Está en la página 1de 3

¿Quién quiere aprender?

Luis Pásara
Abogado y periodista
Diario Perú 21 – Domingo 30 de Octubre de 2005
La falta de interés por el conocimiento ha pervertido la demanda. La competencia
para facilitar la graduación ha falsificado la oferta. Resultado: la educación se ha
devaluado.

E n algún momento de las últimas décadas, y casi sin que lo notáramos, se ha


producido un cambio radical en el valor socialmente asignado a la educación. De
haber sido una vía para adquirir conocimientos y preparación, con miras al
desempeño, ha pasado a ser un trámite destinado a recibir una certificación que nos será
exigida; como el DNI, el brevete o el pasaporte.

Esta mutación es universal, aunque las formas que reviste varían de un país a otro.
Quizá el interés necesario para aprender aquello que no se conoce aún perviva en la
educación inicial, porque el niño lleva a ella una curiosidad espontánea que resulta
indispensable en el proceso de aprendizaje. En algún momento posterior, esa curiosidad
desaparece.

La desaparición ocurre en razón de que al sujeto se le adiestra socialmente para matar su


interés por aprender. Probablemente, esa liquidación concluye exitosamente en la
secundaria. Pero, en todo caso, cuando se llega a la universidad –desde las licenciaturas
hasta los estudios de post-grado- son muy pocos quienes sienten que vale la pena hacer
el esfuerzo de aprender. La mayoría busca apenas una constancia formal con la cual
espera alcanzar reconocimiento social y obtener empleo o un cargo.

A tales efectos, lo que se pretende no es apropiarse de determinados conocimientos y


habilidades. Basta el documento que acredita que uno los tiene. La educación se ha
reducido, entonces, a la tramitación, más o menos trabajosa, del papel que da fe de que
uno ha sido educado.

Q uienes sí buscan mejorar su entendimiento y adquirir competencia en un campo


determinado están destinados a ser parte de una porción educada, que es cada vez
más reducida. Y es todavía más escasa en los países tercermundistas, en los que
paradójicamente algunas de esas personas, así preparadas, no son aprovechadas; lo que
se expresa, dramáticamente en ocasiones, en el hecho de que no encuentran ocupación
en el área para la cual se formaron.

¿Por qué se ha perdido el interés por aprender o la elemental curiosidad para buscar
enterarse de aquello que no se sabe? Probablemente, el desesperanzador resultado que
hoy constatamos en universidades de todo el mundo es una desembocadura en la que
confluyen varias vertientes. Es el desenlace de un proceso, de múltiples elementos, que
no hemos sabido advertir a tiempo.

De una parte, interviene en esto la materialización de la vida occidental, en la que


crecientemente lo que ha pasado a importar es el dinero, en cuanto hace posible, o
incrementa, nuestra capacidad de consumidores. “Consumo, luego existo”. Y cuanto
más (caro) se consume, se es reconocido como más exitoso.
Para ganar mucho dinero no es necesario saber y como lo que importa es cuánto se
percibe, el saber deviene accesorio, cuando no superfluo. Para demostrarlo están las
estrellas del fútbol mundial, que apenas pueden responder con coherencia a una
entrevista sencilla, para ganan sumas que superan la imaginación. Son personajes
modélicos en el mundo de hoy.

Otro componente, ligado al anterior, se halla en la banalización de intereses en la


sociedad contemporánea. Ser estrella del deporte o del espectáculo es más importante
que alcanzar un Premio Nobel. Incluso el reconocimiento de un premio internacional –
que parecía prestigioso- puede ser alcanzado si se es un joven piloto de carreras de
autos. Acaba de verse esto en el otorgamiento de un premio Príncipe de Asturias al
piloto español de fórmula 1 Fernando Alonso, a sus 24 años, antes de que siquiera
ganara el campeonato mundial.

Un tercer factor, hay que reconocerlo, proviene de la incapacidad de la enseñanza de


seguir el paso rápido de la revolución en las comunicaciones. Enseñar y aprender son
tareas que, cuando se hacen seriamente, tienen algo de olor antiguo.

U no puede resultar confundido por cierta “modernización” de la enseñanza, que


en realidad la está falsificando. En ella, por ejemplo, los alumnos universitarios
deciden qué cursos electivos tomar de acuerdo a la comodidad de los horarios y
no al interés por los contenidos; y prefieren al profesor que exige menos porque el
concienzudo es una barrera. Pasar por el sistema educativo equivale a correr una carrera
de obstáculos. Cuanto más fácil y rápido sea llegar a la meta, mejor.

En respuesta a esta demanda, la oferta se está adecuando y apura la falsificación. Se


trata de hacer educación cada vez más “accesible” y, en la realidad, esto significa exigir
menos. Ocurre no sólo en el mundo subdesarrollado. Las modalidades “no
presenciales”, que se hallan ahora en proceso de generalización, se iniciaron en Europa.
Muchas de ellas ofrecen maestrías y doctorados que, cuando uno se entera de cómo se
otorgan, siente vergüenza ajena.

La enseñanza se está convirtiendo en un negocio que no vende calidad sino facilidad.


Hay entidades privadas que concurren a la degradación sin complejos, desde su
declarado propósito de lucro. Y las hay públicas que han encontrado en esta oferta
envilecida la forma de financiar la investigación en la que el Estado no invierte, o
mantener en operación las disciplinas menos comercializables.

E ntre una demanda que carece del interés por aprender y una oferta que compite
mediante la rebaja de exigencia, la devaluación educativa se halla en una marcha
acelerada. El resultado es que licenciados, magisters y doctores se multiplican
pero la mayoría de ellos saben cada vez menos. Son producto de un sistema que otorga
grados y títulos con creciente facilidad. Pero, en el fondo, son resultado de sociedades
como las nuestras, en las que saber importa progresivamente menos.

Conclusión práctica: sea muy cuidadoso en elegir al profesional que habrá de prestarle
algún servicio. Vaya despacio la próxima vez que deba buscar a un abogado para que se
haga cargo de un problema, que tenga que comisionar a un arquitecto el diseño de la
que será su casa o, mucho más grave, deba elegir al cirujano que le practicará una
operación a usted o a alguien cercano. Recuerde que todos los diplomas colgados en las
paredes de la oficina del profesional dicen poco y, en ocasiones, nada.

Obtenga referencias de quienes han recibido servicios de ese profesional, tal como hace
cualquier empleador antes de contratar a alguien. Usted está poniendo sus bienes o su
vida en manos de una persona en cuyas calidades no puede confiarse a partir de un
título. Recuerde que el sistema está falsificado. Busque a alguien que haya demostrado
que al educarse lo que busco fue aprender, no sólo cobrarle por el servicio a ser
prestado.

También podría gustarte