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Módulo 1.

El encuadre

¿Qué es lo que permite al acompañante perseverar e n la búsqueda del objetivo y mantenerse en las
disposiciones emocionales que sostienen la alianza de trabajo? ¿Cómo ayudar al acompañado a
mantenerse en la búsqueda del reconocer la presencia y acción de Dios y en la disponibilidad a
invertirse en este conocimiento nuevo sobre sí mismo?

Se requieren una serie de condiciones constantes que sirvan como continente en ese ir y venir de
experiencias, intensidades emocionales y sentimientos, en el empeño por reconocer cómo el Espíritu
acontece. Una especie de continente dentro del cual ocurra toda esa intensidad relacional de

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acompañamiento orientada al objetivo y a sostener la alianza de trabajo mediante la adecuada
disponibilidad emocional. Ese continente es el encuadre.

En la sesión anterior se trató de que el AE es una interacción que demanda habilidades de ayuda junto
con un talante espiritual: proponer y mantenerse en el encuadre es una de esas habilidades.

Este apartado se aboca a aclarar qué significa, cómo se establece y de qué manera se mantiene el
encuadre del AE. Porque el encuadre otorga a ambos un marco para ubicarse y protegerse, desde el
cual moverse; un marco que además, será la referencia a la cual regresar en el transcurso del
acompañamiento, cuando se sienta incertidumbre y las confusiones aparecen.

Ya se decía que el acompañamiento espiritual (AE) se comprende como un proceso de cambio, que
dado el alto costo que tiene embarcarse en una trayectoria de cambio, suscita resistencias que pugnan
por dejar de lado el objetivo. Entonces, éste tiene que acontecer dentro un conjunto de condiciones que
le den estabilidad y permanencia y que los liberen de ceder a la resistencia y perder el rumbo. Requiere
de un encuadre.

Así que encuadre refiere al establecimiento de unas condiciones particulares y constantes dentro de las
cuales se lleva a cabo la relación de acompañamiento y que conviene que permanezcan constantes. Son
condiciones diversas que se combinan para permitir a la persona en acompañamiento, pueda iniciarse y
mantener dicho proceso, enfrentando las resistencias y desviaciones que surgen durante el proceso. Se
presentan algunas definiciones de encuadre, tomadas del ámbito psicoterapéutico, adaptadas para este
objetivo: 1

 El encuadre supone fijar como constantes las variables de tiempo y lugar, estipulando
ciertas normas que delimitan lo que se espera del acompañante y del acompañado con
arreglo a la tarea que se va a realizar.
 Es un ‘no proceso’ en el sentido de que son las constantes, dentro de cuyo marco se da el
proceso.
 Es el elemento tercero que irrumpe en la relación dual.
 Son normas o contratos que permiten trabajar con seguridad para ambos.

Todos los elementos que dan permanencia, constancia, invariabilidad y estabilidad al AE se pueden
considerar partes o formas de encuadre y que favorecerán el proceso. Entre ellas:

1. Disposiciones básicas que permiten la disponibilidad emocional


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GUSTAVO PABLO ROSSI Usos y variaciones del “encuadre” en el acompañamiento terapéutico en
http://www.psi.uba.ar/academica/carrerasdegrado/psicologia/sitios_catedras/practicas_profesionales/
687_acompanamiento_1c/material/variaciones_encuadre%20.pdf

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La disponibilidad emocional para acompañar a otros que se nos confían es una inversión importante de
montos altos de energía afectiva, necesarios para dejar que el otro tienda su mente y trabajar sus
correlatos en la propia persona y para ponerlo a su servicio, como ya se ha dicho. Se requieren
condiciones básicas que mantengan al acompañante atento y no distante, desatento y distraído. Ese
ejercicio fundamental sólo se consigue si quien acompaña no tiene, precisamente, otro asunto que lo
distraiga o lo polarice incapacitándolo para la escucha.

Quien está excesivamente preocupado por algo, no podrá prestar su atención a la persona que tiende su
existencia. Estará urgido por los demás asuntos. Quien se siente enfermo o aquejado de una dolencia
física o emocional no podrá atender sino estará distraído. Tampoco quien esté excesivamente deprivado
de sueño, porque la necesidad de dormir y el esfuerzo de no dormirse será la principal atención. Se
requiere entonces, que algún asunto no polarice en exceso al acompañante. Por supuesto, no será
posible que se vaya a la entrevista sin ninguna preocupación o cansancio ni con un descanso completo
sin perturbación alguna. Basta que el acompañante pueda hacerse de la energía suficiente para no
pensar sólo en su asunto, tal como sería no dormirse… porque entonces habrá perdido la posibilidad de
mantenerse atento. En esas ocasiones será de valor reconocer que no se cuenta con la suficiente
capacidad de atención y disposición y postergar el encuentro.

2. Sobre la duración de las sesiones y sobre la periodicidad o frecuencia de los encuentros

No faltan acompañantes que creen que entre más tiempo dedican a las entrevistas manifiestan más
entrega y disposición al servicio. Nada más lejos de la realidad. Una entrevista debe tener tiempo
limitado y usualmente preestablecido. Lo muy conveniente de tener tiempos definidos y comunicados
al acompañante es que permite liberarse de una manipulación del encuadre y de la relación. Si fuera de
tiempo abierto y sin una duración pactada, se abren cuestiones que facilitan la agresión o la seducción
de ambas partes.

No faltará el acompañado que intente manejar o agredir al acompañante con la utilización del tiempo,
“reteniéndolo” para que se quede en la entrevista mientras él o ella “así lo deseen”. Una manera muy
típica de hacerlo sería dejar los temas importantes para el final de la sesión, buscando retener al que
acompaña, consiguiendo una especie de “triunfo” sobre ella o él.

Cuando eso sucediera el acompañante en alguna medida “obligado” por la persona, puede entrar en un
círculo de retaliación, perdiendo atención a lo compartido o agrediendo a través de su falta de atención
debida a la persona y sus asuntos o de la falta de empatía con el contenido.

El límite de tiempo, manejado sin rigidez, confiere al acompañante una sensación de que existen
límites que protegen a ambos; o que esta interpenetración no se extenderá en el tiempo sin pausa

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previsible. El contar con la finalización establecida del tiempo de la sesión le impide sentirse atrapado
por el acompañado y su mundo, que no pocas veces puede estar marcado por el dolor, la confusión, el
conflicto o por maniobras seductoras puestas en escena.

De modo que en la grandísima mayoría de los casos este tiempo no debe pasar de una hora, por varias
razones. Una primera es que una hora es el tiempo que una persona suele ser capaz de mantenerse
atenta cabalmente y disponible a registrar todos los detalles que susciten en la entrevista. Más allá de la
hora es fácil perder la atención completa y sucumbir a la desatención y distracción por cansancio.
Además, si se tratara de un acompañamiento continuado, con entrevistas periódicas, lo que es del todo
deseable, siempre habrá la posibilidad de tomar de nuevo el asunto en la siguiente sesión. ¡Usualmente
la vida del acompañado no depende de tu acompañamiento! Otra cosa sería si la extensión de la sesión
se debiera a situaciones que están poniendo notablemente en peligro la integridad y la vida de las
personas. Pero aun, esos casos no requieren periodos interminables de tiempo para intervenir o actuar
adecuadamente.

Y sobre la periodicidad de las sesiones de acompañamiento. Únicamente se puede decir que, en


general, la continuidad en las reuniones de acompañamiento puede mejorar su aprovechamiento y que,
la frecuencia de éstas estará en dependencia de múltiples factores que modelan la demanda de distintos
ritmos en la cercanía de las entrevistas. Por ejemplo, si una persona tuviera tiempo más o menos
limitado para lograr algunas metas de discernimiento, entonces la frecuencia se podría ajustar a esa
necesidad. Mientras que, si la persona está dando seguimiento, por un periodo largo a su proceso
personal cristiano, con el mismo acompañante, éstas no tienen que establecerse tan frecuentemente.

Algunas situaciones que pueden requerir mayor frecuencia son la elaboración de decisiones
vocacionales, estar poco tiempo en la casa de formación, como ocurre en Postulantado o Noviciado, la
ocasión de iniciar servicios o ministerios nuevos, los tiempos de transiciones en la vida muy
importantes, cambios de comunidad, cambios de trabajo, duelos, separaciones, crisis de vida, de
relaciones o de pertenencias. Esos casos harían que el acompañamiento conviniera que fuera más
frecuente.

En periodos de mucha intensidad pueden tenerse entrevistas quincenales y a veces, también semanales,
como un ejercicio de cercanía, mostrando un acompañamiento que está disponible para ayudar a
atravesar con el acompañado “cañadas oscuras…”.

Si por el contrario, el tiempo es tranquilo y se trata de seguir llevando un proceso muy consistente, la
periodicidad podría espaciarse hasta dos meses; mientras no suceda que se pierda la referencia al
proceso de la persona, como para que llegara a decir algún acompañante olvidadizo: “¿Cómo me dijiste
que te llamas?” que si se escucha como un caso exagerado, pero sí que es posible, si se dejara pasar
demasiado tiempo como para perder cualquier referencia al proceso de la persona. No parece que sea

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realista dejar más de tres meses sin encuentros de acompañamiento. Quizás en ese caso fuera más
adecuado reconocer que se perdió el proceso y que se buscará reactivarlo. Dos puntos más relacionados
a los tiempos.

La puntualidad en las sesiones es un asunto no menor en cuanto al encuadre se refiere. En todas las
actividades de la vida social el respeto al tiempo de los demás y al acuerdo tomado “dice” de la persona
que observa la puntualidad. Por eso en el AE observar la puntualidad, sin exageraciones por supuesto,
es un signo de la seriedad de ambos y de la disposición a invertirse en el encuentro. Acordar el inicio
del acompañamiento a alguna hora tanto como su conclusión en algún momento predeterminado le da
marco a este encuentro. Permite que ambos se dispongan a invertirse en este tiempo específico,
únicamente, en lo que el encuentro demande. Sin tener comportamientos rígidos o faltos de atención a
la realidad, cuando hubiera retrasos significativos sí conviene usualmente atenerse al tiempo que se
tenía destinado para el encuentro; dando lugar a que la persona haga una mejor planeación de su
tiempo. El caso del olvido de la sesión merece que sea tratado en un encuentro siguiente como la
manifestación de un conjunto de sentimientos que el acompañamiento o algo relativo a éste, están
provocando en la persona y que deberían ser esclarecidos.

El caso de los jóvenes en espacios educativos o pastorales presenta otro tipo de desafíos a la cuestión
de la periodicidad, de tal modo que vale la pena tratar aparte porque los acompañamientos de jóvenes
difícilmente se ajustarán a los tiempos de los adultos. Lo mismo sucede respecto a la puntualidad, pues
para los adolescentes y jóvenes habrá que atender otros parámetros que lo hagan más realista y
adaptado a la población juvenil que tiene, no pocas veces, maneras distintas de apreciar el valor de la
puntualidad. Con todo, es muy conveniente sostenerlo como un valor que da solidez al encuadre del
acompañamiento.

Sobre lo que se espera de uno y de otro

El acompañamiento se diferencia de otras relaciones de la vida cotidiana porque es claramente una


relación asimétrica, como otras relaciones de ayuda. Eso significa que no se espera lo mismo de ambos.
Hay uno que manifiesta su vida con la sinceridad y veracidad que le es posible; mientras que otro, se
ocupa de poner su mente (en sentido amplio) y su experiencia espiritual, para que se tienda la vida de
aquél y pueda ser descubierto cómo Dios acontece. Su tareas son asimétricas y complementarias.

El AE dejaría de ser tal si el acompañante en aras de suscitar “cercanía” quisiera hacer simétrica la
relación; porque quizás ganaría familiaridad o camaradería o hasta amistad; quizás pasarían un buen
rato, pero se perdería el acompañamiento, porque se evaden la tareas sustantiva.

Lo mejor que puede hacer el acompañante será mantener la asimetría propia de este tipo de relación en
arreglo a la tarea de cada uno. Cuando hubiera una solicitud del ayudado para que el acompañante

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revelara “su” propia vivencia, “su” posición personal, “su” postura al respecto, “su” vivencia; o cómo
fue en “su tiempo”, habrá que pensar que se trata de una maniobra resistencial para no seguir
ahondando sobre la propia experiencia.

Sin embargo, también en otras relaciones de ayuda hay cuestionamientos válidos sobre qué tanto, en
algunas ocasiones, conviene que el acompañante haga mostración de su propia experiencia.

No hay que cerrar la posibilidad de que así ocurra y que sea conveniente para la persona acompañada y
para el objetivo. Solamente que habrá que considerar con cuidado si la self disclosure que piden al
acompañante, y que ella o él están por realizar gustosos, estuviera más en función de satisfacer su
narcisismo que de aportar al acompañado (“en mi tiempo éramos… Yo cuando tenía tu edad…; a mí
nunca…”), o de minimizar la experiencia del acompañado (“a mí no me sucedió eso cuando comencé
mi camino…, nosotros tuvimos más dificultades”). Cuídese también que simplemente se usara ese
gesto para dejar de laborar sobre la experiencia del otro. El acompañante deberá tener cierta seguridad
de que el self disclosure, de verdad, aporta a la clarificación del otro y de sólo hacerlo en la medida en
que aporta a esa finalidad.

En resumen del acompañante se puede esperar que el tiempo de la entrevista de acompañamiento esté
netamente prestado, con su mente y todos sus correlatos a la persona que ha venido a buscar la ayuda.
Dispuesto a trabajar sus reacciones en favor del otro, y de comunicárselas cuando sea oportuno.

Sobre el espacio propicio para el AE

Otros elementos externos, como las características del espacio en que se realiza el encuentro de
acompañamiento, por supuesto que son importantes para que se establezca el encuadre y se consiga la
alianza de trabajo. No todo espacio físico se presta como facilitador del encuadre para conseguir la
alianza de trabajo; tampoco ayuda cambiar frecuentemente de espacio o que éste se modifique
significativamente. El acompañamiento requiere un espacio que facilite la inmersión de ambos y que
evite los distractores, que siempre están acechando para dispersar la atención y distraer a la persona.

Se requiere un espacio bien delimitado para reunión de personas y no una bodega o una cancha de
futbol; un lugar que ayude a ambos a concentrar y simultáneamente no trasmita una sensación de
excesiva privacía o intimidad o secrecía. Espacios suficientemente amplios y con la posibilidad de ser
vistos de fuera, al menos mínimamente, son los más convenientes. También hay que advertir no hay
que obsesionarse con la completa transparencia de los lugares de entrevista. Se está claramente
conscientes de que hay que cuidar toda insinuación que facilite o sugiera pensar en conductas

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impropias durante el acompañamiento; pero, también hay que cuidar no hacer esta cierta “publicidad”
el gran tema del encuentro.

Ve al aula virtual y participa en el foro una vez terminada la lectura.


En tus acompañamientos ¿Qué elementos del encuadre te resulta más sencillo establecer y mantener?
¿Cuáles te resulta más complicado establecer y mantener?
[Escribe una respuesta sintética y comenta la de algún o alguna compañera.]

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Los instrumentos de intervención en el AE

La verdadera guía espiritual es aquella que, en vez de decirnos lo que debemos hacer o
dónde tenemos que ir, nos ofrece la ocasión de permanecer solos y de penetrar nuestra
propia experiencia. Nos hace caer en la cuenta de que no sirve derramar un poco de
agua sobre nuestra tierra árida, si no que excavando a fondo bajo la superficie de
nuestras malezas, encontraremos, por el contrario, un pozo de agua viva.
Henri Nouwen

El acompañamiento no funciona al modo de pregunta y respuesta, como podría trascurrir la entrevista


con un médico o un consejero en asuntos particulares o aun con un confesor. En ese tipo de entrevistas
las personas saben exactamente el punto que vienen a tratar, además suelen ir directamente a ese punto
de interés: la dolencia, la dificultad académica o de relación, de negocios o de otra índole, o también
los confesores apuran a la persona a dirigirse al punto que consideran pecado. Generalmente en el
acompañamiento no ocurre así. Las personas que vienen a la ayuda, están dispuestas no sólo a tratar un
punto específico, sino a dar seguimiento a un proceso de vida. No es un asunto único el que les empuja
a venir, sino el mirar la vida toda ante Dios, por eso suelen no saber cómo y por dónde empezar. Eso no
quita que algunas veces sí tengan asuntos muy específicos y focalizados que tratar con el acompañante
y sean el punto de partida, aunque eso tampoco garantiza que se tenga conciencia de cómo proceder.

Por eso, una de las maneras más fáciles de descarrilar un proceso de acompañamiento en profundidad
es mediante el estilo con que suelen llevarse las entrevistas en muchas casas de formación de
religiosos, Seminarios y probablemente de algunos grupos laicales: a través de preguntas y respuestas.
Sería algo parecido a reproducir este diálogo: Dice el acompañado ‘usted pregúnteme porque no sé
cómo empezar el acompañamiento’. ‘Ah está bien: empecemos por el “área” humana, luego la
“espiritual”…’ ‘Dime cómo te relacionas con tu familia…’ ‘Ah, con mis padres bien, con mis
hermanos, no tan bien…’ Y así, hasta recorrer todo lo que puede prever el acompañante. Esa estrategia,
aunque muy común, es una pésima manera para comenzar los acompañamientos. Ya que parcela la
vida en “áreas” y no permite que el sujeto venga realmente a traer su vida y mostrarla, tal como la
siente, o quizás comenzando por lo que, en efecto, siente que le ocurre.

Más bien lo adecuado y lo esperable es que el acompañado inicie la entrevista compartiendo que él o
ella desee o sienta más conveniente. Lo común es que al inicio de la entrevista y a lo largo del proceso
los elementos que presenta el acompañado se vierten de manera confusa y hasta desordenada,
combinando lo más relevante con lo menos importante. Comúnmente se mezclan sentimientos y
experiencias diversas, utilizando generalizaciones, lugares comunes y estereotipos que no pueden
permanecer así.

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Si no se trabaja clarificando lo que el acompañado comparte, no ocurrirá ningún tipo de trabajo a
profundidad, porque esa vaguedad o generalización impedirá percatarse de lo que realmente sucede a la
persona.

El material ofrecido inicialmente con frecuencia no permite ofrecer decididamente la ayuda de


discernimiento, ni la luz del evangelio que puede estar buscando la persona. Si nos quedamos con esa
comunicación, así como nos la entrega la persona y no damos pasos hacia la mejor comprensión y
entendimiento, entonces el acompañamiento perderá todo su potencial. Porque, “tomando lo que viene
y como viene”, también ofreceremos lo mismo: generalizaciones, ideas sueltas, consejos vagos que
sirven de muy poco. Ofreceremos, en definitiva, generalización que se suma a la suya, aportes confusos
que abonan a que la persona se vaya más o menos igual que como llegó. Así no ofreceremos
discernimiento ni conocimiento personal ni crecimiento en la fe. Para que ayuda sea lo más pertinente
posible hemos de utilizar las siguientes herramientas prácticas que al mismo tiempo se convierten en
guía práctica del AE que permite avanzar al acompañante con un procedimiento definido. Estos
instrumentos son cinco:

I. Esclarecimiento o clarificación

A quienes acompañan les servirá enormemente una certeza básica y constante que auxiliará a lo largo
de todo el proceso y que se vuelve un guía constante en momentos de incertidumbre. Se puede formular
así:

Lo mínimo y lo mejor que puede hacerse en favor del acompañado es desear y aplicarse a
comprender lo que nos comunica

He allí una estrategia básica del acompañamiento, aplicable en todo momento. Si el acompañante se
aplica a comprender lo que se le comparta, en cualquier momento estará bien encaminado y eso
posibilitará avanzar a otros aportes. Si el o la acompañante no se aplica a comprender, sino que supone,
imagina, se pierde o se confunde y permanece así sin aclararse, entonces difícilmente dará algún otro
paso. Conviene reiterar que ésta es una orientación sencilla, aplicable en cualquier momento: antes que
nada, comprender y en algún momento devolver lo comprendido.

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Si se ha entendido básicamente lo que comunica y se ha corroborado con la persona, ya sucedió mucho;
si no se ha entendido lo que la persona comunica, no podrá adelantarse nada. Qué pasa cuando no se
entiende la frase, el sentido, el contexto, el significado, la extensión de lo comunicado. Lo conveniente
será reconocerlo y preguntar.

De modo que siempre será de mucha más ayuda reconocer que no se entiende lo compartido. Será
mucho mejor detener a la persona súbitamente y sin temor, porque no se le entiende. Eso será mucho
más provechoso que dejar pasar o quedarse confundido o suponer o imaginar o entrar en ansiedad
porque no sabe ya dónde está ni de qué habla la persona acompañada.

La primera indicación para esclarecer es simplemente preguntar. Al preguntar se dan pasos de


esclarecimiento sobre lo que sucede en lugar de suponer cosas, dar por entendido algo, puesto que todo
mundo “habla así”, o imaginar que es de tal o cual forma ya que nos da pena preguntar o dejar pasar
porque sintamos el preguntar es algo descortés o falto de empatía.

La indicación es preguntar tanto como sea necesario. Sin duda así se mostrará ante el acompañado, no
la “falta de cortesía”, por interrumpirlo, sino el vivo interés que quien ayuda tiene en su compartir. Si
nos mantenemos en el ámbito de las suposiciones, las imaginaciones, o hasta en los inventos de lo que
creemos sucede, seguramente no aportaremos nada al acompañado. Además, es sumamente frecuente –
más de lo que creemos- que la falta de claridad que se nos comunica inicialmente, corresponda a la
falta de claridad y de concretización en el sujeto mismo respecto a su propia situación, problema, tema
de discernimiento, el nudo que o confusión que lo abruma. Queda la cuestión de hasta dónde o con qué
profundidad preguntar.

Hasta dónde preguntar o intentar esclarecer cuando no se entiende lo suficiente. Hay varias
indicaciones. Una es: habrá que preguntar hasta que se entienda algo mínimo suficiente como para
devolvérselo a la persona. No se tiene comprender “todo” lo que se nos comunica de un “solo golpe”.
Bien podría ser que sólo se comprenda que la persona está inquieta, que le cuesta mucho llegar al tema
nodal, que siente poco confiada para seguir… todas esas comprensiones sin ser aparentemente “el
tema”, seguramente serán más que útiles, al ayudar a que la persona acompañada se reconozca y decida
por dónde y cómo seguir ahondando su experiencia. Cuando el acompañado no puede avanzar
fácilmente sobre su material a compartir será más que útil devolverle lo que se está entendiendo en
cualquier momento del proceso. Es probable que eso ayude a seguir adelante en su clarificación.

Por otro lado, otra indicación y pista sobre la extensión de las preguntas, la ofrece el tipo de
acompañamiento que se esté siguiendo. Es decir, está en dependencia del objetivo del
acompañamiento. Si se tratara de un acompañamiento que forma parte de un proceso de un extenso
camino de discernimiento vocacional, saber sobre ciertas experiencias afectivas intensas puede ser
relevante al objetivo.

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Si se está comenzando el acompañamiento y no hay una suficiente alianza de trabajo, pues las
preguntas tendrían que ser más comedidas y pacientes. Buena parte de los límites y los alcances del
esclarecimiento estarán definidos por los objetivos y el contexto de la relación de acompañamiento. Es
prudente que se utilice el sentido común para saber qué tanto y hasta dónde esclarecer. Debemos
preguntar hasta que nos quede claro algo de la persona cuya vida se nos acerca, sin invadir, sin faltar a
la delicadeza o la atención hacia quien está allí sintiendo pudor, pena o dolor. No es necesario en
absoluto saber “el todo o el fondo” cuando han pasado unos minutos de entrevista. Al acompañante
sólo le compete comprender qué le sucede aquí y ahora, cómo lo siente de manera mínima, básica y
suficiente. Sin pena, sin exagerar, sin querer ver todo; cuidando las pulsiones voyeristas que atacan y
destruyen la alianza. Seguramente preguntar con libertad y prudencia, pero con veracidad y sin
ambages será eventualmente agradecido por la persona.

La clarificación se verifica y cumple su función cabalmente cuando le sirve a la persona que


acompañamos para entenderse. Cuando le permite apropiarse de mejor manera de lo que ha puesto
sobre la mesa. Puede decirse con mucha verdad que la persona ha dado un paso significativo, ha
clarificado suficientemente cuando él o ella “entra en sí misma” y se apropia de lo suyo; cuando
experimenta empuje para continuar profundizando sobre sí misma o al menos experimenta la
reconexión con su propia experiencia.

Si la persona no se apropia de ningún punto, comprendiéndolo mejor o interiorizando lo que se le ha


propuesto de parte del acompañante, eso será señal de que no ha entrado en sí mismo y no se ha
logrado ninguna clarificación. En ese momento será conveniente comunicar que no ha adelantado, que
no se ha clarificado y que conviene entender por qué.

II. Clarificar el contexto vital de la persona acompañada

Este subapartado se refiere al conjunto de elementos contextuales que forman parte de la relación de
AE y que tienen que ser también esclarecidos. Son un conjunto de factores intervinientes que atraviesan
la relación de acompañamiento y que la hacen posible y facilitan o la bloquean y complican. Esos
factores contextuales y trasversales, con frecuencia no aparecen evidentes en la relación. No es
infrecuente que el contexto se pase por alto en el acompañamiento. La razón es que el momento del
encuentro o entrevista se vive como “un más allá” de los contextos. La relación de acompañamiento se
experimenta como un "corte" con respecto al devenir de la vida cotidiana. Se vive como “un detenerse,
ir a lo profundo, mirar el todo, entrar en otro ambiente, darse oportunidad”. Parecería que la persona
acompañada cuando experimenta que tiene una alianza y que clarifica asuntos de su vida, de verdad
partiera de “cero” o pareciera que está en un nuevo comienzo radical donde “todo se puede”.

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Esa ilusión es problemática, porque, en efecto, los contextos siempre están operando y condicionan la
ayuda realista que la persona puede apropiarse.

Son contextos aquellos datos o realidades que afectan la relación de acompañamiento (como podría ser
que uno fuera formador del otro). Por eso la clarificación en el proceso de entender la necesidad de la
persona acompañada tiene que evidenciar cuáles son los contextos que le afectan y cómo le afectan.

Todos los contextos tienen un componente externo, que se interioriza y se hace modo de ser, valores,
preferencias, formas de pensar y sentir y que condiciona a la persona en acompañamiento. Unos
contextos parecerían sólo externos, pero también se interiorizan modificando a la persona en lo social y
cultural, lo familiar, lo laboral, el nivel de consumo, el lugar social y la región en la que se vive.
También el caminar de vida cristiana en que la persona se inscribe. Sus aspiraciones vocacionales y su
situación de vida son también contextos. De manera especial el pasado de la persona, que por supuesto
no ha quedado allá y entonces, sino que se le reconoce apropiado, hecho parte de la persona y que se
evidencia en la forma en que la persona lo despliega en sus relaciones y sus modos de vivir, aspirar,
preferir, elegir y emprender diversas acciones y de mostrarse en el acompañamiento mismo.

Los contextos se generan al exterior pero “se incorporan” o apropian al interior de las personas y
juegan un papel en la relación de ayuda y están operando constantemente, en parte a favor de la
relación de ayuda y en parte obstaculizándola.

En definitiva los diversos contextos personales, sociales, culturales y de vida cristiana del sujeto
acompañado siempre están activamente presentes como fuerzas que orientan en un sentido o en varios
sentidos o de modo contradictorio formando un campo de fuerzas, que es necesario tomar en cuenta,
considerar, medir, para ver con que contamos y considerar las posibilidades reales, existenciales,
eclesiales de la relación de acompañamiento.

De modo que como parte del ejercicio de clarificación el acompañante está obligado a reconocer los
elementos de contexto, de los diversos contextos tales que le permita completar, atisbar y ubicar en los
mínimos a la persona que se acompaña dentro de un conjunto de realidades muy diversas, que lo
constituyen y que permiten dimensionar las necesidades que se presentan.

Finalmente en la relación de acompañamiento espiritual en su conjunto y en cada entrevista también, la


clarificación nos deberá llevar inicialmente a comprender qué tema necesita responderse la persona, y
eventualmente qué luz, discernimiento, Palabra, qué ayuda de Dios demanda la persona, o si no hay tal
necesidad o búsqueda realmente tal como es solicitada sino de otro modo. Este primer gran paso se
debe complementar con la focalización.

III. Focalización

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Es común que conforme se suscita la alianza de trabajo el acompañado permita que mucho de su
material de vida se haga presente, quizás más del que tenía pensado compartir. Podría observarse que
emerge una multitud de vivencias y sentimientos o de experiencias que tienen muchos matices y vetas
que podría trabajarse. Es muy posible que si se ha hecho una buena clarificación se cuente con diversos
asuntos en los que o la acompañada se aclara y en lo que exista necesidad de dar pasos de diversa
índole. Qué hacer entonces. Hay que elegir un foco para continuar el proceso de ayuda.

Siempre el acompañante debe operar desde la conciencia de que no se puede con todo y menos en el
tiempo limitado de un encuentro de acompañamiento. Habrá que tomar una línea para continuar el
proceso, siempre con la conciencia de que sí se tratará a fondo algo sustantivo de la vida de la persona,
aunque no se aborden todos los puntos, seguro todo el caminar cristiano o vocacional se verá
enriquecido. La única posibilidad de trabajar congruentemente y hacer proceso será focalizar, elegir un
tema o hecho o sentimiento dominante, tomar un punto, un ámbito para hacer el camino de vida con la
persona acompañada. Sabiendo que la persona es un todo, si realmente se trabaja un elemento vital,
ello redundará en el conjunto de la persona.

Obviamente la pregunta es cómo focalizar de entre todo el material que la persona trae. Buena parte de
la guía para saber qué material, qué problema, sufrimiento o duda focalizar la proporcionan los
objetivos del acompañamiento, la necesidad en relación a los contextos de la persona.

De modo que si hubiera varias necesidades o líneas de trabajo que son asequibles, que le interesan a la
persona y que han sido puestas de frente por la persona, entonces una guía para focalizar es elegir
aquello donde haya más intensidad, urgencia o mayor cualidad afectiva. Es decir, se trata de elegir
aquello donde estén más afectos involucrados, o donde éstos sean más intensos, o se trate de la
encrucijada más decisiva en ese momento, o dónde se juegue más radicalmente el crecimiento de la
persona, o la calidad de su seguimiento de Jesús, o donde peligre más el camino de fe de la persona, o
la vida misma en su proyecto o en su futuro.

Por eso mismo conviene elegir las situaciones que reconocemos se refieran a movimientos del mal
espíritu, es decir, las diversas tentaciones en el sentido ignaciano del término. La prioridad para
elegirse como punto focal está en relación con lo eso pone en juego para la persona: si se trata de una
decisión vocacional, de una ruptura que parece decisiva, de una desilusión que marca la vida o
situación constante que se arrastra a la que no se le encuentra salida o tolerar una relación destructiva o
un estado de ánimo que afecta todo lo que se propone.

Al elegir un foco ya estamos usando no sólo el propio sentido común y nuestros mapas mentales sobre
la relación de ayuda, también utilizamos nuestros referentes de fe. Usamos la experiencia en el camino
que hemos hecho acompañando a otros en el seguimiento de Jesús y particularmente de nuestro propio
camino espiritual. Por tanto, entre más conscientes los tengamos, entre más claro nos sea nuestro

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propio caminar focalizaremos mejor. Entre mejor conozcamos el itinerario de la Iglesia y sus
tentaciones, de los apóstoles, de los maestros de la vida espiritual, de los iniciadores de la propia
espiritualidad del instituto en el caso de los religiosos, de la reflexión teológica actual, de la humanidad
actual, del movimiento al que pertenezco… entonces se tendrán más elementos para ofrecerle a la
persona un camino, en el hecho mismo de focalizar.

Por supuesto que la focalización, siendo un elemento que nosotros ofrecemos como ayuda tentativa a la
persona, también requiere la aceptación y acogida del sujeto. Con toda la sabiduría en nuestro trayecto
de acompañantes, ciertamente nos podemos equivocar. Eso que le propone al acompañado puede ser
que no corresponda a lo que la persona descubre que es más importante. Que se lo diga ya es un gran
avance y un camino indirecto de focalización. Necesariamente habrá que reconsiderar y volver a
pensar. ¡Que útil es el supuesto de que realmente la persona es quien sabe lo que le pasa!

La conciencia constante de lo limitado que pueda ser la ayuda, de la propia capacitación para atender a
la persona también ofrece un norte para orientarse en la focalización; hay asuntos que quedarían fuera
de la propia competencia.

Podría suceder que un asunto no sea fácilmente abordable en el acompañamiento, sino que sea más
adecuado tratarse en otro espacio, como pudiera ser una psicoterapia o una consejería académica.

La clave es cómo focalizar, o elegir el tema de abordaje cuando la persona no lo pone en frente
directamente. El acompañante deberá colaborar poniendo enfrente a su interlocutor un asunto a su
consideración, a modo de sugerencia o pregunta, de alguna forma, siguiendo la clarificación ya
abordada. La manera de focalizar, implica precisamente elegir un foco en base a algún criterio. Al
ofrecer una atención tan completa como sea posible, la comunicación misma del acompañado mostrará
al que acompaña en que asunto o giro vital la persona se comunica con intensidad especial y se destaca
del resto. Estos afectos pueden ser de índole de alegría, euforia, esperanza o de desánimo, dolor,
tristeza y desespero. Aunque a juicio del acompañante estos eventos pudieran no ser los más decisivos
para la vida de la persona, pero, si en ellos se exhibe un despliegue afectivo más intenso, entonces,
usualmente, sí corresponde elegirlos como foco.

A veces, la intensidad o urgencia no viene dada necesariamente por la cualidad afectiva de la


comunicación, sino que se evidencia por sí misma y es objetiva. Es decir, se trata de aquellas
circunstancias en la vida del acompañado que son vitales por la misma índole de lo que se comunica.

Aunque aparecieran algo camufladas, el contenido o el giro vital que aparece le da toda su cualidad de
urgencia a la comunicación y es mandatorio su abordaje. Ya sea porque se pone en peligro algo de la
vida de la persona o está en entredicho algunas acciones que comprometen la vida del acompañado,
aunque estos asuntos no sean negativos o peligrosos.

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IV. Confrontación – Discernimiento

Este es el momento más formalmente espiritual o más explícitamente religioso del proceso de
acompañamiento. No es el único momento religioso, porque todo este encuentro está permeado por la
búsqueda de la presencia de Dios y de su llamado. No sólo en este momento se hace presente la acción
del Espíritu, pero, esta fase de la entrevista, sí que se dedica formalmente a ello. Sin los momentos
previos faltaría el sedimento y la preparación del terreno para que la Palabra acontezca y caiga en
buena tierra la semilla. Si no existieran los momentos previos de esclarecimiento, contextualización y
focalización, la ayuda sería como la palabra que no fructificó porque: “…otra parte cayó en terreno
pedregoso, donde no tenía mucha tierra, y brotó en seguida por no tener hondura de tierra, pero cuando
salió el sol se agostó y, por no tener raíz, se secó” (Mc 4, 5 -6). Ese anuncio profético sin preparación
quizás podría emocionar o tranquilizar, pero, no ir al fondo de la necesidad de la persona ayudada. Por
eso el proceso de reconocer a Dios es todo el camino completo. Qué es entonces la confrontación o
momento de discernimiento.

Confrontar significa poner frente a frente. Usualmente las personas no confronten cabalmente su
experiencia, sus problemas, sus dudas y sentimientos con otros referentes; “se convencen a sí mismos
de lo que ven” y juzgan desde lo que ya antes solían pensar, creer o suponer.

Es común que los individuos, aun los creyentes comprometidos, consideren su experiencia de modo
aislado, descontextualizado o poniéndose sólo frente a determinados criterios incompletos, pobres,
tergiversados o mal formulados, quizás muy sesgados, escuchando la voz del juicio o de algún interés o
intentando justificarse, negar, castigarse o exigirse. También es frecuente que piensen o vivan sus
conflictos sin relacionarlos con otros aspectos, o momentos de su vida, que censuren y recorten la
mirada que echan sobre sí mismos y su mundo.

Por eso confrontar no significa de ninguna manera regañar, humillar, llevar a la persona a que
reconozca su pecado, tampoco es “decirle sus verdades”, sino más bien, es poner en-frente de él o ella
algo más..., ofrecer otros elementos junto a… (lo que vive, lo que siente, lo que desea, lo que le duele,
lo que se imagina que Dios dice...) para que pueda comprenderse de otro modo, para que cuente con
otras referencias en su propio entendimiento. Confrontar o poner enfrente aparenta ser un gesto simple;
porque basta hacer aquello necesario para que el otro alce la vista (Gn 13,14) y mire lo que no miraba o
le era muy difícil tener en perspectiva.

Es tan simple y al mismo tiempo pide tino y sensibilidad para que sea ese aporte preciso y no una
homilía ni una historia de cómo era antes o una advertencia presuntuosa de lo que “yo ya hice…y tú
no”. Sólo ayudar al acompañado a que vea lo que nos ha visto: “Incorporándose Jesús le dijo: 'Mujer,
¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado?' Ella respondió: 'Nadie, Señor.' Jesús le dijo: 'Tampoco yo te
condeno. Vete, y en adelante no peques más.” (Jn 8, 10 – 11)

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Al confrontar, nuestro servicio de acompañamiento adquiere un rasgo benévolo y compasivo de
auxiliar para ver, de ensanchar la mirada y ampliar el horizonte.

Por supuesto que no se trata de que vea lo que no existe, lo que está totalmente fuera de su contexto, lo
que creemos que debe ver porque así se acostumbra. No. Se trata más bien, en un ejercicio de
responsabilidad y compasión sacerdotal de nuestra parte, de ofrecerle para que vea lo que ya estaba allí
y no ha podido mirar, lo que le sucede y no se da cuenta, lo que él mismo permite (a nosotros) ver y no
percibe, lo que anhela, está allí y no se anima a reconocer. Lo que presiente y no sabe interpretar
porque carece de elementos. Lo que no se atrevía a poner junto, lo que nadie le ha puesto enfrente.

Confrontar es el momento típico para ofrecer la referencia de fe, la luz sobre determinada consolación
o desolación, el ejemplo evangélico, la verdad creída sobre Jesús y confesada en el evangelio y por la
Iglesia. Esta luz, criterio o pasaje se propone, no se impone al confrontar. No es juicio sino más bien es
creer que la Palabra (en sus múltiples expresiones) es espejo donde los seres humanos se pueden ver
con mucha mayor transparencia a sí mismos y todo lo que les sucede en su historia personal y social.
Como se dijo es el momento más propiamente de discernimiento en el proceso.

Sin embargo, en repetidas ocasiones la luz del Evangelio, específicamente y de manera concreta, sólo
podrá ofrecerse con fruto cuando se ha dado como paso previo muchos momentos de aclaramiento y
focalización, cuando han acontecido muchas confrontaciones con la experiencia misma de la persona,
cuando mínimamente, a nuestro juicio, existe un sujeto capaz de discernir capaz de ver, de interesarse
en mirar más allá... (San Ignacio; EE Anotación 18).

Con mucha frecuencia la confrontación –que es el momento más explícitamente "espiritual" del
acompañamiento- sirve de muy poco porque no se ofrece de la manera más adecuada, en el momento
preciso y con los contenidos ajustados a la realidad personal de quien tenemos frente. Hay ejemplos
hermosísimos y llenos de lucidez espiritual de Jesús "confrontando" y "llevando" al creyente al
momento decisivo de la fe, como en el diálogo que establece con la Samaritana: …bien dices no tengo
marido, porque has tenido cinco y el actual no es tu marido. En eso has dicho la verdad. (Jn. 4, 17 -
18). Que más confrontación, que precisión en nutrir con la Palabra, que sencillez en hacer brotar la
verdad. Allí se movió definitivamente el corazón de la Samaritana.

Evidentemente la calidad de la confrontación como discernimiento está en dependencia de cómo se


hubieran dado los pasos anteriores y de qué tanto el acompañante cuente con un mapa claro, ordenado,
flexible de discernimiento. Entre más claras sean para nosotros las referencias evangélicas, eclesiales,
de discreción de espíritus, de espiritualidad presbiteral o de la vida religiosa o laical, más claridad
podremos ofrecer en las diversas confrontaciones. En no pocas ocasiones la confrontación se reduce a
una simple información, pero que sin embargo, aquél no conocía y requiere para "volver a vivir".

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Téngase presente que la eficacia de la confrontación o luz requerida para el discernimiento no viene de
los contenidos, de lo completo de la doctrina, sino de que el proceso con la persona ayudada hubiera
dado adecuadamente los pasos anteriores y que la luz sea la que se específicamente necesita.

V. Verificar

Todo movimiento interior generado por la interacción entre acompañante y acompañado suscita un
movimiento siguiente al que debemos estar atentos. Eso significa que no será suficiente que le
aportemos luz a la persona acompañada y demos por terminado el encuentro, como si ya hubiéramos
cumplido la tarea. La reacción que sigue nos dará la pista de cómo se ha acogido esa luz o moción en el
corazón y la mente del acompañado. No debiéramos terminar la entrevista sin tener algún indicio,
verbalizado o no, de que ha sucedido en esta porción del proceso.

Como nos los refieren los Ejercicios Espirituales la acción del espíritu de Dios o del mal espíritu deja
un sedimento en el interior del creyente. En el caso del Buen Espíritu es “dar ánimo y fuerzas,
consolaciones, lágrimas, inspiraciones y quietud, facilitando todos los impedimentos para que siga
adelante en el bien obrar”. Mientras que es propio del mal espíritu “morder con escrúpulos, entristecer
y poner obstáculos, inquietando con falsas razones para que no pase adelante…” (EE 315).

De modo que la acción de Dios a través de la ayuda o luz que se ha producido en la entrevista, deberá
llevar al acompañado a un ensanchar su espíritu, su mirada, su corazón y disposición. Eso sucede de
múltiples y variados modos, ya sea aumentando la certeza de su caminar, encontrando en sí un
excedente de fuerza espiritual y vitalidad para seguir andado en el seguimiento, o descubriendo de
nuevo modo de presencia de Dios en su vida que le alegra y moviliza. Conviene que no demos por
concluida la sesión sin reconocer de alguna manera la presencia novedosa de la acción de Dios lograda
por este insight creyente.

No faltarán las ocasiones en que el acompañado se mueva a desolación por vía del intercambio que se
ha tenido. Eso se expresará también de múltiples formas a las que hemos de estar atentos: el enojo, el
“bloqueo” o el deseo de concluir súbitamente la entrevista, lo harían evidente. En otros casos, la
desolación será más sutil, con signos como la complacencia o la racionalización; o simplemente la
ausencia de afectos en la interioridad de nuestro acompañado.

En ese caso, quien acompaña tendrá que entrar a comprender el proceso y a ayudar a interpretar la
causa de la desolación.

Con estos pasos el acompañante se podría guiar con certidumbre para llevar adelante todo el
acompañamiento y cada sesión de su proceso.

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La escucha activa

La expresión conceptual-técnica que resume las disposiciones de escucha básica indispensables para
que ocurra un proceso interpersonal de cambio a partir de la construcción de una alianza entre el
acompañado y el acompañante se llama escucha activa. Es un conjunto de habilidades y disposiciones
prácticas con las que el acompañante ejercita la ayuda. Sobre todo, es la disposición emocional para
dejarse afectar y movilizar por la situación de su interlocutor y metabolizarla 2, transformándola en
nuestra propia mente para bien del otro.

Escucha activa Descripción de la habilidad


Tener y mostrar
Dejar hablar al otro, no hacer juicios, querer y estar dispuesto atender y entender
genuino interés
Parafrasear Devolver lo central de lo comunicado de manera sintética
Reflejar Evidenciar que se capta la comunicación emocional explícita e implícita
“Atender” como ya se explicó significa hacerle lugar al otro en nuestra mente e
incluirlo transitoria o más definitivamente, con las vicisitudes de su propia
Atender persona. Esa capacidad de brindar nuestra mente y sus correlatos corporales y
emocionalmente fisiológicos implica necesariamente una disposición al cambio en nosotros
mismos que será clave para comprender vitalmente al otro. Se trata de ser
continente de la mente del otro.

Ve al aula virtual para escuchar el audio y responder a la actividad.


Escucha el siguiente audio de una persona que expone su problema, tema o asunto.
Escribe tres expresiones o preguntas con las que harías la clarificación o esclarecimiento.

2
Conviene hacer las referencias específicas que tiene este concepto de “metabolizar” o transformar despojándolo de
elementos incapaces de ser asimilados (agresión, vacío, fragmentación).

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