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UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIA

FACULTAD DE DERECHO, CIENCIA POLÍTICA Y SOCIALES


DEPARTAMENTO DE CIENCIA POLÍTICA

Stephania Grajales Zarate


Daniel Felipe Caicedo Lopera
Nilton Andrés Arias Gallego
Yurany Zapata Alcázar
Laura Carolina Alves Valderrama

I. Introducción
El presente trabajo presenta un análisis del sistema político nicaragüense, en el cual se
tomaron como ejes de trabajo la constitución del Estado nicaragüense y su comunidad
nacional (Estado-nación); la institucionalidad de Nicaragua en un ejercicio comparado con la
institucionalidad de Colombia; los movimientos sociales; y la situación de la geopolítica de
las relaciones económicas y territoriales del Estado de Nicaragua.
Para este fin y con la intención de delimitar estos ejes, además del análisis sociohistórico,
se hizo una lectura transversal de cada eje con unos autores particulares para cada eje, para
tener un enfoque en la construcción del análisis sistémico de cada elemento; así, para el eje
de la construcción del Estado y su comunidad nacional (Estado-nación) se tuvo la perspectiva
de los autores Charles Tilly (1992) y Anderson (1993); para el eje de institucionalidad se tuvo
en cuenta a Lijphart (1999); para el eje de movimientos sociales se hizo una continua revisión
de Lipset & Rokkan (1992), y se incluyó también el enfoque de Viveros Vigoya (2016); por
último, para el análisis geopolítico se privilegió el punto de vista de Taylor et al. (2000).
El método que se utilizó para la realización de este trabajo investigativo fue la revisión
bibliográfica de fuentes académicas e institucionales y también se realizó un análisis
comparativo para el estudio de la institucionalidad en Nicaragua con Colombia.
II. Construcción de Nicaragua como Estado-Nación
Para entrar a hablar de este tema iniciaremos diciendo que un Estado es, tal como dice
Tilly (1992), una construcción histórica que surge a partir de la monopolización del poder
militar por parte de una elite política. Mientras que la Nación es por otro lado, según
Anderson (1983), también una construcción histórica pero en este caso de una comunidad
política imaginada inherentemente limitada y soberana, siendo comunidad por tener un marco
de referencia horizontal entre la población; imaginada porque sus individuos no se conocerán
todos en su totalidad pero tendrán lazos fraternos; limitada porque se establece en unas
fronteras finitas pero elásticas; y soberana por tener un orden de legitimidad horizontal y no
jerárquico y divino.
Por lo anterior, para entender el cómo se construye un Estado-Nación, es preciso conocer
cómo se consolidó desde sus bases históricas el concepto que este tiene de lo nacional,
analizar cómo se ha venido dando ese proceso de monopolización del poder militar y cómo
ello ha venido influyendo en su construcción sistémica, política y económica. Por ello, antes
de entrar a analizar propiamente el cómo se comporta la estructura estatal de Nicaragua,
consideramos importante conocer acerca de su historia y como esta la ha llevado a ser lo que
es hoy.
Para hacer dicho acercamiento histórico hablaremos de que en la historia nicaragüense nos
encontramos con una serie compleja de traumas, los cuales han causado una variación
extravagante de lo que son las relaciones cívico-estatales de este país y por lo tanto de la
concepción de lo nacional del mismo.
Dichos traumas empiezan por el abandono sufrido en épocas de la colonia por parte de La
Corona española, puesto que, en las remotas provincias de la América Central que apenas
llamaban la atención de los codiciosos castellanos, donde se estableció la peor parte de la
emigración que venía de España, desde época temprana se vivían fuertes deseos
independentistas, que aunque se materializarán más tarde que pronto, lo harán de la forma
menos esperada, pues tal como dice Meda (2015) este proceso de separación que no necesitó
ni de una gota de sangre y que tuvo lugar en Ciudad Guatemala el 15 de septiembre de 1821,
«más que una verdadera independencia fue sencillamente la separación o el abandono total de
España, que no tenía posibilidades ni interés en seguir manteniendo como colonias a las
empobrecidas provincias de la Capitanía General de Guatemala» (p. 215).
Luego, incapaces de establecer una organización propia y abatidos por tan «inesperada»
separación, Nicaragua, Guatemala, El Salvador, Honduras, y Costa Rica, entraron a
conformar una unidad política a la que denominaron la República Federal de Centroamérica,
cobijados bajo una constitución común, que se podría considerar como un trasplante jurídico
casi exacto de la estadounidense, y en tanto un reflejo de la falta de una identidad e idea de
nación propia.
Sin embargo, pese a su pretensión de buscar la estabilidad política y social en la región,
mediante una creación de identidad común y una suerte de sentimiento de fraternidad
centroamericana regido por un mismo sistema legal, fracasarían y terminarían entrando en un
período de profunda inestabilidad política que les costara el monopolio de la violencia,
desencadenando una cruenta guerra civil, que les llevaría a una temprana disolución y
división en los respectivos países que conocemos hoy.
Tales comportamientos se implantaron también profundamente en la naciente República
de Nicaragua, donde las élites político-militares a fin de no exacerbar la fragmentación social
y política ya existente, y detener su histórica «tendencia anormalmente pronunciada a oscilar
entre la anarquía sangrienta y el despotismo mezquino» (Cruz, 2003. p. 1), fruto de sus
disputas de poder, instauró en una constitución con levísimos cambios a su predecesora
Federal, que por lo tanto tampoco logró subyugar al pueblo nicaragüense bajo un imaginario
de nación, pues de nuevo no enmarca al pueblo nicaragüense como una entidad conjunta con
un marco de referencia horizontal, ni les une bajo ningún tipo de lazo fraternal (Anderson,
1983), de tal forma que incluso se configura otro de sus traumas históricos.
Ahora, debido a dicha inestabilidad se verá tempranamente una sobreposición entre el
poder militar y el poder político, pues se hacía necesario que a falta de una cohesión social
mediante un concepto de nación común y ampliamente aceptado, se diera una cohesión
mediante el uso de la fuerza y la imposición por este medio de tal concepto de lo nacional, lo
que creará divisiones y distanciamientos entre el Estado y la sociedad civil. Luego, esta
cohesión por el camino violento se dará entorno a la mantención de la «paz» y la soberanía, y
la promesa de la construcción del tan famoso canal de nicaragua (que se venía ambicionando
ya desde antes de su independencia de España).
Fines para los cuales el gobierno central buscará que la tan afamada división de fuerzas
militares de la que habla Tilly (1992) no se den, de forma que si bien logran consolidar las
bases de un Estado perdurable y se convierten en una organización importante dentro del
mismo, originando a su vez una serie de instituciones complementarias, su proceso de
consolidación y establecimiento en lugar de propiciar nuevas formas de organización social
propició la continuación de las ya existentes antes de la separación y su mantenimiento a
como diese lugar.
Todo lo anterior deja en la sociedad nicaragüense una sensación de desapego hacia su
supuesta nacionalidad y sus pilares institucionales, que perdurará en el tiempo hasta
convertirse en condición patológica dentro de las clases bajas y medias, y que irá creciendo
conforme toman lugar los siguientes eventos históricos traumáticos, tales como la toma del
poder por 16 años del General Zelaya y sus cambios profundos en su estructura
gubernamental, que engendró una violencia generalizada desde las Fuerzas Militares hacia la
población civil y las élites políticas, terminando por formar un aislamiento de las Fuerzas
Militares frente a los demás actores sociales; el Golpe de Estado hacia Zelaya, confabulado
entre los Estados Unidos de América, los Conservadores y los sectores «neutrales» del
partido Liberal nicaragüense que instaura la que sería conocido como la Ocupación
Americana de Nicaragua que duró 19 años (Falcoff, 1985, p. 194); la dictadura somocista
impulsada por la Guardia Nacional heredera del ejército de dominación estadounidense y de
los conflictos internos que la misma propició al hacerle la guerra, declara al ejército del
General Sandino y sus afines, aun usando los métodos más inhumanos y atroces (Ramírez,
2016).
El empoderamiento de la guerrilla «Frente sandinista de liberación nacional» (FSLN) y su
posterior establecimiento como partido político en el año de 1964, mediante el manifiesto
Desde la cárcel yo acuso a la dictadura, (Fonseca, 1964); y por último el debilitamiento de la
dictadura somocista a partir del segundo mando de Anastasio Somoza Debayle, por la pérdida
del apoyo de Estados Unidos, las oligarquías nacionales, y la iglesia católica (Falcoff, 1985),
y la posterior ascensión victoriosa de los Sandinistas y el FSLN en 1979, quienes ganaron
reconocimiento y apoyo internacional y nacional ya que, para aquel punto, el resto de
sectores opositores «decidió que incluso saltar al vacío (con los sandinistas) era preferible a
seguir gobernados por Somoza.» (Falcoff, 1985, p.207).
Este último evento marcará una tajante línea de cambio en lo político, militar y social para
Nicaragua, pues con la llegada de los sandinistas existirá en este país casi que por primera
vez un sentimiento común de unión, que también presentará sus tensiones sociales que se
analizará más adelante, en la parte de movimientos sociales, y en esa medida el empeño de la
gran mayoría del pueblo nicaragüense en construir no solo un sistema político que les
abarcase a todos como ciudadanos, sino que les uniese y les permitiera la creación de un
verdadero concepto de lo nacional. Un gran reto que afrontaba sin dudas el nuevo gobierno
en el proceso de plantear todo ello en leyes y políticas concretas.
En un principio esto parece ir por buenas vías pues darán uno de los pasos más
importantes para la consolidación del estado y es separar las fuerzas militares en Ejército
Nacional (para control externo) y Policía Nacional (para control interno), ambas como
herederas directas de las fuerzas guerrilleras (Krujit, 2011). A partir de allí y como producto
también de ello «desde el año 1979 al 1990 -año en que los sandinistas pierden por primera
vez las elecciones generales, después de ganarlas en 1984-, se promueven numerosas medidas
políticas, económicas y sociales que benefician a una gran parte de la población» (Ramírez,
2016. p. 18), que harán de este gobierno la esperanza del pueblo nicaragüense y, en tanto, el
que conseguirá que por primera vez en su historia el sentimiento de nación nicaragüense
como constructo en la sociedad empiece a tomar fuerza.
Sin embargo, debido a las altas expectativas del mismo y en especial del FSLN,
representado principalmente por Daniel Ortega, pronto se verá de nuevo el descontento
social, que ahora se cataliza en movimientos sociales y políticos concretos que veremos más
adelante, y que se verán exacerbados por el levantamiento de la contrarrevolución, que se
hará más potente con el paso de los años, al igual que más sanguinario, llegando a convertirse
en una nueva guerra civil, que dejará un nuevo trauma y una honda huella en la memoria
colectiva de la sociedad, pues en ella los muertos, los heridos y los desaparecidos llegaban a
sumar casi 161.826 entre los de ambos bandos, y los desplazados eran más de 250.000; a ello
se sumaba que, producto de la guerra, la economía de Nicaragua se había ido a pique,
registrando índices de inflación de dos dígitos (Kruijt, 2011), y destruyendo de paso la idea
de nación que se había logrado empezar a construir.
Será por ello que cuando se dan las elecciones de 1990, el antes popular FSLN decae
considerablemente y se posibilita la llegada al poder de la opositora Violeta de Chamorro,
una de las partícipes de la Junta instaurada con la victoria Sandinista.
A partir de su figura se pretenderá la creación de una imagen mítica de su gobierno, sin
embargo es de recordar que pese a los amplios avances obtenidos por su gabinete de
gobierno, no fue por mucho, un gobierno perfecto, pues en el periodo de Violeta se dará un
esfuerzo de los dirigentes de las fuerzas de seguridad por el establecimiento de un nuevo
método de operación, que implica la reducción y profesionalización del ejército y la policía,
mostrando de este modo que no solo hubo una voluntad gubernamental de acabar con el
conflicto sino también la hubo por parte del sandinismo que estuvo dispuesto al diálogo.
Claro que todo ello con fines de poder reunificar a la población civil en torno al concepto de
Estado que ellos tenían y a través de la fortificación de esas bases del constructo nacional
dado unos años antes cuando habían llegado los Sandinistas al poder.
Luego, será por todo lo anterior que tras el gobierno de Violeta, se hace evidente que hay
en el Estado Nicaragüense, ahora consolidado militarmente y con un alto nivel de legitimidad
de sus fuerzas, una nueva metodología e ideología de lo que es la Nación y como se debe
constituir, por lo cual es a partir de allí que se puede entrar a analizar de manera más
específica las nuevas formas de relación del ahora sí Estado-Nación con la sociedad civil.
III. Institucionalidad nicaragüense vs colombiana
Lo primero que habrá que decirse es que, para poder hablar de la conformación de la
institucionalidad de cada uno de los países, dígase de Colombia o Nicaragua, hay que hablar
de sus sistemas de gobierno, que en este caso coinciden al ser democráticos-representativos,
cumpliendo con las 8 garantías constitucionales planteadas por Dalh y expuestas en el texto
de Lijphart (1999):
1. «Libertad para constituir e integrarse en organizaciones
2. Libertad de expresión
3. El derecho de Voto
4. Elegibilidad para cargo público
5. Derecho de los líderes políticos a competir por el voto
6. Fuentes alternativas de información
7. Elecciones libres y limpias
8. Que las instituciones para hacer política de gobierno dependen del voto y de otros
signos de preferencia» (p. 20)
Ahora, tal como el mismo autor dice, el hecho de que exista un sistema común no implica,
per se, que sean sistemas iguales, pues de acuerdo con una serie de especificidades se verá
que un sistema político puede alinearse con distintos tipos de democracias representativa,
bien mayoritarias (Westminster) o bien de consenso. (Lijphart, 1999)
En esta medida y teniendo en cuenta las características dichas para cada categoría por este
autor, diremos que ambos sistemas son, de hecho, de consenso, en tanto ambos tienen el símil
de cumplir con la mayor parte de las ocho características que enmarcan a dichos sistemas,
teniendo diferencias más de tipo institucional que podremos reflejar en su organización del
poder político y del territorio, tal como veremos a continuación.
a. Organización del poder político
Iniciemos diciendo que Nicaragua, al igual que Colombia, es un estado democrático
presidencialista, en el cual se ha dividido el poder en cuatro grandes ramas, de las cuales las
tres primeras son un común para ambos países: la legislativa, la ejecutiva y la judicial,
mientras que su cuarta, que es la electoral, en el Estado colombiano se encuentra más como
una organización aparte pero estrechamente relacionada con el organigrama central de
poderes.
Sin embargo, pese a estas características comunes son muchas las diferencias entre ambos
sistemas institucionales, siendo quizás su única característica común la organización de la
rama ejecutiva, que será para ambos aquella que representa al gobierno y es la encargada de
gestionar las políticas públicas y de administrar los recursos de la nación, siendo compuesta
por el presidente, el vicepresidente, los ministros de despacho y los directores de
departamentos administrativos, así como también, las gobernaciones, las alcaldías, las
superintendencias, los establecimientos públicos y las empresas industriales o comerciales del
Estado.
Empero, la rama legislativa, por el contrario, si bien tiene la misma funcionalidad en
ambos países, en tanto les corresponde formular las leyes, ejercer control sobre el Gobierno y
reformar la Constitución, se verán fuertes diferencias en su organización, pues mientras en
Nicaragua dicha rama es compuesta por la Asamblea nacional, que será la encargada de
legislar desde lo nacional, siendo conformada como un ente unicameral de 92 miembros
electos de forma democrática (Const. 1986); en Colombia dicha rama se ve conformada por
el Congreso de la República, que no es unicameral sino bicameral y en tanto se encuentra
subdividido en el Senado y la Cámara de representantes, el primero compuesto por 108
representantes y el segundo por 172, para un total 280 legisladores (Const. 1991)
Luego, las leyes que dichos organismos procesan y como las procesan serán también
diferentes según el país, pues mientras en Colombia las normas legales se clasificaron en la
constitución en Estatutarias, ordinarias y orgánicas, en Nicaragua nunca se dio tal
diferenciación expresa. Y en tanto mientras que para el primer caso se ve una burocratización
profunda del proceso de proceso para la aprobación de una ley, pues según el tipo de ley
deberá pasar por un proceso diferenciado de vía de estudio, debate y aprobación, en el que las
Estatutarias para su aprobación requiere mayoría absoluta y revisión previa por parte de la
Corte Constitucional, las orgánicas requerirán la mayoría absoluta de los votos de los
miembros de una y otra Cámara y las ordinarias son leyes con tramitación sencilla y que para
su aprobación no requiere el total de los asistentes de la corporación o comisión en la que se
tramite (Const., 1991); para el segundo caso se presenta una misma línea de tramitación para
todas las leyes, lo que hace del proceso algo mínimamente menos burocrático, pues cualquier
propuesta de ley es inmediatamente pasada a decisión por votación en plenaria para su
inclusión en la Agenda Legislativa y Orden del Día en la sesión siguiente a su radicación,
luego de lo cual se dará su lectura, para su traslado a la Comisión Dictaminadora, a fin de
iniciar el Proceso de Consulta y Dictamen que consiste en realizar un análisis diagnóstico
respecto de la viabilidad del proyecto de ley, concluyendo con la elaboración de un dictamen
para su presentación al Plenario, aunque dicho dictamen de la Comisión puede ser favorable
o desfavorable, la cual está facultada para hacer adiciones y supresiones o incluso una nueva
redacción al texto original de la iniciativa presentada, tras lo cual es pasado para debate y
discusión ante el Plenario inicialmente en lo general, de tal manera que si no es aprobado por
el plenario y éste órgano considera que el informe de la consulta es insuficiente, lo devolverá
a Comisión para que sea mejorado, y finalmente una vez aprobado en lo general se aprueba
artículo por artículo, se pasa a Comité de Corrección de Estilo y está listo para la firma
presidencial y promulgación (Const. 1986).
Asimismo, el poder judicial tiene sendas diferencias en Nicaragua y en Colombia, a tal
punto que las similitudes son, más bien, pocas. En Nicaragua el sistema judicial está
encabezado por la Corte Suprema de Justicia, y si bien Colombia también tiene esta
institución, no encabeza la rama judicial, hay otras altas cortes que están en la cabeza del
sistema, como lo son la Corte Constitucional y el Consejo de Estado, además del Consejo
Superior de la judicatura, habiendo una clara y establecida división de tareas, en torno a la
jurisdicción ordinaria, la constitucional, la jurisdicción de lo contencioso administrativo y la
administración de la rama judicial; tareas que en Nicaragua son todas ejercidas por la Corte
Suprema de Justicia.
Por otro lado, en torno a los requisitos para ser magistrado de la Corte Suprema de Justicia
y de las Cortes de apelación, en Nicaragua es requisito ser varón, como lo afirman los
artículos 201 y 202 de la Constitución Política de Nicaragua; mientras que en Colombia no
existe este requisito, además en Colombia el periodo de los magistrados de cualquiera de las
altas Cortes es de 8 años, y no pueden ser reelectos. En Nicaragua los periodos son de seis
años para la Corte Suprema de Justicia, cuatro para las Cortes de apelación y pueden ser
reelectos.
De igual forma, a nivel de la designación de jueces también hay diferencias. En Nicaragua
los jueces de distrito, locales y del trabajo no tienen el requisito de ser varones, como para las
Cortes; estos son elegidos por la Corte Suprema de Justicia para un periodo de dos años y, al
igual que los magistrados de las cortes, pueden ser reelectos; mientras que en Colombia los
jueces son elegidos por mérito y de manera vitalicia, y quien organiza el proceso de elección
de los jueces, lleva el control del rendimiento de las corporaciones y despachos judiciales y
fija la división territorial para los efectos judiciales es el Consejo Superior de la Judicatura.
En cuanto a las similitudes, encontramos dos importantes que son en la administración de
justicia, la cual se administra en nombre del pueblo en Colombia y en Nicaragua en nombre
de la República, igualmente los jueces toman las decisiones, se reconoce segunda instancia en
ambos países, y, además, se respeta una jurisdicción especial para los indígenas en ambos
países (Pou, 2008), bajo la especificación de que esta debe ser armoniosa con la ley y la
constitución (Constitución Política de Colombia, art.
Por último su rama diferenciada ante el sistema institucional colombiano, que es la
electoral, viene a ser un símil de lo que es la organización electoral de Colombia, siendo
ambos Organismos Electorales de tipo independiente, que habiendo sido creados dada la
complejidad y las habilidades especiales necesarias para la administración electoral son
responsables de las actividades electorales, en calidad de organizaciones institucionalmente
independientes y autónomas de la rama ejecutiva del gobierno, administra su propio
presupuesto sin depender ni rendir cuentas a un ministerio o departamento del gobierno, sino
directamente al poder legislativo o el judicial. (Wall, Staino, Dundas, Rukambe, Ellis &
Ayoub, 2006)
Hay una diferencia clara y absoluta entre Nicaragua y Colombia en el ámbito electoral y es
que, en Nicaragua, a excepción de Colombia, el ámbito electoral es el Cuarto Poder, siendo
constituido como el Poder Electoral, algo que en Colombia está sólo restringido al poder
Legislativo.
Para entender mejor la organización nicaragüense y cómo se distancia de la colombiana, es
necesario destacar que la elección de las personas que ahí se hallen son muy distintas. En
Nicaragua serán cinco (5) personas elegidas popularmente, más otras tres (3) elegidas por la
Asamblea Nacional; además, entre los magistrados del Consejo Electoral votarán por el
presidente y el vicepresidente del Consejo. Entre otras cosas, el acceso al Consejo Electoral
nicaragüense se restringe a personas que no ostenten ningún cargo público, o que se hayan
postulado a alguno; también, se restringirán a cualquiera que tenga un grado de cercanía
consanguínea de al menos cuarto grado al presidente, o de al menos segundo grado en
afinidad.
En la contraparte colombiana se encuentra el Consejo Nacional Electoral, un organismo
autónomo e independiente, pero que es normado bajo los parámetros constitucionales y las
leyes del Congreso de la República. En este serán electos nueve (9) magistrados, más uno
especial por el proceso de paz. Los magistrados que componen el Consejo Nacional Electoral
serán votados en su totalidad por el Congreso de la República, estos no tendrán ninguna
restricción para presentarse ni para votar dentro del Consejo. También tendrán la particular
participación del Registrador Nacional del Estado Civil, el cual de igual manera será elegido
por el Congreso sin restricciones verdaderamente notables.
b. Organización territorial
Ahora, todo lo anteriormente descrito se verá replicado en el orden descentralizado del
país, que si bien para el caso colombiano, se tiene como entidad fundamental de división
político-administrativa al Municipio, esté, bajo los parámetros dados en la Constitución
Política de 1991 tendrá una autonomía administrativa otorgada por el cumplimiento de los
requerimientos de formación de municipios. Los municipios podrán denominarse cabeceras
municipales cuando ostenten la sede administrativa regional. Los municipios, con sus
respectivos grados y categorías —categorizados según la población, ingresos y entidades
autónomas (secretarías)—, integrarán el Departamento, la entidad regional regulatoria del
apoyo económico a las entidades municipales, además de participar como intermediarios del
Gobierno Nacional y de los Gobiernos Locales (municipales).
Ahora, en Colombia se tienen regimientos territoriales, político-administrativos y
económicos autónomos especiales, algunos muy distintos a los nicaragüenses. Desde la
Constitución Política de 1991 se les otorgó a los Territorios Indígenas una autonomía especial
que, aunque quedan bajo la tutela de la entidad regional (el Departamento), poseen su propia
jurisdicción y administración bajo los dictámenes ancestrales indígenas. Otra entidad
territorial es el Área Metropolitana, la cual se encarga de aglomerar una serie de municipios
que se soportan entre sí en temas étnicos, laborales y económicos; estas Áreas Metropolitanas
contarán con tres facciones: las de facto (históricas), las no reguladas por ley y las
establecidas por ley (generalmente de las ciudades costeras de importancia económica).
Culturalmente también se habla de una división de Provincias, pero estas son constituidas por
la historia de cada región y no constituyen ninguna clase de autonomía administrativa,
política, ni económica, siendo sólo una división cultural intermediaria entre el Municipio y el
Departamento.
Colombia, aunque se divide en 32 departamentos, también cuenta con una unidad
administrativa especial, la cual es el casco urbano de la ciudad capital, llamada Distrito
Especial. Esta división especial contará con la importancia, autonomía y apoyos nacionales
como lo hace un Departamento. El Distrito Especial contará con su propia división interna
llamadas Localidades, las cuales contarán con sus propias alcaldías locales y subsecretarías
de apoyo a las del distrito. También hay que contar que, desde lo establecido en la
Constitución Política de 1991, la Nación de Colombia contará con otros cuatro Distritos
Especiales Económicos, cada uno con sus propias distinciones en especializaciones pero que,
aunque no cuentan con el nivel de autonomía del Distrito Especial Capital, sí tendrán la
relevancia política y económica para situarse en un punto más álgido que una cabecera
municipal; estos Distritos Especiales Económicos serán el de Barranquilla, Santa Marta,
Cartagena y Buenaventura.
Todas las entidades fundamentales de organización (los Municipios y las Localidades por
parte del Distrito Especial), tendrán sus propias subdivisiones que ayudarán al mejor
rendimiento económico y administrativo para acompañar a las comunidades ahí ubicadas. Se
dividirán en Áreas Urbanas y Áreas Rurales; las Áreas Urbanas se dividirán en Comunas y
estas, en la división más pequeña de todo el país: el Barrio; por parte de las Áreas Rurales se
tendrá un homólogo de las Comunas: los Corregimientos, y estos contarán con su división
mínima: las Veredas.
Aunque esta organización es clara y concisa, también hay unas íntimas divisiones a tener
en cuenta, tales son las Áreas No Municipalizadas, que no cuentan con los suficientes
requerimientos para considerarse Municipios de mínima categoría, estas serán más un estilo
de comunidad congregada en secciones alejadas de los centros urbanos y Cabeceras
Municipales. También hay que contar con una nueva división creada por el Acuerdo de Paz
de 2016 con la ex guerrilla de Las FARC, estas divisiones territoriales, a pesar de no poseer
ninguna autonomía, estarán bajo el directo cuidado de la Nación y de los Departamentos en
conjunto, denominadas ETCR (Espacios Territoriales de Capacitación y Reincorporación)
para la reintegración de las ex FARC a la vida civil.

IV. La lucha de los movimientos sociales en Nicaragua


Esta parte del trabajo refiere a la explicación de los movimientos que se han creado y
tomado fuerza en Nicaragua como lo fue el FSLN (frente sandinista de liberación nacional),
que era considerado como un movimiento de alto riesgo, los movimientos indígenas, de
mujeres y de trabajadores. En la cual se hará una relación, para entender estas tensiones
dentro del sistema, al paradigma parsoniano bajo la perspectiva de Lipset y Rokkan 1992,
donde se analizan estas tensiones bajo un lente dicotómico entre cuatro categorías, que son:
oposiciones ideológicas, oposiciones locales-regionales, oposiciones de intereses concretos y
oposiciones dentro de la élite nacional establecida.
Para este ejercicio, vamos a partir de la definición de un movimiento social como un grupo
no formal de individuos u organizaciones dedicadas a cuestiones sociopolíticas que tiene
como finalidad el cambio social (Larín de Vides, 2019), considerando también la
formalización de estas fuerzas de los movimientos cuando se dan las condiciones para que
esto sea posible. Cuando empezó a utilizarse a principios del siglo XIX el concepto de
movimiento social, estaba ligado a un tipo de cambio social en particular y a un fin
específico, así como a una entidad en concreto y a un grupo social en particular de la clase
obrera. Asimismo, el término engloba movimientos que se sitúan en muy diferente contexto,
con objetivos que se encuentren en esferas tan distintas como lo son la cultura, lo social, la
política, lo económico o lo personal, y cuya imposición incluye clases y sectores como
obreros, campesinos, mujeres, estudiantes, vecinos y grupos étnicos.
En Nicaragua, los movimientos sociales han tenido la lucha contra la subordinación
política y económica frente actores como el Estado, los partidos políticos y otras instituciones
como denominador común, buscando garantizar su autonomía e identidad, y reivindicar sus
derechos colectivos (Sánchez et al., 2016); es decir, podemos encontrar oposiciones
ideológicas, pero también de intereses concretos y locales-regionales con la élite nacional
establecida.
Los movimientos sociales de los trabajadores y de las mujeres, así como la acción
colectiva de los indígenas en Nicaragua han sido la expresión colectiva tangible de los
intereses políticos, económicos y culturales de los grupos tradicionalmente marginados. El
denominador común de las acciones colectivas de estos movimientos sociales es que luchan
constantemente contra la afiliación política y económica y contra otros actores como el
Estado, los partidos políticos y otras instituciones. Esta lucha se libró en torno al manejo de
los recursos materiales y simbólicos para asegurar su identidad y autonomía, y reclamar sus
intereses y derechos colectivos. Por tanto, es importante estudiarlos para construir una
sociedad más inclusiva y justa.
Si bien la Revolución Popular Sandinista y sus principios fueron objeto de estudio de
varias corrientes teóricas, como deporte de alto riesgo. Según el flujo de la teoría, la práctica
de reconstruir precedentes a nivel micro y macro de los principales actores colectivos de la
revolución nicaragüense puede permitirnos sistematizar un conocimiento histórico que
cambió el destino de Nicaragua. Los estudiosos de los movimientos de alto riesgo siempre
han tenido dificultades para obtener información, porque muchos de estos movimientos se
crearon en entornos no democráticos y se vieron obligados a esconderse y tomar medidas de
seguridad para obligarlos a cerrar todos los rastros. En este sentido, fue importante la
entrevista de la comandante guerrillera del FSLN con su programa de radio. Entre todos de
1999 a 2002, y luego de ser tratados con historia oral, es un material de entrañable valor.
Con relación a los antecedentes y oportunidades para el activismo de alto riesgo, se creó el
concepto de estructura de oportunidades políticas (EOP) que fue útil para explicar cómo en
una situación en donde los activistas restringieron las oportunidades políticas, rompieron con
el éxito en el bloqueo y crearon oportunidades para la movilización colectiva. Sin embargo,
como explicaron los autores McAdam, Tarrow y Tilly (2001), si los posibles retadores no
pueden ver y, por lo tanto, son conscientes de la movilización, no hay oportunidad objetiva y
abierta para movilizarse. Por otro lado, la supresión sistemática de los insurgentes y la falta
de vías formales de expresión han convertido a los disidentes moderados en opositores y han
constituido el problema de la destitución del gobierno como condición para lograr un cambio
descriptivo.
La acción de los opositores y sus consecuencias son los eventos que empujaron las
primeras acciones armadas y de resistencia civil en las que participaron veteranos sandinistas,
ex oficiales de la Guardia (GN) y activistas del movimiento estudiantil y de los partidos
políticos.
Además del movimiento social sandinista, es importante profundizar en la información
que hay sobre los movimientos sociales de las mujeres, los indígenas y de los trabajadores,
porque en ellos podremos encontrar esas tensiones sistémicas que podemos ubicar en los
extremos de oposiciones ideológicas (i), locales-regionales (l) y de intereses concretos (a),
que nos brindan Lipset y Rokkan 1992, como una nueva perspectiva del paradigma de
Talcoltt Parsons.
De igual manera, esta profundización en estos movimientos nos permite rebatir la idea de
que «un sistema competitivo de partidos protege a la nación contra el descontento de sus
ciudadanos» (Lipset y Rokkan, 1992, p. 227); porque, como veremos, aún superada esta etapa
autoritaria con la dictadura de Somoza, y la llegada de la revolución sandinista, estos
movimientos van a demostrar que al no haber todavía superados muchos problemas
estructurales dentro del sistema político, va a existir descontento en sus ciudadanos y motivos
para organizarse y hacer presión para transformaciones sociales más democráticas e
incluyentes por medio de los movimientos sociales.
Movimientos sociales de las mujeres: en Nicaragua podemos ver que las mujeres se han
movilizado, históricamente, en distintas coyunturas frente a problemáticas económicas, como
sucedió con la huelga general de 1936, en contra del alza de precio de la gasolina; y en 1944,
con la huelga en las fábricas textiles, con las que se reclamaron mejoras salariales y subsidios
de embarazo.
No obstante, la movilización de las mujeres en Nicaragua adquiere un alcance político y
social con el surgimiento de las primeras organizaciones populares femeninas, de las cuales la
Organización de Mujeres Democráticas por Nicaragua (OMDN) es un ejemplo, durante la
lucha contra la dictadura somocista al final de la década de los setenta.
Otro momento importante que debemos reconocer de este movimiento es la fundación de
la Asociación de Mujeres ante la Problemática Nacional (AMPRONAC) en 1977, promovida
por la oposición a la dictadura somocista y el FSLN con los propósitos de: «sumar fuerza
social para el derrocamiento de dicha dictadura, promover la emancipación de la mujer y
luchar contra la discriminación laboral y las brechas salariales de género» (Sánchez et al.,
2016, p. 6).
Empero, pese a este aparente apoyo del FSLN, veremos en Nicaragua que, una vez
derrocado el régimen de Somoza, y bajo el gobierno sandinista, el movimiento social de las
mujeres que en parte estaba representado en la Asociación de Mujeres Nicaragüenses Luisa
Amanda Espinoza (AMNLAE), donde se había reorganizado la AMPRONAC, va a ser
cooptado por el gobierno, haciéndolo asumir las prioridades definidas por el gobierno
sandinista y por la compleja coyuntura del país: actividades de reconstrucción, defensa y en
la movilización de distintos sectores en actividades como educación, salud, alimentación;
relegando de esta manera las necesidades y reivindicaciones específicas de las mujeres
(Sánchez et al., 2016). Es meritorio mencionar que, tal como lo menciona Viveros (2016) en
referencia a la creación de este tipo de movimientos de mujeres, con claras bases feministas,
es que estos son una «(...) propuesta política [que] se funda en la construcción de un
movimiento social sensible a todos los tipos de opresión, exclusión y marginación: clasismo,
sexismo, racismo, heterosexismo (...)» (p. 13), un sujeto político el cual «(...) se define como
una minoría que forma una coalición con otras minorías.» (p. 13) lo que genera un gran
sentimiento de interiorización de las luchas, sus propósitos y sus necesidades políticas; al
verse todas estas traicionadas y tergiversadas, las mujeres militantes y las que apoyaban se
disgregaron de distintas maneras.
Esta situación generó un desencanto que se fue acumulando en un grupo de afiliadas a la
AMNLAE, debido a que el liderazgo de AMNLAE no aprovechó los espacios de incidencia
política para solucionar los problemas específicos que enfrentaban las mujeres, produciendo
esto, según Sánchez et al. (2016), «por un lado una saturación y agotamiento del modelo
organizativo, cuyo efecto inmediato fue la deserción de muchas mujeres y, por otro, la
relocalización de estas a organizaciones sectoriales con mayor apertura y receptividad en sus
demandas» (p. 7); y esto tiene sentido retomando las oposiciones de Lipset y Rokkan 1992,
ya que estas no se estaban solucionando, los problemas estructurales mantenían en el sistema,
así que esto seguiría provocando reacciones.
De igual manera, también veremos que bajo el sandinismo, el movimiento social de las
mujeres no solo tuvo el problema de la subordinación de sus intereses y reivindicaciones,
sino también represión cuando en una de las asambleas de AMNLAE, un grupo de mujeres
formuló críticas que afectaban al gobierno, reaccionando con expulsión, criminalización y
separación de estas mujeres de los espacios de participación controlados por el partido
político, hecho que fue restando legitimidad al FSLN frente a sus bases femeninas.
Movimiento indígena: este movimiento es muy interesante, porque podemos ubicarlo en
dos espectros de las oposiciones de Lipset y Rokkan 1992, como lo son la ideológica y la
territorial/regional; ya que, además de pedir su autonomía en sus territorios, podemos ver que
hay una lucha para superar un sistema racista, ideado bajo para mestizos, en perjuicio de otras
etnias que existen en Nicaragua, y es el que demuestra de forma más directa que la nación
nicaragüense todavía tiene problemas en cuanto a comunidades que no se sienten parte de
ella, porque sus identidades no han sido incluidas en esta construcción nacional.
Para entender el movimiento indígena, es clave el proceso histórico de la dictadura
somocista, ya que durante este periodo se presentaron las condiciones coyunturales que
forzaron, a posteriori, demandas y acciones colectivas de los movimientos indígenas de la
región del Caribe. Además, las políticas públicas racializadas que se ejercieron en la
dictadura, contrastaron progresivamente con la identidad territorial y con las demandas
históricas de las comunidades indígenas y afrodescendientes; provocando que el movimiento
indígena identificara una estructura de amenaza y tuviera la necesidad de desarrollar un
repertorio de acciones que le permitiera defender sus derechos sobre sus territorios.
Por otro lado, al llegar la revolución popular sandinista, más allá de un posible cambio
social judicial del territorio para las comunidades indígenas y afrodescendientes no hubo una
mayor mutabilidad política y social, manteniendo un desconocimiento de la naturaleza de las
comunidades indígenas y sus formas de organización. Asimismo, el sandinismo le exigió
reformular y presentar su movimiento Alianza de Progreso para Misikity y Sumu
(ALPROMISU) como MISURATA-Misikitos, Sumus y Ramas unidos con el Sandinismo.
El movimiento indígena asumió el reto de «resolver las contradicciones de la
reincorporación nicaragüense a través de un nacionalismo étnico frente a un nacionalismo
revolucionario mestizo» (Sánchez et al., 2016, p. 9), esto con el objetivo principal de superar
el problema histórico de la tierra, la identidad territorial y la demanda de la autonomía.
Se hace importante resaltar que uno de los logros más significativos del movimiento
indígena, es que al final de la revolución sandinista logró avances en su lucha por el régimen
de autonomía para los pueblos afrocaribeños e indígenas, reconociendo que sufrió una
subordinación a un proceso pausado y ambiguo con la llegada del neoliberalismo en 1990; sin
embargo, gracias a la constancia del movimiento indígena, con el gobierno neoliberal logró
avances jurídicos y administrativos relevantes para su lucha por la autonomía.
Movimiento social de los trabajadores: para este movimiento, es importante destacar
como un hito la politización de los trabajadores producto de la ocupación e injerencia de
Estados Unidos en Nicaragua, provocando esto una respuesta nacionalista y antiimperialista
que fue encabezada por Sandino. Igualmente, el auge del capitalismo nicaragüense amplió y
homogeneizó las fuerzas asalariadas, generando las condiciones para crear sindicatos en
actividades económicas como café, algodón, carne, etc.
Podemos decir que el comportamiento del movimiento social de los trabajadores tiene
grandes similitudes con el movimiento de los trabajadores en Europa, como lo describió
Lipset y Rokkan 1992, en el cual los sindicatos eran un elemento fundamental para politizar a
los movimientos y lograr organizar sus pretensiones y acciones colectivas. De igual manera,
y siguiendo el ejercicio de caracterización de la oposición basados en el esquema de Lipset y
Rokkan 1992, podríamos decir que, este movimiento lo podemos ubicar fácilmente en la
categoría de oposiciones de intereses concretos.
Durante el somocismo, el movimiento fue neutralizado con dos estrategias: la cooptación
(a través de sobornos) y la represión (a través de exilios de dirigentes sindicales, violencia
estatal y patronal). No obstante, se consiguieron algunas concesiones durante la dictadura,
como la creación de la Ley de Seguridad Social.
Por otro lado, veremos que esta represión y hostilidad de la dictadura contra el
movimiento, va a ayudar a que se concrete formalmente una cohesión del movimiento contra
la dictadura, que desplegó un conjunto de acciones colectivas de carácter contencioso,
combinando la lucha social y laboral con la lucha de guerrilla (Sánchez et al., 2016, p. 4).
Cabe destacar que, como los otros movimientos, la llegada del neoliberalismo generó un
debilitamiento del movimiento, caracterizado principalmente en este caso por la asfixia,
fragmentación y represión del mismo; a través de mecanismos como la desregulación laboral,
precarizando las condiciones laborales. Esto generó que el movimiento se tenga que repensar
sus planteamientos, como es evidente a mediados de la década de los 90, con los
acercamientos al nuevo sindicalismo sociopolítico, corriente que busca incidir políticamente
y trascender las reivindicaciones gremiales clásicas del movimiento.
V. Análisis geopolítico de las relaciones económicas y territoriales del Estado de
Nicaragua.
Ahora, visto todo lo anterior, que es lo referente a la organización interna del Estado
nicaragüense, se hace necesario analizar el cómo funciona en lo macro, o sea, en lo
internacional. En tanto, es necesario entrar a ver cuáles son las relaciones de Nicaragua con
los demás países del mundo y cómo ello ha influido en sus tendencias políticas
internacionales desde la llegada de Daniel Ortega al poder.
Lo primero de lo que habría que hablar en las relaciones diplomáticas que Nicaragua ha
llevado con los países de la región es que tiene de precedente que desde hace ya varias
décadas se ha venido afiliando a tratados y organizaciones internacionales económicas, que a
pesar de su nombre en realidad vendrían a intervenir en el relacionamiento interestatal,
pasando de largo de los intereses estatales y nacionales nicaragüenses. Una de las
organizaciones más antiguas a las que se ha afiliado es a la OMC, a la cual le afilió en 1995
durante el gobierno de la presidenta Violeta Chamorro.
Para Nicaragua el adherirse a dichos tratados y organizaciones económicas lo someten a
una serie de reglas de juego condicionantes de su política y economía interna y externa, esto
significa, de cierto modo, una pérdida de su soberanía en lo referente a sus políticas de
importación, exportación y producción nacional, y además también un condicionamiento
absoluto a sus relaciones diplomáticas, con foco en las relaciones con la región
centroamericana y con las grandes potencias en disputa.
Ese condicionamiento diplomático restringe a Nicaragua a desarrollar su proyecto de
dominación en la región, bajando su pensar a una simple cooperación por la economía
teniendo de mayores aliados a sus vecinos bajo la consigna de la «integración». En el ámbito
de las relaciones con las grandes potencias, los tratados sumirían a la nación a una
mayoritaria dependencia de las importaciones americanas, pasando por alto el hecho de sus
inestables relaciones diplomáticas, y descartando por completo el factor chino de la inversión.
De la manera anterior narrada, se entiende que estos tratados comerciales regularían
mucho más de lo esperado, llegando a fijar una determinada diplomacia que debe llevar el
Estado nicaragüense con el fin de subsistir en el ámbito internacional. Como es explicado por
Taylor y Flint (2000) en una sucinta frase: «Así el mercado mundial determina a la larga la
cantidad, el tipo y la ubicación de la producción. El resultado tangible de este proceso ha sido
un desarrollo desigual en el mundo.», lo que explicaría que las relaciones comerciales
internacionales, a fin de cuentas, terminarán construyendo el inevitable subdesarrollo del
Estado, y de igual modo, la carente maniobrabilidad en el ámbito diplomático internacional.
Organizaciones adjuntas a la directiva internacional americana como la OMC
(Organización Mundial de Comercio), de la cual hace parte desde el 3 de septiembre de 1995,
han establecido parámetros para el fortalecimiento del agro centroamericano y con el fomento
de las relaciones comerciales entre los países de la región. Las directivas entregadas se hacen
a modo de un plan de implementación de carreteras y señalización hacia los distintos países,
con la participación de cada uno de ellos en la culminación de estos proyectos (Cepal, 2014).
Pero todos estos se hacen para crear una cierta red de interacción comercial entre los países
de Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Honduras y Nicaragua, pasando por alto los conflicto
internos y externos que tengan cada uno de estos, siendo así una manera de coaccionar a los
países a pasar por alto la creación nacional de intereses, todo en favor de un «mercado
internacional» que se beneficiaría de estas relaciones comerciales inequitativas.
Otra organización de la que hace parte Nicaragua es el Sistema de Integración
Centroamericana (SICA) el cual es encargado de «redistribuir» la producción y establecer el
lineamiento de comercialización de la región para el usufructo en el mercado internacional.
La organización, aunque inocente ante los ojos de un economista, impone directamente un
programa regional de dependencia, cohibiendo a los países a ser autosuficientes en algunos
recursos alimenticios que ellos mismo podrían cultivar, además de reglamentando el papel
internacional de cada uno. En el caso específico de Nicaragua se encuentra que su
especialización reglamentada es con base a la producción textil y a la reventa de productos
importados desde EE. UU. tal como lo presenta el informe del SICA (2019).
Otros lineamientos importantes para destacar serían los tratados de libre comercio (TLC)
que posee Nicaragua, pues como es bien conocido, todos estos tratados terminan siendo
asimétricos, implicando altísimos costos innecesarios para el país más débil en la
negociación. Los mayores TLC que tiene en uso Nicaragua son los de Nicaragua-México,
Centroamérica-República Dominicana y Nicaragua-China (Taiwán). Todos estos tratados
constiparían la política de relacionamiento externa y sofocaría la producción interna de
Nicaragua.
Algo rescatable de Nicaragua es que, a pesar de tener un uso de tratados y afiliaciones a
organizaciones internacionales económicas que le dificultan la viabilidad política y
diplomática, conserva unos fuertes lazos de alianzas con políticas internacionales que
favorecen un cambio de régimen, del de EE. UU. a uno más abierto conciliando con
relaciones dispuestas al cambio. Organizaciones interestatales del sur, tales como la ALBA-
TCP, apoyan en sobremedida la soberanía de Nicaragua, procurando garantizarle zonas de
comercio donde las sanciones impuestas por EE. UU., las restricciones de la OMC y las
reglas de los TLC, no tienen un alcance tan restrictivo. Un gran ejemplo son los
pronunciamientos de la misma ALBA-TCP, que dejan en claro una crítica postura frente a las
sanciones impuestas por el «enemigo» de la política nicaragüense: EE. UU. (TeleSUR, 11 de
octubre de 2020).
Para finalizar, es imperante entender que las relaciones diplomáticas y políticas que tiene
Nicaragua son atravesadas por la totalidad de las relaciones económicas. Con eso expuesto,
se esclarece que los intereses nacionales tales como su primacía política en Centroamérica, su
búsqueda por el alejamiento a las políticas americanas, y su deseo por una importancia
económica relevante, se ven absolutamente trastocados e ignorados por una serie de
restricciones globales que atañen todas las relaciones diplomáticas al mero aspecto
económico.

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