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Decidí abordar este tema ya que el conocimiento de sí mismo es tan necesario como lo es el
conocimiento de Dios, puesto que hay autores que afirman lo siguiente, “Quien no se conozca así
mismo es imposible que pueda llegar a la santidad pues corre el riesgo de hacerse ilusiones sobre sí
mismo y podrá caer en presunción creyéndose ya perfecto o terminado, o podría caer en
desaliento y desesperación exagerando sus faltas y pecados; en ambos casos el resultado es
terrible porque caerá en la tibieza. Por lo tanto, debemos empezar a preguntarnos… ¿Cómo puedo
corregir las faltas que no conozco o que no conozco bien, o practicar las virtudes y cultivar mis
cualidades de las cuales solo tengo un concepto vago y confuso?”
Por lo tanto, para empezar, analizar este tema lo primero que debemos preguntarnos es: ¿Qué es
lo que involucra el conocimiento de sí mismo? A lo cual podemos responder que el conocimiento
de sí mismo consiste en elaborar un trabajo exhaustivo de introspección que nos lleve adquirir una
plena conciencia de sí mismo para desterrar nuestros vicios y fomentar nuestras virtudes con el fin
de alcanzar la santidad.
Este trabajo de introspección a su vez traerá los siguientes frutos:
Amar cada día más a Dios al darnos cuenta de la gran necesidad que nuestra humanidad y
pequeñez tiene de Él.
Empezar a crecer en humildad al reconocer nuestra debilidad.
Aumentar nuestra confianza y amor a Dios que, a pesar de nuestra pequeñez, no nos abandona.
Vivir más agradecidos con Dios por todo lo que nos brinda y perdona a pesar de no merecerlo.
Eliminar nuestras malas inclinaciones, cultivar en nuestra alma la virtud y fomentar nuestras
buenas cualidades.
Si bien queremos alcanzar la santidad deberíamos empezar por definir que es esta, y a ella la
podríamos sintetizar de la siguiente manera: La santidad consiste en la amistad con Dios, y aquel
que inicia una relación de amistad con Dios empieza amarlo, lo cual me recuerda que el mismo
Jesús por medio de su palabra nos revelo – Aquel que me ama cumplirá mi palabra Jn 14, 15-16. -y
como nadie puede amar lo que no conoce, es para nosotros necesario tener una relación de
amistad con Dios para conocerlo y es esta a su vez condición y efecto de ese conocimiento pues
mientras más conozcamos al Señor, más nos conoceremos a nosotros mismos, y si hemos de
conocer a Dios, tiene que haber algún conocimiento de propio.
Después de esta breve introducción es importante que antes de entrar en el conocimiento
particular de cada uno, conozcamos de forma general quién es el hombre visto desde un punto de
vista cristiano y basándome en la enseñanza del catecismo de la iglesia
generalidades del conocimiento:
El origen del hombre
El libro del Génesis en sus dos primeros capítulos nos esclarece el misterio del origen del hombre:
“Dios creó al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, hombre y mujer los creó” (Gen 1,27).
Al analizar el libro del génesis nos queda claro que el ser humano es criatura, no creador; es
creación de Dios, por tanto, no es Dios. Lo cual nos indica que solo tiene su razón de ser en su
creador. Cuando el hombre se pone como medida de todas las cosas olvidándose de su creador,
entonces, traiciona su propio origen cayendo en la idolatría de la propia persona y acaba
destruyéndose. Al desconocer su origen pierde la noción de lo que es.
Otro punto que habría que resaltar es que el hombre no sólo es criatura de Dios, sino que es una
criatura del todo especial pues es “imagen y semejanza” de Dios (cf. Gén 1,27). El ser “imagen y
semejanza” de Dios nos indica que participamos de su misma naturaleza, que somos sus hijos. «De
todas las criaturas visibles sólo el hombre es “capaz de conocer y amar a su Creador” (GS 12,3); es
la “única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma” (GS 24,3); sólo él está llamado
a participar, por el conocimiento y el amor, en la vida de Dios» (Catecismo, 356).
«Por haber sido hecho a imagen de Dios, el ser humano tiene la dignidad de persona; no es
solamente algo, sino alguien. Es capaz de conocerse, de poseerse y de darse libremente y entrar
en comunión con otras personas; y es llamado, por la gracia, a una alianza con su Creador, a
ofrecerle una respuesta de fe y de amor que ningún otro ser puede dar en su lugar.» (Catecismo,
357).
Naturaleza del hombre:
Con base al catecismo de la iglesia podemos afirmar que el hombre es una unidad sustancial de
cuerpo y alma. «el ser humano, creado a imagen de Dios, es un ser a la vez corporal y espiritual. El
relato bíblico expresa esta realidad con un lenguaje simbólico cuando afirma que “Dios formó al
hombre con polvo del suelo e insufló en sus narices aliento de vida y resultó el hombre un ser
viviente” (Gén 2,7).» (Catecismo, 362).
El alma: esta «distingue lo que hay de más esencial en el hombre (cf. Mt 26,38; Jn 12,27) y de
más valor en él (cf. Mt 10,28), aquello por lo que es característicamente imagen de Dios: “alma”
significa el principio espiritual en el hombre.» (Catecismo, 363). «La Iglesia nos enseña que cada
alma espiritual es directamente creada por Dios -no es “producida” por nuestros padres-, y
también nos enseña que es inmortal: no fallece cuando se separa del cuerpo en la muerte, y que
se unirá de nuevo al cuerpo en la resurrección final» (Catecismo, 366).
El alma Posee dos facultades que llamamos superiores: Entendimiento y Voluntad. Nuestro
entendimiento es iluminado por la fe y la voluntad ayudándonos la gracia que dispone para así
cumplir la Voluntad de Dios.
Entendimiento: podemos definirla como la capacidad que tenemos para pensar, para buscar y
encontrar la verdad a través de la mente y la razón. Gracias a esta capacidad, podemos entender,
aprender, imaginar y memorizar, etc. pero lo más importante es que, gracias al entendimiento,
podemos llegar a conocer la verdad.
Conocer la verdad significa que aquello que pensamos coincide con lo que realmente es o sucede.
Es sumamente importante “el entendimiento” porque aplicándolo correctamente y conociendo la
revelación de Dios llegamos a la Verdad: “conoceréis la verdad y la verdad os hará libres” (Jn
8,32).
Voluntad: es la capacidad que tiene el hombre para “dirigirse” hacia el bien que desea. La
voluntad busca siempre un bien que ha sido pensado y prestando a ella anteriormente por el
entendimiento. La voluntad se mueve para alcanzar la felicidad que la inteligencia piensa que le
dará tener el bien deseado. Es importante la Voluntad porque con ella podemos practicar la virtud.
«El cuerpo del hombre participa de la dignidad de la “imagen de Dios”: es cuerpo humano
precisamente porque está animado por el alma espiritual, y es toda la persona humana la que está
destinada a ser, en el Cuerpo de Cristo, el templo del Espíritu (cf. 1 Cor 6,19-20; 15,44-
45).» (Catecismo, 364). En el cuerpo se encuentran las facultades inferiores: las pasiones, los
sentimientos, las emociones, las cuales, debemos someterlas a las facultades superiores.
Con lo hasta ahora ya mencionado es importante decir que Dios hizo al hombre Libre: «Dios ha
creado al hombre racional (facultades superiores) confiriéndole la dignidad de una persona dotada
de la iniciativa y del dominio de sus actos. “Quiso Dios “dejar al hombre en manos de su propia
decisión” (Si 15,14), de modo que busque a su Creador sin coacciones y, adhiriéndose a Él, llegue
libremente a la plena y feliz perfección” (GS 17). “El hombre es racional, y por ello semejante a
Dios; fue creado libre y dueño de sus actos” (San Ireneo de Lyon, Adversus haereses, 4, 4,
3).» (Catecismo, 1730).
Misión del hombre
El ser humano fue creado para “conocer, amar y servir a Dios”. Esta es nuestra misión en esta
tierra y solo conociendo amando y sirviendo a Dios podremos alcanzar la felicidad plena. En esta
dinámica se encuentra la clave de la santidad. Fuimos creados para la santidad.
Cuando nos empreñamos en buscar nuestra propia felicidad a espaldas de la voluntad de Dios
terminamos destruyéndonos pues perdemos la brújula que nos sabe llevar por el camino de la
realización plena; la brújula es la Voluntad de Dios.
Todo lo que realicemos, por bueno y noble que sea, debe estar sometido a esta “búsqueda de la
santidad”, a este “conocer, amar y servir a Dios”, a este “cumplimiento de su Voluntad”; ya que el
ser humano no vive para ser maestro, ni abogado, ni padre o madre de familia, ni filósofo, ni
casado, ni soltero, ni consagrado... el hombre vive para ser santo y todo lo demás es solo un medio
para llegar a la santidad.