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Hernán Cortés, el conquistador del Imperio azteca

En 1521, un reducido grupo de españoles liderados por Hernán Cortés, con


el apoyo de una amplia coalición de pueblos indígenas, conquistó a sangre y
fuego Tenochtitlán, la gran capital de los aztecas

En 1521, Hernán Cortés, al mando de un reducido grupo de españoles y de


una coalición de pueblos indígenas, conquistó la ciudad de Tenochtitlán,
poniendo fin al poderoso Imperio azteca. Como todos los grandes
conquistadores del siglo XVI, Hernán Cortés no era un recién llegado a las
Indias cuando emprendió la conquista del Imperio azteca.

En 1518, el modesto hidalgo nacido en Medellín (Extremadura)hacía unos


33 años, se había convertido en un próspero encomendero militar, tras pasar
siete años en La Española y ocho en Cuba como secretario del gobernador
Diego Velázquez. Era también un gran conocedor del mundo indígena y no
estaba menos curtido en las trifulcas habituales entre los españoles de Indias,
siempre deseosos de acrecentar sus patrimonios y enfrentado por el disfrute
de las concesiones de indios y prebendas administrativas. Los españoles,
asentados en las islas del Caribe, habían establecido escasos contactos con el
imperio más poderoso del continente, el azteca. Desde 1515, dos expediciones
habían bordeado el litoral mexicano, y en 1518 Diego Velázquez encomendó
una tercera expedición a su secretario, Hernán Cortés. Éste partió desde Cuba
a finales de ese año. En los meses siguientes, desobedeciendo las órdenes del
gobernador, convirtió lo que debía ser una misión exploratoria en una empresa
de conquista de proporciones legendarias, que le permitió en poco tiempo
hacerse con el dominio de un imperio poblado por más de 15 millones de
personas.

En 1519 -el año I Caña según el calendario azteca-, Cortés y su gente arribaron
a la costa mexicana, donde se impusieron con rapidez a los hostiles indígenas
de la zona. Como parte del botín de guerra se recibieron veinte jóvenes indias,
entre las que se encontraba la que sería conocida como Malinche, o doña
Marina, una doncella que dominaba varias lenguas indígenas y que pronto
aprendió el castellano, con lo que resultó crucial para Cortés en sus designios
de invasión. El conquistador engendró con ella a su hijo Martín, considerado el
primer mestizo de la América continental. En su camino hacia Tenochtitlán, la
capital del Imperio azteca, los españoles lograron el apoyo de los nativos
totonacas de la ciudad de Cempoala, que de este modo se liberaban de la
opresión azteca. Tras imponerse militarmente a otro pueblo nativo,
los tlaxcaltecas, Cortés logró incorporar a sus tropas a miles de guerreros de
esta etnia. El caudillo empezó a darse cuenta de la ventaja que para los
españoles suponían las divisiones entre los distintos pueblos nativos, y
especialmente el odio existente entre muchas poblaciones contra los aztecas y
su política de imperialismo y terror. En cierto modo, la conquista de México por
Cortés fue una guerra de liberación de los pueblos mexicanos frente al dominio
azteca. Sin embargo, los aztecas también contaron con socios, con los que
Cortés se mostró especialmente beligerante.

La ciudad sagrada de Cholula, que se alió con Moctezuma para tender una
emboscada a los españoles y sus aliados indígenas, fue saqueada durante dos
días por orden de Cortés. Con la ayuda de los totonacas y los tlaxcaltecas, a los
que se unieron centenares de cholultecas, todos juntos «como hermanos
contra aquel tirano fiero y carnicero de Moctezuma», como escribirá Diego
Muñoz Camargo, el ejército de Cortés parecía invencible. Ante la marcha
imparable de los conquistadores y espantado por la carnicería de Cholula,
Moctezuma, el tlatoani azteca, optó por ganar tiempo y les franqueó la entrada
a Tenochtitlán en noviembre de 1519. En los días posteriores a su llegada,
Cortés se dedicó a pasear por las calles para elaborar su estrategia de
conquista. Con su objetivo presente, supo aprovechar la excusa de un confuso
complot indígena para apresar al emperador y convertirlo en su rehén. Sin
embargo, Cortés hubo de abandonar apresuradamente la ciudad a comienzos
de 1520 para hacer frente a una expedición de castigo enviada desde Cuba por
Diego Velázquez.

Cuando Cortés regresó a Tenochtitlán, el 24 de junio de 1520, encontró la


ciudad sublevada contra Alvarado, quien, afectado por la tensión y el ambiente
conspirativo, había ordenado la muerte de algunos notables aztecas que le
parecieron sospechosos. Durante unos días, los españoles intentaron utilizar a
Moctezuma para calmar los ánimos, pero fue en vano. El tlatoani fue lapidado
en una comparecencia ante sus súbditos. En la llamada Noche Triste, el 30 de
junio de 1520, Cortés y sus hombres se vieron obligados a huir de la ciudad,
acosados por los aztecas, que les provocaron centenares de bajas. Pocos días
después se libró la batalla de Otumba. Frente a los feroces guerreros jaguar y
águila, los de Cortés pudieron recomponerse y hacer un uso efectivo de la
caballería contra los aztecas. El regreso a Tenochtitlán no fue, esta vez, una
simple exploración, sino una campaña militar en toda regla. Los saqueos
permitieron a cada conquistador español mantener un séquito propio formado
por mujeres, criados y esclavos. A finales de abril de 1521 comenzó el asedio
final a la capital mexicana. En la lucha se impuso la superioridad técnica
europea, pero sobre todo el desgaste provocado entre los sitiados por las
enfermedades llegadas del Viejo Mundo -la viruela fue un auténtico caballo de
Troya- y las penurias de todo tipo. La caída de Tenochtitlán arrojó un saldo
terriblemente desigual en pérdidas humanas: murieron cien españoles por cien
mil aztecas.

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