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I. Introducción
El presente trabajo presenta un análisis del sistema político nicaragüense, en el cual se
tomaron como ejes de trabajo la constitución del Estado nicaragüense y su comunidad
nacional (Estado-nación); la institucionalidad de Nicaragua en un ejercicio comparado con la
institucionalidad de Colombia; los movimientos sociales; y la situación de la geopolítica de
las relaciones económicas y territoriales del Estado de Nicaragua.
Para este fin y con la intención de delimitar estos ejes, además del análisis sociohistórico,
se hizo una lectura transversal de cada eje con unos autores particulares para cada eje, para
tener un enfoque en la construcción del análisis sistémico de cada elemento; así, para el eje
de la construcción del Estado y su comunidad nacional (Estado-nación) se tuvo la perspectiva
de los autores Charles Tilly (1992) y Anderson (1993); para el eje de institucionalidad se tuvo
en cuenta a Lijphart (1999); para el eje de movimientos sociales se hizo una continua revisión
de Lipset & Rokkan (1992), y se incluyó también el enfoque de Viveros Vigoya (2016); por
último, para el análisis geopolítico se privilegió el punto de vista de Taylor et al. (2000).
El método que se utilizó para la realización de este trabajo investigativo fue la revisión
bibliográfica de fuentes académicas e institucionales y también se realizó un análisis
comparativo para el estudio de la institucionalidad en Nicaragua con Colombia.
II. Construcción de Nicaragua como Estado-Nación
Para entrar a hablar de este tema iniciaremos diciendo que un Estado es, tal como dice
Tilly (1992), una construcción histórica que surge a partir de la monopolización del poder
militar por parte de una elite política. Mientras que la Nación es por otro lado, según
Anderson (1983), también una construcción histórica pero en este caso de una comunidad
política imaginada inherentemente limitada y soberana, siendo comunidad por tener un marco
de referencia horizontal entre la población; imaginada porque sus individuos no se conocerán
todos en su totalidad pero tendrán lazos fraternos; limitada porque se establece en unas
fronteras finitas pero elásticas; y soberana por tener un orden de legitimidad horizontal y no
jerárquico y divino.
Por lo anterior, para entender el cómo se construye un Estado-Nación, es preciso conocer
cómo se consolidó desde sus bases históricas el concepto que este tiene de lo nacional,
analizar cómo se ha venido dando ese proceso de monopolización del poder militar y cómo
ello ha venido influyendo en su construcción sistémica, política y económica. Por ello, antes
de entrar a analizar propiamente el cómo se comporta la estructura estatal de Nicaragua,
consideramos importante conocer acerca de su historia y como esta la ha llevado a ser lo que
es hoy.
Para hacer dicho acercamiento histórico hablaremos de que en la historia nicaragüense nos
encontramos con una serie compleja de traumas, los cuales han causado una variación
extravagante de lo que son las relaciones cívico-estatales de este país y por lo tanto de la
concepción de lo nacional del mismo.
Dichos traumas empiezan por el abandono sufrido en épocas de la colonia por parte de La
Corona española, puesto que, en las remotas provincias de la América Central que apenas
llamaban la atención de los codiciosos castellanos, donde se estableció la peor parte de la
emigración que venía de España, desde época temprana se vivían fuertes deseos
independentistas, que aunque se materializarán más tarde que pronto, lo harán de la forma
menos esperada, pues tal como dice Meda (2015) este proceso de separación que no necesitó
ni de una gota de sangre y que tuvo lugar en Ciudad Guatemala el 15 de septiembre de 1821,
«más que una verdadera independencia fue sencillamente la separación o el abandono total de
España, que no tenía posibilidades ni interés en seguir manteniendo como colonias a las
empobrecidas provincias de la Capitanía General de Guatemala» (p. 215).
Luego, incapaces de establecer una organización propia y abatidos por tan «inesperada»
separación, Nicaragua, Guatemala, El Salvador, Honduras, y Costa Rica, entraron a
conformar una unidad política a la que denominaron la República Federal de Centroamérica,
cobijados bajo una constitución común, que se podría considerar como un trasplante jurídico
casi exacto de la estadounidense, y en tanto un reflejo de la falta de una identidad e idea de
nación propia.
Sin embargo, pese a su pretensión de buscar la estabilidad política y social en la región,
mediante una creación de identidad común y una suerte de sentimiento de fraternidad
centroamericana regido por un mismo sistema legal, fracasarían y terminarían entrando en un
período de profunda inestabilidad política que les costara el monopolio de la violencia,
desencadenando una cruenta guerra civil, que les llevaría a una temprana disolución y
división en los respectivos países que conocemos hoy.
Tales comportamientos se implantaron también profundamente en la naciente República
de Nicaragua, donde las élites político-militares a fin de no exacerbar la fragmentación social
y política ya existente, y detener su histórica «tendencia anormalmente pronunciada a oscilar
entre la anarquía sangrienta y el despotismo mezquino» (Cruz, 2003. p. 1), fruto de sus
disputas de poder, instauró en una constitución con levísimos cambios a su predecesora
Federal, que por lo tanto tampoco logró subyugar al pueblo nicaragüense bajo un imaginario
de nación, pues de nuevo no enmarca al pueblo nicaragüense como una entidad conjunta con
un marco de referencia horizontal, ni les une bajo ningún tipo de lazo fraternal (Anderson,
1983), de tal forma que incluso se configura otro de sus traumas históricos.
Ahora, debido a dicha inestabilidad se verá tempranamente una sobreposición entre el
poder militar y el poder político, pues se hacía necesario que a falta de una cohesión social
mediante un concepto de nación común y ampliamente aceptado, se diera una cohesión
mediante el uso de la fuerza y la imposición por este medio de tal concepto de lo nacional, lo
que creará divisiones y distanciamientos entre el Estado y la sociedad civil. Luego, esta
cohesión por el camino violento se dará entorno a la mantención de la «paz» y la soberanía, y
la promesa de la construcción del tan famoso canal de nicaragua (que se venía ambicionando
ya desde antes de su independencia de España).
Fines para los cuales el gobierno central buscará que la tan afamada división de fuerzas
militares de la que habla Tilly (1992) no se den, de forma que si bien logran consolidar las
bases de un Estado perdurable y se convierten en una organización importante dentro del
mismo, originando a su vez una serie de instituciones complementarias, su proceso de
consolidación y establecimiento en lugar de propiciar nuevas formas de organización social
propició la continuación de las ya existentes antes de la separación y su mantenimiento a
como diese lugar.
Todo lo anterior deja en la sociedad nicaragüense una sensación de desapego hacia su
supuesta nacionalidad y sus pilares institucionales, que perdurará en el tiempo hasta
convertirse en condición patológica dentro de las clases bajas y medias, y que irá creciendo
conforme toman lugar los siguientes eventos históricos traumáticos, tales como la toma del
poder por 16 años del General Zelaya y sus cambios profundos en su estructura
gubernamental, que engendró una violencia generalizada desde las Fuerzas Militares hacia la
población civil y las élites políticas, terminando por formar un aislamiento de las Fuerzas
Militares frente a los demás actores sociales; el Golpe de Estado hacia Zelaya, confabulado
entre los Estados Unidos de América, los Conservadores y los sectores «neutrales» del
partido Liberal nicaragüense que instaura la que sería conocido como la Ocupación
Americana de Nicaragua que duró 19 años (Falcoff, 1985, p. 194); la dictadura somocista
impulsada por la Guardia Nacional heredera del ejército de dominación estadounidense y de
los conflictos internos que la misma propició al hacerle la guerra, declara al ejército del
General Sandino y sus afines, aun usando los métodos más inhumanos y atroces (Ramírez,
2016).
El empoderamiento de la guerrilla «Frente sandinista de liberación nacional» (FSLN) y su
posterior establecimiento como partido político en el año de 1964, mediante el manifiesto
Desde la cárcel yo acuso a la dictadura, (Fonseca, 1964); y por último el debilitamiento de la
dictadura somocista a partir del segundo mando de Anastasio Somoza Debayle, por la pérdida
del apoyo de Estados Unidos, las oligarquías nacionales, y la iglesia católica (Falcoff, 1985),
y la posterior ascensión victoriosa de los Sandinistas y el FSLN en 1979, quienes ganaron
reconocimiento y apoyo internacional y nacional ya que, para aquel punto, el resto de
sectores opositores «decidió que incluso saltar al vacío (con los sandinistas) era preferible a
seguir gobernados por Somoza.» (Falcoff, 1985, p.207).
Este último evento marcará una tajante línea de cambio en lo político, militar y social para
Nicaragua, pues con la llegada de los sandinistas existirá en este país casi que por primera
vez un sentimiento común de unión, que también presentará sus tensiones sociales que se
analizará más adelante, en la parte de movimientos sociales, y en esa medida el empeño de la
gran mayoría del pueblo nicaragüense en construir no solo un sistema político que les
abarcase a todos como ciudadanos, sino que les uniese y les permitiera la creación de un
verdadero concepto de lo nacional. Un gran reto que afrontaba sin dudas el nuevo gobierno
en el proceso de plantear todo ello en leyes y políticas concretas.
En un principio esto parece ir por buenas vías pues darán uno de los pasos más
importantes para la consolidación del estado y es separar las fuerzas militares en Ejército
Nacional (para control externo) y Policía Nacional (para control interno), ambas como
herederas directas de las fuerzas guerrilleras (Krujit, 2011). A partir de allí y como producto
también de ello «desde el año 1979 al 1990 -año en que los sandinistas pierden por primera
vez las elecciones generales, después de ganarlas en 1984-, se promueven numerosas medidas
políticas, económicas y sociales que benefician a una gran parte de la población» (Ramírez,
2016. p. 18), que harán de este gobierno la esperanza del pueblo nicaragüense y, en tanto, el
que conseguirá que por primera vez en su historia el sentimiento de nación nicaragüense
como constructo en la sociedad empiece a tomar fuerza.
Sin embargo, debido a las altas expectativas del mismo y en especial del FSLN,
representado principalmente por Daniel Ortega, pronto se verá de nuevo el descontento
social, que ahora se cataliza en movimientos sociales y políticos concretos que veremos más
adelante, y que se verán exacerbados por el levantamiento de la contrarrevolución, que se
hará más potente con el paso de los años, al igual que más sanguinario, llegando a convertirse
en una nueva guerra civil, que dejará un nuevo trauma y una honda huella en la memoria
colectiva de la sociedad, pues en ella los muertos, los heridos y los desaparecidos llegaban a
sumar casi 161.826 entre los de ambos bandos, y los desplazados eran más de 250.000; a ello
se sumaba que, producto de la guerra, la economía de Nicaragua se había ido a pique,
registrando índices de inflación de dos dígitos (Kruijt, 2011), y destruyendo de paso la idea
de nación que se había logrado empezar a construir.
Será por ello que cuando se dan las elecciones de 1990, el antes popular FSLN decae
considerablemente y se posibilita la llegada al poder de la opositora Violeta de Chamorro,
una de las partícipes de la Junta instaurada con la victoria Sandinista.
A partir de su figura se pretenderá la creación de una imagen mítica de su gobierno, sin
embargo es de recordar que pese a los amplios avances obtenidos por su gabinete de
gobierno, no fue por mucho, un gobierno perfecto, pues en el periodo de Violeta se dará un
esfuerzo de los dirigentes de las fuerzas de seguridad por el establecimiento de un nuevo
método de operación, que implica la reducción y profesionalización del ejército y la policía,
mostrando de este modo que no solo hubo una voluntad gubernamental de acabar con el
conflicto sino también la hubo por parte del sandinismo que estuvo dispuesto al diálogo.
Claro que todo ello con fines de poder reunificar a la población civil en torno al concepto de
Estado que ellos tenían y a través de la fortificación de esas bases del constructo nacional
dado unos años antes cuando habían llegado los Sandinistas al poder.
Luego, será por todo lo anterior que tras el gobierno de Violeta, se hace evidente que hay
en el Estado Nicaragüense, ahora consolidado militarmente y con un alto nivel de legitimidad
de sus fuerzas, una nueva metodología e ideología de lo que es la Nación y como se debe
constituir, por lo cual es a partir de allí que se puede entrar a analizar de manera más
específica las nuevas formas de relación del ahora sí Estado-Nación con la sociedad civil.
III. Institucionalidad nicaragüense vs colombiana
Lo primero que habrá que decirse es que, para poder hablar de la conformación de la
institucionalidad de cada uno de los países, dígase de Colombia o Nicaragua, hay que hablar
de sus sistemas de gobierno, que en este caso coinciden al ser democráticos-representativos,
cumpliendo con las 8 garantías constitucionales planteadas por Dalh y expuestas en el texto
de Lijphart (1999):
1. «Libertad para constituir e integrarse en organizaciones
2. Libertad de expresión
3. El derecho de Voto
4. Elegibilidad para cargo público
5. Derecho de los líderes políticos a competir por el voto
6. Fuentes alternativas de información
7. Elecciones libres y limpias
8. Que las instituciones para hacer política de gobierno dependen del voto y de otros
signos de preferencia» (p. 20)
Ahora, tal como el mismo autor dice, el hecho de que exista un sistema común no implica,
per se, que sean sistemas iguales, pues de acuerdo con una serie de especificidades se verá
que un sistema político puede alinearse con distintos tipos de democracias representativa,
bien mayoritarias (Westminster) o bien de consenso. (Lijphart, 1999)
En esta medida y teniendo en cuenta las características dichas para cada categoría por este
autor, diremos que ambos sistemas son, de hecho, de consenso, en tanto ambos tienen el símil
de cumplir con la mayor parte de las ocho características que enmarcan a dichos sistemas,
teniendo diferencias más de tipo institucional que podremos reflejar en su organización del
poder político y del territorio, tal como veremos a continuación.
a. Organización del poder político
Iniciemos diciendo que Nicaragua, al igual que Colombia, es un estado democrático
presidencialista, en el cual se ha dividido el poder en cuatro grandes ramas, de las cuales las
tres primeras son un común para ambos países: la legislativa, la ejecutiva y la judicial,
mientras que su cuarta, que es la electoral, en el Estado colombiano se encuentra más como
una organización aparte pero estrechamente relacionada con el organigrama central de
poderes.
Sin embargo, pese a estas características comunes son muchas las diferencias entre ambos
sistemas institucionales, siendo quizás su única característica común la organización de la
rama ejecutiva, que será para ambos aquella que representa al gobierno y es la encargada de
gestionar las políticas públicas y de administrar los recursos de la nación, siendo compuesta
por el presidente, el vicepresidente, los ministros de despacho y los directores de
departamentos administrativos, así como también, las gobernaciones, las alcaldías, las
superintendencias, los establecimientos públicos y las empresas industriales o comerciales del
Estado.
Empero, la rama legislativa, por el contrario, si bien tiene la misma funcionalidad en
ambos países, en tanto les corresponde formular las leyes, ejercer control sobre el Gobierno y
reformar la Constitución, se verán fuertes diferencias en su organización, pues mientras en
Nicaragua dicha rama es compuesta por la Asamblea nacional, que será la encargada de
legislar desde lo nacional, siendo conformada como un ente unicameral de 92 miembros
electos de forma democrática (Const. 1986); en Colombia dicha rama se ve conformada por
el Congreso de la República, que no es unicameral sino bicameral y en tanto se encuentra
subdividido en el Senado y la Cámara de representantes, el primero compuesto por 108
representantes y el segundo por 172, para un total 280 legisladores (Const. 1991)
Luego, las leyes que dichos organismos procesan y como las procesan serán también
diferentes según el país, pues mientras en Colombia las normas legales se clasificaron en la
constitución en Estatutarias, ordinarias y orgánicas, en Nicaragua nunca se dio tal
diferenciación expresa. Y en tanto mientras que para el primer caso se ve una burocratización
profunda del proceso de proceso para la aprobación de una ley, pues según el tipo de ley
deberá pasar por un proceso diferenciado de vía de estudio, debate y aprobación, en el que las
Estatutarias para su aprobación requiere mayoría absoluta y revisión previa por parte de la
Corte Constitucional, las orgánicas requerirán la mayoría absoluta de los votos de los
miembros de una y otra Cámara y las ordinarias son leyes con tramitación sencilla y que para
su aprobación no requiere el total de los asistentes de la corporación o comisión en la que se
tramite (Const., 1991); para el segundo caso se presenta una misma línea de tramitación para
todas las leyes, lo que hace del proceso algo mínimamente menos burocrático, pues cualquier
propuesta de ley es inmediatamente pasada a decisión por votación en plenaria para su
inclusión en la Agenda Legislativa y Orden del Día en la sesión siguiente a su radicación,
luego de lo cual se dará su lectura, para su traslado a la Comisión Dictaminadora, a fin de
iniciar el Proceso de Consulta y Dictamen que consiste en realizar un análisis diagnóstico
respecto de la viabilidad del proyecto de ley, concluyendo con la elaboración de un dictamen
para su presentación al Plenario, aunque dicho dictamen de la Comisión puede ser favorable
o desfavorable, la cual está facultada para hacer adiciones y supresiones o incluso una nueva
redacción al texto original de la iniciativa presentada, tras lo cual es pasado para debate y
discusión ante el Plenario inicialmente en lo general, de tal manera que si no es aprobado por
el plenario y éste órgano considera que el informe de la consulta es insuficiente, lo devolverá
a Comisión para que sea mejorado, y finalmente una vez aprobado en lo general se aprueba
artículo por artículo, se pasa a Comité de Corrección de Estilo y está listo para la firma
presidencial y promulgación (Const. 1986).
Asimismo, el poder judicial tiene sendas diferencias en Nicaragua y en Colombia, a tal
punto que las similitudes son, más bien, pocas. En Nicaragua el sistema judicial está
encabezado por la Corte Suprema de Justicia, y si bien Colombia también tiene esta
institución, no encabeza la rama judicial, hay otras altas cortes que están en la cabeza del
sistema, como lo son la Corte Constitucional y el Consejo de Estado, además del Consejo
Superior de la judicatura, habiendo una clara y establecida división de tareas, en torno a la
jurisdicción ordinaria, la constitucional, la jurisdicción de lo contencioso administrativo y la
administración de la rama judicial; tareas que en Nicaragua son todas ejercidas por la Corte
Suprema de Justicia.
Por otro lado, en torno a los requisitos para ser magistrado de la Corte Suprema de Justicia
y de las Cortes de apelación, en Nicaragua es requisito ser varón, como lo afirman los
artículos 201 y 202 de la Constitución Política de Nicaragua; mientras que en Colombia no
existe este requisito, además en Colombia el periodo de los magistrados de cualquiera de las
altas Cortes es de 8 años, y no pueden ser reelectos. En Nicaragua los periodos son de seis
años para la Corte Suprema de Justicia, cuatro para las Cortes de apelación y pueden ser
reelectos.
De igual forma, a nivel de la designación de jueces también hay diferencias. En Nicaragua
los jueces de distrito, locales y del trabajo no tienen el requisito de ser varones, como para las
Cortes; estos son elegidos por la Corte Suprema de Justicia para un periodo de dos años y, al
igual que los magistrados de las cortes, pueden ser reelectos; mientras que en Colombia los
jueces son elegidos por mérito y de manera vitalicia, y quien organiza el proceso de elección
de los jueces, lleva el control del rendimiento de las corporaciones y despachos judiciales y
fija la división territorial para los efectos judiciales es el Consejo Superior de la Judicatura.
En cuanto a las similitudes, encontramos dos importantes que son en la administración de
justicia, la cual se administra en nombre del pueblo en Colombia y en Nicaragua en nombre
de la República, igualmente los jueces toman las decisiones, se reconoce segunda instancia en
ambos países, y, además, se respeta una jurisdicción especial para los indígenas en ambos
países (Pou, 2008), bajo la especificación de que esta debe ser armoniosa con la ley y la
constitución (Constitución Política de Colombia, art.
Por último su rama diferenciada ante el sistema institucional colombiano, que es la
electoral, viene a ser un símil de lo que es la organización electoral de Colombia, siendo
ambos Organismos Electorales de tipo independiente, que habiendo sido creados dada la
complejidad y las habilidades especiales necesarias para la administración electoral son
responsables de las actividades electorales, en calidad de organizaciones institucionalmente
independientes y autónomas de la rama ejecutiva del gobierno, administra su propio
presupuesto sin depender ni rendir cuentas a un ministerio o departamento del gobierno, sino
directamente al poder legislativo o el judicial. (Wall, Staino, Dundas, Rukambe, Ellis &
Ayoub, 2006)
Hay una diferencia clara y absoluta entre Nicaragua y Colombia en el ámbito electoral y es
que, en Nicaragua, a excepción de Colombia, el ámbito electoral es el Cuarto Poder, siendo
constituido como el Poder Electoral, algo que en Colombia está sólo restringido al poder
Legislativo.
Para entender mejor la organización nicaragüense y cómo se distancia de la colombiana, es
necesario destacar que la elección de las personas que ahí se hallen son muy distintas. En
Nicaragua serán cinco (5) personas elegidas popularmente, más otras tres (3) elegidas por la
Asamblea Nacional; además, entre los magistrados del Consejo Electoral votarán por el
presidente y el vicepresidente del Consejo. Entre otras cosas, el acceso al Consejo Electoral
nicaragüense se restringe a personas que no ostenten ningún cargo público, o que se hayan
postulado a alguno; también, se restringirán a cualquiera que tenga un grado de cercanía
consanguínea de al menos cuarto grado al presidente, o de al menos segundo grado en
afinidad.
En la contraparte colombiana se encuentra el Consejo Nacional Electoral, un organismo
autónomo e independiente, pero que es normado bajo los parámetros constitucionales y las
leyes del Congreso de la República. En este serán electos nueve (9) magistrados, más uno
especial por el proceso de paz. Los magistrados que componen el Consejo Nacional Electoral
serán votados en su totalidad por el Congreso de la República, estos no tendrán ninguna
restricción para presentarse ni para votar dentro del Consejo. También tendrán la particular
participación del Registrador Nacional del Estado Civil, el cual de igual manera será elegido
por el Congreso sin restricciones verdaderamente notables.
b. Organización territorial
Ahora, todo lo anteriormente descrito se verá replicado en el orden descentralizado del
país, que si bien para el caso colombiano, se tiene como entidad fundamental de división
político-administrativa al Municipio, esté, bajo los parámetros dados en la Constitución
Política de 1991 tendrá una autonomía administrativa otorgada por el cumplimiento de los
requerimientos de formación de municipios. Los municipios podrán denominarse cabeceras
municipales cuando ostenten la sede administrativa regional. Los municipios, con sus
respectivos grados y categorías —categorizados según la población, ingresos y entidades
autónomas (secretarías)—, integrarán el Departamento, la entidad regional regulatoria del
apoyo económico a las entidades municipales, además de participar como intermediarios del
Gobierno Nacional y de los Gobiernos Locales (municipales).
Ahora, en Colombia se tienen regimientos territoriales, político-administrativos y
económicos autónomos especiales, algunos muy distintos a los nicaragüenses. Desde la
Constitución Política de 1991 se les otorgó a los Territorios Indígenas una autonomía especial
que, aunque quedan bajo la tutela de la entidad regional (el Departamento), poseen su propia
jurisdicción y administración bajo los dictámenes ancestrales indígenas. Otra entidad
territorial es el Área Metropolitana, la cual se encarga de aglomerar una serie de municipios
que se soportan entre sí en temas étnicos, laborales y económicos; estas Áreas Metropolitanas
contarán con tres facciones: las de facto (históricas), las no reguladas por ley y las
establecidas por ley (generalmente de las ciudades costeras de importancia económica).
Culturalmente también se habla de una división de Provincias, pero estas son constituidas por
la historia de cada región y no constituyen ninguna clase de autonomía administrativa,
política, ni económica, siendo sólo una división cultural intermediaria entre el Municipio y el
Departamento.
Colombia, aunque se divide en 32 departamentos, también cuenta con una unidad
administrativa especial, la cual es el casco urbano de la ciudad capital, llamada Distrito
Especial. Esta división especial contará con la importancia, autonomía y apoyos nacionales
como lo hace un Departamento. El Distrito Especial contará con su propia división interna
llamadas Localidades, las cuales contarán con sus propias alcaldías locales y subsecretarías
de apoyo a las del distrito. También hay que contar que, desde lo establecido en la
Constitución Política de 1991, la Nación de Colombia contará con otros cuatro Distritos
Especiales Económicos, cada uno con sus propias distinciones en especializaciones pero que,
aunque no cuentan con el nivel de autonomía del Distrito Especial Capital, sí tendrán la
relevancia política y económica para situarse en un punto más álgido que una cabecera
municipal; estos Distritos Especiales Económicos serán el de Barranquilla, Santa Marta,
Cartagena y Buenaventura.
Todas las entidades fundamentales de organización (los Municipios y las Localidades por
parte del Distrito Especial), tendrán sus propias subdivisiones que ayudarán al mejor
rendimiento económico y administrativo para acompañar a las comunidades ahí ubicadas. Se
dividirán en Áreas Urbanas y Áreas Rurales; las Áreas Urbanas se dividirán en Comunas y
estas, en la división más pequeña de todo el país: el Barrio; por parte de las Áreas Rurales se
tendrá un homólogo de las Comunas: los Corregimientos, y estos contarán con su división
mínima: las Veredas.
Aunque esta organización es clara y concisa, también hay unas íntimas divisiones a tener
en cuenta, tales son las Áreas No Municipalizadas, que no cuentan con los suficientes
requerimientos para considerarse Municipios de mínima categoría, estas serán más un estilo
de comunidad congregada en secciones alejadas de los centros urbanos y Cabeceras
Municipales. También hay que contar con una nueva división creada por el Acuerdo de Paz
de 2016 con la ex guerrilla de Las FARC, estas divisiones territoriales, a pesar de no poseer
ninguna autonomía, estarán bajo el directo cuidado de la Nación y de los Departamentos en
conjunto, denominadas ETCR (Espacios Territoriales de Capacitación y Reincorporación)
para la reintegración de las ex FARC a la vida civil.
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