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Según San Agustín, el conocimiento interior y profundo es aquel que proviene de la

experiencia directa y personal del ser humano en su relación con Dios. Este
conocimiento no se adquiere a través de la razón o la observación externa, sino que
brota del corazón y de la intimidad con Dios.

San Agustín también habla del conocimiento interior y profundo como una especie de
memoria divina que llevamos dentro de nosotros.

Según él, esta memoria nos permite recordar nuestra verdadera naturaleza, que es
estar en comunión con Dios. Esta memoria también nos muestra nuestras limitaciones
y debilidades, y nos lleva a buscar la ayuda y el perdón de Dios.

Para San Agustín, la clave para acceder a este conocimiento es la humildad y la


disposición de abrir el corazón y la mente a la acción de Dios en nuestra vida. La
oración, la meditación y la reflexión son herramientas importantes para cultivar
esta disposición y permitir que Dios actúe en nosotros.

Para San Juan de la Cruz, el ser humano tiene una parte divina y otra parte humana,
y la parte divina se encuentra oculta en lo más profundo del corazón. Él creía que
la mayoría de las personas están alejadas de esta parte divina debido a la
influencia del ego y de la sociedad.

San Agustin habla sobre cómo el ego nos lleva a buscar la satisfacción y la
felicidad en las cosas materiales y en el mundo exterior, en lugar de buscar la
verdadera felicidad en la conexión con Dios.

San Agustín también habla indirectamente del ego al hacer referencia al orgullo y
la vanidad, dos actitudes que están relacionadas con el egoísmo y la exaltación del
yo por encima de los demás. En este sentido, él enfatiza la importancia de la
humildad como un camino para liberarse del ego y acercarse a Dios.

Yo idealizado:

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