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CUESTIONES
SELECTAS DE
CRISTOLOGÍA (1979)
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1. Introducción, por Mons. Ph. Delhaye
Desde hace varios años algunos miembros de la Comisión
teológica internacional deseaban dirigir sus trabajos al campo
de la Cristología, dialogar sobre ellos, y en cuanto las
circunstancias lo permitieran, coordinarlos. No pretendían,
ciertamente, redactar una síntesis completa, pero sí al menos
prepararla por medio del estudio de cuestiones selectas,
considerando su actualidad y dificultades. Era evidente que
no se podía evitar el recurso a métodos de diverso tipo. El
relator debía ponerse en el campo histórico-crítico, para
examinar las cuestiones suscitadas por la escuela de ese
nombre. El exegeta, el historiador y el dogmático conducían
sus estudios en los propios campos de la teología, es decir, de
la fe que busca entender. Otros, finalmente, escuchando las
objeciones y dificultades propuestas actualmente con mucha
frecuencia, intentaban mostrar cómo el dogma cristológico se
puede presentar en una perspectiva moderna, sin perjuicio
alguno de su significación original.
El eminentísimo señor cardenal Franjo Šeper, presidente
de la Comisión, reunió en una subcomisión a los miembros
que debían realizar este trabajo: los profesores H.U. von
Balthasar, R. Cantalamessa, Y. Congar, E. Dhanis, O.
González de Cardedal, M.J. Le Guillou, K. Lehmann, G.
2
Martelet, J. Ratzinger, H. Schürmann, O. Semmelroth y J.
Walgrave. Durante el transcurso del trabajo preparatorio
fallecieron dos de los miembros, los reverendos padres Dhanis
y Semmelroth. Descansen en paz. Séame permitido expresar
nuestro piadoso recuerdo y alabanza a estos amigos nuestros
difuntos, por su incansable celo hasta el extremo de sus
fuerzas. La presidencia de la subcomisión estuvo
encomendada en un primer tiempo al profesor Ratzinger (el
cual fue nombrado cardenal arzobispo de Munich y Freising);
luego al padre Semmelroth y, finalmente, al profesor
Lehmann, quien ya más de una vez, en años anteriores, había
asumido esta responsabilidad en el seno de la Comisión.
Por varios capítulos difiere la vasta documentación
preparatoria, que consta de cerca de diez Relaciones, de las
conclusiones de una semana (del 21 al 27 de octubre de 1979),
deducidas de un diálogo vívido aunque fraternal. Aparecen
nuevas cuestiones y también nuevas y mejores expresiones.
Aquí se publican solamente las conclusiones de los
trabajos de la Comisión teológica internacional que fueron
aprobadas como tales, en forma específica, por la mayor parte
de los miembros de la Comisión. La Comisión publica, pues,
esta relación conclusiva como su posición colectiva.
3
***
Introducción.
4
teología, sino también entre algunos de ellos y el Magisterio de
la Iglesia.
Esta situación impulsó a la Comisión teológica
internacional a tomar parte en este vasto intercambio de ideas,
y espera poder aportar algunas precisiones oportunas. Como
se verá, la Comisión teológica internacional no ha concebido
el ambicioso proyecto de exponer íntegramente la Cristología,
sino que ha creído más urgente volcar su atención sobre
algunos puntos que son de especial importancia, o cuya
dificultad ha sido puesta de relieve por las discusiones
actuales.
5
dificultades, como lo demuestran los avatares que ella ha
conocido en el transcurso del tiempo.
6
más realista— poner en evidencia y verificar los hechos que se
refieren a la existencia histórica de Jesús.
Algunos, por el contrario, han querido presentar imágenes
de Jesús eliminando los testimonios de las comunidades
primitivas, testimonios de los cuales proceden los evangelios.
Creían, de este modo, adoptar una visión histórica completa y
estricta. Pero dichos investigadores se basan, explícita o
implícitamente, en prejuicios filosóficos, más o menos
extendidos, acerca de lo que en la actualidad se espera del
hombre ideal. Otros se dejan llevar por sospechas psicológicas
con respecto a la conciencia de Jesús.
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2. Las investigaciones científicas sobre el Jesús de la historia
tienen, ciertamente, un gran valor. Esto es particularmente
verdadero para la teología fundamental, así como para los
contactos con los no-creyentes. Pero un conocimiento
verdaderamente cristiano de Jesús no puede encerrarse
dentro de estas perspectivas limitadas. No se accede
plenamente a la persona y a la obra de Jesús si no se evita
disociar el Jesús de la historia del Cristo tal como ha sido
objeto de la predicación. Un conocimiento pleno de Jesucristo
no puede obtenerse a menos de tenerse en cuenta la fe viva de
la comunidad cristiana que sostiene esta visión de los hechos.
Esto vale tanto para el conocimiento histórico de Jesús y para
la génesis del Nuevo Testamento, como para la reflexión
cristológica de hoy.
8
considerada como desnuda presentación objetiva de una
realidad pasada, difiere, por lo demás, de la historia tal como
la concebían los antiguos.
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resurrección. Con Rom 1, 3ss, citemos, entre otros, el texto de
1 Cor 15, 3-4: «Os he transmitido en primer lugar lo que yo
mismo he recibido: que Cristo ha muerto por nuestros pecados,
según los Escrituras; que fue sepultado, y que resucitó al tercer
día, según las Escrituras». Estos textos establecen una
conexión auténtica entre una historia individual y la
significación por siempre duradera de Jesús. Presentan en un
nudo la «historia de la esencia» de Jesucristo. Esta síntesis
constituye ejemplo y modelo para toda auténtica cristología.
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importante poner en evidencia las innumerables riquezas de
la humanidad de Jesucristo, y más de lo que lo hicieron las
cristologías del pasado. Jesucristo ilustra e ilumina en el más
alto grado la dimensión última y la esencia concreta del
hombre, como lo dice el Papa Juan Pablo II en su primera
Encíclica1. Puestas en esta perspectiva, la fraternidad y la
solidaridad de Jesús con nosotros, no ensombrecen en modo
alguno su divinidad. Como se verá más adelante, el dogma
cristológico, tomado en su sentido auténtico, prohíbe toda
falsa oposición entre la humanidad y la divinidad de Jesús.
1
Cf. Juan Pablo II, Enc. Redemptor hominis, 8: AAS 71 (1979) 270-272; ibid., 10: AAS 71 (1979) 274-
275).
11
A) Del Nuevo Testamento al concilio de Nicea.
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Esto era, obviamente, abrir las puertas al peligro del
subordinacionismo, peligro latente en ciertos apologetas y en
Orígenes. Arrio hizo de él una herejía formal al enseñar que el
Hijo ocupa un lugar intermedio entre el Padre y las creaturas.
La herejía arriana muestra bien cómo se presentaría el dogma
de la divinidad de Cristo si él tuviera su origen en el helenismo
filosófico y no en la Revelación divina. En el concilio de Nicea,
el año 325, la Iglesia definió que el Hijo es consubstancial
(όμοούσιος) con el Padre, rechazando así el compromiso
arriano con el helenismo, y modificando profundamente, al
mismo tiempo, el esquema metafísico griego, sobre todo el de
los platónicos y neoplatónicos. En efecto, la Iglesia desmitificó
en cierto modo al helenismo, y realizó una κάθαρσις
(purificación) de él, reconociendo solamente dos modos de ser:
el del ser increado (no-hecho) y el del ser creado, puesto que
rechazó la idea de un ser intermedio.
El término όμοούσιος, utilizado por el concilio de Nicea, es,
ciertamente, filosófico y no bíblico. Sin embargo, la intención
última de los padres del concilio fue solamente, y ello consta,
expresar el sentido auténtico de las afirmaciones del Nuevo
Testamento sobre Cristo, en forma unívoca y sin ambigüedad
alguna.
Al definir de este modo la divinidad de Cristo, la Iglesia se
apoyó también sobre la experiencia de la salvación y sobre la
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divinización del hombre en Cristo. Por otra parte, la definición
dogmática determinó y subrayó la experiencia de la salvación.
Se puede, pues, reconocer una interacción profunda entre la
experiencia vital y el proceso de clarificación teológica.
14
B) El concilio de Calcedonia.
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impasibilidad de Dios. Por otra parte, la idea de la inmanencia,
que está ligada a la fe en la encarnación del Verbo, permite
afirmar la real y auténtica humanidad de Cristo, contra el
docetismo de los gnósticos.
2
Definición sobre las dos naturalezas en Cristo: DS 301-302.
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unión profundísima e irreversible entre Dios y el hombre Jesús
en la persona del Verbo, y se afirma también la plena
inmanencia de Dios en el mundo, inmanencia que es el
fundamento de la salvación cristiana y de la divinización del
hombre.
Por medio de estas afirmaciones, los padres de Calcedonia
alcanzaron un nuevo nivel en la percepción de la
trascendencia, la cual no es sólo «teológica», sino «cristológica».
Ya no se trata de afirmar solamente la infinita trascendencia
de Dios frente al hombre; se trata, ahora, de la infinita
trascendencia de Cristo, Dios y hombre, con respecto a la
universalidad de los hombres y de la historia. Según los padres
conciliares, el carácter absoluto y universal de la fe cristiana
reside en este segundo aspecto de la trascendencia, que es al
mismo tiempo escatológica y ontológica.
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el interior de este espacio de verdad, el concilio ha situado «lo
uno» y «lo otro» que parecieran excluirse: la trascendencia y la
inmanencia, Dios y el hombre. Ambos aspectos deben
afirmarse sin restricción, pero excluyéndose todo lo que sea
yuxtaposición o mezcla. Así, la trascendencia y la inmanencia
están perfectamente unidas en Cristo.
Si se consideran las categorías mentales y los métodos
utilizados, se puede pensar en una cierta «helenización» de la
fe del Nuevo Testamento. Pero, por otra parte y bajo otro
aspecto, la definición de Calcedonia transciende radicalmente
el pensamiento griego. En efecto, ella hace coexistir dos puntos
de vista que la filosofía griega había considerado siempre como
inconciliables: la trascendencia divina, que constituye el alma
misma del sistema de los platónicos, y la inmanencia divina,
que es la médula de la teoría estoica.
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cristológicos, y especialmente al III concilio de Constantinopla
(año 681)3.
Mediante la definición de este concilio, la Iglesia demostró
que podía iluminar el problema cristológico mejor todavía de
lo que lo había hecho en el Concilio de Calcedonia. La Iglesia
se mostraba dispuesta, de este modo, a examinar nuevamente
las cuestiones cristológicas, en razón de las nuevas
dificultades que aparecían. Quería profundizar más aún el
conocimiento que había adquirido a través de lo que se dice de
Jesucristo en la Sagrada Escritura.
El concilio celebrado en Letrán el año 6494, había
condenado el monotelismo y había preparado, de ese modo, el
Concilio Ecuménico III de Constantinopla. En efecto, el año
649 la Iglesia —gracias en buena parte a San Máximo, el
Confesor— había puesto en evidencia la parte esencial que
tuvo la libertad humana de Cristo en la obra de nuestra
salvación, y subrayaba así, por el mismo hecho, la relación que
había existido entre esa libre voluntad humana y la hipóstasis
del Verbo. En este concilio, en efecto, la Iglesia declara que
nuestra salvación fue querida humanamente por una persona
divina. Interpretado así, a la luz del Concilio de Letrán, la
definición de Constantinopla III hunde sus raíces profundas
3
Definición sobre las voluntades y operaciones en Cristo: DS 556-558.
4
Condenación de los errores sobre la Trinidad y sobre Cristo: DS 502-516.
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en la doctrina de los padres y en el Concilio de Calcedonia.
Pero, por otra parte, nos ayuda, en forma muy especial, a
responder a las exigencias de nuestro tiempo en materia de
cristología, exigencias que tienden efectivamente a mostrar
mejor el papel que la humanidad de Cristo y los diversos
«misterios» de su vida terrenal —como el bautismo, las
tentaciones y la «agonía» de Getsemaní— tuvieron en la
salvación de los hombres.
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2. Esta confrontación de la cristología con la cultura actual
contribuye al nuevo y más profundo conocimiento que el
hombre adquiere de sí mismo hoy día. Pero, por otra parte, el
hombre la verifica y la pone a prueba y la somete a su propio
criterio cuando esto es necesario, por ejemplo, en los campos
de la política y de la religión, lo que vale sobre todo para esta
última. En efecto, la religión o bien es negada y totalmente
rechazada por el ateísmo, o bien es interpretada como un
medio para llegar a las profundidades últimas de la
universalidad de las cosas, excluyendo explícitamente un Dios
trascendente y personal. A partir de ahí, la religión corre el
riesgo de aparecer como una pura «alienación» de la
humanidad, mientras que Cristo pierde su identidad y su
unicidad. En ambos casos se llega, lógicamente, a estos
resultados: se esfuma la dignidad de la condición humana, y
Cristo pierde su primacía y su grandeza. El remedio a tal
situación no puede venir sino de uno renovación de la
antropología a la luz del misterio de Cristo.
21
que es el segundo y último Adán, no puede ser comprendido
sin tener en cuenta al primer Adán, es decir, nuestra condición
humana. El primer Adán, por su parte, sólo es percibido en su
verdadera y plena humanidad a condición de que se abra a
Cristo que nos salva y nos diviniza por su vida, su muerte y su
resurrección.
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los dogmas cristológicos. Rechazan toda idea de salvación que
implique una heteronomía con respecto al proyecto de vida.
Critican lo que estiman ser la característica puramente
individual de la salvación cristiana. La promesa de una
bienaventuranza futura les parece una utopía que aparta a los
hombres de sus verdaderos deberes, que son, a su juicio,
únicamente terrenales. Preguntan de qué han debido ser
rescatados los hombres, y a quién habría sido preciso pagar el
precio de la salvación. Se indignan ante la idea de que Dios
haya podido exigir la sangre de un inocente, y ven en esta
concepción una sospecha de sadismo. Argumentan contra lo
que se ha llamado la «satisfacción vicaria» (es decir, por un
mediador), diciendo que tal satisfacción es moralmente
imposible: cada conciencia es autónoma —es su argumento—
y ella no puede ser liberada por otro. En fin, algunos de
nuestros contemporáneos se quejan de no encontrar en la vida
de la Iglesia y de los fieles la expresión viviente del misterio de
liberación que proclaman.
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definido en el Concilio de Calcedonia, conservan su valor
definitivo. Está permitido y es tal vez oportuno tratar de
profundizar en ella, pero no es lícito rechazarla. A nivel
histórico, es falso decir que los padres conciliares de
Calcedonia han inclinado el dogma cristiano en el sentido de
los conceptos helenísticos. Las dificultades actuales, que
hemos recordado, muestran, por otra parte, que algunos de
nuestros contemporáneos padecen de una profunda
ignorancia en lo que se refiere al sentido auténtico del dogma
cristológico, y tampoco tienen siempre una visión correcta
acerca de la verdad de Dios creador del mundo visible e
invisible.
Para llegar a la fe en Cristo y en la salvación que él nos
trae, es preciso admitir un cierto número de verdades que la
explican. Dios vivo es amor (1 Jn 4, 8), y por amor creó todas
las cosas. Este Dios vivo —Padre, Verbo, Espíritu
santificador— creó al hombre a su imagen en el comienzo del
tiempo, y le dio la dignidad de persona dotada de razón en
medio del cosmos. Cuando llegó la plenitud de los tiempos, el
Dios trinitario completó su obra en Jesucristo,
constituyéndolo como mediador de la paz y de la alianza que
ofrecía al mundo entero, para todos los hombres y para todos
los siglos. Jesucristo es el hombre perfecto. En efecto, él vive
totalmente de y para Dios Padre. Al mismo tiempo, vive
24
totalmente con los hombres y para su salvación, es decir, para
su realización plena, por lo que es el ejemplo y el sacramento
de la nueva humanidad.
La vida de Cristo nos proporciona una nueva comprensión
tanto de Dios como del hombre. Del mismo modo que «el Dios
de los cristianos» es nuevo y específico, así también «el hombre
de los cristianos» es nuevo y original con respecto a todas las
demás concepciones acerca del hombre. La condescendencia
de Dios (Tit 3, 4) y, si se puede emplear el término, su
«humildad» lo hace solidario de los hombres por medio de la
Encarnación, obra de amor. Así se hace posible un hombre
nuevo que encuentra su gloria en el servicio y no en la
dominación.
La existencia de Cristo es para los hombres (pro-
existencia); para ellos tomó forma de siervo (cf. Flp 2, 7); para
ellos muere y resucita de entre los muertos a la verdadera vida
(cf. Rom 4, 24). La vida de Cristo, orientado hacia los demás,
nos hace ver que la verdadera autonomía del hombre no
consiste ni en una superioridad ni en una oposición. Por el
espíritu de superioridad (supra-existencia) el hombre trata de
imponerse y dominar a los otros. En la oposición (contra-
existencia) trata a los hombres con injusticia y se esfuerza por
manipularlos.
25
En un primer momento, la concepción de la vida humana
que se deduce de la de Cristo no puede sino chocar. Y por eso
es por lo que reclama una conversión total del hombre, no sólo
en sus principios, sino en toda su continuidad y, por la
perseverancia, hasta el fin. Tal conversión sólo puede nacer de
la libertad que ha sido remodelada por el amor.
26
diversos pueblos muestran la inquietud por la salvación y
cómo los hombres en general hacen esfuerzos para obtener
una auténtica liberación. Y serán igualmente atentos a las
enseñanzas de los santos y de los doctores de la Iglesia.
Una síntesis semejante no puede sino enriquecer la
fórmula de Calcedonia por medio de perspectivas más
soteriológicas que den todo su sentido a la fórmula: Cristo ha
muerto por nosotros.
Los teólogos prestarán también la mayor atención a los
problemas que permanecen siendo difíciles, entre los cuales
pueden citarse los de la conciencia y la ciencia de Cristo, el
modo de concebir el valor absoluto y universal de la Redención
realizada por Cristo en favor de todos y de una vez por todas.
27
símbolos, gestos, nociones y lenguajes específicos, lo que
entraña ciertas consecuencias. El misterio fue revelado a los
santos varones que Dios escogió, y ha sido creído, profesado y
celebrado por los cristianos, lo que constituye un hecho no
repetible en la historia. Pero este misterio se abre a nuevas
expresiones que deben descubrirse. De este modo, en cada
pueblo y época, los discípulos darán su fe a Cristo el Señor y
se incorporarán a él.
El Cuerpo Místico de Cristo está formado por una gran
diversidad de miembros, y les da la misma paz en la unidad
sin menospreciar por ello sus rasgos particulares. El Espíritu
«mantiene todo en la unidad y conoce toda palabra» 5. De este
Espíritu todos los pueblos y todos los hombres han recibido
sus propias riquezas y carismas. Por ellos se ha enriquecido la
familia universal de Dios, puesto que, con una misma voz y
con un mismo corazón, y también en sus diversas lenguas, los
hijos de Dios invocan a su Padre de los cielos por Cristo Jesús.
5
Domingo de Pentecostés, Misa del día, Antífona de entrada: Missale Romanum, editio typica (Typis
Polyglottis Vaticanis, 1970) 313, según Sab 1,7.
28
1. Dios Padre «no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó
por todos nosotros» (Rom 8, 32). Nuestro Señor se hizo hombre
«por nosotros y por nuestra salvación». «Tanto amó Dios al
mundo, que dio su Hijo, su unigénito para que todo hombre que
crea en Él, no perezca, sino que tenga la vida eterna» (Jn 3,16).
Así pues, la persona de Jesucristo no puede ser separada de
la obra redentora; los beneficios de la salvación no son
separables de la divinidad de Jesucristo. Sólo el Hijo de Dios
puede realizar una auténtica redención del pecado del mundo,
de la muerte eterna y de la servidumbre de la ley, según la
voluntad del Padre y con la cooperación del Espíritu Santo.
Ciertas especulaciones teológicas no han conservado
suficientemente el vínculo íntimo entre la cristología y la
soteriología. Hoy día sigue siendo necesario investigar el modo
de expresar mejor la reciprocidad mutua que liga estos dos
aspectos del acontecimiento de la salvación, en sí mismo
único.
En este estudio queremos considerar solamente dos
problemas. Una primera investigación es de índole histórica y
se sitúa en el nivel del período de la existencia terrenal de
Jesús. Su centro es la pregunta: «¿Qué pensó Jesús de su
muerte?». A causa del valor que queremos dar a la respuesta,
el problema debe ser considerado al nivel de la investigación
histórica y de todas sus exigencias críticas (ver nº 2). Pero,
29
como es evidente, esa respuesta debe ser completada por la
visión pascual de la redención (nº 3). Una vez más, y es preciso
repetirlo, la Comisión Teológica Internacional no pretende ni
exponer, ni explicar una cristología completa. Deja de lado,
precisamente, el problema de la conciencia humana de Cristo.
Trata solamente de exponer aquí el fundamento del misterio
de Cristo, tanto según la vida terrenal de Cristo, como según
su Resurrección.
Una segunda investigación se situará a otro nivel (nº 4), y
mostrará cómo la multiplicidad de la terminología
neotestamentaria acerca de la obra de la redención, es rica en
enseñanzas sobre la soteriología. Se tratará de sistematizarlas
y de percibir todo su sentido teológico. Y se someterá,
naturalmente, esta investigación, a la confrontación con los
textos mismos de la Sagrada Escritura.
30
que también explicó su misión en forma directa, si bien lo más
frecuentemente implícita. Traía la salvación escatológica,
puesto que llegaba después del último de los profetas, Juan
Bautista. Hacía presente a Dios y su reinado, y conducía a su
cumplimiento el tiempo de la promesa (Lc 16, 16; cf. Mc 1,
l5a).
31
los otros). En razón de esta disposición, Jesús estaba
orientado, por su «esencia» misma, a ser el salvador
escatológico que procura «nuestra» salvación (cf. 1 Cor 15,
3; Lc 22, 19. 20b), la salvación de «Israel» (Jn 11, 30) y de los
«gentiles» (Jn 11, 51ss), de «muchos» (Mc 14, 24; 10, 45), de
«todos» (2 Cor 5, 14ss; 1 Tim 2, 6), y del «mundo» (Jn 6, 51c).
32
martirio? ¿Haría el Padre eficaz para la salvación lo que Jesús
sufriera «muriendo por los demás»?
Jesús obtenía respuestas positivas a estas preguntas,
puesto que tenía la conciencia de ser el mediador escatológico
de la salvación y el realizador del señorío de Dios. Así podía
esperarlo con confianza; y ésta hay que entenderla, de modo
que se juzgue que Jesús tenía por cierta su resurrección y
exaltación (Mc 14, 25), y estaba dispuesto, según las palabras
y acciones de la última cena (Lc 22, 19 y paral.), a sufrir la
muerte, promesa y realización de la salvación escatológica.
33
C) El Redentor escatológico.
3.2. De lo dicho fluye que hay que considerar ante todo dos
cosas: a) Jesús sabía que Él era el salvador escatológico (cf.
2.1), que anunciaba el reino de Dios y lo «re-presentaba» o sea,
lo hacía presente (cf. 2.2 y 2.3); b) Por la resurrección y
exaltación de Jesús su muerte se manifestó como elemento
constitutivo de la salvación que él traía (cf. Lc 22, 20 y
paral.; 1 Cor 11, 24), mediante la realización de la «Nueva
Alianza» escatológica. De esto puede deducirse que la muerte
de Jesús es eficaz para la salvación.
34
3.3. Pero esta acción divina, por medio de la cual se realiza la
salvación a través de la obra del Salvador y su muerte y
resurrección, que lo constituyen en forma definitiva e
irrevocable como tal, apenas puede denominarse, en sentido
estricto y en el orden puramente nocional, una «sustitución
expiatoria» o una «expiación vicaria», a no ser que se consideren
la muerte y las acciones de Jesús como sostenidos por su
actitud existencial y fundamental que incluya alguna ciencia
y voluntad subjetivas (cf. supra 2.5) de sufrir a título vicario la
pena del género humano (cf. Gál 3, 13) y su «pecado» (cf. Jn 1,
29; 2 Cor 5, 21).
35
«ofrenda» (llamada así analógicamente) del Hijo eterno que «al
entrar en el mundo» vino a cumplir «la voluntad [de Dios]»
(cf. Heb 10, 7), y que se «ofreció a sí mismo, inmaculado, a Dios
por el Espíritu eterno» (Heb 9, 14). (Esta oblación se llama
apropiadamente «sacrificio», p. e., en el Concilio Tridentino6,
siempre que el término se entienda en su sentido genuino).
6
Ses. 22ª, Cánones sobre el santísimo sacrificio de la Misa, canon 3: DS 1753.
36
resucitó y vivió incluso toda su existencia «por nosotros» y «por
nuestros pecados». Pueden enumerarse cinco elementos
principales: Por la donación de sí mismo (1) y tomando nuestro
lugar (2) nos libró «de la ira venidera» y del poder del maligno
(3) según la voluntad salvífica del Padre (4) para introducirnos,
por la participación en la gracia del Espíritu Santo, en la vida
trinitaria (5). La teología posterior muestra cómo son
coherentes entre sí los varios aspectos de un mismo misterio.
A los cinco aspectos enumerados por Santo Tomás: a modo de
mérito, de satisfacción, de redención, de sacrificio y de causa
eficiente, hay que agregar otros. Tanto en el Nuevo Testamento
como en las varias épocas históricas, se han subrayado unos
u otros; pero hay que reducirlos a una síntesis, dando a cada
cual su lugar y orden, como aproximaciones al misterio.
37
exterior (σχετικως), y no se hizo «pecado» (2 Cor 5, 21), sino en
la medido en que se hizo «sacrificio por el pecado».
38
voluntad con la que el Hijo quería manifestar, en la vida y en
la muerte, el perdón incondicionalmente ofrecido por el Padre.
b) Por el concepto de «sustitución», por el cual Cristo
asumió realmente la condición del hombre pecador, pero no
(como muchos han dicho, sobre todo entre los protestantes)
como si Dios lo hubiera «castigado» o «condenado», sino en
cuanto Jesús habría sufrido, cargando con nuestros pecados,
la «maldición de la ley» (cf. Gál 3, 13), o sea la aversión de Dios,
la así llamada «ira» de Dios contra los pecados. En efecto, la ira
manifiesta, como contradicción, el celo del amor hacia aquella
alianza realizado con el pueblo elegido.
39
cuya distinción (en la identidad de naturaleza y del amor
infinito) es máxima.
7
Cf. más ampliamente Concilio Vaticano II, Const. dogmática Lumen gentium 61: AAS 57 (1965) 63.
40
sacrificio de Cristo la ofrenda que la Iglesia hace de sí misma,
la cual se asocia a la oblación con que el Hijo se ofrece al Padre,
y se perfecciona por el Espíritu Santo.
41
2. La obra de Cristo Salvador se cumplió con la
ininterrumpida cooperación del Espíritu Santo, que cubrió con
su sombra a la Virgen María, de modo que quien nacería de
ella fuera llamado Santo e Hijo de Dios (Lc 1, 35). Luego, al ser
bautizado Jesús en el Jordán (cf. Lc 3, 22), fue ungido por el
Espíritu para cumplir su misión mesiánica (Hech 10, 38; Lc 4,
18), mientras la voz del cielo lo declara como el Hijo en quien
el Padre se complació (Mc 1, 10 y paral.). En seguida, Cristo,
conducido por el Espíritu (Lc 4, 1), inició y completó el
ministerio de Servidor expulsando los demonios con el dedo de
Dios (Lc 11, 20), y anunciando la proximidad del reino de Dios
(Mc 1, 15), que se perfecciona por el Espíritu Santo. Cristo
siguió el camino del Servidor, obedeciendo al Padre hasta la
muerte, que aceptó libremente «cooperando el Espíritu Santo»8.
Finalmente, el Padre resucitó a Jesús y colmó su humanidad
con el propio Espíritu, de tal modo que esa misma humanidad,
después de haber tomado la forma de siervo, se revistiera de
la forma del Hijo de Dios glorioso (cf. Rom 1, 3-4; Hech 13, 32-
33) y estuviera dotada de la potestad de comunicar el Espíritu
a los hombres (Hech 2, 32ss). De este modo el nuevo y
escatológico Adán es llamado, y con razón, «Espíritu vivificador»
8
Rito de la comunión, 132: Missale Romanum, editio typica (Typis Polyglottis Vaticanis, 1970) 474;
cf. Heb 9,14.
42
(1 Cor 15, 45; cf. 2 Cor 3, 17). En realidad, el Cuerpo místico
de Cristo está perpetuamente animado por su Espíritu.
43
3.3. Esta abolición del imperio de la muerte consiste, en
cuanto se refiere a los hombres y a todo el mundo, en una y la
misma renovación que tendrá lugar al fin de los tiempos con
muy manifiestos efectos. Mateo la llama παλιγγενεσία (19, 28);
Pablo reconoce en ella lo que es esperado por toda creatura
(Rom 8, 19); el Apocalipsis (21, 1), usando las palabras del
Antiguo Testamento (Is 65, 17; 66, 22), se atreve a hablar de
cielo nuevo y tierra nueva.
44
la humanidad de Cristo con su divinidad, tampoco es
conveniente separar una de otra. Por lo demás, ambos errores
vienen a reducirse a lo mismo. Sea que la humanidad de Cristo
se absorba en su divinidad, sea que se separe de ella, del
mismo modo se impide el reconocimiento de aquel principado
cósmico que el Hijo de Dios recibió en su humanidad
glorificada. Pues se atribuiría sólo a la divinidad del Verbo lo
que, según los textos antes referidos del Nuevo Testamento,
pertenece en forma no ambigua a su humanidad, en cuanto
que el hombre Jesucristo fue hecho Señor y a él, por tal razón,
se le dio «el nombre que está sobre todo nombre» (Flp 2, 9).
45
3.7. Es perfectamente coherente con este principado cósmico
de Cristo, aquel principado que se ha solido ejercer en la
historia y sociedad humana, principalmente por medio de los
signos de la justicia, que parecen casi necesarios a la
predicación del reino de Dios. Pero este señorío de Cristo sobre
la historia humana sólo puede alcanzar su cima en aquel
último señorío sobre el mundo cósmico en cuanto tal, pues
mientras la historia se encuentre cautiva bajo el poder del
mundo y de la muerte, aquel principado admirable de Cristo
no puede ejercitarse perfectamente antes de su segunda
venida, en beneficio de todo el género humano.
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