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1) El documento describe el rol del terapeuta en la psicoterapia narrativa.
2) El modelo propuesto es igualitario, no directivo y exploratorio, donde el terapeuta mantiene una actitud de curiosidad activa y flexibilidad.
3) El objetivo del terapeuta es facilitar el cambio a través de una conversación exploratoria, respetando el camino del paciente, y encontrando una intención positiva detrás de los problemas presentados.
Descripción original:
Título original
LA PRÁCTICA DE LA PSICOTERAPIA LA CONSTRUCCIÓN DE NARRATIVAS TERAPÉUTICAS
1) El documento describe el rol del terapeuta en la psicoterapia narrativa.
2) El modelo propuesto es igualitario, no directivo y exploratorio, donde el terapeuta mantiene una actitud de curiosidad activa y flexibilidad.
3) El objetivo del terapeuta es facilitar el cambio a través de una conversación exploratoria, respetando el camino del paciente, y encontrando una intención positiva detrás de los problemas presentados.
1) El documento describe el rol del terapeuta en la psicoterapia narrativa.
2) El modelo propuesto es igualitario, no directivo y exploratorio, donde el terapeuta mantiene una actitud de curiosidad activa y flexibilidad.
3) El objetivo del terapeuta es facilitar el cambio a través de una conversación exploratoria, respetando el camino del paciente, y encontrando una intención positiva detrás de los problemas presentados.
LA PRÁCTICA DE LA PSICOTERAPIA LA CONSTRUCCIÓN DE NARRATIVAS TERAPÉUTICAS
(2ª edición) Alberto Fernández Liria y Beatriz Rodríguez Vega, 2001
El rol del terapeuta:
Como antes hemos señalado, la actitud y conducta del terapeuta sigue
unas líneas generales comunes a la construcción de la pauta, ya sea desde la historia biográfica, el pensamiento, la conducta o el sistema de relaciones y creencias. El modelo de terapia propuesto es un modelo basado en una relación terapéutica 1. igualitaria 2. no directiva 3. exploratoria. 1. Relación igualitaria Relación igualitaria porque el terapeuta, es experto, pero un experto en la habilidad de mantener un tipo de conversación, la psicoterapéutica. Así, para Anderson y Goolishian (1988) el terapeuta es, sobre todo, un experto conversacional. El papel del terapeuta es el de guiar la conversación a través del intercambio de narrativas. A través de esta conversación, el terapeuta actúa como facilitador del cambio. Pero el terapeuta no es la persona cuyos conocimientos le van a descubrir al paciente aspectos que él desconoce de sí mismo. Ahí volvemos a citar la El rol del terapeuta idea de paciente como “experto de sí mismo”. Desde una posición más igualitaria en la relación, el terapeuta da más importancia a la narrativa con la que la persona acude a terapia. En esta narrativa, estará contenido tanto el problema como las posibles soluciones al mismo. Si un paciente acude a la consulta, como en un ejemplo citado en otro lugar, diciendo que no duerme desde que era niño, nos está transmitiendo, por un lado, la queja de no dormir, por otro nos está dando una incipiente pista de cómo entiende él el problema y, por tanto, las soluciones a poner en práctica para mejorarlo. Hay veces, sin embargo, que las soluciones a plantear con el paciente pueden requerir giros de 180 grados, con respecto a las ya intentadas (Segal, 1991). Pero el terapeuta no ha de ofertárselas “hechas” al paciente, sino que ha de co- construirlas con él o ella. 2. Relación no directiva Si el terapeuta no es “el que conoce” frente a un paciente que es “el que no sabe”, es fácil deducir que la relación no va a ser una relación directiva. No lo es porque no hay una dirección unilateral del proceso. La guía de la psicoterapia se comparte con el paciente y se respetan los caminos preferidos por él o ella para llegar a cambios preferidos en sus narrativas. La terapeuta tiene la responsabilidad, como experta conversacional de generar preguntas, que generen a su vez cambios en la forma de percibir, sentir o pensar acerca de una pauta-problema. Para ello, como señalamos en el capítulo dedicado a las técnicas, tiene la responsabilidad de entrenarse en la generación de esos cambios a través de estrategias generales y estrategias integradoras, así como de técnicas transformativas, ya sean verbales o no verbales. Pero mantener una relación no directiva, también implica una actitud de flexibilidad por parte del terapeuta. Este ha de estar dispuesto a corregir el rumbo y cambiar de dirección, para adaptarse a las necesidades de cada paciente o a la evolución de las necesidades de un mismo paciente. Esta actitud se refleja en nuestra propuesta de construcción de pautas desde distintas posiciones y a partir de la narrativa del paciente. Ser capaz de dialogar para facilitar cambios en un paciente desde su historia biográfica o ser capaz de hacerlo con otra paciente, para construir una narrativa de cambio desde el sistema de relaciones, exige del terapeuta un alto nivel de preparación y entrenamiento y una actitud de gran flexibilidad. Habrá terapeutas que consigan con facilidad esa versatilidad y otros que se sientan más cómodos trabajando desde una sola posición desde la que construir la pauta. Es posible. Pero lo que resulta más importante, es que nuestro estilo propio, en el que nos sentimos más a gusto trabajando, no se convierta en una imposición para el paciente. Eso nos trae de nuevo a la insistencia de que la relación terapéutica no es una relación directiva. La relación terapéutica es, por el contrario, una relación participativa, que se basa en una actitud de flexibilidad por parte del terapeuta. 3. Relación exploratoria Decir que la relación terapéutica no es directiva, no quiere decir que el terapeuta adopte un papel de pasividad. El terapeuta mantiene un rol activo. Una de sus responsabilidades más importantes será la de establecer y mantener durante todo el proceso una relación exploratoria. Por exploratoria entendemos una relación en la que el terapeuta adopta una actitud de curiosidad activa, que le lleva a preguntar con “genuina ingenuidad”. Este trabalenguas que nos hemos permitido, sintetiza algunas de los roles y actitudes del terapeuta. Es ingenuo, porque “no sabe”, es el paciente el que más sabe sobre sí mismo y sobre sus relaciones. No saber, a un ingenuo, le lleva a preguntar. Es por eso que el terapeuta mantiene una actitud exploratoria. Y explora a través de la creación de preguntas que generan nuevas perspectivas de ver el problema, donde el sufrimiento no esté presente. Pero toda esa actividad se canaliza a través de una relación, en la que el terapeuta es capaz de transmitir interés genuino por los problemas del paciente. De ese modo, la terapeuta no es neutral. Intentarlo la llevaría a mantener una relación de mayor distancia emocional con su paciente. Además, no es posible la neutralidad, desde una perspectiva constructivista, porque la idea de neutralidad, lleva implícita la posibilidad de ocupar una posición de observación fuera de aquello que es observado. El terapeuta no es el dibujante que se coloca encima de una montaña intentando plasmar un mapa del territorio que dibuja. Ni siquiera este hipotético dibujante puede hacer un mapa que no diga cosas de sí mismo y de su estilo personal de dibujar. Pero en psicoterapia no es posible mantener una actitud de neutralidad, tal como la entendieron los primeros terapeutas familiares, porque esa excluye la implicación emocional del terapeuta e incluye la búsqueda de una realidad, fuera del ojo del que la observa. La terapeuta es la abogada del paciente. Para mantener una relación como la descrita, el terapeuta ha de poder empatizar con la posición de la paciente y comprenderla, al mismo tiempo que es capaz de reflejarle una imagen positiva de sí misma. Para hacerlo, el terapeuta se esfuerza en encontrar una intención positiva detrás de la conducta de la pauta-problema. Como ejemplo, sirve el caso de la connotación positiva de la conducta anoréxica de una adolescente. A la paciente y a su familia, se le transmite que “no comer” es la forma que ella ha encontrado para proteger a su familia de una futura separación para la que no están preparados y que, sin duda se produciría si ella crece y abandona sus síntomas. A veces se puede malinterpretar lo anterior y pensar que encontrar una intención positiva a la conducta derivada de la pauta-problema, significa justificar cualquier conducta por parte del paciente o excluir a éste de su responsabilidad, o animarle a que lo siga haciendo. Eso no es así. Habrá casos en que el terapeuta considere que es necesario señalar al paciente los límites o las implicaciones que su conducta pueda tener. Esto ocurre, por ejemplo, en situaciones de malos tratos, donde la actitud de abogado defensor del terapeuta ha de incluir la defensa de los intereses de las demás personas implicadas en un papel de víctimas y la defensa del propio paciente, a quien, al mismo tiempo que se le limita, se le ayuda a encontrar otras versiones y alternativas a su conducta. A continuación, relatamos un ejemplo de la clínica: José Luis es un varón de 32 años que acude a la consulta tres meses antes de la sesión que comentamos más adelante, por intensos sentimientos de angustia y molestias somáticas erráticas para las que se había descartado tras repetidas exploraciones físicas, causas orgánicas. Durante las primeras entrevistas insiste fundamentalmente en la posibilidad de una enfermedad grave de índole físico o quizás mental que le hace actuar con las personas de forma diferente a cómo él es realmente. Esta afirmación le abre al terapeuta la posibilidad de explorar con él su mundo relacional casi por primera vez. Expresa una mala relación con su mujer, reagudizada en los últimos meses coincidiendo con su petición de consulta. Lo que primero relata “como de pasada”, minimizándolo, se va convirtiendo en el foco de la entrevista actual. Hace tres años estuvieron separados durante unos meses tras un grave enfrentamiento en que el paciente agredió físicamente a su mujer. Después de la reconciliación mantuvieron mejores relaciones durante unos meses, pero inmediatamente comenzaron de nuevo las peleas y las agresiones esporádicas. Su mujer había iniciado un mes antes los trámites de separación y él le había amenazado seriamente con agredirla si ésta se producía. José Luis atribuye lo que él reconoce como un trato brutal hacia su mujer, a su enfermedad “mental o física” que le hace cambiar de carácter: JL: No soy yo, me vuelvo loco. Me deberían mirar en la cabeza. Me entra una rabia muy grande, me cabreo, me mosqueo cuando me dice que me planche mis camisas, después de llevar todo el día trabajando o cuando llego y no tengo la cena preparada. T: Pero José Luis, me está Ud. diciendo que su mujer ha iniciado los trámites para separarse y que Ud. se niega a ir al abogado o a dar cualquier paso en ese sentido... JL: La que se quiere separar es ella, yo no pienso hacer nada, que lo haga ella. Que se vaya si es lo que quiere.. T: ero llegará un día en que tengan que ir a juicio y Ud. o ella saldrán de casa, en general suele salir el que no se queda con la tutela de los hijos.. JL: Ya veremos si llega ese día, si no le parto la cara o cualquier cosa antes... (se irrita) T: Es posible que le enfade mucho esta situación si Ud. no desea separarse, pero si uno de los dos lo desea, sea Ud. o ella, es suficiente. Ud. no puede conseguir cambiar la voluntad de ella y mucho menos agredirla. JL: Pero si yo pierdo la cabeza, me salgo de mi, no sé qué me entra… Yo no tengo la culpa de ello. T: (Con amabilidad y firmeza) yo creo que Ud. puede controlar sus actos y una regla para continuar el tratamiento ha de ser la de no agresión a su mujer. Esa es una regla de partida. Si Ud. la daña, tendrá que enfrentarse con las consecuencias de sus actos en un juicio y puede ir a la cárcel. JL: Pero Ud. está viendo que yo no estoy bien. T: Efectivamente creo que no está bien y que necesita ayuda y de eso, y de cómo hacerlo estamos hablando. Pero el que esté atravesando un bache difícil, no quiere decir que no sea responsable de sus actos. Yo nunca apoyaría algo así. JL: Voy a pedir el cambio de psiquiatra, Ud. no está de mi parte, está en contra mía. T: No en absoluto. Mi mayor interés aquí es ayudarle, pero no lo haría si no le planteara claramente los límites y las consecuencias de una hipotética agresión. Además, creo que si usted está aquí es porque desea ayuda para controlarse. Puede Ud. pedir el cambio de psiquiatra, pero antes merece la pena que hablemos de lo que le ha irritado tanto. JL: (Con un tono más triste) no creo que vaya a hacerle nada a mi mujer. No piense que yo soy solo así, yo soy una buena persona, de verdad. La gente me conoce por simpático, en mi trabajo en la tienda soy el más amable con los clientes... Pero al llegar a casa soy otro.. Lo peor es que me está pasando ya con mis hijas, es como si no me importasen, como si quisiera hacerle daño a ella también a través de mis hijas. T: Pero Ud. ha tenido una relación muy buena con sus hijas, incluso el otro día me dijo que para Ud. era muy importante ser un padre diferente al que Ud. había tenido. JL: Es verdad y lo que estoy consiguiendo es parecerme cada vez más a él. El caso es que no era malo. Casi no recuerdo nada de mi infancia, solo el terror que tenía cuando llegaba a casa, la bebida lo transformaba y la emprendía con nosotros, sobre todo conmigo... (se calla irritado) T: ¿Cómo se siente, ahora, al recordar la relación con su padre? JL: Muy mal, casi no recuerdo, ¿sabe lo que se me viene a la cabeza? A mi padre arrancándome las costras de la varicela (llora) es de los pocos recuerdos que tengo. Pero no era así siempre. T: Por eso también le ha querido. JL: También recuerdo cuando trabajaba con él, la canción que cantaba. También la canto yo ahora. Pero es curioso, porque me siento rabioso contra mi madre. Fíjese, la pobre... T: Rabioso contra su madre. JL: (Irritado de nuevo) sí, que no me hubiera defendido, que no nos hubiera sacado de allí... (llora). T: ¿Es la misma irritación que siente ahora también contra su mujer? JL: (Abatido) puede que sí, que me cabrea portarme mal y que no reaccione, que no las defienda (a las niñas). Para mi madre fue distinto. Era otra época y no podía irse, pero ella ahora... En esta secuencia se pone de manifiesto como la terapeuta pone límites claros a la conducta de maltrato del paciente, al mismo tiempo que busca la comprensión de esa misma conducta desde la historia biográfica del paciente. La “intención positiva” del paciente es difícil de construir en este caso, por las implicaciones éticas que nos llevan a ponernos del lado de la víctima. Pero sí, después de señalar los límites con el objetivo de cuidar de la seguridad de las víctimas potenciales, somos capaces de ver otros aspectos ocultos tras la conducta agresiva, será posible devolver al paciente una imagen distinta de sí mismo, necesaria para que deje de ser un agresor. Por ejemplo, podemos seguir con el paciente la exploración de sus sentimientos como víctima infantil que fue, en el pasado, de una conducta paterna similar a la suya actual y como su “intención positiva” de no volver a ser víctima, le lleva a colocarse del lado de los agresores. En el mundo de ese paciente la experiencia de mantener una relación de intimidad le lleva a uno de dos extremos: o ser víctima o ser verdugo. En su desconfianza de que algún día pueda cambiar esa narrativa que mantienen acerca de sí mismo, y sentirse él diferente en la relación, utiliza la agresión para separar de él a las personas que también pueden ser su principal ayuda, sus hijas. Evidentemente, este caso puede suscitar muchos otros caminos de construcción de nuevas historias, pero éstas, las derivadas de hacer visibles aspectos positivos de su conducta, profundamente enterrados detrás de su conducta agresiva, son imprescindibles de construir para que el proceso psicoterapéutico siga adelante. Pero, sin duda, algunos aspectos del rol de terapeuta han de adaptarse y cambiar para encajar más adecuadamente con una narrativa que con otra. Es por eso que en cada uno de los apartados dedicados a la construcción de pautas específicas, incluimos un comentario sobre el rol de terapeuta desde cada una de las posiciones terapéuticas señalada
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