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1) El documento discute tres mitos comunes sobre el acceso a la educación media superior y superior en México.
2) El primer mito es que el ingreso depende del esfuerzo individual, cuando en realidad hay muchos jóvenes capaces que no logran ingresar debido a la falta de lugares disponibles.
3) El segundo mito es que todos tienen las mismas oportunidades de ingreso, cuando en realidad los exámenes de selección favorecen a los hijos de familias de mayores ingresos.
Descripción original:
La Jornada - Mitos en el acceso a la educación media superior y superior
Título original
La Jornada - Mitos en el acceso a la educación media superior y superior
1) El documento discute tres mitos comunes sobre el acceso a la educación media superior y superior en México.
2) El primer mito es que el ingreso depende del esfuerzo individual, cuando en realidad hay muchos jóvenes capaces que no logran ingresar debido a la falta de lugares disponibles.
3) El segundo mito es que todos tienen las mismas oportunidades de ingreso, cuando en realidad los exámenes de selección favorecen a los hijos de familias de mayores ingresos.
1) El documento discute tres mitos comunes sobre el acceso a la educación media superior y superior en México.
2) El primer mito es que el ingreso depende del esfuerzo individual, cuando en realidad hay muchos jóvenes capaces que no logran ingresar debido a la falta de lugares disponibles.
3) El segundo mito es que todos tienen las mismas oportunidades de ingreso, cuando en realidad los exámenes de selección favorecen a los hijos de familias de mayores ingresos.
Mitos en el acceso a la educación media superior y superior
n no pocos países latinoamericanos el paso de
la educación básica a la media superior y superior es algo que se da por sentado. Ello ocurre a tal punto que en algunos, 50, 60 o incluso más de 70 por ciento de sus jóvenes (como en Cuba y Argentina) están en una institución universitaria. En México, sin embargo, escasamente superamos 30 por ciento. ¿Cómo es que aquí, para la mayoría de las y los demandantes y sus familias una disparidad tan profunda como ésta sigue siendo parte de la normalidad (a pesar de que gracias a los movimientos de rechazados ha avanzado la conciencia de la gravedad de este problema)? La explicación que aquí ofrecemos es que en torno al acceso a los niveles superiores (bachillerato y universidad) se han creado tres mitos poderosos que constituyen una de las más sólidas barreras al surgimiento de una corriente masiva de indignación nacional y de exigencia de cambio respecto de la enorme desventaja en la que en México colocamos a las y los jóvenes. El primer mito o leyenda aparece cuando se dice que el ingreso a la institución de preferencia es algo que depende fundamentalmente del esfuerzo de cada persona y, que, en caso de no ser admitido, "hay que estudiar más". Como también ocurre en otros mitos, éste no deja de tener en su origen algo de verdad, pero ésta viene rebasada en una narración fantástica. Y, en efecto, quienes no hicieron esfuerzo alguno muy probablemente tendrán menos posibilidades de ingreso que quienes se prepararon correcta y concienzudamente. Estudiar o no lo suficiente puede explicar la admisión o rechazo cuando se trata de poblaciones pequeñas de demandantes, pero cuando hablamos de 200 mil aspirantes y 16 mil lugares disponibles resulta absurdo plantear que no ingresa un número sustancialmente mayor de jóvenes porque no hicieron el esfuerzo debido. No faltan jóvenes capaces, sino lugares suficientes. El desvanecimiento de este primer mito es una conclusión indispensable para lograr un cambio fundamental de perspectiva, pues en las condiciones actuales en México con una baja oferta, ya no es el esfuerzo el principal factor determinante del rechazo, sino la falta de voluntad del Estado para crear instituciones y ofrecer más lugares en las existentes. Este cambio de perspectiva, a su vez, es importante porque el mito de la falta de esfuerzo esconde, en el fondo, el mito de la falta de talento. No pocos de los jóvenes rechazados asumen que les faltó estudio y se aplican más, pagan cursos de preparación y, con una determinación admirable, vuelven a solicitar ingreso una y otra vez. Al cabo de varios intentos, sin embargo, no es raro que lleguen a la conclusión (que implícitamente propone también el examen cuando se insiste que elige a quienes sí son "de calidad") de que en realidad lo que no tienen es la capacidad estructural necesaria y, una vez en ese camino, las consecuencias personales y sociales pueden ser muy destructivas. No sólo se les rechaza, se les envía a la calle con la certificación de que son, hablando el lenguaje de Enlace, definitivamente insuficientes, fallidos.
Un segundo mito dice que todos tienen las
mismas oportunidades de ingreso. Que no hay favoritismos o privilegios. Sin embargo, existen datos estadísticos que apuntan claramente en dirección a que el uso de exámenes estandarizados de opción múltiple prefiere a los hijos de funcionarios, directivos y empresarios, y no tanto a los hijos de obreros y campesinos. Así, en el caso de 5 mil aspirantes provenientes de los estratos poblacionales más favorecidos se admite a mil, pero de una cifra similar de demandantes (4 mil 600) de origen popular sólo a 433 (Aboites, H. “Jóvenes y perspectivas en la educación media superior y superior…”, 2013). Y datos semejantes aparecen en relación con el asunto de género. Puede pensarse que la explicación de estas diferencias, en el primer caso, depende de algo cierto: que los demandantes de clases populares tuvieron menos acceso a bienes culturales. Sin embargo, dado el bajo poder de predicción (los resultados no anticipan bien quién va a ser un estudiante exitoso y quién no) que reconocidamente tienen los exámenes estandarizados y a reserva de más investigación, es posible decir que el examen no funciona tanto para elegir a los que tendrán un buen desempeño, sino para identificar –ahí sí con mayor precisión– a quienes, por su condición social, están en ventaja. Y lo mismo se puede decir en el caso de las mujeres. Se ha encontrado que cuando deja de utilizarse sólo el resultado del examen como criterio de selección, sino que se éste se combina con el promedio de preparatoria, la desventaja que tienen las mujeres respecto de los hombres en el acceso se reduce hasta 50 por ciento ( ibidem). Lo que significa que el uso de estos exámenes introduce una discriminación adicional a las que ya existen socialmente, ahora en el acceso a la educación media superior y superior. Un tercer mito, que luego veremos, es aún más importante. * Rector de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM) La Jornada: Acceso a la educación media superior y superior: tercer mito Hugo Aboites *
Acceso a la educación media superior y superior: tercer mito
n entrega anterior señalamos que para la gran
mayoría de los jóvenes que buscan acceder al bachillerato o la licenciatura no es cierto que quien se esfuerce obtendrá un lugar; muchísimos miles de jóvenes bien preparados y con demostrada capacidad para el estudio quedan fuera de sus opciones. Afirmábamos, además, que tampoco es cierto que los exámenes de selección sean imparciales, pues los datos consistentemente muestran que en ellos tienen una oportunidad mayor los hombres y los estratos medios altos. El tercer mito, sin embargo, es más elaborado. Se dice que los exámenes estandarizados de opción sirven para medir el nivel de conocimiento que tienen los demandantes respecto de ciertos temas clave. Sin embargo, si bien la mayoría de sus preguntas tocan asuntos académicos, en realidad el examen de selección no pretende identificar a los que más saben, sino evitar conflictos debidos a la alta demanda. Identificar a los más capaces significaría definir el nivel de conocimientos a partir del cual se considera que el o la joven pueden ser admitidos y, en esa lógica, dar cabida absolutamente a todos los que lo logren. Pero esto se ve como inaceptable para los evaluadores, pues comprometería a las instituciones a admitir a muchos miles más. De ahí que los medidores (como se llama a quienes elaboran estos exámenes) en realidad no busquen identificar a los capaces, sino crear un instrumento que les permita el manejo ordenado de la demanda. Para esto han diseñado un examen cuyo propósito fundamental es que muy pocos de los solicitantes alcancen un número muy alto de aciertos (digamos 95, 100, 105, 110, 115, 120) y que la gran mayoría de los demandantes sólo logren un número intermedio de aciertos (50, 55, 60, 65, 70) y aún más bajo. ¿Cómo lo hacen? Para explicarlo es necesario recordar algo que cualquier estudiante conoce muy bien: que el maestro puede hacer un examen tan fácil que prácticamente todos puedan responderlo correctamente (con preguntas como quién fue el padre de la patria) o uno tan difícil (con preguntas como en qué año o dónde nació el padre de la patria) que prácticamente nadie puede contestarlo. La tarea de los medidores es, entonces, hacer una mezcla adecuada de preguntas fáciles, regulares y difíciles (lo que se logra después de varios pilotajes) a fin de obtener la distribución arriba descrita de los resultados. Y hay que decir que, generalmente, son muy exactos en esa tarea, por eso prácticamente nunca veremos que resulten 100 o 200 aspirantes con 120 aciertos y ni siquiera con 105 respuestas correctas. Y es importante reiterarlo: esto ocurre no porque haya muchos incapaces, sino porque el examen está hecho precisamente para que nunca haya un número alto de jóvenes en los niveles de calificación superiores. Esto explica por qué al contestar los exámenes las y los jóvenes se topen con preguntas de éste calibre: "Epígrafe es a libro como: a) carburador es a motor; b) sonido es a radio; c) belleza es a estética; d) portafolio es a oficina; e) gato es a felino".
Estos exámenes, además, destacan por su
superficialidad. Por ejemplo, para ingresar al bachillerato se supone que el joven debe conocer cuestiones tan importantes como por qué y cómo se desarrolló el movimiento de Independencia. Sin embargo, para ésta y otras importantes etapas de la historia del país se plantea sólo una pregunta, y ésta generalmente es poco trascendente. Así, respecto de la Independencia se le pregunta si los Borbones planteaban la separación de la Iglesia y el Estado. En el fondo no importa tanto la pregunta, sino el poder que ésta tiene, junto con el resto del conjunto, para generar precisamente la distribución deseada de resultados. De ahí que, en el fondo, tampoco importe mucho el nivel de conocimiento que alcance el joven. Si la carrera es muy demandada la "calidad" exigida para el ingreso será de, digamos, 104 aciertos. Pero en otra con baja atracción, el nivel de "calidad" aceptable llega a ser de 70, 60 y hasta 54 aciertos. Es decir, que ni siquiera se puede hablar de un solo y similar nivel de exigencia. Porque en el fondo lo académico no importa; importa la administración de la demanda. Por la misma razón, los exámenes no se preocupan por medir habilidades o conocimientos, que son los verdaderamente importantes para el éxito escolar posterior. Sólo miden la capacidad de contestar acertijos, preguntas descontextualizadas o triviales, no el esfuerzo creativo que supone la construcción del conocimiento. En el fondo es una cuestión de quién tiene el poder. El poder estaría del lado de los maestros y estudiantes, si las reglas dijeran que tienen derecho a la educación todos los que logren cierto promedio en bachillerato o incluso que simplemente hayan aprobado el ciclo anterior, como ocurre en algunas universidades. En este caso el acceso a la licenciatura dependería fundamentalmente de su esfuerzo. Con los exámenes de selección, sin embargo, el poder para determinar quiénes pueden ingresar o no, está en los medidores. Y eso es precisamente lo que los mitos buscan ocultar. * Rector de la UACM