BERNARD MANIN – “La metamorfosis de la representación”
Se afirma que la representación experimenta actualmente una crisis en los países
occidentales. A lo largo de las décadas parecía fundarse en una relación de confianza, fuerte y estable, entre los electores y los partidos políticos ya que la gran mayoría se identificaba con algún partido político y le era fiel por largo tiempo. Hoy, un número creciente de electores vota de manera diferente en cada elección y las encuestas de opinión revelan que aquellos que se niegan a identificarse con algún partido político también aumentan. Por otra parte, anteriormente las diferencias entre los partidos parecían ser efecto y reflejo de las divisiones sociales. Hoy, se tiene la impresión de que los partidos imponen a la sociedad divisiones que tienen un carácter artificial. Cada partido proponía a los electores un programa que, de llegar al poder, se encargaría de ejecutar. En el presente, la estrategia electoral de los candidatos y de los partidos se basa en la construcción de imágenes bastante vagas en las cuales la personalidad de los líderes ocupa un lugar predominante. Finalmente, la preferencia de los ciudadanos respecto de metas políticas precisas parece expresarse cada vez más de manera directa (mediante encuestas de opinión, movilizaciones sociales u organizaciones que buscan objetivos precisos, no buscan gobernar). La distancia entre el gobierno y la sociedad, entre representantes y representados, parece agrandarse. La elección de los representantes no parece ser ya, el medio por el cual los representados escogen la política que desearían se aplique. En la segunda mitad del siglo XIX, lo que se llama gobierno representativo ha sufrido importantes modificaciones. La más evidente es la delimitación del cuerpo electoral: la base puramente individual y numérica del derecho al sufragio y el establecimiento del sufragio universal. Transformación que es paralela a otra: la aparición de los partidos de masa. A partir de la segunda mitad del SXIX la existencia de partidos políticos encuadra el sufragio de los electores y aparece como un elemento esencial de la democracia representativa. Los partidos de masa hicieron de los programas políticos un instrumento central del combate electoral. Por consiguiente, la existencia de partidos de masas y de programas políticos transformaron el propio lazo representativo. Los partidos acercaron los representantes a los representados. Los candidatos fueron elegidos por el partido y la masa podía participar en la elección de quienes competirían por el sufragio. Una vez elegidos, los representantes permanecían en estrecho contacto con la organización que los había hecho elegir. Esto les permitía a los militantes conservar una influencia sobre los gobernantes más allá de los partidos electorales. De esta forma, hacia fin del siglo XIX, algunos analistas interpretaron el nuevo papel de los partidos y de los programas como signo de una crisis de representación. El modelo de gobierno representativo fue identificado con lo que se llamó “parlamentarismo” (organizaciones políticas de masas) A comienzos del siglo XX, las reflexiones sobre la crisis del parlamentarismo se multiplican. Se había organizado una nueva práctica del gobierno representativo tan viable como la primera, a partir del rol de los partidos de masa y de los programas políticos. Muchas conclusiones se sacaron entonces, y los análisis coincidieron en que esta nueva forma de representación difería radicalmente de aquella del parlamentarismo. Se creyó que la modalidad del lazo representativo vigente en él había sido definitivamente superada y suplantada: el papel de los partidos de masa y de los programas de partido parecía tener una relación esencial con la extensión del derecho al sufragio, se concluía que el lazo representativo había sido modificado irreversiblemente. La nueva modalidad del gobierno representativo fue comprendida como en progreso de la “democracia”. La “democracia” de partidos parecía generar una mayor identidad entre gobernantes y gobernados y dar a éstos un papel más importante. El gobierno representativo parecía aproximarse a una situación en la cual el pueblo se gobernaba a sí mismo. Este avance hacia la democracia ha sido interpretado como un avance inexorable de los principios de igualdad y de autonomía de los individuos que el “parlamentarismo” no había puesto en práctica más que imperfectamente. Surge así una simetría aparente entre la situación actual y aquella de fines del SXIX y comienzos del SXX. Hoy, como entonces, la idea de una crisis de la representación convoca la atención. Uno se ve llevado a preguntarse si las diferentes evoluciones que afectan actualmente la representación no indican en realidad la aparición de una tercera forma de gobierno representativo, tan estable y coherente como el parlamentarismo y la democracia de partidos.
Los principios de la representación
Cuatro principios han sido planteados en los orígenes del gobierno representativo moderno: Gobernantes elegidos por los gobernado: un principio cuenta con el acuerdo general de que no hay representación sin elección de los gobernantes por los gobernados. Esto implica afirmar que la representación no suprime la diferencia de status y roles entre gobernantes y gobernados. El carácter representativo se da únicamente por la voluntad de los gobernados, la elección es un modo de designación y de legitimación de los gobernantes que sustituyen progresivamente a otros. Los gobernantes conservan cierto margen de independencia con relación a los gobernados: los gobernantes no son únicamente individuos que ocupan una posición diferente de aquella de los gobernados, sino que conservan en sus decisiones alguna independencia frente a la voluntad de los gobernados. Esta idea se ha traducido en el rechazo o la prohibición de dos prácticas que hubieran privado a los representantes de toda independencia, el mandato imperativo y la revocabilidad permanente y discrecional de los elegidos. El lazo entre la voluntad de los electores y el comportamiento de elegido nunca fue garantizado, habiendo conservado siempre los representantes un margen de juego y maniobra. El régimen representativo no ha sido jamás un régimen en el cual los representantes se hallan estrictamente obligados a poner en práctica las voluntades del pueblo. La opinión pública sobre temas políticos puede expresarse más allá del control de los gobernantes: los gobernados pueden gestar y manifestar libremente sus opiniones políticas. La libertad de opinión pública requiere de dos elementos acceso a la información política que supone el carácter público de las decisiones de gobierno. Si éstas se hacen en secreto, el pueblo no posee las herramientas necesarias para forjar sus opiniones en materia política. Este postulado incluye no solamente hacer público el ejercicio político sino también que el debate parlamentario, para que el ciudadano sepa quién y quién apoyaban esto o lo otro. la libertad de expresar opiniones públicas, sin embargo, la relación entre libertad de opinión y el carácter representativo del gobierno no es evidente. Sobre todo, si se atiende al hecho de que la opinión pública de los individuos no afecta con obligatoriedad el ejercicio cotidiano del representante. Solo cuando ésta es explayada mediante un colectivo u organización, puede adquirir peso político para, por lo menos, ser tenida en cuenta. La libertad de opinión, comprendida en su dimensión política, aparece, así como una contraparte de la ausencia del derecho de instrucción. Los representantes no se hallan obligados a poner en ejecución la voluntad del pueblo, pero no pueden ignorarla. La libertad de opinión garantiza que, si tal voluntad existe, sea conocida. Además, como los gobernantes saben que deben su status a la elección y que ellos serán sometidos a ulteriores elecciones, se inclinan a tomar en consideración esta voluntad como uno de los datos de la situación en la cual ellos tienen que decidir. Pero, pertenece sólo a los elegidos evaluar, determinar el peso específico que asignan diferentes datos y a diferentes objetivos; no obstante, crea así un marco en el cual la voluntad popular se vuelve un elemento conocido del ambiente que rodea la decisión. La única voluntad jurídicamente obligatoria es el voto, pero los gobernados tienen constantemente la posibilidad de hacer escuchar una opinión colectiva que pesa sobre la toma de decisiones. A ésta se la denomina opinión pública y puede manifestarse siempre a salvo del control de los gobiernos. La opinión pública es la forma no institucional y no jurídicamente sancionada de la unidad política del pueblo. La decisión colectiva deriva de la deliberación: la idea del gobierno a través de la deliberación juega un papel central. Esto tiene que ver con el hecho de que la idea de representación ha sido vinculada con aquella de una instancia de decisión compuesta por una pluralidad de individuos libres en sus opiniones. El lazo entre la representación y la pluralidad se manifiesta primero en el hecho histórico notable de que la instancia representativa (el gobierno representativo) se ha propuesto como un régimen donde la colectividad ocupa un lugar central. Ahora bien, si en una instancia colectiva donde las opiniones son libres, resulta probable que las opiniones y las voluntades políticas sean al comienzo divergentes. La decisión política deberá otorgar un lugar primordial al único procedimiento por el cual muchos actores, en desacuerdo, llegan a elaborar una posición común sin recurrir a la coerción, la discusión persuasiva.