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Nota al pie 7: Ley de naturaleza y ley positiva de Dios: los dos cuerpos normativos
en que se condensa la voluntad del Creador respecto de sus criaturas.
Indiscernibles en lo que respecta a su contenido prescriptivo, difieren en lo que
concierne a su modo de promulgación: mientras que la primera se hace patente a
través de la “luz natural de la razón”, la segunda se da a conocer mediante la fe y
la hermenéutica bíblica. Locke califica a ambas de morales.
Nota al pie 1: para entender correctamente al poder “político”, hay que comprender
como surge a partir de una situación no política.
Mi deseo de ser amado, tanto como sea posible, por quienes son mis iguales por
anturaleza, me impone el deber natural de sentir por ellos exactamente el mismo
apego.
El estado de naturaleza tiene una ley de naturaleza que lo rige y que obliga a cada
uno: la razón es esa ley.
Nota al pie 22: la igualdad natural constituye una de las razones justificatorias de
la universalización del poder ejecutivo de la ley de naturaleza.
Cada transgresión puede ser castigada en un grado tal, y con tanta severidad,
como sea suficiente para hacer de ella un mal negocio para el transgresor, darle
motivo para arrepentirse e infundir temor en otros, de modo de disuadirlos de
hacer lo mismo.
Nota al pie 36: civil y político son expresiones intercambiables (en la jerga
iusnaturalista).
No todo pacto pone fin al estado de naturaleza entre los hombres, sino solo aquel
por el que, conjuntamente, acuerdan mutuamente conformar una única comunidad
y constituir un único cuerpo político.
Es razonable y justo que uno tenga derecho a destruir lo que amenaza con
destruirlo. Dado que, según la ley fundamental de la naturaleza, el género humano
debe ser preservado tanto como sea posible, cuando todos no pueden ser
preservados, ha de preferirse salvar al inocente.
● Hombres que viven juntos con arreglo a la razón, sin un superior común sobre la
tierra con autoridad para juzgar entre ellos: estado de naturaleza.
La falta de un juez común con autoridad pone a todos los hombres en estado de
naturaleza; la fuerza sin derecho sobre la persona de un hombre produce un
estado de guerra, tanto donde hay un juez común como donde no lo hay.
Nota al pie 13: “[...] en el estado de naturaleza [...] el estado de guerra, una vez
comenzado, perdura”.
Evitar este estado de guerra es una de las razones principales por las que los
hombres se agrupan en sociedades y abandonan el estado de naturaleza. Pues
allí donde hay una autoridad, un poder sobre la tierra, del que pueda obtenerse
una reparación por vía de apelación, la posibilidad de que el estado de guerra
continúe en el tiempo queda excluida, y la controversia es resuelta por ese poder.
Cap IV. de la esclavitud
La libertad natural del hombre consiste en estar libre de cualquier poder superior
sobre la tierra y en no hallarse bajo la voluntad o la autoridad legislativa de
hombre, sino en tener por regla de conducta solo la ley natural.
La libertad del hombre en sociedad consiste en no hallarse bajo ningún otro poder
Legislativo que el establecido por consentimiento en el Estado, ni bajo el dominio
de ninguna voluntad ni sujeto a restricción de ley alguna, excepto las que
promulgue el Legislativo conforme a la confianza depositada en el.
Cap V. de la propiedad
Aunque la tierra, y todas las criaturas inferiores, son comunes a todos los
hombres, cada hombre detenta, sin embargo, la propiedad de su propia persona.
Sobre ella, nadie, excepto él mismo, tiene derecho alguno. (autopropiedad). El
trabajo de su cuerpo y la obra de sus manos son propiamente suyos. Cualquier
cosa que ha sacado en el estado que ha sido suministrada por la naturaleza y con
las que ha mezclado su trabajo, y ha añadido algo que es suyo propio, lo convierte
en su propiedad.
Nota al pie 14: el trabajo legitima la apropiación privada: al entrar en contacto con
lo común, lo individualiza.
Tanta tierra como un hombre labre, plante, mejore, cultive y cuyo producto pueda
usar, así de extensa será su propiedad. Por medio de su trabajo la cerca de lo
común.
Antes, era insensato que alguien acapare más de lo que podía consumir.
Fue así como se introdujo el uso del dinero, una cosa durable que los hombres
podían conservar sin que se echara a perder y que, por consentimiento mutuo,
estarían dispuestos a intercambiar por bienes verdaderamente útiles para el
sustento, aunque perecederos. El dinero permitió acrecentar posesiones.
Tan pronto como un hombre descubre entre aquellos a quienes frecuenta algo que
tiene la utilidad y el valor del dinero, se verá que el mismo comienza de inmediato
a acrecentar sus posesiones.
Al haber creado Dios al hombre como una criatura que, a su entender, no era
bueno que estuviera sola, lo colocó bajo fuertes obligaciones de necesidad,
conveniencia e inclinación, que lo compelía a entrar en sociedad. Asimismo lo dotó
de discernimiento y lenguaje, para que continuara viviendo en ella y disfrutara de
sus beneficios. La primera sociedad fue la de varón y mujer, que dio origen a la de
padres e hijos, a la cual llegó a sumarse la de señor y siervo.
Por semejanza que pueda tener con un pequeño Estado en lo que hace a su
organización, funciones y también al número de sus miembros, una familia difiere
mucho de él en lo atinente a su constitución, su poder y su finalidad. Y si
tuviéramos que considerarla una monarquía, su monarca absoluto no tendría más
que un poder muy frágil y breve, ya que el dueño de la casa solo tiene un poder
muy específico y distintivamente limitado.
Al nacer un hombre con una dignidad tal que lo hace acreedor a una libertad plena
y a un goce irrestricto de todos los derechos y prerrogativas de la ley de
naturaleza y en igualdad de condiciones con respecto a cualquier otro hombre, no
sólo tiene por naturaleza el poder de defender su propiedad, esto es, su vida, su
libertad y sus bienes, frente a las agresiones y ataques de otros hombres, sino
también el de juzgar y castigar las infracciones de esa ley perpetradas por
terceros.
Existe una sociedad política, sólo allí, donde se cada uno de sus miembros ha
renunciado a este poder natural y lo ha abandonado en manos de la comunidad,
en todos aquellos casos en que no esté imposibilitado de apelar a las leyes
establecidas en dicha comunidad en busca de protección.
Los que están unidos en una misma comunidad y cuentan con una ley común
establecida y con un tribunal al que apelar, con autoridad para dirimir las
controversias entre ellos y castigar a los transgresores, se encuentran, unos
respecto de otros, en la condición propia de una sociedad civil. Aquellos que
carecen de una tal instancia común de apelación, se hallan, todavía, en estado
naturaleza.
Por tanto, en cualquier parte en que un cierto grupo de hombres se halle a tal
extremo unido en sociedad como para que cada uno haya renunciado a su poder
ejecutivo de la ley de naturaleza y lo haya depositado en manos de una autoridad
pública, allí y solamente allí, existe una sociedad política o civil.
Esto es lo que pone a los hombres fuera del estado de naturaleza y los coloca en
un estado de sociedad civil: el establecimiento de un juez sobre la tierra con
autoridad para dirimir todas las controversias y resarcir los daños que puedan
sobrevenirle a cualquier miembro de la sociedad civil.
Nota al pie 49: Locke coincide en este punto con Hobbes, para quien el soberano,
si ha de ser propiamente tal (esto es, si ha de poseer un poder absoluto), debe
permanecer en la condición en que se hallaba en el estado de naturaleza
(Leviatán, xviii). La discrepancia conceptual entre uno y otro radica en que, para
Locke, las relaciones que mantiene el soberano absoluto con aquellos sobre los
que detenta tal autoridad suprema son incompatibles con las definitorias del
estado civil.
Al ser los hombres por naturaleza, como se ha dicho, todos libres, iguales e
independientes, nadie puede ser sacado de ese estado y sometido al poder
político de otro sin su propio consentimiento. El único modo de que alguien se
despoje a si mismo de su libertad natural y se someta a las obligaciones de la
sociedad civil es acordar con otros hombres agruparse y unirse en una
comunidad.
Nota al pie 7: Locke da por sentado que la “fuerza mayor” que mueve al cuerpo
político en una dirección determinada es la que impele la mayoría.
Y así, cada hombre, al consentir con otros en conformar un cuerpo político único
bajo un gobierno, se pone a si mismo bajo la obligación para con todos los que
pertenecen a esa sociedad de someterse a la decisión de la mayoría y de avenirse
a que esta resuelva por el.
En segunda instancia, que es imposible, que los hombres hagan tal cosa, debido a
que, al nacer todos ellos bajo la jurisdicción de un gobierno, deben someterse a el
y no están en libertad de dar comienzo a uno nuevo.
Es evidente que la razón está de nuestro lado al sostener que los hombres son
naturalmente libres, y los ejemplos de la historia ponen de manifiesto que los
gobiernos que tuvieron comienzo en el mundo en tiempos de paz han tenido
origen sobre la base de ese fundamento y que fueron establecidos por
consentimiento del pueblo.
Nota al pie 40: la división de poderes es presentada aquí como un medio para
establecer un control mutuo entre ellos. Con todo, el esquema institucional
lockeano incluye división de poderes más excluye su control mutuo.
Nadie duda que el consentimiento expreso que da un hombre para formar parte de
una sociedad lo hace miembro pleno de ella y súbdito de su gobierno.
Todo hombre que posee una propiedad en alguna parte de los dominios de un
gobierno, o la usufructúa, da con ello su consentimiento tácito y está obligado, en
consecuencia, a prestar obediencia, de igual forma que cualquiera que sea súbdito
de ese gobierno, a sus leyes, por el tiempo que se prolongue dicho usufructo,
resida este en la posesión de una tierra perteneciente a él y a sus herederos para
siempre, o consista en el hecho de hospedarse por una semana o, meramente, en
el recorrer libremente de una carretera. Y a decir verdad, dicha obligación lo
alcanza a uno con solo hallarse en los dominios de ese gobierno.
Falta una ley establecida, fija y conocida, que sea aceptada y reconocida, por
consentimiento de todos, como estándar de lo justo y de lo injusto y como medida
común para dirimir todas las controversias entre ellos.
Esto es lo que hace que cada uno renuncie voluntariamente a su poder individual
de castigo, a fin de que sea ejercido solamente por quienes sean designados de
entre ellos mismos a tal efecto y en conformidad con aquellas normas en las que
la comunidad, o los que sean autorizados por sus miembros para dicho fin, se
pongan de acuerdo. En esto reside el derecho primigenio y el origen tanto del
poder Legislativo como el poder Ejecutivo, así como de los gobiernos y las
sociedades mismas.
Es necesario que exista un poder que se ocupe de que las leyes que se dictan se
apliquen y sigan estando en vigor. Es así como el poder Legislativo y el Ejecutivo
llegan frecuentemente a estar separados.
En todo Estado existe otro poder, que se puede llamar “natural”, a causa de que
se corresponde con el poder que cada hombre tenía naturalmente antes de entrar
en sociedad. La comunidad entera constituye un cuerpo unico , situado en estado
de naturaleza con respecto a todos los otros Estados o a las personas que no son
integrantes de ella.
Ese poder de obrar según discreción para el bien público, sin prescripción de la ley
y aun a las veces contra ella, es lo que se llama, prerrogativa; pues ya que en
ciertos gobiernos el poder legislativo es intermitente. y por lo común demasiado
numeroso, y así, pues, demasiado lento para la celeridad que la ejecución
requiere, y también, sobre todo ello, es imposible prever y estar pronto con leyes
particulares para todo accidente y cada necesidad que pudieren concernir al
público, o hacer leyes que jamás causaren daño aun ejecutadas con inflexible
rigor en todas las ocasiones y sobre todas las personas incurridas en su alcance,
existe, pues, una latitud al poder ejecutivo consentida para hacer mucho de libre
elección que las leyes no prescriben.
Dados los grandes errores de estos últimos tiempos acerca del gobierno, nacidos,
a lo que entiendo, de confundir, una con otra, la naturaleza de tales poderes, no
está fuera de lugar que aquí les consideremos juntamente.
Aunque los gobiernos no pudieron en sus principios tener más origen que el antes
mencionado, ni las comunidades políticas fundarse más que en el consentimiento
del pueblo, de tales desórdenes vino a llenar el mundo de la ambición, que entre el
estrépito de la guerra, que forma tan gran parte de la historia de los hombres, ese
consentimiento apenas si es objeto de nota, por lo que muchos trabajaron los
conceptos de la fuerza de las armas y el consentimiento popular, y consideraron la
conquista como uno de los veneros del gobierno. Pero tan lejos está de erigir un
gobierno de la conquista, como la demolición de una casa de levantar una nueva
en su lugar. Sin duda, abre aquélla espacio a las veces a nueva erección de una
comunidad política, para la destrucción de la antigua; pero faltando el
consentimiento del pueblo, la efectiva instauración será imposible.
En tercer lugar, el poder que un conquistador consigue sobre los vencidos en justa
guerra es perfectamente despótico; dispone de absoluto poder sobre las vidas de
quienes, al ponerse en estado de guerra, pudieron por incumplimiento el derecho
a ellas, mas no por eso gana derecho y título a sus posesiones.
Por el segundo, los habitantes de cualquier país, que desciendan y deriven el titulo
de sus haciendas, de los vencidos, y se hallen bajo un gobierno impuesto contra
su libre consentimiento, retendrán el derecho a la posesión de sus pasados,
aunque no consientan libremente en el gobierno cuyas ásperas condiciones
doblegaron, por la fuerza, a los poseedores de aquel país. Lo que jamás pudiera
suponerse acaecedero, hasta que fueren dejados en estado pleno de libertad para
escoger su gobierno y gobernantes, o al menos hasta que tuvieren leyes
permanentes a que hubieren, por sí mismos o por sus representantes, dado libre
aquiescencia, y también se les hubiere cedido la propiedad que les
correspondiera: lo cual significa ser tan propietarios de lo suyo que nadie pueda,
sin consentimiento, suyo, tomar parte alguna de ello; sin lo cual los hombres, bajo
cualquier gobierno, no serán hombres libres, sino esclavos inequívocos bajo
fuerza de guerra.
Pero aun si se otorgara que el vencedor en justa guerra tuvieran derecho a las
haciendas, a las personas de los vencidos (del que manifiestamente carece), no
podría de ahí deducirse el poder absoluto en la seguida de su gobierno, porque
siendo hombres libres todos los descendientes de aquéllos, si recibieren de él
haciendas y posesiones para vivir en su país, sin lo cual éste nada valiera, valdrá
la merced por la propiedad que con, tuviere, y la naturaleza de ésta radica en no
poder, sin el consentimiento de su dueño, serle arrebatada.
Así como la conquista puede ser llamada usurpación extranjera; así la usurpación
es una especie de conquista doméstica, con una diferencia: que al usurpador
jamás puede asistirle derecho, no pudiendo haber usurpación más que cuando
uno entrare en posesión de lo que a otro pertenece. Esta, mientras de usurpación
no pasa, es cambio sólo de personas, mas no de las formas y leyes del gobierno,
porque si el usurpador extendiere más allá su poder de lo que por derecho
perteneciera a los legítimos príncipes o gobernantes de la república, ya se tratara
de tiranía unida a la usurpación.
Así como usurpación es ejercicio de poder a que otro tuviere derecho, tiranía es el
ejercicio de poder allende el derecho a lo que no tiene derecho nadie; y ello es
hacer uso del poder que cada cual tiene en su mano, no para el bien de los que
bajo él se encontraren, sino para su separada y particular ventaja. Cuando el
gobernante, sea cual fuere su título, no cumple la ley, sino su voluntad, ya la
autoridad y sus mandatos y acciones no se dirigen a preservar las propiedades de
su pueblo, sino la satisfacción de sus ambiciones, venganzas, codicia o cualquier
otra desenfrenada demasía.
Siempre que la ley acaba la tiranía empieza, si es la ley transgredida para el daño
ajeno; y cualquiera que hallándose en, autoridad excediere el poder que le da la
ley, y utilizare la fuerza a sus órdenes para conseguir sobre el súbdito lo que la ley
no autoriza, cesará por ello de ser magistrado; y pues que obra sin autoridad
podrá ser combatido, como cualquier otro hombre que por fuerza invade el
derecho ajeno.
Quien quisiere hablar con su tanto de claridad de la disolución del gobierno deberá
distinguir, en primer lugar, entre la disolución de la sociedad y la pura disolución
de aquél. Lo que constituyó la comunidad, y sacó a los hombres del suelto estado
de naturaleza hacia una sociedad política, fue el acuerdo a que cada cual llegó
con los demás para integrarse y obrar como un solo cuerpo, y así formar una
república determinada. El usual y casi único modo por que tal unión se disuelve es
la irrupción de una fuerza extranjera vencedora. Porque en tal caso, no pudiendo
ya ellos mantenerse y sustentarse como cuerpo entero e independiente, la unión a
tal cuerpo atañedera, y cuyo ser fue, deberá naturalmente cesar, y por tanto volver
cada cual al estado en que antes se hallara, con libertad de movimiento y de
procurar lo necesario a su seguridad, como lo entendiere oportuno, en alguna otra
sociedad política. Siempre que la sociedad fuere disuelta es evidente que el
gobierno de ella no ha de poder permanecer: Las espadas de los vencedores a
menudo cercenan los gobiernos de raíz y hacen menuzas de las sociedades,
separando a los súbditos o esparcida multitud de la protección y aseguramiento en
aquella sociedad que hubiera debido preservarles de la fuerza embravecida. Está
el mundo demasiado informado y ya harto adelante de su historia para que sea
menester decir más sobre este modo de disolución del gobierno; y no hará falta
mucha argumentación para demostrar que, disuelta la sociedad, imposible es que
el gobierno permanezca, tan imposible como que subsista la fábrica de una casa
cuando sus materiales fueron desparramados y removidos por un torbellino o
emburujados en confuso acervo por un terremoto.
Además de ese trastorno venido de fuera, sus modos hay de que los gobiernos
puedan ser disueltos desde dentro:
Hay, pues, en segundo lugar, otro modo de disolución de los gobiernos: la acción
del legislativo o del príncipe, cualquiera de los dos contrario al depósito de
confianza de que gozan, por leyes contra tal confianza, cuando se propusieren
invadir la propiedad de los súbditos, y hacerse ellos, o cualquier parte de la
comunidad, señores o dueños arbitrarios de las vidas, libertades o fortunas de las
gentes.
Para concluir. El poder que cada individuo cedió a la sociedad al entrar en ella,
jamás podrá revertir a los individuos mientras la sociedad durare, mas
permanecerá en la comunidad perennemente, porque sin ello no habría
comunidad ni república, lo que fuera contrario al convenio original; así pues
cuando la sociedad hubiere situado el legislativo en cualquier asamblea de
varones, para que en ellos y sus sucesores prosiguiera, con .dirección y autoridad
para el modo de determinación de tales sucesores, el legislativo jamás podrá
revertir al pueblo mientras tal gobierno durare, pues habiendo establecido el
legislativo con poder para continuar indefinidamente, abandonáronle su poder
político y no está en sus manos recobrarle. Pero si hubieren fijado límites a la
duración de ese legislativo, y dado por temporal este poder supremo en cualquier
persona o asamblea; o bien cuando los extravíos de quienes se hallaren en
autoridad, se la hicieren perder, por incumplimiento, ya ella a la sociedad habrá de
revertir, tras este incumplimiento de los gobernantes, o aquella establecida
determinación de tiempo; e incumbirá al pueblo el derecho de obrar como
supremo, y de continuar el legislativo por sio darle nueva forma, o pasarle a
nuevas manos, como por más apto lo tuviere.