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Es el año de 1898. Bethlehem Steel vendió 80 mil toneladas de hierro en lingotes. Ahora es necesario
cargar los vagones con los lingotes que están apilados al aire libre. Esa operación debe ejecutarse en
forma manual. Los operarios contratados para esa gigantesca tarea comenzaron moviendo 12.5
toneladas por hombre cada día, que fue lo más que se pudo conseguir.
Llamado para estudiar la eficiencia del proceso, Frederick Taylor llegó decidido a aplicar la administración
científica. Adoptó una combinación de remuneración elevada (proporcional a la cantidad desplazada),
selección de los mejores operarios y orientación para realizar la tarea. Sin embargo, Taylor percibió que,
a fin de ganar mucho, los trabajadores empezaban corriendo y se agotaban rápidamente, lo que los
obligaba a dejar el trabajo mucho antes de terminarlo.
Taylor observó que los hombres con el físico adecuado conseguían aumentar la cantidad de toneladas
desplazadas, en forma segura, desde que los supervisores los obligaron a descansar en intervalos
frecuentes. En pocas palabras, descubrió que, para producir el mejor resultado posible, un trabajador
que él consideraba de primera clase, cargando lingotes que pesaban alrededor de 45 kilos, debía trabajar
sólo 43 % del tiempo. Así pues, la “ciencia” de cargar lingotes de hierro consistía en primer lugar en elegir
al operario apropiado y, en segundo lugar, en obligarlo a descansar en intervalos que, tras una cuidadosa
investigación, se había descubierto que eran los más eficientes.
Como consecuencia de la intervención de Taylor, los hombres empezaron a desplazar en promedio 47.5
toneladas por día. Ese resultado lo consiguió no mediante el estudio de tiempos y movimientos, sino con
la minimización del gasto de la energía muscular. Y fue así como Frederick Taylor demostró que los
niveles más altos de productividad son resultado del uso eficiente de la energía: trabajar menos produce
más.
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