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El teatro desde la década de los setenta a la

actualidad. José Luis Alonso de Santos


1. INTRODUCCIÓN
A partir de la década de los 70 hasta la actualidad conviven diversas tendencias escénicas y distintas
generaciones de autores teatrales: realistas de la primera y segunda generación (Antonio Buero Vallejo,
Alfonso Sastre…; Las arrecogías del Beaterio de Santa María Egipcíaca (1977), de Martín Recuerda, fue un
éxito del momento.); vanguardistas que habían aparecido a finales de los 60 (Fernando Arrabal, Francisco
Nieva…; o Grupos independientes como Els Joglars (creado en 1962); dramaturgos dados a conocer en la
democracia, como Alonso de Santos, Sanchís Sinisterra…; otros grupos independientes surgidos ya en la
democracia, como, por ejemplo, Els Comediants (creado en 1972); y los dramaturgos más jóvenes, como
Mayorga o Yolanda Pallín. Lo más significativo de este periodo es la síntesis realizada por algunos autores
provenientes del teatro independiente entre el experimentalismo y un realismo más acorde con los gustos del
gran público. Su éxito se debe a la conexión de su obra con la realidad española del momento: el mundo
cambiante y confuso de la transición política. Con ellos el texto recupera su importancia en el espectáculo teatral.
Con la llegada de la democracia y la Constitución de 1978 se recuperan las libertades en España.
Desaparece la censura y se recuperan para la escena española autores y propuestas teatrales como, por ejemplo,
obras de Valle-Inclán y Lorca, autores como Alberti (El adefesio, 1976, o Noche de guerra en el Museo del
Prado, 1978) o Arrabal. Por otra parte, el Estado comienza a preocuparse por impulsar el teatro como bien
cultural: por ejemplo, se funda el Centro Dramático Nacional (1978) o la Compañía Nacional de Teatro
Clásico (1985). Estos factores abren nuevas perspectivas para el florecimiento del teatro.

2. EL TEATRO EXPERIMENTAL Y EL TEATRO INDEPENDIENTE EN LOS 70


A mediados de los años 60 surgió un teatro menos social y más experimental que se seguirá
cultivando en los años 70. Aparecieron nuevos autores que intentaron superar el teatro social mediante
fórmulas más vanguardistas y experimentales. Asimilaron corrientes experimentales del teatro extranjero: el
“teatro épico” o “dialéctico” de Bertold Brecht (un teatro comprometido de ideología marxista, centrado en la
problemática de los trabajadores y los barrios marginales; los actores deben tener conciencia política; la obra debe
plantear una propuesta positivista: la concienciación social a través del arte); el teatro del absurdo de Samuel
Beckett (que escenifica la falta de una justificación que dé sentido a la vida, la pérdida de identidad del ser
humano, la incomunicación…); “el teatro de la crueldad” de Artaud (según el cual, la representación teatral
debe ser una ceremonia capaz de producir en el espectador una conmoción purificadora por medio de la violencia
y del uso de elementos irracionales); o directores como Grotowski, creador del llamado “teatro pobre” (que
considera mucho más importante una estrecha relación entre actor-espectador que la escenografía, el vestuario, el
maquillaje o cualquier otro elemento de la puesta en escena). Lo nuevo es el tratamiento dramático: se desecha el
enfoque realista para sustituirlo por enfoques simbólicos y alegóricos, pretendiendo que el espectador tome
parte activa en la representación, el papel del director se refuerza. El teatro que hacían estos autores era tan
crítico o más que el de los realistas, por lo que chocaron también con la censura; es el llamado “teatro
subterráneo” (underground).
Uno de los autores destacados del teatro experimental de los años 70 es Fernando Arrabal, exiliado
por voluntad propia, creo su “teatro pánico”, un teatro crítico, onírico, antirrealista, con elementos
surrealistas y absurdos (Pic-nic, El cementerio de automóviles, El cielo y la mierda -1972-).
Otro de los autores destacados es Francisco Nieva, con un teatro, en sus propias palabras, de “farsa y
calamidad”, un “teatro furioso”. El tema central de su obra es la crítica a la España tradicional, marcada por
la excesiva religiosidad y la represión sexual. En sus obras incorpora elementos esperpénticos y surrealistas;
en sus puestas en escena cobran mucha importancia lo coreográfico y los elementos no verbales, lo que no
impide el empleo de un lenguaje brillante y barroco: La carroza de plomo candente (1971), El buscón (1975),
Delirio del amor hostil (1977) o La paz (1977).
Otros dramaturgos vanguardistas son: Antonio Gala, con un teatro poético, tradicional, un lenguaje
muy cuidado y un cierto tono moralizante o didáctico, Anillos para una dama (1973) (drama histórico que
recrea a doña Jimena, que, resignada a ser viuda del Cid, oculta su amor por Álvar Fáñez, persuadida de que la
sombra del héroe se interpondría entre ellos); José Ruibal, El hombre y la mosca (1968), El bacalao, La máquina
de pedir; José María Bellido, Milagro en Londres (1971); Manuel Martínez Mediero, Las hermanas de Búfalo
Bill (1975); Martínez Ballesteros, El país de Jauja. Paralelamente se abrió paso un “teatro primitivista” que
buscaba la revelación del mundo subconsciente, como el de Luis Riaza en El palacio de los monos (1977).
Por otra parte, en esta década, como alternativa al teatro comercial, continúan con cierto éxito las
representaciones de los grupos de “teatro independiente”, algunos creados en los 60 y otros en los 70: “Els
Joglars”, “Tábano”, “Els Comediants”, “La Cuadra”, Dagoll-Dagom -compañía creada en 1977-; “La Fura del
Baus” -creada en 1979- o “Teatre Lliure”. Suelen hacer un teatro crítico y comprometido con la realidad.
Estos grupos buscan nuevas fórmulas que contribuyan a la renovación del teatro y del espectáculo. Recurre a la
farsa, a lo grotesco, a deformaciones esperpénticas; dan entrada a lo alucinante, a lo onírico; emplean
recursos sonoros, visuales o corporales, inspirándose en la comedia musical, la revista o el circo.

3. TEATRO A PARTIR DE 1975


Tras el experimentalismo, los nuevos autores dramáticos, que se dan a conocer ya en la democracia,
se inclinan hacia la comedia realista, bien construida y que desarrolla temas de actualidad: la droga, la
delincuencia, los conflictos amorosos contemporáneos, la corrupción política…; casi siempre con un matiz
irónico y humorístico. Se abandona, pues, la experimentación y se busca contar historias actuales, bien
planeadas, con tensión dramática y con personajes bien diseñados, que resulten reconocibles para el espectador.
Tratan de llevar al escenario el mundo en el que se vive en ese momento. Quizá el autor más destacado sea
José Luis Alonso de Santos (que será objeto de estudio a continuación, en un apartado independiente).
Destacaremos también a José Sanchís Sinisterra; su exitosa ¡Ay, Carmela! (1987) es una pieza tragicómica de
homenaje nostálgico a los perdedores de la Guerra Civil (dos artistas de variedades, Carmela y Paulino, se ven
obligados a representar una "Velada Artística, Patriótica y Recreativa" para celebrar la victoria del ejército franquista en
Belchite. A la representación son obligados a asistir unos prisioneros de las Brigadas Internacionales que van a ser fusilados
a la mañana siguiente. Carmela se niega a interpretar un número burlesco hacia la bandera republicana por compasión y
solidaridad hacia los prisioneros y es fusilada con ellos. Toda la historia es evocada por Paulino y Carmela, quien lo visita en
el mismo teatro después de muerta). También son interesantes las obras teatrales de Fernando Fernán Gómez,
como, por ejemplo, Las bicicletas son para el verano (1982). O las de Fermín Cabal, como Tú estás loco,
Briones (1978), una farsa tragicómica sobre el funcionario franquista que no encaja en la nueva situación
democrática; o Caballito del diablo (1983) que trata el tema de la drogadicción con gran dureza.

4. TEATRO ESPAÑOL A FINALES DEL SIGLO XX Y PRINCIPIOS DEL XXI


El panorama de estos últimos años es variado y cambiante. Predomina el teatro comercial (el género
literario teatral siempre se ha visto condicionado por lo económico: autores, empresarios teatrales, actores…
buscan el éxito comercial y lo suelen encontrar cuando satisfacen los gustos de un gran público): ya sea el teatro
institucional (Centro Dramático Nacional o la Compañía Nacional de Teatro Clásico); ya sea el teatro de
humor (cosecha éxitos con fórmulas nuevas como los monólogos, comedias mudas, o teatro de improvisación);
o ya sea el teatro musical (género poco habitual hasta hace muy poco en España, pero que, hoy en día, goza de
éxito con adaptaciones de obras internacionales como Cabaret, Grease, Los miserables o El Rey León, y obras
propias como Hoy no me puedo levantar).
Ahora bien, en estos últimos años, también han surgido autores y grupos que realizan nuevas
propuestas escénicas. En los 90 se afianzó el drama realista de Paloma Pedrero, la farsa de Ernesto
Caballero, la provocación de Angélica Liddell y la dramaturgia reflexiva, comprometida de Juan Mayorga
(1965). Quizá sea este el autor más representativo de estos últimos años: su teatro es muy imaginativo,
gusta de la palabra culta llena de connotaciones. Colabora con el grupo teatral “Animalario”. Es autor de
numerosas obras teatrales: Más ceniza (1992), El traductor de Blumemberg (1993), Cartas de amor a Stalin
(1997), Hamelin (2005), El chico de la última fila (2006), La tortuga de Darwin (2008), o El cartógrafo (2009).
El gran tema de su obra es la indagación acerca de la condición humana, la moral, la libertad, la violencia,
a través de un lenguaje cuidado. La madrileña Paloma Pedrero (1957) desarrolla un teatro breve, que
expone con gracia problemas de tipo afectivo, sexual o social. Alcanza gran lirismo en obras como Una
estrella (1990), donde trata el desencuentro entre una hija y su difunto padre. El madrileño Ignacio García May
(1965) estrenó Alesio, una comedia de tiempos pasados (1987); las obras de este autor recuerdan la mejor
tradición castellana de los Siglos de Oro y recrea el teatro dentro del teatro. Los vivos y los muertos (2000),
refleja la violencia entre adolescentes. Jordi Galceran, autor de El método Grönholm.
Entre las últimas tendencias, están las salas alternativas que cuentan con un aforo inferior a doscientas
localidades y que dan voz a nuevos creadores comprometidos con su tiempo. En Madrid: la “Cuarta pared”, la
sala “TeatroPradillo”, “Teatro del Arte”, o “La Casa de la portera”. En Barcelona: “Attic 22”, “Porta4”.
Otra tendencia que ha aparecido es el microteatro. Se trata de representaciones de corta duración, no
superior a 15 minutos; que se realizan en espacios reducidos, para unas 15 personas como máximo. Las primeras
sesiones de micro-teatro se representaron en 2009 en Madrid, en lo que había sido un antiguo burdel; allí se
representaron en 13 habitaciones, 13 obras, de 13 compañías diferentes; con la prostitución como temática
común. Desde entonces, se ha extendido a otras partes de España y a otros países.
5. JOSÉ LUIS ALONSO DE SANTOS
José Luis Alonso de Santos (Valladolid, 1942) se trasladó a Madrid en 1959,
donde se licenció en Filosofía y Letras y en Ciencias de la Información. En 1960
comenzó a interesarse por las tablas, recibiendo clases de William Layton
(prestigioso director de escena y profesor de teatro). Fue uno de los fundadores del
grupo independiente “Tábano”; así como fundó y lideró durante diez años el
“Teatro Libre”. Ha sido director de la Real Escuela Superior de Arte Dramático de
Madrid y de la Compañía Nacional de Teatro Clásico.
Procede, pues, del teatro independiente: antes de revelarse como autor
dramático, había trabajado como actor o director en el Teatro Estudio de Madrid,
Tábano, Teatro Experimental Independiente y Teatro Libre de Madrid. Posee, por tanto,
una experiencia polifacética en el mundo de la escena, que sabe aprovechar muy
bien en sus obras.
Es un maestro de la comedia costumbrista, con la que hurga en los
problemas sociales más acuciantes (drogadicción, inseguridad ciudadana…).
Utiliza con desenvuelta naturalidad el habla popular, desde el registro coloquial al
argot juvenil o de la delincuencia. Su propensión a la parodia es un rasgo común
en muchas de sus obras. El propio autor dijo: "Existe un teatro con mucha presunción
de vanguardia y de gran experimento. Hay otro, el de vodevil, intrascendente. Entre los
dos, existe un hueco que se llena con visos de modernidad, vida, diversión y que
interesa al público que va".
En 1975 estrenó su primera obra, ¡Viva el Duque nuestro dueño!, en la que
se observan algunas influencias del esperpento y, muy especialmente, del entremés
clásico. Además, continúa la línea costumbrista española, que resulta deudora de los
sainetes de principios del XX; que reflejan un Madrid castizo, poblado de
personajes perdedores y entrañables que sobreviven como pueden en los peores
barrios de Madrid. En las comedias del autor se ofrece la oposición entre los
personajes integrados en la sociedad egoísta e hipócrita de los 80 y el de los
perdedores, rebeldes que sobreviven en los márgenes de esa sociedad y que
buscan la felicidad sin mayores ambiciones. El desenlace es su desilusión frente a la
realidad que expresan con un humor dolorido, pero no embargado por el pesimismo.
Alonso de Santos concede una especial importancia al humor en la
mayoría de sus obras, él mismo ha explicado: "El humor es la diferencia que existe
entre nuestros deseos y la realidad. El humor es lo que pone las cosas en su sitio. El
humor es una de las pocas cosas con las que el ser humano puede dar respuesta
a nuestras limitaciones, que son muchas. El sentido del humor lo que nos hace es
recordar que la realidad tiene muchos puntos de vista, relativiza la trascendencia, nos
devuelve un poco la humanidad de ser conscientes de nuestra pequeñez. Para mí el
sentido del humor es una droga, yo me coloco en la vida con sentido del humor".
Obtuvo un gran éxito con su obra La estanquera de Vallecas (1981), sobre
un desatinado atraco a un estanco, que por su tono costumbrista, lenguaje
coloquial y toques de sátira y humor, ha sido calificada de sainete de nuestro
tiempo.
También fue muy bien recibida Bajarse al moro (estrenada en 1985; entre las
temporadas 85-88, tuvo 621 representaciones y 147.246 espectadores en Madrid), en
la que aborda el submundo de la droga, mezclando ingredientes de la comedia
tradicional con otros cómicos e incluso grotescos, que junto al lenguaje de argot
de los jóvenes protagonistas, le dan un cierto aire innovador a la pieza. Alonso de
Santos emplea un muestrario espléndido de vocablos, de modismos coloquiales y de
giros del lenguaje marginal de hoy, que hace más próximos y simpáticos a los
personajes, permitiendo una identificación emocional con el público; aunque
distanciándose de la carga moralizadora y el proceso de idealización de los
personajes. El propio autor ha dicho sobre esta obra: "Bajarse al moro trata de las
peripecias de amor, comunicación y soledad de un grupo de jóvenes que viven
en un piso. Pretenden vivir al margen, pero están en medio de una sociedad que
condiciona sus comportamientos. Viven de la venta de productos artesanales, que
hacen ellos mismos, y de un mini tráfico de droga blanda (...) A lo largo de la obra van
sufriendo un proceso de integración. La vida de los marginales, como todo, se está
transformando en nuestra sociedad, y a través de la transformación van surgiendo
nuevos valores: se trata de ser útil o inútil, de trabajar o estar en el paro... Todo eso
influye en las relaciones personales y crea problemas de amor y soledad". La profesora
y crítica Iride Lamartina ha hecho el siguiente comentario de esta obra: "A pesar de un
lenguaje atrevido, unos personajes pintorescos y una historia poco ortodoxa,
Bajarse al moro se adhiere a una tranquilizadora ideología tradicional de
integración. Los espectadores observan brevemente un estilo de vida aberrante cuyas
consecuencias potencialmente amenazantes resultan ser inocuas y pasajeras. Al final,
el espectador puede dar un suspiro de alivio ya que hay un retorno a la
"normalidad" cuando Alberto y Elena se reintegran a la sociedad tradicional, se
trasladan a los barrios de la periferia y hacen planes para casarse en el futuro. Es “el
mejor de todos los mundos posibles”, donde los condenados cambian de vida, los
fugitivos se reúnen con sus padres, la virginidad se respeta según la tradición, las
drogas no son adictivas y el comportamiento osado se castiga".
Trampa para pájaros (1990) es un drama político en el que se reflexiona
sobre el cainismo de las dos Españas.
En La sombra del Tenorio (1995) el autor crea un prodigioso juego
metateatral en el que resultan involucrados los espectadores.
Yonkis y yankees (1996), trata sobre un ex-recluso y ex-toxicómano que, tras
salir de la cárcel, retorna a su hogar en barrio marginal, cercano a una base militar
estadounidense, donde se verá envuelto en una reyerta entre yonquis de su barrio y
militares yanquis.
Recientemente, en 2015, ha publicado dos nuevas obras: En el oscuro corazón
del bosque, obra para cinco personajes en la que juega un papel fundamental la
música de Mozart; y Nuestra cocina, obra de enorme teatralidad y de grandes
conflictos entre veintiún personajes que suponen un verdadero compendio de
caracterizaciones.
Ha escrito más de cincuenta obras dramáticas, estrenadas la mayoría con
éxito de crítica y público. Del reconocimiento que le ha brindado la crítica son
prueba premios como el “Tirso de Molina” (1984) y el “Nacional de Teatro” (1986).
Además, es guionista de series televisivas de éxito, al igual que otros autores
teatrales españoles.

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