Está en la página 1de 17

TEXTOS COMPLEMENTARIOS.

1. La representación política Isidoro Cheresky.

Filosofía de la Ciudadanía.

Editorial Homo Sapiens, Santa Fe, Argentina, 2001, págs. 167-169.

Una nueva ciudadanía.

La centralidad que ocupa la ciudadanía en la vida pública podría ser considerada como una
consecuencia natural de la consolidación de la democracia. Pero la observación de las experiencias
democráticas en diversas sociedades ilustra la existencia de diversos tipos democracia todas con una
ciudadanía amplia, pero en algunos casos mínima (llegando esta a reducirse al ejercicio de los
derechos civiles pero con una parte importante de la población autoexcluida del ejercicio del
derecho a elegir, como es el caso de los Estados Unidos) y en otros en cambio más presente ya sea
como opinión pública o como ciudadanía activa.

Sin embargo, en todos los países occidentales se ha especulado sobre la posibilidad de una
evolución despolitizadora en nuestras sociedades. La crisis del.

Estado benefactor conllevó una retracción de las políticas públicas a que ha ido en
detrimento de la posibilidad y aún el interés de constituir una voluntad política y emprender
reformas globales, la caída del comunismo no solo aparejó la universalización de la democracia, sino
que también privó a esta del desafío que había motorizado la lucha política a lo largo de este siglo.

No pocos diagnósticos hechos en esta perspectiva han puesto de relieve la caída de la pasión
política y el desinterés en los asuntos públicos. Y esta percepción parece ser adecuada para la
Argentina, en la que pasada la euforia de los inicios del proceso de democratización y superadas las
amenazas que se cernían sobre el régimen político parece ir prevaleciendo el desinterés en lo público
en provecho de los asuntos privados.

Como hemos visto, la importancia que ha adquirido la opinión pública más mediática podría
fijar a la ciudadanía en una posición pasiva y maleable, lo que parece indicar una posible evolución
hacia una democracia limitada.

Pero, debe igualmente prestarse atención al notable desarrollo la libertad política que se
está produciendo en detrimento de las identidades perpetuas y el clientelismo.

El realimento político que se produjo en ocasión del pacto de Olivos y de la reforma de la


Constitución fueron un indicio de la mantención del interés político en la sociedad y de la emergencia
de una sensibilidad específicamente republicana.

Las consultas electorales y los sondeos de opinión han ido ilustrando la creciente
independencia de los ciudadanos; de esto dan cuenta también las fluctuaciones en los alineamientos
de la gente a lo largo de la campaña electoral en función de lo que en su transcurso sucedía.

Los desplazamientos de votos ya no afectan a un sector pequeño en los márgenes del


electorado. Por el contrario, sobre todo en los grandes centros urbanos el voto cautivo es
minoritario.
Las últimas elecciones legislativas realizadas el 27 de octubre de 1997 fueron una ilustración
de la nueva potencialidad política. El triunfo de la Alianza no pude explicarse sino es por el rechazo
a los actuales gobernantes por una diversidad de razones, entre las cuales la sensibilidad republicana
ocupa un lugar central, lo que desmiente el pretendido voto económico o de interés puesto que en
el voto negativo a los actuales gobernantes convergieron beneficiarios y perjudicados por la actual
política económica.

Por otra parte, el triunfo de los candidatos de las Alianza en la provincia de Buenos Aires
ilustró el retroceso de la capacidad de los aparatos partidarios, de las estructuras corporativas y de
las redes clientelares organizadas por el Estado para asegurarse el predominio electoral.

Sin embargo, no debe subestimarse la traba que para la ciudadanía política comporta la
pobreza por una parte y la exclusión social —que teniendo como núcleo el desempleo alcanza a una
diversidad de sectores sociales— por otra, puesto que quienes estaban abocados a la urgencia de
sobrevivencia o han sido marginados del reconocimiento social tienden a no participar de la
circunstancia política.

Podemos decir entonces que la nueva ciudadanía es una posibilidad y una hipótesis, pero
que ellas están fundadas en tendencias reales y que su confirmación depende de la comprensión de
este fenómeno y de la capacidad de actuar en consecuencia.

2. El sufragio Antonio Carro Martínez.

Derecho Político.

Editorial Universidad de Madrid.

Madrid, 1959, págs. 355-359.

Teoría del sufragio.

Concepto y alcance. El sufragio es una opinión vinculante. El sufragio político —hoy también
denominado sufragio universal— es una opinión política vinculante forjada a través del voto emitido
por los ciudadanos.

El pueblo participa en la conformación de la voluntad política y del ejercicio del poder


político, no a través de la opinión pública, ni de los grupos de presión, ni de los partidos políticos,
sino que su participación se lleva a efecto a través de la mecánica del sufragio. Si el poder del Estado
es representativo es porque ha merecido la adhesión del pueblo normalmente manifestada, en los
tiempos modernos, a través del fenómeno del sufragio. El poder del Estado puede ser representativo
aun sin sufragio —todo poder legítimo tiene cualidades netas de representación—; no obstante, en
el mundo contemporáneo tiene tanto crédito en la opinión la designación “electiva” de los
gobernantes que puede decirse que la única vía de legitimidad del poder se encuentra en el sufragio.

Al lado del desarrollo que la representación nacional y la democracia han sufrido desde la
Revolución Francesa hasta nuestros días, paralelamente se ha desarrollado la teoría del sufragio. Tan
importante llega a ser, que pasó a configurarse como una disciplina independiente, e incluso se han
llegado a organizar cursos de derecho electoral. Hoy en día, sin perjuicio de que la opinión siga
creyendo en el sufragio, éste se encuentra en crisis, debido al abuso a que ha estado sometido. El
sufragio produce desarreglos políticos e intranquilidad, consume gran actividad del pueblo que
podía aprovecharse por otro camino, y consume también grandes sumas en gastos de propaganda.
En definitiva, el sufragio no constituye la panacea que se pensó que era a raíz de la Revolución
Francesa. De ahí que hoy el poder político, sin dejar de ser representativo, suele observar con cierta
prevención al sufragio.

La Ciencia Política contemporánea, a su vez, ha supervalorado al sufragio.

Hauriou lo concibe como un verdadero poder político, al sustituir al poder judicial por el
poder del sufragio en la trilogía de Montesquieu.

En efecto, el sufragio es un verdadero poder en los casos de referéndum de plebiscito y de


iniciativa legislativa popular. De forma menos expresa, es el sufragio un poder en aquellos países
que permanecen fieles al régimen reprbien aquí el poder de sufragio no participa directamente en
las tareas del ejercicio de la función pública, pero sí indirectamente, puesto que la mayoría electoral
influye sobre los partidos políticos.

El sufragio es hoy la base de la organización política de muchísimos países.

El sufragio busca, como dice Hauriou, el asentimiento del pueblo, desde el momento en que
aquellos que solicitan el sufragio lo solicitan mediante propaganda, promesas y otros elementos más
o menos convincentes para la opinión pública.

Cierto es que la confianza o el asentimiento que se solicita del pueblo puede ser a una
persona o a un partido, como ocurre más modernamente en que las personas pasan a segundo plano
para cobrar relevancia la ideología de los partidos. En todo caso, la función de sufragio busca el
asentimiento popular, y del asentimiento popular surge la legitimidad del poder, la creencia por
parte del pueblo de que el que ejerce el poder lo hace legítimamente.

Hauriou dice que el sufragio puede ejercer una influencia directa en la política o una
influencia indirecta. Influye directamente en el poder legislativo a través del referéndum, en el poder
ejecutivo a través del plebiscito y en el poder judicial a través del jurado. Influye indirectamente
sobre el legislativo a través de los sistemas electorales para designarlos miembros de las Cámaras
legislativas sobre el ejecutivo por cuanto a través del sufragio se eligen los presidentes de la
república, se eligen los jefes de gobierno, se eligen los alcaldes, concejales, etc., y sobre los tribunales
también influye indirectamente el sufragio por cuanto a veces los jueces son elegidos por el pueblo,
a semejanza de lo que ocurre con algunos cargos judiciales de los Estados Unidos.

Naturaleza jurídica. Barthèlemy afirma que el sufragio es un derecho. En efecto, desde el


momento que una ley electoral o una Constitución determinan que todo ciudadano que reúna
ciertas circunstancias de capacidad puede ejercitar el sufragio, es porque el sufragio es una facultad
jurídicamente protegida.

Ahora bien, el sufragio, además de un derecho subjetivo, es también un deber social. Es


decir, que si el cuerpo electoral es requerido para manifestar su opinión sobre determinado
problema político, tiene la obligación cívica de dar esta opinión y no de mantener el silencio. Pero
es que, además, son muchas las leyes electorales que regulan sanciones para los que no voten. En
este caso el sufragio es una obligación positiva.
Si el sufragio es a la vez un derecho y un deber, es conclusión obligada afirmar que el sufragio
es una función.

Surge el problema real de cómo obligar compulsivamente a los ciudadanos a que voten. Hay
serios inconvenientes, según señala el profesor Pérez Serrano:

Un votante puede estar disconforme con todos los candidatos que se le presentan y no se le
puede coaccionar a votar contra su preferencia o en contra de su conciencia. Claro está que existe
la solución del voto en blanco.

Para que el voto sea obligatorio —sigue diciendo— es necesaria cierta coacción o pena a
imponer para los que no voten. Pero puede ocurrir que la sanción sea mínima, en cuyo caso el
ciudadano prefiere la sanción a votar, o que la pena sea importante, en cuyo caso repugna imponer
tal pena por esta causa.

Por último, el voto como obligación supone que se hace prevalecer la no voluntad frente a
la voluntad consciente. Por esta razón son partidarios del sufragio obligatorio los partidos
conservadores o templados, por cuanto obliga a ir a las urnas a la masa de electores tímidos, que les
votarán. En cambio, son contrarios a este sufragio los partidos extremistas, que saben que sus votos
se deben a la disciplina del partido, y no porque se crea que se ejerce un derecho o un deber.

En todo caso hay que tener en cuenta que los números prueban que el porcentaje de las
abstenciones electorales suelen ser numerosas en casi todos los países, aun en aquellos en que el
sufragio es considerado como un deber. Los países, cuanto más liberales y democráticos, tanto
mayor número de abstenciones hay en el sufragio. En Francia o en los Estados Unidos raramente
llega a votar el 70 por ciento del censo electoral. En cambio Rusia, cuando anuncia los resultados de
las elecciones, dice que votó el 99 por ciento. Estos porcentajes no son normales. Lo normal en todo
sistema bien organizado de sufragio es que participe en la votación alrededor del 70 por ciento del
censo electoral, ya se considere el voto como un derecho o como una obligación.

Cuerpo electoral. a) Sufragio universal. ¿Quiénes constituyen el electorado de un país?


Normalmente constituyen el electorado de un país aquellos que están incluidos dentro de un censo
electoral. Hoy en día suelen estar incluidos todos los ciudadanos con plenitud de derechos civiles;
es decir, basta ser mayor de edad civil. En algunos países se rebaja esta mayoría de edad, como
ocurre en Rusia, Suiza y Brasil, que la establecen en los dieciocho años. Lo normal son veintiún años.

Para llegar a esta situación ha sido preciso ir dando paso a paso a través de todo el siglo XIX,
hasta llegar a la situación actual de sufragio universal. El sufragio universal estaba inserto en la
Revolución Francesa, pero ejercido de una forma tan desordenada, que no fue tal sufragio universal.
En Francia se establece el sufragio universal con cierto sistema en la revolución de 1848, claro que
por poco tiempo, ya que vino Napoleón III y suprimió la práctica del sufragio. En España fue
reconocido en 1868; como consecuencia de la revolución de septiembre se establece, de
conformidad con los principios democráticos que habían inspirado la revolución, el sufragio
universal, reconocido luego por la Constitución de 1869.

Pero en realidad, hasta cerca de finalizar el siglo, después de la restauración de.

Cánovas, no se instaura el sufragio universal en España.


En otros países la evolución del sufragio universal abarca un período mayor de tiempo. En
Inglaterra discurre desde 1828, en que dio el “Bill” de emancipación de los católicos, y 1832, en que
se derogan los “burgos podridos”, hasta 1918, en que se da el sufragio universal para varones, y 1928
para las mujeres. Prácticamente el sufragio universal se establece después de la Primera Guerra
Mundial, en el siglo XX.

Los pasos que sucesivamente se dan para conquistar el sufragio universal son los siguientes:
en principio, frente a la igualdad de los hombres se piensa que había socialmente ciertas
desigualdades, que se debían reflejar en el sufragio. Así sólo se otorgó el derecho de sufragio a los
que estaban inscritos en el censo de contribuyentes. Se exigía, pues, cierta capacidad económica. Se
afirmaba que el hombre que pagaba contribución estaba más preparado que los demás; que estos
hombres demuestran saber triunfar y mantenerse en la vida, y que tienen cierto sentido de
responsabilidad. Así, pues, durante parte del siglo XIX para ser elector se exigía pagar contribución
al Estado. El sistema se dulcifica a través de los sistemas de la imputación (un sistema que autorizaba
sumar las cuotas que se pagaban al tesoro por diversas personas) y de la delegación voluntaria.

En todo caso, estos sistemas eran evidentemente antidemocráticos, porque suponían que
podían tener únicamente poder de sufragio los ricos. Esto prevalece de tal forma que hubo un
momento en que no tuvo apoyatura, y se acude como sustitutivo a otro sistema restrictivo,
consistente en exigir instrucción al que iba a ejercer el derecho de sufragio. Pero también esto era
antidemocrático, puesto que si para defender la patria no se excluye al que no sabe leer ni escribir,
lo mismo debe ocurrir para efectos del sufragio.

En el siglo XX se piensa, una vez logrado el sistema del sufragio universal, que éste no
respondía a una realidad efectiva, porque los hombres no son iguales. El sufragio de “un hombre, un
voto” no respondía a la realidad, porque no es lo mismo el voto de un peón del campo sin instrucción
al voto de una persona de cierta cultura. Entonces aparecieron correctivos para ajustar más a la
realidad el sufragio universal. Son los siguientes: voto familiar, voto profesional, voto plural y el voto
múltiple.

a) El voto familiar es el voto de cabezas de familia. El voto familiar no suele ser ejercido hoy,
por cuanto en aquellos países donde se admite se interpretó tan extensivamente el concepto de
cabeza de familia que es como si existiera un sufragio universal. En España los censos de los cabezas
de familia prácticamente encubren un verdadero sufragio universal.

b) El voto profesional parte de que se ha estimado que el voto se debe ejercer a través de
los productores, que son más conscientes que los consumidores. Pero precisamente el pueblo es
una categoría de consumidores, y los productores son una minoría frente a aquéllos. Es preciso
proteger a la categoría de los consumidores frente a la categoría de los productores.

Consiguientemente, el sistema profesional, por cuanto da prevalencia a los grupos, no cabe


ser mantenido como sistema electoral único.

c) El voto plural consiste en dar diversos votos a las personas según su categoría. Es el
sistema de Lorimer, que establece cuatro categorías: 1) Edad y experiencia política (hasta tres votos).

2) Los que tengan propiedades. Se concedían de uno a diez votos más según la cuantía del
impuesto pagado.
3) Instrucción; un voto más a los que saben leer y escribir, dos a los que poseen estudios de
segunda enseñanza y cuatro a los poseedores de estudios universitarios.

4) Profesiones. Cuatro votos a los sacerdotes, médicos, abogados, etc. Como se puede
observar, reuniendo diversos requisitos una misma persona podía ejercer el voto hasta veinte veces.
Este sistema fue llevado a la práctica por Bélgica, pero limitó el sistema a tres votos como máximo
en una sola persona.

d) El voto múltiple. Mientras que el voto plural supone la acumulación de varios votos en un
mismo elector, que los deposita en la misma urna electoral, el voto plural responde al principio de
que una persona pueda ejercer más de una vez el voto, pero en distritos o circunscripciones
territoriales distintos, en distintas urnas. Es el sistema que ha prevalecido en Inglaterra, al reconocer
que todo individuo tiene derecho a un voto, pero los graduados en las universidades de Oxford y
Cambridge pueden ejercer también el derecho de voto en los distritos de estas universidades.

Organización de los sistemas de sufragio. El sufragio puede ser organizado sobre una base
territorial —sufragio inorgánico—: el censo electoral se realiza en base del domicilio o residencia del
cuerpo de votantes. También puede ser organizado el sufragio sobre una base profesional —sufragio
orgánico—: el censo electoral se realiza según las diferentes clases de profesiones y actividades
laborales que ejercen los votantes.

Este último sistema no es válido para el sufragio universal, porque en el mejor de los casos
sólo se incluye en el censo a los profesionales o productores. Pero es que aun en este sistema no
cabe desligarse totalmente de la organización territorial, ya que la residencia de los votantes se toma
en consideración para el momento de la emisión del voto.

En conclusión, cabe afirmar que la organización territorial del sufragio prima sobre todos los
sistemas. La razón de más peso es que el sufragio universal no admite otro sistema. Pero además
cabe afirmar: 1) si el cuerpo de ciudadanos está distribuido y asentado sobre todo el territorio
nacional, el sufragio hay que ejercerlo territorialmente, y 2) siendo el fin primario del Estado la
defensa —afirma Hauriou—, la cual no se puede organizar de otra forma que territorialmente, la
misma base debe darse al sufragio.

3. El sufragio Olivier Lhl.

Lo que quiere decir votar.

Ediciones LOM, Santiago, 2009, págs. 4-6.

Resulta imposible, por ello, proponer una definición unívoca sobre el voto.

Desde hace doscientos años las malas hierbas han terminado por ocultar su verdadera
significación, Podríamos creer, como lo decía Wittgenstein, que las palabras no tienen sentido sino
solamente se las usa. Para el politólo, sin embargo, una clarificación se impone, lo que no se autoriza
a examinar las transformaciones semánticas impuestas por el tiempo. No se trata de maravillarse
frente a los tesoros del idioma o de ceder al placer de la erudición. El objetivo es simplemente
delimitar las fronteras que marcan el territorio del léxico. En suma, el objetivo es responder a una
pregunta fundamental. ¿de qué estamos hablando cuando hablamos del voto?.
La noción nos remite al inglés to vote (1702) y antes de ello, al latínvotum y ambos traducen
la misma idea: el hecho de enunciar un deseo en circunstancias solemnes. Votar, es hacer una
promesa a los dioses. Es comprometerse públicamente intercediendo a favor de una causa o de una
persona. En el siglo XV, el término se acerca a la noción de deliberación. Se utilizaba para designar
la manifestación de un punto de vista sobre un tema en debate. Pero no es sino en el siglo XVII,
cuando el voto adquiere el sentido de una decisión adoptada por una asamblea o un grupo que se
expresa mediante el sufragio.

Los diccionarios del tiempo dan cuenta de ella. En 1690, el voto coincide con la noción de
elección: es “la opción que se hace de alguna cosa o persona por la cual se la prefiere a otra”.
Siguiendo a Trévoux, un siglo más tarde, votar significa aun más “pronunciarse por alguna elección
u otro asunto de comunidad religiosa”. Una operación sometida a condiciones formales cada vez
más estrictas: Así, el candidato en todos los casos debe disponer del “25 por ciento al menos de los
sufragios” para ser declarado electo. Una regla de quorum que hoy puede considerarse elemental
pero que ha sido necesario inventar e imponer. Antes de ser introducido en el derecho parlamentario
francés por los revolucionarios, este principio se había instalado ampliamente en las asambleas
anglosajonas. Para que una asamblea delibere, es preciso que esté presente un mínimo de miembros
en número suficiente para asegurar la validez de la decisión: después de todo, ésta no encuentra su
fuerza sino en la amplitud del consentimiento que obtiene y que totaliza.

En el siglo XIX, sin embargo, el voto se equipara a una denominación material.

Devenido la expresión codificada de un sufragio individual, el voto se deposita, se


confecciona, se prepara, se altera. Lo más frecuente resulta ser una papeleta que el votante
deposita, o bien entre las manos del presidente del colegio electoral como en Francia, en Alemania
o en España, o bien directamente en una urna como en Inglaterra después de 1872 en Luxemburgo.
Pero otras tecnologías existen. En Chile, la ley del 12 de noviembre de 1874 estipula que el
presidente del colegio electoral “recibirá el sufragio y lo depositará en la urna en presencia del que
lo emite”; el poder de los notables queda así consagrado pues entre sus manos es depositado la
preciosa papeleta antes de ser registrada en una lista alfabética, al lado del nombre del elector y
antes de ser restituida la calificación (con la mención “ha votado” en el dorso). En Grecia, la urna de
cada candidato está dividida en dos compartimentos de colores diferentes, uno en negro para el no
(nai), otro en blanco para el sí (oxi).

La urna está provista de un embudo en el que el elector pone su antebrazo para deslizar, sin
ser visto, la bola de plomo que le sirve de sufragio. El ciudadano pasa así delante de cada urna y vota
por o contra el candidato cuyo nombre y emblema del partido figuran arriba de la urna. En
Dinamarca, la elección delFolkething, la.

Cámara de Diputados, se realiza mediante la inscripción del nombre del candidato sobre un
registro que guarda un funcionario. En Portugal, el voto se desarrolla dentro de las iglesias: la mesa
del escrutinio se sitúa en la nave principal y los electores introducen su papeleta en la urna después
de haberse arrodillado y haber orado. Por lo demás, en todas partes, con ritmos y modalidades
específicas, la generalización de las elecciones de masa va a obligar a racionalizar estos
procedimientos de designación. Ese es el momento en el que el voto, objeto de conquista y fuente
de rivalidad, se va a transformar. Rodeado de disposiciones electorales, el voto dará origen a un
verdadero código electoral. Un derecho que, al consagrar el principio de la opinión personal, va a
justificar, por lo demás, un nuevo orden político.

4. Los sistemas electorales.

Mario Justo LóPez.

Introducción a los estudios políticos.

Editorial Kapelusz, Bs. Aires, 1971, tomo II, págs. 378-383.

Sistemas electorales a) Concepto y clasificación.

La expresión “sistema electoral” es utilizada preferentemente, según se ha dicho, para


designar el modo de distribuir y adjudicar los cargos electivos en función de los resultados
electorales; pero no es impropio incluir los otros aspectos precedentemente examinados y que
pueden ser objeto también de reglamentación legal. De cualquier modo, en este lugar sólo será
considerado el primero de esos aspectos y, además, por considerarlo directamente vinculado al
mismo, lo relativo a la unidad, pluralidad y multiplicidad del sufragio.

Para clasificar los sistemas electorales se puede atender a dos fundamenta divisionis
principales, que Posada denomina “distribución territorial” y “organización política”. De acuerdo con
el primero, se tiene en cuenta la relación del número de cargos a cubrir con la cantidad de población
y con la de electores, en función de divisiones espaciales. Con el segundo se procura conciliar el
principio de que los elegidos sean fiel reflejo de los electores (justicia electoral) con el eficaz
funcionamiento de los órganos gubernativos (eficacia gubernativa).

En lo que se refiere a la distribución territorial existen tres sistemas principales: a) de


colegios, distritos o circunscripciones uninominales; b) de colegios, distritos o circunscripciones
plurinominales; c) de colegio nacional único.

En lo que respecta a la organización política, cabe distinguir los siguientes sistemas: a)


mayoritario (de mayoría “pura y simple”); b) de representación de las minorías (o “empírico”); c) de
representación proporcional (u orgánico).

b) Sistemas que atienden al principio de “distribución territorial”: uninominal, plurinominal


y de colegio nacional único.

La división del total de electores —cuerpo electoral— en colegios, distritos o


circunscripciones electorales, suele hacerse con base territorial, es decir, reuniendo en distintos
conjuntos a los electores residentes en cada zona geográfica determinada. Para ello se tiene en
cuenta la cantidad de la población y no la superficie del territorio. Según el principio indicado, cabe
clasificar los sistemas en: uninominal, plurinominal y de colegio nacional único.

Los colegios, distritos y circunscripciones son uninominales cuando el territorio del Estado
se divide en tantas zonas como número de los cargos a cubrir en la elección haya, correspondiendo
por consiguiente la asignación de un cargo por distrito y votando dentro de él cada elector por un
solo candidato. Este sistema fue utilizado en los Estados Unidos de América para la Cámara de
Representantes, desde 1842; en Inglaterra, para la Cámara de los Comunes, desde 1884-1885; en
Italia, desde 1848 hasta 1882 y desde 1891 hasta 1919, y también a partir de 1948, para el Senado;
en Francia, para la Asamblea Nacional, según ley de 1927 y luego ordenanza dictada en 1958; en la
Argentina, para la Cámara de Diputados, en 1904 y en 1952 y 1954, etc.

Los colegios, distritos o circunscripciones son plurinominales cuando el territorio del Estado
es dividido en zonas de superficie extensa —“grandes circunscripciones territoriales”, dicen Posada
y Duverger—, en cada una de las cuales se cubre un número determinado de cargos,
correspondiendo a cada elector votar por una lista que contiene un número de candidatos igual —
o algunos menos, cuando se busca asegurar la representación de minorías— al de los atribuidos al
respectivo colegio, distrito o circunscripción. Es el sistema que ha predominado en la mayoría de los
Estados.

Existe el colegio nacional único cuando no hay división territorial del Estado a los efectos
electorales y, por consiguiente, cada elector vota por tantos candidatos como cargos haya que cubrir
en el país entero. Tal sistema existió en la Italia fascista como consecuencia de la ley de 3 de
septiembre de 1928 y también en la ley holandesa de 1917 sobre representación proporcional.

c) Sistemas que atienden al principio de “organización política”: mayoritario, de


representación de minorías y de representación proporcional.

Los sistemas que tienen por objeto asignarlos puestos con miras al eficazfuncionamiento de
los órganos gubernativos electivos, aunque sin descuidar la relación entre electores y elegidos, de
acuerdo con la doctrina de la representación política, pueden ser clasificados en mayoritario, de
representación de las minorías y de representación proporcional.

El sistema electoral mayoritario es aquel por el cual se acuerda en cada colegio, distrito o
circunscripción —uninominal o plurinominal— la totalidad de los cargos al candidato o lista de
candidatos que obtiene mayor número de votos. Por lo común se requiere solamente mayoría
relativa. Tal fue, por ejemplo, el sistema —en distritos plurinominales y por lista— que se aplicó en
la Argentina para la elección de diputados hasta la sanción de la ley Sáenz Peña (1912). Es también
el sistema aplicado en Turquía para las elecciones de la segunda posguerra (lista bloqueada). Pero
en algunos sistemas se requiere mayoría absoluta. Para ello, y ante la posibilidad de que la mayoría
absoluta no se obtenga en la primera votación, se recurre a una segunda votación —llamada en
Francia ballotage—, limitada sólo a los dos candidatos que obtuvieron más votos en la primera. Tal
sistema del “doble turno” ha sido aplicado en Italia antes de 1912 y en Francia a partir de 1958.

El sistema electoral que tiene por finalidad acordar representación también a las minorías o
por lo menos a algunas de ellas, ofrece numerosas variantes.

Normalmente, está combinado con el sistema de colegios, circuitos o circunscripciones


plurinominales y, desde el momento que no constituye un sistema de representación proporcional,
se le suele denominar “empírico” o no proporcional.

Entre los sistemas “empíricos” —llamados así por Orlando cuando la proporción acordada a
las minorías es asignada previamente por la ley, con prescindencia de la cantidad de votos que
efectivamente obtengan los candidatos— se puede mencionar el del voto limitado.

De acuerdo con el sistema del voto limitado, cada elector se ve constreñido a votar por un
número de candidatos inferior al de cargos a cubrir. Tal fue el sistema establecido en la Argentina
por la ley Sáenz Peña y que recibió indistintamente los nombres de “lista incompleta”, “voto
restringido” o “tercio excluido”. Esta última designación obedeció a la circunstancia de que el elector
sólo podía votar por una lista de candidatos cuyo número fuera equivalente a los dos tercios de los
cargos a llenar. Otro sistema que acuerda representación a las minorías es el del voto acumulado,
por el cual cada elector dispone de tantos votos cuantos son los cargos a cubrir, pero tiene además
opción para dar todos los votos a un solo candidato o distribuirlos como mejor le plazca en este
sistema, como es obvio, el escrutinio se hace necesariamente por candidato individual y no por lista
de candidatos. Está de más decir que, en los dos sistemas que se acaban de examinar, los colegios,
distritos o circunscripciones electorales deben ser plurinominales.

El sistema de representación proporcional, con sus variantes, será examinado a


continuación.

d) Sistemas de representación proporcional.

Los sistemas de representación proporcional son los que se caracterizan por el propósito de
asignar los cargos en los cuerpos representativos de tal modo que su distribución numérica por
partidos, listas o tendencias, corresponda matemáticamente a la distribución existente en el cuerpo
electoral. Dicho de otro modo, el objeto y la característica de tales sistemas, a los que Orlando
denomina “orgánicos”, consisten en obtener que la composición política del cuerpo elegido refleje
con la mayor exactitud posible la composición política del cuerpo elector.

Aunque algunos autores —entre los que merecen ser citados Friedrich y Kelsen— sostienen
que la representación proporcional, en tanto sistema electoral, no concuerda con la doctrina de la
representación política, sus argumentos no resultan convincentes. Por el contrario parece decisivo,
al respecto, el argumento contrario dado por John Stuart Mill, en su famosa obra denominada
Consideraciones sobre el gobierno representativo, al afirmar que la democracia es el gobierno de
todo el pueblo por todo el pueblo igualmente representado y no, como sucede si falta la
representación proporcional, el gobierno de todo el pueblo por una simple mayoría representada
exclusivamente.

Las primeras institucionalizaciones del sistema de representación proporcional fueron


precedidas por la exposición y defensa del mismo hechas por algunos doctrinarios a fines del siglo
XVIII y principios del siglo XIX, especialmente en.

Francia pero fue, principalmente, debido al Tratado sobre la elección de representantes,


escrito por el inglés Thomas Hare (1859) y divulgado por John Stuart Mill en su obra antes
mencionada, que comenzó a interesar verdaderamente el sistema y a ser proyectadas sus primeras
aplicaciones de carácter legal.

Son numerosos los sistemas de representación proporcional que han sido ideados y
también, aunque en menor cantidad, los que han llegado a ser aplicados. El más común es el
conocido vulgarmente con el nombre de “sistema de cociente”, que supone colegios, distritos o
circunscripciones plurinominales y concurrencia de listas o partidos. De acuerdo con ese sistema se
divide el número de votos válidos por el de cargos a cubrir y el resultado se llama “cociente
electoral”. Luego, se divide el número de votos que obtuvo cada lista o partido por dicho “cociente
electoral” —que actúa ahora, por consiguiente, como divisor— y nuevos cocientes que resultan,
señalan el número de candidatos elegidos que corresponde, en cada caso, a la respectiva lista o
partido.

En la práctica, sin embargo, como es fácil suponer, rara vez se obtiene la exacta proporción
matemática y se produce el fenómeno de los “restos”, consistente en que la suma de los cocientes
finales es inferior al número de cargos a llenar cuando las operaciones de división arrojan residuos
considerables. Para resolver ese problema se ha recurrido a distintos procedimientos, entre los
cuales el más simple consiste en distribuir los cargos restantes entre las listas o partidos que han
obtenido mayores residuos o entre los que han obtenido mayor número de votos.

Pero al margen del “sistema de cociente” y, en su caso, “de mayor residuo” o “de las cifras
más altas”, la legislación comparada presenta numerosos sistemas de representación proporcional.
Cabe señalar al respecto que, aunque las leyes sobre el particular comenzaron con anterioridad,
alcanzaron el mayor impulso durante la primera posguerra, época en que fue incluida en la mayoría
de las nuevas Constituciones, y que luego se hicieron también algunos ensayos durante la segunda
posguerra.

Al respecto, y a manera de ejemplo, se puede hacer referencia a un sistema muy ingenioso,


el llamado “sistema D’Hont”, que fue puesto en práctica por primera vez en Bélgica, en 1899;
aplicado en la República Argentina en el año 1957, para la elección de convencionales
constituyentes; en 1963, para la elección de diputados y de electores de Presidente y Vicepresidente,
y en 1965, para la elección de diputados. Este procedimiento consiste en dividir los votos obtenidos
por cada lista o partido sucesivamente por 1, 2, 3, 4, 5, etc., hasta llegar al número total de bancas
asignadas al respectivo colegio, circunscripción o distrito electoral. Luego, los cocientes obtenidos
son colocados en una columna única, en orden decreciente, recibiendo la cifra que en la misma
ocupa el lugar correspondiente al número de cargos a llenar el nombre de “cifra repartidora”. Esta
última es llamada así porque “reparte” a cada lista el número de electos que le corresponde, según
el número de veces que aquélla —la “cifra repartidora”— está contenida en el número de votos
obtenidos por la respectiva lista Otro sistema ingenioso es el de Hagembach-Bischoff (o del cociente
progresivamente rectificado), que consiste en determinar primeramente el cociente electoral,
asignándose los cargos de acuerdo con su resultado; pero, luego, para resolver el problema de los
“restos”, cuando los hay, se procede a dividir el número de votos que obtuvo cada lista por el número
de puestos ya adjudicados a la misma (“media electoral”), aumentado en una unidad. Finalmente se
asigna un cargo más a la lista que resulta con el cociente más elevado y se repite sucesivamente la
operación, hasta agotar todos los puestos disponibles.

Un sistema original —que citamos como último ejemplo— fue el aplicado en.

Italia, en 1946, para la elección de la Asamblea Constituyente. El total de sufragios


correspondientes a cada distrito electoral se dividía por el número de bancas asignadas al mismo
más uno o más dos, según que el número de representantes a elegir fuera menor de veinte o
excediera de esa cifra. La cifra resultante representaba el cociente del distrito que acordaba a cada
partido tantas bancas como veces lo hubiera obtenido. Todos los votos restantes, que no alcanzaban
al cociente, pasaban a engrosar los sufragios para la elección en el llamado distrito nacional, en el
cual se asignaban las bancas que habían quedado sin asignar en los distritos electorales, mediante
un procedimiento semejante al utilizado en la primera operación, y si todavía quedaban bancas
vacantes se acordaban a los partidos que tenían mayor residuo.
Para concluir con el tema, cabe manifestar que la polémica acerca de las virtudes y defectos
de la representación proporcional ha sido intensa y resulta inacabable y que es estéril emitir juicios
en abstracto y con prescindencia de las circunstancias propias de cada situación.

e) Otras variantes de los sistemas electorales.

Además de los sistemas electorales examinados, han sido ideados otros con el propósito de
posibilitar una representación más adecuada. Entre ellos pueden señalarse los sistemas de voto
reforzado por contraste con el sistema común de voto único o igual.

El principio general es el del voto único o igual, que se expresa gráficamente con la frase “un
hombre, un voto”. En los distintos casos de voto reforzado, en cambio, se otorga a determinados
ciudadanos un mayor “poder electoral”. No se trata, como en el caso del voto calificado, de otorgar
el derecho de ejercer el sufragio sólo a algunos, sino que, aunque se otorga a todos, vale más el de
algunos de ellos. Son ejemplo de sufragio reforzado, el sufragio plural, el sufragio múltiple y el
sufragio familiar.

El sufragio plural consiste en atribuir uno o más votos complementarios a determinados


electores, en razón de calidades que reúne (cargo especial, título, etc.), lo que se lleva a cabo en el
colegio, distrito o circunscripción electoral a que pertenece.

El sufragio múltiple tiene características semejantes al plural, pero con la particularidad de


que el voto o los votos complementarios son emitidos en distinto colegio, distrito o circunscripción
electoral.

El sufragio familiar es una modalidad del sufragio plural, con la particularidad de que la
calidad en razón de la cual se acuerda está constituida por el hecho de ser el elector padre de familia,
pudiendo variar el número de los votos complementarios en función de los miembros del núcleo
familiar.

5. Los sistemas electorales Dieter Nohlen.

Gramática de los sistemas electorales.

Una introducción a la ingeniería de la representación.

Ed. Tecnos, págs. 31-33.

Principios de representación y reglas decisorias.

De forma general, los sistemas electorales de pueden clasificar con arreglo a la


representación por mayoría y representación proporcional. Los dos términos se caracterizan por su
doble aceptación: por una parte, pueden entenderse como principios de presentación y, por otra,
como reglas decisionarias; según LIJPHART y GROFMAN: “una distinción que parece ser
fundamental” (1984:7).

Si se define la representación por mayoría y representación proporcional como principios de


representación, entonces nos preguntamos por los objetivos políticos que fundamentan la
representación. La representación la mayoría tiene como meta dar lugar a la formación de una
mayoría parlamentaria de un partido o de una agrupación de partidos, es decir, habilitar a los
partidos que no alcanzaron una mayoría absoluta de votos a que logren una mayoría absoluta de
escaños parlamentarios y, de este modo, permitir que se forme un gobierno (cuando la forma de
gobierno es parlamentaria) que pueda apoyarse en una mayoría parlamentaria.

Este objetivo puede expresarse en la desproporción de votos y escaños en cada porción de


cada uno de los partidos y, por lo general, implica la disminución numérica y de representación
(fortaleza parlamentaria) de los partidos políticos más pequeños en el parlamento.

La representación proporcional, por su lado, persigue el objetivo de distribuir


proporcionalmente los escaños con respecto a la respectiva votación que obtuvo cada uno de los
partidos políticos. Como principio de representación, la representación proporcional refleja las
preferencias políticas existentes en el electorado y, de esta forma, expresa el número y la fortaleza
de los partidos políticos de acuerdo con el resultado de la votación. ¿En qué medida se alcanza este
objetivo?.

Eso es fácilmente mesurable al comparar las participaciones proporcionales que logran los
partidos políticos en cuanto a votos y escaños. Dado el alto grado de proporcionalidad entre votos y
escaños, por lo general ningún partido alcanza la mayoría absoluta de escaños, si no logra la mayoría
absoluta de votos. Un objetivo adicional de la representación proporcional podría ser asegurar no
solamente el valor numérico sino también el valor de logro de los votos. De acuerdo con este
objetivo, cada voto deberá importar en la distribución de los escaños en el parlamento.

En resumen, se puede decir que ,los principios de representación responde a los objetivos
que tienen que ver con la composición del órgano que ha de ser electo.

La representación por mayoría fomenta o conforma mayorías parlamentarias, sin considerar


el grado de desproporción entre votos y escaños. En cambio, la representación proporcional pone
énfasis en que exista un alto grado de coincidencia proporcional entre votos y escaños, sin tomar en
cuenta la posible fragmentación del sistema de partidos y los problemas en el momento de formar
un gobierno.

Si se define la representación por mayoría y la representación proporcional como reglas


decisorias, entonces nos preguntamos por el criterio o la regla que se aplicará para determinar cuál
de los candidatos y cuál de los partidos saldrá vencedor en una elección. La regla decisoria de
mayoría significa que la mayoría de votos decide quién gana, ya sea por mayoría relativa o absoluta,
según se haya determinado. Ambas fórmulas de mayoría implican que –desde el punto de vista
político solamente cuenten aquellos votos a favor de los candidatos o partidos ganadores. Los votos
de los candidatos o partidos que no ganaron no cuentan y se desperdician. Por tanto, se puede decir
que si se toma la representación por mayoría como regla decisoria, se está otorgando un valor de
logro diferente a los votos emitidos. Adicionalmente, los votos que fueron a favor de un candidato
o un partido y que sobrepasan la mayoría requerida para obtener un escaño, también se
desperdician o no tienen importancia.

Cuando se toma la representación proporcional como regla decisoria, las proporciones de


votos a favor de un candidato y/o de un partido determinan la cantidad de escaños que obtendrá
un partido. Todos los votos entregados cuentan, su valor de logro solamente por factores
matemáticos —y esto por razones puramente mecánicas—; por ejemplo, en el caso de la
representación proporcional, varía en circunscripciones electorales según el tamaño de la
circunscripción, o cuando no existe una compensación proporcional nacional, o cuando se
selecciona el método de compensación, sobre la base del cual se traducen los votos a escaños. Los
métodos de compensación varían por el grado de proporcionalidad en el resultado de la
adjudicación de escaños. Además, el valor de logro de los votos puede menoscabarse mediante la
introducción de barreras legales, es decir, de umbrales artificiales.

En vista de las diferentes aceptaciones sobre la representación por mayoría y la


representación proporcional, se plantea entonces la pregunta sobre cuál debería ser el criterio de
clasificación de los sistemas electorales: ¿el principio de representación o la regla decisoria? Lo que
sí está claro es que deberíamos decidirnos por uno de los dos y no mezclar los criterios, cosa común
en el pasado y que en la literatura sobre sistemas electorales aún sucede con mucha frecuencia
cuando se define al sistema de mayoría como regla decisoria y el sistema proporcional como
principio de representación (véase GALLAGHER/MITCHELL, 2008:634). Justamente en el caso de una
clasificación que busca establecer un orden sistemático, deberíamos velar por la simetría de criterio,
tal como también sostiene GIOVANNI SARTORI (1994;4).

6. Estado de Derecho.

DECLARACIÓN DE LOS DERECHOS DEL HOMBRE Y DEL CIUDADANO (Adoptada por la


Asamblea Nacional Constituyente de Francia el 26 de agosto de 1789 y aceptada por el Rey Luis
XVI el 5 de octubre de 1789).

Los representantes del pueblo francés, constituidos en asamblea nacional, considerando


que la ignorancia, el olvido o el desprecio de los derechos del hombre son las únicas causas de los
males públicos y de la corrupción de los gobiernos, han resuelto exponer, en una Declaración
solemne, los derechos naturales, inalienables y sagrados del hombre, a fin de que esta Declaración,
teniéndola siempre presente todos los miembros del cuerpo social, les recuerde constantemente
sus derechos y deberes, a fin de que los actos del poder legislativo y del ejecutivo, pudiendo ser, en
todo instante, comparados con el objeto de toda institución política, sean más respetados, y a fin de
que las reclamaciones de los ciudadanos, fundándose desde ahora en principios simples e
incontestables, tiendan siempre al mantenimiento de la Constitución y a la felicidad de todos.

En consecuencia, la asamblea nacional reconoce y declara, en presencia y bajo los auspicios


del Ser Supremo, los siguientes derechos del hombre y del ciudadano.

Artículo Primero.Los hombres nacen y viven libres e iguales en derechos. Las distinciones
sociales sólo pueden fundarse en la utilidad común.

Art. 2º.El objeto de toda asociación política es la conservación de los derechos naturales e
imprescriptibles del hombre. Estos derechos son: la libertad, la propiedad, la seguridad y la
resistencia a la opresión.

Art. 3º.El principio de toda soberanía reside esencialmente en la nación. Ninguna


corporación ni individuo puede ejercer autoridad que no emane expresamente de aquella.

Art. 4º.La libertad consiste en poder hacer todo aquello que no daña a otro; por lo tanto, el
ejercicio de los derechos naturales de cada hombre no tiene más límites que aquellos que aseguran
a los demás miembros de la sociedad el goce de los mismos derechos. Estos límites sólo pueden ser
determinados por la ley.

Art. 5º.La ley no tiene derecho a prohibir más acciones que las nocivas a la sociedad. Todo
lo que no está prohibido por la ley no puede ser impedido, y nadie puede ser constreñido a hacer lo
que ella no ordena.

Art. 6º. La ley es la expresión de la voluntad general. Todos los ciudadanos tienen derecho a
concurrir, personalmente o por medio de representantes, a su formación. Debe ser la misma para
todos, sea que proteja o sea que castigue. Todos los ciudadanos, siendo iguales a sus ojos, son
igualmente admisibles a todas las dignidades, cargos y empleos públicos, según su capacidad y sin
otra distinción que la de sus virtudes y talentos.

Art. 7º.Ningún hombre puede ser acusado, arrestado ni detenido sino en los casos
determinados por la ley y con las formalidades prescritas en ella. Los que soliciten, expidan, ejecuten
o hagan ejecutar órdenes arbitrarias, deben ser castigados; pero todo ciudadano llamado o preso
en virtud de la ley debe obedecer al instante y si resiste se hace culpable.

Art. 8º. La ley no debe establecer otras penas que las estricta y evidentemente necesarias, y
nadie puede ser castigado sino en virtud de una ley establecida y promulgada con anterioridad al
delito, y legalmente aplicada.

Art. 9º. Debiendo presumirse todo hombre inocente mientras no sea declarado culpable, si
se juzga indispensable arrestarlo. Todo rigor que no sea necesario para asegurar su persona, debe
ser severamente reprimido por la ley.

Art. 10. Nadie debe ser molestado por sus opiniones, aunque sean religiosas, con tal de que
su manifestación no perturbe el orden público establecido por la ley.

Art. 11. La libre comunicación de los pensamientos y de las opiniones es uno de los más
preciosos derechos del hombre; por lo tanto, todo ciudadano puede hablar, escribir e imprimir
libremente, salvo la responsabilidad por el abuso de esta libertad, en los casos determinados por la
ley.

Art. 12. La garantía de los derechos del hombre y del ciudadano necesita una fuerza pública;
por lo tanto, esta fuerza se halla instituida en beneficio de todos, y no para la particular utilidad de
aquellos a quienes es confiada.

Art. 13. Para el mantenimiento de la fuerza pública y para los gastos de administración, es
indispensable una contribución común. Esta debe ser repartida por igual entre todos los ciudadanos,
en razón de sus medios.

Art. 14. Todos los ciudadanos tienen el derecho de comprobar por sí mismos o por medio
de sus representantes, la necesidad de la contribución pública, de consentirla libremente, seguir su
empleo, y determinar la cualidad, la cuota, el sistema de cobro y la duración.

Art. 15. La sociedad tiene derecho a pedir cuenta de su administración a todo empleado
público.
Art. 16. Toda sociedad en la cual la garantía de los derechos no está asegurada, ni
determinada la separación de los poderes, carece de constitución.

Art. 17. Siendo la propiedad un derecho inviolable y sagrado, nadie puede ser privado de
ella, sino cuando la necesidad pública, legalmente justificada, lo exija evidentemente y a condición
de una justa y previa indemnización.

También podría gustarte