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CALAMANDREI

1. Aproximación biográfica a Piero Calamandrei.

Piero Calamandrei (Florencia, 21 abril 1889 - 27 septiembre 1956) ha sido una de las figuras más
eminentes del pensamiento jurídico italiano y uno de los más insignes exponentes de la escuela
moderna de Derecho procesal civil[1], además de un renombrado abogado y hombre de Estado.
Tuvo a su cargo la Cátedra de Derecho Procesal Civil de las Universidades de Mesina (1915-18),
Módena (1918-20), Siena (1920-1024) y Florencia (1924-56), siendo rector de esta ultima
Universidad desde el 26 de julio de 1943.

Se inserta en todo el movimiento de renovación de los estudios de Derecho procesal encabezados


por G. Chiovenda –del que fue discípulo en Roma- y que ha llevado, desde la exégesis de los textos
legislativos, al estudio histórico-dogmático de las instituciones y a la elaboración sistemática de
nuevas leyes sobre la base de los resultados críticos de estos estudios[2]. La escuela chiovendiana
ha considerado la experiencia como fundamento indispensable de toda construcción teórica, y las
teorías como un instrumento para mejorar la práctica. En torno a Chiovenda se formó una nueva
escuela que, en contraposición a la «exegética», ha sido denominada «sistemática» (o «histórico-
dogmática») para indicar que, en la dirección chiovendiana, la dogmática no es un fin en sí misma,
sino que se considera como un medio para interpretar la realidad histórica del propio tiempo[3].

Piero Calamandrei ha destacado por desvelar de manera brillante las raíces profundas que los
problemas del proceso tienen en el Derecho constitucional[4] y en la teoría del Estado, además del
mundo mismo de los valores supremos individuales y sociales que convergen en el mismo. Un
autor que, más que ningún otro de los grandes representantes de la moderna escuela jurídica
italiana, ha sentido y evitado los defectos de la construcción exclusiva sobre la abstracción e
imponiéndose a sí misma, en la vana perspectiva de una absurda “pureza”, el empobrecimiento
cultural, moral y científico de un desdeñoso alejamiento de los problemas “sociológicos” e
“ideológicos” de la realidad (y de los juristas), sobre la cual necesariamente se funda el fenómeno
jurídico[5]. Para Calamandrei el Derecho y el estudio del Derecho no fueron jamás ni mera
aceptación exegética de textos, ni pura elaboración dogmática y reconstrucción sistemática de
conceptos. Nuestro autor concibe el Derecho como un fenómeno no puramente normativo,
técnico, abstracto, sino como un elemento de un más amplio fenómeno cultural, elemento
esencial de la cultura del hombre y de la sociedad, profunda e indisolublemente radicado en la
historia y en las tradiciones, de un lado, y en las exigencias sociales, económicas y en los ideales de
evolución y de transformación de otro[6]. En su obra se aprecia la adopción de una metodología
jurídica acorde con una doble perspectiva tanto «estructuralista» como «funcionalista» del
fenómeno jurídico[7].
La obra jurídica de Calamandrei no es sólo una importante obra de pensamiento, sino también una
fina obra de literatura, elegante, nítida, aguda y una obra nobilísima de profunda humanidad[8]. Es
un autor vivamente interesado por la experiencia práctica del Derecho como por la renovación
tanto de los planes educativos[9] y como de la “moral” de las profesiones jurídicas, realizando
ensayos en los que se trata especialmente el aspecto social y moral de ciertos problemas
forenses[10].«La Cassazione Civile» es considerada la obra jurídica maestra de Calamandrei[11].

En su faceta política, tuvo un papel muy activo dentro del movimiento antifascista, desde que en
1922 con Gaetano Salvemini, los hermanos Rosselli y Ernesto Rossi fundó el “«Circolo di Cultura»”
y colaboró en la elaboración de la revista clandestina de la resistencia “«Non mollare»”. Tras el
establecimiento del fascismo formó parte del consejo directivo de la “«Unione Nazionale»”
(fundada por Giovanni Amendola). Durante las dos décadas de fascismo en Italia fue uno de los
pocos profesores que no tuvo ni pidió el “carné” del partido (PNF), manteniéndose siempre dentro
de movimientos clandestinos y siendo uno de los impulsores de la “«Resistenza»” italiana anti-
fascista[12]. Fue uno de los fundadores del “«Partito d'Azione»” (1942), partido heredero directo
del movimiento de “«Giustizia e Libertà»” -al que Calamandrei se adhirió en 1941- y del programa
de Carlo Rosselli expresado en su “Socialismo Liberal”.

Además, Calamandrei tuvo una intensa actividad política en Italia durante el proceso
constituyente[13], formando parte de la «Consulta Nazionale »(1945-46); siendo elegido diputado
de la «Assemblea Costituente» (1946) en representación del “Partito d’Azione”, donde en calidad
de miembro de la «Commissione per la Costituzione» (la denominada “«Commissione dei 75»”
encargada de redactar el proyecto constitucional) y de relator sobre el poder judicial y sobre la
«Corte Costituzionale», realizó un amplio trabajo en la construcción de la estructura jurídica de la
Constitución de la República Italiana. En 1948 fue elegido diputado al Parlamento para la primera
legislatura republicana como representante de “«Unità socialista»” hasta 1953, cuando participa
en la fundación de movimiento de “«Unità popolare»”.

Como escritor político ha dejado un legado de lucha por la renovación democrática (en la
transformación de una Italia simplemente post-fascista, a una Italia democrática), que pudo
desarrollarse en la atmósfera de libertad que floreció tras la caída del fascismo: en la lucha por la
República y la Constitución, en la lucha por la distensión y por la unidad europea, en la protesta
contra la corrupción política o la inactuación constitucional, en la lucha por la creación de la Corte
Constitucional, etc.[14]
2. Teoría de los derechos en Calamandrei.

2.1 La imbricación entre Derechos Civiles y Políticos y Derechos Sociales (hacia la “ciudadanía
social”)

Para Calamandrei las libertades políticas se configuran como derechos subjetivos «públicos»,
«negativos» y «constitucionales». «Públicos», porque se concretan en una relación jurídica entre
el ciudadano y el Estado; «negativos», porque el Estado, aceptando tales derechos no se obliga a
hacer algo de positivo en su favor, sino que asume solamente un deber de abstenerse, de dejar
que el ciudadano cumpla sin perturbaciones ciertas actividades de las que mediante estos
derechos se quiere asegurar su libre ejercicio[15]; y «constitucionales», porque el reconocimiento
de estos derechos se sitúa como parte integrante e insuprimible de la Constitución del Estado[16].

Estos derechos no son inmutables y eternos sino «abiertos», pues no se puede definir «a priori» y
de una vez por todas las específicas actividades individuales cuyo libre ejercicio deba ser
constitucionalmente garantizado para situar al ciudadano en condiciones de participar
activamente en la vida política de la comunidad. Se ha asistido a un proceso de gradual
enriquecimiento y de especificación de estas libertades, cuyo impulso se identifica por
Calamandrei en “la tendencia de la personalidad humana a expandirse en la vida política, que
inicialmente parecía satisfecha por pocas libertades esenciales, y que siente la necesidad de
conquistar siempre nuevas libertades o de precisar siempre mejor las ya obtenidas…”[17].

Las libertades individuales, en el pensamiento de Calamandrei, desempeñan una doble función:


por un lado, son necesarias como “reconocimiento práctico de la dignidad moral de cada
persona”; por otro, constituyen el “medio para hacer operativa y fecunda la vida política de la
comunidad”, al enriquecerla con la contribución de sus iniciativas. Es destacable que en su
pensamiento los derechos de libertad son también básicamente un instrumento de oposición
política (la concepción de los derechos y libertades públicas como instrumento de “respeto de la
minoría” es crucial para nuestro autor), como elemento indispensable de la renovación social y
política[18] que conlleva la dinámica democrática. Pero además como reconocimiento de esa
dignidad moral inherente a cada persona.
Para Calamandrei, todas las libertades “burguesas” (significadamente la teórica igualdad política
de todos los ciudadanos), que arrancan de la Revolución Francesa, encuentran sus obstáculos no
tanto sobre el plano político, sino sobre el plano económico, desplazando del uno al otro la lucha
por la «libertad efectiva»[19]. Las libertades políticas codificadas se revelaron insuficientes para
garantizar la libre participación de todos los ciudadanos en la vida de la comunidad. Con el
dogmático seguimiento del principio del liberalismo económico en la estructuración social, el
nuevo obstáculo a la libertad efectiva venía determinado por el privilegio económico garantizado
por todas esas libertades. El liberalismo económico, más que una integración de las libertades
políticas de todos los ciudadanos, se convirtió en el instrumento de la burguesía para monopolizar
estas libertades políticas en detrimento de todos aquellos que no disponían de los medios
económicos para hacerlas valer. Por ello, “no bastaban solamente las libertades políticas, las
cuales, cuando se acompañan del privilegio económico, sirven en realidad para hacer del poder
político un monopolio cristalizado de los hacendados y a impedir el perpetuo afluir de las más
sanas fuerzas populares a la renovación del grupo dirigente que es la esencia misma de la
democracia”. Según nuestro autor, en el sistema político liberal, las libertades políticas eran, «de
derecho», escritas para todos, pero en realidad solamente los ricos tenían la posibilidad «de
hecho» de valerse de ellas en su propia ventaja[20].

La superación de este estadio –dadas las exigencias de «efectiva» igualdad política- viene a través
de la denominada “«democracia social»”[21]. Su construcción requiere de una operación que no
consiste en suprimir estas libertades (como sucede en las experiencias totalitarias), sino
integrarlas y enriquecer su elenco, de manera que se pueda concebir un nuevo tipo de
democracia, no solamente política sino también social, más efectiva y plena de aquella nacida de
la Revolución francesa[22]. La aparición de esta nueva concepción se produce a través del
reconocimiento de una nueva categoría de derechos del ciudadano que, junto a las libertades
políticas tradicionales, han sido denominados como “derechos sociales”: cuya función es
esencialmente la de “garantizar a cada uno, como complemento de las libertades políticas, aquel
mínimo de “justicia social”, es decir, de bienestar económico, que parece indispensable para
liberar a los no hacendados de la esclavitud de la necesidad, y a situarlos en condiciones de poder
valerse también de hecho de aquellas libertades políticas que de derecho están proclamadas como
iguales para todos”[23].

Es por ello –como indica Calamandrei- que el carácter “social” de estos derechos no debe
considerarse como una negación de las libertades individuales, sino como «un desarrollo y una
prosecución» de éstas[24]. Estos derechos tendrían su fundamento en una “exigencia de orden
espiritual”: “un mínimo de bienestar económico es una condición para garantizar en la sociedad la
dignidad del hombre entendido como persona moral y por consiguiente como sujeto político
«activo»”[25]. La piedra angular está en la liberación de la necesidad («freedom for want»),
considerada como una condición indispensable para salvaguardar la dignidad moral de la persona
y para permitir su participación activa en la vida política de la comunidad democrática. Es por ello
que los derechos sociales “constituyen la premisa indispensable para asegurar a todos los
ciudadanos el goce efectivo de las libertades políticas”[26].
En el pensamiento de Calamandrei puede observarse esa relación directa entre los derechos
civiles y políticos y los derechos sociales, el disfrute de un mínimo socio-económico es la condición
esencial de la participación civil y política. Para que éstas últimas sean genuinas, ha de partirse de
una cierta igualdad socio-económica de base. Ello explica perfectamente la indivisibilidad e
interdependencia de esta trilogía de derechos[27].

Así pues, un elemento que caracteriza a los derechos sociales frente a los tradicionales derechos
de libertad, que tienen carácter esencialmente «negativo» (en tanto que a los mismos
corresponde la obligación del Estado de no obstaculizar el ejercicio de ciertas actividades
individuales), es que los derechos sociales tienen carácter «positivo», en cuanto que a éstos
corresponde la obligación del Estado de remover los obstáculos de orden económico y social que
obstaculizan la libre expansión moral y política de la persona humana. Los primeros liberan de la
opresión política, los segundos de la económica. Para Calamandrei ambos derechos tienen la
misma orientación teleológica: la «defensa de la libertad individual». Pero los medios de actuación
han de ser diferentes porque, para satisfacer los derechos sociales el Estado –como «parte
debitoris»- debe comportarse activamente para eliminar el privilegio económico y garantizar la
liberación de la necesidad, “la función del Estado en defensa de la libertad no se oculta más en la
cómoda inercia del «laissez faire», sino que implica una toma de posición en el terreno económico
y una serie de prestaciones activas en la lucha contra la miseria y contra la ignorancia”. No se
observa en la obra de Calamandrei una concepción más amplia del Derecho Social, que en cierta
medida lo “desestatalice” y lo conecte más ampliamente con una democratización social y
económica, vinculada con el pluralismo jurídico propio de la vida real del Derecho y la plural
conformación de la sociedad y los grupos en que el individuo se integra[28].

Estos derechos “sociales” conforman la «vertiente social de la ciudadanía». Expresión que


designaría el conjunto de expectativas que cada ciudadano tiene frente al Estado para obtener las
garantías de seguridad en la vida y en el trabajo que son necesarias para dar contenido de
dignidad y de libertad a la existencia individual. Son derechos que vinculan el ordenamiento
jurídico con la situación real de poder de los titulares, abandonando la configuración tradicional de
los derechos como meras posiciones jurídicas individuales independientes de las condiciones
reales necesarias para su realización social efectiva[29].

COUTURE
BREVE BIOGRAFÍA DE EDUARDO J. COUTURE (1904 – 1956)
Jurista y docente. Fue profesor titular de Derecho Procesal en la Universidad de la República en
Montevideo. Dirigió la "Revista de Derecho, Jurisprudencia y Administración", fue Decano de la
Facultad de Derecho y Ciencias Sociales y Presidente del Colegio de Abogados.
Sobre los temas de su especialización (procedimientos jurídicos y organización de tribunales) dictó
cursos universitarios y conferencias en varios países y también dio a conocer diversos trabajos,
entre otros un frecuentado "Vocabulario jurídico".
En América Latina es muy conocido el famoso “Decálogo del Abogado”, redactado por el eminente
jurista uruguayo Eduardo Couture, quien fue incorporado al “Colegio de Abogados de Lima”, como
Miembro de Honor en 1951.
Presidió el Instituto Cultural Uruguayo - Brasileño y fue miembro de Número y vice - presidente de
la Academia Nacional de Letras. De su viaje por países de América Latina, Europa y Estados Unidos
dejó testimonio en un libro, "La comarca y el mundo" (1953).
Su famosa frase quedará grabada para la posteridad: “Si el Derecho se contrapone con la Justicia,
inclínate por la Justicia”.

chiovenda
Inicios en la abogacía y la docencia
El maestro Giuseppe Chiovenda nació el 2 de febrero de 1872 en la comuna de
Premosello (después renombrada a Premosello-Chiovenda en su honor), región de
Piamonte, Italia. Este pequeño y humilde pueblo al norte de Italia lo albergaría hasta que se
trasladó a la capital para estudiar abogacía. En Roma logra graduarse con notas
sobresalientes, teniendo como maestro a Vittorio Scialoja (también piamontés), fundador de
la escuela romanista y posterior ministro de Justicia. Esto se puede apreciar en la
predilección que destilaba en sus textos por la figura Scialoja[1].

Lea también: Piero Calamandrei, gran jurista e incansable defensor de la libertad.


Vida y aportes al derecho

Luego de asumir el ejercicio de la abogacía, inició su actuación como procesalista en 1894


mediante una serie de artículos que son germen de su primera gran publicación: La
condana nelle spese giudiziali  (en español «Condena de procedimientos judiciales», 1900)
[2]. Desde muy joven reconoció una profunda vocación por los estudios jurídicos, que
posteriormente lo llevaron a dictar clases de Derecho Procesal Civil en la Universidad de
Parma (1902), luego en Bologna (1903), Nápoles (1905) y finalmente Roma (1906), con
solo treinta y cuatro años. En esta institución llevaría, en adelante, su infatigable
producción académica.

Sommo Chiovenda y su progresiva consagración


Tomó activa participación en la Accademia Nazionale dei Lincei, histórica academia de
ciencias italianas, y en 1915 fue nombrado director del Regio Istituto superiore si studi
commerciali ed amministrativi di Roma. En 1919 fue autor de un proyecto de reforma del
Código Procesal, donde argumentó en favor de una idea de oralidad. Años después,
plasmaría sus noveles pretensiones en el Código Procesal Civil de 1940. Por esas épocas,
también, en asociación con el egregio Francesco Carnelutti, fundó la «Revista de Derecho
Procesal Civil»; que tuvo una notable influencia en materia procesal durante el siglo XX.
Sus estudios, poco a poco, le permitirían dotarle de un cariz más riguroso a los estudios
procesales, que hasta ese entonces solo era visto como un derecho accesorio.

Lea también: La oralidad en el proceso civil peruano. A propósito de la experiencia en


la aplicación del artículo 204 del Código Procesal Civil

Sommo Chiovenda (el gran Chiovenda), como era llamado por sus discípulos y
admiradores, se erigía como unos de los grandes innovadores en el universo jurídico.
Inicialmente se encontró con la fuerte influencia de los estudios de una eminencia como
Luigi Mattirolo, cuya obra fue la más leída, claro está, hasta la irrupción de Chiovenda en
los estudios procesales. Mattirolo representaba la cumbre de las tesis exegéticas[3], que no
lograron consolidar un estudio sistematizado y se limitaron a calcar el procedimentalismo
francés. Chiovenda, por su parte, podía escoger seguir esa camino, pero finalmente se
decantó por seguir la influencia alemana.

En ese entonces, la escuela procesal alemana se encontraba en su edad de oro, y Chiovenda


tuvo el acierto de leer con atención las tesis de Adolf Wach (1843-1926), quien sería el
precursor de la ciencia procesal moderna[4]. Resulta indudable, entonces, la filiación
germánica del maestro Chiovenda. Pero cabe decir, que como acusaban algunos escritores
de poco fuste por aquel entonces, que el trabajo de Chiovenda no fue un trabajo de mera
traducción o actualización de los alemanes; sino de riguroso estudio del proceso utilizando
herramientas del conocimiento jurídico universal. Chiovenda tomó como punto de partida
el procesalismo alemán y luego le imprimió características propias.

Lea también: Francesco Carnelutti y diez frases que resumen su pensamiento ético-


jurídico

Principios de Derecho Procesal Civil y la renovación de un


método
En su producción de libros jurídicos, en un primer término, hay que recordar lo que
representó Principii di diritto processuale civile (1906), que adaptada posteriormente, daría
lugar a su clásico Istituzioni (1935)[5]. Esta obra constituye el estudio más avanzado y
documentado de aquel entonces[6], y ejerció, a partir de sus traducciones al español, una
notable influencia en la doctrina hispanoamericana.

En esta obra, el autor manifiesta la vocación de renovar la doctrina procesal y construir un


nuevo sistema con un novedoso concepto de acción. Para Chiovenda, la acción comprendía
el poder autónomo de realizar, por medio de los órganos jurisdiccionales, la actuación de la
ley en propio favor. Además trabaja la idea de una relación jurídica procesal, aquella
que surge entre las partes y los órganos jurisdiccionales por la demanda judicial,
independientemente de ser esta fundada o no. Sobre estas dos nociones construye su
sistema que divide en dos grandes partes: la doctrina de la acción y de sus condiciones, y la
variedad de actuaciones a que la parte puede tener derecho. Con este libro, Chiovenda
intentó superar el denominado procedimentalismo[7].

Y aunque varios autores de estas latitudes como Tomás Jofré, intentaron emular este estilo,
lo cierto es que su influencia solo logró renovar algunas ideas en nuestros ordenamientos.
Como señala Abelardo Levaggi: «Las consecuencias técnicas y políticas de la idea
chiovendiana se deslizaban en la definición de la acción y en la transcripción de párrafos
del maestro italiano; aceptaba el concepto diferencial de preclusión frente al de cosa
juzgada y la distinción de demandas introductivas e incidentales, mas sin que se vieran las
consecuencias que derivaban para el doctrinario, la consideración de ser el Derecho
procesal una rama del Derecho público. No vislumbraba la acción declarativa, ni sacaba
puntada de la teoría de los derechos potestativos que Chiovenda divulgaba con maestría

Humberto Antonio Podetti


Humberto Antonio Podetti fue un jurista, juez y laboralista argentino que nació en Villa Mercedes,
provincia de San Luis el 3 de octubre de 1928 y falleció en Buenos Aires, Argentina, el 11 de
noviembre de 2000.

Carrera profesional

Estudió en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires en que obtuvo el título de


abogado en 1956 y el de Doctor en Derecho y Ciencias Sociales en 1969 con una tesis doctoral
sobre la regulación judicial de la Seguridad Social que fue calificada como sobresaliente y
recomendada al Premio Facultad. Luego de graduarse ingresó en la justicia laboral, en la que fue
ascendiendo en sucesivos cargos: Secretario de Juzgado y luego de Cámara, para pasar en 1961 a
integrar el Poder Judicial de la Nación en el fuero laboral, en calidad de Juez de Primera Instancia,
luego procurador general del Trabajo y juez de la Cámara Nacional de Apelaciones del Trabajo.

Actividad docente y en instituciones privadas

Entre 1988 y 1990 se desempeñó en el Colegio Público de Abogados de la Capital Federal, como
Vicepresidente y, desde 1990, como Presidente. Posteriormente integró su Tribunal de Disciplina,
como Vocal, para finalmente seguir ligado a la Institución, como Miembro de la Asamblea de
Delegados, función que cumplía a la fecha de su fallecimiento.

Integró la Academia del Plata, fue elegido Presidente de la Academia Científica Latinoamericana de
la Seguridad Social, la Empresa y el Trabajo (1999) y en 2000, presidente de la Asociación
Argentina de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social y vicepresidente de la Sociedad
Internacional de Derecho del Trabajo y la Seguridad Social, para el período 2000-2003.
Dictó Derecho Social en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y
Política Social en la Universidad Católica Argentina (UCA). Al fallecer era profesor consulto de la
Facultad de Derecho de la UBA, cuyo consejo directivo integraba.

Obras y reconocimientos

Escribió libros sobre Recursos Judiciales en materia de Previsión Social, Política Social, Trabajo de
Mujeres y Leyes de Previsión Social y de Procedimiento Laboral. También colaboró en obras
colectivas sobre el Derecho de Trabajo, en prólogos de libros y en artículos de revistas
especializadas. Recibió el Premio Konex de 1988 en la categoría Jueces y anteriormente se había
hecho acreedor al Premio Unsain. En su honor, la Sala de Conferencias del edificio central del
Colegio Público de Abogados de la Capital Federal lleva el nombre del doctor Humberto A. Podetti.

Del Dr. Podetti se dijo que era “un jurista cabal, un maestro lúcido y generoso que ayudó a
desentrañar los problemas del fuero laboral, un hombre de derecho reconocido por su intachable
conducta en las esferas pública y privada… ejemplo de honestidad y sabiduría…juez que honró la
magistratura”1

De profunda convicción cristiana, militó en la Acción Católica, estaba casado desde 1961 y tuvo
cuatro hijos, uno de los cuales había contraído matrimonio justamente el día de su fallecimiento,
el 11 de noviembre de 2000.

El pasado 22 de julio falleció el jurista y maestro Arístides Rengel-


Romberg, quien deja una obra fundamental de Derecho Procesal Civil al foro venezolano.
Quienes fuimos sus alumnos y amigos lo tenemos como una referencia moral e intelectual sellada
de manera indeleble. Rengel-Romberg deja vacante el sillón número tres de la Academia de
Ciencias Políticas y Sociales, en el cual sucedió a otro jurista relevante: Luis Felipe Urbaneja Blanco.
Ambos sabios de pensamiento y expresión clara y precisa, como se requiere en el habla de los
juristas inmortales.

En su discurso de incorporación a Acienpol, Rengel-Romberg destacó los aportes de Luis Felipe


Urbaneja a la ciencia jurídica venezolana; entre ellos, haberse incorporado en 1939 -junto a Juan
Pablo Pérez Alfonso y Germán Suárez Flamerich- a la cátedra de Derecho Civil en la Universidad
Central de Venezuela. Urbaneja comenzó a dictar la cátedra de Obligaciones y a partir de esa fecha
incorpora el método del caso, ideado por el profesor Christopher Columbus Langdell de la
Universidad de Harvard; el cual constituye una enseñanza que desarrolla el pensamiento analítico
y combate el estudio memorístico. Con esto se buscaba que el estudiante entendiera lo que son
“las vigas maestras” del Derecho de Obligaciones, para buscar desarrollar el “criterio jurídico” en
el abogado. Esos aportes marcaron a Rengel-Romberg, tal como se evidencia en su panegírico
para Urbaneja, también conocido como “El Fraile”, apodo acuñado por Inocente Palacios debido a
la “afición suya a lo religioso”. En mi época de estudiante, algunos de nuestros profesores siempre
narraban anécdotas de “El Fraile” repletas de enseñanzas y de reflexiones.
Además del método del caso, Urbaneja pensaba en “aproximar la precisión de los conceptos
jurídicos a la matemática”. De esta manera, “El Fraile” predicaba la idea de que en los problemas
jurídicos debe usarse el método axiomático, porque: “Ciertos enunciados –los axiomas– quedan
establecidos sin demostración; pero todos los demás –los teoremas– tienen que ser demostrados,
partiendo y procediendo ordenadamente de los axiomas, mediante cadenas demostrativas,
sirviéndose de determinadas reglas de deducción. Análogamente, los conceptos fundamentales
quedan establecidos sin definición; pero todos los demás conceptos, que son derivados, tienen
que ser definidos mediante cadenas definitorias”, como lo reseñó Rengel-Romberg en el citado
discurso de incorporación. Para desarrollar las enseñanzas del sabio Urbaneja era necesario
prestar atención al lenguaje jurídico, el cual debe ser preciso para que las palabras expresen con
claridad su significado. Y esto es lo que pretende la Real Academia Española con la publicación del
Diccionario Panhispánico del Español Jurídico (2017) y del Libro de Estilo de la Justicia (2017),
ambos coordinados por Santiago Muñoz Machado. Con estas obras se busca la precisión de los
términos y la claridad expresiva al momento de interpretar el derecho. De esta manera se
pretende evitar la manipulación del lenguaje jurídico.

Este marco conceptual contribuyó, en parte, para que la doctrina venezolana dejara el método
exegético en el examen de los códigos y pasara al método sistemático. El primero se ocupaba de
examinar el código artículo por artículo. Era lo que hacía la doctrina jurídica venezolana del siglo
XIX y comienzos del siglo XX. En el segundo, se agrupan las normas que tienen un mismo fin -o
capítulos de los códigos- para organizar la materia con una visión de mayor amplitud. Esta
herramienta metodológica significó una modernización en los estudios procesales y fue
introducida en nuestro país en 1932 por Luis Loreto, quien llegó de Europa apertrechado de las
nuevas doctrinas e inició su labor doctrinaria por medio de la Gaceta Jurídica Trimestral. Esto
significó un cambio en relación con el método utilizado por los procesalistas clásicos: Luis Sanojo
(nuestro primer tratadista de Derecho Procesal), Ramón Feo, Arminio Borjas y Rafael Marcano
Rodríguez.

Luego de graduado de abogado suma cum laude, Rengel-Romberg viajó a Italia y en Florencia se
convirtió en alumno de Piero Calamandrei, uno de los más grandes juristas italianos del siglo XX y
epítome del procesalista sofisticado. De esta manera, adhiere al moderno procesalismo italiano,
representado, entre otros, además del mencionado Calamandrei, por Giuseppe Chiovenda y
Francesco Carnelutti.

La influencia del uruguayo Eduardo Couture también se siente en la obra de Rengel. Las
enseñanzas de Couture nos llegaron a través de César Naranjo Osty, quien fue a terminar de
formarse como abogado con el maestro uruguayo. Naranjo ganó un concurso de oposición en la
Universidad Central de Venezuela (en el cual también participó Humberto Cuenca) e incorporó en
su curso los conceptos sobre la jurisdicción y el sistema procesal aprendidos de Couture, tal como
lo narra José Andrés Fuenmayor en la lección inaugural de la especialización de Derecho Procesal
Civil en la Universidad Central de Venezuela, el día 27 de junio de 1987.
Con esa experiencia, Rengel estaba en capacidad de pasar a las grandes ligas del procesalismo
universal. Al regresar a Venezuela, preparó su primer libro: Formularios de Procedimiento Civil,
obra que le encargó el Ministro de Justicia, el mencionado Luis Felipe Urbaneja, para que sirviera
de modelo a los funcionarios judiciales, tal como lo reseñó Eloy Lares Martinez en su discurso de
contestación a Rengel-Romberg el día 6 de junio de 1995.

La intensa actividad intelectual desarrollada por Arístides Rengel-Romberg se plasma en su


Tratado de Derecho Procesal Civil venezolano (según el nuevo Código de 1987), obra de gran
calado que cubre prácticamente todo nuestro sistema procesal civil. Con esta obra, y a través de
sus artículos periodísticos, Rengel orientó a los abogados y jueces, al tiempo que sus enseñanzas
tuvieron influencia en importantes criterios jurisprudenciales.

Rengel-Romberg fue profesor titular de Derecho Procesal Civil en las Universidades Central de
Venezuela y Católica Andrés Bello, donde tuve la fortuna de ser su alumno. Allí nos enseñó, entre
otras cosas, la importancia de la puntualidad: sus clases comenzaban y finalizaban a la hora fijada.
Fue miembro del jurado que evaluó mi tesis doctoral; y luego coordinador de los jurados que
evaluaron mis ascensos a profesor asociado y titular en la UCV. Es decir, estuvo siempre presente
en mi vida académica, lo que me permitió conocerlo muy bien. Por si fuera poco, pude compartir
largas tertulias con él en su casa de Caracas; o frente al inmenso mar Caribe, cuando lo encontraba
en Naiguatá. Igualmente, Rengel fue el primer decano de la Facultad de Ciencias Jurídicas y
Políticas de la Universidad Monteávila; también fue socio del Escritorio Travieso, Evans, Arria,
Rengel & Paz, es decir, el maestro combinaba el trabajo académico con el vigoroso ejercicio de la
abogacía.

Uno de los aportes más relevantes de Arístides Rengel-Romberg fue impulsar la redacción del
Código de Procedimiento Civil, que entró en vigencia el 16 de marzo de 1987. La comisión
redactora estuvo integrada, además de Rengel, por José Andrés Fuenmayor, Leopoldo Márquez
Añez y Luis Mauri (los dos primeros también fueron mis profesores universitarios). Este equipo de
juristas elaboró el nuevo código de acuerdo con las modernas tendencias de la época. Desde luego
que la reforma procesal requiere, tarde o temprano, de una reforma integral del Poder Judicial
para que Venezuela garantice una administración de justicia imparcial y libre de contaminaciones
económicas y políticas.

De todo el legado de Rengel-Romberg, hay uno que no puede pasar inadvertido: el lenguaje
jurídico preciso y claro, tal como lo enseñaba Luis Felipe Urbaneja a sus alumnos. En su obra
demostró que es posible adentrarse en los complejos problemas de la jurisdicción, de la acción y
del proceso con una prosa clara y con la palabra de uso común, sin la pedantería del lenguaje
barroco y enrevesado. La precisión del lenguaje jurídico exige deslastrase de la ambigüedad y debe
ser “esencialmente más riguroso que el lenguaje común”, tal como lo proclamó Rengel en su
discurso de incorporación a Acienpol, el 6 de junio de 1995.

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