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Tras la segunda guerra mundial, las democracias liberales han presenciado grandes cambios estructurales en
ausencia de procesos revolucionarios. Las prácticas institucionales, los principales actores políticos, y los
procesos de decisión política vigentes en décadas anteriores sufren cambios importantes. Los cambios
producidos hablan del tránsito de las democracias liberales a unas democracias sociales marcadas a su vez
por un creciente pluralismo cultural. Así como comentaban la existencia entre una articulación liberalismo
político y la tradición democrática en la organización de la democracias liberales contemporáneas, debemos
ahora considerar la existencia de un tercer y cuarto componente en las democracias actuales, los
componentes social y cultural- nacional. El resultado será una organización política que desborda el marco
clásico de los estados liberales democrático tradicionales, y que será caracterizada como estado social,
estado de bienestar, etc. Tres dimensiones: la dimensión liberal, la democrática y la social, que conviven en
los sistemas liberal democrático actual.
Las democracias liberales se han ido tornando más complejas, se ha ido imponiendo la idea de que sin una
dimensión social que elimine la dependencia fáctica, material de los ciudadanos situados por debajo de
ciertos límites socio económico, la misma lógica democrática carece de una base efectiva para su realización.
Los términos social y bienestar refieren a una organización política estatal desarrollada en los países
capitalistas industrializados asociada a una serie de medidas intervencionistas por parte de los poderes
públicos que rompe con la noción liberal de la independencia del mercado como principal agente regulador
de las interrelaciones económicas y sociales. El autor utiliza el término estado social en un sentido ampliado,
que asocia dicho concepto con las primeras regulaciones públicas de materia socioeconómicas, mientras que
llama estado de bienestar en el sentido temporal de las democracias liberales del segundo pos guerra.
La dimensión social viene dada a dos valores: la seguridad frente a situaciones extremas de inseguridad
material y la igualdad socio económica. Valores distintos con objetivos específicos. El autor sintetiza la
dimensión social de las democracias liberales contemporáneas en 4 etapas: inicio, consolidación, expansión y
revisión de los estados sociales.
Las criticas neoconservadoras: Su objetivo central es la crisis cultural que preside las sociedades
occidentales. Una crisis provocada por la pérdida de los valores y actitudes sociales de carácter tradicional
tras las nuevas exigencias del sistema económico en el periodo del capitalismo de consumo de masas.
Abogaran por una recuperación de los antiguos vínculos con que los individuos se relacionaban con su
colectividad (propios de la ética puritana y la ideología liberal anglosajona), vínculos perdidos con el triunfo
de cierto individualismo y de la cultura de consumo y ocio. Esta sería una contradicción cultural del
capitalismo, que resulta una amenaza para la propia lógica de las democracias liberales. Critican que se han
anulado los compromisos del ciudadano con la colectividad creándose un gran vacío allí donde antes
actuaban los valores legitimadores tradicionales de naturaleza moral. Se trata de un individualismo que
valoraría más el consumo y el placer a corto plazo que el trabajo, el ahorro y la satisfacción a medio plazo. El
trabajo deja de ser un valor en sí para convertirse en un medio para el consumo. El núcleo de este cambio no
es visto como un fenómeno vinculado al estado en sí, sino a las necesidades de un sistema productivo que ha
debido adaptarse a las nuevas condiciones creadas tras la articulación de las dimensiones democrática y
social con la dimensión liberal. Los estados de bienestar desincentivan tanto el empleo como las inversiones.
La principal tarea es reformular las bases legitimadoras de la cooperación social compatibles con la eficiencia
y la eficacia instrumental demostrada por la iniciativa individual. Una base de articulación entre el interés
privado individual y la solidaridad con el bienestar colectivo. Para la actitud neoconservadora el diagnostico
de las sociedades contemporáneas de los países desarrollados es el de un perdida de las referencias
ideológicas que aseguraban anteriormente un compromiso cívico colectivo.
También apuntan hacia los excesos igualitaristas promocionados por la capacidad mítica de las ideologías
socialista. En los escritos neoconservadores se insiste en el carácter de prerrequisito del sistema productivo
capitalista para las democracias liberales. La vinculación entre capitalismo y democracia liberal no queda
limitada a unos criterios de mera eficiencia funcional de desarrollo económicos, sino que constituye una
articulación con los sistemas culturales, entendida en el marco evolutivo de la cultura occidental global que
ha demostrado su superioridad moral y funcional. Se requiere un individualismo solidario, que recupere las
funciones tradicionales que efectuaban la familia, la escuela, la iglesia. La democracia liberal sería el mejor
baluarte para una defensa de los valores tradicionales. Reacios aunque no hostiles a las soluciones que pasan
por el intervencionismo estatal proponen un estímulo de los agentes privados, pero implicando a su vez los
valores y actitudes de la antigua ética puritana que llevaba la impronta de un compromiso colectivo. El
estado no es un enemigo a combatir sino un elemento clave del sistema político que debe ser readaptado a
las nuevas condiciones.
Criticas neoliberales. La actitud neoliberal es una crítica más frontal a los estados de bienestar, y lo hace
preferentemente en términos económicos. Defienden la concepción tradicional del liberalismo de entender
la sociedad como un conjunto de individuos libres e iguales que legitiman la autoridad política en cuanto
representa la garantía protectora de la vida, la libertad individual, las propiedades y las prácticas de
intercambio entre los individuos. Critican una serie de factores que muestran a las claras la irracionalidad
sistémica que supone seguir manteniendo una administración pública que resulta ineficiente, costosa y que
preconiza relaciones sociales altamente burocratizadas. No resulta cierta la presunción de los partidarios del
estado de bienestar de que la pobreza será resuelta a través de un aumento de los gastos sociales. Insistir
además en un combate general contra las desigualdades socioeconómicas resulta, disfuncional para el
sistema económica. De lo que se trata es de restaurar la eficiencia de los mecanismos de mercado haciendo
retroceder la actividad de la administración pública una vez constatados los riesgos funcionales que arrastran
los estados de bienestar de base keynesiana. Aunque es notorio que los mecanismos tradicionales de
mercado han mostrado ineficiencias e inestabilidad, el remedio de una acción colectiva a gran escala dirigida
por el estado constituye una fuente constante de nuevas ineficiencias funcionales, y de excesos
antidemocráticos al invadir el ámbito de las libertades individuales. De las imperfecciones del mercado
criticadas en el periodo anterior se pasa a las imperfecciones del intervencionismo estatal. El valor central es
el de la libertad, en términos procedimentales y de racionalidad económica, es decir liberales.
El individuo se entiende como una entidad cada vez más aislada, lo que legitima la existencia del estado y su
marco constitucional y legal. Y el estado liberal se legitima por su función de cumplir con los acuerdos fijados
en las leyes y en los contratos. Se trata de un estado protector que garantiza los pactos constitucionales
entre individuos, pactos que redundaran en beneficio de toda la colectividad. Resulta necesario un estado
mínimo pero fuerte, que garantice el orden público y el cumplimiento de las normas. Sin estado no hay
mercado. Lo social se soslaya al no considerarse las situaciones de pobreza y desigualdad económica como
un déficit estructural. Se muestra un desapego mucho mayor a las cuestiones sociales que la actitud
neoconservadora. La colectividad es pensada en la primera desde un individualismo metodológico que eleva
las categorías de la libertad liberal, de la propiedad y del mercado a férreos presupuestos en los que debe
basarse cualquier acuerdo social.
De todos modos, algunas posturas dentro del paradigma liberal, favorecen mantener la estructura básica de
los estados de bienestar. Una economía mixta de carácter descentralizado para asegurar cuotas de bienestar.
Una igualdad en las condiciones pragmáticas de existencia, en las oportunidades. No en los puntos de llegada
como ha hecho la tradición socialista. Los riesgos de un estado máximo totalitario no se evitan con un estado
mínimo, sino a atreves de un eficiente sistema de bienestar con una economía social de mercado y la
seguridad social en un estado de derecho.
La tradición marxista: Sigue detectándose un cierto carácter economicista. Los estados de bienestar son
vistos o bien como productos funcionales del sistema capitalista o bien como unos productos históricos
cuyas conquistas sociales arrancadas al liberalismo son contempladas como algo irreversible pero muy
insuficiente. Los estados de bienestar no son vistos como un producto de equilibrio en cuya elaboración han
colaborado las clases trabajadoras, ni como una realidad autónoma del sistema capitalista. Son instrumentos
útiles y necesarios de la acumulación capitalista que marcan un revisión superestructura de la dominación
inherente a dicha acumulación, como medio para integrar a las clases trabajadoras, estabilizar el sistema
global y neutralizar la lucha de clases. Otro punto de referencia dentro del panorama intelectual marxista
destaca algunas contradicciones y aporías debidas a los conflictos entre las diversas dimensiones normativas
que conviven en los estados de bienestar. Se abandona el carácter de los estados de bienestar como
instrumentos funcionales a la reproducción del sistema económico, señalándose algunas disfuncionalidades
básicas de carácter legitimador. Habermas Offe concluye que la crisis más agudas ya no son provocadas en el
sistema económico sino originadas en los sistemas políticos y socioculturales. Con el intervencionismo estatal
se habría producido una politización de las decisiones económicas que desplaza el centro neurálgico del
sistema económico administrativo al ámbito político. Frente a esta situación que aumenta las dificultades
legitimadoras de las democracia contemporáneas, el marxismo tradicional no proporcionaría explicaciones
plausibles debido a su enfoque productivista, demostrándose desconcertado ante fenómenos como el
intervencionismo estatal, la democracia de masas o la dimensión social de los estados de bienestar.
Mas relacionada con la tradición marxista se encuentran las críticas derivacioncitas, Se acepta el carácter
autónomo del estado respecto del sistema económico, pero mientras exista capital privado existirá la
escisión entre la sociedad civil económica y una sociedad política. Los poderes políticos asumen funciones de
carácter social que resultan necesarios para la lógica reproductiva del sistema económico y que no pueden
ser llevadas a cabo por las instancias privadas (enseñanza, sanidad).
La promesa de elecciones
A pesar de toda la ambivalencia, los socialistas entraron en el juego de la política burguesa para ganar
elecciones, para conseguir una gran mayoría que les permitiera llevar a cabo transformaciones
revolucionarias y para hacer unas leyes socialistas. Este era su objetivo y su esperanza.
La participación electoral se basaba en la creencia de que la democracia no sólo es necesaria sino que es
suficiente para alcanzar el socialismo. Los socialistas entraron en las elecciones porque tenían que
preocuparse por la inmediata mejora de la situación de los obreros. Pero entraron para hacer llegar el
socialismo. Los que metieron a los partidos socialistas en la lucha electoral creían que las clases dominantes
pueden ser vencidas en su propio juego. Ponían todas sus esperanzas y sus esfuerzos en la competición
electoral porque estaban seguros de que la victoria estaba a su alcance. La revolución se haría en las urnas.
Donde el proletariado representa una gran mayoría de la población, el sufragio universal equivale a poder
político. El crecimiento del número de personas que vendían su fuerza de trabajo a cambio de un salario era
un rasgo necesario del desarrollo capitalista. Así pues, era sólo cuestión de tiempo hasta que todos, menos
un puñado de explotadores, fueran proletarios.
Reforma y revolución
La orientación hacia mejoras inmediatas nunca fue vistas como un alejamiento de los objetivos finales. Dado
que se creía que el socialismo era inevitable, no había ninguna razón por la que los partidos socialistas no
pudieran abogar por reformas inmediatas: no se corría el menor peligro, ni siquiera había la menor
posibilidad, de que tales medidas pudieran evitar el advenimiento de lo inevitable. Para los socialdemócratas
las reformas inmediatas eran pasos que se iban acumulando en el camino hacia la total reestructuración de
la sociedad. Dentro de la visión del mundo socialdemócrata reforma y revolución no requieren una elección.
Para que tenga lugar la revolución social es suficiente seguir el camino de las reformas. Cuantas más
reformas y más rápidamente se introduzcan, más cerca estará la revolución social y antes entrará el navío
socialista en el nuevo mundo. Para que tenga lugar la revolución social es suficiente seguir el camino de las
reformas. Mitigar los efectos del capitalismo e ir transformándolo pieza por pieza terminaría conduciendo a
una total reestructuración de la sociedad.
Socialdemocracia y socialismo
El gobierno socialista que realmente quiera implantar el socialismo tendrá que decidirse a poner en práctica
su programa de socialización del golpe, o no ponerlo en absoluto. La mera subida al poder de tal gobierno
desencadenará un pánico financiero e incluso un desastre económico. Así pues, el gobierno socialista tendrá
que garantizar la inmunidad de la propiedad privada y de la empresa privada para que la economía pueda
continuar funcionando normalmente, y al hacerlo habrá abdicado de sus objetivos socialistas. La transición al
socialismo genera crisis económica. Las inversiones caen, los precios suben, se erosionan las subas de salario,
baja la producción, afloja la demanda, etc.
Enfrentados a la crisis económica, amenazados por la pérdida del apoyo electoral, y preocupados con la
posibilidad de una contrarrevolución fascista, los socialdemócratas abandonan el proyecto de transición o
por lo menos hacen una pausa para esperar tiempos mejores. Tienen el valor de explicarle a la clase obrera
que es mejor continuar siendo explotados que crear una situación que pueda volverse contra ellos.
Sidicaro. Consideraciones sociológicas sobre las relaciones entre el peronismo y la clase obrera.
Relaciones que se establecieron entre el peronismo y la clase obrera argentina, entre el surgimiento de esta
orientación política y el golpe del 55. En primer lugar la clase obrera no es entendida como inscripta en una
necesidad histórica que trasciende sus prácticas efectivas. Sino como un actor histórico de la sociedad de su
tiempo, no como un supuesto portados de la sociedad futura. En una temática donde abunda las
interpretaciones en términos de manipulación, se excluye toda dimensión que juzgue el desarrollo de la
acción social en términos de procesos supuestamente desviados con respecto a un deber ser estimado como
normal.
La adhesión de la clase obrera al movimiento político peronista se explica por 4 referencias conceptuales.
1. La situación de crisis de dominación social que se había desarrollado desde 1930, y que suponía el fin de la
hegemonía de la gran burguesía agraria. Sin capacidad de proponer un proyecto con posibilidades de ganar
apoyo consensual de las clases subalternas, mantiene entre 1930 y 1943 su control de la sociedad y el
sistema político mediante la coerción. Su influencia política e ideológica sobre la clase obrera está
fuertemente deteriorada.
2. Para tratar de asegurar la preservación de sus intereses sectoriales, la burguesía agraria había promovido una
serie de transformaciones institucionales que crearon un estado intervencionista. Este opero como una
condición objetiva, en tanto soporte material, que posibilito el surgimiento de un nuevo tipo de agente
políticos, que controlando esos aparatos estatales con un poder acrecentado y favorecidos por la situación
de crisis de dominación, pudieron incrementar su autonomía con relación al relativamente debilitado bloque
de clases dominantes. La ampliación de la esfera de intervención estatal es otra de las características que
precedieron al derrocamiento del gobierno conservador de 1943.
3. Se constituyeron en esas condiciones los primeros sectores políticos promotores del peronismo que, a partir
de la unidad que les daba su presencia al estado y su identidad con los proyectos de la administración militar,
buscaron retener las posiciones ocupadas en el seno del mismo. Constituyeron una nueva fuerza política, que
encontraba su base en el apoyo que le brindaba la clase obrera industrial y otros sectores subalternos.
4. Esta situación había sido el resultado y a su vez había provocado una intensa polarización de los conflictos
sociales presentes en la sociedad argentina de la época. Identificando su condición social con el antagonismo
entre peronismo y anti peronismo, la mayoría de las clases subalternas por una parte y la burguesía por otra
encontraron una correspondencia en la escena política de los conflictos que mantenían en otras esferas de la
práctica social.
Sobre la clase obrera y el surgimiento del movimiento político que obtuvo el apoyo de la misma, no existen
nexos simples e inmediatos. El peronismo no fue un resultado espontaneo de dicha crisis. A la crisis de
dominación social como condición objetiva y las iniciativas de los promotores como acción planificada, se
introduce las transformaciones del estado y la politización de los conflictos sociales. Además de estos
aspectos, la política del gobierno militar se caracterizó por el desarrollo de una amplia legislación social, que
modificaron positivamente la situación de la clase obrera en cuanto a sus condiciones de vida y de trabajo.
Quedo constituido un cuerpo legal de protección de los asalariados, que además les permitía negociar en una
relación de fuerzas favorable las condiciones de empleo.
Pero estos indicadores, aun cuando otorgaban beneficios a la clase obrera, no son suficientes para explicar la
adhesión política al peronismo. El nexo no debe buscarse en la importancia económica de las consecuencias
de la aplicación de esas disposiciones sino en los intensos conflictos sociales que se desarrollaron en torno de
las mismas. Más que por la magnitud de las reformas introducidas, fue por el proceso de lucha social
generado a propósito de su sanción y aceptación, que estas medidas tuvieron consecuencias políticas. El
rechazo por parte de las distintas fracciones de la clase dominante dio como consecuencia que esas
iniciativas del gobierno militar se convirtiesen en un eje del conflicto social entre 1943 y 1045. Esas reformas
fueron defendidas por los obreros, y asumidas como propias, dando una unidad a las clases obrera argentina
de un carácter prácticamente inexistente hasta entonces. Los conflictos sociales dejaron de estar localizados
a nivel de ciertas empresas o ramas de la industria que discutían sus particulares condiciones de trabajo y se
proyectaron en el conjunto de relaciones políticas de la sociedad argentina. Para el conjunto de los overos, el
estado y sus funciones aparecieron como directa y claramente vinculados con la cuestión social. Es en la
identificación que se estableció entre el nivel del conflicto social y las disputas en torno a las medidas del
gobierno militar que debe buscarse una de las causas centrales de la adhesión de la clase obrera al nuevo
movimiento político.
La clase dominante que carecía de una fracción con propuesta hegemónica, hizo del anti peronismo su
política principal. Al mismo tiempo la clase obrera sobre la que habían entrado en crisis los controles de
dominación social, identifico al peronismo con sus intereses sectoriales. Se constituyeron en ese procesos los
principales apoyos y adversarios de un movimientos política que proponía la necesidad de conciliar los
intereses de las distintas clases sociales.
Evolución salarial: dos sub periodos. El primero abarco desde 1946 a 195: mejora de la situación salarial.
Numerosos movimientos de huelga, el gobierno peronista acepto los reclamos obreros y se establecen
negociaciones en las cuales se lograban soluciones intermedias. Mejoras en las condiciones objetivas para el
conjunto de la economía, lo que permitió una relativa expansión del sector industrial. Deterioro de la
posición relativa de los empresarios agrícolas. Subordinación de los objetivos sectoriales de las
organizaciones sindicales con respecto a la política de la administración peronista. El segundo sub periodo:
Entre 1951 y 1055 en el cual el salario volvió al promedio de 1946. Este deterioro se vincula con la crisis
económica y la posición política económica del gobierno. Este no adopto una solución negativa para la clase
obrera sino que busco una alternativa equitativa a base de sacrificios parejos e igualdad de contribuciones de
los sectores sociales. Por ello nos interesa destacar que evidentemente la adhesión al gobierno de perón no
puede entenderse solo como efecto de beneficios materiales. La clase obrera apoyaba al gobierno por las
orientaciones de la política social de dicho gobierno y como efecto de las formas que presentaba la
politización del conflicto social. Lo señalado sobre los salarios permite ubicar el alcance real de la política
social del peronismo, que ampliaba las garantías y protección de sus derechos sociales.
En su experiencia concreta, todas las relaciones establecidas por la clase obrera se politizaron. En el interior
de las empresas las conquistas sociales se convirtieron en otros tantos espacios de conflicto político. La
identificación de la clase obrera con el peronismo presento un carácter tal que aun cuando el gobierno dejo
de favorecer ciertos aspectos de su interés no se produjeron rupturas en la continuidad del apoyo que la
misma le prestaba. El peronismo siguió ocupando el mismo lugar de garante estatal de sus derechos.
En lo que corresponde a este segundo sub periodo, el proceso político llevo a la clase obrera a fortalecer sus
vínculos con el gobierno peronista en la medida que durante el mismo aumentaron los enfrentamientos con
la oposición que amenazaba con derrocar al gobierno. Contribuyendo a que las diferencias parciales con
respecto a la política económica no llegaron a convertirse en movimientos generalizados de huelgas.
Tipología
Esta definición general anuncia la extrema diversidad de las políticas nacional populares. La tipología más
simple considera la importancia relativa de los tres componentes de una política nacional popular: el estado,
los mecanismos de integración política representados a nivel de los actores sociales por una clase media que
en realidad no tiene otra definición que de ser agente de integración política y cultural a través de la
educación y la participación política y en tercer lugar los actores sociales y en particular el pueblo. Lo que
conduce a diferenciar 6 tipos de políticas nación populares con la condición de recordar que no son opuestos
o completamente separados y que cada régimen político concreto se define mas por su posición relativa
entre diversos tipos que por su identificación exclusiva a un tipo. Las tres condiciones son: independencia
nacional – Integración político cultural y participación popular.
El extremo individualismo que constituye al Poder Ejecutivo se combina con el organicismo del Leviatán. El
líder tiene que guiar a la nación uniendo sus fragmentos dispersos dentro de un todo armonioso. Solo la
cabeza sabe realmente lo que se debe hacer: el presidente y sus colaboradores son la esencia de la política.
La delegación incluye el derecho y el deber del presidente de administrar amargos remedios que
recompondrán la salud de la nación. Sin embargo algunos de los problemas de la nacion conllevan la
necesidad de soluciones técnicas que solo pueden ser llevados a cabo por un equipo de tecnócratas
especializados. Los “técnicos”, especialmente en materia económica, deben ser políticamente protegidos por
el presidente contra las múltiples resistencias de la sociedad. Mientras tanto, es “obvio” que esas resistencias
se deben ignorar. El discurso organicista rima poco con los áridos argumentos de los tecnócratas y se
consuma entonces el mito de la delegación: el presidente se aísla de la mayoría de las instituciones políticas y
los intereses organizados y carga solo con la responsabilidad por los éxitos y fracasos de “sus” medidas. El
presidente se aísla de la mayoría de las instituciones democráticas y asume la plena responsabilidad por los
exitosos fracasos de sus medidas.
Este margen de libertad con el que cuenta el presidente muchas veces lo aleja del propio partido que lo
impulso, el que muchas veces desesperado por las medidas que adopta el primero a lo largo de su gestión, le
quita su apoyo en el parlamento, aumentando aun mas el aislamiento político del mismo.
El ciclo de la crisis
Los nuevos gobiernos deben enfrentar complejos problemas sin contar con fuertes estructuras burocráticas
consolidadas, y los presidentes son elegidos luego de prometer salvar al país de todos los problemas que lo
aquejan, por lo que queda montada una lucha generalizada por conseguir ventajas a corto plazo. En este
sentido el salto de la popularidad a la demonización de su persona y su gobierno puede ser tan súbito como
dramático, dando como resultado una doble sensación de omnipotencia e impotencia. Claramente estas DD
son más propensas a irrupciones que las democracias representativas, aunque por el momento presentan
una notable persistentes.Todos los gobiernos quieren conservar un mayoritario apoyo popular y casi siempre
los políticos quieren ser reelectos. ¿Cómo ganar una elección y cómo, una vez, electo, gobernar en este tipo
de situación? La respuesta más obvio es diciendo una cosa durante la campaña y haciendo lo contrario en el
gobierno. La sorpresiva adopción de severos paquetes de estabilización no hace nada a favor de la confianza
pública en la democracia y sus instituciones.
Un mandato delegativo supuestamente conferido por la mayoría, una fuerte voluntad política y el
conocimiento técnico como el estilo mágico de hacer política en algunos países sudamericanos hundidos en
la profunda crisis que heredaron de sus gobiernos autoritarios. Cuanto mayor es la crisis y menor la
expectativa de paliarla, resulta mas racional actuar mas desagregadamente en relación a las agencias
estatales (debilitando al aparato estatal), con horizontes de tiempo extremadamente cortos y suponiendo
que todos los demás agentes harán lo mismo. Esto desemboca en exactamente lo opuesto a las condiciones
que contribuyen a fortalecer las instituciones democráticas.
Cuando el ejecutivo finalmente necesita apoyo legislativo para proseguir sus políticas suele encontrar un
Congreso resentido que no se siente responsable por políticas en cuyo diseño no intervino. El Congreso cada
vez se debilita mas por su reacción hostil y distante frente al ejecutivo; y todo alimenta una aguda caída del
prestigio de todos. Finalmente, la debilidad institucional resultante restringe aún mas las posibilidades de
hallar otra solución mágica cuando fracasan los paquetes.
De la omnipotencia a la impotencia
La omnipotencia acentúa las tendencias antiinstitucionales de las DD y ratifica tradiciones de fuerte
personalización y concentración de poder en el ejecutivo. El otro lado de la moneda es una aguda dificultad
para transformar esas decisiones en regulaciones efectivas de la vida social.
Como estas decisiones del ejecutivo, atropelladas y unilaterales, suelen perjudicar a intereses importantes y
políticamente movilizados, tienen poca probabilidad de ser implementadas. En este escenario, el resultado
natural en el pasado latinoamericano habría sido un golpe de estado exitoso. Claramente, por su debilidad
institucional y sus erráticas pautas decisorias, las DD son más propensas a interrupciones que las
democracias representativas. Pero la política económica implementada por las DD no siempre está
condenada al fracaso. En la medida en que sectores de la población electoralmente significativos consideren
exitosa su política económica, los presidentes promueven reformas constitucionales que permitan su
reelección o su permanencia en la cúspide del gobierno (ejemplo Menem).
Este es el problema: Las instituciones fuertes y efectivas no se construyen de un día para otro; ese
fortalecimiento y legitimación lleva su tiempo, durante el que se lleva a cabo un complejo proceso de
aprendizaje social.Por otro lado, para manejar eficazmente las tremendas crisis sociales y económicas que
padece la mayoría de las nuevas democracias sería preciso que dichas instituciones estuvieran ya en pie;
pero la propia crisis opone serios obstáculos a la ardua tarea de la institucionalización.
Éste es el drama de los países carentes de tradición democrática: como todas las democracias deben
enfrentarse con una enorme cantidad de legados negativos de sus pasados autoritarios; pero a la vez, tienen
grandes problemas económicos y sociales que pocas de las viejas democracias padecieron en el período de
su emergencia.
En Argentina la nueva matriz estatal se apoyo en tres dimensiones: patrimonialismo en cuanto a una nueva
lógica de acumulación privatizadora, mercados monopólicos. El asistencialismo como contención de la
pobreza. Reforzamiento del sistema represivo institucional, apuntando al control de las poblaciones pobres,
así como la represión y criminalización del conflicto social.
Subordinación de la política a la economía. Desdibuja miento de la política entendida como esfera de
deliberación y participación. Desarticulación de las formas de politización de lo social.
Hemos dicho que en nuestro país la relación entre neoliberalismo y globalización fue naturalizada, lo cual
contribuyó a desdibujar el carácter político de las llamadas reformas estructurales. Este proceso acompañó el
vaciamiento institucional de la democracia, identificada sin más con la democracia liberal y representativa,
así como la consolidación de un estado, apoyado sobre el triple eje “patrimonialismo-asistencialismo-matriz
represiva”. Ese fue el escenario general en el cual se inscribieron y (contra el cual se) desarrollaron gran
parte de los conflictos sociales y políticos durante los noventa.
Durante 2002, el cuestionamiento trajo aparejado una crítica radical de la globalización neoliberal en su
versión vernácula, sentando las bases de la afinidad desarrollada entre las clases medias movilizadas y las
organizaciones de desocupados, que desde hacía años venían trabajando en sus barrios en la recomposición
de los lazos sociales. En este sentido, la crisis tuvo un efecto desnaturalizador importante, que desembocó
en una doble demanda. Por un lado, dicha demanda tuvo un carácter destituyente, que supuso la
suspensión de todos los contratos (político, económico, social), reflejado enfáticamente en la consigna “que
se vayan todos”. Ciertamente, esta consigna revelaba el alcance de la ruptura producida en términos de
representación y concepción de la política. Por otro lado, la crisis y las movilizaciones que le siguieron,
fueron también portadoras de demandas constituyentes, que buscaban articular una nueva institucionalidad,
a través de una democracia participativa y un estado solidario.
Por ello, creemos que es necesario pensar, en función de este legado, en la definición de una agenda post-
neoliberal, que coloque en el centro la necesidad de reinventar el estado y la democracia participativa, sobre
nuevas bases solidarias. En este sentido, lejos de considerar que el estado en su triple forma actual
(patrimonialista, asistencialista y represivo), aparezca como la cristalización definitiva de las relaciones
sociales, la experiencia de la acción colectiva marca la necesidad de recuperar el estado en su dimensión
contradictoria, como espacio de disputa y confrontación entre diferentes actores sociales, definidos
asimétricamente en términos de recursos y poder.
CAP 4: La Institucionalización
Un partido, cualquier partido – como cualquier organización- no es un objeto de laboratorio aislable de su
contexto, ni un mecanismo que una vez construido y puesto en marcha sigue funcionando siempre de l
mismo modo. Un partido, como cualquier organización, es por el contrario una estructura en movimiento
que evoluciona, que se modifica a lo largo del tiempo y que reacciona a los cambios exteriores, al cambio de
los ambientes en que opera y en los que se halla inserto. Se puede afirmar que los factores que inciden
mayormente sobre la estructura organizativa de los partidos, que explican su fisonomía y funcionamiento,
son su historia organizativa (su pasado) y las relaciones que en cada momento establece son un entorno
sujeto a continuos cambios. Para concretar sus implicaciones, debemos disponer de instrumentos analíticos
capaces de enfocar un cuadro en movimiento: la evolución organizativa de los partidos en contextos
ambientales variables.
Los conceptos centrales en torno a los que se organiza este análisis son los de modelo originario (los factores
que, combinándose de distintas maneras, dejan su huella en la organización y definen sus características
originarias), y el de institucionalización (la forma en que la organización se ha consolidado)
El modelo originario
Las características organizativas de cualquier partido, depende, entre otros factores, de su historia, de cómo
la organización haya nacido y se haya consolidado. Las peculiaridades del período de formación de un
partido, pueden ejercer su influencia sobre las características organizativas de aquél incluso a decenios de
distancia. Toda orga lleva en sí la huella de las peculiaridades que se dieron en su formación y de las
decisiones político-administrativas más imp adoptadas por sus fundadores.
El proceso de formación de un partido es, en la mayoría de los casos, un proceso complejo y consiste a
menudo en la aglutinación de una pluralidad de grupos políticos, a veces incluso fuertemente heterogéneos.
Hay tres factores que contribuyen sobre todo a definir el modelo originario particular de cada partido.
El 1º tiene que ver con el modo en que se inicia y se desarrolla la construcción de la organización. Esta puede
producirse por penetración territorial o por difusión territorial o por una combinación de ambas
modalidades. Estamos ante un caso de penetración territorial cuando un “centro” controla, estimula o dirige
el desarrollo de la “periferia”, es decir, la constitución de las agrupaciones locales e intermedias del partido.
Hablaremos de difusión territorial cuando el desarrollo se produce por “generación espontánea”: cuando son
las elites locales las que, en un primer momento, constituyen las agrupaciones locales del partido y sólo a
continuación éstas se integran en una organización nacional. En general, es posible identificar una modalidad
como predominante.
Un desarrollo organizativo por penetración territorial implica por definición, la existencia de un “centro”
suficientemente cohesionado desde los primeros pasos de la vida de los partidos. Y es justamente este
centro, o el reducido grupo de líderes nacionales que da vida a la organización el que forma el primer núcleo
de su futura coalición dominante. Un partido que se desarrolla por difusión es por el contrario un partido en
el que el proceso de constitución del liderazgo es normalmente bastante más tormentoso y complejo, puesto
que existen muchos líderes locales, surgiendo como tales autónomamente, que controlan sus propias
agrupaciones y que pueden aspirar al liderazgo nacional. Un desarrollo por difusión, por tanto, a diferencia
de un desarrollo por penetración, tiene mayores probabilidades de desembocar en una organización con
estructuras descentralizadas y semiautónomas y en una coalición dominante dividida, surcada por continuos
conflictos por el liderazgo.
El 2º factor que juego un factor de primer plano en la caracterización del modelo originario de los partidos es
la presencia o ausencia de una institución externa que “patrocine” el nacimiento del partido. La presencia o
ausencia de la institución externa cambia la fuente de legitimación de los líderes. Si existe una institución
externa, el partido nace y es concebido como el “brazo político” de esa institución. Con dos consecuencias:1)
las lealtades que se forman en el partido son lealtades indirectas, se dirigen en primer lugar a las
instituciones externas y sólo en segunda instancia al partido; 2) la institución externa es, por consiguiente, la
fuente de legitimación de los líderes y es ella, la que hace inclinarse la balanza a un lado u otro en la lucha
interna del poder. Distinguiremos entre partidos de legitimación interna y partidos de legitimación externa.
El 3º factor a considerar, viene dado por el carácter carismático o no de la formación del partido. El problema
es establecer si el partido es o no, esencialmente, una criatura o un vehículo de afirmación de un líder
carismático. Se trata del hecho de que el líder que aparece como el creador e intérprete indiscutido de un
conjunto de símbolos políticos (las metas ideológicas originarias al partido) que llegan a ser inseparables de
su persona. La existencia del partido no es siquiera concebible sin referirse a los líderes que los fundaron.
Los partidos carismáticos son bastante raros. A menudo se trata de pequeños partidos que permanecen al
margen de los grandes juegos políticos; nacen y mueren sin institucionalizarse. Este fenómeno tiene que ver
con el hecho de que en este caso la institucionalización consiste en la “rutinización del carisma”
Junto con el desarrollo por difusión o penetración, junto a la existencia o no de una institución patrocinadora
externa, la presencia o ausencia de un liderazgo carismático inicial es un factor que crea diferencias
considerables, en los modelos originarios de los distintos partidos.
La institucionalización:
Cuando la organización está todavía en construcción, los líderes, sean carismáticos o no, desempeñan un
papel crucial. En primer lugar elaboran las metas ideológicas del futuro partido y seleccionan la base social de
la organización.
En esta fase el problema de los líderes, es el de elegir los valores-clave y crear un estructura social que los
incorpore. En esta fase, en la que se constituye una identidad colectiva, la organización es todavía, para sus
partidarios, un instrumento para la realización de ciertos objetivos: es decir, la identidad se define
exclusivamente en relación con las metas ideológicas que los líderes seleccionan u no – por el momento- en
relación con la organización misma. La institucionalización es en efecto el proceso mediante el cual la
organización incorpora los valores y fines de los fundadores del partido. En palabras de Philip Selznick, este
proceso implica el paso de la organización “fungible” (es decir, puro instrumento para la realización de
ciertos fines) a la institución. La organización pierde poco a poco el carácter de instrumente valorado no por
si mismo sino sólo en función de los fines organizativos: adquiere un valor en si misma, los fines se
incorporan a la organización y se convierten en inseparables y a menudo indistinguible de ella. La
organización se convierte ella misma en un fin. Los fines organizativos, las metas ideológicas, contribuyen a
modelar su fisonomía organizativa.
Los procesos que provocan la institucionalización son esencialmente dos, y se desarrollan de modo
simultáneo. Ambos procesos están ligados a la formación de un sistema interno de incentivos. El desarrollo
de intereses organizativos está vinculado al hecho de que, las primerísimas fases de su vida la organización
debe, para sobrevivir distribuir incentivos selectivos a algunos de sus miembros (cargos de prestigio,
posibilidades de carrera, etc). Lo que comporta el establecimiento de procedimientos para la selección y
reclutamiento de las elites, de los cuadros dirigentes en los distintos niveles de la organización. Conforme al
avance del desarrollo de la organización se hace preciso reclutar los futuros dirigentes. El desarrollo y
difusión de lealtades organizativas por su parte, tiene que ver con la distribución de incentivos colectivos (de
identidad) tanto a los miembros de la organización (los militantes) como a una parte de los usuarios externos
(el electorado fiel).
Hasta aquí la institucionalización entendida como un proceso, como un conjunto de atributos que la
organización puede o no desarrollar en el período que sigue a su nacimiento. Desde este punto de vista, la
distinción se establece entre los partidos que experimentan procesos de institucionalización y los que no los
experimentan (y que se disuelven rápidamente).
Pero el problema de institucionalización es más complejo. En efecto, las organizaciones no se
institucionalizan todas del mismo modo, con la misma intensidad. Existen diferencias considerables entre
unos partidos y otros. Todos los partidos que institucionalizarse para sobrevivir, pero mientras en ciertos
casos el proceso desemboca en instituciones fuertes en otro da lugar a instituciones débiles. De esta
constatación arranca la hipótesis (que tiene carácter central en el planteamiento del autor), de que los
partidos se diferencian principalmente por el grado de institucionalización alcanzada, el cual a su vez, está en
función de las modalidades del proceso de formación del partido y, del tipo de modelo originario (así como
del tipo de influencias ambientales a que la organización haya estado sometida). La idea que subyace a esta
afirmación es que es posible, teóricamente al menos, “medir” el nivel de institucionalización de los diversos
partidos y colocarlos, por tanto, en un determinado punto del continuo que va desde un máximo hasta un
mínimo de institucionalización.
Las dos dimensiones de la institucionalización tienden a estar ligadas entre sí: en el sentido de que un bajo
nivel de sistematización organizativa, implica a menudo una débil autonomía respecto al ambiente. Y
viceversa. La autonomía de las subunidades organizativas con respecto al centro de la organización (con un
bajo nivel de sistematización) va ligada a una dependencia respecto a sectores específicos del ambiente. La
indeterminación de las fronteras de la organización típica de una fuerte dependencia del ambiente es
también un factor que favorece una débil coherencia estructural interna y un bajo nivel de sistematización.
Una organización con un elevado grado de institucionalización posee normalmente mas defensas frente a los
retos ambientales que una débilmente institucionalizada, porque sus instrumentos de control sobre la
incertidumbre ambietnal se hallan concentrados en el centro y no dispersos entre las subunidades. Y sin
embargo una institución fuerte puede ser mas frágil que una institución débil.
En efecto, cuando el nivel de sistematización es elevado, una crisis que golpee una parte de la organización
está llamada a repercutir rápidamente sobre todas las demás. Por el contrario, cuando el nivel de
sistematización es bajo, la autonomía relativa de las distintas partes de la organización permite aislar la crisis
más fácilmente.
Un partido que ha conocido un fuerte proceso de institucionalización, es una organización que limita
drásticamente los márgenes de maniobra de los actores internos. Las organizaciones se imponen sobre los
actores. Un partido fuertemente institucionalizado es un partido en el que los cambios son lentos, que puede
fácilmente romperse, por su excesiva rigidez. Por el contrario un partido débilmente institucionalizado es un
partido en el cual los márgenes de autonomía de los actores en lucha son más amplios y en el que los
vínculos de las subunidades organizativas con diversos sectores del ambiente aseguran a los grupos rivales
un control autónomo sobre los recursos externos. Una organización débilmente institucionalizada es una
organización que puede experimentar transformaciones repentinas.
Respecto al grado de institucionalización de los partidos podemos servirnos al menos de cinco indicadores.
En 1º lugar, el grado de desarrollo de la organización extraparlamentaria central. La regla es que un partido
fuertemente institucionalizado posea una burocracia central desarrollada, un aparato nacional fuerte. En un
partido débilmente institucionalizado el aparato central también es débil y las organizaciones periféricas son
más independientes del centro. Esto es consecuencia del distinto grado de concentración- dispersión del
control sobre las zonas de incertidumbre en la organización. Burocratizacion y centralización.
En 2º lugar, el grado de homogeneidad, de semejanza entre las subunidades organizativas del mismo nivel
jerárquico. Si la institucionalización es elevada, las agrupaciones locales tenderán a organizarse de la misma
forma. Si la institucionalización es débil es bastante probable que existan fuertes diferencias organizativas. Lo
que es consecuencia de un grado distinto de sistematización, de coherencia estructural.
En 3º lugar, las modalidades de financiación. Cuanto mayor es la institucionalización tanto más posible es
que la organización disponga de un sistema de ingresos basado en aportaciones que afluyen con regularidad
a las cajas del partido desde una pluralidad de fuentes. Cuanto menos institucionalizado esté el partido, más
discontinuo e irregular será el flujo de fondos. La regularidad es indispensable para el mantenimiento de la
estructura burocrática y la pluralidad de fuentes garantiza la autonomía.
En 4º lugar, la relación con las organizaciones cercanas al partido. Un partido fuertemente institucionalizado
ejercerá un predominio sobre las organizaciones externas al partido. El caso contrario es el de los partidos
débilmente institucionalizados donde no existe relación alguna con las instituciones exteriores.
Finalmente, el grado de correspondencia entre las normas estatutarias y la “constitución material” del
partido. Esta tiende a ser mayor en el caso de los partidos con un alto grado de institucionalización que en los
partidos débilmente institucionalizado. Este fenómeno se deriva directamente del distinto grado de
indeterminación de las fronteras de la organización. Si la institución es fuerte las fronteras son claras y
definidas y, por definición, no puede suceder que personalidades, grupos o asociaciones formalmente
externas al partido ejerzan un papel directivo en la organización. Si la institución es débil las fronteras están
difusas, la autonomía respecto al ambiente es mínima y los actores formalmente externos pueden,
“atravesar” más fácilmente los límites.
La tipología más arriba ilustrada se limita a identificar relaciones que pueden establecerse a nivel de hipótesis
entre modelo originario (variable independiente) y el nivel de institucionalización (variable dependiente). Lo
que ha sido posible porque se trata de una construcción teórica.
A) La presencia del carisma, el vigor de su mensaje y su capacidad de suscitar grandes adhesiones como
características del peronismo.
B) Perón recibió apoyo de: los sindicalistas y políticos amateur y profesionales de diferentes ideologías.
Políticamente también de sectores disidentes de la UCR y de conservadores, lo que atenuaba el sesgo
obrerista del laborismo. Desde un principio hubo tensiones dentro de la coalición, producto de las diferentes
ideologías, la ambición, la rivalidad personal. Poco después de la elección las bases en las cuales Perón se
apoyó estaban ya sin estabilidad. Entonces, él se proclama jefe supremo del movimiento y dicta disposiciones
que hacen caducar toda autoridad partidaria. Su intención era superar las divisiones internas. Si bien la
disolución de los partidos políticos que formaban parte de la coalición (tb el laborista) se cumplió, no fue el
fin de los conflictos…
C) el partido peronista se fue gestando desde el gobierno. En 1949 la ley 13645 sobre partidos pol venía a
preservar al peronismo de los riesgos que lo asechaban. Las nuevas reglas creaban incentivos para
permanecer en los ya existentes. Tendieron a concentrar la estructura de oportunidades en un único partido
político, el peronista. La división entre peronistas y antiperonistas ayudó a fortalecerlo. Aún así, las
diferencias no desaparecieron. Perón crea las “ramas” del movimiento. Espacios propios para sindicalistas
(la CGT) y para políticos (el partido peronista y el partido peronista femenino) todo bajo control del jefe
supremo del movimiento. Es importante destacar que se contaba además con los recursos clientelares,
logísticos y humanos que proporcionaba el control del aparato estatal.
Perón en el exilio:
Cuando toma el poder la Revolución Libertadora, en 1955 Perón se exilia hasta 1973. En ese lapso
proscripción y disolución del peronismo. Perón debe afrontar problemas como la obediencia y las
resistencias que surgían. La desobediencia se castigó simbólicamente. A pesar de eso, no fue suficiente para
contener los focos de rebelión.
- estrategia “neoperonista” de los políticos: se manifestaban con liderazgos provinciales. Si bien el peronismo
era centralizado dejaba espacios fértiles para el surgimiento de estos líderes provinciales. Aspiraban a la
autonomía, lo que era una amenaza para el líder. No pasaron del plano local.
- CGT: mientras p estuvo en el poder controlo la dir Gral. de la CGT. Esta tenía necesidades permanentes del
mundo obrero, no como las de los políticos que eran intermitentes, en periodos de elecciones.
El peronismo con Perón en el exilio descansó en los recursos y capacidad organizativa y representativa del
liderazgo sindical. Ya sin vínculo en el 55 entre estado y sindicatos, estos últimos se expresan más
autónomamente. Los líderes ganan cada vez más peso y se quieren incorporar a la estructura de poder.
En el 74 muere Perón y el régimen carismático trata de solucionar su debilidad.
Entonces, vuelven a ser protagonistas, como durante el exilio, la dirigencia sindical, el peso de sus
organizaciones y recursos en un contexto adverso de falta de autoridad del gobierno de Isabel y crisis
económica.
Institucionalización:
Con el predominio del sector renovador se sentaron las bases de un nuevo consenso, en carta orgánica del
partido. Eran cambio de reglas para la toma de decisiones. Antes la concentración en una sola persona limitó
el desarrollo organizacional del PJ pero incorporó vastos sectores sociales. Ahora, quedaba vacante: la fuente
de legitimidad y la interpretación de las reglas. El PJ se democratiza y se corta con la tradición movimentista.
Pasa a ser el partido la forma organizada del movimiento. Con las elecciones internas que gana Menem se
sentía que se había encontrado la forma de superar el problema de la fórmula sucesoria. El poder de decisión
fluye de abajo hacia arriba y aparece la figura del “puntero”.
Conclusión: el partido combina en esta etapa democratización y descentralización en una dinámica pautada
por el ciclo electoral. Esto inevitablemente llevó al fraccionamiento de los recursos pero también del poder.
El PJ pasó de un modelo carismático a un modelo democrático. El modelo originario de organización del Pj,
supone que mientras vivio peron, partido y líder constituyeron una misma identidad. Generando recursos
humanos, materiales y simbollicos que favorecieron su continuidad y posterior transformación. El exilio
opero en dos direcciones, por un lado la ausencia reforzó el papel de los grupos dirigentes provincinales, y el
de los sindicatos que proveyeron al movimiento de recursos materiales y organizativos y una presencia
permanente en el escenario nacional. Por otro lado la continua intervención de peron evito la dispersión de
las fuerzas. Con estos recursos se logro enfrentar el desafio de su institucionalización.
En cuanto a la actual organziacion del partido, esta corresponde con un modelo democrático dado que el
poder de decisión respecto a las autoridades y candidaturas descansa en la voluntad de los afiliados. Si
miramos la caracterización de panebianco en cuanto al grado de institucionalización el PJ es débil. La
estrecha vinculación del partido con los sindicatos se ha ido atenuando, pero adquiere mayor dependencia
del aparato Estatal. En cuanto al grado de sistematización, de interdependencia de las unidades que
componen la organización, hemos señalado que se trata de un resultado contingente, producto de la
habilidad y fortuna de los lideres en lograr aglutinar fuerzas. En este sentido el partido se encuentra en un
estado de permanente fluidez, reforzado por el particular modo de observar las reglas y el desarrollo de
ciertas practicas paralelas a ellas.
El carácter democrático de la actual organización partidaria…. Hay menos tutela de los sindicatos por lo que
el partido puede comenzar a generar sus propios recursos, pero a la vez hay más dependencia al aparato
estatal (como fuente de financiamiento de act. partidarias). Se permite que un mismo partido presente sub-
lemas y se transmite interpartidariamente lo que no se pudo solucionar intrapartidariamente en elecciones
internas (por el costo de estas). Se manipulan las reglas y practicas según el gobierno de turno por la poca
institucionalización y se les da a los candidatos la posibilidad de la escisión, es decir, separarse del partido y
después volver. La elasticidad organizativa del partido justicialista ha sido funcional a su capacidad de
adaptación, tanto al desafio de la muerte del líder como para encarar los procesos de cambio económico y
social.
POUSADELA. Los partidos políticos han muerto ¡Larga vida a los partidos!
Nos proponemos examinar el estado actual de los partidos políticos en general, y en la Argentina en
particular. Buscando responder a la pregunta sobre la supuesta crisis de los partidos políticos y en el caso de
tal diagnostio nos proponemos también definir exactamente en qué consistiría dicha crisis.
Es indudable que siguen existiendo partidos políticos. Sin embargo, podría argumentarse que no son los
mismos que solíamos designar con ese nombre, sino alguna otra cosa que ha venido a reemplazarlos y a
apropiarse incluso de su denominación. En este sentido, la respuesta a la pregunta planteada (sobre la
declinación de los partidos) es absolutamente dependiente de la definición escogida. El muestrario de
definiciones disponibles es amplísimo, de hecho, no existe una definición unánimemente aceptada.
Una vía frecuente de salida del apuro definicional es la que conduce en dirección a la atención a las funciones
que los partidos desempeñan. La ecuación es sencilla: mientras la democracia sea representativa, se
necesitarán vehículos de representación. Dichos vehículos serán los partidos o alguna otra cosa semejante a
la que probablemente convendremos en denominar de ese modo.
Las funciones de los partidos parecen resumirse en su tarea representativa o de traducción del principio
abstracto de soberanía popular en un gobierno concreto a través del mecanismo electoral. De la
caracterización de Panebianco se desprende un dato a tomar en consideración: los partidos nunca han
tenido el monopolio de la realización de las funciones que les son propias. Por ende, no parece del todo
consistente la asociación de la idea de la crisis de los partidos a la sensación de que los partidos están siendo
marginados en el ejercicio de unas funciones, que en verdad, nunca les fueron exclusivas. Los cambios que
atraviesan a los partidos y que parecen opacarlos tienen tanto una dimensión cualitativa (nuevos actores)
como una dimensión cuantitativa (mayor peso en el rol de otros actores).
En el caso q nos ocupa, resulta correcto decir q tanto los sistemas de partidos como los sistemas de Estado-
partido desempeñan una función de canalización, y q un aspecto importante de esta canalización consiste en q
ambos sistemas brindan canales de comunicación. Pero la comunicación política no es un diálogo e/partes
iguales por mero deseo de entretenerse. El conducto tiene una dirección, y la dirección del conducto establece
cómo se maniobra en la circulación. Esto equivale a decir q una definición suficiente de la comunicación
política debe especificar de qué comunicación se trata: la comunicación de quién a quién. Y si no se separa la
comunicación “expresiva” de la “autorizada” ello oscurece el punto clave.
Un subsistema de partidos permite la comunicación expresiva, esto es, permite a los ciudadanos comunicar
cosas al Estado. A la inversa, un sistema de Estado-partido establece una red de comunicación ideada
p/comunicar cosas a la sociedad. Lo q importa es si la red de comunicación política está figurada al nivel del
subsistema, independiente// del sistema del Estado. La identificación Estado-partido vincula a un gobierno al
pueblo al crear un sistema de comunicación autorizada q mantiene controlados a los ciudadanos. Por ende,
cabe definir a un sistema de partidos como un sistema de canalización libre (autónoma), en el cual prevalece la
expresión, en todo el sistema político, por encima de la represión; mientras q cabe definir un sistema de
Estado-partido como sistema de canalización obligatoria (monopolista), en el cual prevalece la represión, en
todos los aspectos, sobre la expresión.
Conforme a mi enfoque, la “comunicación” desciende y queda subsumida en la “expresión”, y no a la inversa.
En el sentido en q yo lo aplico, el antónimo de expresión es represión, y sus cuasi sinónimos coacción,
extracción y, en un sentido más lato, órdenes, mandatos y asignaciones autorizadas.
En conclusión, parece q tanto los sistemas de partidos como los sistemas de Estado-partido son necesarios en
los sistemas políticos modernos, en el sentido de q brindan a la sociedad un sistema de canalización. Pero,
salvo en este aspecto de similitud, los 2 sistemas son muy diferentes.
La definición abreviada sería la siguiente: un partido es cualquier grupo político q se presenta a elecciones y
q puede colocar mediante elecciones a sus candidatos en cargos públicos.
La definición mínima alcanza su objetivo cuando basta p/identificar al objeto. Pero más allá de este objetivo no
es en absoluto una definición suficiente; es decir, no puede bastar p/otros fines.
Lo que se rescata en esta definición es el elemento electoral, y con ello la competencia entre partidos, es decir
la interacción en la lucha por el poder en las elecciones. Es el elemento electoral el más importante, ya que en
un sistema de partidos este es el campo donde se procesa la lucha por el poder político. Además en esta
definición se pueden incluir al sistema de partido único ya que, más allá de que los medios utilizados sean
fraudulentos, de todos modos se canaliza a la población en las votaciones. Sin importar que las elecciones sean
libres, siguen siendo un acontecimiento electoral. Otro de los factores importantes que comprende esta
“definición mínima”, es que permite distinguir al partido de la facciones. Este criterio está relacionado con su
perspectiva histórica, donde podemos advertir como a partir del siglo XIX, los partidos afirman claramente su
distinción con las facciones políticas y son aceptados como instrumentos legítimos y necesarios del gobierno
libre. Los partidos políticos podrían ser interpretados como una forma de superación, si se quiere histórica, de
las facciones. Presentándose como un proyecto político que busca interpelar las aspiraciones de la totalidad de
la sociedad y no solo un interés y un beneficio partidario.
Hasta ahora hemos venido hablando de una clasificación y no de una tipología, esto es, hemos identificado
clases y no tipos de sistemas de partidos. Y lo q sugiero es q el criterio numérico puede rendir 7 clases,
indicadas como sigue:
1. De partido único.
2. De partido hegemónico.
3. De partido predominante.
4. Bipartidista.
5. De pluralismo limitado.
6. De pluralismo extremo.
7. De atomización.
¿CUÁL BIPARTIDISMO?
Es necesario tener en cuenta el carácter discontinuo e inestable de la historia institucional del país.
Al hablar de bipartidismo se refiere a que cuando se daban las condiciones de competencia electoral, ganaba
alguno de los dos partidos históricos: UCR y PJ. Se cumplían en esos períodos los criterios del bipartidismo: a)
en cada elección dos partidos comparten la posibilidad de ganar, b) cada uno es capaz por sí solo de formar
gobierno sin apelar a otra fuerza y c) existe la posibilidad real de que el partido que está al gobierno pueda ser
reemplazado por el opositor.
Argentina se caracteriza por partidos fuertes pero por un sistema de partidos débiles; es decir, por la
persistencia de identidades de larga data pero poco proclives a reconocer reglas de juego legitimadas para la
aceptación del adversario. Se combinan dos lógicas en el espectro electoral: el corte ideológico entre izquierda
y derecha y a esto se sobreimprime la separación entre voto peronista o no peronista, y esta inclinación es
clave para entender el proceso político electoral. Lo que encontramos en las elecciones de 2003 no solo es la
fragmentación aun mayor de la base electoral de los partidos tradicionales sino la personalización de un voto
cuyas lealtades se han vuelto acentuadamente volátiles.