Está en la página 1de 42

Requejo Coll --- Las democracias.

Tras la segunda guerra mundial, las democracias liberales han presenciado grandes cambios estructurales en
ausencia de procesos revolucionarios. Las prácticas institucionales, los principales actores políticos, y los
procesos de decisión política vigentes en décadas anteriores sufren cambios importantes. Los cambios
producidos hablan del tránsito de las democracias liberales a unas democracias sociales marcadas a su vez
por un creciente pluralismo cultural. Así como comentaban la existencia entre una articulación liberalismo
político y la tradición democrática en la organización de la democracias liberales contemporáneas, debemos
ahora considerar la existencia de un tercer y cuarto componente en las democracias actuales, los
componentes social y cultural- nacional. El resultado será una organización política que desborda el marco
clásico de los estados liberales democrático tradicionales, y que será caracterizada como estado social,
estado de bienestar, etc. Tres dimensiones: la dimensión liberal, la democrática y la social, que conviven en
los sistemas liberal democrático actual.
Las democracias liberales se han ido tornando más complejas, se ha ido imponiendo la idea de que sin una
dimensión social que elimine la dependencia fáctica, material de los ciudadanos situados por debajo de
ciertos límites socio económico, la misma lógica democrática carece de una base efectiva para su realización.
Los términos social y bienestar refieren a una organización política estatal desarrollada en los países
capitalistas industrializados asociada a una serie de medidas intervencionistas por parte de los poderes
públicos que rompe con la noción liberal de la independencia del mercado como principal agente regulador
de las interrelaciones económicas y sociales. El autor utiliza el término estado social en un sentido ampliado,
que asocia dicho concepto con las primeras regulaciones públicas de materia socioeconómicas, mientras que
llama estado de bienestar en el sentido temporal de las democracias liberales del segundo pos guerra.
La dimensión social viene dada a dos valores: la seguridad frente a situaciones extremas de inseguridad
material y la igualdad socio económica. Valores distintos con objetivos específicos. El autor sintetiza la
dimensión social de las democracias liberales contemporáneas en 4 etapas: inicio, consolidación, expansión y
revisión de los estados sociales.

Inicio de la dimensión social


La irrupción de la dimensión social en el sistema político en cuanta intervención continuada de los poderes
públicos en los procesos de producción y de distribución económica, no se producirá hasta el último cuarto
del siglo XIX, hasta la primera guerra mundial. Alemania es el país de referencia básica, tras el proceso de
unificación con la creación de un estado fuertemente burocratizado. Mucho más vinculado al paternalismo
que a las características propiamente liberales en Francia, Inglaterra o EE.UU. Estos últimos países
introdujeron medidas de seguridad social. Estas primeras disposiciones sociales corresponden a una fase
económicamente expansionista en la que va consolidándose una fuerza de trabajo estable sumida en un
creciente proceso de organización política y sindical. Las medidas de intervención social adoptadas fueron un
contrapeso frente a las consecuencias del mercado económico. En todas las posiciones el valor
predominante era la seguridad del orden público y de condiciones materiales de los ciudadanos. En las
etapas posteriores, se irán desplazando a la concepción inicial de carácter frecuentemente paternalista y
caritativo de las medidas sociales en favor de un nuevo tipo de derechos económicos y sociales.
La consolidación de la intervención social.
Tras la primer guerra mundial y a partir de la influencia de la revolución socialista soviética, de la presión de
organizaciones políticas y sindicales de carácter socialista, de la fuerte crisis del capitalismo de 1929, se ira
estructurando un conjunto de políticas sociales mucho más articulado. La consolidación de la intervención
social se produce tanto para establecer unas mínimas condiciones socioeconómicas para toda la población,
como para tratar de controlar la evolución de la crisis económica. Las políticas de gasto social ya no son
contempladas como un mero conjunto de medidas subsidiarias, sino como estímulos y correcciones
convenientes para la racionalidad este último. La política social ira siendo considerada como parte de una
política económica orientada hacia un crecimiento productivo más operático y racional que la que resultaba
en la práctica de los mecanismos de mercado, como demandas a favor de una mayor seguridad socio
económica. De todos modos este será un proceso más empírico y de tanteo que fruto de una ordenada
planificación. Por otra parte de advierten diferencias significativas entre las prioridades establecidas en la
intervención social de los diversos países. Se consolida como objetivo prioritario de esta etapa la defensa o
garantía de la renta adquirida, convirtiéndose la población trabajadora masculina en la principal beneficiaria
de las políticas sociales.

La expansión de la intervención socioeconómica. Los estados de bienestar.


Post segunda guerra mundial, auge de la perspectiva social impulsada desde las instancias públicas.
Elementos clave:
1. Establecimiento de un pacto político, conocido como pacto social liberal, sobre los principales objetivos
políticos y socio económicos establecido por las principales fuerzas políticas y sindicales en un contexto
marcado en los piases europeos occidentales por la reconstrucción posbélica. Los conflictos políticos tienden
ahora a institucionalizarse y a plantearse más en términos económicos de los que era habitual en el periodo
anterior.
2. Constitucionalizacion de derechos socio económicos dirigidos a proporcionar unas condiciones materiales
mínimas a la población. La intervención de los poderes públicos en la prestación de ciertos servicios sociales,
regulación del sistema económico de mercado. Junto con esta readecuación jurídica tendrá lugar una
expansión administrativa de los estados de carácter tanto cuantitativos como cualitativos.
3. La implementación de políticas económicas basadas en la concepción keynesiana de previsión y moderación
de las crisis a partir de un aumento del gasto público. Producir un aumento de la demanda efectiva como
incentivo general de la producción y de la distribución de la riqueza. Las tareas de crecimiento económico
resultan espectaculares en comparación con los periodos precedentes, situación que permite cierta
comodidad en las medidas de carácter fiscal y redistribuidor adoptadas dentro de la lógica de estímulo de la
demanda efectiva. Dicha lógica supone la producción de bienes destinados a un mercado de masas que
presupone una capacidad de consumo estimulada por una situación estable de empleo y por la posibilidad
de la compra a plazos. Se busca evitar una crisis como la del 30, derivada de una demanda insuficiente. Todo
ello conlleva un creciente proceso de politización de la economía.
4. La generalización del fordismo, trabajo en cadena que abarata el precio del producto. Como fenómeno
paralelo al de la consolidación de sindicatos con una fuerte implantación y capacidad negociadora que
incidirá sobre la lógica del mercado laboral. Lo más característico del ámbito productivo es el cambio que
supone una orientación hacia el mercado allí donde existía una orientación hacia el trabajo.
5. La emergencia de acuerdos e instituciones económicas internacionales, FMI, Breton Woods que coordinan las
acciones de los diversos estados de bienestar y la política económica respecto a la periferia del sistema
capitalista internacional (cada vez más dependiente del centro).
6. Puesta en práctica de una serie de mecanismos de redistribución. Diferencias impositivas y redistribución
referida a las contribuciones por impuestos indirectos. La redistribución y el crecimiento económico se
convertirán en objetivos prioritarios.
Finalmente, en este periodo aparecen los valores de eficacia (soluciones a los problemas), de eficiencia
(medidas adecuadas) y de estabilidad del sistema. Criterios de racionalidad científica y técnica.

La revisión de la intervención socio económica en los estados de bienestar.


70- Crisis económica internacional de carácter estructural. Revisión de la propia noción de estados de
bienestar. En términos económicos, se da una caída del excedente empresarial en relación a las rentas
salariales, rompiéndose la lógica consensual y de bajo conflicto del periodo expansivo. Una crisis distinta a la
del 30, y por lo tanto las soluciones keynesianas no resulta operativa. El aumento del gasto público generara
inflación. Disminución de las inversiones y un aumento del desempleo.
El gasto público paso de ser contemplado como la clave de la solución de los problemas socio económico, a
ser el foco de todas las críticas por constituir el principal obstáculo del ahorro y la inversión, y por parte de
los neoconservadores el motivo de erosión del incentivo de trabajo. Al mismo tiempo aparecen una serie de
nuevas demandas sociales frente a las que el sistema económico administrativo de las democracias sociales
ya no podrá responder con nuevos incrementos de la presión fiscal. Todo ello se condensa en una serie de
conceptos que pretenden mostrar el diagnostico político negativo del nuevo periodo. Las críticas a los
principios organizativos de dichos estados a los que se acusa de ser sistemas caros, ineficientes, y
excesivamente burocratizados, a la vez que se les recrimina por no haber cumplido eficazmente las
anunciadas expectativas de seguridad y de igualdad socio económica. Se acentúan críticas de diversos grados
de intensidad tanto desde la posiciones liberales y conservadoras que atribuyen la crisis al excesivo papel del
estado, como desde posiciones marxista que señalan el pretendido carácter funcional de los estados de
bienestar respecto a la reproducción del sistema económico capitalista. A partir de los 80, la prácticamente
totalidad de los gobiernos de las democracias sociales reorientaron sus decisiones macroeconómicas hacia
los objetivos clásicos del control de la inflación y del desempleo a partir de un conjunto de políticas más o
menos similares. Es el periodo de las medidas de ajuste que buscan reequilibra la balanza de pagos. La lógica
política económica de los periodos anteriores centrada fundamentalmente en el marco de un estado
particular debe ceder aceleradamente el paso a las exigencias de una rápida internalización del ámbito
político, y sobre todo del ámbito económico. El intervencionismo estatal se localizara en una escala más
micro, más centrada en medidas de apoyo a los sectores productivo del país capaces de competir con éxito a
escala internacional. Lo que termina en los 80 es el keynesianismo en un solo país. Ahora, la
transnacionalización económica favorecida por la revolución tecnológica ira cambiando el tipo de
intervención estatal de las democracias sociales. Se pondrá énfasis en una creciente racionalización de los
gastos sociales. La relación de la administración pública con el proceso económico quedara más vinculada al
mecanismo de mercado. La práctica neoliberal de más mercado no ha significado menos estado, su papel
sigue siendo clave no solo como instrumento de equilibrio de las grandes variables macroeconómicas, sino
también como elemento de contención y control de la conflictividad sociopolítica, la política clientelar y los
fenómenos conflictivos asociados a la marginación y a las bolsas de pobreza.
Revisión de los estados de bienestar de las democracias liberales.
La recomposición del equilibrio entre las lógicas liberal, democrática y social que conforman el estado de
bienestar supone la etapa más reciente de una de las vías históricas del proceso mucho más amplio
habitualmente caracterizado como proceso de modernización.
Notas: Desde distintas posiciones ideológicas.

Las criticas neoconservadoras: Su objetivo central es la crisis cultural que preside las sociedades
occidentales. Una crisis provocada por la pérdida de los valores y actitudes sociales de carácter tradicional
tras las nuevas exigencias del sistema económico en el periodo del capitalismo de consumo de masas.
Abogaran por una recuperación de los antiguos vínculos con que los individuos se relacionaban con su
colectividad (propios de la ética puritana y la ideología liberal anglosajona), vínculos perdidos con el triunfo
de cierto individualismo y de la cultura de consumo y ocio. Esta sería una contradicción cultural del
capitalismo, que resulta una amenaza para la propia lógica de las democracias liberales. Critican que se han
anulado los compromisos del ciudadano con la colectividad creándose un gran vacío allí donde antes
actuaban los valores legitimadores tradicionales de naturaleza moral. Se trata de un individualismo que
valoraría más el consumo y el placer a corto plazo que el trabajo, el ahorro y la satisfacción a medio plazo. El
trabajo deja de ser un valor en sí para convertirse en un medio para el consumo. El núcleo de este cambio no
es visto como un fenómeno vinculado al estado en sí, sino a las necesidades de un sistema productivo que ha
debido adaptarse a las nuevas condiciones creadas tras la articulación de las dimensiones democrática y
social con la dimensión liberal. Los estados de bienestar desincentivan tanto el empleo como las inversiones.
La principal tarea es reformular las bases legitimadoras de la cooperación social compatibles con la eficiencia
y la eficacia instrumental demostrada por la iniciativa individual. Una base de articulación entre el interés
privado individual y la solidaridad con el bienestar colectivo. Para la actitud neoconservadora el diagnostico
de las sociedades contemporáneas de los países desarrollados es el de un perdida de las referencias
ideológicas que aseguraban anteriormente un compromiso cívico colectivo.
También apuntan hacia los excesos igualitaristas promocionados por la capacidad mítica de las ideologías
socialista. En los escritos neoconservadores se insiste en el carácter de prerrequisito del sistema productivo
capitalista para las democracias liberales. La vinculación entre capitalismo y democracia liberal no queda
limitada a unos criterios de mera eficiencia funcional de desarrollo económicos, sino que constituye una
articulación con los sistemas culturales, entendida en el marco evolutivo de la cultura occidental global que
ha demostrado su superioridad moral y funcional. Se requiere un individualismo solidario, que recupere las
funciones tradicionales que efectuaban la familia, la escuela, la iglesia. La democracia liberal sería el mejor
baluarte para una defensa de los valores tradicionales. Reacios aunque no hostiles a las soluciones que pasan
por el intervencionismo estatal proponen un estímulo de los agentes privados, pero implicando a su vez los
valores y actitudes de la antigua ética puritana que llevaba la impronta de un compromiso colectivo. El
estado no es un enemigo a combatir sino un elemento clave del sistema político que debe ser readaptado a
las nuevas condiciones.

Criticas neoliberales. La actitud neoliberal es una crítica más frontal a los estados de bienestar, y lo hace
preferentemente en términos económicos. Defienden la concepción tradicional del liberalismo de entender
la sociedad como un conjunto de individuos libres e iguales que legitiman la autoridad política en cuanto
representa la garantía protectora de la vida, la libertad individual, las propiedades y las prácticas de
intercambio entre los individuos. Critican una serie de factores que muestran a las claras la irracionalidad
sistémica que supone seguir manteniendo una administración pública que resulta ineficiente, costosa y que
preconiza relaciones sociales altamente burocratizadas. No resulta cierta la presunción de los partidarios del
estado de bienestar de que la pobreza será resuelta a través de un aumento de los gastos sociales. Insistir
además en un combate general contra las desigualdades socioeconómicas resulta, disfuncional para el
sistema económica. De lo que se trata es de restaurar la eficiencia de los mecanismos de mercado haciendo
retroceder la actividad de la administración pública una vez constatados los riesgos funcionales que arrastran
los estados de bienestar de base keynesiana. Aunque es notorio que los mecanismos tradicionales de
mercado han mostrado ineficiencias e inestabilidad, el remedio de una acción colectiva a gran escala dirigida
por el estado constituye una fuente constante de nuevas ineficiencias funcionales, y de excesos
antidemocráticos al invadir el ámbito de las libertades individuales. De las imperfecciones del mercado
criticadas en el periodo anterior se pasa a las imperfecciones del intervencionismo estatal. El valor central es
el de la libertad, en términos procedimentales y de racionalidad económica, es decir liberales.
El individuo se entiende como una entidad cada vez más aislada, lo que legitima la existencia del estado y su
marco constitucional y legal. Y el estado liberal se legitima por su función de cumplir con los acuerdos fijados
en las leyes y en los contratos. Se trata de un estado protector que garantiza los pactos constitucionales
entre individuos, pactos que redundaran en beneficio de toda la colectividad. Resulta necesario un estado
mínimo pero fuerte, que garantice el orden público y el cumplimiento de las normas. Sin estado no hay
mercado. Lo social se soslaya al no considerarse las situaciones de pobreza y desigualdad económica como
un déficit estructural. Se muestra un desapego mucho mayor a las cuestiones sociales que la actitud
neoconservadora. La colectividad es pensada en la primera desde un individualismo metodológico que eleva
las categorías de la libertad liberal, de la propiedad y del mercado a férreos presupuestos en los que debe
basarse cualquier acuerdo social.
De todos modos, algunas posturas dentro del paradigma liberal, favorecen mantener la estructura básica de
los estados de bienestar. Una economía mixta de carácter descentralizado para asegurar cuotas de bienestar.
Una igualdad en las condiciones pragmáticas de existencia, en las oportunidades. No en los puntos de llegada
como ha hecho la tradición socialista. Los riesgos de un estado máximo totalitario no se evitan con un estado
mínimo, sino a atreves de un eficiente sistema de bienestar con una economía social de mercado y la
seguridad social en un estado de derecho.

La tradición marxista: Sigue detectándose un cierto carácter economicista. Los estados de bienestar son
vistos o bien como productos funcionales del sistema capitalista o bien como unos productos históricos
cuyas conquistas sociales arrancadas al liberalismo son contempladas como algo irreversible pero muy
insuficiente. Los estados de bienestar no son vistos como un producto de equilibrio en cuya elaboración han
colaborado las clases trabajadoras, ni como una realidad autónoma del sistema capitalista. Son instrumentos
útiles y necesarios de la acumulación capitalista que marcan un revisión superestructura de la dominación
inherente a dicha acumulación, como medio para integrar a las clases trabajadoras, estabilizar el sistema
global y neutralizar la lucha de clases. Otro punto de referencia dentro del panorama intelectual marxista
destaca algunas contradicciones y aporías debidas a los conflictos entre las diversas dimensiones normativas
que conviven en los estados de bienestar. Se abandona el carácter de los estados de bienestar como
instrumentos funcionales a la reproducción del sistema económico, señalándose algunas disfuncionalidades
básicas de carácter legitimador. Habermas Offe concluye que la crisis más agudas ya no son provocadas en el
sistema económico sino originadas en los sistemas políticos y socioculturales. Con el intervencionismo estatal
se habría producido una politización de las decisiones económicas que desplaza el centro neurálgico del
sistema económico administrativo al ámbito político. Frente a esta situación que aumenta las dificultades
legitimadoras de las democracia contemporáneas, el marxismo tradicional no proporcionaría explicaciones
plausibles debido a su enfoque productivista, demostrándose desconcertado ante fenómenos como el
intervencionismo estatal, la democracia de masas o la dimensión social de los estados de bienestar.
Mas relacionada con la tradición marxista se encuentran las críticas derivacioncitas, Se acepta el carácter
autónomo del estado respecto del sistema económico, pero mientras exista capital privado existirá la
escisión entre la sociedad civil económica y una sociedad política. Los poderes políticos asumen funciones de
carácter social que resultan necesarios para la lógica reproductiva del sistema económico y que no pueden
ser llevadas a cabo por las instancias privadas (enseñanza, sanidad).

Przeworski. La socialdemocracia como fenómeno histórico.


El tema recurrente del movimiento socialista desde este momento ha sido la idea de “ampliar” el principio
democrático del reino de lo político al de lo social, especialmente en lo económico. La decisión crucial era la
de participar o no. Precisamente debido a que el principio de la democracia ya estaba presente en las
instituciones políticas, los medios por los que había de llegarse al socialismo aparecían como una elección.
El proyecto de los primeros socialistas comunitaritas era construir una sociedad dentro de la sociedad, una
comunidad de productores directos asociados en talleres y fabricantes, cooperando como consumidores y
administrando sus propios asuntos. Con total independencia del mundo burgués, se trataba de desviarse del
naciente orden capitalista.
No obstante, tan pronto como la nueva sociedad burguesa desarrollo sus instituciones política (burocracia,
ejercito y parlamento) la postura de total independencia ya no pudo sostenerse. Las nuevas instituciones
políticas habían de ser tratadas o como un enemigo o como un potencial instrumento. La elección estaba
ahora entre la “acción directa” o la “acción política”: la confrontación directa entre el mundo de los
trabajadores y el del capital, o la lucha a través de las instituciones políticas. Era necesaria la conquista del
poder político, pero la cuestión era si debían utilizarse las instituciones existentes en la búsqueda de aquel.
Marx sostenía que los trabajadores debían organizarse como partido político y que éste debía conquistar el
poder con el fin de establecer la sociedad socialista. Pero la cuestión era si este partido debía aprovecharse
de las instituciones existentes a su alrededor en su búsqueda por el poder político. La democracia política,
específicamente el sufragio, era un arma de doble filo para la clase trabajadora ¿Se debía rechazar esta arma
o por el contrario de la debía usar para pasar de la emancipación política a la social?
La respuesta anarquista era rotundamente negativa. Lo que los anarquistas afirmaban era que la acción
política no sólo era innecesaria e inefectiva sino también que cualquier compromiso con las instituciones
burguesas, ya sea como propósito o de hecho, destruiría el verdadero movimiento hacia el socialismo.
La corriente abstencionista perdió apoyo en la Primera Internacional después de 1873 y los partidos
socialistas recientemente creados abrazaron los principios de la acción política y la autonomía de los
trabajadores. No obstante la actitud de los partidos socialistas hacia la participación en las elecciones fue
ambivalente. La cuestión principal era la de si la burguesía y la clase alta habría de respetar su propio orden
legal en caso de que el socialismo triunfara en las urnas, si respetaría la voluntad popular incluso si exigiera la
abolición de sus privilegios. En estas condiciones la actitud hacia la participación electoral era
comprensiblemente cauta. Los socialistas entraron en la política electoral con extremo cuidado sólo para
utilizarla con fines propagandísticos y prometieron solemnemente no entrar en ningún tipo de alianza con
otros partidos. En el mejor de los casos, el sufragio universal era un instrumento más. Según Marx, las
elecciones habían de utilizarse tan sólo como un foro ya organizado para la organización, la agitación y la
propaganda. De ahí en más cada paso hacia la participación volvía a encender la controversia.

Capitalismo democrático y participación política.


Siempre y cuando la competición democrática ofrezca a los diferentes grupos una oportunidad para hacer
progresar algunos de sus intereses a corto plazo, todo partido político que pretenda movilizar a los
trabajadores tiene que aprovechar esa oportunidad.
Los trabajadores no tienen derecho institucional a dirigir las actividades de la producción en que participan.
Pero la democracia política da a los obreros la oportunidad de luchar por algunos de sus intereses. La política
de elecciones es el mecanismo a través del cual todos pueden, como ciudadanos, expresar sus exigencias de
bienes y servicios. Si bien como productor inmediato el obrero no tiene derecho institucional a reclamar el
producto, como ciudadano puede dar curso a sus exigencias a través del sistema político. Los trabajadores
pueden dar curso a sus exigencias solo colectivamente y solo indirectamente, a través de organizaciones
incrustadas en sistemas de representación, principalmente sindicatos y partidos políticos.
Si los obreros quieren hacer uso de la oportunidad que les ofrece la democracia, tienen que organizarse
como participantes. Y aun cuando esta oportunidad sea limitada, es la única institucionalizada. Es necesaria
la participación en la política democrática. En las situaciones en que la lucha armada se hizo inviable el único
recurso al alcance de los obreros era la participación parlamentaria. Las experiencias de derrota y de
represión movieron a los partidos socialistas hacia las tácticas electorales.
La participación era necesaria porque como resultado del sufragio universal, masas de individuos pueden
tener un efecto político sin estar organizados. Si los obreros no se organizan como clase es probable que
voten siguiendo otras pautas de identificación colectiva. Organizadas las elecciones y obtenido el derecho al
voto, los obreros tienen que estar organizados para votar como tales obreros.

Participación electoral y organización de clase


La cuestión que se nos presenta es la de si la implicación en la política electoral puede conducir al socialismo
o si refuerza el orden existente, el capitalismo. La participación en la política electoral es necesaria si el
movimiento hacia el socialismo ha de encontrar un apoyo masivo entre los trabajadores, pero no obstante
esta misma participación parece impedir la consecución de los objetivos finales.
Por un lado hay una tensión permanente entre sindicato y los intereses del partido, las organizaciones
económicas y políticas jamás coincidirán.
Un segundo efecto es que las relaciones dentro de la clase se estructuran como relaciones de
representación; el parlamento es una institución representativa: en él se sientan individuos, no masas; la
relación de representación se impone así sobre la de clase por la propia naturaleza de las instituciones
democráticas capitalistas. Los dirigentes pasan a ser parlamentarios, y las masas son representadas por los
dirigentes en los que delegan la defensa; y de esta manera es como la participación desmoviliza las masas.
La lucha por el socialismo cae inevitablemente en el aburguesamiento del movimiento socialista. La lucha
requiere organización, necesita un aparato y una burocracia asalariada, que imprimen una marcada imagen
pequeño burguesa.
Mientras los obreros no consiguieron todos sus derechos políticos, no había que elegir entre la táctica
insurreccionaría y la parlamentaria. No cabía la menor duda de que los derechos políticos sólo se podían
logar por medio de actividades extraparlamentarias. El problema de la izquierda revolucionaria en las
sociedades industriales estables no es que no tenga oportunidades sino que las condiciones normales en las
que tiene que moverse le impiden desarrollar los movimientos que puedan aprovechar las raras ocasiones en
que se les convoca para ser revolucionarios, sostuvo Hobsbawm. Si creemos en la eficacia de las armas
políticas no podemos dar indicios de no estar comprometidos con las reglas del juego parlamentario.
El dilema se agudizó todavía más cuando la democracia dejó de ser mera táctica y fue adoptada como credo
básico de la futura sociedad socialista. Los partidos socialdemócratas reconocieron en la democracia política
un valor que trascendía las diversas formas de organización de la producción. Para ellos, la democracia
parlamentaria pasó a ser a la vez un medio y un fin, el vehículo hacia el socialismo y la forma política de la
futura sociedad socialista, estrategia y programa simultáneamente. ¿Es posible entonces el socialismo
democrático? Un movimiento democrático que recurre a métodos autoritarios para alcanzar sus objetivos
puede no volver a ser democrático en mucho tiempo, no obstante, el seguir siendo democrático puede
condenar al partido a una continua impotencia.

La promesa de elecciones
A pesar de toda la ambivalencia, los socialistas entraron en el juego de la política burguesa para ganar
elecciones, para conseguir una gran mayoría que les permitiera llevar a cabo transformaciones
revolucionarias y para hacer unas leyes socialistas. Este era su objetivo y su esperanza.
La participación electoral se basaba en la creencia de que la democracia no sólo es necesaria sino que es
suficiente para alcanzar el socialismo. Los socialistas entraron en las elecciones porque tenían que
preocuparse por la inmediata mejora de la situación de los obreros. Pero entraron para hacer llegar el
socialismo. Los que metieron a los partidos socialistas en la lucha electoral creían que las clases dominantes
pueden ser vencidas en su propio juego. Ponían todas sus esperanzas y sus esfuerzos en la competición
electoral porque estaban seguros de que la victoria estaba a su alcance. La revolución se haría en las urnas.
Donde el proletariado representa una gran mayoría de la población, el sufragio universal equivale a poder
político. El crecimiento del número de personas que vendían su fuerza de trabajo a cambio de un salario era
un rasgo necesario del desarrollo capitalista. Así pues, era sólo cuestión de tiempo hasta que todos, menos
un puñado de explotadores, fueran proletarios.

Socialdemocracia y clase obrera


El partido socialista había de representar a la clase obrera organizada. Los socialistas buscaban organizar sólo
a los obreros y más precisamente a todos los obreros ¿por qué? Primero porque el capitalismo es un sistema
en el cual los trabajadores compiten unos con otros excepto en el caso en que estén organizados como clase.
Los intereses de clase no se corresponden con los intereses de los trabajadores como individuos. Segundo
porque el énfasis en los especiales intereses de la clase obrera era necesario para evitar la integración de los
trabajadores como individuos en la sociedad burguesa. La clase económica dominante se retrataba a sí
misma como futuro de toda la sociedad.
Las normas legales burguesas establecían categorías universales de individuos iguales en sus relaciones con
las cosas e iguales en sus relaciones unos con otros independientemente de que aparecieran
contractualmente como vendedores o compradores de fuerza de trabajo. La ideología burguesa postulaba
una armonía de intereses de individuos y ciudadanos
Las instituciones políticas burguesas expresan esta visión de la sociedad: el parlamento había de ser el foro
de deliberación racional en la búsqueda del bien común. Mientras que la economía se veía como el reino de
las pasiones generadas por el egoísmo, la política, en cambio, sería el reino autónomo de la razón. La política
debía mantenerse por encima de las divisiones económicas de la sociedad. Al racionalismo abstracto de la
política pura, los socialistas yuxtaponían una imagen que reflejaba el conflicto de intereses de una sociedad
dividida en clases. La propia concepción de una sociedad basada en la armonía de intereses era tajantemente
negada por la ideología del conflicto de clases. Los socialistas afirmaban que la burguesía no solo tenía
intereses particulares sino que además estos estaban en conflicto con los de los trabajadores.
La primera dificultad con que se encontraban los socialistas era que los obreros no se fiaban de toda
influencia que se originara fuera de su propia clase. El socialismo se les aparecía como una ideología
abstracta y extraña fuera de la experiencia diaria. Para los obreros no estaba demasiado claro el que la
mejoría de sus condiciones requería que se aboliera todo el sistema de trabajo asalariado.

El dilema de las elecciones


Esa mayoría que los socialistas esperaban obtener en las elecciones había de estar formada por obreros.
Pero ese proletariado no era y nunca llegó a ser una mayoría de votantes en ninguna sociedad. La predicción
que decía que los desplazados de la vieja clase media pasarían a ser proletarios no se hizo realidad.
Las reglas de juego democrático no tienen compasión, para que un partido pueda gobernar solo, sin el peso
moderador de las alianzas y las deudas del compromiso, ha de obtener más del 50% de los votos. Un partido
que representa a una clase social con menos miembros que las otras clases juntas no puede ganar batallas
electorales. Para obtener una influencia electoral los partidos obreros han de buscar apoyo de miembros de
otras clases, buscando apoyo electoral fuera de la clase obrera.
Esta condición objetiva obliga a los partidos socialistas a tomar una determinación: se ven obligados a elegir
entre un partido homogéneo, con su llamada de clase, pero sentenciado a perpetuas derrotas electorales o a
un partido que lucha por éxito en las elecciones al costo de diluir su carácter de partido de clase. Los partidos
socialistas buscaron el apoyo más allá de la clase trabajadora tan pronto como se hizo realidad la perspectiva
de la victoria electoral y a partir de entonces han estado oscilando entre la búsqueda de aliados y el énfasis
en la clase obrera.
Sin embargo, los partidos socialdemócratas nunca obtuvieron los votos de las cuatro quintas partes del
electorado en ningún país. Sólo en unos pocos casos consiguieron el apoyo de la mitad de los votantes, en
algunos casos ni siquiera pudieron conseguir los votos de todos los obreros.
La mayor de las razones se dio por el dilema que atraviesan estos partidos: al ampliar su llamada a las masas,
los socialdemócratas debilitan la proyección general de clase como determinante de la conducta política
individual. La estrategia orientada hacia un amplio apoyo electoral afectó no sólo a la relación entre los
obreros y las otras clases, sino, principalmente a las relaciones dentro de la clase, a las relaciones entre los
trabajadores. La decisión de participar en las elecciones altera la propia lógica del problema de la
transformación revolucionaria. Cuando los socialdemócratas amplían su llamada, se ven obligados a
prometer luchar no por unos objetivos específicos de los trabajadores como clase, sino sólo por aquellos que
los obreros comparen como individuos con otros miembros de otras clases. Lo que se ve comprometido
cuando los partidos obreros se convierten en partidos de masas es el propio principio de la lucha de clases.
La política vuelve a definirse en lo individual (la nación) y no en términos de clase. De esta forma, cuando
intentan aumentar su apoyo electoral más allá de la clase obrera, se reduce su capacidad de movilizar a los
trabajadores.
Los socialdemócratas no han sido capaces de convertir las elecciones en un instrumento de transformación
socialista. Para ser eficaces en las elecciones se ven obligados a buscar aliados que se unan a los obreros bajo
la bandera del socialismo, pero a la vez minan esa ideología que es la fuente de su fuerza entre los
trabajadores. No pueden seguir siendo un partido exclusivamente obrero, pero no pueden dejar de ser un
partido obrero.

Reforma y revolución
La orientación hacia mejoras inmediatas nunca fue vistas como un alejamiento de los objetivos finales. Dado
que se creía que el socialismo era inevitable, no había ninguna razón por la que los partidos socialistas no
pudieran abogar por reformas inmediatas: no se corría el menor peligro, ni siquiera había la menor
posibilidad, de que tales medidas pudieran evitar el advenimiento de lo inevitable. Para los socialdemócratas
las reformas inmediatas eran pasos que se iban acumulando en el camino hacia la total reestructuración de
la sociedad. Dentro de la visión del mundo socialdemócrata reforma y revolución no requieren una elección.
Para que tenga lugar la revolución social es suficiente seguir el camino de las reformas. Cuantas más
reformas y más rápidamente se introduzcan, más cerca estará la revolución social y antes entrará el navío
socialista en el nuevo mundo. Para que tenga lugar la revolución social es suficiente seguir el camino de las
reformas. Mitigar los efectos del capitalismo e ir transformándolo pieza por pieza terminaría conduciendo a
una total reestructuración de la sociedad.

Proyectos económicos y realidades políticas


La revolución social que contemplaban los socialdemócratas era necesaria porque el capitalismo era
irracional e injusto. Y la causa principal de esta ineficiencia y de esta iniquidad era la propiedad privada de los
medios de producción. De esta manera, la socialización o nacionalización de los medios de producción era el
método principal para la consecución de los objetivos socialistas y por tanto la principal tarea a realizar por
los socialdemócratas tras la conquista del poder.
Pero el movimiento que se había lanzado a revolucionar la sociedad cambiando la propia base de la
organización de la producción terminó el período de integración en las instituciones políticas del capitalismo
sin ni siquiera tocar sus fundamentos. ¿Porque? Por su ambigüedad teórica en los proyectos que
presentaron, no supieron cómo proceder a la realización de sus programas, pero por sobre todo tenían la
dificultad para realizar algunas cosas ya que no tenían mayoría (debieron depender de otras fuerzas o
partidos), no podían legislar sin apoyo de otros partidos. Así, el partido entraría en el gobierno, introduciría
aquellas reformas y sólo aquellas para las que pudiera conseguir apoyo de la mayoría parlamentaria. El
resultado global de estos primeros intentos de socialización fue nulo.
Si los socialistas no podían llevar adelante un inmediato programa de nacionalización, ¿qué podían ir
haciendo? Podían tomar una serie de medidas que mejoraran la situación de los obreros, y las tomaron. Eran
medidas que no modificaban ni la estructura económica ni el equilibrio político de las diversas fuerzas.
No tuvieron ningún tipo de política económica propia, más que criticar al capitalismo y declarar la
superioridad del socialismo. La única teoría reformista era la que reclamaba la nacionalización y no había
ninguna otra alternativa coherente. Una vez suspendido ese programa, no quedaba otro.
Con la Gran Depresión surgen otras respuestas, De víctima pasiva de los ciclos económicos, el Estado se vio
convertido de la noche a la mañana en una institución gracias a la cual las sociedades podían regular las crisis
para mantener el empleo total. La sociedad no está indefensa ante los caprichos del mercado capitalista, la
economía puede controlarse, y el bienestar de los ciudadanos puede aumentarse continuamente por medio
del papel activo del Estado: este fue el descubrimiento de los socialdemócratas. Así surge el keynesianismo.
El keynesianismo se convirtió no sólo en una teoría que justificaba la participación socialista en el gobierno
sino que además, incluso más casualmente desde el punto de vista socialdemócrata, era una teoría que así
de pronto daba una categoría universal a los intereses de los trabajadores. El giro keynesiano pronto llevó a
los socialdemócratas a desarrollar una completa ideología del “Estado benefactor”. Los socialdemócratas
definieron su papel como el de modificadores del juego de las fuerzas sociales, abandonando, de hecho,
totalmente el proyecto de nacionalización. Aunque el nuevo proyecto sí incluía un compromiso fundamental
con aquellos que seguían siendo denunciados como explotadores, pero era factible en lo económico,
benéfico en lo social y políticamente factible en condiciones de democracia. Encontraban su justificación
ideológica en una teoría económica técnica. En lugar de la propiedad directa, el Estado podía alcanzar todos
los objetivos socialistas influyendo sobre la industria privada para que actuara en bien del interés general. La
exitosa aplicación de los instrumentos keynesianos se vio como demostración de que la nacionalización era
innecesaria. Incapaces como gobierno de minoría de llevar a cabo el programa socialista, la socialdemocracia
encontró a mediados de los años ’30 una línea política clara que justificaba su papel en el gobierno, que
especificaba una serie de reformas intermedias que podían realizarse con éxito dentro de los confines del
capitalismo, y gracias a las cuales obtuvieron en varios países una buena plataforma electoral.

El abandono del reformismo


El abandono de la nacionalización programática de los medios de producción no implicaba que el estado
nunca entrara en las actividades económicas. La estructura de los sistemas capitalistas que construían los
socialdemócratas fue el siguiente: el Estado se encarga de aquellas industrias no rentables para las
compañías privadas pero necesarias para la economía; el Estado regula, sobre todo poniendo en práctica
políticas anti cíclicas el funcionamiento del sector privado; el Estado mitiga con medidas de bienestar social
los efectos de la desigual distribución del funcionamiento del mercado. El E no compite con el capital.
Habiéndose comprometido a mantener la propiedad privada de los medios de producción, a garantizar la
eficacia y a mitigar los efectos de la distribución, la socialdemocracia dejó de ser un movimiento reformista.
El reformismo siempre significó una progresión gradual hacia transformaciones estructurales; las reformas
eran acumulativas, eran pasos que llevaban en una determinada dirección. Por su propia lógica, la actual
política de los socialdemócratas ya no permite la acumulación de reformas. El abandono del reformismo es
una consecuencia directa de anteriores reformas realizadas.

Fundamentos económicos del compromiso de clase


El compromiso básico de los socialdemócratas con el capital privado es expresión de la propia estructura de
la sociedad capitalista. Los socialdemócratas cambiaron la abolición de la propiedad privada por la
cooperación de los capitalistas en el aumento de la producción y la distribución de beneficios. Por esto, no
sólo procuran reproducir el capitalismo, sino que luchan por mejorarlo. La nacionalización de los medios de
producción ha resultado ser electoralmente impracticable, las líneas políticas de redistribución radical traen
consigo crisis económicas que no convienen a los asalariados; puede lograrse una mayor influencia para
todos si los capitalistas se ven obligados a cooperar y los asalariados a esperar siempre. Dado que los
beneficios son privados, las decisiones de los capitalistas en lo tocante a la dirección de las inversiones
condiciona la eficacia de las intervenciones del estado.
Sin la nacionalización de los medios de producción, los aumentos de productividad exigen que las empresas
privadas sean productivas. En cuanto el proceso de acumulación sea privado, la sociedad en su conjunto
dependerá del mantenimiento de los beneficios privados y de las inversiones que los capitalistas hagan de
estos beneficios. De aquí que la eficacia de los socialdemócratas en la regulación de la economía y la
mitigación de los efectos sociales, dependa de la rentabilidad del sector privado y de la voluntad de
cooperación de los capitalistas. En la sociedad capitalista todo gobierno depende del capital. El compromiso
básico de los socialdemócratas con el capital privado es, pues, expresión de la propia estructura de la
sociedad capitalista.

Socialdemocracia y socialismo
El gobierno socialista que realmente quiera implantar el socialismo tendrá que decidirse a poner en práctica
su programa de socialización del golpe, o no ponerlo en absoluto. La mera subida al poder de tal gobierno
desencadenará un pánico financiero e incluso un desastre económico. Así pues, el gobierno socialista tendrá
que garantizar la inmunidad de la propiedad privada y de la empresa privada para que la economía pueda
continuar funcionando normalmente, y al hacerlo habrá abdicado de sus objetivos socialistas. La transición al
socialismo genera crisis económica. Las inversiones caen, los precios suben, se erosionan las subas de salario,
baja la producción, afloja la demanda, etc.
Enfrentados a la crisis económica, amenazados por la pérdida del apoyo electoral, y preocupados con la
posibilidad de una contrarrevolución fascista, los socialdemócratas abandonan el proyecto de transición o
por lo menos hacen una pausa para esperar tiempos mejores. Tienen el valor de explicarle a la clase obrera
que es mejor continuar siendo explotados que crear una situación que pueda volverse contra ellos.

Sidicaro. Consideraciones sociológicas sobre las relaciones entre el peronismo y la clase obrera.

Relaciones que se establecieron entre el peronismo y la clase obrera argentina, entre el surgimiento de esta
orientación política y el golpe del 55. En primer lugar la clase obrera no es entendida como inscripta en una
necesidad histórica que trasciende sus prácticas efectivas. Sino como un actor histórico de la sociedad de su
tiempo, no como un supuesto portados de la sociedad futura. En una temática donde abunda las
interpretaciones en términos de manipulación, se excluye toda dimensión que juzgue el desarrollo de la
acción social en términos de procesos supuestamente desviados con respecto a un deber ser estimado como
normal.
La adhesión de la clase obrera al movimiento político peronista se explica por 4 referencias conceptuales.
1. La situación de crisis de dominación social que se había desarrollado desde 1930, y que suponía el fin de la
hegemonía de la gran burguesía agraria. Sin capacidad de proponer un proyecto con posibilidades de ganar
apoyo consensual de las clases subalternas, mantiene entre 1930 y 1943 su control de la sociedad y el
sistema político mediante la coerción. Su influencia política e ideológica sobre la clase obrera está
fuertemente deteriorada.
2. Para tratar de asegurar la preservación de sus intereses sectoriales, la burguesía agraria había promovido una
serie de transformaciones institucionales que crearon un estado intervencionista. Este opero como una
condición objetiva, en tanto soporte material, que posibilito el surgimiento de un nuevo tipo de agente
políticos, que controlando esos aparatos estatales con un poder acrecentado y favorecidos por la situación
de crisis de dominación, pudieron incrementar su autonomía con relación al relativamente debilitado bloque
de clases dominantes. La ampliación de la esfera de intervención estatal es otra de las características que
precedieron al derrocamiento del gobierno conservador de 1943.
3. Se constituyeron en esas condiciones los primeros sectores políticos promotores del peronismo que, a partir
de la unidad que les daba su presencia al estado y su identidad con los proyectos de la administración militar,
buscaron retener las posiciones ocupadas en el seno del mismo. Constituyeron una nueva fuerza política, que
encontraba su base en el apoyo que le brindaba la clase obrera industrial y otros sectores subalternos.
4. Esta situación había sido el resultado y a su vez había provocado una intensa polarización de los conflictos
sociales presentes en la sociedad argentina de la época. Identificando su condición social con el antagonismo
entre peronismo y anti peronismo, la mayoría de las clases subalternas por una parte y la burguesía por otra
encontraron una correspondencia en la escena política de los conflictos que mantenían en otras esferas de la
práctica social.
Sobre la clase obrera y el surgimiento del movimiento político que obtuvo el apoyo de la misma, no existen
nexos simples e inmediatos. El peronismo no fue un resultado espontaneo de dicha crisis. A la crisis de
dominación social como condición objetiva y las iniciativas de los promotores como acción planificada, se
introduce las transformaciones del estado y la politización de los conflictos sociales. Además de estos
aspectos, la política del gobierno militar se caracterizó por el desarrollo de una amplia legislación social, que
modificaron positivamente la situación de la clase obrera en cuanto a sus condiciones de vida y de trabajo.
Quedo constituido un cuerpo legal de protección de los asalariados, que además les permitía negociar en una
relación de fuerzas favorable las condiciones de empleo.
Pero estos indicadores, aun cuando otorgaban beneficios a la clase obrera, no son suficientes para explicar la
adhesión política al peronismo. El nexo no debe buscarse en la importancia económica de las consecuencias
de la aplicación de esas disposiciones sino en los intensos conflictos sociales que se desarrollaron en torno de
las mismas. Más que por la magnitud de las reformas introducidas, fue por el proceso de lucha social
generado a propósito de su sanción y aceptación, que estas medidas tuvieron consecuencias políticas. El
rechazo por parte de las distintas fracciones de la clase dominante dio como consecuencia que esas
iniciativas del gobierno militar se convirtiesen en un eje del conflicto social entre 1943 y 1045. Esas reformas
fueron defendidas por los obreros, y asumidas como propias, dando una unidad a las clases obrera argentina
de un carácter prácticamente inexistente hasta entonces. Los conflictos sociales dejaron de estar localizados
a nivel de ciertas empresas o ramas de la industria que discutían sus particulares condiciones de trabajo y se
proyectaron en el conjunto de relaciones políticas de la sociedad argentina. Para el conjunto de los overos, el
estado y sus funciones aparecieron como directa y claramente vinculados con la cuestión social. Es en la
identificación que se estableció entre el nivel del conflicto social y las disputas en torno a las medidas del
gobierno militar que debe buscarse una de las causas centrales de la adhesión de la clase obrera al nuevo
movimiento político.
La clase dominante que carecía de una fracción con propuesta hegemónica, hizo del anti peronismo su
política principal. Al mismo tiempo la clase obrera sobre la que habían entrado en crisis los controles de
dominación social, identifico al peronismo con sus intereses sectoriales. Se constituyeron en ese procesos los
principales apoyos y adversarios de un movimientos política que proponía la necesidad de conciliar los
intereses de las distintas clases sociales.
Evolución salarial: dos sub periodos. El primero abarco desde 1946 a 195: mejora de la situación salarial.
Numerosos movimientos de huelga, el gobierno peronista acepto los reclamos obreros y se establecen
negociaciones en las cuales se lograban soluciones intermedias. Mejoras en las condiciones objetivas para el
conjunto de la economía, lo que permitió una relativa expansión del sector industrial. Deterioro de la
posición relativa de los empresarios agrícolas. Subordinación de los objetivos sectoriales de las
organizaciones sindicales con respecto a la política de la administración peronista. El segundo sub periodo:
Entre 1951 y 1055 en el cual el salario volvió al promedio de 1946. Este deterioro se vincula con la crisis
económica y la posición política económica del gobierno. Este no adopto una solución negativa para la clase
obrera sino que busco una alternativa equitativa a base de sacrificios parejos e igualdad de contribuciones de
los sectores sociales. Por ello nos interesa destacar que evidentemente la adhesión al gobierno de perón no
puede entenderse solo como efecto de beneficios materiales. La clase obrera apoyaba al gobierno por las
orientaciones de la política social de dicho gobierno y como efecto de las formas que presentaba la
politización del conflicto social. Lo señalado sobre los salarios permite ubicar el alcance real de la política
social del peronismo, que ampliaba las garantías y protección de sus derechos sociales.
En su experiencia concreta, todas las relaciones establecidas por la clase obrera se politizaron. En el interior
de las empresas las conquistas sociales se convirtieron en otros tantos espacios de conflicto político. La
identificación de la clase obrera con el peronismo presento un carácter tal que aun cuando el gobierno dejo
de favorecer ciertos aspectos de su interés no se produjeron rupturas en la continuidad del apoyo que la
misma le prestaba. El peronismo siguió ocupando el mismo lugar de garante estatal de sus derechos.
En lo que corresponde a este segundo sub periodo, el proceso político llevo a la clase obrera a fortalecer sus
vínculos con el gobierno peronista en la medida que durante el mismo aumentaron los enfrentamientos con
la oposición que amenazaba con derrocar al gobierno. Contribuyendo a que las diferencias parciales con
respecto a la política económica no llegaron a convertirse en movimientos generalizados de huelgas.

El desarrollo de organizaciones sindicales y aumento en la cantidad de afiliados. Creación de aparatos


complejos, incremento de recursos materiales e institucionalización. Distintas etapas: en una primer etapa
se plantean conflictos entre algunas orientaciones sindicales que buscan la autonomía con respecto al estado
y las que proponen una mayor subordinación de los sindicatos al proyecto de personal político peronista. La
situación conflictiva de los sindicalistas laboristas dio lugar a una serie de enfrentamientos que finalizaron
con el alejamiento de la escena política de los dirigentes más importantes.
Es evidente que la mejora en las condiciones salariales, etc. fue resultado de las luchas llevabas a cabo con
ese objetivo por el movimiento obrero y no una simple voluntad del gobierno de acordar mayores sueldos.
Considerando equivocada las explicaciones que suponen que el gobierno otorgaba de arriba para abajo y que
los obreros eran receptores pasivos.
Una segunda etapa de mayor subordinación de los objetivos sindicales a la política del gobierno peronista.
Una menor convocatoria a la participación directa de los afiliados. Retracción de la actividad sindical. La CGT
aprueba la política de reducción de ingresos, y desautoriza los movimientos de protesta. El movimiento
sindical organizado perdió su independencia frente al gobierno, aceptando sus pautas de política económica
y opero limitando las protestas. En una época en la que se agudizaban los conflictos con la oposición, la
legitimidad de los sindicalistas se fortaleció en el plano político. Por otra parte, el hecho de que el peronismo
no tuviese el carácter de un partido político que organizaba y encuadraba a los sectores obreros que lo
apoyaban, hacía que el sindicato se convirtiese en el único referente organizacional de la clase obrera. Los
dirigentes perdían independencia frente al gobierno pero ganan autonomía con sus bases, se consolidaron
los aparatos sindicales aumentando su capacidad de disposición de recursos a la vez que se estructuro un
conjunto estable de dirigentes en los distintos niveles de las organizaciones.
Y un tercer momento de reorientación que se provoca con la caída del peronismo. Los sindicatos optaron por
una posición diferenciada frente a la administración que era desalojada del gobierno por la sublevación
militar. Realizando un pasaje de una primer actitud de defensa del gobierno a la aceptación de la nueva
situación. La CGT aceptaba la nueva situación y declaraba la necesidad de mantener la calma. De la defensa
del gobierno, en tanto este controlaba la situación, pasaron a revindicar su especificación de organizaciones
sindicales e intentaron buscar acuerdos con los nuevos equipos que se hicieron cargo del estado.

Touraine—Las políticas nacional-populares.


En países donde no se forma una modernidad endógena, dirigida por una clase dirigente o por el estado, sino
por una industrialización en gran parte importada o facilitada por factores externos, aparece la idea de que
en vez de una modernización dependiente y no controlada conviene fomentar un desarrollo desde abajo y
hacia adentro. Para superar esta exterioridad del poder económico y a veces político nace la idea de que la
meta de desarrollo no es aumentar la capacidad de inversión, sino el nivel de participación e integración de
una sociedad nacional resquebrajada o dualizada. Tal es la definición de populismo. Su motivación más
general es: rechazar las rupturas implicadas por la acumulación capitalista o socialista, compensar una
modernización inducida por un control colectivo, comunitario, de los cambios económicos y técnicos,
mantener o recrear la identidad colectiva a los largo de transformaciones aceptadas y rechazadas. La noción
de populismo abarca todas las formas anti elitistas de control del cambio social. La experiencia histórica ha
demostrado ampliamente los riesgos y el costo de una modernización elitista (capitalista europea o
soviética). Las corrientes populistas buscan un desarrollo continuo sin rupturas, pero corren riesgo de caer a
un desarrollo limitado y desequilibrado y muchas veces en crisis profundas. Sin embargo conviene rechazar
una definición a priori negativa del populismo que lo identifique con demagogia, las políticas de masas, o una
defensa comunitaria neoconservadora o abiertamente reaccionaria. Las políticas populistas están presentes
doquiera no exista una elite dirigente nacional fuerte y autónoma.

Elementos del populismo: Políticas nacional- populares.


-- El elemento más común es la defensa de una continuidad socio cultural frente a la penetración de
capitales, técnicas e ideas de origen extranjero.
--También es común el papel atribuido a categorías educadas a las cuales también se les da su nombre ruso
intelligentsia. La noción latinoamericana es la de cultura, la gente educada, capaz de librarse de tradiciones y
transformarse en agentes de cambio. El populista pide a esta que vaya al pueblo para despertarle y hacerles
capaz de un nivel mayor de participación y control. La oposición y complementariedad intelligentsia/ pueblo
que supone una orientación comunitaria de parte de la elite es central en todas las formas de populismo.
-- Estos dos elementos implican la presencia de elementos opuestos y en realidad complementarios. El
primero es el papel central otorgado al estado. La unión del pueblo y de la intelligentsia con el progreso exige
que el desarrollo sea nacional y especifico, no del pueblo en general, sino de cada pueblo en particular, lo
que implica una fuerte identificación del poder político y de la realidad social del estado y a nación. Una
segunda consecuencia es el papel dado a grupos medios, el populismo es anti elitista, pero al mismo tiempo
quiere reactivar un pueblo definido más por su esencia que por sus iniciativas. La integración otorga un
privilegio a grupos centrales, medios, a la vez agentes de cambio vinculados a la tradición nacional.
-- Finalmente la orientación populista aparece como opuesta a cualquier idea de conflicto social estructural,
de lucha de clases. El pueblo al cual se refiere el populismo no es una clase sino una comunidad. Un lenguaje
aniteleitsta no debe crear la ilusión de una acción de clase.
Estos elementos se combinan de manera distinta según el modelo de desarrollo considerado. En primer
mundo, países industrializados por una clase capitalista nacional el populismo es una defensa de las clases
medias tradicionales amenazadas por la industrialización (movimientos conservadores) En países donde el
estado dirigía de manera represiva una política de reproducción de tradiciones y privilegios, el populismo
apareció como un primitiva del progresismo y a la vez como la búsqueda ilusoria de la continuidad (Rusia). En
América Latina, el populismo no es ni categoría social ni ideología ni estado, sino la fusión de los tres
elementos en un conjunto a la vez social, político y estatal. Por eso populismo en américa latina es antes de
todo una política nacional popular, expresión que una la referencia al pueblo como esencia, a la nación como
colectividad amenazada por la dominación externa y sus consecuencias internas y al estado como agente de
cambio, pero también de expresión y defensa de la unidad nacional.
La idea defendida por el autor intenta mostrar que la forma política o la forma de intervención social del
estado, mas característica del modelo latinoamericano es la política nacional popular, forma del populismo
en una sociedad dependiente como la latinoamericana. La política nacional popular combina tres temas:
independencia nacional. Modernización política e iniciativa popular. El populismo es la identificación del
movimiento con el estado. Por eso se define mejor como una política.
En américa latina los movimientos sociales no son elementos básicos de la organización social. No se definen
sino como respuesta a una intervención del estado en el proceso de transformación del país. De manera
complementaria el estado no tiene esfera propia, sino que está permanentemente incorporado a fuerzas
políticas y divididas por conflictos políticos.

Masa, pueblo y nación.


Las categorías de la acción política no son ni la clase social ni tampoco la nación como confrontada con un
enemigo exterior. Son mixtas pero con dominación del ego nacional sobre el ego de clase. La nación lucha
por su unidad, integración e independencia; pero la nación también es el pueblo luchando contra las
oligarquías y os caudillos o los regímenes militares a su servicios. A través del tema nación popular, lo que
corresponde al camino de las clases populares latinoamericanas hacia la acción política. Pero portantiero
supone que detrás de conceptos y formas de acción política, existen actores de clase. En realidad el actor de
clase tiene poca autonomía, participan en un doble movimiento de integración nacional y de lucha contra los
privilegios de la oligarquía pero no dirigen estas acciones, no le dan la fuerza de un movimiento de clase.
Las categorías socioeconómicas no se transforman en actores políticos, son categorías políticas y nacionales
como masa, pueblos, y nación que movilizan categorías sociales y toman connotaciones clasistas.

Tipología
Esta definición general anuncia la extrema diversidad de las políticas nacional populares. La tipología más
simple considera la importancia relativa de los tres componentes de una política nacional popular: el estado,
los mecanismos de integración política representados a nivel de los actores sociales por una clase media que
en realidad no tiene otra definición que de ser agente de integración política y cultural a través de la
educación y la participación política y en tercer lugar los actores sociales y en particular el pueblo. Lo que
conduce a diferenciar 6 tipos de políticas nación populares con la condición de recordar que no son opuestos
o completamente separados y que cada régimen político concreto se define mas por su posición relativa
entre diversos tipos que por su identificación exclusiva a un tipo. Las tres condiciones son: independencia
nacional – Integración político cultural y participación popular.

Partidos, estados y movimientos populistas.


Los partidos populistas se formas en sociedades movilizadas, donde nuevas categorías urbanas, populares o
medias, se identifican con la unidad en formación. Existen situaciones doblemente diferentes donde hay un
estado central fuerte y una política dominada por jefes, caudillos y caciques locales. En tales casos la política
nacional popular no se ubica en partidos sino en estados. Dirigentes civiles o militares se identifican con la
nación contra jefes o partidos con base regional. Acción que puede ser conservadora o autoritaria. En todos
los casos el estado no actúa como soberano sino como mezcla de príncipe, de sistema político y de
interventor de niveles de vida política, que son separados en los regímenes representativos, es la definición
más central del sistema nacional popular. Cuando la policía nacional popular está creada y dirigida no por un
partido actuando dentro de un sistema político abierto, sino más bien bajo el liderazgo y el control de un
estado, las condiciones de formación del régimen populista son diferentes. Finalmente existen, al lado de
partidos y de estados populistas, movmientos populistas que luchan por la defensa de intereses de las masas
populares.

Características de las políticas nacional populares.


Los populismo no pueden mantener la fusión de sus componentes fuera de la intervención personal y
pemanente del líder máximo. Existe entonces tras la figura unificadora del líder una tendencia a la divison
interna de estos mivmientos. Igualmente profunda es la separación entre la definición del actor y de su
adversario. De este modo tiende constantemente a descomponerse. No porque pudieran representar una
transición sino porque la confunsion del estado, del sistema político y de los actores sociales son por
naturaleza inestables y no constituyen un sistema con una capacidad real de control y de retroacción.

Revolucionarios sin revolución.


Las corrientes y la políticas populistas se definen constantemente como revolucionarias. Con razón si no
recuerda que la revolución es la combinación de una lucha social, la destrucción de un antiguo régimen y una
movilización nacional. Los populismo tienden a transformarse en populismo revolucionarios y estos
conducen a una afrmacion central del poder estatal. En el análisis presentado se reconoce la prioridad de
las categorías políticas sobre las sociales. Por eso se rechaza la nocion de populismo conseiderado como
movimiento social y la reemplaza por la nocion de política naciona popular. Se trata de la incorporación de
fuerza y demandas sociales al proyecto nacional de estado.

O donnel --- democracia delegativa.


En este texto se describe un tipo de las democracias existentes que hasta el momento no ha sido teorizado.
Al contrario de muchos estudios sobre la transición y consolidación democrática, en este trabajo se sostiene
que la generación de diversos tipos de democracia no están relacionados con las características de los
regímenes autoritarios precedentes ni con el proceso de transición, sino con diversos factores históricos de
largo plazo y en la severidad de los problemas socioeconómicos heredados por los nuevos gobiernos
democráticos.
Este otro tipo de democracia tiene muchos parecidos con otros ya identificados, pero también las suficientes
diferencias como para intentar describirla.
Sus principales argumentos son: 1) las teorías y topologías actuales de la democracia toman como referente
empírico a las democracias representativas, y todas sus variantes, que se desarrollan en los países
desarrollados, mientras que 2) algunas de las nuevas democracias, principalmente aquellas que se dan en
América latina y Europa del este, son democracias que se acercan a la democracia en cuanto se pueden
caracterizar como poliarquías. 3) Es decir que dichas democracias no se acercan a las democracias
representativas, sino que pueden ser caracterizadas como democracias delegativas (DD) que aunque no
democracias consolidas, esto es no institucionalizadas, las DD pueden ser duraderas. La profunda crisis social
y económica que heredo la mayor parte de los países de sus predecesores autoritarios, cuentan con una
serie de practicas sobre el ejercicio de la autoridad política que las acercan mas a una DD que a una
democracia representativa.

La institucionalización o consolidación de las democracias, luego de un periodo de gobierno autoritario, son


el fruto de un “segundo proceso de transición”, precedido por un primer proceso caracterizado por una
democracia débil, con una estructura institucional débil y rasgos todavía heredados de un régimen
autoritario. Ahora bien ese “segundo proceso de transición” es posible que no se diera, y las nuevas
democracias pueden regresar a un gobierno autoritario o bien permanecer en una situación de fragilidad o
incertidumbre, situación que puede prolongarse sin la necesidad de que se de una salida alternativa.
Para que se pueda dar ese segundo proceso de transición, es necesario que se de un proceso previo de
fortalecimiento y construcción de herramientas e instituciones democráticas, que deben ser el fruto del
convencimiento por parte de una clase política que tenga dichos objetivos como interés superior y
compartido. El elemento crucial que determina el éxito de la segunda transición es la construcción y el
fortalecimiento de diversas instituciones que se convierten en nudos de decisión importantes dentro del
proceso de circulación del poder político. Ese proceso necesita de la voluntad de los líderes políticos
apoyados por la población; a su vez las instituciones contribuyen a encarar positivamente los problemas
sociales y económicos. Para eso, las medidas de gobierno y las estrategias políticas de varios agentes deben
reconocer un interés superior y compartido en la construcción y el fortalecimiento de las instituciones
democráticas. En contraste, los casos de democracia delegativa no han mostrado progresos institucionales ni
han sido muy efectivos en el tratamiento de sus respectivas crisis sociales y económicas.

Sobre las instituciones


Las instituciones son pautas regularizadas de interacción que son conocidas, practicadas y regularmente
aceptadas por agentes sociales que mantienen las expectativas de seguir interactuando conforme a las reglas
y normas que rigen las pautas. En este trabajo me interesa un subconjunto: las instituciones democráticas.
Las instituciones democráticas son instituciones políticas que tienen una relación reconocible y directa con
las principales temas de la política: la elaboración de decisiones gubernamentales obligatorias, los roles
decisorios y la formación de intereses e identidades.
Algunas instituciones políticas son organizaciones formales que integran la red constitucional de una
poliarquía: estas incluyen el Congreso, los tribunales y los partidos políticos. Otras, como las elecciones
regulares, se materializan de forma intermitente pero no son menos indispensables.
(NOTA: las siguientes no están completas… )
Algunas de las características de un sistema institucional operativo son:
1. las instituciones incorporan y excluyen: ellas determinan qué agentes, sobre la base de qué recursos,
demandas y procedimientos, se aceptan como voces validas en sus procesos de elaboración o
implementación de decisiones.
2. Las instituciones tienden a agregar y a estabilizar la agregación de los niveles de accion y organización de los
agentes que interactúan con ellas: las reglas establecidas por las instituciones influyen en las decisiones
estratégicas que los agentes adoptan en relación con el grado de agregación que les resulta mas eficaz en
función de las probabilidades de un resultado favorable.
3. Las instituciones inducen pautas de representación: favorecen la transformación de muchas voces
potenciales en unas pocas a las que aceptan como representativas. La representación implica el
reconocimiento del derecho de algunos (los representantes) de hablar en nombre de otros (los
representados), y a la vez, la capacidad de los primeros de lograr que los segundos concuerden
habitualmente con lo que ellos deciden.
4. Las instituciones estabilizan a los agentes/representantes y sus expectativas : la institución esta en equilibrio y
a nadie le interesa cambiarla, a menos que el cambio se produzca de forma incremental y consensuado.
5. Las instituciones alargan los horizontes de tiempo de los actores: se espera que las interacciones
institucionalizadas se mantengan en el futuro con el mismo grupo de agentes. Este círculo virtuoso se
completa cuando la mayor parte de las instituciones democráticas logra no solo un alcance y un vigor
razonables sino también una gran densidad de interrelaciones múltiples y estabilizadas.

En el funcionamiento de las sociedades complejas contemporáneas, las instituciones democráticas proveen


un nivel crucial de mediación entre por un lado, los factores estructurales y, por el otro, no solo los
individuos sino también los diversos agrupamientos por medio de los cuales la sociedad organiza sus
múltiples intereses e identidades. Este nivel intermedio, es decir, institucional, tiene un importante impacto
sobre las pautas de organización de la sociedad, facilitando la representación de algunos participantes en el
proceso político y excluyendo a otros. La institucionalización indudablemente implica pesados costos; no solo
la exclusión sino también la recurrente, y dolorosamente real, pesadilla de la burocratización.Este es una
descripción típico-ideal, pero me parece útil para esbozar, por medio del contraste, las peculiaridades de una
situación en la que diversas instituciones democráticas son muy débiles. Una democracia no
institucionalizada se caracteriza por el poco alcance, la debilidad y la baja densidad de las instituciones
políticas existentes. El lugar de esas instituciones queda ocupado por otras prácticas no formalizadas pero
firmemente afirmadas: el clientelismo, el patrimonialismo y la corrupción.

Hacia una caracterización de las democracias delegativas


Las democracias delegativas se basan en la premisa de que la persona que gana la elección presidencial está
autorizada a gobernar como él o ella crea conveniente, solo restringida por la cruda realidad de las relaciones
de poder existentes y por la limitación constitucional del término de su mandato. El presidente es
considerado la encarnación de la nación y el principal definidor y guardián de sus intereses. Las medidas de
gobierno no necesitan guardar ningún parecido con las promesas de su campaña. Típicamente en las DD, los
candidatos presidenciales victoriosos se ven a sí mismos como figuras por encima de los partidos políticos y
de los intereses organizados. Las demás instituciones que van más allá del poder ejecutivo son muchas veces
percibidas como estorbos al poder presidencial, o bien como meros anexos del mismo. Como mero
impedimento de la plena autoridad que se ha delegado al presidente.
La democracia delegativa no es ajena a la tradición democrática. En realidad es más democrática, pero
menos liberal, que la democracia representativa. La DD es fuertemente mayoritaria. Las DD basan su
carácter democráticos, en elecciones “limpias” en donde las mayorías le dan al presidente electo una
legitimidad tal para tomar decisiones libremente. Es la exclusiva corporización e intérprete de los más altos
intereses de la nación. Es necesario construir esta mayoría para respaldar el mito de la delegación legítima
(frecuentemente, las DD recurren a mecanismos como el ballottage, por ejemplo) Asimismo, la DD es
fuertemente individualista: se supone que los votantes eligen el individuo más adecuado para asumir la
principal, sino exclusiva, responsabilidad por el destino del país. Luego de la elección se espera que los
votantes/delegados vuelvan a ser una audiencia pasiva pero complaciente de lo que hace el presidente.

El extremo individualismo que constituye al Poder Ejecutivo se combina con el organicismo del Leviatán. El
líder tiene que guiar a la nación uniendo sus fragmentos dispersos dentro de un todo armonioso. Solo la
cabeza sabe realmente lo que se debe hacer: el presidente y sus colaboradores son la esencia de la política.
La delegación incluye el derecho y el deber del presidente de administrar amargos remedios que
recompondrán la salud de la nación. Sin embargo algunos de los problemas de la nacion conllevan la
necesidad de soluciones técnicas que solo pueden ser llevados a cabo por un equipo de tecnócratas
especializados. Los “técnicos”, especialmente en materia económica, deben ser políticamente protegidos por
el presidente contra las múltiples resistencias de la sociedad. Mientras tanto, es “obvio” que esas resistencias
se deben ignorar. El discurso organicista rima poco con los áridos argumentos de los tecnócratas y se
consuma entonces el mito de la delegación: el presidente se aísla de la mayoría de las instituciones políticas y
los intereses organizados y carga solo con la responsabilidad por los éxitos y fracasos de “sus” medidas. El
presidente se aísla de la mayoría de las instituciones democráticas y asume la plena responsabilidad por los
exitosos fracasos de sus medidas.

Lo que diferencia la democracia representativa de la delegativa: la representación y la delegación no son


oposiciones polares, sino que la representación incluye necesariamente un elemento de delegación.
→ La representación implica accountability: de alguna manera el representante es responsable por sus
acciones ante quienes lo autorizan a hablar en su nombre. (En los roles de liderazgo, accountability es el
conocimiento y aceptación de la responsabilidad por acciones, decisiones y políticas, incluida la
administración, el gobierno y la implementación, abarcando la obligación de reportar, explicar y responder
por las consecuencias resultantes)
→ En las democracias institucionalizadas, la accountability no es solo vertical sino también horizontal. La
accountability vertical es la implicada en el hecho de que periódicamente los gobernantes deben rendir
cuentas ante las urnas. La accountability horizontal opera mediante una red de poderes relativamente
autónomos, instituciones, que pueden examinar, cuestionar y sancionar actos irregulares cometidos durante
el desempeño de los cargos públicos.
→ La accountability vertical y la libertad de formar partidos y tratar de influir en la opinión pública, forman
parte tanto de la democracia representativa como de la delegativa.
→ Pero la accountability horizontal característica de la democracia representativa no existe o es
extremadamente débil en las democracias delegativas: más aún, los presidentes delegativos ven a las
instituciones que efectivizan la accountability horizontal como impedimento contra su “misión”.
→ Como las medidas gubernamentales deben atravesar una serie de poderes relativamente autónomos, el
proceso decisorio en las democracias representativas tiende a ser lento e incremental. Esas medidas
generalmente quedan vacunadas contra grandes errores y cuentan con una probabilidad relativamente alta
de ser implementadas. La responsabilidad por lo errores tiende a ser ampliamente compartida.
→ La DD presupone una institucionalización débil. Confiere al presidente la aparente ventaja de estar
prácticamente exento de accountability horizontal. La DD tiene también la aparente ventaja de facilitar un
proceso decisorio rápido, aunque al costo de aumentar las probabilidades de que se cometan errores
groseros, multiplicar las incertidumbres que rodean la implementación de las decisiones y concentrar en el
presidente la responsabilidad de los reculados,
→ Las tendencias plebiscitarias de la DD son reconocibles en la mayoría de los países de América Latina. A
este tipo de mando se lo ha analizado como un capítulo dentro del estudio del autoritarismo, bajo las
denominaciones de populismo. Pero también se lo debería estudiar como un tipo peculiar de democracia
que, a pesar de poseer ciertas características de formas autoritarias, no deja de ser una poliarquía.

Este margen de libertad con el que cuenta el presidente muchas veces lo aleja del propio partido que lo
impulso, el que muchas veces desesperado por las medidas que adopta el primero a lo largo de su gestión, le
quita su apoyo en el parlamento, aumentando aun mas el aislamiento político del mismo.

El ciclo de la crisis
Los nuevos gobiernos deben enfrentar complejos problemas sin contar con fuertes estructuras burocráticas
consolidadas, y los presidentes son elegidos luego de prometer salvar al país de todos los problemas que lo
aquejan, por lo que queda montada una lucha generalizada por conseguir ventajas a corto plazo. En este
sentido el salto de la popularidad a la demonización de su persona y su gobierno puede ser tan súbito como
dramático, dando como resultado una doble sensación de omnipotencia e impotencia. Claramente estas DD
son más propensas a irrupciones que las democracias representativas, aunque por el momento presentan
una notable persistentes.Todos los gobiernos quieren conservar un mayoritario apoyo popular y casi siempre
los políticos quieren ser reelectos. ¿Cómo ganar una elección y cómo, una vez, electo, gobernar en este tipo
de situación? La respuesta más obvio es diciendo una cosa durante la campaña y haciendo lo contrario en el
gobierno. La sorpresiva adopción de severos paquetes de estabilización no hace nada a favor de la confianza
pública en la democracia y sus instituciones.

Un mandato delegativo supuestamente conferido por la mayoría, una fuerte voluntad política y el
conocimiento técnico como el estilo mágico de hacer política en algunos países sudamericanos hundidos en
la profunda crisis que heredaron de sus gobiernos autoritarios. Cuanto mayor es la crisis y menor la
expectativa de paliarla, resulta mas racional actuar mas desagregadamente en relación a las agencias
estatales (debilitando al aparato estatal), con horizontes de tiempo extremadamente cortos y suponiendo
que todos los demás agentes harán lo mismo. Esto desemboca en exactamente lo opuesto a las condiciones
que contribuyen a fortalecer las instituciones democráticas.
Cuando el ejecutivo finalmente necesita apoyo legislativo para proseguir sus políticas suele encontrar un
Congreso resentido que no se siente responsable por políticas en cuyo diseño no intervino. El Congreso cada
vez se debilita mas por su reacción hostil y distante frente al ejecutivo; y todo alimenta una aguda caída del
prestigio de todos. Finalmente, la debilidad institucional resultante restringe aún mas las posibilidades de
hallar otra solución mágica cuando fracasan los paquetes.

De la omnipotencia a la impotencia
La omnipotencia acentúa las tendencias antiinstitucionales de las DD y ratifica tradiciones de fuerte
personalización y concentración de poder en el ejecutivo. El otro lado de la moneda es una aguda dificultad
para transformar esas decisiones en regulaciones efectivas de la vida social.
Como estas decisiones del ejecutivo, atropelladas y unilaterales, suelen perjudicar a intereses importantes y
políticamente movilizados, tienen poca probabilidad de ser implementadas. En este escenario, el resultado
natural en el pasado latinoamericano habría sido un golpe de estado exitoso. Claramente, por su debilidad
institucional y sus erráticas pautas decisorias, las DD son más propensas a interrupciones que las
democracias representativas. Pero la política económica implementada por las DD no siempre está
condenada al fracaso. En la medida en que sectores de la población electoralmente significativos consideren
exitosa su política económica, los presidentes promueven reformas constitucionales que permitan su
reelección o su permanencia en la cúspide del gobierno (ejemplo Menem).
Este es el problema: Las instituciones fuertes y efectivas no se construyen de un día para otro; ese
fortalecimiento y legitimación lleva su tiempo, durante el que se lleva a cabo un complejo proceso de
aprendizaje social.Por otro lado, para manejar eficazmente las tremendas crisis sociales y económicas que
padece la mayoría de las nuevas democracias sería preciso que dichas instituciones estuvieran ya en pie;
pero la propia crisis opone serios obstáculos a la ardua tarea de la institucionalización.
Éste es el drama de los países carentes de tradición democrática: como todas las democracias deben
enfrentarse con una enorme cantidad de legados negativos de sus pasados autoritarios; pero a la vez, tienen
grandes problemas económicos y sociales que pocas de las viejas democracias padecieron en el período de
su emergencia.

Svampa. Ciudadanía, estado y globalización.


Contexto: cambios en Latinoamérica luego de una década de hegemonía neoliberal. Este cambio tiene como
protagonistas los nuevos movimientos sociales, surgidos al calor de la resistencia a los modelos excluyentes
de los 90. Una apertura critica. Sin embargo el escenario cuenta con situación de indefinición, que alude a las
dificultades que presentan los movimientos sociales para hacer visible las demandas de nueva
institucionalidad. Los nuevos gobiernos suelen naufragar en un reiterado manifiesto de intenciones,
atrapados en déficit de imaginación política y presionados por los compromisos políticos económico que
impone la situación de dependencia. Se abordaran las problemáticas de la autoridad del estado nacional y el
proceso de fragmentación de la ciudadanía.
Los limites del estado nacional.
Las trasformaciones actuales están lejos de significar la desaparición o extinción del estado, en pos de una
sociedad mundial, sino que estas conducen a un cambio de significación del estado, y a la vez a un fenómeno
de fragmentación de la soberanía. La formación de nuevas fronteras que concentran la actividad de las
naciones desarrolladas, daría cuenta de nuevos proceso de regionalización y de fragmentación de la
economía mundial. Habida cuenta de las dificultades que encuentran para conciliar el desarrollo del binomio
globalización- regionalización. Se generan nuevas formas movilización y resistencia que interpelan al estado
nacional. El estado nacional lejos de ser neutro y mucho menos univoco, este emerge como un campo de
conflicto y de disputa entre los diferentes actores sociales y económicos, quienes buscan interpelar al estado
nacional en su capacidad de regulación, en función de definiciones políticas o modelos de sociedad.
La larga experiencia dependentista latinoamericana. Los obstáculos de desarrollo forman parte intrínseca del
proceso global del capitalismo, la dependencia siempre implico el reconocimiento de que la realidad
latinoamericana tenía varias escenas, por un lado la nacional y por el otro la internacional. En las últimas
décadas, a la luz de las nuevas condiciones de dominación económica financiera, la globalización profundizo
los procesos de transnacionalización del poder económico en los países periféricos y se tradujo en un
desmantelamiento radical del estado social en su versión populista desarrollista. El que más allá de sus
limitación estructurales, aparecía como la forma mas avanzada en la tarea de producir cierta cohesion social.
Con una profunda reforma del aparato estatal, de la mano de un discurso modernizador altamente
excluyente, los países latinoamericanos atravesaron la institucionalización de una nueva dependencia. Cuyo
rasgo común seria la exacerbación del poder conferido al capital financiero. La economía se separo
bruscamente de sus otros objetivos, la creación de empleo y el mantenimiento de un cierto estado de
bienestar. Impulsando un modelo de sociedad excluyente, exclusión de vastos sectores sociales en pos de la
salvación y la inclusión plena de un sector minoritario.

En Argentina la nueva matriz estatal se apoyo en tres dimensiones: patrimonialismo en cuanto a una nueva
lógica de acumulación privatizadora, mercados monopólicos. El asistencialismo como contención de la
pobreza. Reforzamiento del sistema represivo institucional, apuntando al control de las poblaciones pobres,
así como la represión y criminalización del conflicto social.
Subordinación de la política a la economía. Desdibuja miento de la política entendida como esfera de
deliberación y participación. Desarticulación de las formas de politización de lo social.

Periferias y formas de la ciudadanía.


En América Latina, el proceso de construcción de la ciudadanía se encontró en nuestras sociedades
periféricas con límites estructurales. Esto quiere decir que los individuos o grupos sociales se vieron
obligados a desarrollar “redes de sobrevivencia”, ante la deficiencia de los mecanismos de integración
proporcionados por el estado o por un mercado moderno suficientemente expandido. El corte entre
ocupación y desocupación no aparece del todo claro, dada la existencia –endémica– de la precariedad y de
situaciones de informalidad laboral, ligadas a las redes de sobrevivencia. De modo que la existencia de
diferentes niveles y formas de integración y de exclusión ha sido la marca de origen de las
sociedades perifericas. En consecuencia, el proceso de ciudadanización se fue construyendo de manera
inacabada y siempre interrumpida, dictaduras mediante, en la intersección de un modelo populista, que
extendió en términos politicos-simbólicos el horizonte de pertenencia a la Nación, y la inclusión efectiva,
material, en redes de sobrevivencia, cuya base no eran exclusivamente las instituciones estatales. En efecto,
en la Argentina, pese a que la sociedad salarial presentaba un mayor desarrollo, el proceso de desregulación
fue de tal envergadura que éste produjo una fuerte dinámica descolectivizadora, que significó para
numerosos individuos y grupos sociales la entrada a la precariedad, sino la pérdida de aquellos soportes
sociales y materiales que durante décadas habían configurado las identidades sociales. Como en otros
lugares, la politica de flexibilización laboral apuntó a la “reformulación de las fronteras del trabajo
asalariado”, al tiempo que afectó fuertemente la capacidad de representación y de reclutamiento del
movimiento sindical. Agravado, por el comportamiento de los grandes sindicatos nucleados al interior de la
CGT, cuya adaptación pragmática a los nuevos tiempos desembocó en el apoyo al modelo neoliberal
propuesto por el peronismo triunfante, a cambio de la negociación de ciertos espacios de poder. En fin, el
mismo abarcó no sólo la esfera socio-económica sino también la dimensión política (en términos de
participación y acceso a las decisiones. Por último, dicho proceso afectó especialmente a las clases populares
e impulsó el desarrollo de redes de supervivencia dentro del empobrecido mundo popular, lo que fue
configurando un nuevo tejido social, caracterizado por la expansión de organizaciones de carácter territorial.
Estas nuevas redes territoriales hoy se constituyen en el locus del conflicto, pues aparecen como el espacio
de control y dominación neoliberal, a través de las políticas sociales compensatorias, al tiempo que se han
convertido también, como ya sucedió antes en otros países de América Latina, en el lugar de producción de
movimientos sociales innovadores.

La fragmentación de la ciudadanía. Modelos, procesos y tensiones.


En líneas generales, en la actualidad, gran parte del debate sobre la ciudadanía se asienta sobre dos
definiciones mayores. En primer lugar, la ciudadanía alude al estatus que se concede a los miembros de
pleno derecho de una comunidad, lo cual quiere decir que sus beneficiarios son iguales en cuanto a los
derechos y obligaciones que implica. En segundo lugar, la ciudadanía se refiere a un conjunto de (nuevas)
prácticas, que construyen un espacio de actividades en el que los ciudadanos manifiestan su derecho a
participar.
En esta línea, las figuras de ciudadanía que se desarrollaron a lo largo de la década de 1990 fueron
básicamente tres: el modelo patrimonialista, el modelo del ciudadano consumidor y el modelo asistencial-
participativo. Veamos brevemente cada uno de ellos. El modelo de ciudadanía patrimonial es tan antiguo
como consustancial al régimen liberal. Aun así, lo peculiar hoy en día es su fuerte expansión dentro de las
clases medias altas y medias en ascenso, producto del proceso de mercantilización de los bienes básicos
(educación, salud, seguridad). El mismo se halla montado sobre dos ejes fundamentales: por un lado, sobre
la idea del ciudadano propietario; por otro lado, sobre la autorregulación (como la otra cara de la
desregulación), base de la autonomía individual. En Argentina, el ejemplo mas elocuente son las nuevas
urbanizaciones privadas, es decir, los enclaves residenciales que cuentan con seguridad privada (countries,
barrios privados, megaemprendimientos). El segundo modelo al que hacemos referencia, el del ciudadano
consumidor, se asienta sobre la inclusión del individuo en términos de consumidor y usuario de los bienes y
servicios que proporciona el mercado.
Por último, para terminar con este apartado, nos toca hacer referencia al modelo de ciudadanía reservado a
las poblaciones vulnerables. En rigor, en líneas generales, desde el modelo neoliberal la figura de ciudadanía
propuesta a los sectores más vulnerables ha sido, sin duda, la no-ciudadanía. A partir de ello, la fórmula más
generalizada para reducir los efectos de esta negación de la ciudadanía en las sociedades periféricas, ha
consistido en la aplicación de programas sociales focalizados que, apoyados en la autoorganización
comunitaria, tienden a promover el desarrollo de una ciudadanía restringida, de muy baja intensidad, bajo la
mirada vigilante del estado y el control constante de las agencias multilaterales de crédito. En otras palabras,
la figura reservada a los excluidos en el nuevo orden neoliberal es el “modelo asistencial participativo”, el
que se halla montado sobre el trípode siguiente: política focalizada, omnipresencia del estado y desarrolllo
de redes comunitarias.
En fin, para terminar este apartado es necesario que tengamos en cuenta que la relevancia de estos modelos
de ciudadanía restringidos está vinculada al eclipse y fragmentación de la ciudadanía social, y la emergencia
de una nueva matriz social, marcada por una dinámica de polarización social.

Hemos dicho que en nuestro país la relación entre neoliberalismo y globalización fue naturalizada, lo cual
contribuyó a desdibujar el carácter político de las llamadas reformas estructurales. Este proceso acompañó el
vaciamiento institucional de la democracia, identificada sin más con la democracia liberal y representativa,
así como la consolidación de un estado, apoyado sobre el triple eje “patrimonialismo-asistencialismo-matriz
represiva”. Ese fue el escenario general en el cual se inscribieron y (contra el cual se) desarrollaron gran
parte de los conflictos sociales y políticos durante los noventa.
Durante 2002, el cuestionamiento trajo aparejado una crítica radical de la globalización neoliberal en su
versión vernácula, sentando las bases de la afinidad desarrollada entre las clases medias movilizadas y las
organizaciones de desocupados, que desde hacía años venían trabajando en sus barrios en la recomposición
de los lazos sociales. En este sentido, la crisis tuvo un efecto desnaturalizador importante, que desembocó
en una doble demanda. Por un lado, dicha demanda tuvo un carácter destituyente, que supuso la
suspensión de todos los contratos (político, económico, social), reflejado enfáticamente en la consigna “que
se vayan todos”. Ciertamente, esta consigna revelaba el alcance de la ruptura producida en términos de
representación y concepción de la política. Por otro lado, la crisis y las movilizaciones que le siguieron,
fueron también portadoras de demandas constituyentes, que buscaban articular una nueva institucionalidad,
a través de una democracia participativa y un estado solidario.
Por ello, creemos que es necesario pensar, en función de este legado, en la definición de una agenda post-
neoliberal, que coloque en el centro la necesidad de reinventar el estado y la democracia participativa, sobre
nuevas bases solidarias. En este sentido, lejos de considerar que el estado en su triple forma actual
(patrimonialista, asistencialista y represivo), aparezca como la cristalización definitiva de las relaciones
sociales, la experiencia de la acción colectiva marca la necesidad de recuperar el estado en su dimensión
contradictoria, como espacio de disputa y confrontación entre diferentes actores sociales, definidos
asimétricamente en términos de recursos y poder.

U 3: PANEBIANCO, MODELOS DE PARTIDOS. ORGANIZACIÓN Y PODER DE LOS PARTIDOS POLÍTICOS.

CAP 4: La Institucionalización
Un partido, cualquier partido – como cualquier organización- no es un objeto de laboratorio aislable de su
contexto, ni un mecanismo que una vez construido y puesto en marcha sigue funcionando siempre de l
mismo modo. Un partido, como cualquier organización, es por el contrario una estructura en movimiento
que evoluciona, que se modifica a lo largo del tiempo y que reacciona a los cambios exteriores, al cambio de
los ambientes en que opera y en los que se halla inserto. Se puede afirmar que los factores que inciden
mayormente sobre la estructura organizativa de los partidos, que explican su fisonomía y funcionamiento,
son su historia organizativa (su pasado) y las relaciones que en cada momento establece son un entorno
sujeto a continuos cambios. Para concretar sus implicaciones, debemos disponer de instrumentos analíticos
capaces de enfocar un cuadro en movimiento: la evolución organizativa de los partidos en contextos
ambientales variables.
Los conceptos centrales en torno a los que se organiza este análisis son los de modelo originario (los factores
que, combinándose de distintas maneras, dejan su huella en la organización y definen sus características
originarias), y el de institucionalización (la forma en que la organización se ha consolidado)

El modelo originario
Las características organizativas de cualquier partido, depende, entre otros factores, de su historia, de cómo
la organización haya nacido y se haya consolidado. Las peculiaridades del período de formación de un
partido, pueden ejercer su influencia sobre las características organizativas de aquél incluso a decenios de
distancia. Toda orga lleva en sí la huella de las peculiaridades que se dieron en su formación y de las
decisiones político-administrativas más imp adoptadas por sus fundadores.
El proceso de formación de un partido es, en la mayoría de los casos, un proceso complejo y consiste a
menudo en la aglutinación de una pluralidad de grupos políticos, a veces incluso fuertemente heterogéneos.
Hay tres factores que contribuyen sobre todo a definir el modelo originario particular de cada partido.

El 1º tiene que ver con el modo en que se inicia y se desarrolla la construcción de la organización. Esta puede
producirse por penetración territorial o por difusión territorial o por una combinación de ambas
modalidades. Estamos ante un caso de penetración territorial cuando un “centro” controla, estimula o dirige
el desarrollo de la “periferia”, es decir, la constitución de las agrupaciones locales e intermedias del partido.
Hablaremos de difusión territorial cuando el desarrollo se produce por “generación espontánea”: cuando son
las elites locales las que, en un primer momento, constituyen las agrupaciones locales del partido y sólo a
continuación éstas se integran en una organización nacional. En general, es posible identificar una modalidad
como predominante.
Un desarrollo organizativo por penetración territorial implica por definición, la existencia de un “centro”
suficientemente cohesionado desde los primeros pasos de la vida de los partidos. Y es justamente este
centro, o el reducido grupo de líderes nacionales que da vida a la organización el que forma el primer núcleo
de su futura coalición dominante. Un partido que se desarrolla por difusión es por el contrario un partido en
el que el proceso de constitución del liderazgo es normalmente bastante más tormentoso y complejo, puesto
que existen muchos líderes locales, surgiendo como tales autónomamente, que controlan sus propias
agrupaciones y que pueden aspirar al liderazgo nacional. Un desarrollo por difusión, por tanto, a diferencia
de un desarrollo por penetración, tiene mayores probabilidades de desembocar en una organización con
estructuras descentralizadas y semiautónomas y en una coalición dominante dividida, surcada por continuos
conflictos por el liderazgo.

El 2º factor que juego un factor de primer plano en la caracterización del modelo originario de los partidos es
la presencia o ausencia de una institución externa que “patrocine” el nacimiento del partido. La presencia o
ausencia de la institución externa cambia la fuente de legitimación de los líderes. Si existe una institución
externa, el partido nace y es concebido como el “brazo político” de esa institución. Con dos consecuencias:1)
las lealtades que se forman en el partido son lealtades indirectas, se dirigen en primer lugar a las
instituciones externas y sólo en segunda instancia al partido; 2) la institución externa es, por consiguiente, la
fuente de legitimación de los líderes y es ella, la que hace inclinarse la balanza a un lado u otro en la lucha
interna del poder. Distinguiremos entre partidos de legitimación interna y partidos de legitimación externa.

El 3º factor a considerar, viene dado por el carácter carismático o no de la formación del partido. El problema
es establecer si el partido es o no, esencialmente, una criatura o un vehículo de afirmación de un líder
carismático. Se trata del hecho de que el líder que aparece como el creador e intérprete indiscutido de un
conjunto de símbolos políticos (las metas ideológicas originarias al partido) que llegan a ser inseparables de
su persona. La existencia del partido no es siquiera concebible sin referirse a los líderes que los fundaron.
Los partidos carismáticos son bastante raros. A menudo se trata de pequeños partidos que permanecen al
margen de los grandes juegos políticos; nacen y mueren sin institucionalizarse. Este fenómeno tiene que ver
con el hecho de que en este caso la institucionalización consiste en la “rutinización del carisma”
Junto con el desarrollo por difusión o penetración, junto a la existencia o no de una institución patrocinadora
externa, la presencia o ausencia de un liderazgo carismático inicial es un factor que crea diferencias
considerables, en los modelos originarios de los distintos partidos.

La institucionalización:
Cuando la organización está todavía en construcción, los líderes, sean carismáticos o no, desempeñan un
papel crucial. En primer lugar elaboran las metas ideológicas del futuro partido y seleccionan la base social de
la organización.
En esta fase el problema de los líderes, es el de elegir los valores-clave y crear un estructura social que los
incorpore. En esta fase, en la que se constituye una identidad colectiva, la organización es todavía, para sus
partidarios, un instrumento para la realización de ciertos objetivos: es decir, la identidad se define
exclusivamente en relación con las metas ideológicas que los líderes seleccionan u no – por el momento- en
relación con la organización misma. La institucionalización es en efecto el proceso mediante el cual la
organización incorpora los valores y fines de los fundadores del partido. En palabras de Philip Selznick, este
proceso implica el paso de la organización “fungible” (es decir, puro instrumento para la realización de
ciertos fines) a la institución. La organización pierde poco a poco el carácter de instrumente valorado no por
si mismo sino sólo en función de los fines organizativos: adquiere un valor en si misma, los fines se
incorporan a la organización y se convierten en inseparables y a menudo indistinguible de ella. La
organización se convierte ella misma en un fin. Los fines organizativos, las metas ideológicas, contribuyen a
modelar su fisonomía organizativa.
Los procesos que provocan la institucionalización son esencialmente dos, y se desarrollan de modo
simultáneo. Ambos procesos están ligados a la formación de un sistema interno de incentivos. El desarrollo
de intereses organizativos está vinculado al hecho de que, las primerísimas fases de su vida la organización
debe, para sobrevivir distribuir incentivos selectivos a algunos de sus miembros (cargos de prestigio,
posibilidades de carrera, etc). Lo que comporta el establecimiento de procedimientos para la selección y
reclutamiento de las elites, de los cuadros dirigentes en los distintos niveles de la organización. Conforme al
avance del desarrollo de la organización se hace preciso reclutar los futuros dirigentes. El desarrollo y
difusión de lealtades organizativas por su parte, tiene que ver con la distribución de incentivos colectivos (de
identidad) tanto a los miembros de la organización (los militantes) como a una parte de los usuarios externos
(el electorado fiel).
Hasta aquí la institucionalización entendida como un proceso, como un conjunto de atributos que la
organización puede o no desarrollar en el período que sigue a su nacimiento. Desde este punto de vista, la
distinción se establece entre los partidos que experimentan procesos de institucionalización y los que no los
experimentan (y que se disuelven rápidamente).
Pero el problema de institucionalización es más complejo. En efecto, las organizaciones no se
institucionalizan todas del mismo modo, con la misma intensidad. Existen diferencias considerables entre
unos partidos y otros. Todos los partidos que institucionalizarse para sobrevivir, pero mientras en ciertos
casos el proceso desemboca en instituciones fuertes en otro da lugar a instituciones débiles. De esta
constatación arranca la hipótesis (que tiene carácter central en el planteamiento del autor), de que los
partidos se diferencian principalmente por el grado de institucionalización alcanzada, el cual a su vez, está en
función de las modalidades del proceso de formación del partido y, del tipo de modelo originario (así como
del tipo de influencias ambientales a que la organización haya estado sometida). La idea que subyace a esta
afirmación es que es posible, teóricamente al menos, “medir” el nivel de institucionalización de los diversos
partidos y colocarlos, por tanto, en un determinado punto del continuo que va desde un máximo hasta un
mínimo de institucionalización.

La institucionalización organizativa, puede ser medida, esencialmente, según 2 dimensiones: 1) el grado de


autonomía respecto al ambiente, alcanzado por la organización; 2) el grado de sistematización, de
interdependencia entre las distintas partes de la organización.
1) La dimensión autonomía/ dependencia se refiere a la relación que la organización instaura con el
ambiente que lo rodea. Existe autonomía cuando la organización desarrolla su capacidad para controlar
directamente los procesos de intercambio con el ambiente. Por el contrario una organización es dependiente
cuando los recursos indispensables para su funcionamiento son controlados desde el exterior, por otras
organizaciones.
Institucionalización significa siempre, en cierta medida al menos, “autonomización” respecto al ambiente. La
diferencia entre los partidos es de grado (más y menos). Una organización poco autónoma es una
organización que ejerce un escaso control sobre su entrono, que se adapta a él mas bien que adaptarlo a sí
misma. Al contrario, una organización muy autónoma es aquella que ejerce un fuerte control sobre su
entorno, que tiene la capacidad de plegarlo a sus propias exigencias.
Una de las características que más claramente van asociados al grado de autonomía respecto al ambiente es
la mayor o menor indeterminación de las fronteras de la organización. Cuanto más autónoma es ésta
respecto al ambiente, tanto más definidas son aquellas. Una organización autónoma respecto al ambiente
permite siempre establecer con seguridad dónde comienza y dónde acaba (quien forma parte, y quien no,
que otras organizaciones caen en su círculo de influencia etc.). Por el contrario una organización muy
dependiente de su ambiente es una organización cuyos límites son indefinidos.
Cuando los límites están bien definidos, la organización corresponde al modelo (relativamente) cerrado;
cuando los límites son indeterminados, corresponde al modelo (relativamente) abierto.

2) La segunda dimensión de la institucionalización, es decir, el grado de sistematización, se refiere a la


coherencia estructural interna de la organización. Un sistema organizativo puede ser de tal clase que deje
amplia autonomía a sus propios subsistemas internos. En este caso el grado de sistematización es bajo.
Significa que las subunidades controlan con independencia del centro de la organización, los recursos
necesarios para el funcionamiento.
Un grado elevado de sistematización, por el contrario implica una fuerte interdependecia entre las diversas
subunidades, garantizada mediante un control centralizado de los recursos organizativos y de los
intercambios con el entorno. Cuanto más elevado es el grado de sistematización, tanto más se concentra el
control sobre las zonas de incertidumbre organizativa.
La consecuencia de un bajo nivel de sistematización es generalmente una fuerte heterogeneidad
organizativa. Un elevado nivel de sistematización, por el contrario, da lugar generalmente a una mayor
homogeneidad entre las subunidades.

Las dos dimensiones de la institucionalización tienden a estar ligadas entre sí: en el sentido de que un bajo
nivel de sistematización organizativa, implica a menudo una débil autonomía respecto al ambiente. Y
viceversa. La autonomía de las subunidades organizativas con respecto al centro de la organización (con un
bajo nivel de sistematización) va ligada a una dependencia respecto a sectores específicos del ambiente. La
indeterminación de las fronteras de la organización típica de una fuerte dependencia del ambiente es
también un factor que favorece una débil coherencia estructural interna y un bajo nivel de sistematización.
Una organización con un elevado grado de institucionalización posee normalmente mas defensas frente a los
retos ambientales que una débilmente institucionalizada, porque sus instrumentos de control sobre la
incertidumbre ambietnal se hallan concentrados en el centro y no dispersos entre las subunidades. Y sin
embargo una institución fuerte puede ser mas frágil que una institución débil.
En efecto, cuando el nivel de sistematización es elevado, una crisis que golpee una parte de la organización
está llamada a repercutir rápidamente sobre todas las demás. Por el contrario, cuando el nivel de
sistematización es bajo, la autonomía relativa de las distintas partes de la organización permite aislar la crisis
más fácilmente.
Un partido que ha conocido un fuerte proceso de institucionalización, es una organización que limita
drásticamente los márgenes de maniobra de los actores internos. Las organizaciones se imponen sobre los
actores. Un partido fuertemente institucionalizado es un partido en el que los cambios son lentos, que puede
fácilmente romperse, por su excesiva rigidez. Por el contrario un partido débilmente institucionalizado es un
partido en el cual los márgenes de autonomía de los actores en lucha son más amplios y en el que los
vínculos de las subunidades organizativas con diversos sectores del ambiente aseguran a los grupos rivales
un control autónomo sobre los recursos externos. Una organización débilmente institucionalizada es una
organización que puede experimentar transformaciones repentinas.

Respecto al grado de institucionalización de los partidos podemos servirnos al menos de cinco indicadores.
En 1º lugar, el grado de desarrollo de la organización extraparlamentaria central. La regla es que un partido
fuertemente institucionalizado posea una burocracia central desarrollada, un aparato nacional fuerte. En un
partido débilmente institucionalizado el aparato central también es débil y las organizaciones periféricas son
más independientes del centro. Esto es consecuencia del distinto grado de concentración- dispersión del
control sobre las zonas de incertidumbre en la organización. Burocratizacion y centralización.
En 2º lugar, el grado de homogeneidad, de semejanza entre las subunidades organizativas del mismo nivel
jerárquico. Si la institucionalización es elevada, las agrupaciones locales tenderán a organizarse de la misma
forma. Si la institucionalización es débil es bastante probable que existan fuertes diferencias organizativas. Lo
que es consecuencia de un grado distinto de sistematización, de coherencia estructural.
En 3º lugar, las modalidades de financiación. Cuanto mayor es la institucionalización tanto más posible es
que la organización disponga de un sistema de ingresos basado en aportaciones que afluyen con regularidad
a las cajas del partido desde una pluralidad de fuentes. Cuanto menos institucionalizado esté el partido, más
discontinuo e irregular será el flujo de fondos. La regularidad es indispensable para el mantenimiento de la
estructura burocrática y la pluralidad de fuentes garantiza la autonomía.
En 4º lugar, la relación con las organizaciones cercanas al partido. Un partido fuertemente institucionalizado
ejercerá un predominio sobre las organizaciones externas al partido. El caso contrario es el de los partidos
débilmente institucionalizados donde no existe relación alguna con las instituciones exteriores.
Finalmente, el grado de correspondencia entre las normas estatutarias y la “constitución material” del
partido. Esta tiende a ser mayor en el caso de los partidos con un alto grado de institucionalización que en los
partidos débilmente institucionalizado. Este fenómeno se deriva directamente del distinto grado de
indeterminación de las fronteras de la organización. Si la institución es fuerte las fronteras son claras y
definidas y, por definición, no puede suceder que personalidades, grupos o asociaciones formalmente
externas al partido ejerzan un papel directivo en la organización. Si la institución es débil las fronteras están
difusas, la autonomía respecto al ambiente es mínima y los actores formalmente externos pueden,
“atravesar” más fácilmente los límites.

La institución fuerte y la institución débil: dos tipos ideales.


Una institucionalización débil desemboca generalmente en una coalición dominante poco cohesionada
(subdividida en facciones), mientras que una institucionalización fuerte desemboca en una coalición
dominante cohesionada (subdividida en tendencias).
El grado de institucionalización de un partido político incide, pues, sobre la configuración de su coalición
dominante e influye, en particular, sobre su grado de cohesión interna.
El grado de organización de los grupos que actúan en su interior tambien se encuentra relacionado con el
grado de institucionalización, cuando la institucionalización es débil, mas organizados estarán los grupos
internos. En los casos limites de institucionalización minima, los grupos son facción altamente organizadas,
En función del grado o nivel de institucionalización varía en cada partido la “estructura de las
oportunidades”; o sea varían las modalidades, canales y posibilidades mediante los que se desarrolla la
competición política interna. Y varían por consiguiente las modalidades de reclutamiento de las elites.
En un partido fuertemente institucionalizado el reclutamiento de la elites suele tener un desarrollo
centrípeto (posibilidad de ascender dentro del partido y hacerse cooptar por el centro). En uno débil es
centrífugo (pluralidad de vértices que controlan recursos de poder). En concreto esto significa que cuanto
más institucionalizado se halla el partido la participación en su seno será más bien del tipo “profesional” (y
por tanto los criterios que regulan su sistema de desigualdades serán los propios de una estructura
profesional- burocrática). Por el contrario, cuanto menos institucionalizado sea un partido, la participación en
su seno tenderá a ser bien del tipo “civil” (mediante la transferencia a la organización de recursos externos.
En otros términos, cuanto más débil sea la institucionalización, más “notables” y menos “profesionales”
encontraremos en su jerarquía interna, en los cargos electivos, etc.
Hasta aquí las diferencias entre dos tipos ideales de partido con un grado de institucionalización elevado en
un caso y débil en el otro. Pero que un partido haya experimentado un proceso de fuerte institucionalización,
no garantiza que no puedan verificarse procesos de des-institucionalización, de pérdida de autonomía
respecto al ambiente y de debilitamiento del grado de institucionalización organizativa. Ni, desde el otro
lado, un partido débilmente institucionalizado está necesariamente condenado a mantener esta
característica. Sin embargo, el modo en que se produjo la institucionalización de la organización, continúa
generalmente pesando sobre la vida interna de los partidos, condicionando las modalidades de la
competición interna e influyendo en sus comportamientos en la escena política.

Modelo originario e institucionalización: una tipología


Definidos lo principales elementos que contribuyen a formar el modelo originario de los partidos y definido
también el concepto de institucionalización, tratemos ahora de ver cómo se enlazan entre sí; es decir, cómo,
dado un cierto modelo originario, este influye sobre el grado de institucionalización.
Un desarrollo por penetración tiende a producir una institucionalización fuerte. Existe en efecto, y desde el
principio, una elite cohesionada capaz de imprimir un fuerte desarrollo a la naciente organización. Un
desarrollo por difusión tiende por el contrario a producir una institución débil dado que existen numerosas
elites que controlan considerables recursos organizativos y la organización tiende a desarrollarse por
federaciones y, por tanto a través de negociaciones entre una pluralidad de grupos.
También es fácil deducir la relación que existe entre la presencia o ausencia de una organización
“patrocinadora” externa y el grado de institucionalización que puede alcanzar el partido. La presencia de una
organización patrocinadora desemboca, en una institucionalización débil. Y viceversa.

El carisma personal: un caso anormal


La presencia del carisma personal da lugar en efecto, a resultados que se desvían parcialmente del análisis
desarrollado. Comencemos por decir que el carisma (personal) puede ir asociado tanto a un desarrollo
organizativo por penetración como a un desarrollo por difusión.
Pero el resultado anormal que produce el carisma “puro” consiste en el hecho de que, genera,
simultáneamente, una coalición dominante unida a pesar de la ausencia de un proceso de
institucionalización organizativa. En un partido carismático (antes de que el carisma se haga rutinario) se dan
de modo simultáneo una ausencia de institucionalización y una tuertísima centralización de la autoridad (que
en los partidos no carismáticos se detecta sólo en condiciones de fuerte burocratización).

Cuadro resumen de la tipología:

Modelo originario Institucionalización


1 Difusión territorial Débil
Penetración territorial Fuerte

2 Legitimación interna fuerte


Legitimación externa Débil
nacio
Legitimación externa Fuerte
no nacional
3 Carisma Inexistente / fuerte

La tipología más arriba ilustrada se limita a identificar relaciones que pueden establecerse a nivel de hipótesis
entre modelo originario (variable independiente) y el nivel de institucionalización (variable dependiente). Lo
que ha sido posible porque se trata de una construcción teórica.

Mustapic – del partido peronista al partido Justicialista. Transformaciones de un partido


carismático.
El partido peronista es un caso excepcional. Uno de los pocos de origen típicamente carismático que logra
sobrevivir al carisma de su fundador. Es un caso anormal.
La característica fundamental de todo partido carismático es el predominio de la voluntad del líder sobre la
actividad del partido. Líder y partido conforman una misma entidad. La capacidad de sobrevivir de estos
partidos descansa en dotar a la organización de un orden sucesorio propio. La creación de este orden en el
peronismo es el objetivo central del presente trabajo. Se estudiarán las relaciones de poder en el seno de la
organización y su dimensión histórica, es decir la evolución de los partidos en relación al contexto en el que
operan: génesis, institucionalización y consolidación.

1) Construcción del partido carismático:


3 cosas a analizar:
A) estrecha relación entre partido y liderazgo
B) tensiones desde el principio en la coalición peronismo
C) condición de partido de creación interna (desde el gobierno)

A) La presencia del carisma, el vigor de su mensaje y su capacidad de suscitar grandes adhesiones como
características del peronismo.
B) Perón recibió apoyo de: los sindicalistas y políticos amateur y profesionales de diferentes ideologías.
Políticamente también de sectores disidentes de la UCR y de conservadores, lo que atenuaba el sesgo
obrerista del laborismo. Desde un principio hubo tensiones dentro de la coalición, producto de las diferentes
ideologías, la ambición, la rivalidad personal. Poco después de la elección las bases en las cuales Perón se
apoyó estaban ya sin estabilidad. Entonces, él se proclama jefe supremo del movimiento y dicta disposiciones
que hacen caducar toda autoridad partidaria. Su intención era superar las divisiones internas. Si bien la
disolución de los partidos políticos que formaban parte de la coalición (tb el laborista) se cumplió, no fue el
fin de los conflictos…
C) el partido peronista se fue gestando desde el gobierno. En 1949 la ley 13645 sobre partidos pol venía a
preservar al peronismo de los riesgos que lo asechaban. Las nuevas reglas creaban incentivos para
permanecer en los ya existentes. Tendieron a concentrar la estructura de oportunidades en un único partido
político, el peronista. La división entre peronistas y antiperonistas ayudó a fortalecerlo. Aún así, las
diferencias no desaparecieron. Perón crea las “ramas” del movimiento. Espacios propios para sindicalistas
(la CGT) y para políticos (el partido peronista y el partido peronista femenino) todo bajo control del jefe
supremo del movimiento. Es importante destacar que se contaba además con los recursos clientelares,
logísticos y humanos que proporcionaba el control del aparato estatal.

En ella los rasgos típicos de los partidos carismáticos:


a. identificación del partido con el líder: “sólo hay dos figuras cumbres: Evita y Perón”.
b. subordinación del partido a la voluntad del líder: monopolio del poder de decisión. Verticalismo
c. centralización: principio del comando único (unidad de acción y voluntad) y distribución de tareas en
comandos subordinados.
d. Carácter movimentista: el partido peronista era sólo una parte del movimiento (además: CGT y partido
peronista femenino).
El líder es quien selecciona la base social, los fines ideológicos y es el único intérprete autorizado de la
doctrina, que suele ser vaga e imprecisa. Ausencia de procedimientos y reglas estandarizadas que regulen la
vida interna del partido ya que el principio que regula el funcionamiento y organización descansa en el
criterio personal y arbitrario del líder. Negación de formas burocráticas de partidos tradicionales.

Rasgos peculiares del peronista como partido carismático:


a. Doctrina: único autor, único intérprete autorizado. Sin embargo surgen quienes exageran tal o cual aspecto.
“es un orden político inspirado en la visión organicista y armoniosa de la vida en comunidad”. Basarse en la
organización y en la conducción (aunque Perón después atiende más a la conducción que a la organización).
El lema: “una nación socialmente justa, económicamente independiente y políticamente soberana”. Los
principios son lo suficientemente vagos y generales para que nunca pierdan vigencia, para poder
interpretarse según la circunstancia.
b. Principio de identidad colectiva: la dignificación obrera y la justicia social. Perón transforma a los obreros de
ciudadanos de segunda clase a miembros plenos de la comunidad.
c. Base social: movimiento obrero organizado: las organizaciones sindicales. Todo obrero sindicalizado será
peronista.
d. Legitimación del liderazgo: además de cualidades extraordinarias del líder, ratificación plebiscitaria ( junto a
actos rituales la org periódica de elecciones)

Perón en el exilio:
Cuando toma el poder la Revolución Libertadora, en 1955 Perón se exilia hasta 1973. En ese lapso
proscripción y disolución del peronismo. Perón debe afrontar problemas como la obediencia y las
resistencias que surgían. La desobediencia se castigó simbólicamente. A pesar de eso, no fue suficiente para
contener los focos de rebelión.
- estrategia “neoperonista” de los políticos: se manifestaban con liderazgos provinciales. Si bien el peronismo
era centralizado dejaba espacios fértiles para el surgimiento de estos líderes provinciales. Aspiraban a la
autonomía, lo que era una amenaza para el líder. No pasaron del plano local.
- CGT: mientras p estuvo en el poder controlo la dir Gral. de la CGT. Esta tenía necesidades permanentes del
mundo obrero, no como las de los políticos que eran intermitentes, en periodos de elecciones.
El peronismo con Perón en el exilio descansó en los recursos y capacidad organizativa y representativa del
liderazgo sindical. Ya sin vínculo en el 55 entre estado y sindicatos, estos últimos se expresan más
autónomamente. Los líderes ganan cada vez más peso y se quieren incorporar a la estructura de poder.
En el 74 muere Perón y el régimen carismático trata de solucionar su debilidad.
Entonces, vuelven a ser protagonistas, como durante el exilio, la dirigencia sindical, el peso de sus
organizaciones y recursos en un contexto adverso de falta de autoridad del gobierno de Isabel y crisis
económica.

2) Institucionalización del partido justicialista.


El marco es el legado que deja la dictadura del 76-83: una nación empobrecida, guerra perdida y secuelas
importantes de la represión en la sociedad. Ante esto, la gente tiene más compromiso con la democracia y
más afiliación a los partidos políticos. El PJ era el partido con más afiliados en occidente. En el 83 sale de la
proscripción y sin el arbitraje de Perón, con Isabel desde el exilio y gran presencia de sindicalistas, pierden
ante la UCR. Este duro revés en el cual la posición había ganado a las mayorías populares obligó al partido a
reorganizarse.

3) Reorganización del PJ.


Había que llenar el vacío que había dejado la muerte del líder. Ante el fracaso del 83, no bastaba con invocar
a Perón para ganar en las urnas. Entre 84-87 surge un “sector renovador” al que se unieron varios
gobernadores provinciales como: Cafiero, Grosso, Menem, etc. Su objetivo era la institucionalización y
democratización del PJ. Este FRENTE RENOVADOR gana las elecciones internas del 87. A medida que sube el
liderazgo de los “renovadores” cae el de los sindicalistas. Así el PJ se desprendía de sus orígenes carismáticos.

Institucionalización:
Con el predominio del sector renovador se sentaron las bases de un nuevo consenso, en carta orgánica del
partido. Eran cambio de reglas para la toma de decisiones. Antes la concentración en una sola persona limitó
el desarrollo organizacional del PJ pero incorporó vastos sectores sociales. Ahora, quedaba vacante: la fuente
de legitimidad y la interpretación de las reglas. El PJ se democratiza y se corta con la tradición movimentista.
Pasa a ser el partido la forma organizada del movimiento. Con las elecciones internas que gana Menem se
sentía que se había encontrado la forma de superar el problema de la fórmula sucesoria. El poder de decisión
fluye de abajo hacia arriba y aparece la figura del “puntero”.
Conclusión: el partido combina en esta etapa democratización y descentralización en una dinámica pautada
por el ciclo electoral. Esto inevitablemente llevó al fraccionamiento de los recursos pero también del poder.
El PJ pasó de un modelo carismático a un modelo democrático. El modelo originario de organización del Pj,
supone que mientras vivio peron, partido y líder constituyeron una misma identidad. Generando recursos
humanos, materiales y simbollicos que favorecieron su continuidad y posterior transformación. El exilio
opero en dos direcciones, por un lado la ausencia reforzó el papel de los grupos dirigentes provincinales, y el
de los sindicatos que proveyeron al movimiento de recursos materiales y organizativos y una presencia
permanente en el escenario nacional. Por otro lado la continua intervención de peron evito la dispersión de
las fuerzas. Con estos recursos se logro enfrentar el desafio de su institucionalización.
En cuanto a la actual organziacion del partido, esta corresponde con un modelo democrático dado que el
poder de decisión respecto a las autoridades y candidaturas descansa en la voluntad de los afiliados. Si
miramos la caracterización de panebianco en cuanto al grado de institucionalización el PJ es débil. La
estrecha vinculación del partido con los sindicatos se ha ido atenuando, pero adquiere mayor dependencia
del aparato Estatal. En cuanto al grado de sistematización, de interdependencia de las unidades que
componen la organización, hemos señalado que se trata de un resultado contingente, producto de la
habilidad y fortuna de los lideres en lograr aglutinar fuerzas. En este sentido el partido se encuentra en un
estado de permanente fluidez, reforzado por el particular modo de observar las reglas y el desarrollo de
ciertas practicas paralelas a ellas.
El carácter democrático de la actual organización partidaria…. Hay menos tutela de los sindicatos por lo que
el partido puede comenzar a generar sus propios recursos, pero a la vez hay más dependencia al aparato
estatal (como fuente de financiamiento de act. partidarias). Se permite que un mismo partido presente sub-
lemas y se transmite interpartidariamente lo que no se pudo solucionar intrapartidariamente en elecciones
internas (por el costo de estas). Se manipulan las reglas y practicas según el gobierno de turno por la poca
institucionalización y se les da a los candidatos la posibilidad de la escisión, es decir, separarse del partido y
después volver. La elasticidad organizativa del partido justicialista ha sido funcional a su capacidad de
adaptación, tanto al desafio de la muerte del líder como para encarar los procesos de cambio económico y
social.

POUSADELA. Los partidos políticos han muerto ¡Larga vida a los partidos!
Nos proponemos examinar el estado actual de los partidos políticos en general, y en la Argentina en
particular. Buscando responder a la pregunta sobre la supuesta crisis de los partidos políticos y en el caso de
tal diagnostio nos proponemos también definir exactamente en qué consistiría dicha crisis.
Es indudable que siguen existiendo partidos políticos. Sin embargo, podría argumentarse que no son los
mismos que solíamos designar con ese nombre, sino alguna otra cosa que ha venido a reemplazarlos y a
apropiarse incluso de su denominación. En este sentido, la respuesta a la pregunta planteada (sobre la
declinación de los partidos) es absolutamente dependiente de la definición escogida. El muestrario de
definiciones disponibles es amplísimo, de hecho, no existe una definición unánimemente aceptada.
Una vía frecuente de salida del apuro definicional es la que conduce en dirección a la atención a las funciones
que los partidos desempeñan. La ecuación es sencilla: mientras la democracia sea representativa, se
necesitarán vehículos de representación. Dichos vehículos serán los partidos o alguna otra cosa semejante a
la que probablemente convendremos en denominar de ese modo.
Las funciones de los partidos parecen resumirse en su tarea representativa o de traducción del principio
abstracto de soberanía popular en un gobierno concreto a través del mecanismo electoral. De la
caracterización de Panebianco se desprende un dato a tomar en consideración: los partidos nunca han
tenido el monopolio de la realización de las funciones que les son propias. Por ende, no parece del todo
consistente la asociación de la idea de la crisis de los partidos a la sensación de que los partidos están siendo
marginados en el ejercicio de unas funciones, que en verdad, nunca les fueron exclusivas. Los cambios que
atraviesan a los partidos y que parecen opacarlos tienen tanto una dimensión cualitativa (nuevos actores)
como una dimensión cuantitativa (mayor peso en el rol de otros actores).

El dolor de ya no ser: la metamorfosis de la representación partidaria


Lo que parece en vías de desaparición no son los partidos políticos a secas sino más bien los partidos bajo la
forma en que los conocíamos.
La imagen más pronta a acudir a la mente cuando se pronuncia el término “partido” es la de una estructura
organizativa sólida, de fuerte implantación territorial, con una orientación ideológica definida que se traduce
en un programa de políticas públicas, y con una base de apoyo electoral estable y de nítidos contornos
sociales. Lo que se tiene en mente es una clase de partidos particular e históricamente situada.
Entretanto, los partidos se han visto arrastrados por un proceso epocal de mutación de la representación
política que Manin interpreta como tránsito de la “democracia de partidos” a la llamada “democracia de
audiencia” o “democracia de lo público”. Se configura un proceso de metamorfosis de la representación
política, al cabo del cual un formato de representación fue o está siendo sustituido por otro. Es en este punto
donde se plantea la pregunta referida a los tipos partidarios característicos de ambos formatos de
representación. En la apertura política (es decir, antes) los partidos eran voluminosos, con estructuras
jerárquicas, con implantación territorial, con afiliados que pagan cuotas, tienen enraizamiento en una
realidad social, etc. Ahora bien, a la hora de establecer cuál sería el tipo partidario propio de la “democracia
de audiencia”, las cosas ya no resultan igualmente sencillas: el formato de representación que actualmente
se constituye se caracteriza por la disolución de todo aquello que caracterizaba al formato precedente, y
probablemente no exista un punto único de equilibrio hacia el que convergerá todo el proceso, de modo tal
que no haya un único formato partidario. La disolución del viejo formato de representación ha originado la
diversificación de experimentos en busca de adaptación a las nuevas condiciones.
[El autor destaca el modelo propuesto por Katz y Mair, “partido cártel”. Proponen una clasificación de los
partidos en virtud de su relación con el Estado y no a partir de su relación con la sociedad civil, y un modelo
partidario caracterizado por su dependencia de los recursos estatales. El modelo de “partido cartel” supone
que para garantizar la apropiación partidaria de los recursos públicos, los partidos entran en intensas
relaciones recíprocas de cooperación, formando una suerte de cartel. General lealtades menos intensas,
pero no por ello son menos poderosas por efecto de los recursos que el estado pone a su disposición. ]
A la hora de analizar el caso de la Argentina, a las dificultades enumeradas hay que sumarle la complejidad
que presenta el propio caso en cuestión, que recién a partir de 1983 pasó a contar con un verdadero sistema
de partidos, lo cual vuelve difícil cualquier comparación entre la situación de los partidos actual y la del
pasado. En efecto, la dinámica de la democracia de partidos terminó de instalarse en la Argentina
precisamente en la época en que como modelo de representación política, comenzaba su crisis secular en el
mundo occidental. La dinámica de la competencia política nunca había llegado a ser aquella que
caracterizaba a la llamada “democracia de partidos”. Si bien la Argentina contaba con la sociedad propia de
dicho formato de representación, así como sus vehículos apropiados, la dinámica política nunca se termino
de corresponder con dicho modelo. El gran problema de la época puede resumirse en pocas palabras: la
insoluble “cuestión peronista” y el dramático “juego imposible” (creencia en que “el peronismo nunca podría
ser derrotado en elecciones libres y competitivas”).
En contraste, en 1983 se inauguró el período democrático más prolongado de toda la historia argentina. El
juego político resultó profundamente transformado. Por primera vez, los partidos llegaron a ser los
principales actores en la arena política. También por primera vez, dichos actores manifestaron su acuerdo
con el mismo conjunto de reglas, y aceptaron jugar el mismo juego, en virtud del cual los caminos aceptables
para obtener el poder y conservarlo se reducían a uno solo: la vía electoral. Pareció instalarse, tardía pero
finalmente, una verdadera “democracia de partidos”.
El tránsito de la “democracia de partidos” a la “democracia de lo público” estaba comenzando, y ello justo en
el momento en que la democracia a secas se restauraba en Argentina. Los cambios que desde entonces se
han producido en el sistema representativo pueden rastrearse en dos direcciones: por un lado, en la
variabilidad y la composición de la sugerentemente denominada “oferta electoral”, por el otro, en las
fluctuaciones de las preferencias de la “ciudadanía”. Aunque los partidos como tales no han perdido vigencia,
sus características han variado profundamente, en gran medida por intervención de los medios de
comunicación, que han pasado de ser meros transmisores de una información que se producía “en otra
parte”, a convertirse cada vez más en escenarios donde la política misma tiene lugar.
Tenemos ante nosotros, un doble proceso: de un lado, la transformación de los viejos partidos, del otro, el
surgimiento y la proliferación de partidos de rasgos novedosos. En cuanto a lo segundo, a las nuevas fuerzas
políticas, se trata de partidos centrados en “personalidades”, algunas de ellas de carisma mediático.

¿Un rayo en un día de sol? La irrupción de la crisis de representación


Lo que tuvo lugar en Argentina en las elecciones de 2001 fue efectivamente una crisis de representación. La
idea de crisis hace referencia a la falla del lazo representativo por ausencia de reconocimiento de ese vínculo
por parte de los propios representados. El proceso de largo alcance que convenimos en denominar
metamorfosis de la representación puede sobreimprimírsele situaciones de crisis de representación.
Típicamente, estas crisis se presentan asociadas al cuestionamiento de los representantes en su conjunto y
ya no individualmente.
Hay dos conceptos que resultan de utilidad para dar cuenta de estos procesos de crisis: el ya mencionado
“partido cártel” y “clase política”. La reducción de la competencia que es propia de la cartelización, sumada
al proceso de profesionalización de la actividad política que aquélla profundiza, proporciona una buena clave
interpretativa. Esta “clase política” es compacta y estable, crecientemente centrada en sus propios intereses
corporativos y cada vez más librada de los mecanismos que en el pasado propiciaban la rendición de cuentas.
La democracia puede ser vista como un medio por el cual los gobernantes controlan a los gobernados. A
medida que la distinción entre partidos en el gobierno y fuera del gobierno se vuelve mas borrosa, se reduce
el grado en que los votantes pueden castigar a los partidos incluso sobre la base de una insatisfacción
generalizada. El concepto de “clase política” aparece ligado a la idea de “corrupción”. Una clase política
impermeable a los reclamos y padecimientos de la “gente común” indiferenciada en su composición y con
intereses corporativos más poderosos que los de sus representados.

A modo de conclusión: balance de las elecciones 2003


En un sentido amplio, los partidos siguen siendo los agentes organizadores de la competencia política, no
obstante lo cual parecen haber perdido la centralidad de antaño. La realidad política argentina presenta
fuertes diferencias regionales que pueden definirse en la identificación de dos patrones polares: el de los
centros urbanos (medios de comunicación) y el de las provincias periféricas (identidades tradicionales).
En particular, el peronismo emergió de la crisis como la única fuerza política con capacidad de liderazgo. En
contraste con la UCR, el PJ da la impresión de guiarse por el precepto inverso: doblarse sin romperse, o más
bien, doblarse para no romperse. Las divisiones del peronismo podrían ser interpretadas como un signo más
de su vitalidad y capacidad de adaptación, más que como un síntoma de su debilidad y de su indetenible
disgregación. Para la ciencia política, el peronismo debería estar muerto. Sin embargo, como partido de
origen carismático logró lo que pocos: sobrevivir a la muerte de su fundador. Y como organización
débilmente institucionalizada parece estar tornando su defecto en virtud, poniendo su flexibilidad
organizativa al servicio de sus necesidades adaptativas.
Los partidos atravesaron con suerte diversa una crisis de representación que parece haber amainado. Los
nuevos liderazgos no surgieron de la movilización vecinal o social, sino del espacio político mismo. La
protesta social no llegó a tener una expresión política significativa. Todo lo que se puede afirmar en este
sentido es que los partidos, al igual que las dinastías, no desaparecen con la muerte de uno de sus
exponentes (tales como el partido de masas) sino que se perpetúan con la entronización de su sucesor.

Sartori. Partidos y sistemas de partidos.

3.1 Canalización, comunicación, expansión.


En lo que refiere a la mediación que existe entre el estado y los ciudadanos, se trata de incluir a la sociedad en
cuanto a su participación política. En este sentido Sartori introduce las tres funciones elementales del partido.
Con distintos niveles de abstracción, define a la comunicación como la función más general, que además
interpela a las otras dos funciones. Esta categoría no otorga un carácter discriminativo a la definición, ya que
trasciende la esfera de los partidos y figura como una función propia de variados grupos políticos. La
comunicación consiste en un corriente en dos direcciones, por una lado el partido comunica mensajes que
surgen desde abajo, serían las exigencias de diversos grupos de la sociedad para el estado y por otro lado
desde arriba, se transmiten a los ciudadanos las ordenes que exige la autoridad. Nos preguntamos ¿Quién
habla y quien escucha? La canalización es otra función y remite a los canales de comunicación. Nos
preguntamos de ¿quién a quién? Es decir, se tiene en cuenta la dirección del conducto, como se maniobra la
circulación de la comunicación. Por último la función de expresión es la más específica, porque solo los
sistemas de partidos comparten esta categoría (pluripartidismos). Permite a los ciudadanos comunicar cosas al
estado, como a la inversa un sistema de Estado partido establece una red de comunicación ideada para
comunicar cosas a la sociedad. La diferencia estriba en que en un sistema de partidos como un sistema de
canalización libre, “se vincula a un pueblo con un gobierno al brindar un sistema expresivo de comunicación
que mantiene controlado al estado” , es decir que predomina la expresión por encima de la represión. Cuando
hablamos de un sistema de Estado partido la comunicación autorizada mantiene controlados a los ciudadanos,
como sistema de canalización obligatoria (monopolista). Donde prevalece la represión sobre la expresión. En
este sentido, en un sistema de partidos las voces de los ciudadanos encuentran canales libres y autónomos de
expresión.

En el caso q nos ocupa, resulta correcto decir q tanto los sistemas de partidos como los sistemas de Estado-
partido desempeñan una función de canalización, y q un aspecto importante de esta canalización consiste en q
ambos sistemas brindan canales de comunicación. Pero la comunicación política no es un diálogo e/partes
iguales por mero deseo de entretenerse. El conducto tiene una dirección, y la dirección del conducto establece
cómo se maniobra en la circulación. Esto equivale a decir q una definición suficiente de la comunicación
política debe especificar de qué comunicación se trata: la comunicación de quién a quién. Y si no se separa la
comunicación “expresiva” de la “autorizada” ello oscurece el punto clave.
Un subsistema de partidos permite la comunicación expresiva, esto es, permite a los ciudadanos comunicar
cosas al Estado. A la inversa, un sistema de Estado-partido establece una red de comunicación ideada
p/comunicar cosas a la sociedad. Lo q importa es si la red de comunicación política está figurada al nivel del
subsistema, independiente// del sistema del Estado. La identificación Estado-partido vincula a un gobierno al
pueblo al crear un sistema de comunicación autorizada q mantiene controlados a los ciudadanos. Por ende,
cabe definir a un sistema de partidos como un sistema de canalización libre (autónoma), en el cual prevalece la
expresión, en todo el sistema político, por encima de la represión; mientras q cabe definir un sistema de
Estado-partido como sistema de canalización obligatoria (monopolista), en el cual prevalece la represión, en
todos los aspectos, sobre la expresión.
Conforme a mi enfoque, la “comunicación” desciende y queda subsumida en la “expresión”, y no a la inversa.
En el sentido en q yo lo aplico, el antónimo de expresión es represión, y sus cuasi sinónimos coacción,
extracción y, en un sentido más lato, órdenes, mandatos y asignaciones autorizadas.
En conclusión, parece q tanto los sistemas de partidos como los sistemas de Estado-partido son necesarios en
los sistemas políticos modernos, en el sentido de q brindan a la sociedad un sistema de canalización. Pero,
salvo en este aspecto de similitud, los 2 sistemas son muy diferentes.

3.2 La definición mínima.


¿Respecto de qué, y conforme a qué elementos de discriminación, hay que distinguir a los partidos? Por tanto,
la 1ra, aunq no exhaustiva, tarea del definidor es delimitar. Un partido no sólo es algo distinto de una facción;
tb difiere de un “movimiento político”, e incluso más todavía de una mera “asociación política”.

La definición abreviada sería la siguiente: un partido es cualquier grupo político q se presenta a elecciones y
q puede colocar mediante elecciones a sus candidatos en cargos públicos.
La definición mínima alcanza su objetivo cuando basta p/identificar al objeto. Pero más allá de este objetivo no
es en absoluto una definición suficiente; es decir, no puede bastar p/otros fines.
Lo que se rescata en esta definición es el elemento electoral, y con ello la competencia entre partidos, es decir
la interacción en la lucha por el poder en las elecciones. Es el elemento electoral el más importante, ya que en
un sistema de partidos este es el campo donde se procesa la lucha por el poder político. Además en esta
definición se pueden incluir al sistema de partido único ya que, más allá de que los medios utilizados sean
fraudulentos, de todos modos se canaliza a la población en las votaciones. Sin importar que las elecciones sean
libres, siguen siendo un acontecimiento electoral. Otro de los factores importantes que comprende esta
“definición mínima”, es que permite distinguir al partido de la facciones. Este criterio está relacionado con su
perspectiva histórica, donde podemos advertir como a partir del siglo XIX, los partidos afirman claramente su
distinción con las facciones políticas y son aceptados como instrumentos legítimos y necesarios del gobierno
libre. Los partidos políticos podrían ser interpretados como una forma de superación, si se quiere histórica, de
las facciones. Presentándose como un proyecto político que busca interpelar las aspiraciones de la totalidad de
la sociedad y no solo un interés y un beneficio partidario.

3.3 Visión general.


Cabe concebir varios modos de estudiar los motivos por los q nace la era de los partidos. Pero a todo lo largo
de las vicisitudes de la humanidad ha habido un tema básico y recurrente: cómo reconciliar la existencia
privada y la coexistencia pública, la anarquía y el orden, las diferencias y la armonía. La cuestión era como
hacer para que una parte no ponga en peligro la unidad del todo, pero que el todo no abrume a las partes.
Su objetivo primario es lograr un cierto equilibrio, y expresar las exigencias y aspiraciones de la sociedad como
un todo.
El marco parte-todo destaca con toda claridad la explicación del pluripartidismo, q es la siguiente: si un partido
es una parte, de ello se sigue q el todo no puede estar representado ni constituido por una parte nada más,
aunq de ello no se sigue q c/parte deba comportarse como una parte p/sí misma, como una parte sin relación
con el todo. Y el marco parte-todo se aplica tb en sentido inverso, a la explicación del partido único, o del
sistema Estado-partido como sigue: si un partido es una parte, es un “mal” partido, y si el todo no coincide con
su parte buena, es un todo “falso”.
En resumen, los partidos q son partes son instrumentos p/dirigir un todo pluralista: presuponen la diversidad e
institucionalizan el disenso. El partido no-parte niega, en cambio, el ppio mismo de la diversidad e
institucionaliza la represión del disenso. Un partido es parte de un todo: partido comunica la idea de parte,
esto señala el vinculo existente entre una parte y su todo. Si bien un todo puede concebirse orgánicamente,
como si no estuviera compuesto por partes aquí nos interesan las partes que son partidos, entonces pasamos
a estudiar un todo pluralista. Un partido debe ser una parte capaz de gobernar en aras del todo.

Capítulo 5. El criterio numérico.


Existe acuerdo casi unánime de q la distinción e/sistemas unipartidistas, bipartidistas y multipartidistas es muy
insuficiente. ¿Queremos decir que poco importa el n° de partidos que hay? ¿O queremos decir, por el
contrario, q nuestra clasificación no logra ordenar estos n°?
A la 1ra pregunta contestaría yo que sí importa cuántos son los partidos. El n° de partidos indica inmediata// la
medida en q el poder político está fragmentado o no fragmentado, disperso o concentrado. Clara// cuanto
mayor sea el n° de partidos (q tiene voz), mayor será la complejidad y probable// la complicación del sistema.
En resumen, la verdadera cuestión no es la de si importa el n° de partidos (que sí importa), sino la de si un
criterio numérico de clasificación nos permite aprehender lo q importa.
En resumen, el problema es: ¿Qué partidos importan? La importancia de un partido no está sólo en función de
la distribución relativa del poder (como es evidente), sino tb, y especial//, en función de la posición q ocupa en
la dimensión izquierda-derecha. La fuerza de un partido es, en 1er lugar, su fuerza electoral.
Lo q verdadera// pesa en la balanza del multipartidismo es la medida en q se pueda necesitar a un partido
p/una o más de las posibles mayorías gubernamentales. Un partido puede ser pequeño, y sin embargo, tener
grandes posibilidades en las negociaciones p/montar una coalición. A la inversa, es posible q un partido sea
fuerte y, sin embargo, carezca de capacidad p/negociar su presencia en una coalición.
Norma 1. Se puede no tener en cuenta por no ser importante a un partido pequeño siempre q a lo largo de
un cierto periodo de tiempo siga siendo superfluo en el sentido de q no es necesario ni se lo utiliza p/ninguna
mayoría de coalición viable. A la inversa, debe tenerse en cuenta a un partido, por pequeño q sea, si se halla
en posición de determinar a lo largo de un periodo de tiempo y en algún momento como mínimo una de las
posibles mayorías gubernamentales.
Norma 2. Un partido cuenta como importante siempre q su existencia, o su aparición, afecta a la táctica de
la competencia e/los partidos y en especial cuando altera la dirección de la competencia (al determinar un
peso de la competencia centrípeta a la centrífuga, sea hacia la izquierda, hacia la derecha o en ambas
direcciones) de los partidos orientados hacia el gobierno.
En resumen, podemos dejar de contar a los partidos q no tienen: Posibilidades de coalición O Posibilidades de
chantaje. A la inversa, debemos contar a todos los partidos q tienen importancia gubernamental en la liza en q
se deciden las coaliciones o una importancia competitiva en la liza de la oposición.

Hasta ahora hemos venido hablando de una clasificación y no de una tipología, esto es, hemos identificado
clases y no tipos de sistemas de partidos. Y lo q sugiero es q el criterio numérico puede rendir 7 clases,
indicadas como sigue:
1. De partido único.
2. De partido hegemónico.
3. De partido predominante.
4. Bipartidista.
5. De pluralismo limitado.
6. De pluralismo extremo.
7. De atomización.

El objeto de la clasificación modificada es resolver el problema q deja intacto la clasificación numérica: el de


cómo acabar con la “segmentación”. La solución se halla en verificar las comunidades políticas segmentadas
en contraste con la variable ideología. Si están fragmentadas, pero no polarizadas, se atribuirán al tipo de
pluralismo (ideológica//) moderado. Si están fragmentadas y polarizadas, es evidente q pertenecen al tipo de
pluralismo (ideológica//) polarizado.
Lo q nos brinda la cartografía es una indicación bastante buena de la dispersión (sea una dispersión polarizada
o segmentada) del poder.
Para empezar, en la situación actual el caso del unipartidismo está claro: el poder político lo monopoliza un
solo partido, en el sentido preciso de q no se permite la existencia de ningún otro partido. Después tenemos el
caso de q un partido “cuenta más” q todos los demás, pero de 2 formas muy diferentes. Por un lado nos
encontramos con un partido hegemónico, q permite la existencia de otros partidos como subordinados, esto
es, no se puede desafiar la hegemonía del partido en el poder. Por otra parte, nos encontramos con el sistema
de partido predominante, es decir, cuando un partido gobierna siempre que continúe obteniendo, electoral//,
una mayoría absoluta. Los sistemas bipartidistas no plantean ningún problema, dado q su configuración del
poder es transparente: 2 partidos compiten por una mayoría absoluta q está al alcance de cualquiera de ellos.
Esto nos deja la configuración del poder del multipartidismo en gral, q se puede detallar como sigue: 1) no es
probable q ningún partido se acerque a, o por lo menos q mantenga, una mayoría absoluta, y 2) la fuerza (o la
debilidad) relativa de los partidos se puede clasificar conforme a su relativa indispensabilidad (o
dispensabilidad) p/las coaliciones, y/o 3) su capacidad potencial de intimidación (chantaje).

¿Bipartidismo, “bialiancismo” o partido dominante? El gobierno de Kirchner y la renovación del


sistema de partidos en Argentina - Antonio Camou
Camou pregunta ¿qué queda del viejo bipartidismo argentino después de estos cambios? A partir de la crisis
de 2001, las elecciones de 2003 y del primer año de gobierno de Kirchner (escribe en 2004) es posible
vislumbrar cuatro escenarios posibles de reconfiguración. Para él, el bialiancismo puede ofrecer perspectivas
de cambio democrático estable, progresivo y eficaz a futuro, pero la probabilidad de que se de este escenario
es muy incierta.

¿CUÁL BIPARTIDISMO?
Es necesario tener en cuenta el carácter discontinuo e inestable de la historia institucional del país.
Al hablar de bipartidismo se refiere a que cuando se daban las condiciones de competencia electoral, ganaba
alguno de los dos partidos históricos: UCR y PJ. Se cumplían en esos períodos los criterios del bipartidismo: a)
en cada elección dos partidos comparten la posibilidad de ganar, b) cada uno es capaz por sí solo de formar
gobierno sin apelar a otra fuerza y c) existe la posibilidad real de que el partido que está al gobierno pueda ser
reemplazado por el opositor.
Argentina se caracteriza por partidos fuertes pero por un sistema de partidos débiles; es decir, por la
persistencia de identidades de larga data pero poco proclives a reconocer reglas de juego legitimadas para la
aceptación del adversario. Se combinan dos lógicas en el espectro electoral: el corte ideológico entre izquierda
y derecha y a esto se sobreimprime la separación entre voto peronista o no peronista, y esta inclinación es
clave para entender el proceso político electoral. Lo que encontramos en las elecciones de 2003 no solo es la
fragmentación aun mayor de la base electoral de los partidos tradicionales sino la personalización de un voto
cuyas lealtades se han vuelto acentuadamente volátiles.

¿DEL BIPARTIDISMO AL BIALIANCISMO?


El núcleo del argumento es que entre la recuperación democrática de 1983 y la crisis de 2001, el sistema
partidario argentino mostraba dos tendencias generales y combinadas de cambio. Por un lado, comenzó a
moverse desde un bipartidismo tradicional a un incipiente esquema de “pluralismo moderado” (Sartori): las
dos fuerzas mayoritarias mostraron una tendencia a la pérdida sistemática de su caudal electoral, que ha ido a
engrosar las filas de terceras fuerzas ubicadas hacia la izquierda y la derecha. Por otra parte, puede visualizarse
una tendencia de estas nuevas fuerzas políticas a confluir, junto con los partidos históricos, en la conformación
de dos grandes coaliciones electorales.
Este bialiancismo puede ser entendido como una de las tantas formas híbridas que puede tomar el continuo
sartoriano que va del bipartidismo tradicional al pluralismo moderado y cuya característica es la configuración
de una pauta de interacción que enfrenta dos grandes agrupamientos político-electorales en torno al centro
ideológico. Puede ser débil, en el caso de coaliciones electorales ocasionales y efímeras, o fuerte.

Bialiancismo: hay posibilidades de que se produzcan dos coaliciones o alianzas de centroderecha y de


centroizquierda con arraigo electoral, cobertura nacional y capacidad de formar gobiernos alternadamente,
para superar las difusas formaciones nacional-populares que han sido soporte ideológico de los partidos
tradicionales. La alianza de centroizquierda podría darse en torno Kirchner, quien ha iniciado una
transversalización con base en el peronismo, junto con sectores sindicales y populares, radicales, sociales y
sectores de la izquierda independiente. La de centroderecha podría darse en torno a los partidos provinciales,
peronistas postmenemistas, radicales independientes…
Bipartidismo clásico: la UCR y el peronismo siguen siendo los dos únicos partidos nacionales del país y los
“mejor” constituidos (identidad, cuadros dirigenciales, redes de intermediación social y política, equipos
técnicos con experiencia de gobierno). Sin embargo, mientras el peronismo salió relativamente airoso de la
crisis del 2001 y mostró ser, aun en la fragmentación, el único partido con capacidad de gobierno, la debacle
electoral y la división del radicalismo marca interrogantes sobre la continuidad del bipartidismo.
Partido dominante: la contracara del declive radical y las dificultades de otras fuerzas para conformarse como
alternativas, configuran un espacio en el cual el peronismo se transforma en partido dominante. Sartori
distingue entre partido dominante (están dadas las condiciones de competencia democrática pero tiende a
ganar sistemáticamente el mismo partido) y hegemónico (la fusión del partido con el Estado obtura la
competencia electoral).
Pluralismo débil: mayor fragmentación partidaria; escalón previo a la ingobernabilidad. El problema es que se
dé una situación ambigua en la que los diferentes líderes partidarios compitan entre sí sin que se dé un nuevo
liderazgo definido. El sistema político derivaría en una lucha de candidatos, grupos y facciones.

También podría gustarte