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Adrienne von Speyr

Santidad
en la vida cotidiana

(Heiligkeit im Alltag , en «Geist und Leben» 22 (1949) 3, 161-168)

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Adrienne von Speyr

Santidad en la vida cotidiana


Heiligkeit im Alltag, en «Geist und Leben» 22 (1949) 3, 161-168 ■ Traducción española : Community of St. John,
2020

U n hombre va por la mañana a su trabajo,


no va pensando en nada. Entonces, un
tema de moda que suena en la calle le toca. Él
de vivir de un alimento escondido, sustancial,
de una elección y decisión interior, de una
fuente capaz de acompañarle imperceptible-
lo escucha, repite su melodía. Al final, es la me- mente durante su vida cotidiana y de hacer de
lodía la que le persigue y él ya no puede desha- su vida una vida esencial, cristiana, santa. Si lo
cerse de ella en todo el día. O se trata de una fútil posee ya tal fuerza sobre nosotros, o me-
mala palabra que escucha casi por casualidad, jor, si nosotros poseemos tantas energías y tal
que ni siquiera está seguro de que se dirija a él. profunda interioridad que en la vida diaria
La palabra entra en él, le hace pensar. Quizá quedan sin provecho alguno y que de puro es-
fue dicha en el momento en que se cerraba la tar vacías pasan a estar a disposición de las futi-
puerta de un coche, y cada vez que durante ese lidades de la vida diaria: ¿cómo sería una vida
día escuchó un ruido semejante, la palabra vol- que ofreciera esas posibilidades desaprovecha-
vía a presentársele. das a una realidad verdadera, a la realidad Dios?
Nuestra vida psíquica está, de algún modo, Nosotros somos cristianos, creemos, cum-
siempre indefensa, expuesta; estímulos e in- plimos las exigencias mínimas de la Iglesia.
fluencias externas pueden determinarla, darle Pero quizá lo hagamos como ese hombre rea-
un cierto tono, incluso captarla. Por otra parte, lizaba su trabajo diario: de un modo pulcro,
las ocupaciones diarias de la mayoría de los honesto, incontestable. Sólo que ahí existe un
hombres son tales que no atraen toda su aten- espacio vacío que tal vez sea mucho más gran-
ción ni la concentran en su servicio, sus ocupa- de que el espacio pretendido por las “obliga-
ciones dejan sin utilizar toda una zona de la ciones eclesiales”, un espacio que nos reserva-
vida interior del hombre. Uno puede dejarse mos por el hecho de vivir para nosotros mis-
acompañar durante todo el día por una melodía mos, de instalarnos en nosotros mismos, de
o un pensamiento, y esto impide el trabajo. E pactar con nosotros mismos. Pero, ¿qué suce-
incluso si uno es bien consciente de que podría dería si la Palabra de Dios tomara en nosotros
trabajar más intensamente y con mayor dedi- el lugar que hasta ahora han ocupado esa ca-
cación, sin embargo nadie notará en el trabajo sualidad y ese placer periférico? La Palabra de
realizado que quien lo realizó estaba distraído o Dios eleva, de hecho, una pretensión real a esa
en otra cosa, nadie notará la disposición de áni- esfera. Quiere vivir en nosotros así como la
mo con la que ha cumplido su tarea cotidiana o semilla de Dios ha vivido en María: con un se-
la idea fija que lo embargaba. Pero, tal vez, esa ñorío total y creciente. Y nosotros no debería-
misma persona, pensando en lo sucedido en mos llamarnos cristianos si quisiéramos mante-
esos días –en el día pasado bajo la influencia de ner ciertas puertas de nuestra alma cerradas
la melodía y en el día marcado por la mala pa- con doble cerrojo a la Palabra, si hiciéramos
labra–, quedará estremecido al notar que su reservas, si pusiéramos a su disposición sólo
mundo interior pueda ser tan influenciable por una parte de nosotros mismos. Creer significa:
algo tan fortuito. Y llegar a preguntarse si el ser un portador de la Palabra, es decir, una vez
ser humano, en lugar de dejarse influenciar y más: dejarnos llevar por la Palabra de un modo
determinar por tales bagatelas, no fuera capaz total y siempre mayor.

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Fe no significa aproximarse a la Palabra de ciéndolo, no falta en nada a la propia dignidad,
Dios de un modo lento y sucesivo, por grados pues como hombre es santo así como ‘Dios Pa-
y al compás de espacios mesurados, no signifi- dre es santo’. “¿Quién de vosotros puede acu-
ca convertirse paulatinamente a la Palabra de sarme de un pecado?”. Él vive la perfección
Dios según un plan –quizá– inteligente, inten- dejándola abierta hacia nosotros. Cumpliendo
tar primero con las palabras aparentemente más lo increíble, nos invita a cumplirlo junto con
fáciles de Cristo e ir ganando tiempo, para Él en el sentido inverso: a arrojarnos desde
prorrogar hacia un más tarde indefinido las abajo hacia arriba a su santidad, determinada
más difíciles que lo exigen todo. Fe significa: sin más por la santidad del Padre que está en el
osar de inmediato la totalidad, de inmediato cielo, para vivirla y representarla según nuestro
afirmar y acoger en sí también las palabras más modo de ser y nuestra misión personales.
increíbles, intraducibles e inexplicables. Y así, Ese salto y este arrojo es, sobre todo y en
de repente, poder estar frente al Absoluto sin primer lugar, una acción de la fe. Si nosotros
escapatorias y otorgarle a ese Absoluto, a ese hiciéramos el intento de comprender algo de la
“Imposible”, el espacio que exige. Un espacio exigencia del Hijo de ser perfectos como Dios
que ya no tendría nada que ver con aquel estar es perfecto, entonces nos resultaría de inme-
abierto indiferente y sin vigor frente a la pri- diato evidente que es imposible verla y experi-
mera eventualidad que nos toca en la calle, mentarla de un modo puramente racional, teo-
sino que sería un lugar interior de mi persona, rético y exterior. Para la razón que sabe qué es
a partir del cual sería posible ordenar y poseer Dios y qué es la criatura, e incluso qué es el
todos los demás lugares y dimensiones del pecador, esa exigencia es francamente absurda.
alma. Un tal palabra es la afirmación del Señor: Si nos viéramos y valoráramos de un modo pu-
“Sed perfectos como vuestro Padre que está en ramente racional en nuestra cruda realidad, en-
el cielo es perfecto”. [Mt 5,48]. O la afirmación tonces se haría terminantemente claro que no
de Dios en el Antiguo Testamento: “Sed san- podemos cumplirla. Pero si no queremos ta-
tos, como Yo soy santo” [Lv 19,2]. Es decir, la char de mentiroso al Señor, entonces hemos de
exigencia de arrojar nuestra entera vida coti- decir que lo que Él exige es posible. En un
diana junto con todas sus nimiedades a la movimiento, en un cumplimiento cumplido en
santidad de Dios, de dejar que la miseria de nosotros por la fuerza del Señor, donde nuestra
nuestros pecados y el mercado de nuestra im- participación consiste en dejar que el Señor
perfección se hundan en la santidad del Padre. realmente lo cumpla, renunciando incondicio-
En esencia, de crear espacio en nosotros para nalmente, entre otras cosas, a la medida de
Dios, poniéndolo en lugar de nosotros mismos. nuestro propio comprender y mesurar. Ningún
Quien exige esta aparente imposibilidad es creyente podrá jamás ver, comprender o afir-
el Hijo de Dios. Él sólo conoce un querer: la mar su propia santidad, y sin embargo en la fe
voluntad del Padre. Él durante su vida no ha tampoco puede afirmar que Dios no sea capaz
hecho otra cosa sino cumplir esa voluntad. Él, de hacer verdadera su Palabra en él. Quien
haciéndose hombre, ha tomado en sí nuestra cree deja su visión y su comprensión en manos
vida cotidiana para llenarla con la vida eterna de Dios.
del Padre. Él, descendiendo del cielo a la tierra, Santidad es una palabra que tiene su verdad
echa mano a la temporalidad a partir de su en Dios y que en el creyente vive tan sólo en la
eternidad, para hacer de la temporalidad un re- forma de una exigencia. El creyente puede po-
cipiente de la vida eterna sin diluirla ni oscure- ner su vida bajo el lema de esa exigencia: ¡Sed
cerla ni comprometerla. En esta disminución perfectos! ¡Sed santos!, pero nunca puede verla
está contenida la entera dignidad divina: ha- cumplida. En definitiva, no es libre de aceptar

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esa exigencia: él debe realizarla. Creyendo, valorar la cercanía y lejanía. La Palabra perma-
pone su vida bajo una verdad aceptada por nece absoluta, y el servidor no tiene el derecho
Dios, a la que él se ha declarado dispuesto a de relativizarla en sí.
servirla. La raíz de la santidad es, pues, la obe- En la relativización radicaría, inevitable-
diencia. La obediencia de fe, y por tanto en el mente, el inicio de la incredulidad; al menos, la
mejor sentido obediencia que no ve, pues sabe, falta de fe que considera la exigencia del Señor
en lo más profundo, que con la sola fuerza hu- algo exagerado e irrealizable. Que yo sea im-
mana aquí no hay nada para ver, para contem- perfecto, incluso el peor de los pecadores, no
plar, para comprender. Y sin embargo, por hace al caso. Esto no hace que la Palabra baje
otra parte, tampoco es una fe absurda o deses- de su estado absoluto. Ella no se debilita: per -
perada que secretamente sabe más que Dios, manece el Vivo absoluto, el Absoluto vivo. El
sino una fe humilde y abierta que deja todo el no querer del no creyente no puede privarla de
espacio a la esperanza del devenir. Lo mismo lo suyo. Del creyente, sin embargo, sólo se
sucede en los milagros del Señor. Yo soy un exige que ponga su vida a disposición de la
paralítico de nacimiento y el Señor me dice: vida de la Palabra en él, para que en él Ella po -
¡Levántate! Y yo me levantaré. No porque gra- sea fuerza que posee en sí misma.
cias al trabajo de mi razón me he elevado hasta Hemos pasado todo un día con la melodía
llegar a ver la justeza y sensatez de la fe, sino de moda en nuestro interior. Podríamos inten-
porque doy cabida en mí a la Palabra de Dios y tar hacer lo mismo con una palabra del Señor.
en el mandato de la Palabra recibo la fe, de un Y así nos acompañará del modo más penetran-
modo repentino, abrupto, sin reflexionar si mi te también su santidad, que por cierto es infi-
fe alcanza para cumplirla. En una aceptación nitamente más fuerte que una melodía. El
íntegra del don de la fe que el Señor hace posi- tema de moda puede ser bello, pero se va des-
ble dándome su mandato. La fuerza de levan- gastando, se vuelve banal, insoportable. La pa-
tarme radica en la palabra creída: ¡Levántate! labra del Señor surge en cada instante y con
En la palabra está contenido todo lo que quiere todo su vigor de la boca de Dios. Y nosotros
e implica el acontecimiento del levantarse. No podemos recibirla en esta cercanía, en esta
me levantaré para hacer dos pasos y no poder premura, en esta eterna novedad y frescura.
hacer el tercero. O para volver a acostarme. El También en su incomprensibilidad, pues:
levantarse implica el poder caminar y lo con- ¡quién puede vislumbrar la perfección del Pa-
tiene en sí. Levantándome, no agotaré la fuerza dre! Sólo el Hijo y el Espíritu la conocen. So-
del levantarse. La exigencia permanecerá viva mos nosotros los que hemos de entrar en ella,
en el interior del cumplimiento, e igualmente no nos está permitido relativizarla. Si intentá-
la fuerza. Me volveré a levantar también maña- ramos medir la santidad del Padre con la santi-
na y cada vez que la exigencia lo quiera. Pues dad que nos es accesible y comprensible a no-
ella ha transformado el acontecimiento del le- sotros, si para representárnosla sumáramos to-
vantarse en un estado vivo y permanente, en dos los valores y perfecciones del mundo y los
un permanecer en el poder de levantarse. eleváramos al infinito y luego dijéramos: ¡así es
También en la vida cotidiana el Señor dona el Padre!, y aún agregáramos, suspirando: ¡y
palabras que poseen la misma fuerza que sus aun más grande!, entonces correríamos el peli-
palabras que obran milagros. Que contienen la gro de devaluar la perfección de Dios. Pues
vida de un modo siempre actual y capacitan al por nuestro modo finito de conocer ella se
que las acoge para vivir y servir a la Palabra de transforma muy fácilmente en una especie de
un modo siempre actual, si bien a este servidor cadena infinita de preferencias y perfecciones
le es quitado toda posibilidad de graduar, de propias del hombre y del mundo, y así pierde

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lo único que en verdad la caracteriza: lo abso- su Ser divino ni de su conocimiento de Dios.
luto, lo divino. Y si intentáramos actuar según Y siendo su entera misión una misión del
ese cálculo y creyéramos aproximarnos penosa amor, ella fue tal no sólo en la ejecución, en la
y paulatinamente a la perfección divina por la acción, sino también en la percepción, en la
adición de un número o sinnúmero de peque- contemplación. Como hombre el Señor tam-
ños y pequeñísimos actos y virtudes y así, paso bién ve al Padre, pero durante su misión esa
a paso, cumplir la exigencia del Hijo, entonces visión no se aísla del actuar misional, nunca es
sólo habríamos alcanzado esto: matar lo abso- una prerrogativa personal de la que Él hiciera
luto en nuestra vida. uso para fortalecerse, más bien, su visión tiene
Quien viviendo en la fe realiza el bien, su medida y su sentido en su misión de amor.
siempre debe reconocer –en lo que a él respec- El Hijo conoce al Padre y ve su perfección en
ta– que lo hecho es una nada, que no cuenta. el interior de su amor filial. Su visión es más un
Querer demostrar algo grande como resultado estado que un acto: es la clarividencia de su
de la adición de tales “nadas”, sería no sólo in- amor y de su obediencia. Por tanto, en el amor
sensato, sino que atentaría contra la fe. No de- al Padre el Hijo pone la medida entre Dios y el
bemos pretender hallar el misterio de la fe, que hombre y construye el puente entre ambos. Él
no vemos, en los hechos controlables de este no acomoda el Padre al mundo, sino que ma-
mundo visible. Nosotros, en verdad, sólo po- nifiesta el Padre absoluto al mundo. Y en su
demos hacer una cosa: sintonizar continua- amor entrega la demostración de que los hom-
mente todo nuestro ser con la exigencia abso- bres pueden vivir como Dios lo espera: en el
luta, intentar continuamente recibir la Palabra amor al Padre absoluto. Es un homenaje al Pa-
de Dios con todo lo que posemos y, así, esperar dre que Él como hombre sea perfecto, porque
la respuesta total –que el Señor da– como la así justifica la creación del Padre. Pero su per -
consecuencia de esa exigencia. Esperar en el fección es un acto y un cumplimiento de su
interior del acto de fe, que ya no puede divi- amor al Padre y a los hombres. Su amor es tan
dirse. En la orden de ser perfectos está conteni- grande que puede representar la santidad del
da la ruptura de toda gradación. Lo que noso- Padre en una figura humana.
tros realizamos, siendo un actuar humano sen- El Señor no vive una santidad que Él des-
sible, es algo mínimo. Lo que decide es la exi- plegara en horas silenciosas de recogimiento
gencia del Señor de ser perfectos como el Pa- piadoso, distante de la agitación del mundo
dre es perfecto. Si reflexionáramos sobre el ser cotidiano. Su santidad es siempre igual a sí
nada o el ser algo de esa nimiedad, entonces misma, en cada situación de su vida. Es igual a
nuestro actuar se volvería un obstáculo entre sí misma, porque es siempre igual al Padre. Y
nosotros y la Palabra de Dios. Cuanto más es igual al Padre, porque siempre fluye de su
buenas obras realizamos reconociéndolas y va- amor y refluye a su amor. Y ya que el Señor
lorándolas como tales, tanto más se eleva el vive como hombre esa santidad del Padre hasta
obstáculo que nos imposibilita acoger la Pala- la obediencia de la muerte en cruz, por eso en
bra de Dios de modo íntegro, es decir, en la fe. la gracia puede participarla también a los hom-
El bien, lo que nosotros consideramos tal, pue- bres. Siempre que Él pone una exigencia a los
de impedirnos llegar a Dios del mismo modo hombres, ya la ha cumplido Él mismo por an-
como algo malo o pecaminoso. ticipado. Y a partir de ese cumplimiento, les da
La posibilidad de superar la brecha está la fuerza para poder cumplirla. Él da a cada una
completamente en el Señor. Él vino al mundo de sus palabras la más grande cercanía al Padre.
para reconducirlo al Padre por medio de su En ninguna parte puede el hombre estar tan
amor. Y haciéndose hombre no se privó ni de cerca del Padre como en la palabra del Hijo. E

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incluso cuando llega a pedirnos: ¡Sed perfectos mientos particulares, sino a tener la grandiosa
como el Padre!, esto es como si en este instante cercanía de su Ser absoluto como permanente
nos pusiera inmediatamente en las manos del compañía de nuestra vida, y en esto ver el
Padre. Él anula la distancia, haciéndose Él mis- amor, y en el amor la exigencia de amar. A
mo una distancia allanada, como Hijo que al permanecer en la no comprensión (pues, final-
mismo tiempo es la Palabra. mente, ¿quién podrá pensar de comprender lo
Las palabras del Señor han sido dichas en absoluto?), pero en la disponibilidad (precisa-
una situación histórica que en la mayoría de mente porque no comprendemos) de perma-
los casos nos es conocida. Pero ellas, más allá necer así como Dios lo espera de nosotros, de-
de esa situación, son válidas siempre y en cada jando entregado en sus manos el configurar la
momento, porque en esa misma situación his- perfección a partir de nuestra disponibilidad.
tórica transluce una situación eterna, porque el Y luego también existe en la Iglesia la
Hijo desde siempre ha llevado en sí esas pala- santidad de los santos. Su santidad consiste en
bras como expresión de su Ser y ninguna de que se mueven y se dejan mover todos los días
ellas está en la menor contradicción con el en el interior del Absoluto; en que no conocen
amor eterno del Padre. Ellas se acomodan de la palabra “suficiente”; en que no hacen uso de
algún modo a nuestra historicidad para que reglas graduadas, en que se encuentran en un
nosotros podamos comprenderlas como hom- constante diálogo con Dios y en este diálogo
bres terrenos que somos, pero no se adaptan reciben constantemente de Dios la dirección,
simplemente a las leyes de nuestro tiempo, el sentido. Una dirección, que aun cuando no
precisamente porque sus palabras asumen sea totalmente clara para nosotros, de todos
nuestro tiempo en la eternidad, y por eso en el modos siempre tiene la voluntad de Dios como
tiempo no se extinguen ni van perdiendo su meta. En su vida, los santos son una especie de
fuerza ni se vuelven insensibles. Sus palabras continuación de la vida terrena del Señor. La
son vida eterna, porque son el amor del Hijo al vida de los santos puede ser explicada, puede
Padre y conducen todas las cosas al Padre. ser seguida de cerca, está compuesta de un sin -
La Escritura, siendo un libro, también se ha número de acontecimientos, posee un perfil
transformado en un objeto de la vida diaria por personal. Y sin embargo, todo esto es como se-
el que nosotros podemos dar con la Palabra cundario. Lo primero, lo único esencial es la
eterna del Hijo en cualquier momento. Pero ordenación del alma a Dios, el dejar ser a Dios
no sólo podemos encontrarla durante la lectu- en el alma que hace que todo lo demás se
ra, la Palabra puede estar impresa en nuestra transforme en exigencia de eso Único. Tam-
memoria y en todo momento nuestra voluntad bién los santos tienen su vida cotidiana, como
puede establecerla y vivificarla. Ella puede Dios la ha tenido en la tierra. Pero si ellos son
transformarse en medida de nuestro actuar, en realmente santos, lo son porque esa vida coti-
velo protector de nuestra existencia y desarro- diana se ha transformado en expresión de lo
llar una tal vitalidad que, en cierto modo, llega menos cotidiano, en expresión de la vida del
a ser más vital que nuestra vida. Puede acoger- Padre, de su voluntad en ellos y por medio de
nos y protegernos en su interior permanente- ellos. Los santos arden del fuego de la vida
mente. También como exigencia, pero sobre eterna. Y nosotros no debemos ahogar ese fue-
todo como amor. Si esta luz se hace vida en go en nuestro trato con ellos. No debemos
nosotros, entonces llega el momento en que empequeñecer a los santos. Nos ha sido dado
todo nos urge a intentar una obediencia per- mirar en su vida cotidiana. Es posible echar
fecta. No sólo a pensar en Dios más seguido y una mirada en la parroquia del Cura de Ars y
con devoción, no sólo a mantener sus manda- en el Carmelo de Lisieux y casi olvidarnos de

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la santidad de los que han vivido esa vida coti- de Dios, siempre son una realidad una e indi-
diana. Hemos de evitar ese peligro. En medio visible. Debemos acercarnos a Dios desde arri-
de la tendencia corriente en nuestros días a ba, es decir, a partir de sí mismo. Si se intenta
“humanizar” a los santos, no hemos de pasar hacerlo desde abajo, ordenando actos virtuosos
por alto la grandeza del regalo que en ellos uno detrás del otro y dando, de vez en cuan-
Dios ha hecho a la Iglesia y al mundo. La cosa do, una mirada retrospectiva a ellos como a
cambia si se vuelve a ubicar la cotidianidad de una realidad ya alcanzada, entonces haríamos
los santos en medio de su relación y confronta- como un niño que subido a una silla trata de
ción concreta con Dios. Entonces, lo que para alcanzar el sol. Los santos tampoco son para
nosotros parece tranquilidad y decurso co- nosotros, en primer lugar, una escalera gra-
rriente es un continuo ser configurado por duada, sino signos. Signos de que Cristo vive.
Dios y un continuo donarse activo a ese traba- Ellos están incondicionalmente relacionados
jo divino. Entonces, ya no se contempla lo re- con la encarnación de Cristo. Son seres mani-
lativo de una vida santa, de un alma santa y de fiestos, transparentes, donados. Para los santos
una conciencia santa, sino lo inmenso del ac- verdaderos la vida en la tierra debe ser un tor-
tuar de Dios. Entonces, la vida cotidiana y mento: pues están íntimamente consumidos
todo lo que la llena no es más que un marco por el deseo de ver a Dios. Pero, a pesar de
para la otra vida del santo, la auténtica, es algo esto, permanecen, por obediencia. Por eso es-
que nos permite situar ese fenómeno incom- tán tan cerca de la obediencia de Cristo en la
prensible. Y este situar sólo es importante en tierra. Y junto con Cristo santifican la vida
tanto nos conduce a la imposibilidad de ser po- cotidiana. La santifican activamente, porque su
sicionado propio del Ser de Dios. Los santos vida diaria es pasivamente santa, es decir, es
viven la vida eterna ya en esta tierra, ellos es- santa en una acción que fluye de la contem-
tán, en verdad, maduros para el cielo ya en el plación. Su vida es un acto de amor en el seno
momento en que entran en la verdadera santi- del amor del Hijo al Padre.
dad y, por tanto, ya no necesitarían vivir en la El Hijo vino para restituirle el mundo al
tierra. Si siguen viviendo aquí, entonces viven Padre, y en este acto ha demostrado su infinito
en una especie de decisión voluntaria por los amor por el Padre. Pero no quiere dar esa
demás, para servirles con su amor, con su sacri- prueba de amor en solitario. Él la realiza de un
ficio, con su sufrimiento, así como el Hijo ha modo divino y perfecto, pero al mismo tiempo
vivido liberalmente toda su vida cotidiana en la abriendo e invitando. Como si lo que Él hace
tierra, y también para regalarles su camino no fuera sólo su acción única, sino –al mismo
propio (Francisco, el camino de la pobreza; Ig- tiempo e incondicionalmente– el signo de su
nacio, el camino de la obediencia; Teresita, el ser y querer eucarísticos. El Hijo quiere que
caminito), así como el Hijo nos ha regalado a Dios Padre reconozca en sus redimidos el amor
todos su camino divino. que los hombres le tienen a Él, el Padre. Y por
Ahora bien, los santos clarifican la santidad eso le regala su propio amor a todo el que cree.
de Dios. La santidad de los santos nunca puede Nosotros nunca podemos considerar ese amor
ser separada de la santidad de Dios y conside- del Hijo como si fuera algo cerrado, pues así
rada por sí misma. Ellos viven de la santidad faltaríamos a su mandamiento de amor. Él nos
de Dios. Y porque ésta es infinita, por eso es ama para traernos el amor y enseñarnos a amar.
imposible comparar y equilibrar la santidad de Y en sus santos vive ese amor con un fuego
los santos particulares. La santidad siempre es que procede de Su fuego y es comparable al
una e indivisa porque es en Dios. Así como la suyo. Y así lo que nosotros percibimos y com-
palabra y el amor, que nos revelan la santidad prendemos de los santos se transforma siempre

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de nuevo en un percibir y comprender el amor ta es la santidad en la vida cotidiana que nos es
entre Padre e Hijo, lo cual nunca permanece asequible: nosotros somos invitados a los que
una contemplación estética, sino que es exi- les fue concedido participar en la [fiesta de] la
gencia inmediata de actuar y de ser y de amar perfección del Padre. ■
junto con el Hijo al Padre y a los hombres. És-

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