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La interioridad según San Agustín

Para San Agustín la interioridad es el regreso al propio corazón y esto lo dice como un
pensador convertido a Cristo, un Cristo que se hizo hombre por amor para llevar a los
hombres a Dios. La interioridad que hablamos es completamente cristiana y esta sostenida a
la luz de la palabra de Dios, San Agustín ve la necesidad de volver al interior y reconoce
que para esto es necesario alegarse de las cosas del mundo para volver al corazón.
La interioridad tiene un proceso de 3 etapas, en la primera tomamos consciencia de haber
vivido volcados hacia el mundo y olvidados de Dios y lejanos de nuestra interioridad lo que
nos hace buscar a Dios en cosas exteriores y nos transforma en víctimas de lazos diabólicos
y mortales, siendo que para llegar a la verdadera felicidad y la vida no debemos buscar
afuera sino en un encuentro con nosotros mismos y con Dios en nuestro corazón. Ya que
vivir olvidado de Dios y de nosotros nos mantiene sin saber lo que somos, que queremos ni
adónde vamos, viviendo infelices una vida ajena con nuestro nombre. Para San Agustín la
medicina para esto es la Palabra de Dios que nos permite encontrarnos y amarnos a
nosotros mismos para empezar un camino cristiano y descubrir al mismo Dios, un Dios que
ha permanecido por la falta de Fe y tibieza, y que es preciso despertarlo.
Ya de regreso al corazón, en un encuentro de intimidad con el Dios de la trinidad, es donde
sentimos la necesidad de la gracia de Dios que es la verdadera llave de nuestro corazón,
necesitamos ser humildes y reconocer que somos necesitados de Dios para que el
conocimiento de Dios ilumine y aclare nuestras tinieblas y a pesar de que seguimos
viviendo en este mundo revolucionado necesitamos la gracia para que el mundo no nos
vuelva a robar nuestra propia identidad. Ante este encuentro con Dios todo lo demás pierde
importancia.
Por ultimo este maravilloso encuentro con Dios nos transforma tanto porque al haber
encontrado a Dios ya no seguimos disfrutando del pecado sino que dejamos que la gracia
de Dios manifieste frutos en nuestra vida y nos produce la necesidad de contarle a otros lo
que descubrimos en nuestro interior, y nuestra alegría es tan inmensa que queremos
compartirla con los demás para contarles que nos hemos descubiertos y aun más
importantes hemos descubierto a Dios y así invitarlos a que también puedan disfrutar de
esta maravillosa experiencia.

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