmente
de defender la purificación de la piedad católica a criticar al papa y a la Iglesia romana, con la
que rompió en 1523. Aunque conocía los escritos de Lutero, Zwinglio inició su propia vía
reformista de manera independiente y se distanció del reformador alemán, adoptando
posiciones más radicales.

Huldrych Zwinglio

Su programa político y religioso quedó plasmado en las 67 tesis de 1523 y su doctrina teológica
en la obra Comentario sobre la verdadera y la falsa religión (1525). Zwinglio hizo de la Biblia la
única autoridad en materia religiosa, rechazando el magisterio de la Iglesia y la dependencia de
Roma. Condenó el culto a las imágenes y las reliquias, sustituyó el latín por el alemán en la
liturgia, eliminó los sacramentos de la eucaristía, la confirmación y la extremaunción, eliminó
de los templos los órganos y los altares, e hizo proscribir la tradicional exportación de
mercenarios suizos a los ejércitos europeos.

Su reforma se inició en Zúrich, donde contó con el apoyo del magistrado que gobernaba la
ciudad; luego pretendió extenderla a toda Suiza y vincular el poder religioso con el poder
político, entrando así en conflicto con los fieles católicos y de otras confesiones protestantes
(como los anabaptistas). Consiguió extender sus enseñanzas a los cantones de Berna, Sankt-
Gall, Constanza y Basilea, que formaron una liga de cantones protestantes y buscaron el apoyo
de príncipes alemanes opuestos a los Habsburgo (aliados, a su vez, de los cantones católicos de
Suiza).
Tras una entrevista con Lutero (Coloquio de Marburgo, 1529), en la que ambos líderes
fracasaron en el intento de aunar posturas doctrinales para unificar sus fuerzas político-
militares, Huldrych Zwinglio lanzó a sus partidarios a la guerra contra los cantones católicos. El
enfrentamiento se produjo en la batalla de Kappel (1531), que se saldó con el triunfo católico y
la muerte de Zwinglio.

Ello significó un importante retroceso de la influencia protestante en Suiza, pero los territorios
ganados a la reforma por la acción de Zwinglio permanecieron a la larga fieles a sus
enseñanzas. Zwinglio fue el principal reformador protestante de la Suiza de habla alemana,
mientras que Calvino inspiraría -más tarde- la reforma en la zona francófona. En 1539 los
zuinglianos se unificaron con los calvinistas en la Confesio Helvetica.

Las 67 Tesis de Ulrico Zwinglio

Yo, Ulrico Zuinglio, confieso haber predicado en la muy noble ciudad de Zürich los artículos y
pensamientos que luego pasaré a exponer. Se basan en la Sagrada Escritura, la
«theopneustos», o sea, la inspirada por Dios.

Me ofrezco a defender dichos artículos y estoy dispuesto a dejarme aleccionar en el caso de


que yo no haya comprendido bien la Sagrada Escritura; pero cualquier corrección que se me
haga ha de estar basada exclusivamente en la Sagrada Escritura.

LAS SESENTA Y SIETE CONCLUSIONES

1. Yerran y ofenden a Dios todos los que dicen que nada vale el Evangelio si no es
confirmado por la Iglesia.

2. He aquí resumido el Evangelio: Nuestro Señor Cristo Jesús, el verdadero Hijo de Dios,
nos ha dado a conocer la voluntad de su Padre celestial y con su muerte inocente nos
ha redimido y reconciliado con Dios.

3. Por eso es Cristo el único camino de salvación para todos los hombres que fueron, son
y serán.

4. Cualquiera que busque o indique otra puerta yerra e incluso es un asesino de las almas
y un ladrón.

5. Por consiguiente, todos cuantos enseñan falsas doctrinas diciendo que son iguales al
Evangelio o que valen más que éste ignoran lo que es el Evangelio.
6. Porque Cristo Jesús es el jefe y capitán por Dios prometido a los hombres y por Dios
enviado,

7. Para que él fuese la salvación eterna y la cabeza de todos los creyentes. Estos son su
cuerpo que, sin El, sería un cuerpo muerto, incapaz de emprender nada.

8. De aquí se colige: Primero: Todos los que viven en Cristo como cabeza son sus
miembros e hijos de Dios, o sea, la Iglesia o comunión de los santos, la esposa de
Cristo, la «Ecclesia Catholica», es decir, universal.

9. Segundo: Así como los miembros corporales nada pueden si no son regidos por la
cabeza, tampoco puede nadie nada si está en el cuerpo de Cristo sin su cabeza, que es
Cristo.

10. Si ya actúan los hombres neciamente cuando sus miembros obran sin contar con la
cabeza y en consecuencia se hieren entre sí y salen perjudicados, igualmente obran
neciamente los miembros de Cristo si intentan emprender algo sin su cabeza: Cristo.
Lo que hacen es herirse a sí mismos y sobrecargarse con leyes imprudentes.

11. De aquí procede el que veamos cómo los preceptos promulgados por gente que
llamamos «clérigos», referentes a su boato, sus riquezas, su rango, sus títulos y leyes
son la causa de toda necedad; porque no concuerdan con la cabeza.

12. Por eso obran neciamente, aunque no por causa de la cabeza (ya se realizan esfuerzos,
mediante la gracia divina, para restablecer el valor de la cabeza), sino que decimos del
obrar necio porque ya no estamos dispuestos a soportarlo, sino que deseamos
escuchar solamente lo que la cabeza dice.

13. Oyéndola, se aprende a conocer la voluntad de Dios en forma clara y precisa, y gracias
al Espíritu de Dios el hombre es atraído hacia Dios y transformado en EL.
14. Por esta razón todos los cristianos deberían poner su máxima atención en que en todo
el mundo sea predicado únicamente el Evangelio.

15. Porque nuestra salvación consiste en creer en el Evangelio y, por el contrario, nuestra
condenación consiste en la incredulidad. Y es que el Evangelio contiene claramente
toda la verdad.

16. En el Evangelio y del Evangelio se aprende que las doctrinas y los preceptos humanos
no ayudan en absoluto para salvación.

17. Cristo es el eterno y único Sumo Sacerdote. De esto colegimos que quienes se han
proclamado «Sumos Sacerdotes» no solamente se oponen a la gloria y el poder de
Cristo, sino que incluso le desechan.

18. Cristo se sacrificó a sí mismo una vez y su sacrificio vale eternamente como actuante y
expiatorio y acontecido por los pecados de todos los creyentes. Esto permite
reconocer que la misma misa no es ningún sacrificio, sino un memorial del sacrificio y,
a la vez, la confirmación de la redención que Cristo ha realizado en bien nuestro.

19. Cristo es el único Mediador entre Dios y nosotros.

20. Dios quiere concedernos todas las cosas en el nombre de Cristo y de esto se deduce
que tampoco necesitamos de otro Mediador en el Más Allá.

21. Si aquí, en este mundo, oramos los unos por los otros, lo hacemos confiando en que
solamente por Cristo todo nos será concedido.

22. Cristo es nuestra justicia 1 y de ello colegimos que nuestras obras, siempre que sean
buenas, es decir, realizadas en Cristo, son buenas obras; pero no lo son si las
realizamos por cuenta propia.
23. Cristo dejó a un lado el provecho y las glorias de este mundo y de ello deducimos que
aquellos que en nombre de Cristo atesoran riquezas, le perjudican sobremanera;
porque le invocan como pretexto de su avaricia y arbitrariedad.

24. Como ningún cristiano está obligado a hacer obras no ordenadas por Dios, puede
tomar en cualquier tiempo los alimentos que le plazcan. Y de esto deducimos que el
permiso del gustar del queso y la mantequilla son un engaño papista.2

25. El cristiano no depende de fechas o lugares determinados, sino al contrario. Por


consiguiente, quienes señalan fechas y lugares privan al cristiano de su libertad.

26. Lo que más desagrada a Dios es la hipocresía. Por lo tanto, todo cuanto el hombre
haga para aparentar ser mejor que los demás es pura hipocresía y merece ser puesto
en entredicho. En esto van incluidos los hábitos o ropajes, los signos (cruces, etcétera)
cosidos a la vestimenta, la tonsura, etc.

27. Todos los cristianos son hermanos de Cristo y hermanos entre sí y ninguno debe
considerarse superior a otros delante de Dios. Esto quiere decir que las Ordenes
Religiosas, las sectas y los movimientos revolucionarios cristianos no tienen razón de
ser.

28. Justo es todo lo que Dios ha permitido y no ha prohibido. Por consiguiente, el


matrimonio es cosa lícita para todos los hombres.

29. Y de aquí colegimos que aquellos que se denominan «clérigos» pecan si habiendo
advertido que Dios no admite su continencia no la remedian casándose.

30. Quienes hacen voto de castidad realizan una promesa ingenua o neciamente. Y por
eso los que tales votos hacen obran alevosamente para con los hombres piadosos.

31. La excomunión no puede ser dictada por una sola persona, sino por la Iglesia, es decir,
por la comunión de aquellos con quienes convive el posible excomulgado juntamente
con el que vigila, o sea, el pastor.
32. Solamente puede ser castigado con la excomunión quien cause escándalo pública y
notoriamente.

33. Si alguien ha acumulado bienes de fortuna por medios injustos, dichos bienes no
deben servir para beneficio de los templos, los conventos, los frailes o las monjas, sino
que deben ser destinados a personas indigentes, o sea, necesitadas.

34. El boato que ostentan las «autoridades eclesiásticas», como suele decirse, no tiene
ningún fundamento en la doctrina de Cristo;

35. Pero, por el contrario, las autoridades civiles y seculares tienen poder y fundamento
en la doctrina y los hechos de Cristo.

36. Ese poder autoritativo que pretende ejercer la autoridad eclesiástica le pertenece, en
realidad, a las autoridades seculares, siempre que éstas sean cristianas.

37. Todos los cristianos sin excepción deben obediencia a la autoridad secular,

38. Mientras ella no ordene cosas que vayan contra Dios.

39. Por eso, las leyes de la autoridad secular en su totalidad han de estar en conformidad
con la voluntad de Dios, de modo que protejan al oprimido, aunque éste no levante la
voz.

40. Solamente la autoridad civil tiene el derecho de condenar a muerte sin provocar la ira
de Dios. Pero puede sentenciar a muerte únicamente a aquellos que pública y
notoriamente escandalicen contra lo que Dios ha ordenado.

41. Si en forma justa la autoridad civil aconseja y ayuda, consejo y ayuda de que rendirá
cuentas ante Dios, está también obligada a proporcionar el sustento corporal de
quienes hayan sido por ella juzgados.
42. Mas si, por el contrario, las autoridades civiles actúan al margen de la regla de Cristo es
la voluntad de Dios que sean destituidas.

43. Resumiendo: El mejor y más firme gobierno legislativo es el que rige conforme a la
voluntad de Dios, mientras que el peor y más débil gobierno es el que actúa sólo
conforme a su propio arbitrio.

44. Los verdaderos adoradores invocan a Dios en espíritu y en verdad sin jactarse delante
de los hombres.

45. Los hipócritas realizan sus obras para que los hombres las vean; pero ahora ya reciben
su recompensa.

46. Así pues, los cánticos en el templo y el predicar mucho, pero sin devoción y solamente
para ganar dinero, son cosas hechas buscando la alabanza de los hombres o por mero
afán de lucro.

47. Todo hombre debe preferir dejarse matar antes que escandalizar al cristiano o hacerle
caer en desgracia.

48. Si alguien por debilidad o ignorancia se siente escandalizado, no se le debe dejar en su


debilidad o ignorancia, sino que es preciso fortalecerle, a fin de que no considere
pecado lo que no es pecado.

49. El mayor escándalo que conozco es que se prohíba casarse a los clérigos y, en cambio,
se les permita, si abonan dinero, tener trato con rameras.

50. Sola y exclusivamente Dios mismo perdona los pecados por Cristo Jesús, nuestro
Señor.

51. Quien permita a la criatura humana perdonar pecados despoja a Dios de su gloria para
dársela a lo que no es Dios. Esto es en el fondo pura idolatría.
52. De aquí que la confesión de los pecados hecha ante un sacerdote o simplemente ante
el prójimo no deba considerarse como perdón de los pecados, sino como solicitar
prudente y buen consejo.

53. Menos la excomunión, los actos de penitencia impuestos son consecuencia del juicio u
opinión puramente humanos. Dichos actos tampoco borran los pecados, sino que
solamente han de ser impuestos para que los demás se atemoricen.

54. Cristo ha soportado todos nuestros dolores y padecimientos. Quien atribuya a los
actos de penitencia lo que sólo es de Cristo yerra y ofende a Dios.

55. Quien diga que al hombre arrepentido no le es perdonado este o aquel pecado; quien
tal cosa diga no obra en lugar de Dios ni de Pedro, sino de Satanás.

56. Quien solamente por dinero perdone ciertos pecados hace causa común con Simón y
Balaam y es un verdadero apóstol del diablo.

57. La verdadera Sagrada Escritura nada sabe de un Purgatorio después de la muerte.

58. El juzgar sobre los muertos le corresponde exclusivamente a Dios.

59. Cuanto menos Dios nos ha dado a conocer de estas cosas tanto más hemos de
guardarnos de intentar saber algo acerca de ellas.

60. No considero sea malo el que una persona atribulada ruegue por los muertos la gracia
de Dios. Pero determinar que se ruegue en determinada fecha y con afán de lucro no
es humano, sino diabólico.

61. La Sagrada Escritura nada sabe de ese carácter especial que finalmente se han
apropiado los sacerdotes.
62. La Sagrada Escritura tampoco reconoce otros sacerdotes fuera de aquellos que
predican el Evangelio.

63. Acerca de estos últimos ordena que se les honre, o sea, que se les proporcione lo
necesario para su sustento.

64. A todos cuantos reconozcan sus errores no hay que castigarles, sino dejarlos que vivan
y mueran en paz, y por lo que respecta a los ingresos que como sacerdotes venían
disfrutando, mírese esta cuestión con cristiana caridad.

65. Por lo que atañe a aquellos que no reconozcan sus errores, ya Dios los juzgará
conforme a su justicia divina. En consecuencia, no deben aplicárseles castigos
corporales, a no ser que se comporten tan desconsideradamente que no haya modo
de tratarlos de otra forma.

66. Ahora ya han de humillarse todos los jerarcas eclesiásticos y levantar la cruz de Cristo
en lugar de alzar el arca del dinero. Si así no lo hacen, se hundirán; porque el hacha ya
está puesta junto a las raíces del árbol.

67. Si alguno desea discutir conmigo acerca de los intereses sobre el préstamo, el diezmo,
los niños sin bautizar o la Confirmación, me ofrezco gustoso a dar respuesta. Pero que
nadie intente discutir conmigo esgrimiendo argumentos sofísticos o aduciendo
charlatanerías humanas, sino que de antemano reconozca la Sagrada Escritura por
único juez, a fin de que se encuentre la verdad o se mantenga en pie, si, como espero,
ya ha sido hallada. Amén.

¡Que Dios sea con nosotros! Por Ulrico Zuinglio.

Juan Calvino

(Jean Cauvin o Calvin; Noyon, Francia, 1509 – Ginebra, 1564) Teólogo y reformador
protestante. Educado en el catolicismo, cursó estudios de teología, humanidades y derecho.
Con poco más de veinte años se convirtió al protestantismo, al adoptar los puntos de vista de
Lutero: negación de la autoridad de la Iglesia de Roma, importancia primordial de la Biblia y
doctrina de la salvación a través de la fe y no de las obras.

Juan Calvino

Tales convicciones le obligaron a abandonar París en 1534 y buscar refugio en Basilea (Suiza).
1536 fue un año decisivo en su vida: por un lado, publicó un libro en el cual sistematizaba la
doctrina protestante -Las instituciones de la religión cristiana-, que alcanzaría enseguida una
gran difusión; y por otro, llegó a Ginebra, en donde la creciente comunidad protestante le
pidió que se quedara para ser su guía espiritual. Calvino se instaló en Ginebra, pero sus
autoridades le expulsaron de la ciudad en 1538 por el excesivo rigor moral que había tratado
de imponer a sus habitantes.

En 1541 los ginebrinos volvieron a llamarle y, esta vez, Calvino no se limitó a predicar y a tratar
de influir en las costumbres, sino que asumió un verdadero poder político, que ejercería hasta
su muerte. Aunque mantuvo formalmente las instituciones representativas tradicionales,
estableció un control de hecho sobre la vida pública, basado en la asimilación de comunidad
religiosa y comunidad civil.

Un Consistorio de ancianos y de pastores -dotado de amplios poderes para castigar- vigilaba y


reprimía las conductas para adaptarlas estrictamente a la que suponían voluntad divina:
fueron prohibidos y perseguidos el adulterio, la fornicación, el juego, la bebida, el baile y las
canciones obscenas; hizo obligatoria la asistencia regular a los servicios religiosos; y fue
intolerante con los que consideraba herejes (como Miguel Servet, al que hizo quemar en la
hoguera en 1553). El culto se simplificó, reduciéndolo a la oración y la recitación de salmos, en
templos extremadamente austeros de donde habían sido eliminados los altares, santos, velas y
órganos.

La lucha por imponer todas estas innovaciones se prolongó hasta 1555, con persecuciones
sangrientas, destierros y ejecuciones; después, Calvino reinó como un dictador incontestado.
Ginebra se convirtió así en uno de los más importantes focos protestantes de Europa, desde
donde irradiaba la Reforma. El propio Calvino se esforzó hasta el final de su vida por hacer
proselitismo, extendiendo su influencia religiosa, especialmente hacia Francia.

Muerto Ulrico Zuinglio en 1531, Calvino se había erigido en el principal dirigente del
protestantismo europeo, capaz de hacer frente a la Contrarreforma católica. El calvinismo
superó pronto en influencia al luteranismo (limitado al norte de Alemania y los países
escandinavos): calvinista fue el protestantismo dominante en Suiza y en Holanda, así como el
de los hugonotes franceses, los presbiterianos escoceses o los puritanos ingleses (que después
emigraron a Norteamérica), y otras comunidades importantes de tendencia calvinista
surgieron en países como Hungría, Polonia y Alemania.

Calvino se opuso siempre a la fusión de las iglesias reformadas inspiradas por él con las de
inspiración luterana, alegando irreductibles diferencias teológicas. Entre éstas destaca la
doctrina de la predestinación: según Calvino, Dios ha decidido de antemano quiénes se
salvaran y quiénes no, con independencia de su comportamiento en la vida; el hombre se salva
si ha sido elegido para ese destino por Dios; y las buenas obras no constituyen méritos
relevantes a ese respecto, sino una conducta también prevista por el Creador.

Quienes han sido destinados a la salvación han sido también destinados a llevar una vida recta;
curiosamente, esta doctrina produjo entre los creyentes calvinistas un efecto moralizante,
caracterizándose dichas comunidades por un extremado rigor moral y una dedicación
sistemática al trabajo, como Calvino prescribió. Otras peculiaridades de su doctrina, como la
de admitir el préstamo con interés (en contraste con los católicos y con los luteranos) han
permitido que desde Max Weber algunos historiadores vieran en la ética calvinista el «caldo de
cultivo» más propicio para el desarrollo de la moderna economía capitalista.

Unos 100 años después que la Reforma Protestante explotara en Europa, en 1517, el Sínodo
de Dort tuvo lugar en Holanda. El motivo de esta convención fue discutir el crecimiento de una
nueva y diferente doctrina en la Iglesia Reformada Holandesa: el arminianismo. La agenda de
discusión incluía cinco temas fundamentales: la depravación total del hombre, la elección
incondicional, la expiación limitada, la gracia irresistible, y la perseverancia de los santos. Al
finalizar el sínodo, Jacobo Arminio y su enseñanza habían sido oficialmente rechazados por la
Iglesia.

De estos cinco puntos sale el acróstico TULIP (tulipán, en inglés), que abarca de manera
simplificada y concreta la teología reformada:

T: Depravación total.

U: Elección incondicional.

L: Expiación limitada.

I: Gracia irresistible.

P: Perseverancia de los santos.

Estos cinco puntos también se conocen como los “cinco puntos del Calvinismo” y “Doctrinas de
la gracia”.

La Biblia, nuestra única autoridad

Como cristianos, no nos atenemos a nada más que a la Palabra del Señor, y solo la Biblia es
nuestra autoridad suprema. A la luz de la misma veremos cada uno de estos puntos. También
seremos ayudados por nuestros hermanos del cristianismo histórico de los 1600s. Tanto el
Canon de Dort (1618), como la Confesión de Fe de Westminster (1646) hablan sobre estos
cinco puntos.

Depravación total

Toda humanidad ha sido afectada, dañada, y distorsionada por la entrada del pecado al
mundo. Esto no significa que el hombre es tan malo como pudiera ser, sino que cada aspecto
de nuestra vida está afectado por el pecado, de manera que estamos muertos en nuestros
delitos y pecados (Ef. 2:5), y no podemos cambiar nuestra situación por nosotros mismos (Col.
2:13).

El Canon de Dort nos dice, “Por consiguiente, todos los hombres son concebidos en pecado, y
al nacer como hijos de ira, incapaces de algún bien saludable o salvífico, e inclinados al mal,
muertos en pecados y esclavos del pecado; y no quieren ni pueden volver a Dios, ni corregir su
naturaleza corrompida, ni por ellos mismos mejorar la misma, sin la gracia del Espíritu Santo,
que es quien regenera” (Canon de Dort, Capítulo 3-4, IIL).

Las doctrinas del pecado y la depravación total del hombre están más que bien representadas
en ambos testamentos (cp. Is. 53:6; 2 Cr. 6:36; Ro. 3:9-12; 1 Jn. 1:8,10; Mr. 10:18; Miq. 7:2-4;
Jer. 17:9; Mt. 15:19; Gen. 6:5, 8:21).

Elección incondicional

Dios elige a quien Él quiere elegir. Este es uno de los puntos más conflictivos, sin embargo, está
muy ligado al anterior. Debido a que estamos muertos ,literalmente inhabilitados de tomar
cualquier tipo de decisión que nos ayude, la única salida a nuestra muerte espiritual es que
Dios nos saque de ella (2 Ti. 1:9). Si realmente creemos que somos malos, no tenemos derecho
a quejarnos de que Dios ejerza su gracia soberanamente.
La elección incondicional simplemente significa que Dios escoge dar vida eterna sin haber visto
nada bueno en los elegidos. Juan 15:16 no nos da lugar a dudas: “Ustedes no me escogieron a
Mí, sino que Yo los escogí a ustedes, y los designé para que vayan y den fruto, y que su fruto
permanezca”; asimismo, vemos mucho acerca de esto en la teología paulina (cp. Ro. 9:15-16;
Ef. 1:4-5; 1 Tes. 1:4-5; 2 Tes. 2:13; 1 Cor. 1:27-29).

Nuestros hermanos de hace casi 400 años atrás nos dicen, “Por el decreto de Dios, para la
manifestación de Su gloria, algunos hombres y ángeles son predestinados para vida eterna; y
otros son pre-ordenados para muerte eterna” (Confesión de Westminster, Capítulo 3, IV).

Expiación limitada

La muerte de Cristo paga por todos los pecados de los que han sido elegidos. El perdón de los
pecados está disponible para todos los pecadores, pero solo paga por aquellos que el Padre ha
predestinado desde la fundación del mundo. Esta doctrina también es conocida como
expiación “específica” o “particular”.

Más allá, en escritos de algunos de los grandes reformadores como Juan Calvino, John Owen y
Charles Hodge vemos: “Suficiente para todos, efectivo para algunos”. La expiación de Cristo es
suficiente para que toda la humanidad sea salva (independientemente de si creyeren o no),
pero solo es eficiente para los que creen. La sangre de Cristo pudiese salvar a todos, si esa
fuese la voluntad de Dios; pero esa no es su voluntad. Esto lo podemos ver en diversos textos
(cp. Jn. 6:37-40; Ef. 1:4; Is. 53:11; 2 Cor. 5:21; Jn. 10:11-29).

“Porque este fue el consejo absolutamente libre, la voluntad misericordiosa y el propósito de


Dios Padre: que la virtud vivificadora y salvadora de la preciosa muerte de Su Hijo se
extendiese a todos los predestinados para, únicamente a ellos, dotarlos de la fe justificante, y
por esto mismo llevarlos infaliblemente a la salvación” (Canon de Dort, Capítulo 2, VIII).

Gracia irresistible

Nadie se puede negar o resistir a la gracia salvadora de Dios. Esta doctrina también se conoce
como “llamamiento eficaz”. Cuando la gracia llega, nunca puede ser rechazada: su efectividad
es perfecta. Esto significa que si Dios ha elegido a alguien, no hay forma en que esa persona no
llegue a ser salva. ¿Quiénes somos nosotros para decirles que ‘no’ al Señor?

“Todos los que Dios predestinó para vida, y solo esos, Él se place, en su tiempo, llamar
efectivamente por Su Palabra y el Espíritu… ” (Confesión de Fe de Westminster, Capítulo 10, I).

Este es posiblemente uno de los puntos más esperanzadores de toda la teología cristiana: por
su poderosa gracia, los que fuimos escogidos, seremos glorificados (Ro. 8:29-30). De la misma
manera vemos el poder de la gracia a lo largo de la Escritura (cp. Jn. 6:37, 44, 65; Ro. 11:7; 2
Tes. 13-14; 1 Cor. 1:9; Gal. 1:5).

Perseverancia de los santos

Los elegidos, los realmente salvos, perseverarán hasta el final. ¡Otra gran y esperanzadora
verdad! Filipenses 1:6 nos dice, “Estoy convencido precisamente de esto: que el que comenzó
en ustedes la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Cristo Jesús”. Esto no se refiere al
mal llamado “salvo siempre salvo”, que una vez somos elegidos por Dios podemos vivir como
nos venga en gana. Más bien nos dice que, en la soberanía de Dios, aquellos que Él eligió para
salvación van a sostener esa confesión de conversión hasta su muerte, perseverando en vidas
de santidad. Estas verdades están presentes una y otra vez en la Biblia (cp. Ro. 8:35-39; 2 Pe.
1:10; Jn. 10:28,29; 1 Jn. 3:9; 1 Pe. 1:5,9).

“A quienes Dios ha aceptado en su Amado, y que han sido llamados eficazmente y santificados
por su Espíritu, no pueden caer ni total ni definitivamente del estado de gracia, sino que
ciertamente han de perseverar en él hasta el fin, y serán salvados eternamente. … Esta
perseverancia de los santos depende no de su propio libre albedrío, sino de la inmutabilidad
del decreto de elección, que fluye del amor gratuito e inmutable de Dios el Padre” (Confesión
de Fe de Westminster, Capítulo 17, I,II).

Más que calvinismo

Los cinco puntos no son tanto “calvinistas” como son “cristianos”. El TULIP no pretende ser un
sustituto o mejora a la teología bíblica, sino un reflejo de la misma. Así como Newton no
inventó la ley de la gravedad sino que enunció la ley, Agustín, Calvino, o Dort no inventaron
estas doctrinas. El Señor decretó estos gloriosos cinco puntos, y solo Él merece la gloria por
ellos.

Explicar el TULIP no es complicado. Nosotros podemos ver claramente cada uno de estos cinco
puntos en toda la Biblia. Recordemos, esto no es ‘calvinismo’: este es el glorioso evangelio de
Jesús: Nosotros somos malos.

No hemos hecho nada bueno para ser elegidos.

Cristo murió por los pecados de los suyos.

Nadie se puede negar a la gracia.

Los que son realmente elegidos, perseverarán hasta el fin.

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